Diario de un Consentidor Que tu mano derecha...

Dos miradas a una misma historia. Dos caminos y una encrucijada.

Capitulo 141

Que tu mano derecha no sepa…

Viernes, dos de Junio de dos mil

Llegué al picadero a las dos y cuarto, tenía poco tiempo porque a las cuatro debía estar de vuelta. Cogí una tónica y me condujo al dormitorio; abrió uno de los armarios. Al fondo, detrás de la ropa, descubrí un pequeño mueble empotrado de treinta por treinta centímetros que me había pasado desapercibido hasta ahora. Lo abrió con una pequeña llave que pendía de su llavero. En su interior había una caja fuerte.

—Fíjate bien.

Marcó una serie de números y la abrió, en su interior había varios gruesos paquetes de billetes, unos seis, dos libretas encuadernadas en piel de tamaño cuartilla y algunos objetos que no llegué a identificar. Tomás sacó uno de los paquetes y entrecerró la caja. Contó unos billetes y me los ofreció.

—Cien, cuéntalo.

—¿Por lo de ayer?, es excesivo, no lo merece.

—Julio me resuelve todos los asuntos en Portugal, me es fiel y puedo estar tranquilo; lo que hiciste ayer no lo habría hecho nadie. ¿Cómo se te ocurrió lo del gimnasio?

—No lo sé, en algo tenía que pasar el tiempo y… por otra parte, si ese es su fetiche, qué mejor forma de tenerlo contento que volver recién sudadita, como dice la canción.

—¿Lo ves? Somos un equipo. Cien mil y no se hable más.

—Pero Tomás…

—No te imaginas lo que me ahorro teniendo a Julio satisfecho, en tiempo y en dinero. Vamos Carmen, cógelo.

—Muchas gracias.

Desenganchó la llave y me la ofreció.

—¿Qué haces?

—Quiero que te conviertas en mi Julio aquí.

—No te hace falta, ya estás tú.

La puso en mi mano y la cubrió entre las suyas, yo sabía cuando no debía seguir discutiendo con él.

—Si alguna vez tienes que pagar algo lo sacas de aquí y lo apuntas en esta libreta. Nunca lo hagas delante de las chicas, ¿entendido?

—¿Y qué voy a tener que pagar?

—Ya lo irás viendo. ¿Entendido?

—Entendido.

—¿Te has quedado con la clave?

—Como para olvidarla, son dos fechas muy especiales para mí.

—Mejor así. ¿Qué haces, no tenías tanta prisa?

—No pensarás que me vas a hacer el amor vestida.

…..

—¿Habéis sabido algo nuevo de Solís?

—Tú sabes cómo enfriar a una mujer, ¿eh? —Me levanté de la cama, de todas formas tenía que irme ya, por mucha prisa que me diera iba a llegar tarde.

—No te enfades, solo quiero saber si…

—No ha habido novedades —dije desde la puerta.

—Encima de que me preocupo. —le lancé un beso.

—Ya lo sé, tonto.

Me lavé deprisa y me vestí; como siempre dejé que se encargara de abrocharme el sujetador, era su capricho y le hacía feliz.

—Al final no hemos hablado de Javier. Te quería contar algunos cambios en la oferta.

—Hará lo que le digas, de eso me encargo yo.

—Ya lo sé, pero de todas formas me gusta que estés al tanto.

—Si te quedas más tranquilo te llamo desde casa y me lo cuentas.

—De acuerdo, socia.

Lo dejé en el salón preparándose un whisky; de buena gana me hubiera quedado.

Volví con el tiempo justo. Despachamos los temas con agilidad, se notaba que era viernes, todo el mundo quería abreviar, yo la primera, gracias a eso llegué a casa antes de lo previsto con lo que pude empezar a arreglarme sin apuros. A las siete y media llamé para decirle que podíamos quedar ya si quería darme instrucciones; me envió un coche y nos vimos en el hotel.

—Estás arrebatadora, a ver cuándo te arreglas así para mí.

—Dime cuándo y pasamos una noche juntos.

¿Qué le pasaría por la cabeza que le ensombreció el rostro? Me acarició la mejilla y se recuperó. Me puso al corriente de los cambios que había introducido en la propuesta que íbamos a defender durante la cena, contaba conmigo para interpretar los gestos de Javier, yo debía apoyar sus argumentos desde mi rol de acompañante no versada en esos temas y la noche era mi aliada para tratar de terminar de ganarlo.

—No pienso manipularlo, ya lo sabes. Si está convencido terminaré de darle el último empujón, por lo que sé le estamos ofreciendo un buen acuerdo.

—Pues adelante, tú juegas la última baza.

Llegamos al restaurante a las diez en punto y para nuestra sorpresa, Javier se retrasó media hora. Tomás empezaba a pensar que se trataba de una estrategia cuando le vimos llegar apurado; en plena Gran Vía le habían atracado a punta de navaja.

—Estaba callejeando, buscaba una librería; lo peor de todo es que había gente y nadie hizo nada, de pronto me he encontrado solo con los dos ladrones, ¿en qué sociedad vivimos?

—Si prefieres lo dejamos. ¿Has puesto denuncia? ¿necesitas efectivo hasta que abran los bancos?

—Te lo agradezco pero ya está todo hecho; además en el hotel tenía efectivo y ahora lo que más me apetece es seguir con mi vida y mucho más si es con alguien tan especial como Carmen que me va a ayudar a olvidar este mal trago.

Aquel incidente cambiaba de algún modo la estrategia, al menos para mí que no estoy acostumbrada a dejar de lado los sentimientos en una negociación; pronto el asalto dejó de ser tema de conversación y los negocios cobraron protagonismo, me costaba distinguir si las reacciones de Javier eran fruto del ataque sufrido o bien se debían a lo que las nuevas condiciones le provocaban, poco a poco logré abstraerme del suceso, era evidente que había partes en la nueva propuesta que no le gustaban, sin embargo no lo decía con claridad, Tomás lo había advertido también y hacía hincapié en ello, pensé que Javier se encontraba en una posición más débil que en la ocasión anterior, probablemente había perdido alternativas, de otra forma estaría mostrando una postura más fuerte.

—Si me disculpáis. —Salí a los aseos pero me alejé algo más y llamé a Tomás. Le escuché reaccionar con habilidad.

—Es mi hija, discúlpame, está en Londres, será un segundo. ¡Alicia, qué alegría, cómo estás!

—No tiene opciones, tengo la impresión de que se ha quedado sin alternativas. No le gusta la ampliación de tu participación en el consejo ni la cláusula siete pero estoy convencida de que no tiene fuerza para negociar.

—¿Qué tal tiempo te está haciendo?

—De todas formas no le fuerces, va a claudicar pero no hagas que se sienta humillado, déjamelo a mí. Ahora aguanta la llamada hasta que aparezca yo, no vaya a ser que sospeche.

—¿Y el master, qué tal lo llevas?

Volví. Javier me advirtió de la llamada. Tomás siguió la comedia un poco más y se despidió de su supuesta hija, luego nos contó una historia y volvimos a la negociación. Actuó con inteligencia, cedió en algunos puntos menores y a cambio se mantuvo firme en lo fundamental; todos ganaban. Llegó el momento de separarnos, Tomás quedó en llamar por la mañana; «No muy temprano», le pidió Javier, «No pensaba hacerlo; mejor me llamas tú». Teníamos en la puerta un auto esperándonos que nos llevó al hotel.

Qué diferente me sentía de la prostituta insegura que se estrenó unas semanas antes con este mismo cliente. Entramos en la suite y caminé hasta el centro donde una mesa preparada con un buffet, frutas, dulces y bebidas nos esperaba.

—Más comida no, pero un chocolate…

Me llevé una trufa a la boca y le ofrecí; la mordió de mis labios y yo tomé el resto.

—¿Champagne?

Acepté, envolvió en un paño una de las botellas que nadaba entre hielo y la descorchó sin mucho esfuerzo. Brindamos. Dejé la copa al lado de la suya y me ofrecí a sus brazos, era volver a un lugar apetecible donde había encontrado la puerta de entrada al camino que andaba buscando. Con Javier siempre tuve una sensación de fragilidad, le veía tan fuerte y sin embargo controlado; sentía su potencia cuando me acogía desde atrás tratando de no apretar demasiado, procurando no aplastarme si me cubría, todo su cuerpo en tensión para no romperme. Siempre ese sentimiento de que, si se dejase llevar, podría hacerme mucho daño. Y sin embargo no le temía.

Follábamos con su mano alrededor de mi garganta, sin dejar de mirarnos a los ojos; parecía decirme, «Si quisiera…», y yo lo desafiaba, sentía sus dedos agarrotados cerrando el lazo alrededor de mi cuello sin llegar a impedirme el aliento, y cuanto más le miraba más dura se la ponía y más profundo me la metía. No le tenía miedo y eso es lo que más le gustaba de mí.

…..

—¿Qué tiene de particular este anillo?

Me acariciaba la mano con la que le recorría el pecho, la había capturado y se entretenía con mis dedos. En ese momento jugaba con la esmeralda.

—¿Por qué lo preguntas?

—Tú contéstame.

Algo había, no sabía qué y pensé que lo mejor era ir con la verdad.

—Es un regalo de Tomás, todas sus chicas llevamos uno igual, nos identifica de alguna manera.

—Lo imaginaba, vi que tu compañera lleva uno parecido.

—Sí, es…

—¿El sello de la casa?

—Algo así, mejor que un tatuaje, ¿no crees? —¿Por qué me rebelaba?, ¿acaso no era una puta?

—Pero el tuyo no es igual, ¿eres especial?

—¿No te parezco especial?

—Es un rango, ¿verdad? Es lo que me dijiste, tú no eres como las demás.

Me incorporé y lo monté.

—¿Y eso qué más da? Te quisiste llevar a la mejor y lo conseguiste, has vuelto y me tienes otra vez.

—Y no sabes cómo esperaba que llegara este día.

—No me lo agradezcas a mí, o no solo a mí.

—Lo sé, pero ahora estamos tú y yo.

—Pues olvídate de las demás.

…..

No íbamos a dormir, era algo con lo que contaba, por eso preferí traer mi propia coca. No es que no me fiara de Javier, no me fiaba de quien le pudiera suministrar. Le extrañó pero aceptó mis reglas, guardó su estuche y descubrió una faceta de mí que no imaginaba.

—¿Qué más sorpresas me tienes preparadas?

Si él supiera…

A esas horas nos dimos un pequeño festín de embutidos y quesos. Pidió más champagne helado y el servicio de habitaciones tuvo dificultades para retirar los platos y vasos usados porque no dejaban de mirarme, sería porque el albornoz no estaba hecho para una mujer de mi estatura y mostraba más de lo que debía.

Me tenía ganas, lo había insinuado varias veces, estábamos ciegos en todos los sentidos, me atrapó por detrás y me doblé sin pensarlo mucho, tenía la experiencia de la vez anterior y me gustaba sí, me gustaba; Me preparó, no sé con qué, solo sé que sus dedos se deslizaron con suavidad y destreza para dilatarme; estaba entregada y le dejé hacer, noté cuando empuñó la verga y apuntó; la quería dentro ya y me atravesó despacio y firme, haciéndome gemir hasta llegar al fondo. Llena de su hombría me sentí suya, me sentí mujer. Y comenzó a taladrarme con calma, saboreando cada segundo, dejándome claro quién era el dueño de quien. Y me corrí, me corrí sintiendo el sable cruzando mi cuerpo, me corrí suplicando que me follase, me corrí pidiéndole que me partiera el culo. Solo entonces le escuché resoplar y sentí que me llenaba.

…..

—Voy a firmar

—Haces bien, es un buen acuerdo.

—¿Para quién, para tu jefe o para mí?

—Para los dos.

—¿Y tú cómo lo sabes?

—Porque soy especial. —bromeé.

—¿Qué papel juegas tú en todo esto?

—Ya te lo dije, le organizo las reuniones, los eventos…

—No me estás contestando.

—¿A qué te refieres?

Se incorporó y fue a la mesa, sacó un cigarrillo, lo encendió y me lo ofreció.

—A veces tengo la impresión de que en realidad eres tú la que mueves los hilos de lo que Tomás y yo negociamos, puede que esté equivocado y solo sea producto de mi imaginación pero veo tu mano en que anoche el acuerdo no se haya ido a la mierda, porque ha estado a punto, lo sabes ¿verdad?

—No soy tan importante como piensas, no quiero complicaciones.

—Mañana vamos a firmar, solo quiero añadir una cláusula más: Quiero verte una vez al mes.

—¿Por contrato?

—Me basta con tu palabra y la de Tomás, no quedaría bien reflejarlo por escrito.

—No creo que ponga objeción.

—¿Y tú?

—Soy su empleada, haré lo que me ordene.

—Sabes que no es eso lo que quiero escuchar.

—Y tú sabes que eso es lo que debo decir.

…..

Me despertó el rumor de la ducha, luego la claridad se hizo patente. Estaba agotada, lo último que recordaba era una mamada a los pies de la cama. Javier comenzó sentado y yo terminé arrodillada en el suelo, él se dejó caer hacia atrás y yo culminé la función alzándole las piernas. Sujetas con mis manos le dejé bien expuesto y tragué todo el sable hasta hacerle entender que sí, conmigo sí podía más. Vale, lo que tú digas: soy una cabrona.

Me levanté de la cama, me zumbaban los oídos, tenía la boca pastosa, la ducha enmudeció, me hacía pis.

—Te odio.

—Paró de frotarse con la toalla y me miró: sentada en la taza, el grueso chorro llenó el silencio.

—¿Y yo qué te he hecho?

—Me duele la cabeza, y el culo.

Volvió a secarse, tenía la polla reviviendo y le bailaba al compás de la toalla, corté un largo trozo de papel y me limpié.

—De tu cabeza no soy responsable y lo de tu culo es culpa de los dos, te gusta que te lo folle tanto como a mí.

—Pide café, voy a ducharme.

—¿Ni un buenos días, ni un beso?

—Te odio.

Tenía el ano irritado y un principio de hemorroides, no recordaba que hubiéramos sido tan brutos; terminé de ducharme y salí del baño. Me di de bruces con el camarero. «Perdón», volví a entrar y esperé a que se le ocurriera traerme el albornoz, volví a salir y el camarero me miró como si continuara desnuda; se marchó y soltamos una carcajada, al menos había servido para que me olvidara del dolor de cabeza por un momento; tomé un analgésico con el café y un croissant, Javier se empeñó en que me vistiera tal y como recibo a los camareros, me hizo gracia y el albornoz voló hacia la cama. Llamamos a Tomás, quería cerrar el acuerdo cuanto antes; una hora después nos reuníamos los tres; la propuesta de Javier le pareció insólita, yo le hice un gesto afirmativo y no discutió, firmaron los contratos y nos dejó, aún nos quedaban un par de horas.

—Tengo algo para ti. —Abrió el maletín y sacó un paquete, según lo vi imaginé la procedencia.

—Javier, no tienes por qué.

—Ábrelo.

Abrí el estuche; un juego de collar y pendientes que debía de costar una fortuna.

—Es precioso, no sé qué decir.

—Póntelo.

Me llevó de la mano hasta el espejo del dormitorio, qué maravilla.

—Es precioso; gracias, Javier

Le abracé y nos fundimos en un beso. Era tan encantador. Habíamos pasado una noche en la que el sexo había dejado espacio para las confidencias, para conocer al hombre, al ser humano.

—Me tengo que ir, aún me quedan otras gestiones que hacer.

Volvimos al salón se dio la vuelta hacia el maletín y estuvo hurgando y cuando se giró me dijo:

—Toma.

No sé por qué me sentí tan mal, tal vez debería extrañarme ya que el servicio corría por cuenta de Tomás pero, ¿triste?

—¿Y esto? —pregunté sin llegar a cogerlo.

—Lo mismo que la vez anterior, ¿está mal?

—No, es que… no tienes que pagarme, es cosa de Tomás.

—De eso nada; tú serás su mejor chica, pero cuando estés conmigo yo soy quien te paga.

Claro, ¿en qué estaría pensando? Cogí el dinero y le di las gracias.

…..

El taxi me dejó en la puerta de casa a la una de la tarde, ya me había hecho a la idea de cruzarme con algún vecino y que mi look de trasnochadora solitaria diera qué hablar; sin embargo tuve suerte y crucé las barreras de la rígida sociedad comunitaria sin incidentes. Lo primero que hice fue guardar el vestido, luego me di una larga ducha; no esperaba a Mario antes de las dos y media.

Me equivoqué, en pleno disfrute de una lluvia de agua fría en la nuca se abrió la corredera.

—Qué bien te sienta el agua helada.

—Hola mi amor, enseguida salgo. —Que fue como decir: «Ahora no, cariño». Cerró la mampara y volví a sumergirme en la nada.

Poco después aparecí por el salón, Mario picaba unas aceitunas, en la mesa tenía una cerveza abierta y otra cerrada. Me incliné para besarle.

—¿Qué tal?

—Muy bien, ha alquilado un piso muy acogedor en el Parque de las Avenidas… —Se quedó a medias, ¿a quién le interesaba cómo era el piso de su chica?—. Ha sido fantástico, nos echábamos de menos, esta vez fue como si nos volvieran a separar. Además, en Sevilla estábamos de prestado y ahora, en su casa, es diferente.

Siguió contándome, estaba tan ilusionado que llegué a sentir miedo, fueron sus propias palabras las que le devolvieron sensatez al discurso; Elvira tenía planes para reconstruir un entorno roto a raíz de su marcha a Sevilla, pensaba recuperar a los antiguos amigos, no quería quedarse aislada.

—Hace bien, cuanto antes se relacione antes podrá encontrar a alguien. —concluyó,

—¿No crees que vas muy deprisa? Acaba de salir de una relación muy dura, dale un respiro.

—Ya lo sé, pero no es bueno que se refugie en mí y se aísle.

Domingo, cuatro de Junio de dos mil

Sin pretenderlo ritualizamos cada gesto cotidiano de un domingo cualquiera, pasaría mucho tiempo antes de que pudiéramos tener otro. Hicimos el amor. Lo desperté pegándome a su costado y haciendo que su dormida verga alcanzase la hermosa arrogancia que deseaba, la alojé en mi boca y me dediqué a darle todo el placer que podía sin olvidarme de mí, de lo mucho que me gusta hacerlo mío y llevarlo al límite, escucharlo debatirse entre dejarme hacer o detenerme para no acabar en mi garganta. Me contuve. Con el corazón desbocado, toda yo palpitando lo monté y me ofrecí a sus manos. Tiene una forma propia de acariciarme que nadie más interpreta en mi cuerpo, ¿podría resistir mucho más sin clavarme a su verga?

Nos duchamos, no íbamos a dejar pasar la ocasión, apoyé las manos en la pared y dejé que me enjabonara sin tiempo, sin prisa, sabiendo a dónde nos conduciría.

¿Así íbamos a pasar el domingo hasta las seis cuando tenía previsto marchar? Eran las once y aún no habíamos desayunado.

Estábamos en esas cuando sonó mi móvil.

—Es Tomás, tengo que cogerlo.

—Voy preparando el desayuno.

Le seguí hasta la cocina, por nada del mundo quería apartarle de las conversaciones que mantenía con Tomás.

—Sí, dime.

—Espero no molestarte, solo será un minuto.

—No te preocupes, cuéntame.

—Solo quería felicitarte, más que eso, darte las gracias. Cuando nos veamos te abonaré el servicio y tu parte del negocio. Tenía pensada una cifra pero he tenido que reconsiderarla, las cosas no han salido como estaban previstas.

—No importa, Javier ya me pagó, no sé si te lo ha dicho. Y por mi participación ajústala como consideres.

—No me has entendido. Tu comisión y tus gastos forman parte del cálculo de costes antes de beneficio, no obstante si hubiese tenido que aplicar parte del margen de descuento con el que contaba, tu comisión se habría resentido, ¿lo entiendes? El caso es que jugaste tan bien tu papel que Javier no discutió la cifra que le planteé, está tan satisfecho que preveo una línea de cooperación a largo plazo y todo te lo debo a ti, nena.

—No exageres, yo solo he hecho…

—Tú has trabajado codo con codo conmigo. Tenía pensada una comisión del uno y medio y te la iba a respetar incluso si me pedía un descuento del diez. Tal y como has conseguido el contrato me parece justo subírtela al dos.

—No sé de cuánto estamos hablando, Tomás; sabes que el dinero no es lo que…

—Ya, ya sé que el dinero no es lo que te mueve, pero deberías ir cambiando la mentalidad un poco porque vas a mover mucho dinero. Acabamos de cerrar un contrato de cincuenta millones, ¿es que no estabas en la mesa?

—La verdad es que no prestaba atención a las cifras.

—Tenemos que quedar para que te liquide. Echa las cuentas, tu comisión y lo que te debo por el servicio a Javier; me da igual que te haya pagado, yo ya se lo he cobrado.

…..

—Un millón. —repitió asombrado Mario.

—Y ciento treinta mil más otras tantas que tengo en el bolso. No sé qué vamos a hacer con tanto dinero.

—Tienes que pagarle tu participación en la sociedad, puede quedárselo a cuenta..

—Es una buena idea, se lo diré.

Nos volvió a interrumpir mi móvil. No era nadie conocido y dudé antes de contestar.

—¿Sí?

—Espero no molestarte.

—¿Cómo has conseguido este número?

—Digamos que Tomás no es muy cuidadoso con su móvil. Te ha sentado mal, lo siento.

—No, solo que procuro mantener mi vida privada alejada de…

—Lo comprendo, es que al final decidí pasar la noche en Madrid y no podía dejar de probar suerte. Espero no haberte puesto en un aprieto.

—No, descuida.

—¿Ninguna posibilidad de que te invite a comer?

Mario seguía con atención la conversación, a estas alturas tenía clara la identidad de mi interlocutor.

—Lo siento, no es posible.

—Tenía que intentarlo. —Se me dibujó una sonrisa de la que no fui consciente hasta que ya era demasiado tarde.

—Nunca te rindes.

—Jamás. Que pases un buen día.

—Lo mismo te deseo, buen viaje.

Colgué, nos miramos, tenía que decir algo.

—Era, Javier.

—Ya lo supuse.

—No sé cómo se le ha ocurrido, dice que Tomás dejó el móvil a mano y… en fin, no debió haber llamado.

—¿Qué quería?

—Invitarme a comer, se ha quedado en Madrid. Qué raro, dijo que se marcharía…

—¿Y tú, qué le has contestado?

—Ya lo has oído, qué no.

—Que no era posible, no es lo mismo. Si estuviera en Sevilla ¿qué habrías hecho?

—¿Por qué no nos olvidamos y aprovechamos el día?

—Me parece bien, pero antes contéstame.

—Lo sabes de sobra, habría aceptado la invitación, pero si tengo la opción de elegir, te elijo a ti.

—¿Y si tienes la opción de estar con los dos? Se me ocurre un plan: no me apetece nada volver a Sevilla. Podemos hacer una cosa, te vas a comer con él, yo le hecho una mano a Elvira, no te imaginas como tiene todo de cajas, como con ella y el resto del día lo pasamos juntos tú y yo, ¿Qué te parece?

Pensé que había encontrado la excusa perfecta para volver a estar con ella. No me dolió, a mí también me agobiaba un poco seguir todo el día con esa liturgia que nos habíamos montado. Una pausa de un par de horas no nos vendría mal y a cambio lo tendría el resto del día y la noche.

—¿Te quedarías? ¡Sería genial!

Lo abracé, vi que a él le ocurría lo mismo que a mí: nos sentíamos atrapados en un intento de condensar en pocas horas lo que querríamos recordar cuando nos separásemos, y ambos nos sentíamos aliviados con la idea de aflojar y tomarnos un descanso. Llamé a Javier.

—¿Sigue en pie esa propuesta?

Nos vestimos compartiendo la ilusión como dos amigos; él por volver a ver a su chica; yo sin saber por qué razón me sentía tan bien. Salimos juntos y nos despedimos con un beso y la promesa de pasar el resto del día juntos.

—Y la noche.

—Y la noche. —repetí alegre.

Conduje hasta el hotel donde se alojaba, nos habíamos citado en la cafetería, yo podía dejar el auto en el parking. Nada más entrar me acomodé en la barra, pedí un Rueda y le envié un mensaje. Me acababan de servir el vino cuando lo vi aparecer con su hermosa sonrisa. Me besó en los labios, lo vi tan natural que no le di importancia hasta que, de regreso a casa, mucho más tarde, lo reviví.

Charlamos de cosas intrascendentes, cualquiera que nos escuchara pensaría que éramos una pareja de amigos en vía de ser algo más, desde luego nadie apostaría por la opción ganadora: la puta y el cliente alternando de una manera poco ortodoxa. Me cogió la mano, jugó con mis dedos y no lo impedí; no sabía qué estaba pasando, solo que era agradable, no estaba bien pero era agradable y debía pararlo. Pagó la consumición, o la puso a su cuenta no sé; salimos, había elegido el lugar, me iba a llevar no muy lejos de allí; con una mano en mi espalda sin apenas presión me guio por la calle sin dejar que decayera la conversación. Llegamos a un restaurante pequeño, coqueto, con una escogida carta que cantó para mí como el mejor de los chefs; decidió por los dos, ¿por qué no, si el destino ya estaba en sus manos? Todo se vuelve tan ideal que invita a olvidar quienes somos, las confidencias brotan alentadas por el excelente Rioja que acompaña a los platos. Javier me enseña al joven que escapó del ahogo paterno y trató de labrarse un futuro por sí mismo; le escucho, es lo que necesita y no ha encontrado hasta ahora, luego quiere saber quien soy y procuro hacer lo que mis compañeras me aconsejaron: hablar sin decir, decir sin contar, contar sin mostrar, todo sin molestar al cliente; porque el instinto de protección me ha devuelto a la realidad: no podemos ser amigos, soy una puta y él es un cliente. Sale bien, enlazo tres o cuatro ambigüedades y remato la faena hasta la llegada del maitre con la oferta de postres. Café para dos.

—Te llamaré con tiempo el mes que viene para que fijemos una fecha.

—No, Javier. Llama a Tomás, sabes que es lo correcto.

—Tienes razón. No te preocupes, no volveré a llamarte.

Debería haber reafirmado esta propuesta y no lo hice, tal vez porque en el fondo deseaba dejar abierta la puerta. Volvimos al hotel, yo tenía que recoger el auto; al llegar nos dispusimos a despedirnos.

—¿Quieres subir?

No llegué a responder, me cogió del brazo y entramos, le seguí dócilmente, lo debió de ver en mis ojos. Atravesamos la zona de recepción y tomamos un ascensor, subimos cinco pisos en compañía de un matrimonio mayor. Un corto recorrido hasta llegar a la habitación y al traspasar la puerta el mundo colapsó, nos enzarzamos en una batalla en la que nuestras bocas eran la primera línea de fuego y nuestras manos trataban a ciegas de liberarnos de tanta, tanta ropa como nos separaba de lo que ansiábamos disfrutar. Qué torpes nos habíamos vuelto, tanto que optamos por separarnos y arrancarnos nuestra propia ropa bajo la mirada del otro. Estoy orgullosa de mi cuerpo, procuro no demostrarlo pero sé el efecto que causo y me gusta, lo veía en el rostro de Javier a medida que dejaba caer prendas al suelo, no tenía por qué ocultar mi orgullo, seguía el rumbo de sus ojos sin perder tampoco de vista lo que él me iba mostrando; un cuerpo hermoso de varón. Yo le enseñaba el mío ya solo cubierto por la lencería que había escogido para él, porque en el fondo sabía que acabaríamos así. Me gustan estas miradas que debo ignorar, hacer como que no veo. Menos hoy. Mírame, disfruta de mi cuerpo. Me quito el sujetador y una oleada de placer me invade al sentir sus ojos barrer mis pechos. Veo su verga hinchada y, ¿me he relamido? Sí, lo he hecho, qué golfa. Nos abrazamos, ahora lo siento. Caliente, potente, hambriento.

—Fóllame.

…..

No me habría levantado de la cama en toda la tarde pero algo cercano al remordimiento me hizo reaccionar de una maldita vez, eran más de las tres y media.

—Tengo que irme.

Le di un beso. Por no quejarse. Me lavé y me arreglé un poco el pelo, no tardé nada en vestirme. Javier se había levantado y preparaba algo de beber, le pedí una tónica. Era el momento de la despedida. Le acaricié la mejilla y le besé, ¿qué le pasaba?

—No sé si esperas…

Otro bofetón de cruda realidad, me faltaba mucho por aprender todavía.

—Tranquilo. Considéralo parte de lo de ayer.

—Lo siento, es que no entiendo lo que me pasa.

—No hay nada que entender. Nos vemos el mes que viene.

…..

—¿Se complicó la sobremesa?

—Lo siento, es que…

—No te preocupes, por poco nos encontramos en el garaje. —Le eché los brazos al cuello.

—Eres un cielo.

—¿Café?

—Sí. Voy a cambiarme.

Volví a la cocina, Mario estaba sentado con los cafés ya preparados; le acaricié los hombros y me quedé ahí masajeándolo.

—¿Todo bien con tu cliente?

—Todo bien, se quedó en Madrid un día más y le apetecía verme.

—Y a ti también.

—Es un cliente especial, Tomás apreciará que le haya atendido.

—¿Le has atendido?

—Por eso he llegado más tarde, después de comer hemos estado en su hotel.

—¿Hay algo más, verdad?

—¿A qué te refieres?

—Te gusta, lo he notado por la forma en que habláis por teléfono, habéis establecido un vínculo de amistad o algo más, independientemente de que a partir de ahora vaya a ser tu cliente fijo.

—Me gusta, no lo voy a negar, pero sé muy bien donde estoy y dónde está él: cliente y puta. No te preocupes.

—Me tranquiliza. Por cierto, ¿te va a seguir pagando o tus servicios a partir de ahora se consideran incluidos en el contrato?

—No lo hemos hablado pero cuento con que me seguirá pagando; de todas formas no tienes por qué tutelarme.

—No era mi intención, solo te digo lo que se me va ocurriendo. Hablando de tutelas, me ha dicho Elvira que le has dado vía libre conmigo.

—No exactamente, le dije que no me considere un obstáculo entre vosotros, ¿le pareció mal?

—Al contrario, está encantada contigo, le aclaraste mucho las ideas.

—¿Y eso en qué se traduce?

—En que le has aliviado la idea de intromisión que se estaba haciendo; mantiene su plan de reconstruir su vida y recuperar lo que dejó atrás cuando se marchó, pero cuenta conmigo sin complejos, y eso te lo debo a ti.

—Me alegro, os queréis mucho, sería una lástima que no pudierais compartirlo después de tantos años.

—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.

Lunes, cinco de Junio de dos mil

Bueno, ya está, espero que haya valido la pena. Nos hemos despedido en la puerta, un beso en la mejilla, como si no hubiera pasado nada, como si arriba, en casa de su abuela, no hubiera sucedido lo que estaba anunciado desde mucho antes de que lo acordásemos en la última consulta, tal vez desde que éramos unos adolescentes.

Se lo anuncié a Mario anoche, había sido un fin de semana tan intenso que traté de demorarlo todo lo que pude pero no lo podía retrasar más. Dejó caer el libro sobre el embozo y lo hablamos con tanta franqueza que confirmé lo que ya sabía; estamos en total sintonía.

Ramiro se ha portado como esperaba, suave, dulce, cariñoso. Es mi amigo del alma, mi compañero de juegos infantiles, el que pudo ser mi novio y no fue porque la vida nos llevó por distintos caminos aunque siempre quedó esa atracción soterrada. Le he perdonado esta tarde que no supiera ver lo mal que estaba cuando se comportó como uno más de aquellos a los que trataba de alejar. No se lo he dicho, pero envuelta en sus brazos le he perdonado. Dulce, suave, cariñoso, por eso he querido darle lo que reservo para personas especiales (o a quien lo paga bien). No podía imaginar que ya lo tenía todo previsto, por si surgía. No obstante estoy segura de que si no me hubiera ofrecido no se habría atrevido a pedirlo, qué bobo.

«Tienes que ir un paso por delante de Virginia», le he dicho, «las mujeres sabemos leer las emociones de nuestra pareja, dile que has estado conmigo aquí, en casa de la abuela, por si alguien nos ha visto, por si volvemos, que volveremos», y se le han iluminado los ojitos. Hemos construido una historia, algo como que estoy pensando montar consulta propia y el piso me resulta perfecto. «Un paso por delante, Ramiro, hazme caso».

Quien me iba a decir que acabaría follando con Ramiro y mucho menos en casa de la abuela.

Martes, seis de Junio de dos mil

La última persona que esperaba ver cuando se abrió la puerta con tanta brusquedad era Andrés, la expresión que traía anunciaba algo grave. Se acercó hasta mi mesa y se quedó inmóvil, sin decir nada. La puerta cedió lentamente a su propia inercia y se cerró produciendo un golpe seco que nos sacó del bloqueo.

—¿Pasa algo?

—Me ha llamado Solís, quiere retirar la demanda, llegará en media hora.

Nos quedamos mirando sin decir nada más. No es cierto. Me interpelaba de un modo asfixiante y yo, yo no era capaz de decir. ¿Qué podía decir?

Se sentó frente a mí.

—¿Qué vas a hacer?

—Qué vamos a hacer. Estoy aquí porque te necesito; no me fío de él y tú, digas lo que digas, tienes algo, lo sé. Escúchame: quiero tener una estrategia montada antes de que llegue y quiero que estés conmigo en esto.

—Andrés…

—Me basta con que te vea en la reunión, no te pido nada más, solo quiero que estés. Estoy convencido de que será suficiente para hacer que, si se trata de alguna jugada, se lo piense dos veces.

—Te lo vuelvo a decir, sobrevaloras mi influencia.

—¿Cuento contigo?

—Sabes que siempre cuentas conmigo.

Lo acompañé a su despacho, resultó que ya estaba convocada una reunión con Moreta y Amelia, entendí que la había abandonado para convencerme de que participase. Me sentí manejada.

—A pesar de que la doctora Rojas insiste en negarlo, sigo creyendo que ha jugado un papel fundamental en la salida del equipo de Solís y también en los acontecimientos que han llevado a donde nos encontramos hoy, pienso que es una buena estrategia que esté presente en la reunión que vamos a tener a continuación.

Gregorio y Amelia me miraban desconcertados, de nuevo me veía emplazada por Andrés a tomar una decisión que no deseaba.

—No creo que sea buena idea acorralar a una fiera herida.

—No tenemos tiempo que perder, Carmen; la situación es extremadamente delicada, necesito que participes en esta reunión, ¿cuento contigo?

—Asistiré si es lo que deseas.

—De acuerdo entonces; Moreta, tú nos acompañas como responsable legal del gabinete.

Solís no se hizo esperar, puntual como siempre se le hizo pasar al despacho. No esperaba una reunión tan concurrida, o puede que fuera mi presencia lo que le resultaba incómoda, en todo caso enseguida capté un cambio sustancial en su conducta, José Solís parecía inusualmente nervioso, la mirada esquiva, sin un foco concreto, difería del arrogante rival al que me tenía acostumbrada. Tomó asiento y enlazó las manos en un gesto claramente defensivo. Observé que no era yo la única sorprendida. Al ver que no hacía intención de tomar la palabra, Andrés rompió el incómodo silencio.

—Bien, tú dirás.

—Ante todo, y ya que está presente la doctora Rojas, quiero disculparme por alguna de las cosas que dije cuando estuve la última vez y que imagino le habrán llegado. Supongo que por eso está aquí. Retiro todo lo dicho y si en algo se puede interpretar un matiz de amenaza lo retiro doblemente.

Estaba impresionada, no parecía él ni en la forma ni en el fondo de sus palabras, quería creerlo pero su trayectoria me lo impedía; por otra parte los signos de un cambio radical en el lenguaje no verbal me indicaban que algo muy serio le debía de haber ocurrido, la voz apagada y vacilante no se correspondía con el genio vivo que siempre había derrochado.

—Como te dije por teléfono, quiero retirar la demanda que interpuse contra vosotros, no voy a continuar con ningún tipo de litigio para lo cual, además de haber dado ya orden a mis abogados, si necesitáis que lo refrende en algún documento estoy dispuesto a firmarlo ahora mismo.

Estábamos tan asombrados que nadie preguntó, Andrés le hizo una seña a Moreta y éste salió con la intención, supuse, de redactar lo que se estaba hablando en ese momento para proceder a su firma. Nos mantuvimos en un incómodo silencio en el que mi posición se vio comprometida: Solís no dejaba de mirarme y cada vez que lo sorprendía retiraba la mirada como si…

Como si me temiera. No era una simple apreciación mía, era tal el contraste con la arrogante conducta a la que nos tenía acostumbrados que aquel baile de miradas levantó el interés de Amelia y Andrés, tanto que creí necesario romperlo de alguna manera.

—¿Queréis tomar algo?

Agua, pidió Solís, y en lugar de pedirlo por el teléfono, escapé del aplastante silencio y salí fuera.

—¿Qué está pasando? —preguntó Paloma.

—Ya te enterarás. —le contesté demasiado crispada.

Firmó sin leer el documento que le presentó Andrés y se marchó como un alma en pena, sombra del Solís que habíamos conocido. Tal fue el impacto que nos provocó que no fuimos capaces de hacer ni un comentario. Ignoré las miradas que otra vez ponían el foco en mí y salí del despacho.