Diario de un gigolo (16)

La iniciación de Máría no fue tan agradable como la de Johnny. Los hombres suelen ser más brutos en estos temas aunque hay de todo en la viña del señor.

DIARIO DE UN GIGOLÓ XVI

Se restregó durante un buen rato. Su sexo planchaba el mío como la mejor planchadora al Oeste del Pecos. Me disgustó que el pequeño Johnny no reaccionara pero con la historia que me estaba contando no se me ponía tiesa ni a la de tres. Sólo de pensar que se lo había hecho con un guarro sin el menor atractivo me ponía enfermo. Estaba celoso, muy celoso, y admitirlo me quitaba las ganas de ponerme encima de María y hacerlo otra vez, ésta a mi modo. Además no dejaba de elucubrar sobre cuántas "pollas" como decía ella habrían penetrado en su "chochito" como decía ella. A mí estas palabras me parecían un tanto obscenas, prefería un lenguaje más exquisito. Con el tiempo aprendería que el lenguaje obsceno es un gran afrodisiaco cuando se emplea en el momento justo. Me decía a mí mismo: Se la han debido meter un montón de tíos de todos los calibres, en realidad es una puta, no te engañes, es una puta.

Ella notó mi imposibilidad y lo dejó. Cogió otro cigarrillo y lo encendió con esa maestría que me ponía aún más enfermo. Imaginaba que así debían de fumar las putas.

-No te preocupes. A los tíos os cuesta mucho empalmaros otra vez. Mari-Carmen decía que al menos necesitáis veinte minutos, que lo había leído en un libro sobre sexo que les había mangado a sus padres. La verdad es que con algunos hacerlo dos veces una noche es casi un milagro pero tú estás en la plenitud. En cuanto se te pasen los nervios ya verás cómo te empalmas y lo hacemos otra vez. La segunda suele ser mejor que la primera. Como te iba contando aquel guarro me ponía enferma pero el chochito me picaba cada vez más. Ya no podía resistirme más así que como pude eché mano a su polla y la magreé a conciencia. El no dejaba de poner los ojos en blanco y de suspirar como una enamorada.

A pesar de mi inexperiencia comprendí que si seguía haciéndolo me quedaba con el palo del polo en la mano, se me desharía en un santiamén. Le besé con la inexperiencia de una segunda vez y él respondió con ganas, con muchas ganas, pero la verdad es que aquel tío era un desastre. No utilizaba apenas la lengua como me había dicho Mari-Carmen que se hacía en el beso. Se limitaba a apretarme los labios contra los dientes como si quisiera cerrarme la boca para siempre. Dejé el beso porque no íbamos a llegar muy lejos. Me di cuenta de que aún no me había tocado las tetas e imaginaba que me iba a gustar mucho. Se lo pedí y él lanzó sus manazas sobre mis pechos como si temiera que se fueran a escapar. Era más basto que un semental encendido montando a una yegua. Sí, no pongas esa cara. Mari-Carmen me llevaría más tarde a la cuadra de sementales del casado con el que acabaría liada por muchos años. Allí pude ver muchas veces cómo montaban a las yeguas. Se me ponía el chocho a cien, te lo juro.

Me hizo daño en las tetas y tuve que decirle que me metiera el dedo en el chocho. A ver si así al menos terminaba de ponerme cachonda y me podía montar con alguna posibilidad de que no me hiciera daño al desvirgarme. Mari-Carmen me había explicado que era algo muy delicado, que tenía que estar muy cachonda y guiar a mi amante o lo iba a pasar mal. Al menos con el dedito fue más suave y la cachondez me inundó todo el vientre. Estaba tan deseosa de que me follara que lo arranqué de su cómoda postura, me puse debajo y le dije que me metiera la polla ahora o me marchaba.

El se puso tan nervioso que no atinaba con el agujero. ¿Puedes creerme?. El muy cerdo ni siquiera me había preguntado si era virgen. En realidad no creo que dijera más de media docena de palabras desde el momento en que nos conocimos hasta que ocupado como estaba en encontrar el camino para su polla ni se le hubiera ocurrido preguntarme si me hacía daño. El muy cabrón no pensaba en otra cosa que meter su mierda de polla en el agujero, le hubiera servido un ladrillo con el agujero bastante grande. Los hombres a veces dais asco no tenéis la menor sensibilidad, no pensáis en cómo hacernos disfrutar a las mujeres. Os basta con meterla a trompicones, dar cuatro sacudidas, muy rápidas porque os vais más rápido que el talgo y luego a roncar un rato. ¡Cacho cabrones!. ¿Por qué no pensáis alguna vez en que la mujer también disfruta?. No es tan difícil. Basta con tomárselo con calma y preguntar de vez en cuando. Luego si no llegamos al orgasmo nos llamáis frígidas y asunto arreglado.

Sí, no me mires con esa cara. Frígida es una mujer que no siente nada, nada. ¿Me oyes?. Eso es una puta mentira. Nunca pienses eso de una mujer, Larguirucho, cualquier mujer puede llegar al orgasmo si se la trata bien. Tú tienes que tratarnos bien a todas porque seguro que en tu vida habrá muchas. Tú pareces diferente.

Os parecerá una tontería pero esta escena me estuvo rondando la cabeza desde el primer momento en que le puse las manos encima a Monique. Recordé aquellas palabras de María. Cualquier mujer puede llegar al orgasmo si se la trata bien. De alguna manera mi desvirgadora había colaborado para hacer de mí un gigoló generoso y comprensivo. Eso y otras muchas cosas tenía que agradecer a aquella jovencita mal hablada pero de un gran corazón.

María logró calmarse y continuó la narración tras encender otro pitillo. Fumaba como una locomotora.

Por fin encontró el agujero y la metió a presión, como si fuera un tornillo que no encajara en la tuerca. Noté un vivísimo dolor y estuve a punto de ponerme a gritar pero recordé lo que Mari-Carmen me había dicho y apreté los dientes. La primera vez podía ser muy mala pero habría el camino a las siguientes. Con gran dificultad el cabroncete que tenía encima me penetraba con urgencia como si temiera que aquello fuera acabarse muy pronto. Y así fue porque a pesar de la dificultad que yo oponía él se movía para atrás y para adelante con la fuerza de un bruto. Creo que él debió hacerse también mucho daño aunque en la excitación del momento no se diera cuenta. Comencé a sangrar como una cerda a la que acabaran de clavar el cuchillo y él debió sangrar también porque luego en la ducha me fijé en que aún seguía manándole un hilillo de sangre de la polla.

Por fin dio dos gritos y se dejó caer a plomo sobre mi cuerpo. Aún no sabía lo que era un orgasmo con una picha dentro y encima tenía que aguantar el peso de aquel gilipollas sobre mí. Al menos no era muy pesadito el cabrón. Cuando se recuperó, que tardó un rato, solo se le ocurrió decirme:

-Ha estado muy bien, chiquilla. ¿No crees?. Casi me troncho de risa. Si no hubiera sido por el dolor y por la sangre que manaba a chorros te juro que me hubiera tronchado allí mismo. Me besó como si me quisiera y tuve que suplicarle que me dejara ir al baño. En cuanto me levanté me vio sangrando por el chocho y por fin comprendió el muy idiota. Me acompañó al baño y se ofreció a ayudarme pero era tan manazas que tuve que ayudarle yo a él cuando le vi la picha sangrando. Nos metimos como pudimos bajo la ducha y le restregué bien restregado para quitarle la mierda y la sangre. Luego le pedí que volviera a la cama mientras yo me curaba como podía.

¿Puedes creerlo?. Me eché a llorar como una idiota. La experiencia había sido de lo más decepcionante. Otra en mi lugar no hubiera vuelto a intentarlo con ningún otro hombre. Se hubiera vuelto lesbiana. Pero yo soy muy cabezona, Larguirucho, se me había metido entre ceja y ceja tener un orgasmo aquella noche y nadie me lo iba a impedir. ¿A que no adivinas lo que hice?.

La zorra de mi amiga se había cogido el más guapo y seguro que el más experimentado. En cuanto logré dejar de sangrar y que el dolor se hiciera soportable imaginé el plan. Suelo tener reglas muy dolorosas por lo que estaba acostumbrada a tirar palante como fuera. Así que ni corta ni perezosa en lugar de volver a la habitación de mi cabroncete que seguramente estaría ya roncando me deslicé furtivamente en la habitación de los otros. Abrí la puerta con mucho cuidado y me colé dentro. Tenían la luz apagada, solo una bombillita roja en la lamparilla de noche daba a la habitación un halo de rojo sangre que no me gusto nada, lo que se dice nada.

Estaban en plena faena. No era de extrañar porque Alfredo o como se llamara el muy gilipollas había rematado la faena de un par de muletazos. Mari-Carmen y el otro se lo tomaban con mucha calma así que me senté en una silla junto a la ventana y sin hacer ruido contemplé toda la escena. Estaban desnudos sobre la cama. Ella estaba debajo y el guapo semental la estaba haciendo un buen trabajito. La lamía los pezones con suavidad, la lengua los acariciaba con calma. Podía ver todo esto porque la cama estaba un poco de través y yo no veía exactamente la espalda del hombre sino su perfil y el cuerpo de mi amiga de costado. Se besaban con verdadero fuego y retenían las bocas como si no tuvieran que respirar. Luego observé con la boca abierta cómo él la besaba el chocho y se entretenía largo rato con la cabeza entre los muslos hasta que mi amiga suspiraba y daba grititos y gemía y gemía...

Sentí tal envidia que me mordí los labios haciéndome sangre. Aquella era una noche roja más que una noche negra. Mari-Carmen aún tuvo resuello para entre jadeo y jadeo gritarle como si se le fuera el alma. ¡Fóllame!. ¡Fóllame!. Vamos, no esperes más. Vi cómo el se arrodillaba y la cogía de las piernas. Por un instante pude ver su polla, hermosa y erguida como la de uno de aquellos sementales que había visto en la cuadra del casado, que se introducía con suavidad en el chocho de mi amiga que lanzó un gemido tan gozoso que me tapé los oídos unos segundos para no reventar de rabia. La penetró con suavidad y se puso a marcar un ritmo tranquilo. Atrás...adelante...atrás...No tenía prisa a pesar de que Mari-Carmen cuando lograba encontrar un hueco entre gemido y gemido no paraba de gritarle. Más...más rápido...más rápido, cabrón...Ahora...Ahora...Yaaaa...

Creo que él no pudo soportar más aquellos gritos y aceleró el ritmo, luego se dejó caer sobre ella, la cogió del culo y se puso a galopar como un endemoniado. Aquel galope no podía durar mucho porque ambos jadeaban con tal fuerza que por un momento pensé si las paredes de aquel pisito serían lo suficientemente robustas para que no les llegara a los vecinos aquel terrible alboroto. Mi amiga ahora gritaba como si la estuvieran despellejando. No quise volver a taparme las orejas porque a pesar de que me hacia mal aquella muestra de placer me estaba volviendo loca. El semental dio una última sacudida y gritó con todas sus ganas. Luego se derrumbó sobre ella y allí quedaron los dos gimiendo, suspirando y dando resoplidos como si acabaran de subir cinco pisos follando.

Ya no notaba el dolor solo una excitación, un deseo tan terrible que hubiera matado a mi amiga de oponerse a que aquel maldito garañón me montara. Esperé con los dientes apretados a que se calmaran. En la habitación no se oía otra cosa que sus respiraciones. Por fin el se volvió de lado y suspiró antes de cerrar los ojos. No me había visto porque no podía imaginar que su hazaña de garañón hubiera tenido una espectadora. Mi amiga también tenía los ojos cerrados y sus enormes pechos -que yo envidiaba tanto- subían y bajaban como buscando un poco de aire. Esperé lo justo para que su jadeo desapareciera, entonces me acerqué muy despacito, me puse a su lado y susurré a su oreja que ahora me tocaba a mi. Ella no me comprendió de momento, cuando lo hizo estuvo a punto de gritar pero yo puse mi mano en su boca. Repetí la petición, esta vez con un tono que no admitía excusa. Ella por fin comprendió lo que había pasado. Se levantó rápidamente y me acompañó al baño.

-¿Cómo te ha ido a ti?.

-¿Qué cómo me ha ido?. Alfredo es un cerdo, un bruto que no tiene idea de nada. No sé si esta habrá sido su primera vez pero lo parecía. Me has dado el peor y ahora tienes que dejar que lo haga con el tuyo. Os he estado observando. Con él sí podría llegar al orgasmo.

-¿No has llegado?.

-¿Cómo voy a llegar?. El muy cabrón no ha tenido la menor delicadeza me folló como un taladro. He sangrado mucho y lo he pasado muy mal pero ahora quiero saber cómo es un orgasmo. Si te opones sería capaz de matarte.

-Vamos, vamos, María, no es para tanto. Te dejo a mi semental de mil amores, pero tienes que dejar que se recupere un poco. Y en cuanto al otro has tenido mala suerte yo no podía saber que iba a salir tan mal. Creo que tienen una pequeña salita, vamos a sentarnos y echarnos un cigarro. Quiero que me lo cuentes.

Continuará.