Diario de un Contentidor (53)

Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor; Esta no es una historia de

Prólogo

Comencé este capítulo a finales de 2009 y desde el principio se me atascó, no conseguía darle forma de modo que lo abandoné e intenté seguir el diario cronológicamente pero con ese “hueco” en medio.

No fue buena idea. Cada vez que intentaba escribir acababa volviendo al relato de mi iniciación al que dedicaba unas horas estériles y me impedía avanzar en los demás capítulos, así sucedió que hasta 2011 publiqué tres capítulos y luego… el silencio hasta hoy.

El trabajo diario también ha tenido que ver en esta ausencia aunque me ha servido mas como justificación ante mi mismo por el abandono del diario.

Hoy por fin puedo decir que he logrado superar ese reto, con mas o menos fortuna. No estoy seguro de haber logrado plasmar lo que aquella experiencia iniciática supuso en mi vida y en la de Carmen pero, aunque el resultado no es exactamente el que buscaba, me libera de esa deuda que tenia con el diario y que me impedía continuarlo.

Mis disculpas a los lectores que abandonaron la espera y mi agradecimiento a los que aun hoy, tras año y medio de silencio, siguen pidiéndome que continúe.

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La Sauna

Atravesé la puerta del baño de vapor como si aquel ambiente me fuera habitual. La espesa nube húmeda que me envolvió inmediatamente caldeó mi cuerpo. El brusco silencio me produjo una sensación relajante, el siseo del vapor y el sonido espaciado de las gotas que retumbaban al caer bajó el nivel de mis pulsaciones. Me costó meses averiguar el origen de aquel sonido que procede de una escondida ducha en desuso  oculta en una esquina y en cuyo techo se condensan las gotas de vapor que al caer provocan ese sonido vibrante que se amplifica en esa improvisada cámara de resonancia.

Me moví por la sala con mas soltura que la primera vez, algunas sombras delataban cuerpos sentados, otros moviéndose lentamente.

Estaba excitado, había roto amarras con los lazos que unían al varón y su mundo, me encontraba mas desnudo de lo que había estado nunca, dispuesto a comprobar si lo que había pregonado tantas veces desde mi púlpito era verdad o tan solo una teoría.

Quería sentirme como Curie ante el radio, como Fleming ante el penicillium, pero sabía muy bien que esa era otra prenda mas de la que aun tenia que desprenderme, una excusa para aceptar lo que estaba haciendo, un argumento para darle visos de normalidad, para ahuyentar las trabas morales que se empeñaban en juzgarme. Todavía me resistía a reconocer que tan solo era un hombre excitado ante la inminencia de juntar mi cuerpo con el de otro varón, solamente era un hombre inseguro ante la tremenda ignorancia de lo que sucedería cuando otro hombre, tan desnudo como yo,  se acercase a mi y pusiera sus manos en mi cuerpo, en mi sexo.

Porque desde el primer momento intuí que yo no iba a tomar la iniciativa, no sabía como hacerlo, no tenía la menor idea, por lo tanto no me quedaba mas que esperar.

Avancé hacia una de las bancadas que estaba vacía y me senté, el sudor mezclado con el agua que se condensaba en mi cuerpo caía a chorros por mi piel y mi rostro. Estaba solo, excitado, nervioso, expectante y temeroso al mismo tiempo; llevado de mi excitación aflojé el nudo y abrí la toalla extendiéndola a mi lado como había visto que hacían algunos de los que estaban sentados. Estaba desnudo, me sentí bien aunque mi corazón pareciera decir lo contrario, mi pene pegó dos brincos y se quedó dormido en semierección  en mi muslo izquierdo.

Escuché la puerta abrirse

No tuve que esperar demasiado. Sin llegar a ver su rostro supe que era él, el mismo que me había estado persiguiendo y acosando antes de mi precipitada huida. Solo era una sombra frente a mi, un cuerpo a dos metros de distancia que se detuvo al reconocerme.

Cubrí mi desnudez cruzando ambos lados de la toalla. Aquel gesto nervioso y precipitado dejó mi sexo apenas oculto, la toalla formó una especie de uve que exhibía mi vello púbico. Si lo hubiera ensayado para mostrarme sugerente no lo habría hecho mejor. Pero todo esto no lo pensaba entonces.

Le vi acercarse, se sentó a mi lado, muy cerca, podía escuchar su respiración. Por el rabillo del ojo pude ver como se liberaba de la toalla y dejaba al descubierto un grueso pene oscuro, corto, rematado por una espesa mata de pelo rizado.

Mi corazón golpeaba a un ritmo frenético, no sabía que hacer con mis manos y con excesiva frecuencia retiraba el sudor de mi frente y estiraba mi pelo hacia atrás.

-        “¿Mucho calor?”

Su voz inesperada me provocó un sobresalto mientras mesaba mi cabello y sonrió.

-        “No quería asustarte. Te perdí de vista, pensé que te habías marchado”

Me miraba directamente, no podía ignorarle, ya no, me volví hacia él pero mis ojos se perdieron una fracción de segundo en su polla, y el sonrió de nuevo.

-        “Fui a cambiar de toalla” – contesté algo azorado por haber sido pillado.

-        “Pues ya la tienes empapada otra vez”

Su mano se posó en mi toalla palpando mi muslo. Callé, dejé de mirarle, mis ojos de nuevo bajaron a su polla que había aumentado de tamaño y los retiré rápidamente.

Lentamente se fue desplazando hasta alcanzar mi desnudo pubis, sus dedos se movían sobre el nacimiento de mi polla. Reaccioné, una incipiente sensación de claustrofobia me hizo apartarle.

-        “¿Estás bien?” – dijo levantando la mano como si se hubiese quemado.

-        “Bien, bien” – recompuse la toalla, colocándola mejor esta vez, pero Ramón no quería perder el terreno ganado.

-        “¿No te molesta?, aquí procuramos que el vapor actúe directamente sobre la piel, es lo mas sano…” – dijo cogiéndome la toalla por el borde de la cintura y descubriendo un lado.

No reaccioné, mi polla lo había hecho por mi mientras su dedos intentaban alcanzarla unos segundos antes. Ramón entendió mi pasividad y descubrió totalmente mi cuerpo.

-        “Además, es una pena ocultar una cosa tan bonita”

Una descarga eléctrica me obligo a cerrar los ojos cuando su mano rodeó mi polla que latía alcanzando poco a poco su vigor. Me sentía vivo, intensamente vivo, liberado de una pesada cadena que había estado arrastrando desde que entré en la sauna. Ahora ya estaba hecho, aquel hombre tenia su mano cerrada alrededor de mi palpitante verga y la movía lentamente arriba y abajo. Y yo me sentía extraordinariamente bien.

Deseaba tocarle, deseaba dar el paso y acariciarle. Desplacé mi mano hasta rozar la parte exterior de su muslo y ese contacto se transformó en una caricia urgente que buscaba su destino. El suave tacto de su vello me anunció la meta. Mis dedos tropezaron con el cuerpo redondeado que descansaba entre sus muslos. Palpé con las yemas su superficie hasta la húmeda punta y lo empuñé con extremo cuidado para no perderme ni una de las sensaciones que me enviaban mis dedos.

El contacto me era familiar solo que esta vez solo mis dedos me enviaban sensaciones de aquella verga que comenzaba a endurecerse mientras que lo que mi propia polla me comunicaba era ajeno a mi, diferente a mis caricias, una mano extraña que se movía de otra manera, acariciándome de otra manera.

La puerta se abrió bruscamente y un ahogo cerró mi garganta, la intimidad iba ser rota en cuanto el intruso se acercase por nuestra zona. Ramón notó mi tensión.

-        “Tranquilo nene, nadie se va a asustar por vernos”

Sus palabras actuaron como un afrodisíaco en mi. Ramón nos ponía a cada uno en su lugar, él dominando la situación y yo… yo, su nene, dejándole hacer.

El corazón se me aceleró a medida que la sombra del intruso dejaba de moverse sin rumbo y se dirigía hacia nosotros. Me iba a descubrir entregado a otro hombre. Aquel pensamiento, lejos de incomodarme, me provocó otra oleada de morbosa excitación. Ramón, al verse observado, rodeó mis hombros con su brazo y siguió masturbándome lentamente, exhibiendo su presa. El intruso nos miraba mientras su mano se perdía bajo su toalla.

Perdí el contacto con su verga cuando se separó de mi lo suficiente como para agacharse sobre mi regazo. Cuando rodeó mi glande con su boca me resultó fresca en contraste con el intenso calor del ambiente. Instintivamente mis dedos se posaron en su cráneo y comenzaron a acariciar su pelo. Mis testículos quedaron envueltos por su mano que los masajeaba y apretaba con cuidado.

El mirón seguía frente a nosotros, no se cuando se había despojado de la toalla, ahora le tenía ante mi desnudo masturbándose lentamente sin apartar los ojos de nosotros.

Las sensaciones se me agolpaban en mi cerebro antes de que pudiese procesarlas. Mis ojos estaban clavados en aquel hombre al que le estaba dando placer al verme poseído.

Se acercó a mi, su erguido miembro quedaba casi a la altura de  mi rostro. No lo pensé, simplemente mi mano se dirigió sola hasta alcanzar su objetivo, él se soltó y me entregó su polla.

Apenas había tenido ocasión de acariciar a Ramón y ahora la excitación se mezcló con la curiosidad. Mis dedos se movían con hambre de conocer, cada sensación era nueva aunque me recordase otras sensaciones de mi propia anatomía. Rodeé su polla y la acaricié pero no era suficiente para mi. Palpé su desnudo glande, acaricié sus testículos, su vientre…

Mis manos se dirigieron hacia atrás, a sus nalgas y él reaccionó acercándose mas a mi, le tenía a un palmo de mi rostro cuando cogió su pene y lo dirigió a mi cara.

¿Por qué no? – contestó mi enfebrecida razón. Perdida la sensatez entre tanta excitación dejé que mis labios tocaran una polla por primera vez.

La suavidad del glande recorrió mis labios, aquello fue suficiente para que mi boca se abriera poco a poco rodeándolo en su avance hasta tenerlo entero sobre mi lengua, exactamente como sentía mi propia verga.

No había oído la puerta pero vi pasar otras sombras que se detenían un instante antes de continuar su deambular perdiéndose en la espesa niebla. Ya no me inquietaba, yo era uno mas de ellos, un maricón, un homosexual entre homosexuales.

Un sabor algo salado, un cambio en la textura de la humedad que inundaba mi boca me despertó de mi ensoñación. Me retiré y comencé a masturbarle. No paré ni siquiera cuando sentí mi propio orgasmo derramándose en la boca de Ramón.

¿Cuándo se fue el intruso? No lo se, supongo que entendió que ya no tenia nada que hacer allí o quizás Ramón se lo hizo entender cuando se incorporó.

-        “¿Nos duchamos?” – dijo al tiempo que se levantaba y me cogía de la mano. Yo no contesté pero le seguí sin dudarlo.

Salimos de la sala de vapor, el contraste de temperatura me produjo un leve escalofrío. El pasillo estaba concurrido, él me llevaba de la mano y no me quedaba mas remedio que caminar por detrás de él entre la gente. Sentía que estaba haciendo una especie de confesión, una declaración ante todas aquellas personas: ”Soy bisexual pero no lo entenderíais, así que acepto que me veáis como un homosexual, un maricón de la mano de otro maricón, ¿por qué no? No me importa, yo se quién soy y vosotros no me conocéis ni me vais a conocer”.

Ese pensamiento despertó algo de la conciencia que había apartado hasta entonces, ¿y si por casualidad hubiera allí alguien que me conociera? ¿y si al salir me tropezaba con alguien que supiera quien soy?

Ramón se detuvo ante el arco que daba acceso a las duchas comunes. Como ya había observado antes, había un grupo apoyado en la pared de enfrente dedicados a mirar como otros se duchaban y, en las duchas, había quien deliberadamente se exhibía.

Imité a Ramón y dejé la toalla en unos enganches de la pared exterior. Sin soltarme me condujo a una ducha que había quedado libre justo en la entrada. Un conato de pudor me hizo hablar.

-        “Vamos mas adentro” – dije acercándome a su oído.

-        “Aquí estamos bien, nene”

“Nene”, de nuevo me situaba un escalón por debajo de su autoridad y de nuevo acepté ese rol sin cuestionarlo. Yo era su juguete, su nene, su presa del día y pensaba exhibirme como un trofeo que le hiciera sentirse fuerte.

La ducha rompió mis pensamientos hiriendo mi piel con un brusco cambio de temperatura. Ramón pareció disfrutar de mi sobresalto mientras hacia caer abundante jabón del dispensador en sus manos y comenzaba a frotarse el cuerpo. Le imité y empecé a enjabonarme sin dejar de observar por el rabillo del ojo cómo nos habíamos convertido en el centro de atracción del grupo de mirones. Ramón, satisfecho por la expectación creada, seguía frotándose sin dejar de mirarme con una sonrisa en los labios.

Acabé de aclararme y esperé a que Ramón hiciera lo mismo, pero en lugar de esto, tomó mas jabón y comenzó a extenderlo por mi pecho. Me quedé paralizado sin saber que hacer mientras sus manos resbalaban por mis hombros y mi torax, buscaban mi espalda y enjabonaban mis glúteos.

Se arrodilló ante mi y cogió entre sus manos mis muslos, primero el derecho, enjabonándolo y provocándome escalofríos de placer; a veces tropezaba deliberadamente con mi polla que había empezado a reaccionar de nuevo. Sus dedos avanzaban por el interior de mis muslos intentando hundirse entre mis nalgas.

Y yo, de pie, dejándome hacer, dejándome mirar por todo aquel que pasase por la puerta y sintiendo como mi polla iba alcanzando la horizontalidad a golpe de pequeños brincos.

Sus manos se deslizaban por mis nalgas y ya sin rodeos se introducían entre ambas buscando.

Se incorporó lo suficiente como para tomar mas jabón y envolvió mi polla entre sus manos. Mi vello púbico quedó cubierto de espuma y cuando sus hábiles dedos comenzaron a apretar mi glande mis piernas comenzaron a temblar, con cada presión que ejercía sentía como apenas me podía sostener.

-        “Para, aquí no” – le susurré agachándome.

Pasivamente me dejé aclarar por sus manos y luego, mientras él se sumergía bajo el agua, me quedé mirando a los que nos observaban.

Nos secamos lo que pudimos con nuestras toallas que ya estaban muy húmedas a causa de nuestra estancia en la sala de vapor. El no hizo intención de taparse y yo le imité. De nuevo me cogió de la mano y me dejé conducir sin saber el rumbo, era su “nene” y le seguía sin rechistar.

El pasillo donde se sitúa la sauna, el baño de vapor y las duchas termina en una sala donde están los urinarios, los lavabos y varias puertas que ocultan los retretes. Al otro extremo está la salida a un ancho pasillo en el que hay varios cuartos pequeños mal iluminados, con una cama en la que solo hay un colchón con una gruesa funda plástica. Ramón me llevaba a uno de esos cuartos.

La idea de quedarme a solas con él me asustó y me hizo consciente de todo el riesgo que estaba asumiendo.

-        “No” – dije cuando me miró al ver que me había detenido.

Mi expresión había cambiado, ya no era su trofeo, volvía a ser yo y mi sensatez, ya recuperada, me decía que ya era suficiente. Ramón entendió mi cambio y no insistió.

-        “¿Cuándo volverás, dímelo y estaré por aquí” – dijo casi rogándome.

-        “No lo se, quizás… no, no tengo ni idea” – dije poniéndome la toalla alrededor de mi cintura y separándome de él hacia la escalera de subida a los vestuarios.

No dijo nada, entonces supuse que no debía ser habitual que los encuentros fortuitos se prolongasen en el tiempo, mas tarde sabría que no siempre es así.

A medida que subía las escaleras iba dejando atrás a esa otra persona que había sido y recuperaba mis dudas, mis reproches y mis miedos.

Mientras intentaba eliminar de mi cuerpo la humedad con la otra toalla que guardaba en la taquilla las dudas avanzaron sin resistencia por mi mente. ¿Qué había hecho? ¿Era así como pretendía probar mi teoría? Conceptos sueltos aparecían en mi cabeza como fuegos artificiales que se apagaban lentamente mientras otros mas vivaces irrumpían: Vicio, maricón, sucio, degenerado,  Carmen, ¿qué pensaría Carmen de todo esto? Vicio, vicio, chapero, marica…

Y el miedo al contagio. Me había entregado a unas prácticas de riesgo con dos desconocidos sin ningún tipo de control,  sin ninguna precaución.

Como una puerta infranqueable aparecía ante mí el pasado reciente, ese instante anterior a mi entrada en la sauna imposible de recuperar, ese segundo inalcanzable en el que aun hubiera podido no hacer esto. No podía volver a vivirlo, no podía cambiar nada de lo sucedido.

Un recién llegado entró buscando una taquilla libre, de nuevo me sentí observado en mi desnudez y las dudas y los reproches se fueron apagando ante la excitación que regresó a mi mente. Estaba detrás de mi, al otro lado de la sala, seguro que me estaba mirando. Me di la vuelta para apoyar un pie en una bancada y fingí secarme la pierna mientras disimuladamente veía como sus ojos recorrían mi cuerpo.

Salí a la calle como fugitivo, con un rápido vistazo recorrí la plaza, apenas había gente, en el quiosco un par de señoras pagaban unas revistas. Casi pegado a la fachada me deslicé con la cabeza agachada hasta alcanzar la calle Amaniel. Ahí ya nadie sabría de donde venía, cuanto mas me acercaba a la Plaza de España mas anónimo y mas seguro me sentía.