Diario de un cornudo 5
Los reveses de la vida me van endureciendo al tiempo que, quizás sin saberlo o sin reconocerlo, me voy aficcionando a las mujeres que gustan de gozar sin remordimientos.
Durante los tres años siguientes experimenté una ajetreada vida sexual. Salía con mis colegas. Bebíamos y nos drogábamos todo lo que podíamos. Nos metíamos en broncas. Íbamos a las discotecas y ligábamos con frecuencia. Sin embargo, no me ataba a ninguna. A pesar de ser un buscavidas pendenciero y peleón, o precisamente por eso, tenía éxito con las chicas. Esos éxitos me dieron confianza y, poco a poco, todo resultaba más sencillo. A lo largo de esos años tuve infinidad de aventuras. Algunas de una sola noche, otras de un par de semanas, y romances que perduraban intermitentemente en el tiempo. La confianza en mí mismo me llevo a desempeñar el rol de corneador en más de una ocasión. Algunas de forma casual y otras intencionadamente. Nada se me resistía y, si una tía me gustaba, atacaba seguro de mi éxito.
Tenía por entonces un amigo llamado Miguel. Era bastante más mayor que yo, pero le gustaba mi compañía y me llamaba con frecuencia para tomar cañas siempre a su costa. Yo malvivía dando extras de camarero y con el trapicheo, así que aprovechaba sus invitaciones. Tenía el tal Miguel una novia que estaba de muerte y a la que no hacía demasiado caso. Muy pocas veces venía con nosotros, pero en cuanto la vi me propuse trajinarla. Trabajaba en una tienda de ultramarinos y una tarde pasé a buscarla a la hora del cierre. Hice que pareciera casual y la invité a tomar algo. A la segunda cerveza me propuso ir a su casa. Me sacaba 8 años, que a mis 20 eran un mundo.
Con ella disfruté de lo lindo y de alguna forma me vengué de las ocasiones en que había estado al otro lado. Tenía un cuerpazo y era muy sofisticada. Cuando entrábamos en materia era una bomba. Le gustaba que la tratara como a una puta y disfrutaba engañando a su novio. En una ocasión fuimos los tres a pescar, era una de sus grandes aficiones. Hacía frío y le dijimos que nosotros pasábamos de salir del coche. Cogió los aparejos y bajó hasta el cauce del río. Desde arriba le veíamos afanarse en su tarea mientras follábamos sin descanso. Tuvo una mala tarde y no pescó nada. De vuelta a casa, ella iba sentada atrás. Inclinada hacia delante para participar en nuestra conversación, me cogía la mano por el lado opuesto al de su novio. Aquel viaje haciendo literalmente “manitas” después de haber estado follando a pocos metros de su novio, fue de lo más morboso.
Ya con 21 años cambié de residencia por motivos laborales. El primer día que pasé en mi nueva ciudad me enrollé con una morena impresionante. Era algo bajita pero tenía unas tetas deliciosas. De temperamento muy caliente, le encantaba mamarme la poya. Siguiendo con mi costumbre, no me enamoré de ella, pero nos fuimos a vivir juntos. Era muy hogareña y no le gustaba salir, pero me daba libertad para hacerlo. Eso me permitía tener mis rollitos y cuando volvía a casa, fuera la hora que fuese, teníamos sexo de lo más placentero. Pronto, aquella rutina dejó de motivarme, así que tenía que complicarme la vida. Comencé a fantasear con ella mientras follábamos, incitándola a que tuviera algún rollo. Al principio se mostraba remisa pero, bajo mi insistencia fue accediendo. Cuando me contaba algún contacto con compañeros de trabajo, me calentaba y la follaba con renovadas energías.
Por aquella época, vino a verme un colega de Madrid. Traía un buen cargamento de coca. Como era invierno y había unas nieblas impresionantes, nos quedábamos en casa. Entre raya va y raya viene, vi cómo mi amigo miraba a mi novia. No era para menos, ya he dicho que estaba impresionante y, vestida sólo con una bata de andar por casa, nos enseñaba las tetas cada vez que se inclinaba sobre la mesita de cristal. En un aparte, hablé con ella para que se mostrara “amable” con nuestro invitado. Apenas metí mi mano bajo su bata, comprobé que ya estaba mojada. Volvimos al salón y se sentó junto a mi amigo. Hice como que iba al servicio y los dejé solos.
Desde el pasillo veía cómo Bea le ponía las cosas fáciles pegándose bien a él. Carlos parecía cortado, pero la bata cada vez más entreabierta fue el detonante. Comenzaron a besarse y en pocos minutos estaban tendidos sobre el sofá frotándose presas de la excitación. Cuando me pareció oportuno, entré en el salón poniendo el grito en el cielo.
.- Pero bueno..., ¡Esto qué es...! Os dejo solos un rato y... ¡Serás puta....! ¿Y tú, no te da vergüenza? ¿Así pagas que te acoja en mi casa? – Carlos se quedó pálido.
.- Ay..., mi amor..., es que tu amigo ha empezado a besarme y no he podido resistirme...
.- ¿Yo...? Pero si...
.- Calla, desgraciado..., ¿te gusta mi mujer, eh..?
.- No..., no, de verdad que no...
.- ¡Cómo que no...! Encima vas a decir que no está buena...
.- No..., digo siii..., claro que está buena..., pero yo...
.- Pues entonces fóllatela, joder... Vamos, ¿a qué esperas...? – Carlos no sabía dónde meterse ni cómo reaccionar. Bea me seguía la corriente.
.- Siii..., vamos, fóllame y no le hagas enfadar más. – Dijo abriéndose del todo la bata.
.- ¿Es que, para colmo, vas a hacerme un feo? – Bea se frotaba por encima de las braguitas poniendo cara de zorra. – ¿No te la quieres follar?
.- Es que no sé si debo...
.- Vamos, campeón, cómete esto... – Dijo ella apartando sus braguitas y mostrando su sabroso coño moreno. Carlos me miraba a mí y al coño de mi mujer alternativamente sin terminar de decidirse.
.- Igual es ésto lo que necesitas, - dije aplicando sobre el clítoris de Bea los restos de polvo que había en una papela y añadí, - ¡cocainómano de mierda!
Carlos se abalanzó sobre su entrepierna lamiendo aquellos labios carnosos y provocando los gemidos de mi novia. Yo le animaba para que siguiera lamiendo. Carlos, confuso, me miraba de reojo sin saber del todo cuáles eran mis intenciones. Cuando vio que me sacaba la poya y se la daba a chupar a mi mujer, se fue soltando. En pocos minutos estábamos follando los tres como salvajes.
.- Vamos, zorra, ¿esto es lo que querías, no? Que te folláramos bien... – L e decía mientras la follaba con fuerza desde atrás mientras era mi amigo quien ahora le metía la poya en la boca.
.-Sii..., he sido mala..., - decía sacándose la verga de Carlos de la boca, - castígame fuerte. Ummmm....
.- Qué puta eres..., ¿te gustan los rabos, eh? – Seguía diciendo al tiempo que martilleaba su coño. – Harías cualquier cosa por una raya y una buena follada...
.- Ooohhh..., siii..., soy una puta, no lo puedo remediar... Haced conmigo lo que queráis.
Mientras la embestía, Carlos no pudo aguantar más y se corrió en su boca. Poco después le hice saber que estaba a punto de correrme y se giró esperando ansiosa mi leche. Abría la boca para mostrarme que se había tragado hasta la última gota de la corrida de mi amigo y volví a llenársela de semen. Luego se volvió hacia él y le besó con la boca llena. Al principio, Carlos se mostró remiso poniendo cara de asco, pero nadie podía resistirse a los carnosos labios de Bea aunque estuvieran pringados de lefa.
Se pasó casi una semana en casa. Nosotros nos íbamos a trabajar y, cuando volvíamos, Carlos había hecho la compra, preparado la comida y dispuesto unas rayas sobre la mesa. Fueron unos días inolvidables. Le mantuvimos en la creencia de que todo había sido casual y que mi cabreo inicial fue sincero. Representábamos el papel de que estaba profundamente molesto con Bea y que mi forma de castigarla era obligarla a servirnos sexualmente a los dos. Ella por su parte, se mostraba sumisa conmigo y muy puta y morbosa con él. Cuando yo no estaba presente, le hacía creer que le prefería a él (cosa que quizás fuese cierta) y le mantenía continuamente excitado. A tal punto llegó la cosa que Carlos le propuso que se fuera con él a Madrid. Bea le decía que le encantaría pero que temía mi reacción.
Una vez que se marchó, Bea le visitaba algunos fines de semana en su casa de Madrid, siempre de acuerdo conmigo. Para entonces, el proceso de emputecimiento de Bea iba viento en popa y preparábamos aquellas escapadas con verdadera pasión. Yo elegía la ropa que tenía que llevar, sobre todo la ropa interior. También definíamos el objetivo de cada viaje, que no era otro que sacarle coca y dinero al bueno de Carlos. Le contaba que yo manejaba las finanzas de la casa y que apenas le daba dinero para ella, así que mi amigo se lo daba. Teóricamente era lo necesario para viajar a Madrid, comprarse ropa y lencería que se supone no debía usar conmigo y algo más para sus gastos; pero Bea siempre le sacaba lo que quería. Se sentía como una puta de lujo y añadía por su cuenta nuevos objetivos como cenar en los mejores restaurantes y otros caprichos personales. A su vuelta me contaba con detalle todo lo que hacían y tengo que confesar que los dos nos excitábamos mucho.
Con el paso del tiempo, Bea acabó pidiendo el traslado a Madrid y se fue a vivir con él. Me lo dijo cuando ya tenía las maletas preparadas. Disfrutaba con él tanto como conmigo y Carlos tenía mucho más dinero. De hecho sigue con él y mantiene un nivel de vida que yo nunca hubiera podido ofrecerle. Durante un tiempo venía con frecuencia a mi ciudad con la excusa de ver a sus padres. Entonces, se quedaba siempre en mi casa y nos pegábamos unas buenas juergas con el dinero y la coca de su marido (se casaron al poco de irse a Madrid) Benditos tiempos en que no había móviles.