Diario de un embaucador (Parte II)
Nos subimos a su vieja camioneta y casi al instante sentí su mano enredándose en mi cabello y empujándome hacia él. De repente nos encontrábamos entrelazados en un caliente beso, su lengua entrando a la mía sin pedir permiso ni perdón. Sus besos siempre eran posesivos, dominantes...
"Alex, ¿nos vamos?"
"Si, vamos. Estoy listo", dije tomando el bolso que siempre tenía preparado junto a la puerta.
Nos subimos a su vieja camioneta y casi al instante sentí su mano enredándose en mi cabello y empujándome hacia él. De repente nos encontrábamos entrelazados en un caliente beso, su lengua entrando a la mía sin pedir permiso ni perdón. Sus besos siempre eran posesivos, dominantes, pero hoy parecía especialmente enérgico. Recorría el interior de mi boca, como intentando cubrir cada rincón. Sostenía mi rostro con una mano y me presionaba contra sus labios con la otra.
"¿A qué viene eso?", dije sin aliento una vez me hubo soltado.
"No lo sé", respondió Franco. "Estás... muy buenorro hoy."
Reprimí una sonrisa y le dije que conduciera. Era evidente que aún despedía hormonas después de la intensa sesión que había tenido la noche anterior. Por supuesto que Franco jamás sospecharía nada, era muy inocente, muy ingenuo. A veces me preguntaba si lo que le hacía no era alguna especie de abuso. Después de todo, me aprovechaba de nuestra relación para conseguir placer traicionándola. El hecho de que él fuera demasiado noble para siquiera sospechar debería haber despertado algún sentimiento de culpabilidad en mí... pero no lo hacía.
"¿Vendrás conmigo a la cena esta noche?" Preguntó esperanzado. Debía ser como la décima vez esa semana que lo mencionaba. Siempre recibía la misma respuesta.
"Sabes que no me gustan las cenas familiares, no es lo mío."
"Si, pero es una ocasión especial, es el cumpleaños de mi hermana. Ella apreciaría mucho que estuvieras allí."
"Claro que lo apreciaría", dije con una sonrisa irónica. "Sabes que está loca por comerme el rabo."
Franco no dijo nada, no le agradaba que hablara así de su hermana, era comprensible. Pero al mismo tiempo no podía negar que lo que había dicho era totalmente cierto. Mariana se lanzaba a mis brazos cada vez que me veía. Si los ojos hablaran, los suyos dirían "quiero abrirme para ti día y noche".
"Alex, por favor. Hazlo por mí, solo esta vez. Prometo estar en deuda contigo", su mano se deslizó por el interior de mi muslo, reforzando su punto.
"Está bien, solo esta vez. Y me debes una. Sabes que tu familia me detesta".
"Solo... les cuesta un poco aceptar lo nuestro".
"¿Quieres decir que tu madre piensa que te he echado alguna brujería para volverte gay y tu padre piensa que eres un maldito maricón con pluma porque me la metes hasta el fondo?"
Franco hizo una mueca de disgusto.
"Sabes a lo que me refiero".
Claro que lo sabía, Cualquiera lo sabría tan solo con entrar cinco minutos a la casa de esa familia de chiflados. Había cruces en todas las paredes y biblias y estatuas de santos en cada mesa. Eran un montón fanáticos religiosos que pensaban que porque dos hombres follaran, el mundo se acabaría en cualquier momento. Chiflados.
Pero una sonrisa cómplice se dibujaba en mi rostro mientras estacionaba la camioneta. Su mano en mi muslo me había dado una excelente idea que haría aquella noche mucho más llevadera.
El entrenamiento duro un par de horas. Nada fuera de lo común. El entrenador nos gritaba órdenes, nosotros las cumplíamos. Corríamos alrededor del campo, hacíamos un par de ejercicios, practicábamos penales. Los chicos me miraban el culo, yo les miraba el paquete. Lo normal.
Una vez terminada la práctica nos dirigimos a las taquillas para ducharnos. Era un deleite ver tantos cuerpos trabajados, sudados y desnudos. Disfrutaba de esos momentos más que de cualquier otro. No por ver a mis compañeros, sino porque ellos me veían a mi. Una sonrisa de soberbia se dibujaba en mi rostro cada vez que uno de ellos se apresuraba a las duchas intentando ocultar lo morcillonas que se les ponían las pollas al verme.
Pero mi relación con Franco era pública y, puesto que él era el capitán del equipo, nadie se atrevía a echar más que miradas furtivas al premio del capitán.
"Oye, debo irme temprano. Aún no he comprado el regalo de Mariana. ¿Te recojo a las siete?" Franco se había apresurado a llegar primero y ya se había duchado mientras yo apenas me estaba quitando la camiseta.
"Está bien", respondí. Depositó un casto beso en mis labios antes de desaparecer a toda velocidad.
Aproveché y tomé mi tiempo para desvestirme lentamente, sabiendo que hoy los demás tendrían más libertad para llenarse de material de pajas.
"Hey, ¿Alex?" dijo una voz detrás de mi una vez me hube desvestido por completo. Me di vuelta para encontrarme cara a cara con David. Un chico apenas más bajo y con un cuerpo tremendo. Se pasaba la mano por el cabello castaño en un gesto nervioso. Sonreí. Era gracioso ver a David tan nervioso, normalmente era muy simpático y suelto para hablar con todos. Sus ojos no paraban de bajar hacia mi paquete. "Emm, ¿podría pedirte un favor?"
Arqueé una ceja en señal de cuestionamiento, aún entretenido con la incomodidad del chico.
"Dime, lo que sea", saqué a relucir mi mejor sonrisa.
"Me dijeron que eres bueno en química. Necesito aprobar el próximo examen, ¿podrías echarme una mano con unas tutorías?"
Me tomé unos momentos para escanear al chico por completo, haciendo una pausa significativa en su paquete; como insinuando que conocía cual era el verdadero objetivo de esas "tutorías". Finalmente decidí que no podía negarme a probar aquel trago.
"Claro, por supuesto, ¿te parece mañana en la tarde en mi departamento?"
Su rostro se iluminó.
"Si, allí estaré. Te doy mi número para que me des la dirección".
Intercambiamos números de teléfono y casi en seguida una voz potente se alzó:
"¡Alex! Te necesito más tarde en mi oficina... con el uniforme". El entrenador tenía una mirada lasciva en los ojos. Había llegado la hora de pagar mi mensualidad en el equipo. Asentí levemente y me dirigí a las duchas.
Tardé un poco más de lo necesario, esperando a que el resto de los chicos terminara y se fueran. Cuando no escuché a nadie más, me envolví en una toalla y me dirigí hacia mi bolso. Volví a vestirme con el uniforme del equipo, aunque esta vez no usé ropa interior.
El entrenador me esperaba sentado detrás del escritorio en su enorme silla. No podía tener más de treinta y se mantenía en muy buen estado.
"¿Entrenador?"
"Pasa Alex", dijo poniéndose rápidamente de pie y cerrando la puerta de la oficina detrás de mí. No eran más que meras formalidades, ambos sabíamos para qué estaba ahí. Un bulto considerable se adivinaba ya en sus pantalones de gimnasia.
Unos meses atrás, cuando me había propuesto tener a Franco, había necesitado un poco de "poder de convencimiento" para que el entrenador me dejara entrar al equipo. Era una tontería, con mi estado físico podría haber entrado haciendo cualquier simple prueba de admisión. Pero, por supuesto, un tipo casado no perdería la oportunidad de probar un culo como el mío, que se le presentaba con una necesidad urgente de hacer lo que sea para entrar al equipo. Desde entonces había tenido que empezar a pagar derecho de piso para permanecer en el equipo. Una o dos veces al mes, el entrenador me pediría que me quedara luego del entrenamiento y cumpliera con el pago.
Cerró la puerta y casi al instante sentí sus manos dirigiéndose a mi bulto, se metieron por debajo del short y comenzaron a masajearme la polla, los huevos. Podía sentir su erección apretándose contra mi culo a través de las finas telas que llevábamos encima. Pasó su pulgar por mi glande y no pude evitar soltar un gemido de placer, comenzó a desparramar precum por toda mi polla, masajeando cada vez más rápido.
Pero antes de que pudiera llegar al climax, se detuvo, me empujó hacia su escritorio y barrió con un brazo carpetas, portarretratos y trofeos. Me dio la media vuelta de modo que quedara viéndolo de frente y me lanzó una mirada lasciva antes de empujarme para acostarme de espaldas en el escritorio. Arrancó mis shorts de un tirón pero dejándome el calzado y la camiseta. Era uno de sus fetiches, ya me había aprendido todas sus manías luego de unas cuantas sesiones, no era muy original. No le interesaban las felaciones ni los juegos, solo "coger un agujerito bien apretado", en sus propias palabras.
Sacó rápidamente lubricante y condones del cajón, se sacó la polla (de unos dieciocho centímetros), se volcó algo de crema en una mano y comenzó a masajear mi ano. Lo hacía apresurado, sin preocuparle demasiado si estaba preparado o no para recibir sus dedos. Casi en seguida metió dos sin miramientos. dejé escapar un quejido mientras los retiraba y volvía a empujar. Sin esperar demasiado metió un tercero y comenzó a estirarme. Agradecí haber pasado la noche anterior en compañía, ahora estaba un poco más flojo, era más fácil para mi agujero abrirse y estirarse para la polla lubricada que ya se apoyaba en mi entrada.
Siempre dolía como los mil demonios, mis gemidos solían ser en su mayoría más de dolor que de placer. El entrenador no tenía ninguna consideración con su gruesa polla. Entraba y salía a un ritmo bestial, sosteniendo mis piernas sobre sus hombros. Esta vez al menos alcancé a disfrutar un poco, ya había sido estirado, de manera que las embestidas no fueron tan brutales. El entrenador se corrió con un par de gruñidos guturales y prosiguió a la siguiente parte de la rutina.
Me pajeaba con torpeza, con su pene aún dentro mío. Mientras yo pensaba en lo que le haría al cuerpo de David al otro día y lograba correrme al cabo de unos segundos. Un par de disparos alcanzaron mi barbilla y el resto se derramó en mi abdomen. Había tomado la precaución de levantarme la camiseta, peor aún así la había salpicado también. El entrenador lamió todo rastro de semen de mi abdomen y barbilla, haciéndome cosquillas con la barba. Lo saboreó como el manjar que era; salió de dentro mío, se quitó el condón, lo anudó y lo tiró antes de decir:
"Muy bien Alex, supongo que te has ganado un par de semanas más en el equipo".
"Gracias, entrenador", dije con altanería antes de tomar mis shorts y salir a las taquillas para cambiarme y dirigirme a casa a darme otra ducha.
Pensé en todo el sexo que había tenido en tan solo unas cuantas horas... y todo lo que aún faltaba... y sonreí.
Parte 2 lista, a medida que avance la historia, iré introduciendo nuevos personajes y la trama se irá engrosando. Saludos!