Diario de un cornudo 14

La calentura de Lola me tiene continuamente en vilo y completamente excitado.

La vida con Lola no tenía un momento de aburrimiento. Si durante dos días seguidos hacíamos las mismas cosas, rápidamente buscaba algo que nos sacase de la rutina. Tenía un montón de actividades, de modo que todo el día estaba ocupada en algo. Iba siempre corriendo de un lado a otro y nunca supe de dónde sacaba la energía para hacerlo todo. Entre tantos compromisos, siempre encontraba un tiempo para estar juntos. Sin embargo, ese tiempo nunca era para relajarse demasiado o simplemente pasar el rato. Si teníamos media hora después de comer antes de acudir a su siguiente actividad, pasábamos 26 minutos follando y en 4 minutos se arreglaba y salía corriendo. Apenas había tiempo para los preliminares. No los necesitaba porque ella siempre estaba caliente y dispuesta. A veces se sentaba sobre mi regazo cuando estaba acabando el postre y antes de que terminara de masticar ya me estaba sacando la poya. Si tenía que tender la ropa antes de salir pitando hacia sus clases de danza, me pedía que la ayudara y se levantaba la falda mientras se inclinaba hacia las cuerdas. Ante esa visión yo no tenía otro remedio que metérsela y, antes de que terminara con la última pinza, ya se estaba corriendo. Si se iba el fin de semana a unos talleres ocupacionales, llegaba de trabajar, comía, preparaba la maleta en un santiamén y me hacía follarla salvajemente antes de que pasaran a buscarla a las cuatro de la tarde.

A veces pensaba que, del mismo modo que aprovechaba el tiempo conmigo, no podía estar tranquilo aunque pasase solamente cinco minutos con alguno de sus amigos. En una ocasión pasé a buscarla por el trabajo. Como nos pillaba de camino a casa, llamó a una de sus amigas para recoger algo que no recuerdo. Su amiga no estaba en casa pero le dijo que podía pasar igualmente y su marido se lo daría. Aparqué en doble fila y subió a toda prisa. Apenas tardó diez minutos pero, cuando volvió a sentarse a mi lado, la noté sofocada. Le pregunté qué pasaba y me dio una explicación poco convincente. Insistí y se quedó callada tratando de disimular una leve sonrisa. Llevé mi mano a su muslo y, cuando la deslicé bajó su falda, trató de detenerme, cosa bastante rara. Al final alcancé sus braguitas con la yema de mis dedos y estaban empapadas. Su mueca se tornó turbadora. Se mordió el labio inferior mientras yo mismo apartaba la tela de su tanga y pasaba mis dedos por su vulva. Los saqué completamente pegajosos.

.- ¿Qué ha pasado ahí arriba, cariño? – Pregunté antes de que me cogiera la mano y chupara mis dedos.

.- ¿Por qué no vamos a la parte de atrás y te lo cuento? – Contestó casi rogando mientras se levantaba y pasaba entre los asientos hacia la cama que siempre estaba preparada en mi furgo. Se arrodilló sobre ella y su faldita apenas podía tapar sus nalgas. Giró la cabeza con una cara de deseo que ya conocía de sobra y me acerqué con la poya ya completamente empalmada. – Es que Jorge, el marido de Luisa, es un cerdo...

.- ¿Un cerdo? – Repetí levantando su faldita.

.- Siii... Me dijo que las bolsas estaban sobre el armario y me trajo la escalera para que subiera yo misma a por ellas. Y claro, con esta faldita se me veía todo...

.- ¿Y por eso te has mojado tanto? – Ya tenía su braguita echada a un lado viendo cómo brillaba su raja.

.- Es que..., cuando estaba arriba de a escalera, ha querido sujetarme para que no me cayera y..., ha puesto su mano entre mis muslos. Me he puesto tan nerviosa que he perdido el equilibrio y he caído encima de él sobre la cama.

.- Vaya por dios..., qué casualidad...

.- Siii..., menos mal, de no estar allí la cama me habría hecho daño. – Relataba suspirando con mis dedos rozando su coño. – Aunque casi me hago daño con una cosa muy dura que tenía..., entre las piernas.

.- Así que al bueno de Jorge se le ha puesto dura viéndote arriba de la escalera...

.- Siiii..., muy dura... Yo quería levantarme para no hacerte esperar, pero..., aquello estaba tan duro..., y yo tenía tanto calor...

Pasé mi lengua por su raja lamiendo el semen de Jorge que brotaba mezclado con los jugos ardientes de mi novia. Se puso como una perra. Se le abrió el coño. El semen del marido de su amiga comenzó a salir como un río. Yo seguía chupando y ella seguía, con voz de lolita (nunca mejor dicho), relatando el polvo rápido que le habían dado. Había perfeccionado tanto su sexo y su calentura era tal que, a pesar de no estar más de cinco minutos en la casa, había conseguido correrse mientras le echaban la lefa dentro. Pero Lola siempre necesitaba más y, aquel día, necesitó que la follara y le diera por el culo allí mismo, en doble fila, en una calle del centro.

Justo cuando acabábamos, un municipal malhumorado golpeó con los nudillos en el cristal del copiloto. Rápidamente nos pasamos a los asientos delanteros. Yo apenas tuve tiempo de guardarme la poya y Lola se sentó alisando su falda con las tetas prácticamente fuera de su blusa. Cuando bajé el cristal pensando qué iba a decirle, mi mujer se me adelantó.

.- Ay, señor guardia, se nos ha metido una avispa en el coche y me ha picado. – Dijo casi sacando la cabeza por la ventanilla, mostrándole descaradamente las tetas.

.- Pero si he pasado antes y ya estaban aquí parados... Tengo que multarles. Además, qué hacían ahí atrás.

.- Pues cazando la avispa... No se puede conducir con una avispa dentro del vehículo, es un peligro. Figúrese que le pica a mi marido mientras conduce... A mí me ha mordido aquí... – Dijo subiéndose la falda hasta las ingles y abriendo las piernas. El policía abrió los ojos como platos. – En realidad muerden, no pican, ¿sabe? Mire, mire cómo lo tengo de rojo. – Decía apartando ligeramente sus braguitas. El policía, un tipo de unos 30 años bastante atractivo, miraba las ingles de mi novia y me miraba a mí sin creerse lo que estaba pasando. – Por qué no me pone un poco de saliva..., es bueno para las mordeduras de avispa. Póngamela con su dedo, por favor..., me pica mucho...

.- ¿Do..., dónde dice que le ha picado? – Tartamudeaba mirando los labios de su coño que ya se mostraban abiertamente. Lola le cogió la mano y le chupó los dedos antes de llevárselos a la entrepierna.

.- Aquí..., es por aquí..., me pica mucho..., si fuera usted tan amable... – Al principio ayudado por mi mujer y luego por sí mismo, el policía comenzó a frotar su coño. Miraba a todos los lados como si aquello fuera una broma de cámara oculta, pero seguía metiendo y sacando sus dedos del coño mojado. Cuando se aseguró de que nadie le miraba, aceleró el ritmo haciéndole una paja increíble. Lola gemía animando al agente, abriendo cada vez más sus piernas. Yo no podía creerme lo que estaba viendo. – Ay..., dios...., siga, siga, que me hace mucho bien. – El sonido de los jugos de Lola y el semen mío y de Jorge chapoteando entre los dedos del tipo era turbador. Mi novia se tocaba las tetas sin dejar de jadear hasta que se corrió de nuevo con aquella mano entre sus piernas. Cuando sacó la mano brillante, el agente no sabía dónde ponerla.

.- Vamos..., vamos..., circulen, por favor. – Me dispuse a arrancar pero Lola aún no se había quedado del todo satisfecha.

.- Espere, por dios..., que voy a limpiarle. Se ha portado usted tan bien... – Le cogió por la muñeca y lamió sus dedos antes de secarlos con una toallita del salpicadero.

Historias así comenzaron a ser frecuentes. Su descaro era tal que salía airosa de las situaciones más comprometidas. Aquella escena con el policía estuvo muy presente en nuestras fantasías durante un tiempo y cada vez que veía un uniforme, su coño ardía.