Diario de un gigolo (21)

Ella parecía pija pero Johnny se llevó la sorpresa y además acabó teniendo una consulta de sexólogo "avezado". ¡Cuidado con las pijas!. Engañan mucho.

DIARIO DE UN GIGOLÓ XXI

INTERMEZZO

CONSULTORIO SEXOLÓGICO DE JOHNNY

A lo largo de mi vida profesional he tenido que vestirme tantas veces como me he desvestido. No,no se trata de una broma. Con vestirme me refiero a disfrazarme, a adoptar personalidades insólitas como un actor no encasillado. El haber adoptado el disfraz de sexólogo o consultor sexológico en una revista para mujeres no ha sido mi personalidad asumida más extravagante, al fin y al cabo ese papel le viene como anillo al dedo a un gigoló. Todo empezó cuando conocí a una señora muy emprendedora. Mona era una mujer a la moda. Vestiditos de alta costura, peinados de altos vuelos, elegancia en cada uno de sus gestos. Hablaba como una pija con dinero y realmente lo tenía. Era directora de una revista femenina de gran tirada así como propietaria de otra revista con más morbo, de pequeño formato pero de gran difusión, donde se contaban todos los chismes imaginables de famosos y famosetes. Aparte una cadena de boutiques de ropa femenina atrevida y picarona que diseñaba para ella en exclusiva un modisto de gran predicamento.

Nos conocimos en un cóctel que dio para inaugurar el buque insignia de su cadena de boutiques aquí en la capital. Me llevó una clienta bastante excéntrica que no soportaba follar en lugares cerrados, padecía de claustro-polvo-fobia por inventar una palabra para su curiosa enfermedad. Tenía que acompañarla a restaurantes de postín donde nos deslizábamos hacia el aseo de señoras y ante el escándalo de las usuarias nos encerrábamos en un retrete y allí dale que dale hasta que la enclaustrada llegaba al orgasmo. Me dirán que se trataba de una enfermedad muy contradictoria ya que el retrete-polvo también es un tanto claustrofóbico. En realidad ella lo que no soportaba era quedarse con su amante en una habitación por muy amplia que fuera. Necesitaba salir a la calle, moverse de acá para allá y en el lugar apropiado, donde le pillara la suprema cachondez, allí utilizaba a Johnny con todo descaro. Lo mismo podía ser un parque que un ascensor que un taxi o los lugares más inusuales que ustedes se puedan imaginar. Se preguntarán con toda razón cómo no acabamos enchironados de por vida. La razón estaba en su marido, podrido de millones que además ostentaba algún tipo de cargo o autoridad política que no les voy a detallar no sean que se pongan a identificar y me metan en un lío. La historia de esta claustropólvica merece un largo episodio aparte, no se pongan nerviosos que todo llegará en su momento justo.

El caso es que me ofreció un dineral por acompañarla al cóctel y echar un polvo en el lugar más apropiado. Mona y ella se conocían a través del eslabón Cary, el semental number one de Lily hasta que llegó Johnny sin falsa modestia. Mona, que utilizaba los servicios de Lily esporádicamente, y Cary estaban encamados en la casa number one cuando la susodicha entró en ella como un ciclón. Atravesaba un momento de prisa orgásmica de todo punto incontrolable. Cary las presentó muy modestamente en pelotas y después de acompañarla a donde fuera, algún lugar muy apropiado para el polvo, seguro, sugirió que un tal Johnny sería el anillo apropiado para su dedo peripatético. Así cayó este servidor de ustedes en las garras de este portento cuyo nombre me reservo para el capitulo ad hoc.

No hubo polvo en el cóctel porque mi acompañante se encontró con Alicia, una cantante folclórica, a la que adoraba con pasión desmedida como ponía en casi todo. Fui presentado y Alicia me echó una miradita que ya-ya. Después se liaron en un tete-a-tete en el que yo sobraba así que me fui a tomarme una copa y probar los canapés donde me echó el guante Mona que andaba a la busca de un invitado agradable que la acompañara al lecho librándola de una soledad angustiosa e insoportable precisamente en una noche tan feliz como aquella. Tuvo el detalle de llenar mi plato de exquisitece y de servirme un riquísimo vino blanco. Allí quiso saberlo todo sobre Johnny en un prólogo muy cortito.

Mientras ella hacía las preguntas Johnny observaba con detenimiento su cuerpo enfundado en un modelo elegante, de una elegancia...¿cómo diría yo?... un tanto extravagante, muy propia del modisto de la pijería madrileña. Y aparte de los encantos ocultos de Mona lo que más me estaba llamando la atención de ella era su manera de hablar. Confieso que me resulta simpática el habla pija, incluso puede ser divertida, pero no es lo mío, esa entonación retórica hace pensar que tu interlocutor está hablando para la posteridad, para una posteridad pija por supuesto.

-Joooohny, ¡qué ganas tenía de conocerte!, ¿sabees?. Me habían comentadoo que eras un encantoooo pero creo que se han quedado cortos. ¡Qué guapísimo y qué discreto!. Creo que tienes una gran cultuuuraa. Será un placer charlar contigo, cariñooo. Y hacer otras cositas. Ja,ja-ja,jaaaa. Mira guapoo, te voy a dar mi tarjeta antes de que se me olvide. Sabeees, tengo mala memoria, aunque no creo que contigo me falleee. Ji,ji, ¡qué mala soy Johnnyy!. Esta semana estoy muy ocupada, no saaabees cuánto trabajo da esto de los trapitos. Déjame que te llene el platito de cosas ricas. ¿Prefieres vino blancoo o algo más fuerte?.

Me quedé con el vino blanco en una mano y de la otra me agarró ella, como si fuera una pulpa sensual, arrastrándome hacia un discreto rinconcito. Allí nos sentamos muy juntitos y ella continuó con su pijería contándome cómo de la "nada" había alcanzado cotas "sublimees". Claro que su familia tenía un buen pasar pero eso no la quitaba mérito alguno. Como quien no quiere la cosa primero intentó cogerme la manita pero la tenía muy ocupada con un tenedor con el que me llevaba a la boca las exquisiteces que Mona había puesto en el plato. Entonces se colocó a mi izquierda en el sofá y dejó caer su mano derecha, como quien no quiere la cosa, entre mis muslos donde hurgó con delicadeza.

-¿Sabees Johnnyy? Creo que tu y yo vamos a ser muy buenos amigos. Con permiso de Mimí, claroo. Dicen de ella que es muy mimosa, sobre todo en público pero yo creo que es un poco guarrita y perdóname por la ordinariez.

Me contó algunos cotilleos sobre Mimí, la claustro-pólvica, que me pusieron los pelos de punta y el tenedor en el aire. Claro que entre elegir recorrer la ciudad a uña de caballo con Mimí de jineta y soportar un par de horitas de charla pija de Mona la elección estaba bastante dificililla. En ese momento llegó una mujer mayor tan enjoyada que miré detenidamente dónde tenía el guardaespaldas porque no me hacía a la idea de una joyería ambulante paseando sin la menor seguridad. Se sentó toda alborotada al lado de Mona susurrándola al oído una atropellada perorata de la que pude entender palabras sueltas. Por lo visto se había producido un escándalo, una niñita de la buena sociedad que le daba a la coca cosa fina había mezclado con una dosis excesiva de alcohol y estaba escandalizando a todo el mundo intentando bajar los pantalones de los caballeros para ver si adivinaba el color de su ropita interior. Mona se disculpó, me besó suavemente en la boca sucia de comida y como quien no quiere la cosa me susurró a la oreja que bajo ningún concepto me olvidara de llamarla la semana que viene. Me quedé tan pancho terminando el contenido del plato y cuando lo conseguí le endilgué la vajilla a una guapa camarera que pasaba por allí. Se me quedó mirando con carita embobada y yo la guiñé un ojo muy cariñoso. Se marchó deprisa moviendo su hermoso culito hacia la parte trasera de la boutique destinada a almacén y donde habían instalado el catering. Antes de traspasar la puerta comprobó que yo había observado detenidamente el movimiento de su trasero, suspiró como quien no quiere la cosa y desapareció en las tinieblas.

Di una vuelta sin prisa observando a las damas y procurando evitar las miradas inquisitivas de los caballeros buscando a mi pareja. La encontré en una conversación muy acaramelada con la folclórica, luego me enteraría que Mimí amaba también a las damas, así que decidí escabullirme resistiendo la tentación de tener un tete-a-tete con la camarerita. Sin polvo pero bien comido cogí un taxi y desaparecí en el asfalto.

Confieso que durante la semana estuve pensando en retirarme a un monasterio para aliviar mi estrés. Este tipo de alivio estaba por entonces muy de moda, pero me dije que no era cuestión de perderme el cuerpo delicioso de Mona -lo había adivinado bajo su extravagante vestido- por un quítame allá esas pijerías. No sé la razón pero me daba en la nariz que podía aportar algo nuevo a mi vida, un tanto insulsa aquella temporada, y no me equivoqué lo más mínimo. Martita llevaba seis meses sin llamarme y las viejas clientas de mi agenda habitual me tenían un poco harto. Así que nada más levantarme aquella mañana, justo siete días después de habernos conocido, cogí el teléfono y marqué el número señalizado a triple tamaño en su tarjetita rosa. Me contestó una dulce vocecita de secretaria quien me pidió que esperara un instante, la señora estaba reunida pero le había dado órdenes estrictas de pasarle a Johnny en cuanto sonara el teléfono.

-Joooohnyy. ¡Que alegría!. Por un momento creí que no me ibas a llamar.

-Justo se cumplen siete días.

-Claro, claro, pero no tenías que haber sido tan estricto. No sabeees lo que me hubiera alegrado que me llamaras justo al día siguiente.

-Nunca digo que no a una bella dama pero no me gusta molestar.

-Tú no molestas nunca, cariñooo.

-¿Cuándo quieres que nos veamos?.

-Ji,ji, cómo me gusta esa impaciencia. Mira precisamente esta noche he hecho un hueco en mi agenda.

Oí el sonido de las hojas pasando rápidamente. Sentía curiosidad por aquella agenda, tal vez me dijera si había reservado todas las noches esperando mi llamada o Johnny era un apunte más.

-¿Te parece bien, Jooohnyy?.

-De perlas.

Me dio la dirección de su apartamento que no venía en la tarjeta. Un número de la Castellana que yo sabía gracias a la cháchara de alguna de mis clientas correspondía a un lujoso edificio construido por un socio del marido de Martita. Allí estaba cinco minutos antes de la hora convenida. El portero, un señor muy mayor y muy tieso tenía instrucciones de hacerme subir sin preguntas. Llamó a Mona por el teléfono interior y me condujo rápidamente al ascensor de donde se volvió con un saludo muy respetuoso y una sonrisita de conejo que disimuló lo mejor posible con una tosecilla.

Mona me recibió en bata, una deliciosa y atrevida prenda de su modisto favorito. La llevaba como al desgaire por lo que pude apreciar sin esfuerzo sus pechos más bien pequeños pero muy redonditos y prietos. Sus pezones eran enormes, casi tan grandes como los montículos donde estaban sujetos. Bueno es un poco exagerado pero ciertamente eran los pezones más grandes, en comparación con la glándula mamaria, que nunca había visto ni vería. El desgaire con que llevaba la batita, bastante transparente por cierto, era tal que la perspectiva de sus largas piernas era completa, incluidos muslos finos y un trocito de tela de braguita. Se estrechó contra mi cuerpo enfundado en el traje de las grandes ocasiones -me había pedido por favor que fuera lo más presentable posible- y me solicitó con exquisita cortesía pija si podía darme un beso con lengua. Acepté encantado porque deseaba percibir en su boca toda la esencia de Mona. Un beso bien dado y degustado sin prisa permite saber por anticipado un noventa por ciento por lo menos de lo que se puede esperar de la presunta amante. Es un consejo que les ofrezco gratuitamente. Cuando conozcan a su pareja y después de largas aproximaciones consigan el beso ansiado permanezcan en él todo el tiempo que les permitan. En él está toda su futura vida de amantes.

No les voy a describir el coqueto y lujoso apartamento de Mona porque no hay tiempo. Sí puedo decirles antes de acabar este episodio que nos esperaba una cena pija, de cocina postmodernista o como se llame que cada vez se llama de forma diferente, preparada por mano anónima de maitre de hotel de seis estrellas, y alguna que otra sorpresita. Y no se hagan cruces que Mona se vistió un modelito soberbio para cenar. Hubiera sido imperdonable en ella hacerlo con su batita como al desgaire.

Continuará.