Diario de un gigolo (14)

Después del amor hay tiempo para la reflexión, contar nuevas historias y darle una palmadita en el trasero a Monique.

DIARIO DE UN GIGOLÓ XIV

Su cuerpo desnudo fue el primero en atravesar la puerta. No pude reprimir la tentación de dar una palmadita en su trasero. El culo de una mujer es una de las partes anatómicas que más atrae al macho. Observar el bamboleo de un buen culo femenino es uno de los grandes placeres que le han sido concedidos al macho. Supongo que la hembra también disfruta de estas cosas pero parece guardar estas sensaciones con más recato en el fondo de su bolso junto con su lapiz de labios y las demás baratijas.

Monique dio un gritito de sorpresa y se volvió. Su triángulo púbico parecía cambiado, como si empezara a encontrar su lugar en el mundo. Pasé mi mano por su pelambrera y ella se restregó mimosa contra mi. Llegamos al lecho y me apeteció fumarme el pitillo del post, del post-coitum, quiero decir. Una vez más puse la vagina-cenicero en medio del lecho pero su color rosado a punto de encenderse esta vez no me dijo nada. Monique me ofreció un cogarrillo extralargo de su amiga, se colocó otro entre los labios y me dio fuego a mi primero. Estaba deseando una copa. Ella lo entendió perfectamente pero como su amiga no era muy bebedora habría que bajar al salón, al mueble-bar, para poder servirse. Los buenos bebedores suelen tener botellas por todos los rincones. Mal asunto el de los buenos bebedores, suelen terminar siendo bebidos por la botella.

Desnudos como estábamos y con la vagina en mi mano bajamos las escaleras hasta el salón. Me senté en el sofá y dejé que Monique preparara las copas. Se negó a que lo hiciera yo. Vino hacia mi caminando con coquetería. Dejó que mi vista se recreara a gusto. Ese detalle me ilusionó porque era inimaginable unas horas antes al entrar en la casa. Bebimos un largo trago y así como estábamos, reposando nuestros sexos en el mullido sofá, reinicié la historia donde la había dejado.

-También nos duchamos juntos. Claro que la ducha de aquel piso era tan diminuta que nos las vimos y deseamos para coger los dos. Nuestros cuerpos estaban casi pegados cuando ella descolgó la ducha y la enchufó en mi dirección. Era bastante alta para ser mujer y para su generación. No es que me gusten especialmente las mujeres altas o las bajas, cada cuerpo de mujer tiene su aquel que diría un buen catador. En aquel momento el cuerpo de María me parecía el más espléndido del mundo. Ahora con mucha más experiencia y lejos ya de aquella pasión desmesurada que me embargaba, hasta el punto de que ella notó el temblor preguntándome si el agua estaba muy fría para mi, puedo apreciar con objetividad sus defectos. Era demasiado delgada para mi gusto. Los gustos evolucionan o degeneran con el tiempo, actualmente se tiene tendencia a apreciar el cuerpo esquelético pero no es ese mi caso. Casi notaba sus costillas bajo la piel. Haciendo un gran esfuerzo por vencer mi timidez la había abrazado y ella lo aceptó con una risa cascabelera.

-¡Cómo me gusta que vayas perdiendo la timidez, Larguirucho!.

Su trasero estaba bien formado y sus nalgas eran prietas, muy agradables para el achuchón, pero era un culo pequeño. Mis manos lo abarcaban casi por completo. Me gustan más los culos amplios donde uno pueda juguetear sin miedo a caer en el abismo apenas te muevas unos milímetros de más. Sus pechos que notaba suaves contra mi piel eran duros y permanecían erguidos como buscando más guerra. Me gustan más grandes sin que por ello tengan que ser como los de la matrona cósmica que retrataría muy bien Fellini en su película Amacord. Su rostro que ahora apreciaba con más intensidad tal vez por lo cerca que estaba tenía rasgos fuertes, estaba muy lejos del delicioso rostro oriental que tanto apreciaría en Amiko. Sus ojos eran pequeños y carecían de esa dulzura que tan hondo me llega cuando la encuentro en una mirada femenina. Su boca era más bien pequeña, de labios finos pero poco sensuales, apenas sugerentes.

Tal vez la personalidad que se transparentaba en aquel rostro tenía poco de exquisita y delicada y mucho de lasciva y dura. Pero no me detuve mucho en esta apreciación. Para mí María era la culminación de la belleza femenina, de la pasión de la hembra en el coito. No sentía el menor rechazo hacia su cuerpo, al contrario notaba que mi pene comenzaba a rebullir de nuevo al contacto con su sexo. Ella lo notó y sus manos juguetearon largo rato con el pequeño Johnny. La ducha se prolongó largo rato. Luego me obligó a secarme hasta no dejar una sola gota de agua sobre mi piel. Muchas mujeres odian que el cuerpo del hombre no esté perfectamente seco luego de la ducha. Es una curiosidad peculiar de la naturaleza femenina que al contrario de la masculina no soporta la humedad en el cuerpo. Al hombre le gusta más seguir sintiendo el agua sobre su cuerpo y que éste se vaya secando poco a poco.

Tenía que hacer serios esfuerzos para no apartar la vista de su cuerpo que se secaba meticulosamente con la toalla frente a mí. La timidez me vencía a pesar del deseo de atrapar en mi memoria cada rasgo de su cuerpo. Regresamos a la habitación y nos tumbamos en la cama revuelta. Ella miraba el techo al tiempo que no dejaba de juguetear con mi pajarito al que había tomado gran aprecio.

-Sé que esta experiencia la recordarás mientras vivas pero no debes contárselo a nadie, me oyes, a nadie, ni siquiera a tus amigos más íntimos, a ellos menos que a nadie. Y no se te ocurra hacerles la menos sugerencia a tus padres. Ahora ni se te ocurriría hablar de esto pero llegará un momento en que sientas la necesidad de mostrarles que ya eres un adulto. Ni se te ocurra mencionar lo que ha pasado entre nosotros. Nunca. ¿Me has entendido?. Ellos no comprenden estas cosas. Para ellos todo es pecado, especialmente el sexo. Y tus amigos te jurarán no decírselo a nadie, pero lo acabará sabiendo todo el mundo. No me preocupa mi reputación, ¿entiendes?. Me preocupas tú. Eres menor de edad y el placer del sexo no está permitido a ciertas edades. Es una tontería porque es precisamente a ciertas edades cuando uno disfruta más del sexo, pero ellos no lo comprenden ni lo comprenderán nunca. ¿Me lo prometes?. Podrían acusarme de corruptora de menores. Me da la risa pero podría acabar muy mal. ¡Júramelo!.

Se lo juré con tal entusiasmo que conseguí se echara a reír a pesar de lo seria que se había puesto para decirme aquellas cosas.

-Lo vamos a pasar muy bien tú y yo. Ya lo verás. ¡Ni te imaginas lo que puede ser el sexo cuando se disfruta sin miedo!. Estas serán las mejores vacaciones de tu vida. Lamento no haberte podido dar mi virginidad, es algo que los hombres apreciáis mucho, pero seguro que ha sido mejor darte mi experiencia. ¿No crees?.

-¿Tienes novio, María?

-No exactamente aunque estaba saliendo con un jambo que se lo hacía bastante bien. Justo unos días antes de que nuestros padres se marcharan rompimos de mala manera. El muy cabrón solo me quiere para follar y para sacarme el poco dinero que consigo trabajando por ahí en cosillas. ¿Puedes creer que no ha tenido el detalle de un regalito?. Ni siquiera un anillo o unos pendientes de bisutería. Nada.

Comprendí demasiado tarde que había metido la pata. No se debe preguntar a una mujer con la que acabas de "coitear" por sus otros amantes. Es una falta de tacto. En mi caso era perdonable porque no dejaba de ser un pipiolo que justo unos minutos antes acababa de tener su primera experiencia íntima con una mujer. Admití a regañadientes que me impulsaban los celos. Un adolescente puede perdonar a su amante casi todo o todo en agradecimiento a una experiencia única que no se paga ni con todo el oro del mundo. Sí, se puede pagar a una prostituta para que te desvirgue, pero no se compra el obsequioso ofrecimiento del cuerpo de una mujer que siempre da mucho más de lo que recibe en estos casos. No sabía cómo salir de la trampa.

-Yo te haré un buen regalo, María. Romperé mi hucha y te compraré algo bonito.

-Así me gusta, eres un cielito. ¡Lástima que no me fijara antes en ti!. Hace unos años me parecías un niño tonto muy creído de sí mismo. Todo lo creías saber porque habías leido algunos libros y no te gustaban las películas ñoñas. Me repateaba tu carita de sabelotodo. Ahora sé que estaba equivocada. Nos vas a entender muy bien a las mujeres, bomboncito. A la mujer lo que más le gusta es el cariño, tienes que ser muy cariñoso, sobre todo con las que se portan bien. Y yo me he portado muy bien contigo, ¿no lo crees?. Me encantará que me hagas un regalito, pero no te pases. Los hombres tontos terminan regalando su hacienda a cualquier estúpida que mueva bien el culo...Me apetece un pitillo. ¿Quieres probar?.

María se levantó y con un desparpajo que me producía envidia se arrodilló junto a la ventana. Observé su trasero con los ojos muy abiertos. No me parecía bien que exhibiera su cuerpo desnudo de aquella manera. Casi deseaba que se pusiera algo encima. Me pregunté cuántos amantes habría tenido. Ella manipuló una tabla y sacó del hueco un montón de cosas. Me enseñó una caja de gomitas, un monedero donde por lo visto guardaba todos sus ahorros y un precioso joyero del que abrió la tapa. Sonó la música que reconocí enseguida, era para Elisa de Beethoven. Regresó con una cajetilla de rubio, un mechero y la caja de gomitas que me entregó para que examinara a gusto. Me ofreció un cigarrillo que conseguí sacar de la cajetilla a duras penas, me temblaban las manos. Ella puso un pitillo en su boca y lo encendió con maestría, luego me pasó el mechero. Chupé con fuerza y noté que mis pulmones se atrancaban. Tosí como un tuberculoso. Ella me dedicó una sonrisa animosa.

-No chupes con tanta fuerza y casi mejor que no tragues el humo, al menos de momento.

-María. ¿Puedo preguntarte cuántos amantes has tenido?.

-Estás un poco celosillo. ¿No es eso?. Los hombres nos queréis en cuerpo y alma pero a cambio no dais nada, ni siquiera sois fieles más allá de unos días. En cuanto os pasa un culo marchoso al lado ya estáis sacando la lengua como un perrito en celo. Sois todos unos machistas indecentes. No queréis comprender que a nosotras nos pica el chocho lo mismo que a vosotros se os pone tiesa delante de una buena hembra. No quiero que tú seas uno de esos machistas asquerosos. Acuéstate con cuantas te dejen hacerlo pero utiliza la misma vara de medir. Creo que alguien dijo que no hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti.

-Creo que lo dice el Evangelio.

-¡Vaya!. No creí que supieras mucho de religión, estás en todo. Pues sí, bomboncito, te voy a contar cómo perdí la virginidad. En cuanto al número de tíos que me he follado tendría que ponerme a hacer cuentas y no me apetece. Desde luego han sido muchos. Todos mayores que yo. Tú eres el primer menor que me cepillo. Vas a tener que ser muy discreto o me meterás en un lío. Que yo sepa no te he violado y en cuanto a corromperte mejor que te corrompas conmigo que imaginando porquerías que no van a ninguna parte. Oí a mis viejos comentar que estabas de un salido que tus padres no sabían qué hacer contigo. Creo que alguna vecina del barrio se quejó de que la seguías durante varios días y la mirabas con lujuria desenfrenada. Ja, ja. Esa por lo visto es la expresión que utilizó ella cuando fue a hablar con tus padres. Lujuria desenfrenada. Será gilipollas. ¿No te lo contaron?.

Negué con la cabeza. Estaba como una amapola. La verdad es que tenía que haber caído en la cuenta de que mi comportamiento no pasaba desapercibido pero imaginé que lo disimulaba bastante bien o al menos no era tan descarado como para que fueran a hablar con mis padres. ¡Menos mal que aquella chica a la que subí las faldas por detrás en un portal no se quejó!.

-Tanto hablar de la edad como si los adolescentes fuerais idiotas. Supongo que ha sido mucho mejor descubrir el sexo conmigo que con una fulana. ¿No crees?.

No conseguí imaginarme con una puta. Aparte de que no tenía bastante dinero no me hubiera atrevido. Desde luego si alguien hubiera acusado a María de corromperme la habría defendido con uñas y dientes. Los adultos hacen cosas que no permiten que hagamos los demás hasta una determinada edad, supongo que se creerán muy maduros pero lo cierto es que algunos dan pena. Eché otra calada con cuidado y esta vez no tosí ni una sola vez. María buscó un cenicero, se tumbó a mi lado, pasó el pitillo a la mano izquierda y con la derecha jugueteó con el otro pitillo que ya no echaba humo. Se apretujó contra mi, se quedó mirando el techo como si estuviera corriendo por él una mosca zumbona y se dispuso a contarme su experiencia. Yo dejé de respirar unos segundos. Lo que iba a oír me interesaba mucho más que todos los libros del mundo.

Continuará.