Diario de un cornudo 16
De cómo acabó todo con Lola. Tal y como había sido nuestra vida en común, sólo podía acabar en tragedia.
Lola estaba ya completamente descontrolada. Fueron muchas las noches que volvía al amanecer rellena de semen de otros tíos. Al principio eran historias esporádicas llenas de morbo que desataban nuestra lujuria. Terminaron siendo una rutina de sexo por sexo que ya no tenían nada de extraordinario. Cuando salía, ya no sentía la impaciencia de esperarla, la incertidumbre de saber si ocurriría algo. Sólo tenía la certeza de que follaría con cualquiera aunque no tuviera nada especial. Los hombres a los que se entregaba eran muchas veces individuos vulgares que no merecían el disfrute que les daba.
A lo largo de esos años yo también tuve mis historias. Desde luego, no se acercaron en número a las suyas. Ni de lejos. Pero, eso si, fueron mucho más trabajadas. De todos es sabido que una mujer lo tiene mucho más fácil si se propone follar con cualquiera. Un hombre tiene que currárselo mucho más salvo que se encuentre una noche con Lola. Pero Lolas, o como se llamen, que hayan decidido llevar sus vidas de desenfreno hasta las últimas consecuencias, hasta el límite de la locura, hay pocas.
Yo nunca le contaba a mi mujer las aventuras que mantenía. No lo hubiera soportado. La más mínima sospecha de que tuviera algún lío la hacía enloquecer de celos y rabia. Lo que a ella se le permitía, no era capaz de admitirlo en los demás. Una noche que estaba en el bar, llegó un grupo de chicas entradas en los cuarenta. Un poco mayorcitas para andar de despedida de soltera. Entre ellas estaba Carmen, la hermana mayor de Lola. Venían algo más que contentas. Eran las tres de la mañana y se las veía con ganas de no desaprovechar la noche. La mayoría eran casadas, como Carmen. Se esmeraron en encontrarle a la novia un buen apaño para despedir su estado por todo lo alto. En cuanto lo consiguieron, cada una por su lado buscó acabar la noche lo mejor posible. Yo me quedé hablando con Carmen en una esquina de la barra mientras mis compañeros recogían. Estaba muy graciosa, mucho más que el resto de las veces que la había visto. Siempre me gustó y me ponía casi tanto como su hermana. El hecho de que estuviera casada la hacía más apetecible. Nunca había intentado nada con ella, me jugaba demasiado.
Cerramos el bar brindando por la novia que ya no estaba presente, como la mayoría de sus amigas. Sólo quedaban dos que se fueron con unos clientes asiduos a seguir la juerga en una discoteca. Carmen dijo que se iba a casa y yo me ofrecí a llevarla. Me preguntó dónde estaba su hermana y le mentí diciendo que se había marchado de fin de semana. “Entonces puedes invitarme a una copa” , dijo con un brillo especial en sus ojos. La besé allí mismo y puse rumbo a nuestra casa. Se entregó como sólo una casada en su día libre sabe hacerlo. Íbamos por el segundo cuando se abrió la puerta de la habitación. Aquella noche Lola llegó más temprano que de costumbre. Por suerte ella tenía otro trabajo, porque si hubiera sido policía municipal o guardia civil nos hubiera matado a los dos con su arma reglamentaria.
Enloqueció como si se tratase de una esposa fiel y abnegada que descubre la infidelidad de su amado. Y seguro que desde su punto de vista tenía razón. Yo he sido siempre muy comprensivo. No hubo forma de calmarla y ni siquiera intentamos sujetarla. Destrozó media casa. Hasta tiró el colchón por la ventana. El escándalo fue sonado en el vecindario y sólo los municipales consiguieron reducirla para llevarla al hospital. Estuvo ingresada tres días. Ni se me ocurrió ir a verla. Saqué lo que quedó de mis cosas y, sin siquiera dejarle una nota, salí de su vida para siempre.
Yo conseguí lo que quería: deshacerme de una vida que ya no me emocionaba pero que no era capaz de dejar. Lola era fuerte como un roble y encontró acomodo en el odio que me profesó desde entonces. La peor parada fue su hermana. Yo la sacrifiqué para conseguir mi objetivo. Fui un hijo de puta, lo sé. Ella, sin saberlo, se metió en el medio de una pareja de locos y eso le costó el divorcio. Con su hermana se lleva de maravilla y a mí me odia tanto como ella. Sólo espero que algún día se reponga del alcoholismo en el que se sumergió y que le costó la custodia de sus hijas.