Diario de un gigolo (08)
Dicen que no hay mujeres frígidas sino hombres brutales. Johnny lo sabe muy bien..
DIARIO DE UN GIGOLO VIII
Habíamos cerrado el capítulo anterior con una Laurencita feliz, disfrutando de su orgasmo recién adquirido. Los ojos brillantes y la alegría exudando por todos sus poros. Johnny contemplaba la estética del paisaje profundamente relajado. Todos sabemos que a él le gusta sobremanera una determinada estética: el cuerpo desnudo de la mujer. Cada uno tiene sus gustos y a mí no me va mal con los míos.
Laurencita se volvió hacia Johnny, y con los ojos aún más brillantes le dijo:
-Me apetece un cigarrillo.
Johnny se sonríe. Piensa que menos mal que no le apetece un puro.
-Pero tú no fumabas...
-Es que hoy me siento tan feliz que quiero disfrutar de todos los vicios posibles.
Estaba a punto de levantarme a buscar mi paquete de rubio cuando ella abrió el cajón de la mesita de noche y sacó una cajetilla muy llamativa más propia de un decorador de "art nouveau moderne pour bourgeois" que de una caja de humo enlatado. Sacó dos pitillos muy largos y me ofreció uno. Tabaco fino, exquisito. Me pregunté si su amiga tendría también un proveedor exclusivo como mi amigo Paco. Seguro que era así. Me daba en la nariz que su amiga era un tanto exclusiva, un tanto pija digamos.
Los dos nos quedamos mirándonos con el largo humo enlatado en la boca, como dos tontos muy relajados. Ahora sí me vi obligado a levantarme para coger del bolsillo de mi pantalón el mechero de oro que me había regalado Lily y del que no les he hablado porque una cosa es un diario y otra muy distinta la declaración de Hacienda. Al volverme, con el mechero de oro en la mano y nada sobre mi cuerpo, sorprendí a Laurencita contemplándome con mucha intensidad, con mucha picardía. Ustedes me entienden. Aquella mujer estaba recuperando a marchas forzadas el tiempo perdido. Como una Proust que no solo lo buscaba sino que incluso llegaba a encontrarlo, milagro que es patrimonio de la mujer y no de todas.
Como un caballero ofrecí fuego a la dama y me alegré de que ella tuviera ya un pitillo en la boca porque el que contemplé bajando la vista ni siquiera podía llamarse así, parecía un pajarito encogido. Fumamos mirando el techo de la habitación donde no había nada especial. Para decorarlo intenté hacer circulitos de humo como había visto en una película de Ford. Claro que en un estudio es mucho más fácil. Busqué un cenicero por toda la habitación y como no lo encontrara salí al pasillo. Entorné la puerta de al lado. Se trataba de una pequeña salita, muy coqueta, muy íntima. El cenicero que vi sobre una mesita rococó consistía en una gran vagina rosa sostenida por un pene erecto apuntando hacia el techo. Eso era algo que aún no había conseguido con el mío a quien le gustaba más la posición horizontal, pero todo se andaría con el tiempo.
Lo cogí en mi mano con mucho cuidado no fuera a excitarse y lo puse en la mesita de mi amante que estalló en carcajadas al verlo.
-Veo que tu amiga tiene gustos exquisitos- comenté en cuanto me hube echado a su lado con el pitillo de arriba mirando el techo.
-En cierta ocasión me comentó que le gustaban esta clase de artilugios pero nunca me enseñó ninguno.
Le pedí que pusiera el cenicero en el lecho en medio de nuestras respectivas desnudeces. Sacudimos la ceniza justo en el centro de la vagina y ésta se incendió en un rosa intensísimo al tiempo que desprendía un perfume con olor a incienso que llenó la habitación. Terminados los pitillos, no sin que la vagina se excitara varias veces, me recosté apoyando mi cabeza sobre el brazo izquierdo y la miré muy risueño. ¿Había llegado la hora de las confidencias?.
-Querido John, no me parece bien que alguien a quien debo tanto solo conozca mi "alias". Te voy a dar mi verdadero nombre pero te pido por favor que no intentes utilizarlo para desvelar mis secretos.
-Soy una tumba con forma de pene.
-Eres incorregible. Mi verdadero nombre es Mónica. ¿Te gusta?.
-Me encanta, Monique.
-¿Por qué me llamas así?.
-Adoro todo lo francés. Sobre todo adoro las mujeres francesas. Ahora mismo recuerdo a Ana Karina, a la Deneuve, a la Moreau, a la Bardot... Y muchas más, pero no tengo aquí la lista.
-Si es así no me importa que me llames Monique.
Me abrazó, me besó dulcemente en la boca y de pronto se echó a llorar. El brusco giro de la situación me pilló de sorpresa. Acaricié su nuca, sorbí sus lágrimas con suaves besos e inquirí la causa de su tristeza en medio del océano de alegría que acababa de inundarla.
-Lo del orgasmo en la urna para enseñar al bruto de mi marido era solo una broma. Me mataría, Johnny, me mataría si lo supiera y no es ninguna broma.
-¿Tan mal están las cosas?.
-Peor, Johnny, las cosas están peor. Llevamos tres años en habitaciones separadas desde que me harté de encontrar esquirlas de mis cuernos en sus ropas. De vez en cuando le dejaba encamarse conmigo, cuando era amable y a mí me apetecía un poco de cariño, pero ocurrió algo terrible. Un día una amiga me llevó a un aparte. Quería abrirme los ojos a la cruda realidad. Mi marido me ponía los cuernos con cuanta mujer le diera un poco de pie. No se recataba en contar sus conquistas a sus amigotes con pelos y señales, entre ellos estaba el marido de mi amiga. No escatimaba ningún detalle y la muy zorra me los contó todos. Descubrí que estaba dotada de una memoria prodigiosa, los recordaba todos, hasta el más nimio. Por lo visto el muy canalla me apodaba "la frígida". Su desvergüenza llegó hasta el extremo de ofrecerme a sus amigotes. Quien consiguiera llevarme a la cama ganaría una importante cantidad de dinero. Al menos la apuesta era elevada. Es un consuelo, Johnny, cariño. Ninguno quiso aceptarla, una humillación más. Por lo visto me consideraban un castillo inexpugnable. Una dama de la Edad Media con cinturón de castidad incluido. Mi amable amiga no se privó de recitarme los diálogos como si ella estuviera haciendo todos los papeles de la obra. La muy zorra imitaba las voces de nuestros conocidos y luego me decía con su vocecita de mosquita muerta: No te enfades, solo quiero que conozcas la historia de primera mano. ¿Por qué no se los pones tú, tontita?. Ellos se lo pasan bien, ¿por qué no nosotras?. Llegó al summum de la desvergüenza al ofrecerse como celestina, me quería presentar a un amigo suyo que había puesto en mí sus ojos de macho en celo.
"Me comí las lágrimas, me tragué mi orgullo. Sonreí como una mujer que está de vuelta de todo. No sé porqué me cuentas eso, cariño, estoy al cabo de la calle. ¿Qué sabes tú de mi vida privada?. Tal vez tenga más amantes que tú (cacho zorrón, esto no me atreví a decírselo, si seré tonta, después de lo que tuve que aguantar). Se quedó de una pieza. Por lo visto no me creía capaz ni de mentir. Aquello sí que me abrió los ojos a la cruda realidad,a la imagen que los demás tenían de mí. Se marchó murmurando algo entre dientes. No me ha vuelto a dirigir la palabra.
"Aquella noche hablé con mi marido. Puse todas las cartas sobre la mesa y acordamos seguir bajo el mismo techo pero con la condición de que no volviera a pisar mi habitación para nada o me iría de casa. Cada uno viviría su vida. Se lo tomó muy mal como puedes imaginar. Las cosas se calmaron, durante un mes no nos vimos casi el pelo y yo inicié una nueva vida. De vez en vez cumplíamos compromisos sociales donde sonreíamos como la pareja feliz que éramos. Pero una noche me desperté sobresaltada. El estaba encima de mí, desnudo, sudoroso y apestando a alcohol. Apenas era capaz de hablarme con claridad, pero de toda su verborrea algo me quedó muy claro. El era mi marido y como tal tenía todo el derecho del mundo sobre mi cuerpo. Yo por lo visto solo era la arrendataria de mi propio cuerpo que estaba para que lo disfrutara él cuando le apeteciera. Cuando su salchicha no estaba para el horno, entonces, Johnny querido, entonces podría disponer de mi propio cuerpo. ¿Has visto un cerdo más repugnante en toda tu vida, Johnny?.
"Rasgó mi negliglé de seda con la que suelo acostarme. Yo estaba muerta de miedo, su fuerza me aterrorizaba. Leí la bestialidad más inhumana en su rostro -había encendido la lamparilla antes de montarme-, una bestialidad que jamás imaginé estuviera agazapada en su interior de hombre de mundo. Grité como una loca pero el piso era muy grande, estábamos solos. Los criados no dormían allí, y el muy cerdo había mandado insonorizar todas las habitaciones con la disculpa de que no quería oír a los vecinos( las paredes son muy sólidas y apenas sí se oye algún que otro murmullo cuando dan alguna fiesta especialmente ruidosa). El muy cabrón seguro que lo había planeado con tiempo. De esta manera podría violarme cuando le apeteciera sin que pudiera oírme nadie así me desgañitara.
"Me arrancó las bragas rompiéndolas de tanto tirar. Me estaba haciendo mucho daño. Supliqué, le maldije, pero él no podía oírme ocupado como estaba en poner su repugnante trozo de carne entre mis muslos. Por un instante imaginé su pene empapando en alcohol penetrando en el chocho de alguna puta en la fiesta que se acababa de correr con sus amigotes y sin poder evitarlo le vomité encima la cena. ¿Crees que se inmutó?.
"El muy bestia intentó penetrarme pero mi sexo era un muro de hormigón que él intentaba horadar inútilmente. Me sujetó las muñecas con tanta fuerza que durante un mes tuve que ocultar las marcas. Mis piernas estaban impotentes bajo su maldito culo, no podía darle un rodillazo en los testículos. Y seguía pugnando una y otra vez por penetrarme. Gracias a Dios su podrido trozo de carne no era un tubo de metal o me hubiera abierto como a una res. Se quejaba del dolor. Imagínate, cariño, la fuerza que haría para penetrarme. Cuando retiré las sábanas observé manchas de sangre y no creo que fueran mías porque él ni siquiera había podido pasar de los labios. Sentía un dolor tan intenso que me puse a chillar hasta desgañitarme. Como no consiguiera calmarle hice que me desmayaba. El entonces me soltó preparándose para hurgar en mi cuerpo sin ningún recato.
Nadie sabe la violencia que uno puede guardar en su interior hasta que es violentado y humillado por un semejante. Le di un rodillazo con tal fuerza en los huevos que cayó de la cama y se retorció en el suelo mientras aullaba como un lobo. Estuvo largo rato retorciéndose. Yo aproveché para encerrarme en el cuarto de baño y darme una ducha. Restregué con tanta fuerza mi piel que el dolor me hizo perder el sentido. Debí caer a plomo sobre el duro suelo. Estuve largo rato así, desmayada, con el agua fría cayendo a chorro sobre mi macerado cuerpo. Cuando recobré el conocimiento él se había encerrado en su habitación. Me vestí y salí corriendo hasta el primer hotel.
"Antes de volver recorrí numerosos antros buscando un delincuente que me vendiera una pistola. No me daban ningún miedo aquellos lugares infectos ni las caras bestiales de la gente que los frecuentaba. Tenía tanto miedo de mi marido que aquel recorrido se me antojó una fiesta. Ahora la llevo siempre conmigo, en el bolso, y duermo con ella bajo mi almohada.
"Te juro Johnny que si vuelve a intentarlo soy capaz de matarlo. Lo mato, Johnny, te juro que lo mato. Es una maldita bestia que no merece seguir viviendo. ¿No lo crees así Johnny?.
Se le rompió la voz y su cabeza se desplomó sobre mi pecho, sollozaba con un histerismo que me puso de punta todo el bello de mi cuerpo. La vida de un gigoló , como la de cualquier otro, tiene sus giros dramáticos. El gigoló no es un dios priapico que todo lo cura con su pene; no es Eros en el Olimpo acostándose con todas las diosas a escondidas de Júpiter. No es un profesional robotizado (al menos no todos), es un hombre con su corazoncito, con su sentimiento paternal disimulado y un sanador de almas que no acaba de creérselo al tiempo que cumple con el rito de sanar los cuerpos que se le entregan como quien entrega su automóvil al taller. Ni tampoco es la llave inglesa que aprieta las tuercas de los cuerpos metálicos que van pasando por la cadena de montaje. No, al menos no todos. Johnny abrazó a Monique contra su corazón y la consoló como pudo. ¿Qué se puede decir a una mujer que ha sido violada por el ariete del macho de su marido?. ¿Qué se puede hacer por ella?. Se puede intentar inundarla en un cariño y amistad sin límites y tal vez contarle una historia divertida que aleje su mente de la cruda realidad de la vida.
Monique tardó en recuperarse. Sus sollozos rebotaban sobre mi pecho como pelotas de ping-pong. Me hacían daño. Hay situaciones en la vida en que uno debe transformarse en un bufón si quiere llegar al corazón del otro. Y yo quería llegar al corazón de Monique. Lo confieso sin ningún rubor, pueden creerme. De la misma manera que quiero llegar al corazón de todas las mujeres aunque tenga que ser atravesando el punto G. En el fondo Johnny es un místico. Los místicos aman al prójimo y Johnny ama a la prójima. Disculpen ustedes esta blasfemia pero la única diferencia entre ellos y un servidos es solo una cuestión de género y número. Dicen que las mujeres son más del cincuenta por ciento de la humanidad. Johnny es pues un místico al 50% por lo menos. ¡No es moco de pavo amar a la mitad de la humanidad!.
Mientras Monique se secaba las lágrimas con el rebozo de la sábana Johnny el bufón, la nueva Sherezade de los tiempos modernos, inició su historia pensando que tal vez la historia de su desvirgamiento pudiera servir para dar un giro a la dramática situación que estaba viviendo. Puede que hubiera muchas historias más convenientes pero a Johnny no se le ocurría otra. Las mujeres actúan con los hombres en estos casos mejor que los hombres con las mujeres. Estas no violan (al menos no conozco ningún caso), no corrompen de la misma forma que hace el macho, lo suyo es una iniciación maternal en los secretos del sexo.
Mi desvirgadora era una chica libre como una pájara libertina y divertida que fuera de árbol en árbol chupando la sabia de cuanta corteza encontrara en su camino. Por suerte para mí aún no había sido cazada en la liga de la norma. Se dejaba llevar por la vida como un tronco se deja llevar por la corriente de un río, sin miedo y sin culpa.
Ella, mi dulce desvirgadora...ella se llamaba María.
Continuará.