Diario de un dulce apartamento Vol. 1 (2)
Marcos escribe en su cuaderno secreto todas sus experiencias sexuales, relata con detalle y con sus pensamientos todo cuanto recuerda que sintió. Como universitario de último año tiene mucho que contar.
Vol. 1
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Septiembre
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Día 25
Supongo que debería comenzar por el principio, por los orígenes de mi sexualidad. Cuando las chicas mayores me embaucaban y me dejaban mudo. Aún no había desarrollado realmente lo que sentía así que no podía entenderlo.
Luego vinieron las conversaciones en clase, la pornografía esa gran dañina y un entendimiento bastante mayor de mi sistema sensorial (físico y cognitivo). Tenía 16 cuando perdí la virginidad, ese otro relato social construido del que ahora no voy a hablar. Estudiaba casi todos los días con una amiga de la infancia y vecina. Era mayo así que hacía calor y ella llevaba una camiseta de asas y unos shorts ajustados. Aquello me desconcentró mucho y ella se dio cuenta. Estábamos solos como de costumbre y ella empezó a sacar temas de conversación hasta que terminamos hablando de las chicas que me gustaban de clase. Cada vez hablábamos desde más cerca... Nos tocábamos... y entonces nos liamos y una cosa llevó a la otra. Recuerdo que a ella le dolía un poco así que fui despacio y luego me dolió a mí así que fui todavía más lento. Por un momento hubo un silencio incómodo. Ella se rió. Yo me reí. Se hizo un poco menos tenso. Mi polla se deslizaba mejor... Empezó a ser placentero. Apenas duré un par de posturas y ella no se corrió. Analizado objetivamente fue una mierda de experiencia. Pero para eso está la primera vez: es una toma de contacto.
El primer encuentro entre dos personas que inician relaciones sexuales es siempre muy curioso. Dos cuerpos que tienen puesta cada célula en dar y recibir placer tratando de sintonizar. Una experiencia muy interesante y usualmente irrepetible con una misma persona. Ya hablaremos de eso. Ahora estoy recordando a Marta. Nuestros primeros encuentros fueron un desastre por completo. Durante nuestro tercer encuentro sexual nos interrumpió su compañera de piso. La primera vez que nos besamos nuestros dientes chocaron y ella se incomodó y tardó un rato en desear volver a intentarlo. La segunda vez le dolió mucho y tuvimos que parar. Contra todos los presagios llegó a ser de las parejas con las que mayor placer experimenté. Cuando nuestros cuerpos se sincronizaron aquello era una orgía de orgasmos. Además Marta resultó ser una chica llena de sorpresas.
Una vez me hizo una mamada en la biblioteca aprovechando la repentina calma en el flujo de gente a la hora de comer. Por mi cumpleaños me llevó a un parque, fuera de la ciudad, a ver la puesta de sol y las estrellas. Llevamos una enorme y blanda manta para tirarnos desnudos. Ella conocía un rincón secreto y solitario en el que podíamos estar tranquilas. Es una mujer de culo grande y muy bien formado. La imagen de esas caderas rebotando sobre mí creo que va a perseguirme hasta mi lecho de muerte. Sigo sin saber cómo logramos aprender tanto del cuerpo del otro. Me dejaba seco y hacía siempre el movimiento exacto para dejarme KO.
Aquel día me arrastró sobre la hierba y me hizo follarla allí. Recuerdo que tenía sus pies a ambos lados de mi cara mientras la penetraba cuando tiró de mi mano a lo largo de su pierna derecha. La llevó hasta su pecho y la apretó. No sé por qué pero en ese instante lo supe. Iba a decirme que me quería aquella noche y yo estropearía un momento que podría haber sido precioso al no poder responderle. Me gustaba mucho pero yo aún no había llegado a ese punto en la relación. Mis emociones todavía debían madurar y convertirse en sentimientos. Me lo dijo poco después. Habíamos estado haciéndolo en la postura del misionero hasta que nos corrimos intensamente. Estábamos tirados el uno junto al otro y ella tenía su mano sobre mi pecho. No lo entendió. Lloró un poquito. Intenté arreglarlo en los días siguientes. Para cuando realmente la quise ya fue tarde. La lloré bastante tiempo.
Pero bueno si vamos a hablar de chicas que he llorado... Irea es sin lugar a dudas la que más. Siéntate y toma aliento es una historia larga. Yo de hecho voy a tomarme una pausa para hacer café. No creo que hoy pueda contar toda su historia.
Día 27
Puede que la pausa fuese un poco más larga de lo que esperaba. Mientras me hacía el café llegó Eva y una cosa llevó a la otra y al día siguiente tenía una conferencia sobre arte marcial histórico europeo... Lo cierto es que primero tuve mucho sexo y luego absolutamente ninguno. Lo más erótico de la conferencia fue la clásica metáfora visual de envainar la espada. No quita que no fuera interesante... pero no es la cuestión de este diario. Anteayer me disponía a contar la historia de Irea.
La conocí la noche de San Juan, teníamos amigas en común, ella era estudiante de medicina y quería especializarse en neurología. Me fascinó tanto que estuve inquiriéndola largo rato. Ella parecía divertida, como si el ejercicio de responder a mis disparatadas cuestiones médicas la entretuviera sobremanera. Cuando nos dimos cuenta nos habíamos quedado apartados en una hoguera. Nos dio igual. Ella preguntaba si tenía más locas preguntas y yo las lanzaba y las inventaba si no las tenía. No sé cómo terminamos hablando de viajar por el mundo. Yo le dije que fantaseaba con cruzar el Atlántico. Sonrió. Recuerdo que a la luz de la hoguera me pareció la curvatura de labios mejor ejecutada que había visto nunca. Ella soñaba con pasar semanas en mar abierto, leyendo y contemplando las estrellas. Cuando llegó la hora de irnos me besó en la mejilla. Regresé a casa y me frustré con la idea de que no me había dado su usuario y me daba corte por alguna estúpida razón pedírselo a nuestra amiga. Encontré un papel doblado en mi bolsillo cuando me desnudaba en la habitación. Allí estaba. El tesoro soñado.
Estuvimos hablando aquel fin de semana mientras disfrutábamos de nuestros planes personales. Le propuse cenar juntos. Volví a tener preguntas y ellas respuestas y a veces dudas y la comida llevó al vino y éste a una cosa y a la otra y... cuando se durmió a mi lado una descarga emocional me hizo llorar. Algo se quebró en mí. Algo cambió aquella noche. Al día siguiente nos besuqueábamos en cama y mi cuerpo vibraba por dentro.
La erguí de espaldas a mí para penetrarla y un rayo de sol iluminó su rostro. Su gemido fue como una cascada cristalina en un país exótico, de una extraña y misteriosa hermosura. Deseé tener más manos para poder recorrer cada centímetro de su piel. Desprendía un suavísimo halo de calor y parecía tan delicada al tacto como la más fina seda. Quise deslizar mi mano entre el pelo de su pubis pero la detuvo y se dio la vuelta. Se tiró sobre mí para tumbarme y me besó mientras se la metía. A día de hoy si rememoro demasiado tiempo aquellos gemidos suyos, me deshago por dentro. Si tan solo hubiera podido fundirme con ella... Si tan solo por un segundo hubiésemos podido formar un único cuerpo... No lo habría dudado. Desayunamos juntos en el salón y se quedó a comer. Recuerdo que cuando se fue me sentí como Thor, mi perro de la infancia, cuando yo me iba de casa: Desorientado, confuso. Impaciente. Estuve viendo una temporada entera de las Nuevas Aventuras de Sherlock Holmes para distraerme. Recibí un mensaje de Irea preguntándome si nos veíamos mañana. Le solté uno de mis síes más rotundos y me dormí feliz como una perdiz.
Por ahora creo que será mejor cambiar de tercio. Es una historia que me entristece un poco contar. Mejor una más divertida, una feliz: el polvo de fin de año con Ángela.
Nos habíamos conocido aquel verano. Para fin de año hacía cuatro meses que salíamos y nuestro cerebro se inundaba de hormonas por doquier. Nos entendíamos de maravilla. Solíamos tomar largos cafés en un bar apartado. Aquel 31 de diciembre salimos de fiesta. Recuerdo que bebimos vino. No soy una persona dada a bailar así que hasta las dos de la mañana, cuando el alcohol hacía efecto, no me metí con ella en la pista. Disfrutamos como niños. Fuimos a pasear junto a la ría y terminamos en un pequeño alto desde el que se podía ver el mar.
Me besó como si la vida le fuera en ello. Si los momentos pudieran convertirse en pinturas... ese cuadro luciría en una de las mejores alas del museo. Ése y otra imagen posterior aunque ésta no estaría expuesta al público. Metió sus manos bajo mi abrigo y se abrazó a mí. Estuvimos magreándonos un rato en esa coraza de calor que creaban nuestra ropa y nuestros cuerpos. Su boca sabía a menta. Mi corazón latía cada vez más agitado y ella podía notarlo porque agarraba el cuello de mi camisa apoyando su puño sobre mi pectoral izquierdo. Llevé mis manos bajo su vestido. Lo levanté. Ella se dio la vuelta para que la penetrara de espaldas y, describiendo un arco con una floritura, me agarró de la nuca con su mano. Recuerdo que su coño se sintió como una fogata en contraste con el frío invernal del exterior. Siempre me pareció que tenía una textura muy dulce. La tomé de los pechos y los acaricié intentando memorizar cada detalle de su forma. Ella apretó un poco más sus piernas y se echó contra mí, como si quisiera caer y mi cuerpo fuera un obstáculo que se lo impidiese, ensartandose por inercia en mí. Cuando se dio la vuelta comprendí cuánto había echado en falta sus labios. Sus besos eran de esos azucarados que no empachan. Apreté una de sus nalgas y sentí como mis dedos se hundían en su piel.
-Te quiero -Le dije justo mientras ella decidía volver a dirigir mi polla a sus adentros, con un ligero temblor por el repentino placer experimentado.
Ella se acercó a mi oído para susurrarme: Y yo a ti. Y continuamos largo rato follando.
Puede que fueran fechas de frío pero recuerdo con particular calor aquellos íntimos instantes con Ángela. Me gustaría revivir algún momento a su lado. Me sentía libre. Tranquilo. La calma inundaba mi corazón con un sabor alegre que dotaba a aquel tiempo de sentido.
¿Por qué la química que gobierna nuestros cerebros es así?