Diario de un dulce apartamento Vol. 1

Marcos escribe en su cuaderno secreto todas sus experiencias sexuales, relata con detalle y con sus pensamientos todo cuanto recuerda que sintió. Como universitario de último año tiene mucho que contar.

Vol. 1Septiembre

Día 23

Sabes que va a estar jodidamente bien cuando llama a tu puerta vestida de forma arrebatadoramente sexy. Cuando lleva esas sencillas sandalias que parece que sus pies caminan desnudos.

Sabes perfectamente que dentro de tres horas seguirás penetrándola. Y lo sabes bien porque no sería la primera vez. Ya ha pasado antes. Hace tres días estaba viendo una película con ella y tan pronto mi polla estaba en su boca como mi lengua en su coño. Luego recuerdo que se encaramó a mí, apoyó su mano en mi pecho y me dijo que yo era su putita. Lía era así. Tenía salidas inesperadas, extraños momentos de lucidez en los que algo la movía desde sus entrañas a concretizar acciones.

Una vez, en los baños de la facultad, cuando llevábamos un cuarto de hora follando en un privado. Entró una chica a mear en el de al lado. Lía me miró con una sonrisa.

-¿Hola?

-¿Lía?

-Sí. ¿Alicia?

Entonces se rió y le preguntó si quería follar. La sacó de su privado, la metió en el nuestro y seguimos los tres tres horas más. Casi nos quedamos encerradas a pasar la noche. Aunque en retrospectiva no habría sido un problema.

El caso es que aquel día, al igual que el anterior, en el cual tuve que demostrar que no era la putita de nadie, fue muy muy muy sucia y no sé qué le pasaba pero emanaba una euforia fuera de lo normal. Llevaba una minifalda que dejaba sus piernas totalmente al descubierto y no tardó en mostrarme que bajo aquella falda... no llevaba nada. Recuerdo que se sacó su top negro nada más entrar. Sabía que estábamos solas y sabía que no se tenía que privar de nada.

Nos liamos por todo el pasillo y si no hubiera insistido en entrar en la habitación creo que me habría devorado la polla in situ. Fue cruzar la puerta y me tiró sobre la cama. Si hubiese podido arrancar y desgarrar mi ropa creo que lo habría hecho. Yo por el contrario estaba más interesado en quitarle aquella falda. En menos de un minuto retozábamos sobre las sábanas. Saqué un condón, ella lubricante y ya estaba cabalgándome y gimiendo en voz alta. La tomé con una mano de la cadera y usé la otra para tocar sus pechos. Lo recuerdo con claridad porque era una imagen preciosa. Tenía un lunar sobre la aureola izquierda. Me incorporé y volví a besarla. La mordí en el cuello. Le susurré en la oreja si prefería pasar la noche encerrada en mi habitación o de fiesta por toda la casa. Su respuesta fue tirarse a un lado, hacer que me pusiera sobre ella y usando sus piernas como tenazas para mi cuerpo me susurró que por qué no podíamos hacer ambas cosas.

Su coño ardía, era una de las cosas más placenteras que tenía Lía. Su cuerpo estaba siempre muy caliente. Y se deslizaba con taaaanta facilidad. El metesaca era una delicia y su movimiento de caderas todavía mejor. Me pidió que le comiera el coño.

Guardaré aquella exquisitez en mi galería para toda la vida. Me deleité y me tomé mi tiempo no para ejecutar todo lo que había aprendido si no para disfrutar del que para mí era un regalo humano a tratar con el máximo respeto. Empecé por pequeñas y cortas lamidas sobre su clítoris que se fueron convirtiendo en largas lenguas sobre los labios laterales. Me detuve en la entrada. Regresé circundando al clítoris y metí mi dedo índice. Mientras exploraba, bailaba con mi lengua entorno al mismo punto. Un poco en dirección a las agujas del reloj, un poco en contra. Incremento la frecuencia de las lamidas. Succiono. La beso. Deslizo mi lengua en su interior y vuelvo a succionar. Lamo. Beso. Succiono. Regreso a lentas y largas lamidas genéricas. Añado un dedo. Deslizo la lengua. Mi mano baja del vientre a la cadera. La miro a los ojos. Detengo mi lengua. Meto los dedos. Succiono. Se corre. Lamo. Vuelvo a lamer. Lamo. Succiono. Me deleito.

Me pide que se la meta por el culo. Yo me muerdo los labios. Me recuesto contra la pared. Resoplo. Cuando la vuelvo a mirar la contemplo en silencio unos segundos, ella sonríe y disfruta haciendo de modelo. Ladea la cabeza, mira a los lados, su cuerpo se va tornando sobre sí mismo revelando esos redondos y firmes glúteos que sinceramente tantas noches me han acompañado en sueños. Se tumba boca abajo delante de mí y coloca sus manos sobre su culo. Lo abre. “Coge el lubricante'' me susurra. “Verás que rápido se desliza tu polla”.

Mis genitales están frenéticos de actividad. Mientras estoy quieto se ve latir al tronco y como mis huevos, firmes, se preparan para la contienda.

Y pensar que cuando entró por la puerta, con ese cabello moreno y rizo, mirándome con esos ojitos caramelo tan inocentes, ya sabía lo que se venía. Fue una lástima que se fuera dos semanas después de vuelta a Madrid. Aunque no faltarán anécdotas. Pero lo que realmente nos interesa está ahora mismo en mi cocina, mientras escribo estas palabras. Aún no sé qué sé supone que vaya a hacer con este diario especial. No creo que deba enorgullecerme públicamente de mis hazañas sexuales, ni mucho menos exponer una intimidad compartida, no es ético. Esa no es la cuestión ahora. Eva. Ella sí lo es. Está tomando su té matutino y lee. Ella me ha vuelto loco.

Acaba de venir a despedirse. Quiere llegar pronto a su laboratorio particular. Lo del Caseto de la Ciencia es otra historia. Llevaba su perfume. Floral. Lavanda y flor de Azahar. Tiene un matiz que sigo sin identificar. Es tan detallista. Presta atención a la más mínima e insignificante cosa. Y besa... No entiendo cómo es posible tener unos labios tan dulces ni cómo es posible moverlos así. Su lengua es pequeña pero se desliza ágil y flexible. Creo que me quiere. Y creo que yo a ella también. Nuestras relaciones sí que me parecen dignas de orgullo, no en el sentido de exposición pública, si no en el de que da gusto la confianza y comodidad que siento con ella. Nos comunicamos. Todo. A eso deberían aspirar todas las personas. A conectar realmente con otras.

Antes de que se fuera a desayunar estuvimos retozando. Follamos. Ninguna de los dos se corrió pero fue muy agradable y divertido. Recuerdo que nos acariciamos levemente, por todo el cuerpo, diciendo que zonas sí y qué zonas no nos ponían. Me dijo que tenía nariz de león humano. Me reí. Nos reímos. Se restregó sobre mis genitales. Estuve penetrándola un rato, cambiando de posturas y ritmos y al final vi la hora y nos detuvimos para que se pudiera preparar.

Ayer por la noche vimos una peli. Hacía ya tiempo que intercambiábamos películas y el Gran Lebowski es una que nos gusta mucho y hacía años que no la veíamos. Me trajo un ramo de amapolas azules con las que había experimentado. Sabía que me encantaría. Las metí en un jarrón blanco. Recuerdo que sentí mi sonrisa extenderse más allá de mi boca. Estábamos viendo la escena en la que al Tío se le va la olla y me besó. Sabía a regaliz. La tomé de una mejilla, acaricié su oreja y respondí a uno de esos besos que saben a gloria. Estuvimos besándonos un rato. Cuando folla con la hija del ricachón ya estaba sobre mí, brincando y dejando que la besara, lamiera y mordiera. Antes de que terminara la película estábamos en mi habitación haciendo crujir las tablas de mi cama.

Cuando fui de madrugada a pillar leche en la cocina vi que la mayor parte de las amapolas habían perdido completamente todos sus pétalos. Le pregunté a Eva por qué se habían marchitado tan rápido. Es el precio de la Vida. Me dijo. No entiendo le respondí. Y ella llevo mi mano a su coño y la dirigió tal y como quería. Entonces lo entendí y como piezas anatómicas de la naturaleza que encajan a la perfección, mis dedos y su vulva, fueron uno.

Durmió en el cálido recoveco que formo siempre cuando, en posición lateral, flexiono un poco las piernas y encojo mi cuerpo. Creo que ha sido una de las cosas que mejor sabor me ha dejado de la noche.