Diario de un gigolo (23)

Mona era una panterita y su pijería solo una pose. Fue divertido pero Johnny está pensando en Marta y en el dolor que le va a costar hablar de su gran amor.

DIARIO DE UN GIGOLO XXIII

¿Qué siente un bello animal como Johnny cuando una mujer le está mirando así, como lo hace Mona que hurga con el tenedor en el plato sin dejar de mirarle, desnudándole con la mirada de sus ojos claros, follándole con el pensamiento -no tengo dudas al respecto- o notando todo su cuerpo entre sus blancos dientecitos de mujer-pantera?. Pues...confieso que uno se siente un tanto incómodo, hasta avergonzado y temeroso, diría yo. Sí, así es, porque la belleza está en la mirada de los demás, en este caso en la mirada de Mona, no en mis sensaciones. Johnny fue un enclenque de niño: patitas cortas de alambre, bajito y cabezón como muestran las fotos del album que conservo a buen recaudo. No me echaban flores precisamente y las miradas resbalaban. De adolescente no me importaba cómo me miraban las chicas porque un adolescente es absolutamente incapaz de mirarse en positivo, ni siquiera cuando se es un genio empollón (yo lo era). Fue con María cuando descubrí que Johnny tenía algo que agradaba a las mujeres y no era únicamente su pajarito cantor, no, poseía eso que ahora llaman sex appeal aunque yo prefiero llamarlo simplemente encanto físico. Sin embargo no ocurrió hasta llegar a la universidad que Johnny eclosionara como el animal bello que aparecía a la lujuriosa mirada de Mona. Alto, guapo, deportista, con mucha labia, Johnny arrasó en aquel mundillo de jovencitas que comenzaban a pensar que la cultura, las carreras universitarias y los bellos universitarios podían estar a su alcance con un poco de esfuerzo. Pero esto tendrá un capítulo aparte, las aventuras y desventuras de Johnny en la universidad son dignas de formar por sí solas uno de los libros de este inacabable culebrón que es mi vida.

Ahora no tengo tiempo para seguir recordando el pasado porque el presente se me echa encima. No he podido dar buena cuenta de la cena, ni siquiera tomarme otro sobro de buen vino para disimular el rubor que han adquirido mis mejillas ante el examen exhaustivo y babeante de Mona, no, no he pdido hacerlo porque ésta ha arrimado su silla y su brazo desnudo se ha alargado por debajo de la mesa hasta llegar a mi bragueta, todo ello al tiempo que su sonrisa ha dejado de ser pija para transformarse en panteril.

-Jonnny, no puedo más, luego podrás terminar de cenar.

Y se me ha echado encima como la pantera que es en el fondo. La silla se ha puesto sobre las dos patas traseras como una perrita obsequiosa y ambos, la silla y yo, hemos caído estrepitosamente al suelo. No me hice daño pero me sentí ridículo y de nuevo un tanto atemorizado. Los hombres, los machos, no estamos acostumbrados a que lasmueres, las hembras, nos miren igual que nosotros las miramos a ellas; a que se lancen sobre nosotros como nosotros nos lanzamos sobre ellas, a que nos devoren o intenten hacerlo como nosotros pensamos haríamos sin dudarlo un solo instante con la primera hembra poetenta que se pusiera al alcance de nuestro pene. Después, en la realidad, y a la hora de la verdad, podemos fallar estrepitosamente, y follar como verdaderos memos. ¿A qué macho no le gusta regodearse en la fantasía de una buena hembra lanzándose sobre él y devorándole a bocaditos?. Sí, es una fantasía agradable, pero cuando sucede uno está un poco encogidito y hasta molesto, si me permiten.

Johnny apenas tuvo tiempo de ver cómo Mona se echaba sobre él y sobre la silla, de la que no acababa de librarse, como una pantera hambrienta se arrojaría sobre una exquisita presa al alcance de su boca. Su vestido de noche se abrió por la raja de delante hasta enseñar sus braguitas rojas que imaginé empapándose con ese liquidillo lubricante cuya vista y olor ponen cachondo a cualquiera que no sea un pijo asqueroso y yo no lo era. En la enciclopedia sobre sexo que me regaló Lily se dice que ese liquidillo es consecuencia de la eyaculación de la mujer, y yo me lo creo porque algo de masculino tienen ellas como nosotros lo tenemos de mujeril, no en vano en el seno materno el sexo el sexo tarda un tiempo en definirse. Mona actuaba con tanto arrojo que por un momento imginé un pene entre sus piernas, dispuesto a una lucha a florete con el mio. Fue solo una imagen fugaz porque nada en ella me haría pensar en masculino. Se abalanzó sobre mi y la silla salió despedida con la fuerza centrípeta con que es arrojada la vieja amante al llegar la nueva con mucho más podería y juventud. Bien por Mona,¡olé torera!.

Ya mejor aposentado sobre la alfombra con Mona de jineta, el vestido de noche subido hasta las caderas y uno de sus pechos asomando la cabeza por el escote, decidí dejarme devorar a su gusto y gana. Intentó quitarme el chaqué de alquiler y al no conseguirlo dio tales tirones que la prenda se rasgó como pañuelo de batista, suponiendo que se rasgue así, que no tengo ni la más remota idea. Me libró dl chaleco desabotonándolo a tirones y lo mismo hizo con la camisa. Lamento que en este intermezzo haya tanta brusquedad en los desabotonamientos eróticos -los botones salieron disparados como modestos ovnis intentando desaparecer de la vista del espectador- pero es que a veces las cosas ocurren así. Otras veces, en cambio, tienes hasta tiempo de hacer un asado al horno mientras te desnudas y ella comienza a ponerse cachonda, saliendo de su imperturbabilidad. Entre las mujeres como entre los hombres, hay de todo.

Me rasgó la camisa, me arrancó los tirantes y con el pantalón ni sé lo que hizo -luego tendría que tirar toda la ropa de alquiler y ponerme algo prestado por Mona para no salir desnudo de su casa- porque de pronto me encontré en tanga con Mona forcejeando aún como si se ahogara en el oleaje, como si el tesoro que ella buscara estuviera precisamente entre mis piernas y únicamente allí. Cuando logró bajarme el tanga su boca de pantera descendió desesperadamente hacia el pequeño Johnny. Este, temeroso, me llamó pidiendo socorro, quería que lo escondiera en algún lugar proteido. Pero no había ninguno a la vista excepto la cueva de Mona bajo su braguita roja, sobre la que bolaba el dichoso vestido de noche como las alas de una mariposa, una viuda negra por más señas.

Me dieron tanta penas sus esfuerzos por desprenderse de su ropa que rasgué el vestido y las braguitas rojas y todo lo que se puso a mano, con excepción del sujetador cuya tela parecía reforzada. No entiendo la razón puesto que sus pechos eran más bien del tamáño cógeme-con-la-mano-sin-problemas.

Si ahora me preguntaran cómo llegamos a estar desnudos sobre el suelo alfombrado me vería en un serio problema para explicar el orden cronológico de los acontecimientos. El caso es que Mona jadeaba como si le faltara el resuello, mordía al pequeño Johnny y hasta logró tragarse algún pelo de mis testículos hinchados como globos -¡uff cómo duele!. Se lo quitó de la boca como la pantera se quitaría un hueso que le estorbara y se puso a reir a mandíbula batiente mientras yo lloraba.

-Lo siento Johnny, pero es que me pones como una moto. ¡Ja,ja!.

Su voz estaba en las antípodas del tonillo pijotero que llevaba empleando conmigo toda la noche. Era una voz muy femenina, muy sensual, eso sí, con mucho carácter, de mujer de rompe y rasga, vamos. Hubiera querido hacer unas preguntas sobre ese tema pero no tuve tiempo. Buscó mi boca y en su interior algo que seguramente habría perdido y tenía mucha prisa en encontrar. Me dio un cierto repeluzno darme cuenta de que aquella boquita de piñón había estado hurgando en mis pelotas, incluso pensé que me iba a tener que tragar mi propio pelo testicular pero ella se había desecho del pequeño trofeo. Su saliva sabía a salsa de marisco y sus labios a marisco recién pescado (me refiero a los labios de abajo donde introduje mis dedos buscando la clave de toda su personalidad). Mientras ella, que habia dejado de besarme, hurgaba con las manos en las cosquillas del pequeño Johnny, acerqué mis dedos a la nariz y olí ese perfume embriagador que su sexo ardiente eyaculaba, plagado de hormonas femeninas sólidas como gelatina.

No me dejó experimentar mucho más porque a partir de ese momento la iniciativa fue suya y solo suya. Recorrió mi cuerpo con su lengua, volvió a besarme, me susurró a la oreja que tenía un cuerpo apolíneo, vamos que estaba más bueno que el pan, restregó sus manos por mis pelotas, hizo un remedo de masturbación con el pequeño Johnny que estaba ya tan contento que no quería otra cosa que entrar en su cueva, y sin encomendarse a Venus, la diosa dela lujuria, me montó ayudándose con las manos para introducir al ahora gran Johnny en su húmeda y cálida vagina. No fue un trotecillo suave sino un galope desenfrenado de pantera libidinosa montando a animal bello. Galopaba con tanta ansia que gran Johnny se salió un par de veces de aquel adorable ataúd y Mona lo volvió a entubar a manotazos. Su vagina no era pequeña pero tampoco muy grande, el gran Johnny se sentía un poco asfixiado y rozaba contra las paredes suaves en un movimiento vertiginoso y muy apretado. Los muslos de Mona eran como tenacillas suaves y cálidas que orpimian a gran Johnny como si no quisieran dejarlo escapar nunca de aquel redil.

Menos mal ella era un peso ligero o Johnny, el poseedor del gran Johnny, habría quedado empotrado en el hormigón, bajo la alfombra y el suelo. No había ritmo en aquel galope, sólo un ansia loca de que el ariete la penetrara hasta el fondo, hasta salir por la otra puerta y a fe que estaba a punto de imaginar que eso sucedería de un momento a otro. Mona gritó y chilló porque el orgasmo le venía a la boca y era de los peces grandes. Yo sentí que reventaba y el pegajoso semen que bajaba por el estrecho tubillo salió disparado como bolas de chicle contra las paredes dúlcemente calientesde su vagina, donde chocó y retrocedió y comenzó a inundar aquel océano primordial con estremecimientos dolorosos e imparables. Mi pene echaba y echaba toda su potencia en largas ráfagas al tiempo que se contorsionaba nerviosamente, como si nunca fuera a parar la danza.

Mona se dejó caer sobre mi pecho respirando entrecortadamente mientras el gran Johnny lograba vaciar las pelotas de su carga al tiempo que su estremecimiento se fue atemperando. Moví con las caderas a Mona porque el pene aún quería seguir el ritmo. Me quejé suavemente y antes de que acabara el orgasmo, largo y apasionado, grité a todo pulmón todo el placer que había sentido allí dentro, en la boca húmeda de la pantera que me había tragado sin tiempo para elucubraciones.

Allí permanecimos sobre el suelo, desnudos los cuerpos, sudando y oliendo a hormonas festivas, la ropa desecha extendida en un amplio círculo y la comida parte en la mesa y parte en el suelo. Cerré un momento los ojos y me dejé llevar por la lasitud que me embargó. Cuando nos recuperamos Mona me obligó a ponerme en pie y cogiendome de la mano me llevó hasta su dormitorio donde me arrojó con suavidad sobre el lecho. Ella se dejó caer sobre mi y por un momento temí que volviera a morderme. No lo hizo, se movió como una serpiente hacia la mesita de noche y sacando un paquete de cigarrillos y un mechero me ofreció una pausa.

Fumamos en silencio. De pronto me habló y observé en su voz un tono pragmático que me sorprendió.

-Se me ocurre Johnny (sé que no es el momento pero soy una mujer pragmática que no deja escapar las ideas que pueden darle dinero) que podrías colaborar en mis revistas con un consultorio sexológico. Nadie puede estar más preparado que tú, la teoría se queda en nada ante una experiencia como la tuya. ¿Qué te parece?.

Me parecía que no era el momento. Eché una larga calada y dejé escapar el humo hacia el techo. Poco a poco me fue pareciendo muy divertido todo aquello y me eché a reír.

-¿Por qué no?. Creo que hasta podría ser muy divertido.

Ni corta ni perezosa se levantó y se puso a buscar algo en el cajón de su cómoda. Su culo me miraba sonriente, prieto, y se movía como con ganas de juerga. Finalmente vino hacia mi tapando sus pechos con una agenda de piel. ¿Puede exitir placer más estético que un bello cuerpo femenino desnudo?. Cada uno tiene su propia estética intransferible. El cuerpo de Mona ahora me parecía más atractivo que al principio, bajo la ropa, incluso dejé de echar de menos algo más de carne curvilinea. Se tendió a mi lado, puso la agenda sobre sus muslos y comenzó a tomar notas.

-Creo que podríamos empezar, para la primera consulta, con una mujer ficticia que cuenta su problema conyugal. Tiene que resultar divertido pero al mismo tiempo verosimil. ¿No te parece?.

Me parecía porque cada vez me resultaba más divertida la idea. Dejé que mi imaginación volara y Mona iba tomando notas y haciendo sugerencias. Resultó una noche larga y divertida. Hasta pude terminar de cenar a gusto. La relación con Mona sería de las más divertidas en mi curriculum profesional. Tiempo habrá para contarla. Y de pija nada, era tan sólo una pose para disimular su sagacidad en los negocios y su inteligencia en una sociedad donde sólo los hombres pueden ser inteligentes.

Y con este doy por terminado este intermezzo que ha sido más largo de lo previsto. Me disculparán pero Johnny ha ido alargando el momento de hablar de Marta, su gran amor. Hasta los gigolós tienen su corazoncito tierno y a veces se enamoran. Como en todo amor el dolor acecha, el drama, la pasión, los celos, el desencanto, la amargura de la despedida. Sí todas esas cosas que tiene el amor. Creo que no me quedará otro remedio que hablarles de Marta. Ustedes juzgarán si Johnny tenía motivos para ir dando largas a esta historia.

Continuará.