Diario de un gigolo (18)

La historia de María no termina bien. Eran otros tiempos en los que el sexo era un tabú. Johnny aprende que el amor no dura para siempre, pero se consuela.

DIARIO DE UN GIGOLÓ XVIII

Desde luego no podíamos pasar un solo día sin vernos. Ella me esperaba a la salida de la academia y me obligaba a llamar a casa desde una cabina. Mis padres alucinaban de que un amigo de clase me invitara a comer porque yo era un adolescente bastante cerrado, pero se lo tragaban sin dificultad, deseosos de que comenzara a ser un chico normal. María me invitaba a comer en una tasca barata y luego nos íbamos al parque a meternos mano en cualquier rincón solitario o si conseguía encontrar una amiga que le prestara el piso por unas horas allá que nos íbamos a disfrutar como verdaderos posesos de nuestros respectivos cuerpos. Por suerte los padres de Mari-Carmen se marcharon de vacaciones. La amiga nos dejó disfrutar del nido como dos tortolitos aunque intentó apuntarse en un par de ocasiones. María estaba encantada pero yo no podía soportar que alguien pudiera pensar que no estaba enamorado de ella, que era capaz de acostarme con otra a la que no quería teniendo el cuerpo de mi enamorada a mi completa disposición. Ambas se reían de mi ingenuidad dando tiempo al tiempo con la esperanza de que el fuego de la pasión se fuera apagando y viera las cosas con más realismo.

Volví a suspender todas las asignaturas pendientes y tuve que repetir. Mis padres agarraron tal cabreo que no querían dejarme salir de casa pero yo me escapaba todos los días para ver a María. La notaba un poco rara así que pregunté si se había reconciliado con su novio. Nunca, me contestó, ese cabrón no volverá a disfrutar nunca de mi chocho. ¡Maldito hijo de puta!. Se mostraba muy cariñosa conmigo e incluso apasionada pero ya no era como al principio y yo me retorcía de angustia imaginando que aquello pudiera acabar.

Desgraciadamente terminó de la forma más trágicamente estúpida de todas las posibles. Un domingo nuestros respectivos progenitores volvieron a salir juntos al cine. María y yo buscamos una disculpa para no hacerlo y nos encerramos en su cuarto. Recuerdo que fue una tarde especialmente fogosa. No nos cansábamos de jugar, de buscar nuevas posturas, de experimentar todo lo experimentable. Mi excitación era casi enfermiza, me ponía cachondo por nada y era capaz de montarla dos y tres veces sin dificultad.

La madre de Maria se puso enferma. Tal vez una mala digestión o tal vez sospechaba algo y quería confirmar sus sospechas el caso es que se plantó en casa antes de lo esperado y nos pilló en plena faena. Estábamos tan entusiasmados que no les oímos entrar. Abrió con toda brusquedad la puerta de la habitación que nos habíamos olvidado de trancar con una silla porque pensábamos acabar mucho antes de que estuvieran de regreso. Entró la madre haciendo toda clase de esparabanes, como suelen hacer las madres en estos casos. Detrás apareció el padre que la había acompañado y este no dijo nada se limitó a gritarme que me vistiera y mientras lo hacía se sacó el cinto y empezó a cintazos con el cuerpo desnudo de María. No fui capaz de soportar el espectáculo y me arrojé sobre él dispuesto a matarlo. Nos separaron ambas mujeres a duras penas. Creo que es una de las cosas de las que me siento más orgulloso. Aquel cabrón recibió un par de buenos puñetazos en la cara que le pusieron un ojo a la virulé y le hicieron sangrar la nariz. No quise marcharme y dejar sola a María. Conseguí que me acompañara y no consentí que volviera hasta que me prometió no regresar aquella noche a casa. Me dijo que iría con su amiga pero no pude saber si cumplió la promesa.

De esta trágicómica manera terminó nuestra aventura. Unos días más tarde me enteré escuchando a escondidas una conversación entre mis padres de que la iban a mandar a París con una tía emigrante que se había casado con un francés. Trabajaría en casa de unos burgueses y no regresaría nunca. Esa era al menos la intención de sus viejos. Los míos no sabían cómo reaccionar. Era algo tan inaudito que mi madre me miraba y lloraba sin atreverse a decirme nada. Por fin un día me comunicaron que me habían encontrado un colegio religioso en una capital no demasiado alejada de Madrid y que acabaría allí los estudios, interno todo el año y sólo regresaría para las vacaciones de verano suponiendo que me portara bien, sino tendría que quedarme con los frailes todo el año.

Mi madre me cogió por banda antes de marcharme y me llamó de todo aunque se cebó más en María. Lo de puta fue lo menos desagradable que la llamó. Mi padre en un aparte se mostró orgulloso de mi hombría pero me pidió que no le dijera nada a mi madre. Ya intentaría él rescatarme en cuanto se le pasara el disgusto. La estancia en aquel maldito colegio fue un verdadero infierno. Los frailes estaban medio locos y todo lo arreglaban a bofetadas. La disciplina era estricta, nos hacían caminar en fila india y escuchamos más misas y rosarios de lo que cualquier católico normal oye en toda su vida. Los compañeros querían saber la causa de mi castigo pero no me atrevía a contarlo por miedo a los chivatos. Allí aguanté como un jabato un curso entero pero ya en el segundo aprendí a buscarme la vida al margen de la disciplina oficial. Conseguí que un hermano lego que hacía la compra en la ciudad me trajera cigarrillos que le pagaba casi al doble de su precio. El muy cabrito se aprovechaba de todos nosotros. Fumábamos a escondidas, conseguíamos novelitas que considerábamos escabrosas aunque a cualquier persona normal le hubieran hecho troncharse de risa y espiábamos a las chicas que trabajaban en la cocina o en la lavandería.

No logré terminar el segundo curso. Con tanto espionaje una chica de la lavandería me echó el ojo. No era gran cosa, esquelética y con cara picada de viruelas pero me dejaba magrearla a gusto. Nos citábamos allí cuando no había nadie y las monjas que estaban a cargo de cocina y lavandería estaban rezando el rosario. Los domingos por la tarde quedábamos en un pinar cercano al colegio. No era difícil escaparse porque nos permitían pasear o jugar al futbol sin control. Allí en el pinar me permitía bajarle las bragas y meterla mano aunque nunca me dejó penetrarla ni con la promesa de que sería un "coitus interruptus". Quise hacerme con unos preservativos pero no se fiaba o más bien buscaba otra cosa porque no hacía mas que hablar de noviazgo y de que nos casaríamos cuando yo fuera mayor de edad. Era una calientabraguetas que buscaba novio a toda costa y yo me aprovechaba. Desgraciadamente siempre acabas pillado, el deseo te acucia demasiado y te vuelves imprudente. Una tarde en la lavandería estaba tocando con gran deleite sus tetas que eran lo mejor de su cuerpo sin duda cuando oímos pasos. Una monja había salido del rosario creyendo que se había olvidado de apagar una de las grandes máquinas que lavaban la ropa de todos los internos. No nos dio tiempo de adecentarnos. A ella la pilló con un pecho fuera y se vio obligada a gritar histérica. Buscó la disculpa de un abuso sexual para librarse del despido y yo la acepté encantado porque se me acababa de ocurrir que esa era la mejor manera de librarme de aquel infierno para siempre.

Me expulsaron y en casa mi madre se negó a dirigirme la palabra durante meses y meses. Mi padre me obligó a contarle una y otra vez cómo le tocaba las tetas a la chica y cómo nos había sorprendido la monja. Luego me pasaba la mano por la cabeza y me revolvía el pelo comentando algo del abuelo que no entendí muy bien. Ahora pienso que el abuelo también debió de ser un viva la virgen. No niego la genética pero me temo que se le echan más culpas de las que tiene. Al poco me encontré con Mari-Carmen, la amiga de María, en la calle. Me habló de ella, me dijo que estaba bien aunque el dueño de la casa la tocaba el culo cada dos por tres. En su casa tenía varias cartas y postales que me había mandado. No sabía cómo entregármelas porque no consiguió sacarles a mis padres la dirección del colegio. Me invitó a acompañarla y ya en su habitación me habló largo y tendido de lo estúpidos que son los adultos y de lo bien que lo podríamos estar pasando María y yo. Me preguntó si seguía enamorado y dije que no dejaba de pensar en ella. Hasta había pensado en la forma de ir a París. Me rogó que la olvidara, la cosa no tenía remedio. Como siguiera en mis trece me hizo leer una de las cartas. Las había abierto todas pensando que nunca podría entregármelas. En ella María se mostraba muy cariñosa pero me pedía que la olvidara. Los franceses no eran mejores en la cama que los españoles, me decía con una franqueza me que encolerizó, los había muy apañaditos, eso si, pero echaba de menos mi fogosidad. Un estudiante de buena familia estaba coladito por ella. Estaba pensando que tal vez fuera hora de sentar la cabeza.

Mari-Carmen me preguntó si tenía novia y enrabietado conté mi aventura con la lavandera. Se echó a reír y me sugirió que si alguna vez andaba necesitado podía visitarla sin ningún miedo. Dije que lo pensaría y regresé a casa llorando. La aventura del colegio solo había sido una forma de pasar el tiempo. Todas las noches me masturbaba pensando en María. El resto ya es otra historia. De María puedo decirte que no se casó con el estudiante de buena familia, terminó en un bar de alterne de la costa Azul francesa. Se lo contó a su amiga en una carta y ésta me pasó la información una noche que la visité porque andaba muy necesitado. Como ves ambos hemos acabado de la misma manera y es que tal como está la sociedad a los que nos gusta tanto el sexo no nos quedan muchas alternativas.

Terminé la historia con Monique medio dormida ni siquiera pude preguntarla si se había enterado de algo porque al intentar ponerla en pie casi se me va al suelo. La cogí en brazos y la subí hasta el dormitorio. A pesar de su baja estatura y delgadez la condenada pesaba lo suyo casi nos caemos por las escaleras. Dormimos un par de horas. De pronto Monique me despertó medio histérica. Por lo visto había quedado con su marido en una comida de compromiso y ya iba a llegar tarde. Nos duchamos juntos y pude comprobar que ella tenía mala cara. Parte de culpa la tenía la resaca pero el resto era miedo puro y duro. Me confesó que seguía teniendo miedo de él, dormía con la pistola bajo la almohada y trancaba la puerta del dormitorio por dentro.

Llamamos a un taxi pero ella no consintió que la dejara primero. Tenía una extraña manía con que él había contratado detectives para seguirla. Me dejó en casa y ella se marchó a la comida. No creo que fuera la mejor comida de su vida. Me prometió llamarme tan pronto le fuera posible. Me derrumbé en la cama y dormí como un tronco hasta que me despertó el timbre del teléfono. Me levanté corriendo y nada más cogerlo no pude evitar preguntar antes de oír la voz al otro lado.

-¿Monique?. ¿Cómo te encuentras, cariño?.

-Ja,ja Johnny, veo que todo ha ido muy bien. Me encanta esa forma que tienes de hacerte con una mujer la primera noche. Disculpa que te haya llamado pero no puedo controlar mi alegría. Me ha llamado Mónica, Monique, como tú la llamas, bandido, y me ha dicho que ha sido la mejor noche de su vida. Está tan contenta contigo que me ha dado su palabra de que conseguirá el favor de su marido aunque tenga que torturarle. Eso sí, tendrás que seguir buscando ese puntito. Creo que ya no le importa mucho con tal de estar contigo. Quiero que esta noche vengas a cenar a mi casa. Quiero hablarte, cariño.

Era Lily. Me alegró mucho que ella tuviera ya su favor y confié en poder sacarle algo durante la cena. La había notado muy preocupada y necesitaba saber si era tan importante como parecía. La encontré esperándome en el jardín. Me confesó que estaba tan impaciente por verme que nada más llamarme tuvo que salir de casa y no dejó de mirar todo el rato hacia la avenida para ver llegar el taxi. Me abrazó con tanta fuerza y me besó tan larga y apasionadamente que por un momento temí no fuera a desincharme dejando mi pellejo vacío entre sus brazos.

Me alegró que hubiera invitado a Anabel. Confieso que aquella mujer me gustaba más de la cuenta por eso procuraba no mirarla demasiado. Lily me habló con entusiasmo de mi trabajo pero se negó a darme detalles de su problema. Ya habría tiempo para ello. En cuanto la mujer multiorgásmica me dejara una temporada me daría unas vacaciones, podría tomarme un descanso donde quisiera. Incluso estaba autorizado a llevarme a Anabel si me apetecía.

-Sí, no te hagas el tonto. Ya he visto cómo la miras.

Ambas se rieron de algo que sin duda habían tramado a mis espaldas.

-Eres muy amable cariño.

-No me des las gracias. Creo que soy muy generosa, demasiado para esta profesión pero en el fondo soy como el acero. No me provoques nunca, Johnny, o sabrás hasta dónde llega esa dureza. Quiero que me lo prometas.

Asentí moviendo la cabeza una y otra vez hacia atrás y hacia delante. La última lo hice con tanta fuerza que me golpeé con el borde de la bañera. Esto me sacó de mi ensoñación. Noté que el agua se estaba tiñendo de rojo. Me había hecho una brecha en la nuca. Ahora tendría que curarme con cuidado para que Martita no lo notara. Me había sentido tan a gusto recordando a Lily, a Monique y aquellos primeros pasos como gigoló que casi me había olvidado de mi cita con Marta. Me esperaba un "menage a trois".

FIN DEL LIBRO PRIMERO

Continuará.