Diario de un cornudo 4

Claudia, mi segundo gran amor adolescente. Más dura será la caída...

Quiero aclarar, a raíz de algunos comentarios a los relatos anteriores de la serie, que no soy de Bilbao. Mi nick rinde homenaje a esa tierra porque allí me crié pero, siendo ya adolescente, nos fuimos a vivir a Castilla y allí discurren mis peripecias en esta serie. No quiero concretar la ciudad porque, siendo la historia un diario de la realidad, sería una pista clave para identificar a los/as protagonistas. Aprovecho para anunciar que he hecho visible mi dirección de correo por si alguien quiere comentar más extensamente y en privado sobre cualquier cuestión que le sugieran mis relatos. Sin otro particular, prosigo con la serie.

Esta vez si que me enamoré hasta las trancas. La conocí el día de mi cumpleaños. Mi colega se enrolló con su amiga al mismo tiempo. Ellas también eran inseparables y, para colmo, vecinas. Todo era perfecto. Ahora íbamos los cuatro juntos a todas partes. Manolo ya tenía un coche que se convirtió en nuestro hogar. Allí fumábamos, oíamos música y follábamos. Mejor diría “hacíamos el amor”, porque los cuatro estábamos locamente enamorados. También aprovechábamos las escapadas de mi familia al pueblo para explayarnos. Fuimos felices un tiempo, hasta que tuve que irme al pueblo. Mis padres insistieron para que fuera a pasar unos días. Al tercero de estar en el pueblo me llamó mi colega.

.- Tienes que venir enseguida. – Me dijo preocupado.

.- ¡Qué dices!, acabo de llegar, no puedo irme ahora. He prometido quedarme dos semanas.

.- Mira, no sé cómo decírtelo..., pero tienes que venir.

.- ¿Pero qué coño pasa? Tienes que aprender a estar sin mí. Qué pasa..., ¿que te aburres? Yo también me aburro aquí y me aguanto.

.- Que no, tío... Es Claudia.

.- ¿Claudia? ¿Qué pasa con Claudia? ¿Está enferma? – Claudia no tenía teléfono en casa y no había sabido de ella en esos tres días.

.- No, joder..., creo que podría enrollarse con otro.

.- ¡Pero qué dices...! Si me echas de menos invéntate otra excusa, que esa no cuela.

.- Que no tío, que te lo digo en serio.

.- ¿Que es eso de que “podría” enrollarse con otro? Claudia no es de ésas.

.- Mira, no quería decírtelo, pero la han visto con otro tío.

.- No me jodas, Manolo... ¿Quién la ha visto?

.- El Chano, me lo dijo ayer.

.- Venga ya..., el Chano es un peliculero.

.- Que no, que anoche se lo dije a Pili - Pili era su novia - y se puso muy nerviosa, decía que ella no sabía nada pero creo que oculta algo.

.- Joder..., me estás acojonando. Mira, entérate como sea de lo que está pasando y me llamas mañana, pero entérate bien no quiero que entre el Chano y tú saquéis las cosas de quicio y tengamos un disgusto sin fundamento.

Aquella noche apenas pude dormir. No dejaba de dar vueltas a lo que me había dicho mi colega. No quería creerlo pero, sólo imaginarlo, hacía que se me cayera el mundo encima. Al día siguiente estuve toda la mañana pegado al teléfono. Manolo no llamó hasta el medio día. Confirmó todas sus sospechas. Según él se estaba enrollando con un tipo del barrio de Corea. Varios conocidos de esa zona se lo habían dicho. No me había llamado antes porque quería hablar primero con Pili. Venía de su casa y consiguió que confesara que había quedado con ese tipo, pero aseguraba que no habían hecho nada, que no se habían enrollado. Yo estaba que me subía por las paredes. Me inventé una historia rocambolesca que mis padres simularon creerse y, nada más comer me fui a la carretera a hacer dedo.

A las siete de la tarde estaba de vuelta. Fui donde mi colega, cogimos el coche y nos fuimos para la casa de Claudia. No habíamos bajado del coche cuando la vimos salir del portal. Estaba preciosa, se había puesto la faldita que me gustaba y seguro que debajo llevaba esas braguitas que tanto me ponían. Me dispuse a salir corriendo para llamarla pero Manolo me sujetó del brazo. Estaba subiendo a un coche. Me dio un vuelco el estómago. Mi colega arrancó y les seguimos como en las películas. El corazón me iba a mil por hora echando pestes del tipo aquel mientras mi amigo trataba de calmarme. Dieron varias vueltas por toda la ciudad y, finalmente, se encaminaron hacia el sotillo. Había varios coches allí, era el típico lugar donde iban las parejas. Nosotros cuatro habíamos estado ahí muchas veces. Aparcaron a un costado frente al río. Nosotros nos pusimos detrás, a una distancia prudencial. Mientras nos fumábamos un peta, tratábamos de entrever lo que hacían. Nos parecía que sus cabezas se juntaban, incluso que la de mi novia bajaba hacia la posición del piloto y desaparecía durante un largo rato. Yo quería salir y liarme a ostias con el tipo aquel, pero mi colega no me dejaba.

Fue anocheciendo y ya no veíamos nada. Llevaban una hora allí metidos cuando se abrieron las puertas y bajaron uno por cada lado. Claudia no llevaba puesta la chaqueta y su blusa estaba desabotonada. Me pareció verlo con la luz interior del vehículo. Ante mi atónita mirada, se pasaron al asiento trasero. Aquello estaba muy claro. Al cabo de cinco minutos, Manolo no pudo impedir que bajara del coche y me fuera hacia ellos. No me vieron llegar porque los cristales se habían empañado. Me costó verles por el mismo motivo. Pegado al cristal lateral, pude ver cómo Claudia se agarraba con fuerza al respaldo del asiento. Estaba arrodillada dándole la espalda. Con las tetas al aire y la falda recogida en la cintura, recibía las embestidas de aquel hijo de puta. Perdí el control. Abrí la puerta y le saqué a rastras. Con los pantalones en los tobillos no tenía posibilidad de defensa. Comencé a darle patadas como un energúmeno.

.- ¡Déjale, animal...! – Gritaba Claudia completamente horrorizada. – ¡Déjale que le vas a matar...! – Yo no hacía caso y seguí dándole patadas hasta que mi colega me sujetó como pudo. Claudia bajó del coche con las tetas fuera de la blusa tratando de asistir a su amigo que sangraba como un cerdo. – ¡Eres un bestia, desgraciado! – Me gritó.

.- ¡Y tú una puta! – Repliqué del mismo modo. – Tres días, ¿es que no puedo irme tres días...? Hija de puta...

Mi colega trataba de arrastrarme para que entrara en el coche pero yo seguía gritando fuera de mí. Claudia lloraba arrodillada al lado de su nuevo amor.

Aquello fue un duro golpe. Nunca hubiera esperado eso de Claudia. Estaba claro que no terminaba de conocer a las mujeres o que tenía demasiada mala suerte con ellas. Durante un tiempo estuve bastante deprimido, me preguntaba si yo tendría algo que ver en todo eso pero no encontraba explicación. Comencé a ver a las tías como meros objetos sexuales. No quería enamorarme y creo que tampoco podía. Había sufrido demasiado.