Diario de un gigolo (10)
María es una chica libre, Johnny un adolescente deseoso de perder la virginidad. La ocasión la pintan calva.
Alargué la mano y cogí el cenicero-vagina. Me llamaba la atención aquel sorprendente artilugio. La plataforma de sostén eran dos testículos aplastados en color carne, muy realistas. El pene era grande y gordo, llegaba hasta los labios color rosa y sostenía una vagina cortada por la mitad donde se echaba la ceniza. Todo muy bien moldeado en un material que desconocía, no era cerámica ni tampoco plástico. De tanto manipular el soporte testicular el artilugio se puso en funcionamiento dándome un gran susto. El pene erecto comenzó a agitarse con movimientos espasmódicos y del glande salieron chispitas que pusieron a la vagina-cenicero a bailar una danza muy rara, irreconocible. El centro de la vagina se puso rojo y se desprendió un intenso olor a perfume pero esta vez no era incienso sino algo picante que llegaba a la nariz. En las fosas nasales principiaban picores incontenibles que terminaban por hacer estornudar al menos narigudo. De pronto comenzó a sonar una música muy conocida, un can-cán que casi me hace bailar así como estaba, en horizontal y en pelota picada. Era la famosa música de Offenbach, la bajada de Orfeo a los infiernos. Ta-ta-ta, ta-ta-ta, etc.
El susto duró unos segundos luego Monique y un servidor se pusieron a reír espasmódicamente y no podíamos pararnos. Cuando al fin lo conseguimos la miré en una pregunta muda.
-Te aseguro Johnny que no sabía nada de este instrumento. Mi amiga es muy suya para ciertas cosas.
-¿Cómo se llama tu amiga?.
-No, no insistas, no te lo voy a decir. Y quiero que olvides la dirección de esta casa. ¡Ni se te ocurra investigar!. Hablo muy en serio.
-De acuerdo Monique. No te ofendas pero es que siento curiosidad por saber algo de ella, tiene que ser una mujer muy especial.
-Lo es y muy viajera. Es coleccionista de cosas raras, pero de esto no me habló nunca, te lo juro. Tal vez me creía una mojigata. Solo te voy a contar que la conocí a través de Laurence, mi amiga francesa. Estuvo aquí hace algún tiempo, su marido es periodista y entonces corresponsal de un medio de comunicación francés en Madrid. Nos hicimos muy buenas amigas y un día me presentó a X. Llamémosla así. Es una mujer curiosa, muy culta y muy juerguista también. Pero no quiero que te evadas. Sigue contándome. No te hagas el remolón.
Encendí un pitillo y Monique se apresuró a darme fuego. No sé qué le pasaba a aquella mujer pero estaba en ascuas por conocer lo de mi desvirgamiento. Las mujeres son muy curiosas para estas cosas. No es solo cotillear. Hay algo más. Quieren saberlo todo de ti y no precisamente para tenerte bien cogido. Es la necesidad de comunicación que al hombre le resbala un poco. Puse el cenicero en medio de nuestros cuerpos desnudos, casi prestos al acoplamiento por segunda vez, esperé a que ella encendiera también un pitillo y comencé la historia. Antes la besé por si le interesaba más otra historia pero no, era precisamente la historia de María la que esperaba oír de mis labios.
"Pasaron algunos años en los que vi a María más a menudo que antes. La observaba con lujuria mal disimulada. Se había convertido en una preciosa jovencita que daba gusto mirar. Creo que me enamoré un poco de ella. Pero eso no es raro. Estaba enamorado de todas las mujeres relativamente atractivas de mi entorno y lo de relativo es precisamente eso porque algunas vistas con perspectiva no eran gran cosa. Recuerdo especialmente a una vecina, la observada a través de la rendija en mis dedos, que me traía de cabeza. Se llamaba Julia y tendría unos treinta y tantos. Pelo más bien pelirrojo, cara ancha de piel muy suave y ojos muy negros y profundos. La observaba día y noche a través de las persianas de mi habitación. Soñaba con ella y muchas de mis fantasías de entonces la tenían como destinataria. Te cuento esto para que te hagas una idea de mis sentimientos hacia María.
Pero no fue hasta aquel verano que todo cambió. Ella tendría unos veintidós o veintitrés años y yo estaba a punto de cumplir los quince. Soy leo por si te interesa. María y Johnny se habían visto en algunas ocasiones. No muy a menudo a pesar de mi interés porque una chica a esa edad tiene cosas más importantes que hacer que torear las miradas lujuriosas de un adolescente. No obstante habíamos coincidido en un cumpleaños y en un aniversario de boda de mis padres que decidieron celebrar por todo lo alto. No recuerdo cómo funciona eso de los aniversarios, las bodas de plato o de oro o lo que sea. El caso es que ella acudió y Johnny no podía creer lo que estaba viendo. Aquella niña de largas coletas y muy mal genio se había transformado en una preciosa jovencita, algo más alta de lo corriente, tal vez demasiado delgada para mi gusto pero su cuerpo estaba perfectamente moldeado y con las curvas adecuadas en los lugares justos. Su rostro me sonrió pícaramente como si recordara nuestras trifulcas de críos. No era un rostro precisamente suave y dulce. De rasgos fuertes, agresivos, solo sus labios carnosos tenían la sensualidad esperada. Sus ojos eran claros pero destellaban dureza. No recuerdo si eran azules o verdes solo se me quedó grabada aquella mirada que me decía que ya no era una niña sino una mujer experimentada y capaz de enfrentarse a todo sin el menor miedo.
Bajé los ojos porque no pude resistir la burla de su sonrisa y la dureza de su mirada retándome a contemplarla. Bajé los ojos hacia los cordones de la zapatilla que estaban sueltos y me arrodillé para atarlos. Al levantarme me encontré con sus pechos, no eran muy grandes pero sí retadores, al alcance de mi mano. Ella observó mi turbación y lanzó una risita al tiempo que me plantaba dos besos de hermana en las mejillas. Me pasé toda la celebración contemplándola a hurtadillas, de vez en cuando ella sorprendía mi mirada y me hacía un guiño picarón. No comí mucho. Con el estómago medio vacío aquella noche la fantasía me la trajo desnuda a mi cama donde hicimos todo lo que la mente calenturienta de un adolescente puede intuir que hacen el cuerpo desnudo de una mujer y de un hombre.
No me atreví a llamarla por teléfono pero hice lo imposible y lo imposible porque mis padres la invitaran a casa. Ellos se sorprendieron tanto que mi madre me recordó cómo lloraba y pataleaba cada vez que iba a verla. Alegué que tal vez ella pudiera ayudarme en los estudios. Mi madre movió la cabeza, María había abandonado el instituto con muy malas notas y fama de cabeza loca. Entonces puse la excusa de que tenía pocas amigas y estaba en edad de salir con chicas. Mi madre se rió con tantas ganas que no volví a tocar el tema. Aquel año me lo había pasado observando chicas, persiguiendo mujeres por la calle, intentando colarme en películas para mayores con reparos y fantaseando tanto y tan bien que las notas fueron una verdadera tragedia. Debí suspenderlas todas o casi todas con excepción, curiosamente, de la religión porque el cura ni siquiera supo de mi en todo el curso. Me sentaba en la última fila y me pasaba la clase imaginando toda clase de guarrerías con las chicas.
Mis padres se llevaron un susto tan morrocotudo que a punto estuve de marcharme de casa para no volver. Finalmente la cruda realidad se impuso y juré de rodillas estudiar de tal forma durante todo el verano que iba a sacarlas todas, todas repetí con tal énfasis que mis padres me creyeron. Decidieron mandarme a una academia donde pasaría el resto del verano hincando los codos como un oficinista. Ellos habían decidido sacrificarse por su retoño y quedarse en Madrid hasta que la fortuna se alió conmigo. Los padres de María obtuvieron como premio en un concurso radiofónico, entonces muy en voga, la estancia gratuita durante quince días en un apartamento de Benidorm. Como era previsible invitaron a los míos a acompañarles. Ellos se resistieron, dudaron y finalmente aceptaron con la condición de encontrar a alguien que se hiciera cargo del asno de su hijo. Lo meditaron con mucha concentración para acabar decidiendo que no tenían confianza suficiente con nadie ni un familiar aunque fuera en tercer o cuarto grado a quien pudieran convencer para tenerme de pupilaje. Los padres de María al escuchar la desolada respuesta se miraron en silencio y finalmente Hortensia, la madre del objeto de todas mis ansias, propuso la solución. María se haría cargo de Johnny. Iría a vivir a su casa donde ella me prepararía la comida y procuraría llevarme pronto a la cama.
Con la mentalidad de aquellos años ellos no podían imaginar que su frase resultaría premonitoria. Un adolescente de mi edad era un pardillo solo preocupado por el fútbol y por hacerse con los cromos del Real Madrid. Ni siquiera lo dudaron, así quedó establecido. Recuerdo como si fuera ayer mis nervios al despedirles al pie del taxi que les llevaría a la estación de Atocha. Las madres no dejaban de hacer recomendaciones y los padres las azuzaban porque andaban ya un poco justos para coger el tren. Mi madre me besó al tiempo que me susurraba al oído: No hagas rabiar a María, ¿me lo prometes?.
No bien el coche dobló la primera esquina oí la carcajada de María. ¿Tendré que contarte el cuento de Caperucita roja al acostarte?. La miré muy enfadado pero ella no me hizo caso. Me cogió del brazo y subimos a su piso. Me preparó un gran tazón de leche con cacao y sacó unas galletas. Aquella mañana ni siquiera me acompañó a la academia. No di pie con bola. Me pasé las clases imaginando a María desnuda en la ducha. Yo entraría haciéndome el tonto y antes de pedir disculpas y cerrar la puerta la vería como su madre la trajo al mundo. Esa era una idea tan atractiva que la vivacidad de la fantasía hizo que me mojara los calzoncillos. Tuve que ir al retrete donde casi acabé con el papel higiénico.
Recuerdo que para comer había preparado un plato de pasta y para segundo teníamos albóndigas con tomate que había preparado mi madre la noche anterior. Al llegar noté sus ojos enrojecidos. En lugar de ocultarse me abrazó y se echó a llorar. Cuando se calmó pudo contarme que aquella misma mañana había roto con su novio. Me narró la escena con pelos y señales. Al tiempo que comía con apetito no dejaba de levantar la cabeza y mirarla sorprendido de enterarme de cosas que nunca imaginé pudiera hacer ninguna jovencita de su edad. Por lo visto el novio no era tal novio. Era su actual amante, había tenido muchos. Con este llevaba solo un mes pero ella se había hecho ilusiones de que podía ser algo diferente. En realidad la utilizaba para follar cuando le apetecía. Siempre estaba a vueltas con el dinero. ¿No tendrás algo de calderilla?. Estoy sin blanca. Incluso había tenido que trabajar a escondidas de sus padres cuidando niños. Todo el dinero se lo llevaba el maromo. Estaba harta. Aquella mañana se negó a darle un duro más y el otro carcajeándose le contestó que ya estaba harto de ella y que era una suerte poder romper. Como ella encontraría a docenas solo con dar patadas a las piedras.
No podía creer lo que estaba sucediendo. María, hipando histérica, se sentó en mis rodillas y comenzó a acariciarme y a decirme cosas bonitas. Que si yo era un buen chico, que si ella era una tonta por dejarse liar de esa manera por los hombres. Para rematar la escena me besó en la boca. Fue mi primer beso y confieso que me supo a poco. Me puse como un tomate y las rodillas me temblaron con tanta fuerza que ella tuvo que volver a su silla. Terminamos de comer en silencio. Ayudé a recoger la mesa y al seguirla con los platos hasta la cocina no pude evitar fijarme en el bamboleo de su culo. Un adolescente no piensa en otra cosa. Para él no existe nada aparte del sexo. Hace todo pensando en lo mismo, regodeándose en fantasías sin cuento. No advertí algo en el suelo y los platos salieron disparados. Se produjo un estrépito de mil demonios. María se volvió y al ver la escena toda su tragedia amorosa se vino abajo como la pila de platos. Se retorcía de risa. Cuando se calmó me preguntó en qué estaba pensando, si era uno de esos adolescentes que se pasan el día imaginando toda clase de tonterías. Notó la intensidad de mi rubor y se acercó curiosa. Me cogió la barbilla y mirándome a los ojos desde muy cerca hizo la pregunta fatídica: ¿No estarías fijándote en mi culo?. Vaya, vaya, veo que he acertado. Déjame que te mire. Eres demasiado larguirucho para mi gusto y tienes la cara llena de granos pero no estás nada mal, ¿sabes?. ¿Te gustarías ser mi novio?. Ya sabes que el cabrón de Julián me ha abandonado. Ahora estoy sola y no puedo pasarme mucho tiempo sin echar un quiqui. Me pica el chocho y no puedo resistir. ¿Te gustaría probar conmigo?. Ya veo. Eres virgen. Pues eso tiene fácil remedio. ¿Has pensado alguna vez en hacerlo conmigo?.
Johnny no sabía dónde mirar ni qué hacer. Me retorcía las manos con tal intensidad que me despellejé las palmas. Por suerte ella volvió a la realidad. Regresamos a la cocina y ayudé a secar los cubiertos, los platos estaban en trocitos en la bolsa de basura. Por la tarde tenía que volver a la academia. María antes de despedirme con un beso me bajó la cremallera y sacándome el miembro hizo como si lo midiera. Me gustó su tacto aunque no pude evitar el maldito rubor. Esta noche dejarás de ser virgen. Si tú quieres claro. No me gustaría hacerte daño. Tenemos que charlar y si estás dispuesto a seguir adelante por mí flores. ¿Te gusto, larguirucho?. Confieso que aquello superaba todas mis expectativas. No lo había imaginado tan fácil ni en mis fantasías más desbocadas. Algo sí comprendí. Si ahora me volvía para atrás ya no tendría nada que hacer con María. Así que haciendo de tripas corazón dije que sí, que me gustaba. Ella me obligó a hablar más alto. Sí, me gustas mucho, María. ¿Y quieres dejar de ser virgen?. Sí María, es lo que más deseo en la vida. Se rió con ganas la condenada y al salir me palmeó el trasero.
-Era una putita, ¡no crees, Johnny?.
Monique había estado escuchando con atención todo el rato. Dejó de fumar, plantó la vagina-cenicero en el suelo y con mucha suavidad me estuvo masajeando el miembro a lo largo de toda la narración.
-No me gustan las etiquetas, Monique. Ni esos calificativos. María era una chica que disfrutaba del sexo, eso es todo. No se vendía por dinero.
-Perdona Johnny. Las mujeres de mi edad aún somos incapaces de comprender ciertas cosas. Pero continúa, no me dejes con la miel en los labios.
Continuará.