Diario de un cornudo 7
Luisa marcó mi vida, creo que con ella me convertí definitivamente en lo que soy. Fue una relación abierta que duró muchos años y me dio muchas alegrías.
Antes de continuar con el relato quiero recordaros que, en esta serie, estoy narrando los pasajes más importantes de mi vida. Aquellos que he vivido junto a mis diferentes parejas. Los hechos, casi nunca fueron premeditados y siempre busqué el amor ideal (en el fondo soy un romántico), pero por "H" o por "B" siempre acabé ejerciendo el papel de cornudo. No un cornudo absolutamente sumiso y humillado pero si muy morboso y complaciente. Me gustaría recibir comentarios, si os apetece en mi dirección de correo, pero me interesan especialmente los comentarios de mujeres. Saber qué opináis sobre mi vida, sobre mi personalidad, si os gustaría tener una relación con alguien así o si os excitan las aventuras y desventuras que narro. Todas están basadas en hechos reales, diría más, son hechos reales con mínimas licencias literarias. Gracias por vuestra atención. Continúo con el relato.
Por entonces, ya había conocido a Luisa, una mujer excepcional. Alegre y muy inteligente. Trabajaba en una oficina a la que yo acudía a diario por motivos profesionales. Era muy caliente y enseguida se destapó como aficionada a las fantasías, en las que sus anteriores novios y amantes estaban siempre presentes. Me contaba lo que hacía con ellos y fantaseábamos imaginando situaciones que había vivido. En esas historias, se mostraba como mujer adúltera que siempre engañaba a sus parejas. Sin embargo, acabado el sexo, juraba que nunca me engañaría. Fue una relación atípica, pues nunca fuimos novios formales ni vivimos juntos, pero estábamos más unidos que muchas parejas tradicionales.
En una ocasión nos apuntamos a un curso de masajes. La idea fue suya. Resultó divertido y aprendimos mucho. En clase, practicábamos por parejas. En ocasiones juntos y otras veces con otros compañeros. En especial, el profesor solía elegirla para ejecutar los ejercicios mientras todos observábamos. No era masaje terapéutico sino sensitivo. En palabras del propio profesor, la idea principal era proporcionar el máximo placer posible. Así que Luisa, en sus manos, gozaba calladamente. Cerraba los ojos y se dejaba acariciar ante todos con una mueca indescriptible en su cara. Cuando la veía practicar con otros compañeros, me empalmaba mirando sus manos recorrer otro cuerpo.
Una vez terminado ese curso, Luisa se aficionó tanto a los masajes que se apunto a otro mucho más profesional. En poco tiempo, se compró una camilla portátil y comenzó a dar masajes bien en su casa o bien a domicilio. Entre los clientes que tenía, había un tipo de unos 35 años que acudía con frecuencia por sus problemas de espalda. En una ocasión estábamos en su casa pasando la tarde como más nos gustaba hacer, follando. De pronto, llamó su cliente reclamando un masaje urgente. Estaba cerca de su casa. Mientras ella preparaba la camilla en el salón, yo seguía acariciándola, metiéndole mano y bromeando con la situación que se iba a producir allí en unos minutos. Normalmente, se ponía un chándal para dar los masajes, pero ese día se quedó sólo con una bata de estar por casa y sus braguitas debajo. Previamente, yo me había metido en la habitación antes de reprenderla medio en broma por recibirle de esa forma. Cuando sonó el timbre, me advirtió de que no se me ocurriese interrumpir la sesión.
Las puertas de su casa eran antiguas y tenían un cristal en la parte alta. En cuanto deduje que ya estarían con el masaje, me asomé al cristal. Luisa había puesto una luz baja y varias velas por la sala además de una varilla de incienso para dar un ambiente de relajación. El chico estaba echado boca a bajo con una pequeña toalla cubriendo su culo. Mi chica se afanaba en masajear su espalda. Cuando se estiraba para llegar a sus hombros, se le recogía la bata y yo podía ver el nacimiento de sus nalgas. Luego le indicó que se girase. Al hacerlo, la toalla cayó al suelo. El tipo mostraba una verga morcillona de tamaño considerable y, lo que más me llamó la atención, casi completamente negra. Para recoger la toalla, Luisa se agachó delante de él sin doblar las rodillas. Pude ver la expresión de sorpresa del cliente. Mientras Luisa volvía a colocarle con mimo la toalla, comentaron algo que no pude oír.
Al masajearle por delante, rozaba sus tetas con el cuerpo del chaval que, poco a poco, fue empalmándose. La dichosa toalla lo evidenciaba. Luisa miró varias veces esa zona sonriendo y haciendo comentarios inaudibles para mí. Situada a la altura de su torso, deslizó sus manos por las piernas del cliente inclinándose sobre él. Sus pechos reposaron sobre su paquete y la mano del tipo se fue, en un acto casi reflejo, a las piernas de mi chica. Ella completó el movimiento de retorno y, con toda parsimonia, le quitó la mano de donde la había puesto sin dejar de sonreírle. A esas alturas yo ya estaba más empalmado que el chico. Me imaginaba los masajes que habría dado a otros hombres, incluso los que le había dado a ese tipo que parecía tenerle tanta confianza. Me preguntaba si ya se la habría follado.
Luego se situó a un costado de sus piernas y comenzó a masajear sus muslos. Sus manos avanzaban hasta las ingles por debajo de la toalla que, en ese momento, parecía una tienda de campaña. En un momento dado, Luisa dejó la mano debajo de la toalla. No se veía lo que hacía, pero estaba claro que le masajeaba los huevos. El hombre abrió los ojos como platos mirándola excitado. Ella sonreía mientras comenzaba a hacerle una paja. Era tremendamente morboso ver cómo su mano subía y bajaba lentamente sin tirar la toalla. Él intentó incorporarse para alcanzarla con sus manos pero ella le obligó a reclinarse poniéndole la otra mano en el pecho.
A partir de ahí, no hay película porno que le haga sombra a lo que allí ocurrió. Luisa siguió con la paja cada vez más vehemente. Pronto descorrió la toalla para ver bien aquel mástil. Lo miraba muy de cerca sin dejar de masturbarlo, hasta que se decidió a lamerlo con su lengua. El tipo volvió a hacer ademán de incorporarse, pero mi chica volvió a mantenerle en la camilla. Lamió sus huevos y sus ingles antes de metérsela en la boca por completo y propinarle una mamada que aún recuerdo. Aquella verga negra brillaba cubierta por la saliva de mi novia mientras sus deditos la recorrían con devoción. Cuando el hombre se tensó sobre la camilla, Luisa se la sacó de la boca y se dispuso a pajearle con fuerza sin dejar de mirar aquello a escasos centímetros. Él dijo algo pero ella siguió masturbándole hasta que un chorro de semen explotó en su cara. No se cortó y siguió agitando su brazo mientras otros cuatro o cinco chorros impactaban en su pelo, en su boca, en su barbilla y en su cuello. Puede escuchar cómo jadeaba su cliente agarrándose con fuerza a la camilla. Redujo el ritmo pero siguió pajeándole hasta sacarle la última gota que lamió con su lengua de la punta de su capullo. Luego recogió con sus dedos los chorretones que escurrían por su cara y se los llevó a la boca con lascivia al tiempo que otra parte del semen la esparcía por los huevos y la poya del tío.
Cuando el hombre se incorporó sentándose en la camilla, la agarró atrayéndola hacia él. Intentó besarla pero Luisa le hizo la cobra. Cogió sus tetas amasándolas con fuerza pero se escabulló de él. Encendió un cigarro y se sentó en la butaca. Con las piernas cruzadas, debía estar ofreciéndole una visión turbadora. El tipo le hablaba como rogándole que le dejara follarla pero ella negaba con la cabeza. Supongo que por indicación de Luisa, comenzó a vestirse. A cada rato insistía acercándose a ella, pero se mantuvo firme. Entonces, el tipo sacó la cartera y le dio varios billetes. Recuerdo que eran rojos, de 2000 pesetas. Luisa los cogió y los guardó en el bolsillo de su bata. Volvió a intentar besarla sin éxito. Cuando escuché la puerta, me tiré en la cama e hice como que leía.
.- ¿Ya está? – Dije cuando entró por la puerta de la habitación. - ¿Ya has terminado?
.- Si..., no estaba tan mal como decía. Sólo una pequeña contractura.
.- A lo mejor es que quería intentar algo contigo... – Sugerí.
.- De hecho lo ha intentado...
.- No me digas..., cuenta... – Ordené aparentando curiosidad.
.- Cuando le estaba masajeando las piernas, ha metido su mano entre mis muslos.
.- ¿Entre tus muslos...? ¿Pero..., ha llegado a rozarte las braguitas? – Pregunté haciendo ese mismo gesto mientras permanecía de pie junto a la cama.
.- Nooo..., si llega a hacerlo creo que las habría mojado.
.- ¿Así como están ahora de mojadas? – Mis dedos palpaban esa humedad en la fina tela.
.- Siii...
.- ¿Y tú que has hecho?
.- Le he quitado la mano y he seguido con el masaje.
.- ¿Y no le has dicho nada?
.- Nooo..., así que ha vuelto a intentarlo... ¿Sabes?
.- ¿Qué, mi vida? – Mis dedos ya habían apartado su braguita.
.- Me estaba calentando porque..., su poya se estaba poniendo dura bajo la toalla.
.- No me digas..., ¿muy dura?
.- Creo que si... – Hablaba como si fuera una niña inocente.
.- Claro, con esa batita, te estaría viendo las tetas y..., normal... – Metí mi mano por la abertura de su bata rozando sus pezones ya duros y puntiagudos.
.- Parecía una tienda de campaña y me daban ganas de descubrirla y metérmela en la boca.
.- Joder..., seguro que ese tipo te lo hubiera agradecido.
.- Ya lo creo..., se le notaba muy tenso y le hubiera venido muy bien descargar un poco...
.- ¿Y no le has tocado para comprobar cómo la tenía?
.- Nooo..., bueno..., un poquito. Al masajear sus muslos he rozado un par de veces sus huevos, parecía tenerlos bastante grandes...
.- ¿Y no ha vuelto a intentar meterte mano...?
.- No, me he mantenido lejos de sus manos, pero lo estaba deseando.
.- Podías haberte dejado llevar, al fin y al cabo, yo estaba en casa para protegerte si se hubiera puesto pesado...
.-No..., yo soy una profesional. Nunca haría eso. – Afirmó rotunda. No dije nada, sólo tiré de ella hasta tenerla sobre mí en la cama. Me la follé con todas las ganas que había acumulado viendo su profesionalidad y me corrí en su cara. La muy puta protestó. Como seguía con la bata puesta, metí mi mano en su bolsillo y saqué el dinero que le había dado su cliente. Eran cinco billetes de 2000, es decir, 10 mil pelas.
.- No sabía que cobraras tanto por un masaje...
.- Es que me debía otro del último día. – Dijo algo nerviosa.
Por su cumpleaños, le regalé una bata de enfermera para que diera sus masajes con ella. Realmente no era de enfermera porque la había comprado en un sex-shop. Era súper corta, sus nalgas quedaba casi al aire. Venía a juego con unas medias blancas y una cofia con la cruz roja. Para estrenarla, echamos tal polvo sobre la camilla que casi la rompemos y le hice prometer que se le pondría para dar los masajes a los tíos. “Por lo menos a ese que te metía mano” , le dije, y sonrió picarona. Al cabo de dos semanas, cuando propuse ir a comer a su casa el sábado, se negó porque tenía un masaje a primera hora de la tarde.
.- ¿Un masaje? ¿No será con el tío ese...? – No hizo falta especificar más.
.- Si... – Contestó con los ojos brillantes.
.- Mejor que mejor, - argüí, - así te protejo si se pone farruco.
.- No, no me gusta que haya nadie cuando estoy trabajando.
.- Vamos, mujer, me quedaré en la habitación como la otra vez. No te molestaré para nada.
.- No sé, si estás ahí no me relajo...
.- Pero si el que se tiene que relajar es él... Aunque lo dudo, cuando te vea con esa batita de enfermera...
.- No me la pienso poner. – Aseguró.
.- Lo prometiste..., para que te la he comprado si no...
.- Bueno..., pero no me pongo las medias ni la cofia, que parezco una puta.
.- Cariño..., que eres una puta lo sabemos tú y yo y, seguramente, tu cliente se lo imagina.
.- Una cosa es que lo imagine y otra que se lo ponga en bandeja...
.- Creo que vas a tener que mantenerte muy alejada de sus manos..., porque no va a poder resistirse...
.- ¿Y si me mete mano y me pongo cachonda...?
.- Pues le haces una mamada, digamos un masaje con los labios en una parte muy tensa de su cuerpo. Recuerda lo que nos enseñó el profesor..., “lo principal es dar el mayor placer posible”.
.- ¿Y yo..., a mí quién me da placer.?
.- No te preocupes, que yo estaré esperándote en la habitación para dártelo todo.
.- Uufff..., no sé si podré controlarme con mi cliente.
.- Creía que eras una profesional..., seguro que lo harás muy bien...
.- Vale, pero tienes que prometer que no saldrás de la habitación, me moriría de vergüenza.
Continuará...