Diario de un embaucador (Franco)
Coloqué mis manos bajo sus piernas y, en susurros, le indiqué que rodeara mi cuello con sus brazos. Sus ojos se iluminaron al comprender lo que pretendía y obedeció rápidamente.
Abandoné su departamento sintiendo un enorme nudo en el estómago. Nico me esperaba en su auto. No sentía demasiadas ganas de escuchar lo que seguramente tendría para decir. La cabeza me daba vueltas, sentía como si fuera a desplomarme en cualquier momento.
"¿Listo?" preguntó en cuanto estuve dentro del vehículo. Conocía a Nico desde hacía años. Nunca lo había visto tan furioso.
Asentí brevemente, preguntándome si me veía tan mal como me sentía. Anduvimos un buen rato sin que ninguno de los dos dijera una palabra. Nico irradiaba odio, mientras yo me sentía demasiado débil como para irradiar lo que fuera.
Luego de una media hora, entramos en la zona baja de la ciudad. Pequeños grupos se apiñaban en cada esquina (no era difícil adivinar qué es lo que hacían) y se giraban para mirarnos con recelo. Nico no parecía notarlo. Siguió conduciendo a través de casas ruinosas y miradas amenazantes hasta llegar a destino.
Finalmente se detuvo frente a un lugar que, a todas luces, parecía abandonado. El pastizal había crecido tanto que casi tapaba por completo la carcasa oxidada de un auto abandonado. Todas las ventanas estaban rotas, había basura encima del techo y en el porche.
"Es aquí," afirmó Nico con seguridad. "¿Vienes?"
"Nico..." dije despacio. "No estoy tan seguro de esto."
"¿Estás bromeando, Fran? ¿Después de todo lo que te ha hecho?" me miraba penetrante con sus profundos ojos negros. Su tono era cortante.
"Si, pero las cosas han cambiado," dije sin demasiada convicción.
"Lo único que ha cambiado, es que ese hijo de puta ahora mismo está poniéndole las manos encima a mi hermano..." azotó el volante y se pasó la mano por el cabello castaño, echándoselo hacia atrás. Una de los tantos gestos que compartía con David. "Y está poniéndote los cuernos, que eso si no es nuevo."
Ese domingo se cumplían dos semanas desde que lo sabía.
Alex y yo solíamos ir a gimnasios separados, más por comodidad que otra cosa. Él tenía uno cerca de su departamento y yo tenía otro cerca de mi casa. Pero ese domingo había decidido acompañarlo. Tenía muchas ganas de ver su cuerpo en acción en un lugar que no fuera la cama; en un ambiente controlado donde no pudiera echármele encima a la primera que se sacara la camiseta... pero definitivamente a la segunda.
Él no había estado muy convencido de la idea de ir juntos al principio, pero finalmente cedió. Estuvimos un par de horas allí. Él utilizaba varios aparatos mientras yo me dedicaba a correr en la cinta más apartada que pude encontrar para deleitarme viendo sus músculos trabajar y al mismo ocultar lo que aquello producía en mi paquete.
Pude notar unas cuantas miradas furtivas hacia mi novio, pero nunca vi a Alex dirigir sus ojos a otro que no fuera yo mismo. Me sonreía con su soberbia característica, queriendo hacer creer al mundo que nada le importaba más que él mismo. Yo sabía que no era así. Sus sonrisas significaban algo más para mí; su arrogancia no podía ocultarme la verdad.
En más de una ocasión había intentado convencerlo de que se abriera para mí, que me mostrara cuál era esa verdad, ese secreto que tanto le pesaba. Alex siempre se negaba.
Cuando se dirigió a las colchonetas para hacer lagartijas, llegué a mi límite. Los músculos de sus brazos se tensaban y se marcaban con prominencia cada vez que subía y bajaba. Su trasero se veía espectacular. Era demasiado, no podía seguir ocultando mi calentura. Su cabello castaño le cubría los potentes ojos verdes, pero yo sabía que me vigilaba, su sonrisa lo delataba.
Me dirigí rápidamente a las casillas, haciendo lo posible por ocultar el efecto que él tenía en mí. Esperé impaciente mientras me dirigía a las duchas y me quitaba la ropa. Alex apareció a los pocos minutos e hizo lo mismo.
Había dos duchas ocupadas, pero fuera de eso, el lugar estaba desierto. Nos escabullimos a la que estuviera más apartada, abrimos la llave del agua y nos pusimos manos a la obra. Mi miembro despertó completamente en cuanto mis ojos se posaron en su cuerpo mojado. Alex se apoyaba contra una pared y me miraba con picardía mientras se mordía el labio y dejaba que el agua besara sus músculos. No tardé en unirme.
Me puse de rodillas, tomé el jabón y comencé a adorar a mi dios griego personal. El jabón pasaba por sus abdominales, sus pectorales, sus brazos; una mano lo seguía y luego mi boca. Tenía una barba de un par de días. Sabía que sentirla sobre su cuerpo lo pondría a mil. Su paquete había despertado y chocaba contra mi pecho mientras yo me dedicaba a explorar cada rincón de aquel monumento. Le excitaba que alimentara su ego, que siguiera su juego.
Tomé su miembro con una mano y me dediqué a realizar lentos movimiento de sube y baja mientras dedicaba mis besos y caricias a sus muslos. Logré arrancar un gemido de su boca y una sonrisa a la mía.
Cuando me sentí satisfecho con la exquisita parte frontal de su cuerpo, le indiqué que se diera la vuelta. Obediente lo hizo y me ofreció sus firmes nalgas como nueva fuente de adoración. Besé cada una como el tesoro que eran y las pulí con jabón para prepararlas para lo que venía. Una vez estuvieron relucientes, me dediqué a pasar lengua por ellas y no pude evitar dar una pequeña mordida también. Eso arrancó una risotada de Alex y provocó que mi polla saltara.
Finalmente solté su miembro y me dediqué a la parte que más deseaba. Abrí sus nalgas para exponer su entrada mientras él se inclinaba levemente también para permitir que me diera un festín. Lancé un par de lamidas a su agujero antes de comenzar a devorarlo. Pasaba la lengua por los bordes con rápidez, el agua también ayudaba a dilatarlo. En cuestión de minutos me encontraba con dos dedos dentro suyo, golpeando su punto de placer de memoria y arrancando música de su boca.
Con tres dedos decidí que ya estaba listo. Me puse de pie y enjaboné mi propio miembro. Moría de ganas de estar dentro de él, pero decidí jugar solo un poco más. Coloqué mi polla entre sus nalgas, mi pecho contra su espalda y mi boca en su cuello. Comencé un movimiento de subida y bajada, haciendo que su propio culo me masturbara. Ahogaba mis gemidos contra su cuello mientras Alex cerraba los ojos y se restregaba contra mí descaradamente. Sabía muy bien que estaba muriendo por que lo penetrara, pero él jamás rogaba.
Aquel día tampoco iba a hacerlo y yo estaba a punto de correrme. Me di por vencido y apoyé la cabeza de mi miembro en su entrada. Tomé su polla con una mano y apoyé la otra en su pecho mientras empujaba. Entré lentamente, sintiendo la presión alrededor de mi polla volverme loco. Sabía que tenía que ir despacio por él, pero también lo hacía por mi mismo. Si hubiese acelerado aunque sea un poco, me habría corrido allí mismo.
Luego de lo que pareció demasiado tiempo, me encontré completamente dentro suyo. Ambos respirábamos agitados a pesar de que acabábamos de comenzar. Esperé a que se acostumbrara, cuando me dio la señal, comencé a retirarme, el corazón me latía más rápido con anticipación. Cuando hube retrocedido lo suficiente, comencé a hundirme en él una vez más. Una de las duchas se había apagado hacía ya unos minutos, pero la otra seguía encendida, de modo que aquello se había convertido en una situación de tortuoso placer. Ninguno de los dos podía emitir sonidos demasiado fuertes o nos descubrirían.
Así que mientras me introducía en su entrada por segunda vez, cubrí su boca con una mano mientras la otra aún se encargaba de propocionarle placer con movimientos lentos alrededor de su polla. Yo podía controlarme, pero a Alex no le interesaba ni le importaba que el gimnasio al completo se enterase de que estábamos haciendo el amor en las duchas.
Una vez que su agujero se acostumbró a mi polla y mi polla dejó de amenazar con impregnarlo de leche ante el primer movimiento brusco, comencé a buscar el punto que derrumbaría a aquel dios soberbio. No tardé demasiado en encontrarlo y comenzar a golpearlo una y otra vez mientras entraba y salía. Sus gemidos resonaban contra la palma de mi mano y se acoplaban al sonido que producían mis muslos cada vez que chocaban contra sus nalgas.
Justo como había previsto, luego de unos cuántos golpes a su próstata, besos a su cuello y mecidas a su polla, pude sentir cómo sus piernas comenzaban a flaquear. Con una enorme fuerza de voluntad, me detuve y me obligué a salir de adentro suyo. Enseguida sus ojos verdes me miraron interrogante. Le sonreí mientras le indicaba que se diera la vuelta una vez más. Y una vez más cumplió obedientemente.
Coloqué mis manos bajo sus piernas y, en susurros, le indiqué que rodeara mi cuello con sus brazos. Sus ojos se iluminaron al comprender lo que pretendía y obedeció rápidamente. Lo levanté y él rodeó sus piernas alrededor de mi cintura, colocando su entrada justo sobre la punta de mi polla una vez más. Esta vez no tan lentamente, se dejó caer sobre mi duro miembro. En ésta posición la penetración era mucho más intensa, mi polla llegaba más profundo ahora que él utilizaba su peso para hundirse en ella. Uní mi boca con la suya para ahogar nuestros gemidos, ni siquiera yo podía controlarme mientras Alex saltaba una y otra vez sobre mi polla a punto de explotar.
Cada uno intentaba devorar la boca del otro mientras nuestras lenguas vibraban con sonidos repletos de placer. Nuestros pechos se unían y podía sentir su propia polla entre nuestros abdómenes, aprovechamos el movimiento de esa posición y utilizamos nuestros abdominales como instrumentos para masturbarlo. Mientras mi polla entraba y salía, la suya se restregaba entre nuestros cuerpos forzados al máximo.
Al final fue demasiado. Alex se corrió espectacularmente, su leche aterrizando en nuestros pechos y hasta en mi barbilla. Mientras se corría, su agujero ejercía aún más presión sobre mi propio miembro y terminé derramándome por completo dentro suyo. Finalmente mis propias piernas comenzaron a temblar y tuvimos que abandonar aquella exquisita posición. Nuestros pechos subían y bajaban, agitados. El agua había lavado la prueba de su placer, pero eso no impidió que Alex se arrodillara y le dedicara algo de cariño a mi polla exhausta. Extrajo hasta la última gota de leche que me quedaba y sonrió satisfecho.
Pero no era una sonrisa altanera esta vez. Sonreía de una manera genuina...
Ese fue el momento en el que la duda se plantó dentro mío. ¿Qué significaba él para mí? A mis ojos acabábamos de hacer el amor, pero, ¿a los suyos? Sabía que el jamás lo admitiría, pero quizás él también lo sentía, aunque lo ocultara bajo su máscara de soberbia.
Apagamos la ducha y esperamos a asegurarnos que ninguna otra se encontrara encendida. Cuando no escuchamos nada más, nos envolvimos cada uno con una toalla y salimos con toda la naturalidad posible, dirigiéndonos a las casillas.
Alex había quedado con Gonza aquella tarde, de modo que se vistió apresuradamente y salió. Yo me quedé unos minutos más pensando, reflexionando en lo que acababa de suceder. Había empezado a desarrollar algo por él. Deseaba intensamente romper esa fría máscara que llevaba siempre encima y ver quién se ocultaba debajo. Quería conocer qué era lo que lo afligía, y consolarlo. Quería estar con él. Lo quería.
"Oye tú, ojos marrones," me di la vuelta mientras me ponía la camiseta para ver a otro chico, probablemente de mi misma edad, de pelo rubio y ojos claros que me hacía señas para que me acercara. "¿Cómo lo hiciste?"
"¿Cómo hice qué?" pregunté genuinamente confundido.
"¿Cómo hiciste para llevarte al guaperas?" el desconocido hablaba en voz baja y con una mirada cómplice.
"No sé de qué estás hablando," dije, aunque el rostro enrojecido me delataba.
"Vamos, no eres ni el primero ni el último. Los vi entrar en las duchas. Quiero saber cómo lo hacen. Yo también quiero una tajada."
Aquello me sacó de lugar.
"¿De qué estás hablando? ¿El primero y el último en qué?"
"Está bien, no me digas cómo lo conseguiste," respondió el otro con exasperación. "Pero al menos dime si es cierto lo que dicen de que solo se los lleva una vez."
"Mira, no sé de qué estás hablando; pero si te refieres al chico que acaba de salir, es mi novio," dije perdiendo la paciencia. "Y tú estás a punto de ganarte un par de ojos morados si sigues insinuando estupideces."
El desconocido se quedó pasmado.
"Es tu novio," dijo mientras se dibujaba una sonrisa estúpida en su rostro. "Pues lamento informarte, amigo, que tienes unos cuernos tan grandes que no podrás salir por la puerta. Tu novio se ha acostado con casi todo el gimnasio. Si no me crees puedes seguirlo, acaba de salir con uno de los empleados."
Era mi turno de quedarme pasmado, sus palabras resonando en mi cabeza. Dejé al tipo con la sonrisa idiota en el rostro, terminé de vestirme y salí del lugar con la mirada perdida. El mundo me daba vueltas. "Seguro son tonterías," intentaba convencerme, "aquel idiota solo estaba jugando conmigo, seguro nos vio entrar y el muy imbécil sintió celos o algo así."
Me subí a mi camioneta y conduje sin realmente saber hacia donde iba hasta que me encontré frente a su departamento. Pasé la noche sentado allí, con el pensamiento en guerra. Intentaba convencerme de que todo era mentira, que era un imbécil por dudar de Alex, que encendiera mi camioneta y me diera la vuelta antes de que fuera demasiado tarde... pero no pude hacerlo. Me quedé allí hasta que salió el sol.
Mi mundo había estallado en mil pedazos cuando vi al empleado que nos había atendido al llegar al gimnasio, el mismo que me había vendido una botella de agua y me había sonreído flirteando.
"Tu novio se ha acostado con casi todo el gimnasio."
Sabía que no debía, si me daba la vuelta y volvía a mi casa en ese momento, podría hacer como si nada hubiera pasado. Podría seguir preguntándome si Alex se habría enamorado de mí como yo de él. Pero no pude evitarlo, mis pasos me guiaron hasta su puerta y mi mano golpeó sin mi consentimiento.
Alex abrió casi de inmediato. Estaba desnudo.
"Hey, ¿qué haces aquí tan temprano?" su tono no dejaba entrever nada, como si realmente nada hubiese pasado. Quizás hubiese sido solo una coincidencia, quizás me estaba preocupando en vano por cualquier tontería.
Me dejó entrar y vi su ropa desparramada por todas partes. Pero seguramente aquello no significaba nada, seguro había estado cansado por todo lo que había sucedido en la tarde y se había desvestido allí mismo en la entrada.
"Dame un segundo," dijo antes de tomar una muda de ropa y dirigirse al baño.
Entré a su habitación. La cama estaba deshecha. Eso no probaba nada, cualquiera deshacía la cama mientras daba vueltas en la noche. Mientras se revolcaba con alguien. La botella de lubricante se encontraba sobre la mesita de noche. Era gel para manos, quizás solo quería lavarse las manos. Aunque siempre la tenía guardada en el cajón. Había un condón usado y atado en el tacho de la basura.
"Listo, ¿quieres comer algo?" dijo una vez que salió del baño, vestido. "¿Qué haces con la misma ropa de ayer?" preguntó extrañado.
"Lo siento, debo irme", murmuré antes de salir sin mediar otra palabra.
Conduje al único lugar donde sabía que me escucharían, donde sabía que había alguien en quien podía confiar. O quizás no, ¿había alguien en quien poder confiar sin reservas?
Nico me llevó a su habitación y escuchó lo que había sucedido. Su rostro se había endurecido. Sabía que me merecía la mirada que me lanzaba, él me lo había advertido muchas veces. Aún así, se contuvo y no dijo nada en tono de reproche. Simplemente se limitó a ofrecerme su apoyo.
"¿Qué harás ahora?" dijo cuando terminamos de desayunar en un pequeño restaurante a la vuelta de su casa.
"No lo sé," respondí con amargura. "No quiero separarme de él. Quizás si le hablo, quizás si le digo lo que sucedió, quizás haya una explicación para todo ésto."
Nico me miraba con desaprobación.
"No voy a detenerte si quieres volver corriendo a sus brazos, Fran. Pero si voy a decirte, como amigo, que estás cometiendo un grave error."
"No lo sé," repetí. "Quizás..."
Pero habían pasado ya dos semanas y lo cierto es que no mucho había cambiado. Ahora que estaba más atento encontraba pruebas de sus aventuras a cada paso. Nico escuchaba cada una y me decía una y otra vez que renunciara a él, que buscara a alguien mejor. Pero yo no quería a nadie mejor, lo quería a él. Él era el dios griego que me volvía loco. Él era quién tenía esa máscara que tanto deseaba arrancarle. Solo que, hasta entonces, no había sabido qué tan gruesa era esa máscara en realidad.
La mañana que David quedó con Alex, Nico había estado a punto de estallar de rabia.
"Tenemos que hacer algo, Fran", había dicho. "Han pasado dos semanas y sigues pegado a él como si nada hubiera pasado. Si no vas a hablarle, al menos démosle una advertencia, un susto. No quiero que se acerque a mi hermano."
Pero había llegado el día y David y él ahora se encontraban juntos en su departamento. Nico había intentado convencer a David la noche anterior de no ir, peor no había tenido éxito. De modo que recibí un mensaje en medio de la noche... mientras me encontraba desnudo, compartiendo lecho con Alex. Habíamos cogido, y había sido tan bueno como siempre.
Ahora nos encontrábamos en aquel barrio desolado. No sabía ni me interesaba conocer cómo Nico había conseguido aquel supuesto contacto. Por un módico precio, le darían un buen susto a quien fuera que pidieras, era lo que le habían dicho.
Los botones que había encontrado en la entrada de su departamento me daban vueltas en la cabeza mientras el estómago se me revolvía pensando en lo que "un buen susto" podría significar.
"Nico, no puedo hacer esto," dije mirando con angustia a mi mejor amigo.
"Tú no, pero yo si. Ese bastardo se va a arrepentir de tocar a mi hermano menor," dicho eso se bajó de la camioneta y se dirigió rápidamente a la puerta de aquel lugar decrépito.
Golpeó y por unos segundos tuve la esperanza de que nada sucediera. Pero un hombre grande, fornido como un ropero abrió la puerta.
Todas las veces que habíamos hecho el amor cruzaron por mi cabeza en ese momento. Pero, ¿qué habían significado esas veces para él?
Nico le entregó algo al hombre y éste asintió. Intercambió un par de palabras más y volvió al auto.
Pensé en todas las pruebas de infidelidad que había encontrado en las últimas semanas. En la cara burlona de aquel desconocido que me había hablado en el gimnasio. Seguramente me habría tomado por un idiota. Después de todo, eso es lo que era.
Era un idiota por amarlo...
Algunas notas:
Bueno, con éste capítulo especial finalmente puedo decir que terminamos con los capítulos de introducción. Ahora llega el grueso de la historia.
Muchas gracias por sus comentarios! Siempre ayuda saber qué piensan y recibir un poco de crítica constructiva para mejorar. Me gustaría que me dijeran también, qué les gustaría leer en el próximo capítulo en cuanto a la escena de sexo obligatoria. Voy a intentar cumplir con las peticiones, como regalo de navidad. Pueden dejar un comentario o enviar un mail!
En fin, gracias por leerme una vez más, espero lo hayan disfrutado y felices fiestas!