Diario de un embaucador (Parte III)

Era una de las situaciones más excitantes en las que me había encontrado jamás. Mientras el padre hablaba, yo me devoraba la polla de su hijo bajo su misma mesa.

Franco no pasaría a buscarme hasta dentro de unas horas. Tiempo más que suficiente para salir y caminar un rato con alguien que hacía mucho tiempo no veía.

"¿Sabes que te va a terminar por descubrir, verdad? Y no va a ser bonito", decía Gonza a mi lado mientras caminábamos por las desiertas y calurosas calles del centro.

"No tengo idea de lo que estás hablando", dije con una sonrisa irónica.

"Alex, sabes perfectamente de lo que estoy hablando."

"Quizás, pero eso no implica que me de por aludido. Nadie va a enterarse de nada porque no hay nada de qué enterarse."

"Te montas a cada hombre que se te cruza en el camino y te llama la atención", dijo como si fuera la obviedad más grande del mundo.

Solté una carcajada.

"Quizás", dije aún riendo.

Gonza había sido mi mejor amigo durante años. Nos conocíamos desde primer año de secundaria. Él era alto, rubio, de ojos claros y con una personalidad única. Era mi más grande confidente. Si quisiera abrir mi vida y examinarla como a un libro, simplemente tendría que ir a él. Nos habíamos conocido el primer día de clases. Simplemente había llegado, se había sentado a mi lado y había empezado una conversación. Así era Gonza: simple, honesto, directo. Era lo que había mantenido nuestra amistad a flote, más aún que el hecho de que fuera un hetero acérrimo.

Entramos a una tienda de ropa particular en la que ambos solíamos comprar. Estábamos en busca de alguna camisa más o menos aceptable para la cena de esa noche. Luego de estar revolviendo un rato, Gonza se me acercó.

"Ni se te ocurra dejarme planteado para ir a morrearte por ahí."

Lo miré fingiendo indignación.

"¿De qué estás hablando?"

"Te estoy vigilando. Has estado intercambiando miradas con el empleado desde que entramos. Quédate quieto."

No pude hacer más que sonreír. Gonza me conocía demasiado bien. Me encogí de hombros y salí de la tienda, ya encontraría algo en el clóset.

"En serio, ¿es que no piensas en Franco? ¿Aunque sea un poco? ¿No te da al menos algo de pena?" Era hora de la charla otra vez.

"Ya lo hemos discutido muchas veces, Gonza. No voy a atarme a una sola persona. Hay que gozar, disfrutar de la vida."

"Si, pero esto es diferente. Una cosa es que tengas sexo con quien sea mientras no tienes ningún compromiso. Pero tu mismo aceptaste ponerte de novio."

"Y le aclaré que no era bueno en los noviazgos."

"Pero es evidente que el sí; ¡confía ciegamente en ti!"

"Tú no eres ningún inocente, te has acostado con más de una últimamente y también estás de novio", dije imitando su tono de reproche.

"Eso es diferente, solo una vez cada tanto, en alguna fiesta o algo así. Tú estás las 24 horas en busca de una posible presa."

"¿Qué hay de mis mamadas? Eso también tiene que contar como infidelidad; y bien que las disfrutas bastante seguido." Sonreí triunfante, había sacado mi as bajo la manga. Gonza se quedó en silencio y sus orejas se enrojecieron.

"Vamos, que no te vas a volver gay porque te la chupe de vez en cuando. Además lo gozas a lo grande. Déjame ser feliz y se feliz tú también", dije riendo.

Habíamos llegado a mi departamento. Gonza no había vuelto a decir palabra.

"Eh, ¿estás bien?", pregunté.

"Estás cometiendo un error, Alex. Y creo que lo sabes. Vas a terminar lastimando mucho a otra persona. Hacer eso no va a arreglar lo que sucedió."

Era mi turno de ponerme serio ahora.

"No voy a hablar de eso ahora. Nos vemos el lunes, Gonza."

Nos despedimos y entré al departamento. Aún tenía un par de horas antes de que Franco pasara a buscarme. Las dediqué a excavar en mi clóset, ducharme y pensar en lo que mi mejor amigo me había dicho esa tarde. Era la única persona que realmente podía obligarme a reflexionar.

Por primera vez en mucho tiempo, desempolvé los viejos recuerdos de aquella noche fatal. Aún dolían como cristales afilados. Aún sentía el dolor de lo ocurrido. Fue la noche en que encontré mi nueva forma de ser. Donde el joven despreocupado, adicto al sexo, soberbio y orgulloso había nacido. Si yo había tenido que sufrir tanto, había decidido, ¿por qué no dedicarme a gozar al máximo? Quizás hubiera una forma de equilibrar la balanza, de volver a como todo era antes.

El timbre me sacó de mi ensimismamiento. Me había vestido con una camisa azul marino y unos jeans, eso tendría que bastar. Bajé a toda prisa para encontrarme con Franco y salimos.

"Oye, ¿puedo hacerte una pregunta?", dije luego de un rato en que solo se escuchaba el motor de la vieja camioneta.

"Claro, ¿qué sucede?", respondió con su tono alegre de siempre.

"¿Qué piensas de mi?"

"¿A qué te refieres?", Franco me lanzó una mirada, extrañado.

"En general, ¿qué piensas de mi?"

"Pienso que eres el chico más sexy que he conocido en la vida y yo el más suertudo que tú hayas conocido."

Sus palabras me arrancaron una sonrisa a mi pesar.

"También eres un engreído porque sabes lo bueno que estás. Pero eso solo te hace más atractivo". Tuve que reír ante eso. "Eres considerado, por eso estás aquí hoy. Eso también cuenta. Me gustas mucho."

No tuve que responder porque acabábamos de llegar, Mariana nos esperaba en la puerta. Suspiré.

"Ten paciencia, prometo recompensarte", dijo con una sonrisa cómplice.

"¡Hola Alex!" gritó Mariana apenas me vio bajar de la camioneta.

La hermana menor de Franco cumplía 18 años esa noche. Era bajita, flacucha, con una melena azabache como él y ojos saltones... y una profunda obsesión.

"Hola Mariana", dije sin mucho entusiasmo. Lancé una mirada de súplica a Franco, que sonreía como si estuviera viendo el show más entretenido del mundo. Su hermana me arrastró adentro.

"¡Mamá, papá! Alex ya está aquí", anunció para que el país al completo se enterara.

"Yo también estoy aquí", dijo Franco detrás de nosotros.

"Buenas noches Sr. Dietrich, buenas noches Sra. Dietrich", dije con toda la ironía que pude juntar. No les agradaba a los padres de mi novio y ellos no me agradaban a mí. Fingir lo contrario se había convertido en un juego.

"Buenas noches, joven", mi querido suegro jamás me había llamado por mi nombre.

Nos sentamos a la mesa, el Sr. Dietrich a la punta, la Sra. Dietrich y Mariana frente a Franco y a mí, respectivamente. La cena transcurrió sin mayores incidentes, más que alguno u otro comentario insidioso por parte de los padres y mi respectiva respuesta.

Estábamos terminando el plato principal y yo me aburría mientras la familia hablaba de sus últimas vacaciones, haciendo un trabajo fenomenal fingiendo que yo no existía (a excepción de Mariana, que no podía evitar echarme una mirada cada cinco segundos, vigilando que no desapareciera en una nube de humo de repente).

Franco debió haber sentido mi aburrimiento. En cierto momento, cuando nadie lo estaba viendo, deslizó una mano por debajo del larguísimo mantel blanco y la colocó sobre mi muslo. Mis latidos comenzaron a correr a toda velocidad pero intenté no dar ninguna señal visible de mi sobresalto.

La conversación ahora se había movido hacia el futbol, pero yo ya no intentaba prestar atención. La mano de Franco se deslizaba por el interior de mi muslo, de arriba hacia abajo, una y otra vez. Cada vez que subía se acercaba más y más a mi polla, la que respondía poniéndose cada vez más dura también. Para cuando la conversación volvió a cambiar hacia la política, yo utilizaba todo mi poder de concentración para no estallar en llamas. Franco se dedicaba ahora a acariciar mi miembro, duro como una roca. Lo recorría una y otra vez, haciendo presión de vez en cuando mientras mi frente se perlaba con sudor.

Finalmente la madre decidió que era hora de servir el maldito postre. Llamó a Mariana para que la acompañara a la cocina y le ayudara a lavar antes de servir el pastel. Mientras tanto el padre, probablemente porque ya no podría seguir ignorándome, decidió que tenía que hacer una llamada urgente de trabajo... un sábado en la noche.

Cuando nos quedamos solos, quité su mano rápidamente y lo fulminé con la mirada.

"¿Qué?" Dijo con una sonrisa de suficiencia, a la que respondí con una aún mayor.

"Hora de la venganza", dije mientras me deslizaba debajo de la mesa.

"¿Qué estás haciendo?", dijo mi novio con una mezcla de diversión y asombro.

El mantel era lo suficientemente largo como para cubrir lo que sucedía debajo de la mesa desde cualquier ángulo. Nadie me vería, perfecto.

Coloqué ambas manos en sus muslos y repetí el mismo movimiento que él había realizado minutos antes. Cuando finalmente llegué a su bulto, lo noté apretadísimo contra la tela de sus jeans. Tenía que hacer algo al respecto. Lentamente, con cuidado de no hacer ningún sonido, desabroché el botón y me dispuse a bajar la bragueta. Franco me detuvo tomando mis manos con las suyas.

"¿Qué intentas hacer? ¿Estás loco?", dijo en un susurro nervioso.

Pero no respondí, simplemente me dediqué a tomar la bragueta con mis dientes y bajarla de todos modos. En seguida pude sentir su delicioso aroma a macho, a polla ansiosa por ser devorada. Franco soltó mis manos y abrí su pantalón solo lo suficiente para poder ver sus slips negros, húmedos de precum.

Decidí hacerlo sufrir un poco más y me dediqué a lamer toda la longitud de su pollón por encima del slip. Podía sentir sus piernas temblando, iba a estallar. Casi podía ver su rostro, cerrando los ojos y haciendo una O perfecta con la boca. Recorría una y otra vez la forma de su polla, lamiéndola y haciendo presión con mis labios.

Cuando sentí que su miembro no aguantaría más aquel estímulo, comencé con la siguiente fase. Lentamente tomé el borde de sus slips y liberé el pollón que tenían aprisionado. Franco soltó un quejido que al principio interpreté como placer, pero enseguida vi que me equivocaba.

El padre había vuelto y yo había esquivado por pocos sus pies cuando se volvió a sentar a la mesa. Sonreí con malicia.

"¿Donde fue...?", dijo con su tono estirado de siempre.

"¿Alex?", dijo Franco con voz temblorosa. "Umm, tenía que usar el baño, le dije que usara el mío."

Fue inteligente al decir eso. Si hubiese dicho que había ido al baño normal de la casa, probablemente nos habrían agarrado. No podíamos saber si algún otro miembro había ido también. Decidí premiarlo por mantener la compostura. Lentamente deslicé mi lengua desde la base de su miembro hasta la punta, depositando un beso silencioso en su glande empapado en precum. Franco no emitió ningún sonido.

"Escucha, hijo", dijo su padre mientras yo me daba un festín. "Hay algo que quiero decirte desde hace un tiempo."

"S... si, papá", respondió mientras volvía a lamerle el miembro, esta vez desde los huevos.

"Quisiera pedirte que terminaras con esta... relación peligrosa. Ese chico es una muy mala influencia para ti", le dediqué un gesto invisible bajo la mesa y continué con mi juego.

Ahora me dedicaba a chupar su glande, saboreando su precum, succionando y pasándole mi lengua de mil formas distintas.

"Es evidente que ese joven solo ha entrado a tu vida para hacerte mal. Lo que pretende es destruirte hijo, a ti y a tu futuro", mi gesto no había cambiado.

Me reacomodé sobre mis rodillas y comencé un lento descenso, succionando y enredando la lengua alrededor de su mástil. Llegué hasta el fondo y me mantuve allí unos segundos antes de retirarme y hundirme esa polla hasta la garganta una vez más. Era una de las situaciones más excitantes en las que me había encontrado jamás. Mientras el padre hablaba, yo me devoraba la polla de su hijo bajo su misma mesa.

"Necesitas encontrar una bonita muchacha que te haga feliz, con la que puedas casarte y tener hijos."

"Puedo casarme y tener hijos con Alex, papá." Había tocado una fibra sensible (en materia de sentimientos). El sueño americano era algo que Franco siempre había deseado. Aunque jamás lo mencionaba adelante mío. Sabía que nunca podría convencerme de algo así. Aún así, me sorprendió que pudiera hablar con tanta claridad considerando la presión a la que lo estaba sometiendo. Debía presionar un poco más: aceleré el ritmo en que subía y bajaba por su miembro y comencé a manipular sus huevos con una mano.

"Ya, pero sabes a lo que me refiero. Lo que ese chico hace, lo que los de su clase hacen... es una abominación. Tu no eres así, hijo."

"Papá... ahora no es un buen momento."

Y realmente no lo era, sus piernas habían comenzado a temblar, estaba cerca.

"Ahora es el mejor momento. Quiero que termines con ésto, esta misma noche. Mi hijo no va a seguir un camino de perdición por una... una... abominación que solo busca corromper tu vida y tu futuro." Su tono se había vuelto más firme, mientras que las piernas de Franco se habían vuelto gelatina.

Un río de leche inundó mi boca, comencé a tragar al instante, pero no daba a vasto. No pude evitar que un poco de precioso líquido se escapara por la comisura de mi boca. La adrenalina había sido demasiado. Franco había estallado de una forma espectacular. Lamí los restos que habían quedado en su polla, volví a subir sus slips y abroché su pantalón con parsimonia.

La madre y Mariana entraban al comedor en el preciso momento en que yo salía de abajo de la mesa.

"Disculpe, Sr. Dietrich", dije inclinándome con tono burlón. "No era un buen momento para hablar porque ésta abominación se encontraba devorando el enorme pollón y dándose un festín con el exquisito semen de su hijo".

Sus rostros eran una mezcla de horror y sorpresa, un deleite para mis ojos. Sus miradas iban desde la mancha que discurría desde el borde de mi boca al rostro de Franco, que en ese momento se hundía en la silla, más rojo de lo que lo había visto jamás. Sin duda lo mejor de la noche fue la reacción de Mariana: se cubrió los ojos y subió llorando desconsolada a su habitación.

"Ahora, si nos disculpan; iremos a mi departamento para que su hijo me inserte su miembro y podamos fingir que hacemos pequeños hijos gays por nuestro futuro."

Tomé a Franco de la mano y salimos de allí con la mayor de las dignidades.

"Lo siento, ¿me excedí demasiado?" dije una vez estuvimos en su camioneta, más divertido que arrepentido.

"Bueno..." dijo él lentamente. "Creo que es seguro afirmar que tendré que pasar la noche contigo. Mis padres no olvidarán esto fácilmente. Si no hay ningún problema con eso..."

"No lo hay", dije aún con una sonrisa.

"Entonces debo admitir que has estado genial. Eso ha sido lo más caliente que hemos hecho por lejos", se inclinó y limpió el semen que se me había derramado con su lengua. Degustó su propio sabor y luego me devoró la boca. Me besó como solo lo hacía cuando estaba caliente como una pava. Bastó tocar su pantalón por encima para confirmar que estaba listo para una segunda ronda.

"Conduce, vamos a hacer hijos", dije riendo una vez que me hubo soltado.


Espero que hayan disfrutado tanto como yo lo hice escribiendo este capítulo, saludos!