Diario de un gigolo (22)

Johnny es muy meticuloso en la narración del encuentro con Mona. La exquisita pijería de esta mujer le pone a cien pero hay que degustar el instante o ya no volverá nunca.

CONSULTORIO SEXOLOGICO DE JOHNNY (CONTINUACION)

Me enseñó el pequeño apartamento de su propiedad, apenas unos trescientos metros cuadrados con casi doscientos de terraza-jardín-invernadero-selva-amazónica. Mona sería pija, que no lo niego, pero lo que sí era indubitablemente cierto es que estaba forrada. Cogiéndome de la mano como a un novio me llevó por el pasillo haciéndome apreciar los cuadros contemporáneos de pintura abstracta, de autores muy conocidos según ella, que Johnny no apreció casi nada porque la pintura abstracta no es uno de sus puntos fuertes si bien se quedó con los nombres por si un día se veía precisado a volver como ladrón de guante blanco, tipo Cary Grant. Tuve que ver la enorme cocina reluciente como una patena y no es de extrañar porque al parecer como me enteraría luego Mona cocina menos que el capitan de un submarino. Realiza pocas comidas en casa y las pocas que se ve precisada a soportar debido a invitados indispensables las atiende a través del catering o de un restaurante francés muy cercano a su domicilio y con cuyos dueños tiene una relación tan "española" que hasta le prestan al chef para las emergencias quien cocina en el restaurante y se trae la comida y sirve desde la cocina para quedar bien con los invitados.

En este caso no procedía la presencia del chef ni tampoco de mayordomo, doncella o camarero. Se trataba de una cena íntima que Mona excusó de la siguiente manera:

-Disculpaaaraas Johnnny que no tenga servicio esta noche pero he pensado que te sentirías cohibiido. Nos serviremos los dos del bufet y así estaremos más cómodos. ¿No te pareecee?.

Dije que me parecía muy bien y ella aprovechó para mostrarme el inmenso salón donde estaba montada la gran mesa ceremonial con mantel, velas y toda la parafernalia de estos casos. Aprovechó para hacerme pasar al invernadero por una puerta cristalera y enseñarme sus flores exóticas y hasta algún que otro arbolito, desde bonsais japoneses a palmeras tunecinas. Me hizo mirar hacia el techo donde una potente iluminación casi me deja ciego. Mona aprovechó para darme un besito en la boca como quien no quiere la cosa y entonces yo me abracé a su cinturita de avispa y no la dejé respirar hasta que libé de sus labios casi toda su sensualidad que no era mucha en aquel preciso momento.

Sin más preámbulos me pidió que la acompañara al dormitorio para que pudiera ayudarla a vestirse.

-Sé que es mucha confianzaa por mi paaarte pero no soporto quedarme sola. Si no tengo compañía digo a mi doncella que me acompañe y así charlamos un rato mientras ella dobla y coloca la ropa. Te parecerá una niñería, Johnny, pero hay noches en que la obligo a quedarse y contarme cotilleos hasta que me quedo dormida. No soporto la soledad. Pensaraass que no hay razón para dormir sola pero veráass no me gustan los amantes de aquí te pillo aquí te mato. Suelen salir ranas y al menor descuido se llevan la cubertería.

El dormitorio no era enorme pero sí bastante grande. No me sorprendió que Mona se sintiera perdida en él y más cuando al mirar al techo pude ver los enormes espejos que reflejaban la cama en mil y una posturas, texturas y deformidades. Podía ser pija que ya empezaba a preguntarme si mi primera apreciación no estaría equivocada aunque desde luego no era tonta y mucho más sensual de lo que hubiera parecido a primera vista. Observó mi estupefación y me pidió que probara la cama redonda donde imaginé que alguna que otra orgía si se había montado la muy sensual. Antes me obligó a quitarme los zapatos y me ayudó a vencer mi timidez con un empujoncito. Desde el centro del círculo perfecto pude ver en los espejos del techo mi cuerpo partido en pedazos deformes. Me moví un poco y entonces el cuerpo engordó como si me hubiera comido un paquidermo y otro movimiento de nada y adelgacé como si una pantera estuviera devorándome. Así probé diferentes posturas descubriendo que los espejos creaban todo un universo deformado del habitante del lecho, no todas las transformaciones eran para mal en alguna de ellas me encontré mucho más guapo de lo que soy, que lo soy mucho.

Me dijé que era mejor probarlo desnudo y en compañía de Mona y me puse a su disposición como valet de chambre. Abrió su enorme fondo de armario lleno de vestidos de todos los colores, texturas y diseños, asi como de zapatos que hubieran encantado a Imelda Marcos, y me pidió que la ayudara a escoger un modelito agradable y al mismo tiempo muy de cena prosopopéyica. Como suele suceder en estos casos tu sugieres y ella decide tras una larga duda hamletiana. La única sugerencia que aceptó fue la de la ropa interior en color rojo y trasparente con liguero de corista incluido. Fue un placer colaborar a deshacerse de la batita que había llevado todo el rato mientras me enseñaba la casa y mucho más placer me sobrevino al destrabillar el sujetador por detrás y acariciar sus pechos pequeños y macizos como una bola de billar. Para quitarse las braguitas se sentó en el lecho, luego se recostó y finalmente me pidió que se las arrancara con delicadeza. Lo hice apreciando con detenimiento su hermoso cuerpo de modelo. Me permitiréis que me detenga un poco en esta descripción porque Johnny sabe apreciar muy bien los encantos de cada cuerpo femenino.

Solo un monstruo lujurioso como Johnny puede hacerse una idea cabal de lo que va a encontrar debajo de lo que las mujeres civilizadas llevan sobre su piel. Supongo que hay mujeres salvajes que salen a la calle en pelota picada pero no tengo el honor de conocer ese país, ni siquiera me he acercado a una playa nudista pero puede que lo haga y pronto. Un profesional llega a intuir cómo son los pechos de una mujer por mucho que ésta los disimule o modifique con su vestimenta. También sabe cada curva, cada recoveco que se oculta bajo la ropa, lo que no puede es preverlo todo como le sucedió a Johnny que se encontró con un triángulo púbico digno del cuerpo de una selva amazónica. Pelos largos y negros como la noche retorciéndose en una endemoniada permanente y ocultando esa sonrisa vertical que todo macho desea le sonría al menos la primera vez, las otras puede pasarse sin la sonrisa.

El cuerpo de Mona era muy mono eso sí pero a Johnny le gustan más las formas rotundas que las caderas estrechas, los pechos que cogen en la palma de la mano y las curvas apenas esbozadas. Es el modelo anoréxico, de top model alimentada en huertos de mucha lechuga y poco pepino. No quiero decir con ello que la belleza bien alimentada de Rubens me ponga a cien pero es preferible no encontrar hueso demasiado pronto, ustedes ya me entienden. No es que me queje del cuerpo largo, de piel suave y reluciente, que Mona ponía a mi disposición. Incluso había cerrado los ojitos para hacerse la princesa dormida. Pude resistir la tentación, tal vez con un cuerpo más rotundo no lo hubiera conseguido, por dos razones.

Una que me gusta charlar y jugar a la seducción mejor que un polvo rápido con una desconocida que puede quedar satisfecha con una chupada al caramelo mientras le falta tiempo para decirte que ha surgido una horrible jaqueca y prefiere quedarse sola. No sería la primera vez que le ocurre a Johnny. La otra razón es que tenía hambre, hambre estomacal y no peneal. Era ya tarde y apenas había podido comer un sandwich rápido en una cafetería por motivos que no les voy a contar aquí. Tenía hambre de lobo y necesitaba meter algo al cuerpo para que mi cuerpo pudiera meterle algo sustancioso a Mona.

Claro que aproveché su pudoroso gesto para buscar su lengua dentro de su boca. Lo hice sin prisas, buscando en su saliva el ISA (Información Sexual Absoluta). Me detuve largo tiempo paladeando el líquido sexual por excelencia,la saliva, más incluso que esa discreta eyaculación femenina que huele a sexualidad al rojo vivo. Como si de buscarle todas las propiedades a un buen vino se tratara no escatimé en la cata. Mona dejó de hacerse la dormida y respondió aunque no abrió los ojos.

Mis manos exploraron sus pechitos prietos y suaves como la canela y mi boca recorrió su piel en un largo camino hacia el monte de Venus donde tuvo que perder el contacto para escupir un pelo un poco más largo que el resto. Mona suspiraba quédamente como invitándome a montarla pero decidí que eso podía esperar. Me puse de pie y esperé contemplándola como a la Venus de Milo a que decidiera abrir los ojos. Cada cuerpo femenino no es simplemente el de una muñeca inchable con las pequeñas diferencias de detalle que le da el fabricante para que no parezcan recién salidos de la cadena de montaje. Cada cuerpo tiene su propia aura en la que unos ojos avezados pueden descubrir la personalidad que lo ocupa. La mirada de Johnny creyó descubrir a la pantera que se ha tragado más carne de lo que estaría dispuesta a confesar. También observó que su pijería podía muy bien ser una pose de buena actriz porque la sensualidad de los rasgos de su rostro que pretendían mostrar una virgen cándida era demasiado evidente para quien conoce todos los procesos y etapas de la excitación femenina.

Por fín abrió los ojos y se sonrió.

-Cariño, te lo había puesto a huevo. ¿Qué te ocurre?.

-No es por nada pero tengo hambre y me gustaría seducirte sin prisas si no tienes inconveniente.

-Cariiiñoo. ¡Cómo me gusta que te lo tomes así!.

Ayudé a que se embutiera un vestido de noche negro que se ajustaba a su cuerpo como un guante de terciopelo. Tenía una raja al costado que me permitió ponerlas las medias con todo el morbo que para mi tiene esta operación y rematé con unos zapatitos rojos de tacón de aguja, demasiada aguja para una cena en petite comité en mi humilde opinión, pero cada cual tiene sus gustos.

Se miró al espejo como si una diosa la hubiera prestado su cuerpo y luego tuve que acompañarla al tocador donde se dio un bun toque de "rouge", colocó cada cabello en su estuche y remató con una colonia de un millón de pelas la onza que se echó tras las orejas en un gesto tan femenino que estuve a punto de volver a desnudarla. Por el ancho pasillo fuimos del bracete como si de una cena de gala se tratara. En el salón me invitó a servirla un aperitivo mientras ponía algo de música. Una partita para violín solo de Bach. Eso ya supuso una drástica revolución en el concepto que tenía de Mona. No obstante dejé que siguiera con su habla pija y sus gestos de burguesita que nunca se ha puesto el mono de trabajo.

La cena comenzó con una sopa fria, luego cóctel de mariscos y un par de platos que parecían obras maestras de la pintura contemporánea aunque juro que no llenaban ni el centro del exquisito plato de vajilla digna de la realeza. Mientras tanto ella hacía preguntas y Johnny contestaba. Eso sí, un poco turbado porque Mona me estaba desnudando sin la menor vergüenza. ¿Saben cómo desnuda con la vista un macho salido a una hembra de bandera a la que acaba de ser presentado?. Pues si lo saben borren esa sonrisa de buitre de su cara porque no es muy normal que una mujer haga lo mismo solo que con sonrisa angelica. Ahora entiendo la reacción de las mujeres a las que suele desagradar y mucho este tipo de inspección. Mona me iba desnudando poco a poco y sin prisas con la mirada de sus ojos claros.

Cada bocado que llevaba a mi boca iba impregnado del aliento sensual de sus labios entreabiertos. La mirada lujuriosa del macho es desagradable. Hasta yo mismo lo reconozco porque yo mismo me he observado en un espejo tras contemplar a una hembra que recetan los doctores de postín para quitar el hipo. En cambio aquella mirada de Mona me iba encendiendo poco a poco, cada centímetro de piel, como si me estuviera pasando fuego volcánico atrapado en una cerilla por los lugares que previamente desnudaba con su mirada. Ella apenas comía, un pajarito se lo hubiera pasado mejor en la mesa, pero disfrutaba viéndome comer y apreciando el fulgor de mi belleza. Sí, ya sé que suena muy raro porque a las mujeres nunca se las nota que estén apreciando la belleza masculina o lo disimulan muy bien porque ni te enteras. Hay excepciones, claro, y Mona era una de ellas. Me miraba fíjamente y suspiraba y luego me decía con su habla pija que se iba deshilvanando por momentos.

-¡Johnny, carriiiño, qué bueno estás!. Que hermosura de rostro. Y ese cuerpazo me está mareando. ¡Anda sírveme otra copa de ese vino blanco o me voy a desmayar!.

La noche prometía. Mi cuerpo se iba entonando en todos los sentidos y la exquisita música de Bach en aquel pisito de nada estaba poniendo a cien mi romanticismo. Y debo hacer una pausa. Pensaba haberles contado lo del consultorio sexológico pero me he liado y como viene después del polvo lo dejaremos para el último episodio de este breve intermezzo. No se vayan.

Continuará.