Diario de un gigolo (03: Marisa)

El primer día de trabajo acostumbra a ser duro pero eso no le preocupa a Johnny que siempre encuentra encantos en todas las mujeres. En unas más que en otras lógicamente.

DIARIO DE UN GIGOLO III

MARISA

Convenientemente entrenado, bien mentalizado y aleccionado por mi mentora, me dispuse a afrontar mi primera batalla con el ánimo muy alto. A pesar de que Lily había pintado el blanco de un color más bien oscuro, o negro sin matices, yo tenía confianza en hallar algo atractivo en mi "partenaire".

El sexo son dos cuerpos y un conjunto de glándulas peculiares para cada género pero también, y para mí principalmente, el sexo es imaginación, fantasía, tiene mucho de autoestimulación. Ello sin despreciar los poderosos mecanismos que la sabia naturaleza ha insertado en nuestros "bodys" con la confianza de que la raza humana no se extinga y pueda continuar su alegre marcha por los caminos de la historia. Lo que no pudo imaginar nunca la naturaleza es que una de sus criaturitas le saliera tan listilla que consiguiera enmendar la plana a todas sus sabias y poderosamente atractivas disposiciones. Si lo pensamos bien la mayoría de los actos reproductivos de la especie humana son estériles, al menos actualmente, para ello se usan gomitas o pastillitas o cualquier otro "ita" del mercado; o simplemente la fémina espera a los días no fértiles en su calendario. Porque al parecer el macho es siempre fértil, claro que esto es pura teoría como lo es todo en el sexo hasta que una pareja se desnuda y se pone a la práctica.

No es que yo me planteara ni muchos ni pocos problemas filosóficos o éticos, simplemente uno piensa en lo que va a hacer de aquí a un rato y si tienes las neuronas despiertas, como me suele ocurrir a mí, entonces se te ocurren muchas cosas, tantas que a pesar de mi desprecio por el diario y la autobiografía no he tenido otra opción que ponerlo todo por escrito antes de que reviente. Claro que eso de ponerme a pensar fue con posterioridad a que LiLy me despidiera con un casto beso en la boca como si nuestra relación hubiera alcanzado el "status" formal de matrimonio. El currante sale a su "duro laboro" mientras la señora se queda en casa repasándose las uñas ante una copita de champagne. Al menos así me imaginaba a Lilian mientras yo tomaba un taxi. Por el contrario ella me estaría imaginando a mí, su maridito querido, sudando y resudando para ganarse el jornal. Seguramente no podría evitar que una risita incontenible de conejita satisfecha la atragantase, pero para pasar el mal trago tenía a mano una copita de burbujeante líquido.

Lily me había ofrecido uno de sus coches conducido por el matón de turno pero yo preferí coger un taxi cualquiera para intentar hacerme a la idea de que se trataba simplemente de una cita con la amante de turno. Le dije al taxista, un calvorota guasón, que me llevara a la casa número 1, number one, si lo prefieren así. Y les explico porque esto les empezará a sonar a tomadura de pelo.

Lilian había organizado su negocio de tal forma que solo un par de años más tarde, con motivo de un acontecimiento desgraciado que ya les relataré en su momento, pude enterarme con detalle de todo el increíble tinglado que mi mentora había organizado. Se puede decir que era la directora, ejemplar y de una efectividad al 100 por 100, de una fantástica multinacional del sexo que la había hecho tan rica que en su entorno ni las mentes más calenturientas podían ni acercarse a la cifra total del suma y sigue. Lo poco que me dijo en ese momento era que tenía una docena de casas distribuidas por toda la ciudad, intentando de esta forma cubrir los cuatro puntos cardinales y todos los intermedios, así como el centro y las afueras, con el fin de que ninguno de sus clientes tuviera que desplazarse durante tanto tiempo que pudiera correrse el riesgo de que se le quitaran las ganas o disminuyera el deseo.

Esto me lo contó mi dulce "chuchú" (así comenzaba a apodarla irónicamente para mi coleto) con la desgana con que un director general tiene que dar detalles al detective privado a quien ha encargado de una misión molesta. Lilian no tardaría en enterarse del apodo, el subconsciente siempre le acaba a uno traicionando. Aún era joven pero el tiempo me enseñaría que en el acto íntimo no solo se desnudan los cuerpos sino también acaba por salir a la superficie todo lo que escondemos bajo siete llaves en nuestra cámara secreta. Así que más vale estar preparado y encauzar bajo control esa temible avalancha con la que no se puede jugar.

Yo sospechaba que Lily trabajaba también otros géneros eróticos, no solo el hétero, también el homo y el lésbico, sin contar algunas perversiones no estipuladas como delito en nuestro código penal. Ella procuraba ser muy discreta para evitar que la maledicencia y la hipocresía social terminaran por darle la puntilla a su lucrativo negocio. La confirmación de esta sospecha vendría de la boca jugosa de Anabel, una preciosa mulata con la que haría muy buenas migas. Era considerada la number two después de Venus de fuego, pero para mi gusto Anabel la superaba con mucho. También me habló de perros amaestrados para clientes muy especiales y otras extrañas formas de sexo que a mí nunca me atrajeron. Siempre he tenido bastante con una mujer y mucha imaginación. No me costaba mucho pensar en el negocio de Lily como si fuera una especie de multinacional del sexo con subterraneos y hasta cloacas en sus sótanos. Con el tiempo llegaría a conocer bastantes de estos ramales, sospechaba que ella no quería asustarme antes de tiempo y creo que tenía mucha razón porque en aquel momento lo hubiera dejado todo de haberlo sabido aunque me pasara las noches en blanco en pubs de mala muerte.

Me dio una tarjeta con la dirección de la casa que entregué al taxista quien me la devolvió rápidamente con ojillos pícaros que me repasaron de arriba abajo. Seguramente pertenecía a alguna parada cercana y no era la primera vez que hacía el recorrido desde el chalet de Lily a la casa number one. Cuando llegué a la puerta despedí al taxista con una magra propina. Por cotilla y pacato, me dije riéndome entre dientes. Se me acercó un señor bajito con cara de mala leche quien me echó un vistazo rápido y esbozó una sonrisa que a mí me pareció una gota de vino en un campo de vinagre. No tuve que romperme mucho la cabeza para deducir que era el matón que se ocupaba de la seguridad de la casa. Seguro que Lilian le hizo una descripción muy buena de mí porque cara de vinagre no dudó mucho sobre mis intenciones.

-Supongo que eres Johnny. Encantado de conocerte. La señora te está esperando desde hace un rato.

-Creo que llego puntual.

-Con cinco minutos de adelanto para ser exactos, pero la señora parece muy ansiosa.

Se le cayó una risita de la boca que no me molesté en recoger. Me dirigí hacia la puerta evitando su curiosidad respetuosa y llamé al timbre. Me abrió la puerta una doncellita realmente hermosa y joven, un policía seguramente le hubiera pedido el D.N.I. La visión de la jovencita me animó mucho porque por un instante fantaseé sobre la loca posibilidad de que LiLy me hubiera gastado una broma y quien realmente me esperaba era la nieta de la señora gorda a quien le gustaba vestirse de criadita para que la follaran currantes vestidos de señor.

La doncellita inclinó su linda cabecita y me condujo al salón. Antes de entrar aproveché su movimiento hacia la manilla de la puerta y la arreé un buen pellizco en su lindo culito, pero no hizo ningún esparaván, seguramente ya estaba acostumbrada. Conociendo a Lily apostaría a que habría un apartado especial para los pellizcos de los crápulas.

En medio del salón esperaba mi ansiosa partenaire. Una mujer cincuentona, entradita en carnes, más bien bajita, pero que estaba lejos de ser una foca. Lily sin duda me lo había puesto mucho peor de lo que en realidad era para que pudiera animarme antes de la faena. Vestía una falda negra de tubo que le llegaba hasta las rodillas, tan ajustada a su cuerpo que de haberse lanzado a mis brazos, tal como adivinaba estaba deseando hacer leyendo la expresión de su rostro, estoy seguro de que habría caído de bruces. La blusa blanca transparentaba debajo un sujetador negro que resaltaba su enorme pecho. Me fijé en sus piernas, robustas como un par de columnas, apenas se distinguían las rodillas. Desde luego poco tenían de piernas de mujer ideales, no eran largas ni estaban bien formadas, ni tenían la curvatura precisa de la modelo ideal. Sus caderas se juntaban con la cintura, no precisamente de avispa, y los grandes pechos remataban el conjunto, de una solidez envidiable.

-Hola Johnny, soy Marisa. Me moría de ganas de conocerte.

Me acerqué con la intención de asentar un casto beso en su boca cuando antes de llegar a su figura estatuaria ella se me lanzó encima, impotente para contener más su deseo. Caímos hacia atrás, ella encima de mí y yo boca arriba sobre la alfombra. Noté cómo sus grandes pechos se estremecían de risa. Cuando se calmó apoyó su cabeza en mi pecho como harían luego todas las mujeres. No sé qué tenía éste de paternal pero todas terminaban por reposar su cabeza o lo que fuera en él y por largo tiempo. Tal vez como decía Lily era mullidito como un buen colchón. Antes de intentar levantarse me cogió de la nuca y me arreó un beso a tornillo que casi me queda sin respiración.

La ayudé a ponerse en pie porque de otra forma nos hubiéramos tirado allí el resto de la noche. No era tan mala idea pero con ella yo prefería el lecho. Sin esperar más presentaciones ni explicaciones me cogió de la mano y me llevó casi en volandas a la habitación. Nunca imaginé semejante agilidad en ella, eso me daba una idea de su deseo de estrujarme entre sus pechos. Allí no se quedó sin saber qué hacer como yo esperaba, al contrario se dedicó a desvestirme con la ternura de una madre que quita la ropa sucia a su pequeñín antes de meterle en el baño. Ni siquiera se fijó en la habitación. Yo sí lo hice mientras la dejaba hacer. Era un cuarto amplio, pienso que para que cogiera el enorme lecho que apoyado contra la pared del fondo más parecía un cuadrilátero que una casta cama matrimonial. La colcha era roja, demasiado chillona para mi gusto pero ya había oído hablar de lo excitante que es el color rojo y esos detalles a Lily no le pasan desapercibidos. Las alfombras eran enormes y muy mulliditas, por si acaso el entusiasmo nos lleva hasta el suelo, pensé con humor alegre.

No quiso que la desnudara, algo que adoro hacer, entreteniéndome largo tiempo en cada prenda y aprovechando para las caricias y el conocimiento del cuerpo de mi amante. Observé al borde de la risa que tenía una prisa endiablada. Lily me había comentado que era muy ansiosa, que procurara calmarla porque sino quedaba satisfecha al primer intento podía hacerme pasar una noche muy ajetreada. En cambio si los preámbulos se alargaban lo suficiente y su excitación la llevaba a un agradable orgasmo podía dormir tranquilo porque ella se quedaría como un tronco enseguida. Más bien tan apacible como una vaca satisfecha, remachó Lily que se tronchaba de risa ante la cara que puse.

No voy a entrar en detalles de este mi primer trabajito porque no tiene mucho interés. Conseguí calmar su ansia e imponer una larga y placentera estimulación, sobre todo en sus pechos, una parte de la anatomía femenina que me vuelve loco. Lamí sus pezones con suavidad, con delectación durante largo tiempo y noté cómo se ponían rígidos lo mismo que su cuerpo que se estremecía deseando un contacto más profundo. En cuanto noté lubricación en su sexo la penetré con fuerza y en un par de embestidas alcanzó un orgasmo que debió ser muy satisfactorio porque no cesó de quejarse lastimeramente durante un tiempo que se me hizo eterno porque no me dejaba apartarme. Me tenía férreamente oprimido entre sus gruesos brazos. Yo aún no había llegado pero tampoco tenía demasiado interés en hacerlo, prefería verla dormir o reservarme para el resto de la noche. Me dijo palabras cariñosas al tiempo que me oprimía más y más como si entre los dos hubiera un abismo que le causara pánico. No soportaba ni el más ligero hueco entre su cuerpo y el mío. Se agarró a mi espalda con sus uñas que a mí me parecieron dientes de sierra y no creo que anduvieran lejos a juzgar por las marcas que allí me dejó. Me obligó a permanecer sobre ella hasta que sus ojitos pícaros comenzaron a cerrarse. Entonces se limitó a darme un manotazo cariñoso y se dio la vuelta quedando profundamente dormida casi al instante. Su tronco y especialmente sus muslos se estremecían de vez en cuando como si aún estuviese dentro de ella.

Lily me había obligado a jurar que no abandonaría el lecho sino era para hacer un pís rápido. A la foca Marisa no le gustaba nada encontrarse sola si despertaba a mitad de la noche. Una vez se quejó amargamente de que se le hubiera infligido semejante desprecio. Se negó a pagar el estipendio acordado hasta tanto no se le pidieran disculpas y fuera recompensada ampliamente. Una noche gratis fue suficiente disculpa y recompensa por lo visto. También se me dijo que caso de que se despertara tendría que contar algo erótico, algún chiste picantillo, o alguna historia con morbo porque si permanecía silencioso me armaría un buen follón.

Ya me las prometía muy felices cuando con tanto ajetreo de trasero se le debieron comprimir los gases porque soltó una sonora ventosidad que con la ayuda de mis risitas que no era capaz de controlar hicieron que se despertara completamente. Se dio la vuelta y comenzó a charlar conmigo.

Allí inicié mi carrera profesional como cuentacuentos erótico. Algo que se me da tan bien que alguna clienta se conformaría solo conque me pasara la noche contando mis historias. Claro que yo no dejo que se salgan con la suya. Ellas han pagado por un polvo y polvo que tienen todas ellas aunque sea a regañadientes, entre cuento y cuento.

Así terminó mi primera experiencia como auténtico gigolo de pago. No fue tan mala como parece. Lo pasé bien y el cuerpo rollizo de mi antagonista tenía sus encantos. ¡Qué cuerpo de mujer no los tiene!. Pero lo que más me satisfizo fue el éxito de mi historia. Como no tenía bastante confianza con ella para contarle mi iniciación al sexo a los catorce años decidí improvisar con retazos de mis aventurillas universitarias. Me convertí en protagonista de una orgía romana supuestamente organizada por los estudiantes de psicología y a Marisa se le pusieron sus ojillos como platos, creo que hasta aumentaron considerablemente de tamaño. No cesaba de pedir más y más detalles sobre aquella juventud emancipada y perversa

Solo me interrumpió un par de veces para que rascara su gran meseta posterior mientras seguía contando mis hazañas. Creo que a todas las mujeres les gusta que las rasquen la espalda, al menos a todas a las que he conocido íntimamente. Intercalé episodios humorísticos que tuvieron mucho éxito. Ella movía su orondo trasero espasmódicamente al compás de su descompasada risa. Tuve que calmarla dándole golpecitos en las nalgas, creo que me pasé un poco, pero no se quejó...no se quejó en absoluto.

Continuará.