Diario de un gigolo (06)

¿Nunca han pensado ustedes en convertir su vida erótica en un culebrón televisivo?. Johhny sí y con suspense, cualquier cosa puede ayudar a encontrar el punto G. Es cuestión de imaginación.

DIARIO DE UN GIGOLO VI

En el episodio anterior habíamos dejado a una Laurencita anhelante, con la boca abierta, esperando el beso resucitador del orgasmo. Y me había dejado a mí mismo, Johnny, el narrador de este culebrón, real como la vida misma, contemplando apreciativamente cada detalle del cuerpo desnudo de Laurence con todo el descaro del mundo. Pensaba con sólidas razones que aquel cuerpo había estado infravalorado, tanto por el ceporro de su marido como por la propia poseedora, suponiendo que uno posea su propio cuerpo y no ocurra al revés que esté poseido por su cuerpo. Nunca entenderé este galimatías ya que hablamos de que nos duele el dedo del pie como si el coche tuviera la rueda desinchada en lugar de expresarnos de esta otra forma: ¡cómo me duelo a mí mismo!. Lo que sería más lógico si el cuerpo nos poseyera y no poseyéramos nosotros nuestro propio cuerpo. Si me duele "mi cuerpo" es que yo soy el señor que estoy dentro, que es algo así como estar de piloto en un vehículo, hablando como un mecánico de un taller.

Claro que esto son tonterías filosóficas o psicológicas o como se quieran llamar y suele ocurrir cuando uno está pensando en las musarañas aunque también sucede, de hecho es mi caso, si contemplo el cuerpo de mis amantes con demasiada atención, entonces pienso que la señora que está dentro de ese cuerpo no se merece el bombón que la naturaleza le ha dado como carrocería o al revés, que la maravillosa señora que está dentro de determinado cuerpo no se merece una carrocería de seiscientos cuando debería tenerla de mercedes o beemeuve. En el caso de la mujer multiorgásmica estaba empezando a pensar que se merecía la carrocería de un mercedes aunque el utilitario en que la había enclaustrado el gran director de la autoescuela universal no estaba nada mal si uno sabía cómo pisar el embrague, cómo desembragar a tiempo y cómo ir apretando el acelerador poco a poco hasta que el motor se pusiera tan caliente que el acelerón final fuera realmente satisfactorio para todos los pasajeros.

Mis muy amables lectores están un poco desconcertados con el Johnny que están conociendo en este capítulo pero es que en la intimidad de mi pensamiento, justo después del orgasmo, cuando te entra esa relajación maravillosa, esa soñolencia indomeñable, la mente de Johnny se pone a funcionar de esta manera que ustedes están viendo en directo y sin pagar un duro. No se quejarán, no, la mente de un profesional del sexo totalmente al descubierto y sin haber tenido que pasar la tarjeta de crédito por la ranurita.

Pero dejémonos de tantas disquisiciones filosóficas y vayamos al grano, o mejor dicho a la busca de ese punto G que es algo así como la primigenia explosión del big-bang o como se diga. Imagínense ustedes que están viendo por la tv en sesión de sobremesa un espeluznante culebrón titulado "Diario de un gigolo", imagínense que en la intimidad de su cuarto de estar, sin que nadie les moleste pueden poner los ojos como platos ante el espléndido cuerpo de Johnny o mover la cabeza como diciendo "siconsa" ante el cuerpo de Laurencita. Imagínense que suena la música, que aparecen los títulos de crédito y que la imagen se descongela y el protagonista, es decir Johnny, se acerca al cuerpo desnudo de Laurencita y lo manosea de arriba a abajo con la aquiescencia de la poseedora de ese cuerpo o de la poseida por ese cuerpo, como ustedes prefieran. Imagínense que Laurencita tiene los ojos brillantes y suspira de placer y anima a Johnny a seguir ese masaje tan agradable. Ahora un servidor de ustedes besa dulcemente en la boca a Laurencita.

Pero dejemos por un momento la filosofía del sexo, los culebrones son entretenidos, lo reconozco, y de vez en vez muy divertidos, pero esto, amigos lectores, esto es la vida real. Y en la vida real no aparecen títulos de crédito cada vez que van a hacer algo o dejan de hacerlo para pasar a la siguiente escena que en la película de la vida no está cortada por diferentes planos, ustedes actúan como si nadie les estuviera viendo y eso ya no es cine ni tv, eso es simplemente vida real. Pues así estaba actuando yo, no como ahora que se lo estoy contando como un episodio de un culebrón, sino con el deseo vocacional que me es propio. Es decir miro a Laurencita, ésta me mira a mí, pero ninguno de los dos somos mirados por ustedes, los lectores, que se enteran a toro pasado, cuando ni a Laurencita ni a mí nos importa un carajo lo que piensen de nuestros orgasmos.

En la vida real después de un polvo o de un orgasmo o de la felicidad de haber hecho el amor, como ustedes quieran llamarlo, uno se siente cansado, bajo de forma, ligeramente soñoliento -algunos hasta roncan, yo mismo podría hacerlo sino estuviera trabajando, si en realidad estuviera con mi esposa o amante-. Porque las hembras, al contrario de los machos, se quedan tan despiertas, con los ojos tan abiertos que a uno le entra el miedo de que quieran seguir buscando el punto G toda la noche, sin interrupción. Sí, ¿no les ha pasado nunca?, ellas con ojos de pantera reluciendo en la oscuridad, inquietas debido al picor, les pica casi todo, hasta el sexo que ha abierto los labios como deseando volver a morderte y no desean dormirse ni por todo el oro del mundo. Ni siquiera se muerden la lengua. La mujer se vuelve parlanchina, se mueve tanto y con tanto vigor que uno desearía poder atarla a la pata de la cama; te pide que hables y no ceses de hablar, que ronronees, lo que quieras pero que no te duermas. Incluso desea con fervor que rasques su espalda, adorable en la mayoría de los casos, es cierto, pero tú lo que estás deseando hacer es dormirte, dormir a pierna suelta. Un marido no tiene problemas, vuelve el culo y ¡felices sueños, cariño!.

Pero Johnny es un excelente trabajador, un vocacional de los que quedan pocos. Hay que pasar al siguiente episodio de este culebrón, la imagen sigue tan congelada que temo que mi ariete, con el que pretendo conquistar el castillo, acabe contagiado de esta pausa, de esta ralentización filosófica imperdonable en un buen narrador. Laurencita sigue ahí con la boca abierta mientras pasan los interminábles títulos de crédito. Su cuerpo desnudo es una invitación constante al placer carnal, al placer vital, a todos los placeres que la vida te ofrece siempre en relación con el cuerpo y casi siempre en la bandeja de un cuerpo desnudo. Y allí seguía Johnny esperando que los malditos títulos de crédito acabaran su aburrida procesión y pudiera dedicarse al placentero laboro. El miembro permanece firme, saludando la cueva sagrada donde el dragón del fuego venusino se encoge atemorizado ante Nothung, la espada inmortal, que penetrará con fuerza en la cueva y salpicará mi cuerpo con sangre-pasión que me hará inmortal. Pero antes es preciso que el elixir lubricante abra esta gruta de Ali Babá, antes tiene que destilar por sus bordes para que mis dedos descubran la palabra cabalística que da acceso al interior oscuro donde se encuentra el malhadado punto G. Un punto negro en algún lugar de la bóveda oscura. ¡Hay es nada la tarea que me aguarda!.

Tal como lo describo esto parece pura ficción, el resultado final de la resaca de un guionista un lunes angustioso en el que no se le ocurre nada, con la cabeza retumbando tras un fin de semana borracho en el que ha contemplado desde el sofá la orgía interminable que se desarrolla en su entorno cercano. Han contemplado ustedes de forma totalmente gratuita el proceso por el que una realidad anodina se transforma en una deslumbrante ficción. Pero ya no necesitan que la voz en "of" les entretenga puesto que los títulos de crédito han terminado, la música ha exprimido su último acorde y la imagen se descongela justo cuando me inclino sobre el cuerpo desnudo de Laurencita para besar sus labios entreabiertos al tiempo que mi miembro más viril se aproxima hacia su cueva. En mis oídos aún suena la música de John Williams, pongamos por caso, y eso me recuerda que esta épica empresa tiene un fin último: encontrar el punto G de Lily, digo de Laurencita, para que Lily consiga eso que tanto anhela.

La realidad estalla con toda su fuerza inmediática, ya no soy el narrador que desde un futuro tranquilo contempla una imagen congelada en la pantallita, ahora soy el joven Johnny que se acuesta con suavidad sobre Laurencita, temeroso de aplastar su frágil cuerpecito, pensando que la tarea sobrepasa a un gigoló tan inexperto. El rostro de mi ninfa sigue tan anhelante, tan receptivo que uno imagina lo que está pensando: "Líbrame de todo mal Johnny, protégeme de la angustia de la vida, devuélveme la ilusión de seguir viva, de ser mujer". No está mal esa oración, para mí quisiera otra semejante. Siento deseos de despertarme de este sueño en el sillón del director a quien tocan en el hombro justo cuando en la pantalla aparece aquello de " guión original, montada y dirigida por...Johnny". Debo asumir mi responsabilidad aquí y ahora, hincárle el diente a esta cruda realidad, tan cruda como el cuerpo de Laurencita a quien acabo de pasar un dedo por el sexo sin que éste se impregne. Mi sexo se retira hacia atrás al tiempo que mi glande clama en forma de sangre porque le dejen asomar su horrible cabecita al misterio de la parte femenina del universo. Mi cerebro le retiene pensando en la forma de atravesar ese desierto por donde veo caminar a Laurencita con la boca abierta y una sed infinita de multiorgasmos.

Decido empezar llamando a su boca donde me encuentro sus labios tan resecos como los otros de más abajo. Picoteo con ternura, ensalivando cada rincón de su boquita de piñón. Esta mujer necesita superar una larga época de sequía, de vacas flacas. No será fácil pero debo intentarlo. Va por tí, querida Lily. Vuelvo a besarla, esta vez con más pasión. Ella reacciona, abraza mi nuca con la desesperación con que un náufrago se agarra a la única tabla de salvación que tiene a mano. Es un largo beso a tornillo en el que nuestras bocas se enroscan y nuestras lenguas se anudan en un nudo gordiano que solo la espada podrá romper. Respiramos por la nariz ansiosamente, nuestras bocas han ido absorbiendo todo el aire de nuestros pulmones y apenas queda suficiente para seguir allí atornillados. Por la nariz apenas entra un chorrito de aire cálido pero es suficiente para que sigamos buscando toda la intimidad de nuestras vidas en un beso interminable.

Soy yo quien se suelta absolutamente exhausto, me tumbo a su lado para recuperar el aliento y mientras comienzo a jugar con sus pezones. Ella abre los ojos que mantuvo cerrados todo el tiempo del beso y me mira con una pregunta en el fondo de sus ojos brillantes. No quiero decirle la verdad, que su sexo está tan reseco que sería inútil intentar penetrar ahora, contesto simplemente que su beso me ha dejado sin aliento, necesito recuperarme Ella se echa a reír orgullosa de la pasión que despierta en mí. Pregunto si una corta historia picante con su punto de morbo la estimularía.

-Vamos, Johnny, no creerás que soy una puritana a mi edad.

-Estoy convencido de que no lo eres, pero me temo que has descuidado un poco el sexo. ¿No crees?.

-¿Cómo puedes saberlo?. No te he contado nada de mi vida.

-Tu sexo aún no está húmedo y eso no es muy normal en las mujeres que me ven desnudo y reciben mis primeras caricias. No es una fantasmada, simplemente constato un hecho.

-Admito que tienes un cuerpo imponente Johnny, pero algunas mujeres no nos volvemos locas al primer golpe de vista. Necesitamos algo más, cariño, que nos traten como amigas, que nos acaricien...

-Todo a su tiempo, cariño. ¡Puedo preguntarte si has tenido amantes ultimamente?.

-Puedes preguntarlo que quieras, somos amigos y además estamos desnudos, eso ayuda para hacer confidencias. ¿No crees?. No, no he tenido amantes desde hace mucho tiempo. En cambio mi marido siempre encuentra huecos en su repleta agenda para atender a alguna que otra desvergonzada. La última ha sido una presentadora de televisión. Supongo que ves la tele. En eso como en muchas otras cosas nos diferenciamos las mujeres y los hombres.

-No, no veo apenas la tele, prefiero acariciar a una bella mujer en un culebrón sin fin.

-Gracias Johnny por tu galantería. Seguro que a esas si la conoces, pero dejemos el tema.

No pregunté el nombre de la susodicha. Me gustaba el cuerpo de la presentadora y ya había fantaseado con la posibilidad de que viniera a hacerme una visita. Me parecía una trepadora pero eso no me parece mal, cada uno utiliza para trepar lo que tiene, ella utilizaba su cuerpo lo mismo que yo el mío. Claro que mi única preocupación no era tanto trepar en la vida como trempar a tiempo.

Siguió hablándome de su marido pero noté que eso la ponía triste. Mal asunto cuando necesitar excitar a una mujer hasta el límite. Corté por lo sano y comencé mi historia. No me había preocupado de renovar el repertorio así que utilicé la misma que tanto había divertido a Marisa, solo que esta vez introduje fuertes dosis de realidad. Laurencita es una mujer más bien realista. Conté la orgía de ... y sus amigas. ... Es una chica muy especial que conocí en la universidad, pero este no es el momento de interrumpir la narración. La búsqueda del punto G requiere toda mi atención. No se preocupen, no se la van a perder, pero a su debido tiempo, no sean impacientes.

Al tiempo que narraba mi historia continué la sesión estimulatoria. Los puntos suspensivos los aprovechaba para que mi boca hiciera el trabajo más delicado. Primero reanudé el beso a tornillo que tanto la excitaba haciendo como si buscara desesperadamente algo en su boca. No, no precisamente el punto G, lo había situado bien en el atlas sexual; no está en la boca, descartado, aunque no crean que un multiorgasmo es imposible de conseguir boca a boca, ¡cosas veredes amigo Sancho!. El quid de la cuestión estaba en una estimulación salvaje, feroz, sin descanso.

¡Quién no ha notado en su época de noviazgo cómo las novias hurtan los besos a tornillo con lengua juguetona de sus novios!. El beso profundo las excita mucho y temen no ser capaces de resistirse a las manos de un desenfrenado hurgando entre sus ropas. Dicen los sexólogos que la saliva tiene hormonas sexuales, no necesito que los científicos me lo prueben y supongo que ustedes tampoco. Basta haber besado una vez para saber que los labios o la saliva o la lengua deben tener algo para que el beso sea algo tan excitante.

La sesión fue larga, intensamente pasional. Laurencita o como se llame en realidad, reaccionó bien, respondió con ganas y cuando mi lengua buscó sus pezones escondidos ya comenzaba a jadear suavemente. Tardé en conseguir que se irguieran y me saludaran, me refiero a los pezones, pero mereció la pena. Laurencita daba grititos de placer. Procuraba unir a la estimulación física la mental, seguir el relato de la orgía con una demostración palpable de que las orgías no solo son posibles sino necesarias.

Y aquí lamento tener que congelar la imagen pero es necesario que así sea, no es posible encontrar el punto G en un aquí te pillo aquí te mato, rápido y sin concesiones a la imaginación. Si ustedes han sido capaces de conseguirlo con sus "partenaires" felicítenlas de mi parte porque tienen una imaginación aún más desbordada que la mía.

Continuará.