Diario de un cornudo 12
Más aventuras de Lola. Cada vez se muestra más descarada. Siempre está caliente y dispuesta a demostrar de lo que es capaz.
A sus salidas nocturnas en nuestra ciudad, se fueron uniendo aventuras que surgían en cualquier momento, incluso cuando estábamos juntos de vacaciones o puente. En una ocasión, nos habíamos ido a la montaña a pasar unos días. El primero de ellos, hicimos una ruta por un sendero de gran recorrido y, de vuelta a donde teníamos la furgo, paramos en un pequeño refugio. Estuvimos merendando allí y cuando ya pensábamos reanudar la marcha porque se hacía tarde, aparecieron dos montañeros algo más jóvenes que nosotros. Como es lógico, eran fornidos y atléticos. Uno tenía el pelo largo y el otro era rubio con los ojos azules. Nos saludamos y ella se puso a preguntarles cosas muy animada. Enseguida vi que le gustaba el del pelo largo. A esas alturas yo sabía muy bien cuando alguien le gustaba. Hablaba entusiasmada y, sobre todo, sonreía abiertamente que era una de sus mejores armas. Se acercaba más de lo normal a su interlocutor y sacaba pecho mostrando sus atributos.
Como el sol empezaba a bajar, le dije que debíamos marcharnos pero no se daba por aludida. Cuando insistí, me dijo que si tenía prisa podía irme yo. Que a ella le apetecía pasar la noche en aquel refugio. Lo dijo rotundamente, sin importarle que sus nuevos amigos estuvieran delante. Me dejó cortado y tardé unos minutos en reaccionar mientras ella seguía seduciendo descaradamente al melenas. Por fin me decidí a llamarla a parte y le pregunté si pensaba realmente quedarse allí.
.- Está bien el sitio éste, ¿no? .- Contestó.
.- No está mal..., pero no quisiera dejar la furgo donde la tenemos. Es un sitio muy a desmano.
.- Pues baja tú si quieres y te quedas en la furgo.
.- Pero cielo, hemos venido a pasar unos días juntos...
.- Bueno, tampoco es para tanto, mañana puedes subir a recogerme cuando te despiertes.
.- ¿Y te vas a quedar aquí con esos dos?
.- ¿Qué pasa, estás celoso...? – Preguntó abrazándome. – Muchas veces salgo sola y te gusta...
.- Pero vienes a dormir a casa y no es lo mismo. Una cosa es esperarte en casa y otra cosa es estar aquí juntos y que me dejes tirado.
.- ¿Quién habla de dejarte tirado? Es solo que estoy cansada y no quiero darme una caminata hasta la furgo. Si quieres puedes subir cuando recojas la furgo, pero es bobada, porque cuando llegues abajo ya será de noche. – Parecía tenerlo todo bien calculado.
.- Como quieras, yo me voy ya. Tienes razón, se me va a hacer de noche. – Dije algo mosqueado.
.- Oye, no te enfades... – Dijo volviendo a abrazarme. – No va a pasar nada.
.- Ya..., he visto cómo le mirabas...
.- Estás celoso... – Su mano se posó en mi paquete. No estaba empalmado pero, apenas me rozó, me puse duro. – Mañana te cuento...
Me dio un piquito metiendo su lengua en mi boca y se fue hacia el refugio. Yo emprendí camino y, tan pronto como me alejé de allí, eché a correr con una idea fija en la cabeza: volver a ver a Lola follando.. Gané bastante tiempo y llegué a la furgo con suficiente luz todavía. De inmediato, puse rumbo al refugio. Comenzaba a anochecer pero pronto estuve a poca distancia del lugar. Aparqué la furgo al lado del camino y cogí la linterna. Avancé entre los árboles para que no me vieran llegar. El sol se había puesto aunque aún se veía algo. La pequeña construcción tenía dos ventanas, una que daba a la zona de la cocina y otra en el espacio de la chimenea, junto a los camastros. Había una luz encendida en el interior. Seguramente un lumigas o la chimenea, o quizás ambas cosas. De pronto, vi llegar a Lola con el melenas por un sendero. Venían charlando animadamente. En ese momento recordé que mi novia no tenía saco de dormir. En las mochilas sólo habíamos metido algo de ropa para cambiarnos, un chubasquero y ropa de abrigo, pero no pensábamos hacer noche por ahí. Era la mía una preocupación absurda, seguro que el melenas no tendría problema para hacerle un hueco dentro de su saco.
Cuando llevaban un rato dentro y se había hecho noche cerrada, me acerqué sigilosamente. Se oían sus risas. Me asomé con mucha precaución por la ventana que daba al lado de la chimenea. Estaban al fondo, sentados a la mesa. Lola estaba de espaldas, en el mismo banco que el melenas. El otro se levantó. Me pareció que preparaba café. Entonces, vi que el tipo acariciaba los muslos de mi novia. Ella giró la cabeza para mirarle pero no hizo nada por pararle los pies. Es más, se acercó a él y dejó que la besara en la boca. Se cortaron porque el otro volvió a sentarse a la mesa. Estuvieron un buen rato tomando café y unos chupitos que algún licor. Me subí bien la cremallera del anorak porque me estaba quedando frío. Miraba con envidia el fuego de la chimenea. Doblé la esquina y me pegué a la pared exterior de la chimenea construida en piedra. Estaba calentita. Me quedé allí unos minutos entrando en calor, hasta que escuché risas y palmas.
La fiesta parecía haber empezado. Lola bailaba en el centro de la sala mientras los tíos canturreaban una tonadilla flamenca y daban palmas. Mi mujer se había quitado los pantalones de montaña que había llevado aquella tarde y lucía unos leggins ajustados que llevaba en la mochila. Arriba, sólo una camiseta de tirantes. Estaba claro que también se había quitado el sujetador, pues podía ver sus pezones abultados bajo la fina tela de la camiseta. Su melena bailaba con ella de un lado a otro. Iba descalza y sus movimientos eran seductores, no..., lo siguiente.
El rubio se animó a bailar con ella una especie de sevillana, pegándose bien a su cuerpo. La cosa resultaba más morbosa porque la música era casi inexistente. Se trataba sólo de rozarse con la excusa de un baile que no tenía ni pies ni cabeza. Se fueron turnando para bailar con mi novia. Bueno, para tocar a mi novia. Entre baile y baile, se bebían un chupito y Lola comenzaba a dar traspiés. Ahora bailaban los tres a la vez y la mayor parte del tiempo, Lola estaba entre los dos cuerpos masculinos formando un bocadillo de lo más cachondo. Yo me estaba comiendo los huevos, pero me excitaba imaginar lo que podía pasar ahí.
De pronto, Lola apartó a sus amigos obligándoles a sentarse de nuevo. Hablaron algo y los chicos comenzaron a canturrear. Al principio no había manera de adivinar la canción pero luego me di cuenta de que se trataba del tema que Joe Cocker interpreta en la película Nueve Semanas y Media. Sobre todo, me di cuenta cuando Lola, bailando en plan sexi, comenzó a subirse la camiseta enseñando el ombligo al tiempo que tiraba de sus mallas hacia abajo mostrando la tira de su tanga.
Los tipos cantaban cada vez más animados y no era para menos. Mi mujer se disponía a hacerles un streptease que no olvidarían. Al ritmo de la música, Lola bailaba como sabe hacerlo. Tan pronto se subía la camiseta enseñando la parte baja de sus tetas como bajaba ligeramente los leggins mostrando el nacimiento de su bello púbico o la raja de su culo. Luego estiraba las tiras de su tanga o se apretaba los pechos haciendo que sus pezones se marcasen aún más en la tela. En un elegante giro se sacó la camiseta por la cabeza y, cubriéndose las tetas como pudo, se la lanzó a los chicos. Gritaron y silbaron como si estuviesen en un local de alterne. Ya ni se preocupaban de cantar, Lola seguía a lo suyo. De espaldas a sus espectadores, comenzó a bajar sus mallas moviendo las caderas con lascivia. Poco a poco, la tira de su tanga fue emergiendo y sus poderosas nalgas vieron la luz. Los gritos y las risas de sus amigos parecían espolear a Lola, que con las mallas por las rodillas se giró sonriente con las manos sobre sus pechos. Apenas podía cubrirlos. Los pezones asomaban entre sus dedos. Volvió a girarse y se subió el fino pantalón para girar nuevamente con los pechos libres bailando al son de su cuerpo.
Los silbidos debían animarla bastante, porque reía a carcajadas. No tardó en llevar de nuevo sus dedos a la cintura y comenzar a bajar las mallas esta vez junto con sus braguitas. Ya les estaba mostrando su pubis casi al completo cuando se giró de nuevo y se inclinó hacia delante sacando bien su culo medio destapado. Continuó bajando hasta que su coño quedó a la vista de sus amigos. Esta vez ni siquiera silbaron. Volvieron a entonar el tema de Joe Cocker mientras Lola se deshacía por completo de su ropa y seguía bailando. Los dos se levantaron al tiempo y se acercaron rodeándola.
Para entonces, yo tenía la poya como un canto. Tal y como debían tenerla ellos. Comenzaron a acariciarla sin dejar de bailar. Mientras uno le tocaba las tetas, el otro amasaba su culo y se pegaba a ella haciendo notar su paquete. Mi mujer no tardó en girar la cabeza abriendo la boca para que el melenas metiera su lengua en ella. Ya ni bailaban, sólo se frotaban y se besaban alternativamente aumentando la temperatura de aquel refugio. Cuando consiguió desabrochar los pantalones de uno de ellos, se agachó y se la metió en la boca sin miramientos. Mientras el otro se desnudaba a toda prisa, el melenas enredaba sus dedos en el pelo de mi mujer gozando de una mamada en toda regla. Al rato la hizo incorporarse y el otro la giró para besarla. Ahora era el melenas el que se apresuraba en quitarse la ropa. Mientras se besaban, Lola acariciaba la verga del rubio y no tardó en darle en mismo tratamiento que a su amigo.
Yo ya no sentía el frío. A unos centímetros del cristal, los justos para que no pudieran verme, comencé a pajearme viendo cómo la follaban en todas las posturas. Se montaron una buena orgía sobre las colchonetas que habían dispuesto frente a la chimenea. No sé las veces que se corrió la muy zorra. A juzgar por sus jadeos, unas cuantas veces. A ellos les vi correrse al menos un par de veces por cabeza. Una vez cada uno en su boca y luego en su coño. Yo me corrí la primera vez que el rubio lo hizo en su boca y, aunque mi poya seguía dura, no volví a tocarme. Al cabo de dos horas, los tres cayeron rendidos sobre los sacos. Al rato, Lola se levantó. Se limpió un poco con unas toallitas que llevaba en la mochila y se puso el anorak del melenas. Cuando vi que se calzaba las botas, comprendí que iba a salir, quizás a mear.
No sabía si esconderme o salir a su encuentro, pero si lo hacía podía darle tal susto que se pondría a gritar alertando a sus amigos. Salió de la cabaña y se dirigió a la parte de atrás. La vi acuclillarse entre unos arbustos y escuché el sonido de su meada. Mientras se limpiaba, la llamé en voz baja.
.- Lola..., Lolaaaaa.... – Miraba inquieta a todos lados. – Lolaaaaa..., soy yo.
.- ¿Jonás...? – Preguntó caminando lentamente hacia donde yo estaba. – ¿Jonás..., eres tú...?
.- Siii..., ssoy yo. – Respondí saliendo a su encuentro.
.- ¿Pero qué haces aquíii...? Menudo susto me has dado...
.- Ssssss.... Habla más bajo, pueden oírte.
.- ¿Y qué si me oyen...?
.- Llevo dos horas mirando por la ventana, no quiero que me descubran. – Le cogí las manos.
.- Tienes las manos heladas... ¿Pero qué coño haces aquí...?
.- Mirando el tuyo, zorra. Mirando cómo te lo follaban.
.- Joderrr, entonces lo has visto... Pensaba contártelo mañana.
.- Ya... ¡Que puta eres!
.- Joder..., no digas eso.
.- ¿Que quieres que diga?
.- No sé..., que te ha gustado verlo... – Puso su mano en mi entrepierna. – Yo creo que te ha gustado... – Me besó metiendo su lengua hasta mi garganta. Sabía a semen de sus amigos. – Uuuff..., si hubiera sabido que estabas mirando me hubiera esmerado más.
.- ¿Más aún?
.- Siiiii...
.- ¿Por qué no me comes la poya como les has hecho a ellos...?
.- Mmmm..., si no vuelvo ya, se van a preocupar.
.- A la mierda..., que se preocupen, pero cómeme la poya. – Insistí presionando en sus hombros. Se agachó allí mismo y me soltó el cinturón. Mi verga salió como un resorte.
.- Veo que se alegra de verme... Pobrecito, tu mujercita follando calentita y tu aquí sin comerte un rosco...
Comenzó a lamerme con una lujuria indescriptible. Estaba claro que quería hacerme correr cuanto antes. Se la sacaba y lamía mis huevos sin dejar de pajearme a buen ritmo, De pronto se escuchó la voz de uno de los chicos llamándola. Se sacó mi verga el tiempo justo para decirle que estuviera tranquilo, que ahora mismo iba. Entonces arreció en su mamada tragándosela hasta rozar mi pubis con su nariz. Lo hacía tan bien que no pude contenerme y me corrí escupiendo mi semen en su garganta. Casi la asfixio, la apreté contra mí hasta que soltó una pequeña arcada y tuve que dejarla respirar. Mi leche escurría por su barbilla.
.- Ahora lárgate. – Me dijo mientras se limpiaba.
.- ¿No vas a venir a la furgo?
.- ¿Ahora...? Y que les digo a estos... ¿Que has venido buscarme...?
.- No..., no. Pero ven mañana en cuanto amanezca. Estoy a doscientos metros bajando por el camino. No quiero tener que venir a buscarte. Paso de que se rían de mí.
.- No seas tonto... Valeee..., bajaré antes de que se despierten.
.- Ya desayunarás en la furgo, no te preocupes.
Volvió a entrar y vi cómo se metía en el saco del melenas. El otro parecía dormir. Se besaron y Lola miró insistentemente hacia la ventana tratando de ver si seguía allí. Siguieron los besos hasta que el tipo se puso sobre ella y presentí cómo la penetraba. Mi mujer no dejaba de mirar de vez en cuando hacia la ventana. Me quedé hasta que se corrieron y se quedaron dormidos.
El sol hacía casi dos horas que había despuntado cuando se abrió la puerta de la furgo y entró mi novia. Dijo que les había dejado en la cama, pero que ya había desayunado. Lo dijo sonriendo picaronamente, por lo que me imaginé la clase de desayuno que le habían dado. Lo confirmé en cuanto comenzó a besarme. Mientras lo hacía, se fue quitando la ropa.
.- ¿Quieres desayunar tú también? – Preguntó apartando sus braguitas y mostrándome su raja brillante. Eran las ocho de la mañana y la muy zorra no sólo había tomado su “desayunado” , sino que traía el mío aún calentito. Me acerqué a gatas y olí su coño. Una mezcla de sus jugos y el semen de sus amigos brotaba de su raja completamente empapada. – Vamos, no dejes que se enfríe tu desayuno. – Saqué la lengua y lamí su clítoris haciéndola estremecer. Me agarró del pelo y me apretó contra su raja. – Diossss... mete tu lengua, cabrón y bébetelo todo. ¿O acaso quieres que me quede preñada? – Sus palabras me excitaban más aún que su coño encharcado. Me hizo girar sobre la cama y se colocó sobre mi cara. Las gotas caían en mi boca al tiempo que ella misma se abría el coño con sus dedos. – Aaaaahhh..., así, mi vida, tómate tu desayuno..., mmmmmm..., ¿está rico...? – Como única respuesta, la volteé sobre el colchón y la clavé con fuerza. Comencé a follármela como si me fuera la vida en ello. Jadeaba como una perra y me espoleaba como nunca había hecho. – ¿Estás rabioso...? ¿Te ha puesto burro verme follando con esos dos..., cornudo? Mira como tengo el coño lleno de leche..., mira que bien entra. Me han follado los dos sin condón, seguro que me han dejado preñada.
Estuvimos follando hasta media mañana y aún pasaron los tipos camino abajo mientras lo hacíamos. Abrió la puerta corredera para saludarles y, completamente desnuda, les dio sendos morreos antes de despedirse y seguir con nuestra faena.
Desde entonces, en algunas ocasiones dejaba que la viera follar con otros, o me mandaba fotos con el móvil mientras lo hacía. Recuerdo una que me mandó mientras se la mamaba a un negro. La recuerdo porque le estaba comiendo el capullo y los huevos le colgaban por debajo de sus tetas. Era una verga enorme.