Diario de un cornudo 11
De cómo Lola hacía y deshacía a su antojo sólo pensando en su disfrute y de cómo la vi follando por primera vez. Era salvaje y tan excitante que no podía reclamarle nada.
Yo me veía de nuevo como siempre: con una mujer caliente y dispuesta a todo. Pero ésta era la mejor, la que más me excitaba, la que mejor follaba y, sobre todo, la más puta. No me quedaba otra que tratar de aprovechar aquel enorme potencial para mi propio disfrute y así comenzó una época de verdadero desenfreno en el que conseguí el papel de director y ella el de protagonista de todas las películas que fuimos “rodando”.
Las insinuaciones, las fantasías y el doble lenguaje comenzaron a hacerse frecuentes y cotidianos entre nosotros. Ya no era yo el que empezaba a fantasear cuando hacíamos el amor, sino que ella misma aprovechaba cualquier momento para relatar con tal lujo de detalles y morbo que hubiera encendido a cualquiera. Cuando salía por la noche, la esperaba ansioso. Siempre llegaba caliente y exigía su ración de sexo mientras me contaba como tal o cual tipo le había entrado en la disco o cómo fulanito la había follado en la furgoneta aparcada bajo nuestra casa. Era, por otro lado, tan misteriosa que no había manera de saber cuando fantaseaba o cuando relataba un hecho cierto que acabara de ocurrir. Así las cosas, yo andaba siempre excitado y, cuando estábamos juntos, no hacíamos otra cosa que tener sexo o hablar de ello.
Sí había quedado para salir, los diálogos mientras se arreglaba eran de lo más excitantes. Nunca hablábamos abiertamente de que fuera a follar con otros, pero el doble lenguaje y las insinuaciones hacían la situación mucho más morbosa. Me gustaba ver cómo se vestía con la lencería más atrevida, incluso le ayudaba a elegir las braguitas más adecuadas... Me decía con quién o a dónde iba a ir, siempre escuetamente, sin entrar en detalles, dejando siempre abierta la posibilidad de que pudiera ocurrir algo. Me calentaba, me ponía a cien durante ese proceso y, cuando sin poder resistirme la cogía por detrás para follarla, me rechazaba sibilinamente alegando que era tarde o que podía estropear su maquillaje y su peinado. Entonces se despedía guiñándome un ojo y diciéndome que no la esperase despierto, aunque sabía de sobra que no me dormiría antes de verla llegar y follarla con o sin sorpresa.
Ya he dicho que Lola era muy independiente, así que nada de que yo le planificase sus infidelidades. Ella elegía el momento y el objeto de su deseo. Normalmente sin contar conmigo, aunque siempre eran situaciones en las que ella estaba segura de mi aprobación. Aprobación que no se daba de forma expresa sino tácita. Ella me lo contaba todo a través de sus relatos. Yo nunca sabía a ciencia cierta si eran reales o no, pero continuaba con ella. Eso, de un modo u otro, era una aprobación en toda regla.
Pronto se dio la primera situación escabrosa. Habíamos organizado un evento que no viene al caso explicar. Sólo decir que habían venido personas de otras ciudades y Lola se había comprometido a dar hospedaje a un par de ellas. Después del evento, los de fuera y algunos de la organización se fueron a cenar. Yo tenía que trabajar en el bar y convine con Lola que luego les llevarían de fiesta a mi local. A eso de la una, aparecieron por allí. Era un buen grupo, de unas 15 personas. Enseguida se pusieron a pedir copas y a bailar. Lola estaba muy animada y la vi coquetear especialmente con un tipo de Zaragoza. Yo tenía mucho trabajo y a penas pudimos hablar, pero trataba de no perder detalle de lo que hacía con aquel maño. Ya les había visto varias veces rozarse más allá de lo puramente casual. A eso de las 3, Lola se acercó a la barra. Salí fuera y estuvimos hablando.
.- Parece que te lo estás pasando bien... – Dije insinuante.
.- ¿Te molesta...?
.- No, no..., ya sabes que no, pero ese de Zaragoza parece que también se lo pasa muy bien...
.- ¿Tu crees...?
.- No te hagas la tonta..., - dije metiendo mi mano bajo su falda, - no deja de rozarse contigo y tú le dejas. – Comprobé que estaba mojada.
.- Te lo habrá parecido..., porque yo no me he dado ni cuenta. – Se hacía la loca y me apartaba para que no la tocara.
.- No me queda mucho aquí, - expliqué, - en cuanto acabe nos vamos a casa. Por cierto, ¿quienes van a ir a dormir a tu casa? Podemos llevarles en mi furgo.
.- No..., no te preocupes. De hecho, venía a decirte que nos vamos a ir ya para casa. Están cansados.
.- Pero si acabo enseguida... – Insistí.
.- Es que, además, hoy vas a tener que dormir en tu casa. – Dijo algo nerviosa. – Resulta que al final van a venir tres a mi casa. Ya sabes que no hay más sitio. Dos en las dos camas pequeñas y la chica de Bilbao se quedará en mi habitación.
La chica en cuestión era una grandullona nada atractiva, así que ni se me ocurrió bromear con un posible trío. Todos habían empezado a coger sus abrigos para marcharse. Despedí a Lola y me puse a recoger el almacén. Cuando salí para ir barriendo, vi con sorpresa que la vasca seguía allí con un par de tíos de nuestro grupo. La pregunté si no iba a dormir en casa de Lola y me guiño un ojo asegurando que había encontrado un plan mejor. Sonreí fingiendo alegría por su éxito pero ya no pude prestar atención a la conversación. En mi cabeza estaba tratando de comprender lo que estaba pasando.
En cuanto cerré, me fui para la casa de Lola. Sin cortarme, llamé al portero automático. No hubo contestación. Insistí y tras tres toques largos, contestó.
.- ¿Si...? – Su voz sonaba somnolienta.
.- Lola..., soy yo..., ¿me abres?
.- Jonás..., pero si ya te he dicho que no hay sitio... – Puso voz de “qué pena...”
.- ¿Y quién está contigo en la habitación? – Pregunté haciéndome el tonto.
.- La chica de Bilbao, ya te lo he dicho...
.- Lola..., - dije en tono serio, - La chica esa se ha quedado en el bar cuando os habéis marchado. – Se hizo un silencio tenso.
.- Pu..., pues yo creí que era de Bilbao..., no sé..., mañana la pregunto. – Creo que la pobre no sabía por dónde salir.
.- De quién hablas..., no había más chicas de fuera en el grupo. Y, por cierto, ¿quienes son los otros dos que están ahí?
.- Ese chico de Huelva, el gordito... – Se apresuró a nombrar al menos atractivo del grupo.
.- Ya..., ¿y el otro...?
.- Ese gordito..., creo que se llama Nacho, ¿no? Es muy majo.
.- Si, si..., ¿pero quién es el otro?
.- Jonás, ya te dije que fueras a dormir a tu casa. ¿A qué has venido? No puedo abrirte, estos ya están durmiendo.
.- Lola..., ¿quién es el otro? – Insistí de nuevo.
.- Ju..., Julián, creo que se llama.
.- ¿Julián, el de Zaragoza?
.- Ssiii..., creo que es de Zaragoza...
.- Joder...Lola...
.- ¿Qué pasa...? Venga, Jonás, quiero acostarme..., estoy muy cansada.
.- Está en tu cama..., ¿no?
.- ¿Qué dices...? Venga, va, vete a casa... Estos están durmiendo y se van a despertar.
.- Ya... – Se hizo otro silencio incómodo... – Vale, vale, ya hablaremos.
Yo tenía llaves de su casa. Ella no lo sabía, pero hice una copia un día que me las dejó por algo que no viene a cuento. Di la vuelta al edificio y comprobé que había luz en su habitación. Esperé cinco minutos y la luz, tenue, no se apagaba. Seguramente era la luz de la mesilla. Le gustaba mantenerla encendía mientras follábamos. Acababa de decirme que quería acostarse. Incluso había simulado estar ya dormida cuando llamé, pero la luz seguía encendida.
Me armé de valor y saqué las llaves. Subí por las escaleras sin hacer ruido. Puse la oreja en la puerta y no se oía nada. Abrí con mucho sigilo y me metí dentro. Mi corazón latía a mil por hora. Todo estaba oscuro pero conocía bien la casa. Crucé el salón a tientas. En el pasillo se veía la luz de la habitación de Lola. La puerta era de cristal traslucido. Avancé muy despacio, sin hacer el menor ruido. La puerta de la otra habitación estaba cerrada. Temí que el gordito se despertara y me pillara allí. Según me acercaba a la puerta, comencé a escuchar susurros. Era obvio que algo pasaba. Me situé frente a la puerta. Como el pasillo estaba a oscuras..., podía acercarme al cristal sin ser visto, mientras yo podía ver, a duras penas, las siluetas que se movían dentro.
La verdad es que ver, lo que se dice ver, no veía mucho. Sin embargo, las voces retransmitían a la perfección lo que pasaba dentro. Los jadeos de Lola eran inconfundibles para mí. Veía siluetas entrelazadas pero era difícil definirlas. También se escuchaba una voz masculina que yo trataba de identificar como la del maño. Jadeos, pequeños gritos, risas, palabras indescifrables. Joder..., aquello me estaba calentando. Mi poya ya estaba dura a pesar de la indignación que sentía. Me había mentido. Me había mentido de mala manera para follarse a ese zaragozano. Por los suspiros de Lola, me pareció que se estaba corriendo. También se escucharon los gruñidos del tío. De pronto, un silueta deforme comenzó a definirse. Coño, venía hacia la puerta. En una décima de segundo, tomé una decisión. Con toda la rapidez y todo el sigilo que pude, me metí en la habitación de invitados, aquella que tenía dos camas pequeñas donde teóricamente tenían que estar el maño y el gordito pero en la que estaría solamente el de Huelva. Me quedé tras la puerta sin siquiera respirar para no despertarle. Oí pasos y me asomé por la rendija de la puerta.
Casi me caigo de culo, ¡el que caminaba hacia el servicio era el jodido gordito...! No daba crédito. ¿Entonces, el que estaba allí era el maño? Aquello no cuadraba y me chocó que no percibía ningún olor especial. Si entras en la habitación de alguien que duerme, es normal que huela a esa persona, sus zapatos, sus calcetines... No sé. Aquella habitación no olía a nadie. Esperé a que el gordito volviera a pasar y, cuando calculé que había vuelto a entrar en la habitación de mi novia, asomé la cabeza. Abrí la puerta y, con la escasa luz que entraba desde el pasillo, comprobé que no había nadie en las camas.
El de Huelva había dejado la puerta entreabierta. Cuando conseguí asomarme, se confirmó lo que ya estaba rumiando. En la cómoda cama de Lola había tres personas. El gordito, sentado con la espalda apoyada en el catre, se masajeaba la entrepierna mirando cómo el maño montaba a mi novia. El cabrón tenía una sonrisita que me hubiera gustado borrarle de un guantazo. Trataba de volverse a empalmar observando con regocijo cómo su amigo penetraba a mi amada. Ella tenía los pies en sus hombros. Movía la cabeza a un lado y otro suspirando mientras el mañico bombeaba su coño. El gordo estiró la mano alcanzando una de sus tetas. Lola le miró sonriente. Bajó los pies hasta el pecho del chico que la follaba y le empujó para que se saliera. Entonces, se puso a cuatro patas entre las piernas del gordito y, apartándole la mano de su entrepierna, se dispuso a mamarle los huevos. Su compañero, no se hizo esperar. Se coló detrás de ella y volvió a clavarla con ganas.
Aquello era muy fuerte... El de Huelva se empalmó al instante y mi novia se la tragó por completo mientras recibía las embestidas del otro. Mi poya estaba como una piedra. Joder..., verla follando así me puso como un burro. Estuve tentado de entrar, pero hubiera sido una escena un poco embarazosa. Así que me la saqué y empecé a masturbarme como un mono. El Maño no tardó en correrse entre suspiros. Lola se la sacó de la boca gritando que se corriera en su coño. Luego se giró y le comió la poya saboreando los restos de semen. El gordito, que parecía más salido que el pico de una plancha, se inclinó para comerla el coño. Lo hizo con deleite, a pesar de que de su raja debía estar saliendo toda la corrida del maño. Lola se deshacía en gemidos. Mientras seguía mamando al de Zaragoza, el otro apuntó su verga y comenzó a follarla. Podía ver la cara de mi novia. Estaba gozando como una perra. Aceleré el ritmo de mi mano y me corrí echando mi semen en la jamba de la puerta y en el suelo. Me entraron las prisas y, sobre todo, el miedo a que me descubrieran. Casi en el vestíbulo, tropecé con algo. Creo que era una bolsa de deporte. Aquellos hijos de puta no habían tenido ni tiempo de llevar las bolsas a la habitación. Temí que me oyeran y salí a toda prisa. El corazón siguió latiéndome a mil por hora hasta que estuve en mi furgo. Conduje hasta mi casa maldiciendo a la puta de mi novia.
Al día siguiente, me llamó y se inventó una historia sin pies ni cabeza sobre la supuesta chica que había dormido en su habitación. Que se trataba de otra chica que no había ido al bar, que ella le había dejado una llave y se había ido a dormir nada más cenar. Quedé con ella por la noche y comencé a fantasear con la posibilidad de que no hubiera estado esa chica “imaginaria” Se calentó rápidamente y, mientras me follaba, se “inventó” una supuesta historia en la que el maño y el gordito la follaban en su cama. Justo la que yo había visto la noche anterior. Cuando nos corrimos se abrazó a mí y por primera vez, ya que siempre prefería que yo me comiera la cabeza preguntándome si sus fantasías eran ciertas o no, me aseguró que sólo era eso, una fantasía. A los pocos días, tuve ocasión de leerlo todo, con lujo de detalles, en su famoso diario.