Diario de un gigolo (13)
¿Habían encontrado por fin el punto G?. No todo lo satisfactorio es supremo pero así se anda el camino.
DIARIO DE UN GIGOLÓ XIII
No hay galope más satisfactorio que el de una pareja que se desea. Nada te arredra, ni siquiera el cansancio. Claro que Johnny estaba debajo tranquilamente tumbado de espaldas mientras Monique hacía todo el gasto. Había cerrado los ojos y su cara expresaba tal satisfacción que me quedé mirándola como si la viera por primera vez. Estaba desconocida. Sus inhibiciones parecían estar enterradas y bien enterradas. En su rostro podía leer el deseo más acuciante, la pasión más desenfrenada, el ansia de posesión exacerbada hasta el canibalismo. Hubiera temido morir a mordiscos de haber ella aproximado su boca a mi cuerpo pero tal como movía su cabeza hacia atrás y hacia delante en un desmelenamiento épico no existía el menor peligro. Sus pequeños pechos se bamboleaban ante mis narices como invitándome a un mordisco al descuido. Y eso hice. Alzando la cabeza mi lengua pilló un pezón en el aire y lo acarició la décima de segundo que tardó en volver hacia atrás. Al regresar mi boca pilló carne blanda y retuvo unos segundos el movimiento. Monique no abrió los ojos, tan sólo un gemido como un delicioso suspiro de satisfacción me dio a entender que apreciaba mi esfuerzo. Hubiera seguido haciendo abdominales si la galopada de mi montadora no se hubiera vuelto frenética. Sus gemidos eran plenos, sin restricciones y me llenaban de gozo.
A lo largo de mi vida de gigoló he aprendido a apreciar muchas cosas en el amor pero son los gemidos de una mujer gozando plenamente del sexo, uno de los placeres más exquisitos que conozco, los que me ponen la piel de gallina y algo en las entrañas empieza a derretirse, a morirse de amor porque no hay otra respuesta posible a esa expresión máxima de la intimidad de una mujer. Algún día les hablaré de ello con más tiempo porque el gemido de la mujer en el acto del amor requiere todo un tratado.
Sus caderas se habían pegado a las mías, su sexo rezumaba humedad y los músculos de su vientre eran cables de acero reteniendo mi miembro dentro de su vagina. No, no hubiera podido escaparme de ella ni con todo un ejército al rescate. Sus manos se aferraron a mi pelo y sentí un vivo dolor pero el placer que me estaba poseyendo era aún mayor por lo que el terrible quejido que salió de mi boca tenía más de gozo que de súplica de Sansón a Dalila para no ser privado de su cabellera. Gemía y gemía. Gritaba ya como si la estuviera despellejando. Dejó mi cabellera y sus manos sobre mi pecho buscaron el apoyo necesario para esa galopada final que tiene mucho de salto hacia el abismo.
Sus gemidos me taladraban los tímpanos. Me contagié de la expresión de su placer y gemí como si no fuera a tener otra oportunidad de hacerlo. Ella llegó con tal ansia que el grito final me puso todo el vello del cuerpo de punta. Aún así siguió galopando como por inercia. Su deseo seguía tan vivo que se dejó caer sobre mí y comenzó a morderme el pecho, las orejas, a tirarme del pelo. Era una vampira, una canibal que estaba dispuesta a devorarme. Por un momento pensé que habíamos encontrado el punto G. Desconocía totalmente los efectos del multiorgasmo pero estaba seguro que después de éste tenía que seguir otro orgasmo y otro y otro... Me estaba preparando para lo que pudiera venir a continuación cuando Monique cesó en su movimiento que aún había mantenido mientras me mordía y se dejó reposar sobre mi pecho, el pecho del reposo de la guerrera. Me besó dulcemente durante largo tiempo y luego me susurró a la oreja.
-¡Te amo, Johnny, te amo!. No quiero que me lo recuerdes pero te amo, de adoro, eres lo más maravilloso que me ha ocurrido en mi vida. Eres un dios para mí.
Aquellas palabras me llegaron muy hondo. Creo que una lagrimita comenzó a rodar del ojo derecho. Me rehice como pude para hacer la pregunta que valía un imperio.
-¿Hemos alcanzado el punto G Monique?. ¿Crees que esto ha sido un multiorgasmo?.
Ella pasó de la pasión más desenfrenada y de la dulzura amorosa más deliciosa a la risa más histérica.
-No lo creo Johnny. Mi amiga francesa me ha explicado lo que fue su último multiorgasmo y me temo que aún nos queda mucho, cariño. De todas formas ha sido el mejor orgasmo de mi vida. Algo antológico. Delicioso, Johnny, delicioso.
Tardamos un poco en recuperarnos. Al hombre le cuesta más volver a encontrar su tono vital. Es curioso que la mujer se vuelva más activa, más inquieta después del acto. Necesita hablar, moverse, como si hubiera vampirizado energía extra del macho que ahora necesita quemar de alguna manera. A lo largo de mi vida de gigoló esta es una constante con algunas excepciones que confirman la regla. Unos meses más tarde, en una visita que hice a Barcelona con Lily, conocería a una deliciosa japonesita de la que recibí sabias lecciones sobre shiatsu y tantrismo entre otras materias. Parece ser que en el acto sexual se produce un curioso intercambio de energía. El universo por lo visto es una especie de ente hermafrodita que está en constante movimiento buscando el perfecto equilibro de la energía femenina y la masculina. La primera tendría como cualidad esencial el deseo de orden, de equilibrio, mientras que la segunda sería el caos siempre en movimiento destruyendo el estado actual de las cosas para que surjan otras nuevas. Si el universo fuera exclusivamente femenino la evolución se detendría en un statu quo inconmovible. Si por el contrario fuera absolutamente masculino el caos se adueñaría de todo y nada sería capaz de encontrar un instante de equilibrio. Desde luego esta idea parece muy elemental pero puede ser desarrollada con muchos matices hasta llegar a una sorprendente filosofía cósmica. Algún día, con más tiempo, les explicaré con calma todas las implicaciones de un universo donde el ying y el yang libran recias batallas o hacen el amor buscando la plenitud. Incluso dentro de nuestro cuerpo el ying y el yang pelean o se acoplan en sorprendentes orgasmos que uno oculta por miedo a que le llamen loco. ¿Acaso nunca han sentido la plenitud de todas y cada una de las células de su cuerpo acopladas por parejas y llegando al orgasmo a la vez?. Esos momentos de plenitud son raros pero Johnny suele alcanzarlos en el lecho cuando la unión con una mujer ha sido especialmente profunda, dulce e intensa. Con Monique llegaría a vivir uno de esos momentos místicos e indescriptibles pero aún no había llegado el momento. Este orgasmo era sin duda la evidencia de que ella formaría parte de mi pequeña libreta de momentos estelares. Pero esta es otra historia que algún día les contaré como tantas otras que aún me quedan en el tintero.
Ciertamente lo masculino parece, a la vista de la historia humana, la génesis de toda violencia, de la destrucción que permite la formación de nuevas formas de sociedad. En cambio lo femenino nos mantiene en ese precario equilibrio que permite un momento de respiro en el caos. La maternidad con su ansia de permanencia, de vigilancia de la prole para que sobreviva, cuida de la especie para que no se extinga y sea capaz de evolucionar con calma. En el acto sexual el macho parece estar más activo, posee, penetra y la hembra se vuelve receptiva como esperando ser fecundada por esa energía caótica que permitirá la procreación y el movimiento hacia delante. Por eso el macho suele quedarse vacío, tan relajado como un muerto, en las garras de la depresión post-coitum que le lleva al reposo y al sueño. Los chistes sobre los ronquidos de los machos después del acto no son una mera elucubración vengativa de la hembra insatisfecha, tienen una clara razón energética. El macho da energía y la hembra recibe. Aunque esta es una forma muy simplista de ver las cosas porque en realidad ambos dan y ambos reciben. La hembra recarga las pilas, podríamos decir, y siente la necesidad de moverse, de hablar, de no entrar directamente en el sueño. El macho por el contrario pierde parte de su energía activa y a cambio recibe la energía femenina, más calmada, más receptiva. La calma del macho luego del coito es antológica. Odia moverse, hablar, comunicarse, entra en una especie de estado catatónico al tiempo que la hembra le pincha para que no se duerma, para que hable, para que siga presente en el lecho como algo más que un trozo de carne.
El macho Johnny se hubiera quedado tranquilamente dormido después de la galopada pero la hembra Monique estaba deseosa de moverse, por eso sugirió una ducha juntos. Acepté a regañadientes intuyendo de alguna manera esa gran verdad energética que Amako, la dulce japonesita, me enseñaría de la forma más deliciosa posible. Un buen gigoló como una buena geisha tiene que cuidarse de su cliente no sólo en el plano sexual sino en el humano, por eso es imprescindible que sepa comunicarse, que sepa hablar, narrar, que sea consciente de las necesidades psicológicas más profundas de su amante.
Desnudos bajo la ducha Monique se aferró a mí como una lapa. Era bajita y apenas su rostro me llegaba al pecho. Se hundió en él y sus brazos rodearon mi cintura con fuerza. Resulta curioso sentir cerca el cuerpo desnudo de una mujer después del acto. Ha desaparecido el deseo y uno percibe ese cuerpo de otra manera, como lo que en realidad es, no un simple objeto de deseo sino la carcasa de una personalidad que está ahí, a nuestro lado, con sus sentimientos y angustias. Como buen profesional del sexo Johnny estudiaría en profundidad todo lo relacionado con el cuerpo desnudo, con las almas desnudas que se buscan o se ocultan, con los secretos y dolores profundos que salen a relucir precisamente en esos momentos cuando el deseo ha pasado y uno se encuentra con el cuerpo desnudo, con la persona desnuda que te habla y se acerca. A menudo sientes el rechazo, rechazo hacia un cuerpo que ya no deseas y al que ves con todos y cada uno de esos defectos que la pasión del deseo oculta. A veces su olor te disgusta o sus pechos ya no son lo que te parecieron en un primer momento o sus nalgas resultan fofas o su vientre tiene esa ligera capa de grasa que ella te ocultó tan diestramente. Pero no son esas imperfecciones las que molestan a Johnny, es más bien la personalidad desnuda de tu pareja que comienza a florar sin inhibiciones lo que a veces descontrola la profesionalidad de un gigoló. Hay mujeres parlanchinas y vacías como cacatúas a las que es preciso tapar la boca con una larga historia. Otras son cerradas como una caja fuerte y es preciso buscar la combinación tecleando todos los números. Detrás de cada una intuyes una historia que te gustaría conocer pero ellas se escudan tras la sonrisa hueca o tras una tristeza que ruega no ser abierta como un sobre con malas noticias.
En el caso de Monique los defectos de su cuerpo se me aparecían con más intensidad en la ducha una vez que el deseo de su cuerpo había quedado satisfecho. En cambio su personalidad de mujer culta, exquisita, con una vida interior muy profunda y con un sufrimiento que había transformado su corazón en un fortín en cuyo centro intuía me esperaba la Ciudad Prohibida de Pekín, me estaban atrayendo más y más a cada momento. Deseaba que me contara muchas historias de su vida, pero estaba temiendo que sería ella la que resultaría ganadora en esta contienda de historias. Las mujeres después del amor siempre se las arreglan para conseguir lo que quieren...si no te duermes antes, claro.
Nos secamos mutuamente con las toallas. Aproveché para ir conociendo cada poro de su cuerpo con la calma que da no tener ninguna prisa, siendo consciente de que su cuerpo desnudo seguirá a nuestro lado algunas horas más. A ella le costó más mirar mi cuerpo sin miedo, sin inhibiciones, pero poco a poco fue perdiendo la timidez hasta el punto de entretenerse con mi pene, comparando su longitud en estado de ebullición y ese encogimiento pudibundo que hace difícil su medición en estado de reposo. Jugó con los testículos como con dos curiosas bolitas de billar. Tuve incluso que llamar su atención sobre la delicadeza de estos adminículos que tanto nos molestan a los machos y que sin duda se trata de la venganza más descarada de la naturaleza. Esta los ha colocado justo en el exterior donde pueden ser alcanzados y torturados por una mano justiciera. El violento macho, el poderosísimo macho tiene sus vergüenzas al aire para que todo el mundo sepa lo frágil que es en el fondo.
Me preguntó por la longitud de mi pene. Intentaba permanecer seria pero la risa se le escapaba a cada segundo.
-Verás, Monique, aunque te de la risa hace años tuve la preocupación de medir este trozo de carne en plena ebullición. Una noche le pedí a María, una vez excitado hasta el límite, que me midiera el pene con una regla. Te aseguro que ella lo hizo encantada y ya entonces superaba esa media de que hablan los sexólogos como si en realidad hubiesen medido todos los penes del mundo. Años más tarde repetí la experiencia con una universitaria y puedo asegurarte que su longitud la sorprendió. Claro que la pobre aún no había visto ninguno de esos penes gigantescos que aparecen en las revistas o los vídeos porno. No te voy a decir su longitud hasta que alcancemos el punto G. ¿Te parece justo?.
-Claro cariño, me parece justo. Pero me ha vuelto a picar la curiosidad. ¿Por qué no volvemos a la cama y me sigues contando la historia de María?.
Continuará.