Diario de un gigolo (07)

No, no fue un orgasmito de la señorita Pepis pero a Johnny aún le queda mucho trabajo para culminar la tarea emprendida.

Diario de un gigoló VII

El siguiente episodio se inicia con el mismo plano congelado. Johnny desnudo trabajando como el vocacional que es y Laurencita gimiendo suavemente más por el placer de lo que se avecina que por el ya conseguido. Nada de lo relatado en estos episodios es ficción, en todo caso si algo lo fuera sería pura coincidencia, y sino pregúntenselo a mis huesos (frágiles, machacados, tan encogidos como lo está mi pajarito cada vez que sale exhausto de la jaula de la pajarita). Si no acaban de creérselo que venga una lectora y toque mis huesos. Sí, usted, esa que se esconde, toda ruborosa, detrás de sus preciosas manos con uñas muy largas y pintadas, de rojo por supuesto. La elijo a usted a dedo por rubicunda y pudibunda. ¿Cree que el sexo es pecado?. ¿Prefiere la incontaminada probeta y la jeringa bien esterilizada?. ¿Acaso no se lo pasa bien cuando practica el sexo, o es que no lo practica?. Si se divierte no veo de qué se queja porque Johnny el amante del amor, el revolucionario de la intimidad, cuente su vida, que son sus polvos, con pelos y señales. Al fin y al cabo mi vida es mía y puedo hacer con ella lo que quiera, ¿o no?.

El sexo es lo único realmente divertido de la vida, y además no engorda... Perdón...ello si se toman las debidas precauciones. ¿Que ustedes, amables lectoras, no se lo pasan bien?. Llamen a Johnny al teléfono....No, no se abalancen sobre el aparato... Quien escribe este diario es ya un jubilado. ¡Lástima no haberlas encontrado unos años antes!.

Han terminado otra vez los títulos de crédito, han pasado raudos porque he tenido compasión, he dado a la teclita. Sé lo impacientes que están por saber si por fin encuentro el punto G de Laurencita y las placenteras consecuencias que de este hallazgo se derivan. Pero les aconsejo que demoren la impaciencia todo lo que puedan, la impaciencia es mala consejera en el santuario del sexo, los que más corren siempre terminan antes, un pecado mortal donde los haya.

Un polvo no dura tanto, dirán ustedes. Un polvo, queridos amigos, dura lo que uno quiere que dure, desde que se da el primer beso hasta que se penetra la cueva pueden haber pasado horas y no me digan que eso no es divertido, mucho más que ver un aburrido partido de fútbol en la tv. Lo que dura poco es el pajarito en la jaula, en ella encuentra tales atractivos, tales suavidades y humedades convenientemente hormonadas que no puede controlar sus ansías de tomar posesión de ese bomboncito de cueva y estalla en un frenesí de macho marcando el territorio con su chupito de semen, de elixir de la vida que debe soltar cuanto antes porque la naturaleza así se lo pide y los espermatozoides –mis eszoides como les llamo yo- necesitan salir cuanto antes para iniciar la carrera de la vida.

Por eso precisamente no la penetré aún, un multiorgasmo necesita horas de estimulación. En lugar de ello di un golpecito en la cabeza de mi pajarito para que se calmara y continué besando su agradable piel desde los pechos hasta la punta de los pies. Bajé mi boca como si se cayera por el plano inclinado de su vientre y me detuve en el ombligo. A algunas mujeres no les gusta que les toquen este punto de energía, el plexo solar, sienten malestar o sencillamente sufren de cosquillas y no están allí para reírse precisamente sino para llorar de placer. ¿Han visto ustedes alguna vez llorar de placer a una mujer?. Yo sí pero eso se lo contaré en otro momento. Ahora estamos besando el ombligo de Laurencita que no se ríe ni da pataditas, una señal clara de que su plexo solar está bastante dormido. Continuo bajando por el vientre hacia el pubis, besando cada poro de su piel y al llegar a su bosque druida, su vello púbico, me introduzco en él con mi lengua como un sacerdote celta a punto de realizar sus esotéricos cultos. Ya sé lo que están pensando. Lamentablemente con tanta descripción de mujeres hermosas y menos hermosas, de orgasmos explícitos o soñados, con el ajetreo de ir y venir de acá para allá que es la vida de todo gigoló y sobre todo si uno trabaja para Lily me he olvidado de situar esta historia. Sucede antes de la plaga maldita del SIDA, en unos tiempos felices para el sexo en los que se follaba con alegría por puro placer y las estrellas de cine parecían dar el pistoletazo de salida ¿o eran los periodistas de la prensa rosa?. Parece que los actores de Hollywood follaban como locos, al menos eso dicen las crónicas, y de alguna manera sus miradas libidinosas –que no otra cosa- contagiaban al personal en los cines. Aparte de no existir la maldita plaga cuando tuve entre mis brazos a Laurencita estaba bastante seguro de que ella no había tenido amantes en un tiempo superior a la vida de cualquier virus o bacilo o lo que sea. Por otro lado tenía bastante controladas las enfermedades infecciosas, acostumbraba a ir a un doctor especialista en la materia, bastante cachondo él, quien me examinaba con pulcritud y me daba sabios consejos. No es de extrañar que metiera mi boca en el bosque druídico sin ninguna reserva.

Mojé toda su mata vellosa y busqué sus labios, los de abajo, para acariciarlos con mayor suavidad aún y ternura que los de arriba. Ella se quejó, me dijo que la hacía daño. Comprendí que la naturaleza semivirgen no es lo mismo que los caminos en el bosque transitado, así que decidí utilizar la suave yema de mi dedo mientras me incorporaba y buscaba con ansia sus pechos. Allí me entretuve con delectación, adoro los pechos de cualquier mujer, y los de Laurencita eran realmente espléndidos a pesar de su edad. Mi dedo trabajaba con calma. Al notar los primeros efluvios de la lubricación mi dedo, de uña muy bien pulida, penetró en la cueva para hacer un análisis previo. A Laurencita le gustó por lo que seguí explorando con calma y suavidad mientras ella iba cogiendo fuelle. Era preciso tomárselo con calma, un orgasmo después de largos años de sequía requiere un trabajo preciso y paciente.

Oí con orgullo sus gemidos auténticos de placer, se lo estaba pasando bien y eso me satisfacía mucho, alegraba mis instintos más profundos de amante que quiere complacer a toda costa. La besé en la boca largamente y ella se me entregó con tal ansia que juzgué podía intentar la penetración pero su sexo me rechazó. Fue entonces cuando decidí experimentar las primeras lecciones de shiatsu que Lily me había dado en una corta sesión teórica y práctica. Imploré que se pusiera boca abajo, ella protestó, tuve que calmarla rápidamente. No iba a intentar una penetración anal, aún estaba muy verde. Solo quería darle un masaje.

Al oír lo de shiatsu me preguntó si también era experto en ese agradable y energizante masaje inventado por los japoneses. Contesté que estaba empezando pero precisamente por eso podía permitirme el lujo de un largo y paciente masaje exploratorio. Le hablé de la lección de Lily y de su amiga Amiko, una joven japonesa que se había instalado recientemente en Barcelona donde impartía su sabiduría shiatsu y de otras disciplinas orientales tales como el tantrismo. Laurencita quiso que le contara más cosas pero no pude hacerlo aún no había conocido a Amiko aunque tenía unas enormes ganas de que Lily me la presentara.

Comencé la suave e inexperta sesión en la nuca, normalmente es el lugar donde más tensiones acumulamos. Es una parte muy frágil de nuestra anatomía y el estrés se ceba en nuestras fragilidades anatómicas. Ella me dijo que se sentía muy a gusto, la encantaba el masaje y me pidió que siguiera hasta cansarme. Las mujeres suelen ser unas maravillosas receptoras de masajes, por eso mismo son tan buenas masajistas. Al tiempo que desanudaba bloqueos energéticos con la yema de mis dedos probé con el beso en sus lóbulos. La oreja es un cartílago muy agradable para el beso y el masaje, suele gustar mucho el beso en esta zona erógena. A Laurencita le gustó tanto que ronroneó cariñosamente. Me pedía más, se reía, hasta se volvió y me besó con esa pasión estremecedora que estaba empezando a despertarse en ella. Incluso me acarició suavemente el miembro. Era muy agradable verla despertar a la vida, al sexo, que es un cincuenta por ciento de ella al menos desde mi punto de vista.

Volvió a su posición y yo seguí con mis dedos por su columna vertebral, utilicé las palmas para un masaje más profundo y espaciado. Casi nunca falla la espalda de una mujer, un recurso casi infalible para un gigoló que no sepa que hacer con la amante que le ha tocado en turno. Ella movía las piernas con placer arriba y abajo mientras me comentaba que era algo maravilloso, que no lo había probado nunca. Sigue, sigue Johnny me decía mordisqueando la almohada. Bajé hasta sus caderas y allí me entretuve en una caricia especial de Johnny que se centra especialmente en el canalillo y luego pasa a un magreo concienzudo de las nalgas. Laurencita las tenía poco prominentes, precisamente por eso eran tan manejables. También le gustó a pesar de que esa no era precisamente su zona más erógena. Al menos eso pensaba aunque nunca se sabe qué se va a encontrar en la exploración de la selva femenina, a veces las zonas menos prometedoras resultan las más ricas y llenas de sorpresas.

Aproveché para acariciar suavemente su ano, no pensaba volver a penetrar su sexo con el dedo, en otro caso me hubiera puesto los guantes de cirujano que me dio Lily con el resto del equipo. Estaban en mi maletín de médico del sexo junto con otros mejunjes excitantes y retardantes. Penetré su ano con increíble suavidad. Ella se volvió bruscamente.

-¿Qué haces Johnny?. No me gusta que me anden precisamente ahí. No lo soporto.

-Lo imagino, pero es preciso probar todas las zonas erógenas. Un multiorgasmo requiere una exploración concienzuda. Apuesto a que acabará gustándote mucho.

Ella relajó la expresión de su cara y acabó por sonreírme.

-Es posible, cariño. Disculpa mi pudibundez pero hay cosas a las que me resulta difícil acostumbrarme. Sigue cariño, procuraré asimilarlo.

Decidí no seguir en la puerta trasera, ya habría tiempo. Continué bajando por muslos y pantorrillas para terminar en los pies. Busqué sus bloqueos en la planta del pie derecho, luego en el izquierdo y finalmente me entretuve con sus deditos. Laurencita se reía intentando dar pataditas. La hacía cosquillas pero la gustaba así que continué.

La di la vuelta. Protestó porque le estaba gustando mucho el masaje dorsal, expliqué que el shiatsu requiere un masaje corporal total. Subí hacia arriba y masajeé su cuero cabelludo, su mandíbula, su garganta. Cerró los ojos y ronroneó con más fuerza. El masaje en los pechos fue el menos profesional y el más sensual. La encantaba y gemía, gemía con ganas la condenada. Fui bajando con un masaje muy meticuloso de su vientre y con la palma de mi mano probé la humedad de su sexo.

Esto la puso frenética, tanto que no pudo resistir más la espera.

-Johnny...Johnny, ven, ven. Déjalo todo, quiero tenerte dentro, muy dentro.

Y como aún continuara con el masaje me lo pidió casi a gritos. Mi miembro había resistido a pie firme todo ese tiempo y ahora estaba tan frenético como Laurencita. Busqué una buena posición y la penetré con cuidado, temeroso de que su sexo aún ofreciera alguna resistencia pero me equivocaba porque me recibió alborozado. Mi pene no es descomunal pero tiene su tamaño así que la penetración fue muy lenta hasta llegar al tope. Laurencita gemía con tal sentimiento de agrado que dejé de lado toda técnica y me dediqué apasionadamente al acto del amor.

La besé, mordisqueé sus pezones. Ella se me entregaba cada vez más y más. Estaba tan receptiva que mi pene no notaba para nada que aquella fuera la primera penetración en años. Me moví con suavidad, a un ritmo agradable que iba creciendo a cada nueva penetración. Adoraba el cuerpo de aquella mujer, respondía a cada golpe de cadera como si mi cuerpo fuera prolongación del suyo. Noté que estaba tan excitado por la larga penetración que iba a explotar. Me retiré. Ella se quejó tanto que tuve que explicar que era una técnica tántrica para evitar la eyaculación precoz. No tardé mucho en volver a penetrarla con suavidad hasta el fondo. Inicié otra vez el suave galope pero Laurencita ya no aguantaba más la espera. Explotó en una obscenidad que nunca hubiera imaginado en aquella carita tan remilgada. Espoleado por aquel frenesí comencé un galope a tumba abierta.

Confieso que por un momento pensé que aquel podía ser el coito del punto G. Pero éste es escurridizo como una anguila. El galope se hizo tan poderoso que Laurencita comenzó a exhalar pequeños grititos, sus piernas se clavaron en mi trasero como las clavijas de un montañero en la roca que puede salvarle de una caída. Alzó su cabeza en un espasmo y me mordió una oreja con tal fuerza que noté la sangre correr por el lóbulo.

Gritaba, me insultaba, gemía. Jódeme, jódeme Johnny, esto es maravilloso. Yo estaba tan excitado que también mordí un pecho con ansia, luego su boca y finalmente me lancé hacia el abismo del orgasmo a galope tendido.

Curiosamente ella llegó antes que yo al abismo donde se enraízan todos los deseos de la naturaleza humana. Movía sus caderas con tal fuerza que hasta me hacía daño. Explotó en un estertor de placer y se relajó con los ojos cerrados moviendo la cabeza hacia uno y otro lado mientras yo llegaba a mi vez. Mi orgasmo fue realmente delicioso, por un momento me recordó el desvirgamiento de que me hizo objeto María.

Allí quedamos los dos, sudorosos, en el frenesí del placer. Mi miembro aún se movía en su interior y mis caderas lo acompañaban hasta que el último espermatozoide fue expulsado. Entonces me relajé tumbándome encima de ella.

No pudo ser. El orgasmo fue muy agradable pero el punto G se había resistido como un jabato. Laurencita ya más calmada abrió los ojos, gimió y sollozó, luego me abrazó con fuerza y me besó. Me expresó todo el agradecimiento de su corazón y de su sexo por tal placer y abrazándome fuertemente permanecimos unos minutos estrechamente unidos.

Cuando noté que el peso de mi cuerpo la hacía daño me aparté a un lado tumbándome boca arriba.

-Gracias Johnny. Hubo un tiempo en que temí no volver a saber nunca lo que era un orgasmo. Me has hecho muy feliz. Creo que estoy empezando a quererte, cariño. No se lo digas a Lily pero aunque no encontremos el punto G ella tendrá su favor...No, no te rías, eso no significa que vaya a dejarte libre así como así. Tendrás que trabajar muy duro. No me voy a dar por vencida con un solo orgasmo.

-Lo haré con sumo placer, encanto. Para mí también ha sido muy agradable.

-No, me engañas Johnny. ¡Cuántas mujeres más atractivas y expertas que yo no te habrán hecho más feliz!. Sé lo que te ha costado excitarme. Puedes tener la seguridad de que este orgasmo lo guardaré en una urna para enseñárselo a todo el mundo, incluso a mí marido algún día.

Nos reímos los dos a carcajadas, en su risa había un punto de histerismo que me preocupó. Me sentía feliz del trabajo realizado. Ella era una amante que merecía la pena y seguro que iba a ser una excelente amiga.

Así queda este episodio, con Laurencita riéndose a carcajadas, un poco histérica tal vez porque estaba imaginando la cara de su marido cuando ella le enseñara la urna con el orgasmo. Yo, que había dejado de reírme, contemplaba su cuerpo con la curiosidad del explorador que encuentra una selva más tupida de lo que decía el mapa. Aquello solo era una pequeña muestra de lo que uno se podía encontrar en el camino.