Diario de un cornudo 15

Otra alucinante historia de Lola. Nuestra complicidad estaba todavía en su punto álgido.

Hacía un día espléndido de playa. Estuvimos toda la mañana bañándonos y tomando el sol. Luego fuimos con la furgo al interior y comimos en un paraje al lado del camino. Me quedé sentado en mi silla de playa mientras Lola terminaba de recoger. Cuando habíamos salido de la playa, se había quitado el bañador mojado y sólo se había puesto unos pantalones vaqueros cortados, de los que casi escapaban sus nalgas, y una vieja camisa mía anudada por encima del ombligo. Estaba espectacular con el pelo recogido y las tetas a punto de salirse de la camisa. Yo la observaba tras mis gafas de sol.

En eso, pasaron por el camino dos motoristas de la Guardia Civil de costas. Aminoraron la marcha al llegar a nuestra altura. Se nos quedaron mirando. Por un momento pensé que iban a denunciarnos por estar allí medio acampados, pero pasaron de largo. Lola también se les había quedado mirando y me pareció adivinar en su rostro una sonrisa pícara. Al cabo de un rato, vimos que bajaban de nuevo por el camino. Lola puso su mejor cara traviesa y me dijo que estuviera quietecito y le siguiera la corriente si quería divertirme un rato. Ante mi extrañeza, desinfló una rueda de la furgo y salió a su encuentro.

.- ¿Podrían ayudarme? – La oí decir desplegando la mejor de sus sonrisas y sacando pecho todo lo que podía.

.- Por supuesto. ¿Qué es lo que ocurre? – Los civiles bajaron de sus motos siguiendo a mi mujer.

.- Es la rueda, está pinchada. Mi marido no puede ayudarme, el pobre es invidente. – Tuve que contener la risa y seguí inmóvil en mi silla.

.- Vaya, no se preocupe, que esto lo solucionamos en un momento.

.- ¿Qué ocurre, cariño? – Pregunté con la mirada perdida detrás de mis gafas de sol.

.- Unos Agentes van a ayudarme a cambiar la rueda. – Me dijo a voces acercándose a mi oído de forma que casi me deja sordo. – El pobre apenas oye nada. – Comentó ahora en tono normal dirigiéndose a los policías.

.- Coño, si que está apañado su marido. – Comentó uno de ellos acercándose a mí. – Estese tranquilo, que vamos a cambiar la rueda.

.- ¿Cómo dice? – Pregunté metiéndome a la perfección en mi papel.

.- Que no se preocupe, que vamos a ayudarles. – Gritó. Opté por permanecer callado si no quería quedarme sordo de verdad.

Lola les indicó dónde estaba la rueda de repuesto y se empeñó en ayudarles. Más que nada les estorbaba pero se esmeraba en marcharse todo lo que podía. Primero se manchó las manos tocando la rueda y luego se tiznó la cara, el canalillo y los muslos. Se inclinaba delante de ellos como pretendiendo ayudar y lo único que hacía era enseñarles las tetas. De vez en cuando me miraba y sonreía picarona. Yo, por supuesto, hacía como que no la veía. Cuando tuvieron la rueda cambiada les ofreció una cerveza. Para alcanzarlas de la nevera, se arrodilló sobre la cama. Los tipos se quedaron mirando cómo el pantalón se metía entre sus nalgas, era una imagen tentadora. Vi cómo se miraban entre ellos sonrientes. Uno de ellos miró hacia mí y el otro hizo un gesto como diciendo que no se preocupara por mí. Al fin les pasó las cervezas y brindaron por la tarea. Lola coqueteaba con ellos descaradamente. Les dijo que podían lavarse en el fregadero de la furgo y luego les dio unas servilletas de papel.

.- Cariño, está costando mucho. Las tuercas están muy prietas. – Gritó mi mujer en mi oído antes el asombro de los Agentes. No dije nada y volvió junto a ellos. – Una tiene que tomarse sus ratos libres, jijiji. – Dijo sentándose en la cama frente a ellos. – Me paso el día cuidando de él y no hago vida.

.- Claro..., claro... Una mujer tan joven como usted y tener que cargar con una situación así... No debe ser fácil.

.- No lo saben ustedes bien. No puedo dejarle solo. No tengo vida social. Él es muy bueno, pero..., desde que se quedó sordo se ha aislado completamente y no hay manera de comunicarse con él. Ya no quiere ni...

.- Ni qué... ¿A qué se refiere...?

.- Pues eso..., que ya no me atiende..., como es debido. – Lola hacía gestos bien expresivos de su necesidad.

.- Ya, ya..., me hago cargo.

.- Pues hágase cargo mi sargento. Con este cuerpo que dios me ha dado y no poder usarlo..., a veces me subo por las paredes. – Abría las piernas tocándose los muslos y se apretaba los pechos como desesperada.

.- Si..., es una lástima. – Decía el otro. – Está usted muy buena.

.- ¡Ramírez...!

.- Déjele, mi sargento, si yo le agradezco los piropos. Figúrese..., como mi marido no me ve..., nunca me dice nada. Pero no son palabras lo que más necesito. Si ustedes pudieran sacarme esta desazón que tengo dentro... – Se apretaba el bajo vientre casi a la altura de su pubis.

.- Claro, mi sargento, tenemos que hacer algo...

.- Pero Ramírez..., ¡estamos de servicio!

.- Pues eso es precisamente lo que les pido, que me hagan un buen servicio...

.- Señora..., es que...

.- Por aquí no pasa nadie y... mi marido es como si no estuviera...

.- Claro, sargento, ¿no ve que la señora lo merece...? – El joven ya se animaba acariciando sus muslos.

.- Usted si que me comprende..., es un joven muy apuesto. Venga aquí, que yo sabré agradecer su ayuda como dios manda. – Diciendo esto, le atrajo hacia ella y le besó en la boca revolviendo su pelo.

.- No le parecerá mal, mi sargento, pero es que me hierve la sangre viendo estas injusticias y tengo que hacer algo.

.- Proceda, Ramírez, proceda.

Mientras el agente se recostaba en la cama besando a mi mujer, el sargento miraba a todas partes rezando porque nadie apareciese por aquel paraje y me miraba a mí casi sin prestarme atención. A medida que Lola le iba quitando la ropa al guardia, el sargento se acomodaba el paquete y se secaba el sudor de la frente con el dorso de su mano. Cada vez se le notaba más agitado.

Su subordinado, ya desnudo de cintura para arriba, se frotaba con Lola besándola con pasión. Mi mujer desabrochó su cinturón y metió su mano dentro del pantalón.

.- Diosss..., pero qué es esto... Veo que está usted bien armado.

Cuando el chaval se deshizo de los pantalones y se la metió sin miramientos a mi novia, el sargento no aguantó más y comenzó a desnudarse. Apenas lo hizo se subió a la furgo. Yo, frente a la puerta corredera de la furgo, lo veía todo como en cinemascope. Tenía la poya más dura que los dos policías juntos, pero no podía hacer otra cosa que mirar cómo aquellos dos pigazos se la merendaban.

Mi mujer se puso de rodillas para mamársela al sargento al tiempo que el otro se la clavaba desde atrás. Sus tetas luchaban por mantenerse dentro de la camisa hasta que el sargento se las sacón apretándolas entre sus manos. Lola jadeaba cada vez que el guardia empujaba tras su culo clavándosela hasta el fondo de su coño. Cambiaron de postura y el sargento se tumbó sobre la cama. Mi mujer se sentó sobre su poya y cabalgó gimiendo como una gata. En aquella postura el joven hizo que se inclinara hacia delante y comenzó a jugar con su ano. Lola me miraba sonriente mientras el guardia metía sus dedos ensalivados dentro de su culo. Estuvo así un rato hasta que apoyó su glande en el hoyito de mi mujer. No pudo contener los gritos cuando se la metían por el culo. No tuve más remedio que intervenir.

.- ¿Qué ocurre, cielo?

.- Nada, mi amor, que me la están... metiendo. Quiero decir que están metiendo la rueda en su sitio. Ya casi está..., ssiiii...

Pronto se acostumbró a aquella verga y comenzaron los tres a moverse como llevados por una fuerza extraña. El sargento empujaba desde abajo levantándola en vilo y, cuando bajaba, el guardia embestía con fuerza en su culo. Lola soportaba los vaivenes jadeando y pidiendo que le dieran más fuerte. La maquinaria se fue engrasando y acompasando cada vez mejor hasta que los tres se corrieron casi al unísono. Una sinfonía de jadeos y gruñidos sonaba frente a mí que me mantenía aparentemente ajeno a todo. Sin embargo, mi poya estaba a punto de reventar dentro de mis pantalones.

Quedaron hechos un ovillo sobre la cama, sudando y jadeando como perros. Me pareció ver un chorro de semen salir disparado de su culo cuando el guardia se la sacó. Bajó de la furgo tambaleante mientras el sargento apartaba a Lola y hacía lo propio. Se vistieron a toda prisa mientras mi mujer seguía tocándose sobre la cama.

.- Ya nos vamos, la rueda está cambiada. – Me gritó el sargento al oído.

.- ¿Una buena mamada? Pero qué dice este hombre... Cariño, ¿dónde estás?

.- Que ya hemos cambiado la rueda. – Gritó más aún el guardia.

.- ¿Que la han dejado como nueva...? Mi amor..., ¿qué dice esta gente...?

Se despidieron de Lola con sendos morreos metiéndole mano entre sus piernas. Estaba completamente desnuda y así les despidió agitando la mano cuando se alejaban con sus motos. Luego vino hacia mí y, acercándose a mi oído, me gritó que acababan de follarla por delante y por detrás. Nos reímos a carcajadas y, desabrochando mis pantalones, me hizo una buena mamada hasta que me corrí en su boca.