Diario de un gigolo (20)

Termina una de las aventuras mas estrambóticas de Johnny aunque la que sigue en este intermezzo tampoco es coja.

DIARIO DE UN GIGOLÓ XX

EPISODIOS BREVES,POLVOS RAPIDOS

RUBIA EXPLOSIVA Y DEMONICA (R.E.D) II

El temor a que su locura lasciva terminase con la vida del pequeño Johnny me obligó a reaccionar. La agarré de la cabellera y antes de privarla de su adorable chupete hundí con fuerza su cabeza entre mis apacibles muslos luego la sacudí hacia atrás intentando hacer regresar a su subconsciente desde la infancia de las piruletas de fresa a la edad adulta en que el consciente toma las riendas y hasta practicando el sexo más desenfrenado uno debe recordar que hay que guardar las formas. Las buenas maneras están bien siempre y en cualquier lugar. Aproveché el momento de respiro para medir sus pechos con mis manos y sus pezones con mis dedos. Reconozco que me hice una idea aproximada de sus medidas, de su tersura y de su calidez consiguiendo de esta manera arrojar de mi subconsciente la idea de dos airbag volando por la autopista a doscientos por hora. No me conformé con el tacto y quise que el gusto participara también de las agradables sensaciones en que todo mi cuerpo estaba envuelto. Craso error este por mi parte porque mi lengua en sus pezones y mi boca en sus pechos aceleraron su locura lasciva hasta límites inenarrables.

Su mano atrapó mi pirulí y con un golpe maestro en el que intervino también un asombroso movimiento de caderas sus labios de abajo, los más insaciables de los labios, se hicieron con el instrumento musical al que insertaron hasta el fondo de la vagina en una penetración antológica dentro de la infinita y desconocida, por íntima, antología de las penetraciones a lo largo de la historia del sexo. No pude hacerme una idea de la amplitud de la cueva donde habían hecho prisionero a mi pequeño Johnny puesto que estaba tan encajonado entre las paredes gracias a una utilización contorsionista de todos los músculos pélvicos de mi R.E.D. que no hubiera logrado sacarlo de allí ni con abrelatas, caso de haberlo intentado que no lo intenté porque debo reconocer que estaba muy, pero que muy a gusto.

El movimiento calmoso de mi rubia explosiva me pilló por sorpresa porque resulta difícil imaginar que algo tan demoniaco como ella pueda tener momentos de calma. ¿Se han fijado en la suavidad con que las olas acarician la playa?. Ni punto de comparación con su movimiento de caderas rompiendo contra mi pelvis. Sin duda era una auténtica maestra en mantener el miembro sin respiración con unas llaves musculares de judo y a continuación acariciarle con toda la extensión de sus músculos más íntimos. Sus gemidos roncos alcanzaron el éxtasis de la morbidez. Todo mi cuerpo se estremeció como si lo estuviera pisoteando en caballo de Atila. Ella no pudo resistir tanto gemido ronco y se dejó caer sobre mi torso buscando en vano la respiración que se le acababa con tanta ronquera lasciva. Solo logró expulsar un poco de aire ronco como hubiera hecho una pantera hambrienta antes de atrapar a su presa. Reaccionó de forma imprevisible puesto que sus caderas dieron una embestida tan brutal que mi cuerpo aún se hundió más en la cama de agua si eso fuera posible. Un aullido desgarrador llenó la oscuridad de plenitud lujuriosa.

Ya no podía esperar más mi demoniaca tigresa. De nuevo a horcajadas trotó con todas sus fuerzas como deseando comenzar el galope antes de los segundos necesarios para pasar de 0 a 100 en una línea recta. Mi pene parecía un clavo sujeto a una pared a martillazos o un instrumento musical oprimido con rabia entre los labios de la música que estaba dispuesta a tocar la marcha can-cán de Offenbach sin manos y con los labios de abajo, empresa sólo posible para una rubia explosiva y demoniaca. Mi asustado glande notaba la suavidad de las paredes vaginales por las que rezumaban hormonas y hormonas apanicadas de semejante terremoto.

Gemí como nunca había gemido a lo largo de mi accidentada y satisfactoria profesión de gigoló. Ella se contagió y me hizo un dueto con voz de mezzosoprano que acabó en un bajo continuo. El sonido resultante tenía mucho de mantra recopilador de las frecuencias más bajas del universo. Mi plexo solar vibró con tanta intensidad que por un momento imaginé estar a punto de alcanzar el shamadi. La demonia notó la cabeza del primer espermatozoide asomando por el diminuto agujerito de mi glande y ya no pudo resistir a la llamada del amor. Ni siquiera los rayos de Júpiter tonante hubieran logrado paralizar el galope de esta nueva Venus Afrodita sobre las olas de un verde y borrascoso mar Mediterraneo. El galope se hizo desenfrenado. Exploté en un aullido interminable que traspasó mis tímpanos dejándome sordo por unos segundos. Cuando recuperé el oído mi aullido estaba agonizando y sus gritos roncos eran ahora algo inhumano y terrible.

No cesó de moverse todo el tiempo que duró este concierto de hombres-lobos. Debió alcanzar el final de la vía del tren porque su locomotora dio un tremendo topetazo contra mi pecho y se puso a jadear en mi oreja como si deseara transmitirme los secretos alquímicos más destructivos, algo así como la manera de terminar con el Cosmos con la explosión de un orgasmo. Al cabo de unos minutos el jadeo se parecía más a una corredora de marathón a punto de desplomarse sobre la raya de la meta. Fue apoteósico.

Apenas recuperada le entró un apetito voraz y me dio tal mordisco en mi oreja izquierda que a punto estuvo de quedarme de pintor Van Gogh de por vida aunque ahora mismo no recuerdo si la suya fue la izquierda o la derecha. Por fin se dejó resbalar hacia uno de mis costados, no recuerdo ahora si el izquierdo o el derecho, y comenzó a reírse con su voz ronca con tales ganas que creí la iba a dar algo irreversible.

-¿No crees que ha estado bien, Johnny?.

-Bien, bien, no es la palabra exacta déjame que invente una nueva.

Alargó su brazo hacia la mesita de noche y la pequeña brasa de cigarrillo de la lamparita se apagó bajo los efectos de un tremendo bombillazo. Ahora por fin puede contemplarla en toda su espléndida y demoniaca desnudez. Sin duda no me había mentido cuando al preguntar por teléfono quién era me dijo simplemente con su voz ronca: Querido, soy una rubia explosiva y demoniaca. Ahora sí, ahora podía ver cómo era el cuerpo de una R.E.D. Casi tan alta como Johnny que sobrepasa los 1,90. Rubia como una nórdica peinada por las manos del sol. Su cuerpo era tan rotundo que me quedé sin respiración hasta que mis ojos terminaron de conducir por sus curvas. Sus ojos eran azules y tan transparentes que hasta fui capaz de ver el fondo de su alma lujuriosa. Todo en ella era explosivo por lo que tuve buen cuidado de no volver a tocarla. En cuanto a su aspecto demoniaco uno podía imaginarse vendiendo el alma a cambio de su cuerpo. Lo malo es que ella era la compradora y no te la devolvería hasta haber agotado toda tu fuerza genésica. Así era ella, aquella dulce voz ronca que oí un par de horas antes al otro lado del teléfono.

Por aquel entonces Johnny acababa de hacerse autónomo tras la muerte de Lily y durante un tiempo me vi obligado a caer en la bajeza de poner anuncios en la prensa y en las revistas de contactos que pululaban en las aguas revueltas de la época del destape, recién iniciada la etapa democrática de este país. Ya saben, aquello de polla de dos metros dispuesta a enredarse en las paredes de tu vagina y salir por detrás para volver a entrar por delante. Mis anuncios no eran tan sutiles como eso pero algo había que hacer hasta ir recuperando la vieja clientela asustada tras la muerte de Lily y la lucha en los bajos fondos por hacerse con el control de su negocio. Las amenazas y los chantajes eran tan comunes como las portadas de destape en los quioscos. Hasta Johnny se vio obligado a utilizar pistola habitualmente como un mafioso cualquiera. De esta manera mi R.E.D. me había contactado y no supe nada de ella hasta que el bombillazo me desveló su cuerpo. Ahora parecía dispuesta a hablar como un sacamuelas. Esa es otra característica de las rubias explosivas y demoniacas, que no se cortan por nada y son capaces de contarte sus más escondidos secretos en un suspiro ronco de morbidez inenarrable.

-Hola Johnny. Creo que no he tenido tiempo de decirte mi nombre. Me llamo Coral. Un precioso nombre que me puso mi padre, un sueco trotamundos que quedó hechizado por los arrecifes de coral de los mares del sur. Mi madre era una rubia andaluza. Las hay a pesar de tu sorpresa. Todo en mi salió rubio aunque casi me considero más española que sueca porque mi padre regresó a los arrecifes de coral en cuanto dejó en la vagina de mi madre semilla suficiente para engendrar una barrera coralina. Apenas hablo el sueco aunque he pasado temporadas con mi padre en una isla paradisiaca. Precisamente allí me conoció un multimillonario, una de las diez fortunas más cuantiosas del mundo. Me hice con su polla con esa maestría de la que tú has probado solo un poco no te vayas a creer. Sí, sí, no me mires así. Ya sé que te gusto. Eso es algo que ningún hombre puede evitar.

Se puso en pie y caminó por la habitación con paso de modelo, esa increíble forma de caminar poniendo un pie a la misma altura que el otro. Sus rotundas caderas se balancearon como impulsadas por ráfagas de aire a barlovento y sotavento. Su amplio, prieto, redondísimo y rotundísimo culo estaba incitándome con movimientos aviesos. Su mano derecha en la cadera parecía el asa de un ánfora griega. Todo su cuerpo, incluida su melena rubia hasta la cintura, semejaba un sol a punto de estallar en la supernova más espléndida de la larga vida del Cosmos. Todo su cuerpo relucía por el sudor como untado por ese maravilloso aceite de oliva con que se untaban los atletas y amantes griegos y que ya no es posible encontrar en ningún supermercado moderno. Todo degenera. Todo menos el espléndido culo de Coral que a cada movimiento me parecia más hermoso. Era un sueño de mujer a punto de convertirse en una pesadilla demoniaca porque al darse la vuelta noté sus labios de abajo abiertos y ensalivados dispuestos a morderme de nuevo. Para evitarlo hice una pregunta.

-¿Estás casada?.

-Ja,ja. Claro que estuve casada. Con un españolito morenazo y que se decía muy macho pero que acabó pidiendo la hora a la semana de casados. Me abandonó con el rabo entre las piernas y las manos en la bragueta no fuera a bajarle la cremallera para un último enjuague. Repetí el error otras dos veces, con un sueco que encontré buscando mis raíces y que era frío como un témpano de hielo y con un jeque árabe, de esos del petróleo que me encerró en su harén a cal y canto amenazándome con no dejarme asomar la cabeza a la ventana el resto de mi vida. Al cabo de tres meses, era muy resistente, tiró la toalla, el albornoz y las babuchas y me suplicó cogiera su jet privado y desapareciera para siempre de su vida. Desde entonces he aprendido la lección, sólo una noche por macho, no resisten más. Claro que tú Johnny, pareces distinto, no te arredras tan fácilmente y tienes tesoros ocultos que me gustaría descubrir sino fuera porque dentro de un par de horas tengo que coger el avión que me conducirá a la isla paradisiaca donde me espera mi futuro esposo. Viviremos allí muy felices y comeremos langosta (no me gustan las perdices). No, no me mires así. Es posible que todo acabe como con los tres anteriores pero esta vez me llevaré un buen pellizco que me permitirá viajar por todo el mundo sin dar golpe y con un macho en cada puerto para una o dos noches o incluso tres si resiste mis acometidas.

Se había vuelto a acostar y jugueteaba con mi pene como con una flauta manejada por la flautista de la orquesta que espera sin prisa aunque sin pausa a que el director le de la entrada.

-No, no te asustes, mi Johnny querido. Antes de que me vengan a buscar en limusina gozaremos otro poco. Pero soy considerada te daré media hora para recuperarte. Ni un minuto más. Ya sé que hubiera debido contenerme, reservarme para mi adorable futuro maridito, pero soy incapaz de pasarme veinticuatro horas sin probar el jugo de un buen macho. Soy así por herencia y por voluntad propia y no me arrepiento de nada. Solo de no tener una docena de vaginas para que una docena de machos me abaniquen en las siestas. ¿Sabes, Johnny?. Apenas has dicho una palabra pero me da en la nariz que eres un fabuloso contador de historias. Si todo sale como es previsible volveré a buscarte y haremos juntos un crucero.

No me atreví ni a asentir con la cabeza, por si las moscas. Al cabo de media hora me calentó al fuego y me preparó como un perrito caliente con mucha mostaza y salsa picante a borbotones. Esta vez quiso que yo cabalgara y lo hice con verdadera pasión. Claro que no me quedaba otro remedio puesto que tenía encajado al pequeño Johnny entre sus labios y no existía otra manera de librarse que volver a oír sus aullidos roncos e inhumanos. Cuando todo acabó nos duchamos y vestimos. Me obligó a acompañarla hasta la limusina y aceptar que me llevara hasta mi apartamento. Cuando por fin me vi solo en el ascensor di tal suspiro que la caja voladora hizo un extraño y casi me quedó allí de por vida.

Escuchen mi consejo y no sean estúpidos. Si alguna vez se encuentran con una rubia explosiva y demoniaca, una auténtica R.E.D. salgan volando con el pie hasta el fondo del acelerador. No se les ocurra utilizar el freno, ni siquiera tocar el embrague. Acelerador a fondo hasta que se encuentren lejos, muy lejos. Si no me hacen caso y dicen sí con la cabeza ya será demasiado tarde para dar marcha atrás. Nadie podrá rescatarles. La rubia explosiva y demoniaca les hundirá en los profundos abismos del infierno de la lujuria. De allí nunca podrán regresar. Al menos no vivos.

Fin de este episodio.

Continuará.