Diario de un Consentidor Otra vuelta de tuerca (2)

Dos miradas a una misma historia. Dos caminos y una encrucijada.

Diario de un Consentidor Otra vuelta de tuerca (2)

El descenso fue incómodo, mis vecinos se revistieron con la máscara del escándalo propio de la microsociedad en la que vivíamos, matrimonios situados entre los treinta y los cincuenta años, universitarios de renta alta, en general de ideas liberales, con una proporción equilibrada de conservadores y progresistas que nos posicionábamos sobre todo a la hora de tomar decisiones en las juntas de la comunidad. Ellos optaban por una postura ambigua y evitaban significarse. La relación que manteníamos era escasa, vivían en el ático a espaldas del nuestro separados por el patio, los ascensores y el área cubierta por la pérgola que nosotros convertimos en salón poco después de casarnos, ellos en cambio apenas lo usaban lo cual nos daba gran libertad de acción. Alguna vez habíamos sorprendido a José Luis mirando furtivamente cuando tomábamos el sol y se nos pasó por la cabeza instalar una mampara medianera, pero desechamos la idea porque eso nos quitaría parte de la estupenda vista de las montañas.

Estábamos a punto de llegar al garaje cuando Marife no pudo contenerse:

—¿Ese no era Quique, el instructor del gimnasio?

—Marife, por favor —Trató en vano de pararla su marido.

—El mismo, ¿lo conoces?

—Estuve apuntada un semestre el invierno pasado. —dijo y se quedó mirándome con sus ojos de avestruz.

—Es un fisioterapeuta magnífico, tiene una manos increíbles según dice Carmen, deberías probarlo.

—¿Yo? Oh, no, de ninguna manera. —saltó escandalizada.

—¿Sales de viaje? —atajó José Luís.

—Vuelvo a Sevilla, tengo un proyecto con la Junta de Andalucía.

—No sé si te lo debería decir, pero no es la primera vez que este tal Quique, viene a tu casa, incluso de noche.

—Tienes razón, no es de tu incumbencia, Carmen ya me tiene al corriente. Por cierto, Marife, no sé si te lo debería decir pero tu marido tiene la molesta costumbre de subir a espiarnos cuando estamos tomando el sol en el ático, ya te imaginarás, en top less, o desnudos, y eso sí que te  incumbe.  Hasta luego. —Las puertas se habían abierto y preferí dejarlos antes de que terminásemos diciendo cosas irreparables.

Me preocupaba que estos escándalos pudieran ser la vía por la que alguno de los vecinos más rancios se tomase la revancha a costa de viejas rencillas que arrastraba la comunidad. Formábamos parte de lo que se podría llamar sector progresista, el que en las juntas plantaba cara a las propuestas más reaccionarias. Ambas facciones habíamos mantenido sonados enfrentamientos, el más encarnizado, ocurrido hace años, fue el proyecto de instalación de una antena de telefonía móvil. Impulsado por el sector conservador suponía el montaje de una colosal estructura de cemento y acero encima de nuestras cabezas con una emisión de radiaciones que en la documentación aportada no dejaba clara la cantidad ni la incidencia en la salud de los residentes, además nos ligaba durante décadas a cambio de una ridícula compensación económica. Emprendimos una batalla avalados por informes médicos y técnicos y logramos revertir el interés que habían suscitado en la primera junta obteniendo finalmente el fallo en contra del proyecto. Nunca nos lo perdonaron. Ahora temía que estas habladurías se convirtieran en un motivo para cebarse con nosotros.

…..

—Buenas tardes, cosita.

—¿Ya has salido?

—Hace mucho, acabo de repostar, ¿y tú?

—Viendo una peli tirada en el sillón que tanto te gusta.

—Y a ti. Anda que no le sacamos provecho.

—Calla, golfo. ¿Qué tal con Carmen?

—Genial, de buena gana me hubiera quedado, pero tiene razón, es mejor salir ahora que de madrugada.

—Las mujeres somos más sensatas.

—Además, la he dejado bien acompañada, se ha quedado con su entrenador del gimnasio.

—¿El argentino?

—La convencí para que lo llamase, calculamos mal y me pilló en casa antes de que me hubiese dado tiempo a irme.

—Sois la repera, ¿no fue violento encontraros los tres?

—No creas, él sabe que lo sé y cuanto antes acepte la situación menos malos rollos tendrá en la cabeza. Eso solo le puede perjudicar con Carmen.

—Por cierto, ¿a que no sabes a quién he visto hoy?

—Déjame adivinar: a Pablo.

—Sois un par de cabrones, ha sido cosa tuya, a que sí.

—Se me ocurrió que podría ser bonito que volvierais a contactar después de tantos años, me acordé de lo bien que nos llevábamos. Lo llamé, me contó que se ha separado y le alegró saber que has vuelto, lo demás ya es cosa vuestra.

—Claro y lo de no decirme que habíais hablado y que se ha enterado de que estoy en Madrid por ti, también es algo inocente, ¿no?

—Bueno, ¿y qué tal?

—Muy bien, sigue tan encantador como siempre, y tan macizo. Quedamos a tomar unas cañas, se nos hizo tarde y le propuse preparar algo sencillo en casa. ¿Sabes que trabaja a diez minutos de mi oficina?, hemos quedado en vernos alguna vez entre semana a mediodía.

—El primer polvo me lo dedicáis, ¿vale?

—Llegas tarde.

—¡Pero bueno! ¿Qué vas, de amazona salvaje?

—Y tú de qué vas, arreglándome mi vida amorosa.

—Me alegro mucho, Elvira, y no necesitas que nadie te solucione tu vida sexual, te bastas tu solita.

—Por supuesto; además, contigo me arreglo perfectamente, ¿no quedamos en que eres mi amor platónico?

—Eso es verdad, Carmen lo tiene clarísimo. ¿cuándo te vienes un par de días y disfrutamos de la piscina de Maca?

—No insistas, acabo de tomar posesión, no puedo cogerme días libres ahora.

—Pues un fin de semana, yo no puedo estar yendo y viniendo todas la semanas, así aprovechas y te llevas las motos.

—¿Otra vez? No quiero que se entere Santiago.

—No tiene por qué enterarse. Anda, vente, me apetece mucho tenerte para mí.

—Déjame pensarlo.

—Anímate y avisamos a Maca y hacemos algo juntos.

—Sabes que no me van esas cosas.

—Mal pensada, no iba por ahí pero ya que lo insinúas no te cierres en banda, tampoco yo tenía previsto comerme una polla y aquí me tienes, esperando a que llegue la ocasión apropiada, porque desde luego no pienso repetir de una forma tan cutre como debuté.

—Oye, que tengo unos amigos gay allí majísimos; te los puedo presentar.

—Cuando vengas y te vea comiéndole la boca a Maca lo hablamos.

—Te vas a quedar con las ganas.

—Torres más altas han caído.

Estuvimos jugando un rato hasta que nos despedimos, sabía que vendría, como sabía que no tendría nada con Maca, era una broma entre nosotros, aunque no estaba tan seguro de que su amiga no la desease en secreto, eso era algo en lo que no pensaba hurgar.

El cornudo

—Fran, buenas tardes.

—Mario, qué tal. Un momento, te paso con Maca.

—En realidad quiero hablar contigo.

—¿Conmigo? Tú dirás.

—Voy de camino, he estado en Madrid resolviendo unos asuntos y he pasado el fin de semana con mi mujer y con Elvira, ya tenía ganas.

—Me dijo que te habías ido, creo que os despedisteis a lo grande.

—¿Te lo contó? Tu mujer es una zorra deliciosa, ¿a que sí? ¿eh?

—Sí lo es, desde que estás ha cambiado, todo nos esta yendo mucho mejor.

—Me alegro, y eso que aún no he puesto en marcha algo que tengo en mente,

—¿De qué se trata? (Es Mario, ahora te lo paso).

—¿Está ahí?

—No, ha vuelto con el niño.

—Madre y esposa ejemplar ante todos y puta en la alcoba, la combinación ideal.

—¿Qué plan es ese? Me tienes en ascuas.

—Todo a su tiempo. Te llamo por otra cosa: he dejado a mi mujer en casa con su entrenador, un culturista argentino, grande como un armario que a estas horas se la debe de estar follando en mi cama. Es un auténtico animal capaz de levantarla en vilo con la polla clavada y pasearse por toda la casa haciéndola sollozar. Estoy seguro de que sabes perfectamente cómo me siento.

—No creo que nadie te pueda comprender mejor que yo.

—No podía hablar con nadie más, porque nadie puede entendernos.

—A veces, estando con mis amigos,  tengo que frenar el impulso de contarles lo que estoy viviendo, y me encuentro solo.

—Por eso te he llamado.

—Estás sintiendo ese placer que me  dijiste, tan amargo y a la vez tan dulce. Yo no lo soporto y al mismo tiempo no quiero que se acabe.

—Mándamela. Llegaré dentro de un par de horas.

—A ver si conseguimos dejar al niño con alguien.

—No, Fran, tú no. Prepáramela y me la envías. Quiero que elijas hasta el último detalle. Pendientes, collar, pulseras, ropa interior. Quiero que todo sea elección tuya.

—Eres… Joder. De acuerdo, lo voy a hacer.

—Me gustan las uñas de los pies pintadas. El día que te conocí las llevaba en un tono granate. Tu mujer tiene unos pies excitantes y ese toque los hace más apetecibles. ¿No has visto cómo le gusta que se los muerda? ¿Lo has visto o no?

—Sí, ya vi cómo se retorcía.

—Estuvo a punto de correrse. ¿Crees que podría lograrlo  mordiéndole los pies?

—No sé.

—Yo creo que sí, tu mujer es tan zorra que siempre se corre en mis manos antes de que me la folle. Un día de estos voy a intentarlo, ¿quieres verlo?

—Por favor.

Cuenta con ello. Otra cosa: cuando nos despedimos le raspaban un poco las axilas, no se lo vayas a decir, no la avergüences, pero cuida ese detalle.

—No te preocupes, ¿Algo más?

—Revísale el vello del pubis, recórtaselo aunque no lo necesite, lo importante es que observe tu conducta y le cale hondo. Tienes tiempo, conviértelo en un rito de entrega. Si puedes haz que se dé un baño relajante, un baño de sales, y luego empieza con la elección de la lencería y continúa con el resto, que lo presencie pero ten en cuenta que eres tú quien elige porque eres tú quien me la cede.

—Esto es diferente a lo que hemos hecho hasta ahora.

—Por supuesto, es otro paso más, Fran. Vas a ser mi instrumento para preparar a Macarena como un objeto de placer.

—No sé qué decir.

—Otra cosa. Lo más importante, haz que se quite la alianza y te la entregue.

—Es muy fuerte lo que me estás pidiendo.

—Lo sé, pero es imprescindible. ¿Has visto mi mano? Fue mi propia mujer quien me despojó del anillo. No fue fácil, no lo pase nada bien pero a la larga lo entendí.

—¿Qué hay que entender?

—Tú hazme caso, que se quite la alianza y te la de.

—No sé, Mario, ¿no nos estamos sobrepasando?

—Si no quieres hacerlo…

—No, no, está bien.

—Tranquilo, cuando me vaya todo volverá a la normalidad.

—¿Y si no queremos volver a la normalidad?

—Déjame pensarlo.

Colgué. Me ofrecía una puerta abierta que no podía desaprovechar. De lo que no estaba seguro es de mi preparación para seguir en la distancia ese camino. Me atraía la idea de continuar la relación con Macarena y Fran pero no podía jugar con ellos sin saber en qué terreno nos estábamos metiendo. Dediqué el resto del viaje a meditar sobre las perspectivas que acababa de abrirme.

Llegué a Sevilla a la hora prevista, me refresqué en la piscina y después deshice el equipaje, no había pasado una hora cuando recibí el aviso de Fran

—Dime.

—Ya está en camino.

—Qué tal se lo ha tomado

—Ya sabes cómo es. Cuando le pedí la alianza hizo un amago de rebelarse pero lo solucionamos.

—Qué pasó.

…..

—¿Has colgado? ¿Por qué no me lo has pasado?

—Quería hablar conmigo. Quiere verte.

—¿Ahora? Mira qué hora es, no podemos.

—Viene de Madrid, tenemos tiempo, Javi está entretenido, puedes prepararte con calma.

—¿Y dónde lo dejamos? No, es muy precipitado.

—Tranquila, yo me quedo.

—¿Te quedas?

—Solo te quiere ver a ti. Venga, tenemos un par de horas, me ha pedido que te prepare al detalle.

—¿Tú?, ¿de qué va esto?

—Hazme caso, te va a gustar.

Volvieron con el niño, aún tenían tiempo y Fran necesitaba poner orden a tantas instrucciones. Había aparentado una seguridad que en absoluto sentía pero que suplía con la insana excitación que lo devoraba desde que se había puesto al servicio del amante de su esposa. Ella parecía entretenida con su hijo sin embargo no dejaba de pensar en el vuelco que había dado lo que iba a ser una tranquila tarde de Domingo. Se le presentaba la oportunidad de continuar la aventura salvaje que no hubiera imaginado vivir unas semanas antes. Ahora estaba enganchada al hombre que le hacía sentir como si volviera a tener veinte años. No debería abandonar su hogar y a su hijo en plena noche, sin embargo le temblaba todo el cuerpo al pensar en volver a entregarse y sobre todo, porque Fran era cómplice.

A una seña de su marido entraron en la alcoba,

—¿Y ahora qué?

—Desnúdate del todo.

Maca lo hizo, estaba nerviosa, más bien excitada por el juego que se traían su marido y su amante; dejó la ropa sobre la cama y se situó frente a él, no trataba de excitarlo pero lo consiguió con una mirada.

—Quítate todo, pendientes, pulseras, todo. Los anillos también. —Tragó saliva—. Y la alianza.

—¿Quieres que me quite la alianza?

—Eso he dicho: todo. —Le asustó la mirada que le dirigió su mujer, tanto que estuvo a punto de desistir.

—¿Estás seguro de esto?

—No, claro que no, pero es lo que me ha pedido.

—Y tú, ¿es lo que quieres?

—Creo que sí —respondió después de una breve duda.

—Tú verás lo que haces.

Maca luchó con el anillo que se resistía a abandonar el lugar donde había estado alojado desde el día de su boda y se lo ofreció.

—Toma, aquí lo tienes, pero si yo me lo quito tú también.

La tenía tan cerca que le envolvió el olor de su cuerpo, el aroma que tanto lo excitaba.

—No hace falta.

—Claro que sí, esto va más lejos, yo me marcho de casa sin la alianza, pero tú te quedas igual que yo, libres de lo que nos ha unido hasta ahora.

—No es para tanto, es un anillo, Macarena. —dijo tratando de contemporizar.

—De eso nada, si lo fuera no nos estaría pidiendo esto, ¿no te das cuenta? Toma, cógelo.

Fran lo cogió y sintió miedo; con él en el puño se sacó el suyo no sin dificultad y los dejó sobre la mesita de noche.

—Ahora date un baño de sales; relájate tienes tiempo. Cuando acabes avísame, tenemos más cosas que hacer.

—Un baño, ¿también te lo ha dicho él? Muy bien, déjame sola.

Fran sintió que lo apartaba más allá de lo que significaba sacarlo de la habitación. Volvió con el niño y trató de entretenerse jugando, pero su cabeza le impedía concentrarse, estaba en otro lugar con su mujer desnuda mirándole con dureza. «Tú verás lo que haces» sonaba a advertencia, casi a amenaza; sin embargo se veía incapaz de pararlo.

Veinte minutos más tarde, la vio aparecer envuelta en un albornoz húmedo que marcaba sus formas sensuales. Le dio un beso a su hijo y la siguió. No necesitó pedírselo, la encontró desnuda en la habitación.

—Qué más te ha ordenado que hagas conmigo. —Esa frase tan estudiada le disparó el deseo, tanto  que se esforzó para no echar mano al bulto que presionaba con fuerza contra el pantalón.

—Maquíllate, pero no como siempre.

—Ya entiendo; anda, vuelve con Javi.

Otra vez lo echaba de su lado, salió sin saber qué pensar. Volvió con el niño y esperó. Cuando lo llamó acudió, estaba radiante, no parecía ella. La observó con detenimiento. —No pareces tú, le dijo y ella no contestó, algo había sucedido mientras se maquillaba porque no parecía la misma, no tanto por la misteriosa belleza que le aportaba la sombra de ojos y el colorete bien manejado sino por un cambio de actitud que saltaba a la vista; la insolente mirada había desaparecido y el orgulloso porte se había debilitado, cosa que Fran aprovechó para seguir cumpliendo el mandato. —Déjame ver. Le hizo levantar los brazos con delicadeza y le acarició las axilas; Maca se dejó hacer sorprendida por la iniciativa de su marido.

—Deberías pasarte la cuchilla.

Ella repitió el recorrido y notó un leve roce que habría descuidado si no hubiera sido porque él, precisamente hoy se volvía tan detallista, qué raro. Como ahora que apoyado en los talones le observaba de cerca el pubis haciendo que se sintiera extraña, no mal sino…

—¿Qué haces?

—Dame esas tijeritas pequeñas, las del estuche de manicura.

—¿Qué vas a hacer?

—Tú, dámelas.

Era como si Mario hablase a través de él. Qué tontería. Sí, una tontería pero encontró una morbosa excitación en esa idea. Abrió el armario del baño y las sacó del estuche; Fran se arrodilló, esponjó el vello con los dedos y empezó a recortar la puntas aquí y allá. Maca sintió un estallido de placer y Fran lo aspiró hasta lo más profundo de su cerebro, tanto que allí en el suelo, frente al sexo ardiendo de su mujer, hubiera dado al traste con todos los planes si no se hubiera impuesto lo que ya emergía con fuerza en él: hay placeres mayores que un arrebato de sexo efímero, ansiaba la larga agonía de placer y dolor qué solo podía obtener dejándola marchar a entregarse a otro hombre, prefería esperar y sufrir y gozar sin saber.

Terminó y se miraron con los ojos brillantes y el rubor en los rostros. Maca aceptó que él escogiera la lencería que iba a lucir para su amante y esperó en silencio mientras elegía el vestido. Sensual, tal vez demasiado provocativo, pero dado que iba a donde nadie los vería no puso objeción. Se sentía manejada por dos hombres de maneras opuestas; uno que parecía ser quien daba las órdenes y otro el que las ejecutaba; uno que estaba tomando el control y otro que lo estaba cediendo. Y por alguna extraña razón en lugar de molestarle cada vez le excitaba más.

Se vistió delante de él. Pobre Fran, lo quería pero era tan diferente a su amante… Llegó el momento de la despedida. Lo besó. Pudo parecerle fría, no quiso estropear el carmín. —Disfruta, le deseó Fran. «¿Estarás bien?», pensó decirle pero se contuvo. —Tú también, no me esperes despierto.

…..

—¿Qué pasó?, nada serio, me dio la alianza pero con la condición de que yo también me la quitara.

—Me parece justo. ¿La preparaste como te dije?

—Al detalle. Espero que te guste el resultado.

—Estoy seguro. Gracias, Fran.

Maca llegó poco después.

—¿Y tu marido, qué tal se ha quedado?

—No sé de quién hablas.

—No seas cruel; cómo has dejado al cornudo.

—Ah, te refieres a ese; bien, a estas horas debe de estar matándose a pajas, ¿no es eso lo que hacen los cornudos cuando entregan a sus mujeres?

—A veces, no siempre; otras veces aguantan para correrse cuando regresan usadas y les cuentan lo que han estado haciendo. Te noto despechada.

—En absoluto, creía que me conocías mejor.

—¿Entonces?

Maca desvió la mirada hacia un punto indefinido antes de responder.

—Se están removiendo muchas cosas en mi cabeza, como si un terremoto lo hubiera puesto patas arriba. Estoy tratando de reordenarlo todo.

—Y tirando lo que ya no sirve, supongo.

—Eso ya lo veremos.

—Por cierto: mañana no le vas a decir ni una palabra de lo que suceda esta noche.

—Fran y yo no tenemos secretos y no vamos a empezar ahora.

—Qué razón tiene tu cornudo, eres demasiado rebelde y no escuchas.

—Vale, dime por qué.

—No. Mañana no le vas a contar nada y punto. Ahora enséñame la lencería que ha escogido para mí.

Le costaba obedecer, pero se sometía porque la opción que le quedaba era mandarme a la mierda y por nada del mundo estaba dispuesta a renunciar a un buen polvo y todo lo que vendría después: mucho más que el sexo cómodo que tenía con su marido y al que había llegado yo para revolucionarlo. Se libró del precioso vestido en un santiamén, dio un giro completo y me ofreció el espectáculo de su soberbio desnudo cubierto por un conjunto verde esmeralda que apenas lograba contener sus agresivos pechos. Me retaba con la mirada, sabía el poder que ejercía con su cuerpo. En eso estaba cuando mi móvil comenzó a sonar, era Elvira y una idea malvada cruzó por mi cabeza.

—Toma, contesta.

Maca no atinó a reaccionar, supongo que pensó en mi mujer, la conminé a que lo hiciera. Tomó el aparato y al ver que era su amiga cambio de expresión. Me acerqué a su mejilla para escuchar; el calor de su piel enardeció mi sexo de una manera dolorosa.

—Elvi.

—Qué… ¿Pero, qué haces con su móvil?

—Estoy… estamos en la casa.

—¿Y Javi?

—Con Fran.

—No me jodas que Fran…

—Fran está bien, no hay problema.

—Joder, Maca, si he estado hablando con Mario hace unas pocas horas. Qué pasa, ¿te llama y acudes como un perrito?

Maca apartó el móvil y me dijo:

—¿Nos puedes dejar?

Sería lo mejor. Darles un poco de intimidad me convenía en todos los sentidos; de cara a mi relación con ambas y también porque quedaría mucho más receptiva para lo que había planeado, ya que la conversación que tuve con Fran lo había trastocado todo. Salí al jardín y las dejé hablar.

—Ya se ha ido, prefería hablar contigo a solas. No me llamó a mí, llamó a Fran, no sé exactamente lo que estuvieron hablando, le dijo que quería verme. Después de la conversación Fran parecía aturdido, yo le puse pegas, pensé que quería vernos a los dos y no podía ser, qué íbamos a hacer con el niño, además era tarde, pero me dijo que solo quería verme a mí y que él se quedaba con Javi. Si lo hubieras visto, hablaba con una tranquilidad como si fuera lo más natural del mundo. Luego dijo que tenía que prepararme, ¿te imaginas? Prepararme, ¿de qué coño estaba hablando? Pero por mucho que traté de provocarlo, no hubo forma, ya sabes que con mi carácter me lo como cuando quiero; pues nada, seguía con una serenidad pasmosa. El caso es que me empezaba a gustar el juego, dijo que tenía que seguir las instrucciones de Mario, debía darme un baño de sales y luego ya me iría diciendo.

—Joder, me estás poniendo mala, ¿no te irá a llevar a un sitio como el de la película de Tom Cruise y Nicole Kidman? Ten cuidado, ¿seguro que me estás hablando de Mario?

—No pienso salir de esta casa, no te preocupes. Después del baño, agárrate: me revisó toda, me hizo repasarme las axilas porque raspaban un poquitillo y se dedicó a recortarme el pelo de abajo.

—Coño, Maca, ¿Y tú que hacías?

—¿Qué iba a hacer, niña?, ponerme como una moto; jamás he visto a Fran así, estuve a punto de cogerle la cabeza y clavármela en el coño para que me lo comiera. Luego escogió todo, desde las bragas hasta el vestido, el más sexy que tengo; los pendientes, un collar, las pulseras, todo. Vamos, que me preparó para Mario.

—Te escucho y no me lo creo, ¿Y ahora?

—Espera que falta lo mejor, o lo peor: me hizo quitarme la alianza, por lo visto orden de Mario.

—La madre que lo parió, ¿Quién es ese tío? No lo reconozco. ¿y lo hiciste?

—Casi nos cuesta una bronca, ya te contaré, al final me la quité pero le obligué a que se la quitase también. Si yo me iba a follar con otro hombre sin mi alianza de casada, él me iba a esperar sin la suya.

—¿Cómo estás?

—Temblando. Cuando has llamado me acababa de quitar el vestido, estoy en bragas y sujetador, no sé lo que va a pasar, desde luego esta noche no vamos a echar un polvo como otro cualquiera, te lo digo como que me llamo Macarena.

—Jo, siento haberos interrumpido.

—Ha sido él quien me ha pasado el teléfono, supongo que quería que habláramos por algún motivo,

—Qué cabrona, me das una envidia que te cagas.

—Pues no sé qué decirte, todo esto se me está yendo un poco de las manos.

—Mario es un buen hombre, al menos el que yo conozco.

—No lo digo por él, soy yo la que me doy miedo. ¿Qué va a pasar cuando se vaya? ¿voy a poder volver a mi vida de antes?

El despertar

Sentí sus pies descalzos en el césped y me volví; qué hermosa estaba. La lencería le daba un toque erótico que no quería romper aunque me moría por desnudarla, en su lugar opté por quitarme la camisa, desabroché con calma el pantalón y lo dejé caer. No apartó la vista del bulto que deformaba el bóxer delatando el deseo que la consumía.

—¿Dónde prefieres que te coma el coño, aquí o en la cama?

—Aquí y en la cama.

Sonaban niños en el jardín de al lado, chapuzones y aromas a barbacoa. ¿Podríamos ser discretos? Nada de eso impidió que se liberase del sujetador de pie, frente a mí, a cubierto de miradas indiscretas por la densa arizónica. Sus pechos se movieron libres y acabaron con mis defensas.

Sabía bien, no dejaba de mojar, la bebí sin parar durante tantos minutos que perdimos el sentido del tiempo. Abierta en el borde de una silla de teca, arando mi cabello con las uñas los jadeos sufrieron un drástico cambio. A quién le importaba, a mí me gustaba escuchar su sollozo entrecortado, el grito incapaz de contener con la mano que la amordazaba. Al otro lado las conversaciones cesaron, hubo risas ahogadas. A quién le importaba, nadie iba a interrumpir lo que ya era imparable. —¡Oh, joder! exclamó cuando penetré hasta el fondo con las manos aferradas a la madera, las rodillas en el aire y los pies apuntalados en la hierba empujando con todas mis fuerzas haciendo crujir la silla como los navíos lo hacen en plena galerna. —¡Sigue, sigue, no pares ahora! El silencio al otro lado me alertaba a mí, solo a mí, Maca estaba ausente, nublados los sentidos por el profundo placer al que la tenía sometida. —¡Dame, más fuerte! El traqueteo húmedo de nuestros cuerpos chocando a un ritmo endiablado marcaba el compás sobre el que sus frases me ordenaban seguir. —¿Es Maca?, susurró la arizónica, tembló y se entreabrió; pero no estaba yo para prestar atención a nada que no fuera el orgasmo brutal de la hembra que me pedía más contundencia. Agitaba la cabeza como si estuviera poseída y los pechos le seguían el ritmo. Estallé, cómo iba a poder aguantar, la empalé con furia y gritó una vulgaridad tras otra con la voz rota mientras yo la inundaba a golpes de cadera y gruñidos. Caí sobre ella. Sonaron unos tímidos aplausos y empezamos a darnos cuenta del alcance que podía tener nuestra locura.

La calmé, ya no había nada que hacer.

—Tu vida ha cambiado, tendrás que aceptar que los demás te vean de otra forma, lo primero es no avergonzarse de ser como eres. Te han oído follar, si no te muestras cohibida te envidiaran. Esos aplausos pueden humillarte o humillarlos. Vamos al agua, enséñales quién eres.

Nos tiramos en plancha, reímos más fuerte y más de lo necesario, nos hicimos aguadillas, nos besamos, me volvió a excitar con su cuerpo mojado y su exuberancia y el silencio súbito fue tan explícito como los jadeos que lo siguieron. Después volvieron las risas, las aguadillas, los saltos desde el borde de la piscina. Que supieran que la vergüenza se había quedado en su hogar, con Fran.

—Voy a por toallas —dije a voces desde el porche. La dejé nadando, me gustaba cómo había aceptado que su adulterio se hubiera hecho público. El cambio de Maca se aceleraba.

—¿Tienes frío?

Se acomodó y la recogí en mi pecho, usé la toalla en la que habíamos estado tumbados para arroparla.

—Ahora no.

Le pasé el cigarrillo y aspiró una calada.

—Qué locura. Ya verás, se va a correr la noticia por toda la urbanización.

—¿Y qué piensas hacer?

—Nada, hablaré con Fran y haremos como si no hubiese sucedido. Es lo que tú dices, la cara alta y dejar que pase la tormenta. Lo que ocurre…

Separó la cabeza de mi hombro.

—Qué.

—No sé qué va a pasar cuando te vayas, ahora todo es fácil, pero luego…

—Luego, seguiremos en contacto, tengo previsto volver con frecuencia, tú puedes ir a Madrid cuando te apetezca, ¿no?

—No lo sé. Mi vida ya no es la misma y temo…

—¿Qué temes?

—Nada, déjalo.

—Dímelo.

—Temo que mi vida, la de antes, ya no me sepa a nada.

—Cuando hablé con tu marido…

—Esta noche no tengo marido.

—¿Estás segura? —Se irguió, algo le ocurría.

—Completamente. Ha hecho que le diera mi alianza y me ha preparado para entregarme. No tengo marido, Mario, soy libre, puedes hacer conmigo lo que quieras.

—Maca, piensa bien lo que dices.

—Fran ha jugado fuerte, a partir de ahora soy tuya, tú decides.

—Fran opina lo mismo, cree que no va a poder volver a vuestra vida de antes.

—¿Te lo ha dicho?

—Cuando le pedí que te preparara.

—Fuiste tú quien le dijo que tenía que venir sin alianza, lo sabía.

—Te quería recibir totalmente desnuda.

—Pues aquí me tienes, nada me ata a nadie.

—¿Estás segura?

Apartó de un manotazo la toalla, su soberbia desnudez me impactó en lo más profundo de mi cerebro.

—Nunca me vas a tener más desnuda que ahora, aprovecha antes de que me arrepienta.

Escuché el aire abandonar sus pulmones al ritmo con el que mi mano recorría su piel, los ojos se le cerraron, la boca entreabierta me tentaba a morderla; hubiera sido tan fácil volver a satisfacer el deseo sobre el césped que preferí seguir acariciándola; el canto de los grillos aportaba un punto de serenidad que me ayudó a tomar la decisión. La toqué en la frente con dos dedos.

—¿Y la mente, la traes desnuda?

Abrió los ojos, parecía una niña queriendo entender.

—¿Has venido libre de prejuicios? —añadí.

En la fracción de un instante pasó de la ingenuidad más sencilla al deseo más salvaje sin mover un músculo.

—Ponme a prueba.

—Vamos dentro.

Era el momento de poner en marcha el plan que había estado pensando desde que Fran planteó su duda; «¿Y si no queremos volver a la normalidad?». Maca, en un arranque de sinceridad, había confesado su temor a que su vida anterior no le supiese a nada. Era el momento de actuar. La llevé a la alcoba, fui al salón y saqué del mueble la cartera donde guardaba el efectivo, conté veinticinco mil pesetas volví y le ofrecí los billetes.

—¿Qué es esto?

—Cógelo, es el precio que a partir de ahora vas a cobrar como prostituta. Diez mil más si me dejas abrirte el culo, es lo que se llama un griego, vete acostumbrado a la jerga.

Me cruzó la cara y sin pensarlo le devolví la bofetada. No se lo esperaba, se llevó la mano a la mejilla y me miró sorprendida, incrédula, asustada; por primera vez la vi sin su arrogancia, parecía una adolescente a punto de echarse a llorar, pero logró contenerse.

—¡Vete a la mierda!

Estaba furiosa, se volvió y empezó a buscar la ropa, estaba tan  ofuscada que no recordaba dónde la había dejado. Me acerqué y al rozarla se apartó. —¡No me toques!, me lanzó sin levantar la voz. No le hice caso, la sujeté por los brazos y traté sin éxito de amortiguar sus intentos de liberarse, tenía más fuerza de lo que pensaba y enseguida me di cuenta de que mi estrategia iba a fracasar. La solté, tal vez sería mejor dejarla marchar. Salió de la habitación, me senté en la cama, había arruinado la noche, en cuanto se fuera me iría al hotel.

Arrancó metiendo pedal a fondo y el coche patinó en la gravilla, al hacerse de nuevo el silencio comencé a recoger. Coloqué todo en el asiento trasero, volví a comprobar que la casa estaba cerrada, saqué el coche del garaje. Estaba esperando que se abriera la verja cuando la vi llegar. Al ver los faros dio un acelerón y se detuvo bloqueando la salida, bajó sin parar el motor y se acercó a la ventanilla.

—¿Qué estás haciendo?

—Me marcho.

—Espera, vamos a hablar.

—No, Maca, tienes razón, he llevado esto a un límite que no debes cruzar.

—¿No crees que eso lo decido yo? Por favor, da marcha atrás. Por favor, vamos a hablar. Por favor.

Le faltaba un segundo para romper a llorar, y no quería verla derrumbarse, a ella no. Metí marcha atrás, aflojé un poco el embrague y el coche se dejó caer hasta la puerta del garaje. Apagué el motor y salí. Me esperaba inmóvil, como si temiese que si retiraba el auto fuera a escapar.

—Venga, aparca.

…..

—¿Estás loco? ¿Cómo se te ocurre ofrecerme dinero para follar contigo? Y además… ¡me has pegado, joder, me has pegado!

Estaba en el jardín recriminándome por haber llevado las cosas tan lejos y no la oí llegar. Nada más aparcar vino hacia mí y me besó con rabia, estaba furiosa por saberse derrotada, la arrastré al interior de la casa, directa a la cama y la follé con todo el deseo acumulado que me produjo la incertidumbre de pensar que podía haberla perdido. Me llamó cabrón, hijo de puta, yo me desfogué liberándome de complejos, esa mujer me gustaba como pocas, la idea de haberla perdido me descubrió una sólida verdad: la necesitaba. Si le dije que la quería ninguno lo mencionamos después. La dejé en el baño y salí al jardín a pensar en lo que me estaba ocurriendo con Macarena, algo que no sentía por Graciela o Elvira, algo más profundo que me asustaba. Me sobresaltó cuando la escuché a mi espalda. Se cubría con una bata mal cerrada incapaz de contener su arrolladora humanidad. No se había ido, no era capaz de dejarme. Me acerqué y la besé en la mejilla que había abofeteado.

—Tú me pegaste primero, te la devolví como hubiera hecho con cualquiera.

—¿Eso fue? ¿me pegaste como a un hombre?

—Como a cualquier persona. No hay diferencia, ni lo pensé.

—Nunca me habían pegado.

Hubo un matiz en su voz y un gesto que la delataron. Y descubrí que saberlo me provocaba algo oscuro que no quería volver a sentir, aunque supe que tarde o temprano traspasaríamos esa puerta.

—¿Te duele?

—Me duele mi orgullo, cabrón. —Me acarició la cara—. ¿Y a ti?

—Un poco. ¿Has cogido el dinero? —Se separó con brusquedad.

—¿Otra vez?

—Vamos, cógelo, lo estás deseando.

—Eres…

—Un cabrón, ya lo sé, y tú una puta.

—Mario, joder… —suplicó.

—Sí, Maca, una puta, te mueres por cobrar tu primer servicio.

—¿Por qué insistes en hacerme esto?

—Porque me dijiste que podía hacer contigo lo que quisiera y pensaba que eras sincera, ¿lo eres?

—¿Eso es lo que quieres, convertirme en puta?

—Quiero hacer que brote lo que sientes cuando miras a un hombre y ves el deseo en sus ojos. Eres puro sexo y quiero que lo pruebes sin freno alguno.

—¿Y ser puta me va a hacer más libre? —preguntó desde el escepticismo.

—Ser puta por propia voluntad, vender tu cuerpo no por necesidad sino porque lo vale y hay quien pagaría una fortuna por tenerte te sitúa por encima de los hombres. Eres tú quien elige, quien pone el precio, tú eres la joya, el producto valioso. Y si además disfrutas de tu arte…

Nunca la había visto mirarme como lo hizo. —No sé lo que estoy haciendo, murmuró sin dejar  de matarme con esos ojos profundos. Me cogió de la mano y entramos a la casa. El dinero de su primer servicio seguía desparramado por el suelo, lo recogí y se lo volví a ofrecer; esta vez no me abofeteó, la puta lo aceptó y lo contó.

—Veinticinco mil pesetas, pensé que valdría más.

—¿Tú qué sabes? —Encogió los hombros con gracia.

—Se oyen cosas…

—Eres una novata. A lo mejor esta noche te ganas otras diez mil, ya veremos.

Aprendía rápido, cogió el bolso y guardó el dinero. El deseo afloraba en sus ojos.

Siempre fue un lujo follar con Maca pero esa noche tuvo algo especial, una carga de sensualidad mayor, diferente. Estaba al borde del orgasmo desde que la senté en la cama. Desde que cubrió mi verga con los labios se entregó al sexo como una leona. Le sujeté la cabeza, tenía que aprender cómo se folla una boca. —No puedo, dijo con el rímel corrido por el esfuerzo, trataba de tragar, lo intentaba con ganas, pero la arcada era más fuerte que ella. —Tranquila, si logré entrenar a Carmen con veintitrés años, podré hacerlo contigo con cuarenta. Sabía que apelar a su orgullo sería un acicate, no dijo nada, aguantó, tosió, le ofrecí una tregua y la rechazó; su mirada tras el rímel deslucido por las lágrimas perdidas lo decía muy claro: no iba a ser menos que una niña de veintitrés años. Cogió aire y tragó hasta que su nariz se hundió en mi vello púbico. Atrapada por mis manos manejé su cabeza hasta sentirla crispada. Aire, necesitaba aire, una necesidad urgente que le hacía olvidar la náusea; me miraba con ojitos desvalidos, ojos negros, borrosos, ojos húmedos y decididos. —Vamos. Cogió aire y tragó, apenas tembló, se estaba habituando, un par de veces más y comencé a follarle la boca agarrado a su nuca, poco después atravesaba triunfante su garganta virgen, lo había conseguido, había domado su reflejo de vómito, le estaba enseñando a respirar, dos estocadas después tragaba sin dificultad, una más y eyaculé en lo más profundo de su garganta. Congestionada, llorosa, con los ojos manchados de negro y sin embargo preciosa levantó la mirada y me dedicó una sonrisa. Se sintió satisfecha. Yo más.

Esa noche se ganó las diez mil pesetas extra; cuidé mucho de que el recuerdo de su primera vez fuera imborrable, me apliqué con el esmero que hubiera querido darle a Carmen y no supe ni pude. Aquel esplendido culo me daba un incentivo extra para estrenarlo como se merecía y le dediqué todo el tiempo del mundo hasta que me encontré enterrado entre sus poderosas nalgas haciéndola jadear como a una yegua bien domada.

—Nunca pensé que lo haría.

—Deja a la señora a un lado, habla como una puta. —Se echó a reír.

—Nunca pensé que me gustaría tanto que me dieran por el culo.

Estiré el brazo para alcanzar la mesita, cogí la cartera y a ciegas saqué dos billetes de cinco mil. Se los dejé sobre el pecho, los cogió y los miró.

—Me gusta. —De sobra sabía a lo que se refería.

—¿El qué?

—Eres un cabrón. ¿Quieres oírlo? Me gusta cobrar dinero por follar. ¿qué coño me has hecho?

—Despertarte.

—¿Y esto en que cambia las cosas? Tú te irás, yo volveré a mi vida anterior. No pensarás que me voy a poner a trabajar de puta.

—Confía en mí. Escucha: dentro de unos días viene mi socio con un posible inversor, tenemos una reunión con la Junta, no te puedo adelantar nada pero hay planes que a la larga nos afectan. Eso no viene al caso, lo que quiero decirte es que te vas a acostar con él, va a ser tu primer cliente, pídele cuarenta mil y cincuenta si quiere un griego.

Se incorporó de un salto.

—¡Vete a la mierda!

—¿No ibas a hacer lo que yo quisiera? ¿No dices que te gusta cobrar por follar?

—¿Y mi marido, y mi hijo?

Se levantó de la cama y huyó hasta el otro extremo de la alcoba. Desde allí me miró espantada.

—Esa es tu otra vida, la que no te va a saber a nada si no la compaginas con esta que estás empezando a saborear.

—No puede ser.

—Está bien, de acuerdo. Anda, vuelve.

—No. Te estoy diciendo que no puede ser.

—Y yo te digo que me parece bien, si no te ves capaz de hacerlo olvídalo. Ven a la cama.

—¿Es que no hay un término medio?

—Puede ser, ya lo buscaremos. ¿Te vas a quedar toda la noche pegada al armario?

Volvió a la cama, la abracé, siguió negando la posibilidad de venderse y continué dándole la razón, no tenía por qué hacerlo si no quería.

—No es que no quiera, es que no debo hacerlo. ¿Y después, qué será lo siguiente? ¿me voy a pasar la vida follando con desconocidos a cambio de dinero?

—Eso no se planifica, cariño, tú no eres puta por necesidad, lo eres por vocación, como mi mujer.

—¿Me estás diciendo que tu mujer también lo hace?

—No te lo he contado antes es porque no es algo que se vaya pregonando.

Era la ocasión justa y le hice un breve relato de la entrada de Carmen en la prostitución algo alejado de la cruda realidad, lo suficiente para animarla a seguir el camino. Me acribilló a preguntas de todo tipo; los inicios, la figura de Tomás, sobre mí. Ante todo le interesaba ella, su evolución personal y nuestra propia evolución como pareja.

—¿Eso es para ti tu mujer, una joya?

—Lo es, estoy muy orgulloso de ella.

—Y cuando vuelve a casa, ¿qué hacéis, habláis, o…?

—Depende. Unas veces llega agotada y lo que quieres es descansar, otras viene encendida, me cuenta cómo le ha ido y terminamos haciendo el amor.

Le estaba costando asimilarlo y le di todo el tiempo que necesitaba.

—¿Conoces a su…?

—¿Chulo? ¿proxeneta? No, eso son etiquetas que no usamos. Es Tomás, como mucho nos referimos a él como su jefe. Lo conozco, claro que sí. Qué quieres saber; es una buena persona, la cuida, la trata bien, se tienen un cariño especial. Sé lo que estás pensando y es cierto, mantienen una relación.

—¿Y no te preocupa que además de ser su… jefe, sean amantes?

—¿Crees que puede llegar a dejarme por él? Mira, Carmen tiene una relación estable con una mujer, se llama Irene, se refiere a ella como su novia; sí, su novia, su chica y tampoco pienso que vaya a perderla por su causa. Yo he recuperado la relación con Elvira, mi primer gran amor, y ni me planteo que sea un obstáculo en mi matrimonio; de hecho se llaman de vez en cuando.

—No lo sabía.

—No sé si lo puedes entender pero es muy liberador para la pareja.

—Me resulta complicado, rompe con todo lo que he entendido siempre como una relación de pareja.

—Y sin embargo aquí estás, follando conmigo y planteándote comenzar a vivir una vida de puta.

—Todavía no lo he decidido.

—Pero lo estás pensando.

—No sé si Fran lo llevaría tan bien como vosotros.

—Yo sí lo sé, tiene el perfil perfecto del consentidor.

—¿Y yo, doy el perfil de puta?

—Das el perfil de puta de alto nivel que trabaja por vocación. No necesitas dinero pero estás empezando a descubrir el morbo de vender tu cuerpo por dinero, y eso que solo lo has hecho una vez y conmigo, cuando conozcas por primera vez a un desconocido  y te trate no como una señora sino cómo una fulana, créeme, se te van a caer las bragas de gusto. Y en el instante en el que te ponga cuarenta mil pesetas en la mano te vas morir de placer casi tanto como si ya estuvieras follando con él.

—Tú qué sabrás.

—Sé lo que me cuenta mi mujer.

Argumento irrebatible. Tenía las mejillas arreboladas, juraría que estaba empapada.

—Sevilla… no te creas, aquí todos nos conocemos. Si se llega a saber sería mi ruina.

—No te vas a estar vendiendo a diario, no te hace falta, seremos selectivos, yo te elegiré las personas adecuadas, de la máxima confianza, será una actividad esporádica, cuando lo desees, cuando vayas tomando confianza, ni tú ni yo necesitamos el dinero.

Me miró alarmada.

—¿Cómo que «ni tú ni yo», qué es eso? ¿Es que te piensas llevar una parte?

Comenzaba la segunda lección, la prueba de fuego.

—Por supuesto, ¿qué te pensabas? yo me encargo de buscar los clientes, te educo, procuro que no te metas en líos.

—Yo podré ser una puta pero tú eres un auténtico chulo, casi ná.

—Tratas de provocarme pero no lo vas a conseguir. Piénsalo, eres una tía lista, verás que es un trato justo.

Lo pensó durante unos largos segundos que la transformaron ante mis ojos. Fue delicioso ver brotar a la puta.

—¿Cuánto quieres?

—Treinta por ciento, y no es negociable.

—¿Cómo es tu socio? —me preguntó a bocajarro tras una pausa.

—No, mi socio jamás ha ido de putas. Tu cliente se llama Alejandro Blasco, es el inversor y tú serás el bombón para que termine de decidirse a participar en lo que tenemos entre manos. Es educado, algo mayor que yo. No te preocupes, lo que te debe importar es que será amable contigo en la cama.

Lo había logrado, mis palabras fueron un dosis de esencia de prostituta en vena que le llegó a  cada rincón de su cuerpo y de su cerebro. La llamé bombón y le aletearon los párpados de puro placer, le aseguré que un desconocido sería amable con ella en la cama y se removió para calmar la respuesta que su libido había dado antes de que pudiera controlarlo. Y me había aceptado como proxeneta.

Estaba domada.

—¿Cómo es? Me refiero a su físico. —preguntó movida por la curiosidad.

Alejandro Blasco, Alex, socio principal de una de las clínicas de Barcelona con la que colaborábamos estrechamente y a quien, dada nuestra buena posición en Sevilla, Emilio le había propuesto establecer un marco de colaboración más estrecho. Para colmo conocía a Santiago con quien mantenía una buena amistad. Alex tenía, según me contó Emilio, tal debilidad por las mujeres que le había costado un divorcio ruinoso. Macarena representaba el prototipo de mujer al que no se iba a resistir y yo pensaba jugar esa baza para distraerlo y cerrar el acuerdo en las mejores condiciones posibles. Cuánto había  aprendido de Tomás sin apenas conocerlo.

—No es ni feo ni guapo, no es desagradable si es lo que te preocupa; es… un hombre maduro, de pelo gris, más grueso que yo. —Me di cuenta de que estaba hablando de más—. Te tratará bien, tranquila. De todas formas tienes que ir aprendiendo que a una puta no debe importarle el físico.

Dejé que lo pensara, estaba terminando de dar el paso.

—¿Dónde sería?

Esta conversación no la tenía preparada, debía improvisar rápido sin que lo notara, ya habría tiempo de organizarlo.

—¿En un hotel? No, te faltan tablas, será mejor que vengáis aquí.

—¿Aquí?

—Es un lugar discreto, entre semana no hay nadie, podréis estar cómodos sin que tengáis que preocuparos y el jardín y la piscina son un incentivo añadido.

—¿Y tú?

—Yo no pinto nada, salvo presentaros. Tranquila—corregí sobre la marcha—, no te voy a dejar sola, cenaremos en algún lugar reservado lejos de miradas indiscretas, dejaremos que se cree un buen clima, pero tú eres la que debe dar una imagen de profesional, eres mucha mujer como para no poder hacerte dueña de la situación.

—¿Estas seguro?

—Lo tendrás comiendo de la mano en cuanto te vea. Sé como eres, desenvuelta, dicharachera, seductora. Lo vas a volver loco, te lo digo yo. —Me escuchaba cada vez más halagada y segura de sí misma—. Luego os traeré aquí y os dejaré solos.

—Tienes razón, no me veo yendo a un hotel, ¿y si me cruzo con algún conocido?

—Por eso, es mejor que vengáis aquí. De todas formas todavía tienes tiempo para pensarlo.

—Mario, esto no puede saberlo nadie, ¿me oyes?, ni Elvira ni nadie. —Eso era un sí.

—Por supuesto, es un tema muy delicado lo sé, imagínate: nadie sabe que mi mujer ejerce la prostitución, ni Elvira.

—¿Sois felices? Dime la verdad.

La verdad. ¿Era conveniente que conociera toda la verdad? Ya habría tiempo de contarle lo bueno y lo malo, pero no ahora.

—Como nunca lo hemos sido.

—Y Fran, no sé cómo decírselo.

—A Fran tenemos que contárselo los dos. Ahora trata de descansar.

Apagamos la luz, Maca se acurrucó en mi pecho y se hizo el silencio. Dudo que estuviera dormida, como tampoco yo logré conciliar el sueño. Su cuerpo, pura carnalidad, me impedía bajar a un punto en el que el sueño encontrara acomodo. La deseaba.

Y el sueño no llegó en toda la noche. Otra vez me perseguía la sensación de ser un aprendiz de brujo moviendo unos hilos que escapaban a mi conocimiento. Podía estar destruyendo la vida de una pareja a cambio de qué, de unos días de placer desbocado. Y después qué vendría.

Suspiró, se removió en sueños y su cuerpo ondulando en el mío borró cualquier atisbo de conciencia.

Las cartas boca arriba

—Buenos días, Fran.

—Mario, ¿sigue Maca ahí?

—Aquí está, por eso te llamo. Queremos hablar contigo, cuando lleves al niño al cole ven para acá, te esperamos.

—Me viene mal, tengo una reunión…

—Aplázalo, es importante, yo también tengo cosas que hacer y me he quedado porque esto no puede esperar.

Mi conversación con Santiago había sido tensa como de costumbre. Al enterarse de que me iba a retrasar llamó para insistir en que los tiempos iban justos y la inauguración estaba al caer. Le recordé cual era mi función en el proyecto y le tranquilicé, pero su llamada tenía la intención de meter cizaña y aunque me esforcé en mantener la calma terminé por sacar a relucir el injustificable retraso en la fecha de inauguración motivado por intereses políticos que me había obligado a renegociar con todos los ponentes, algunos de los cuales se descolgaron. Terminamos discutiendo y acabé por mandarlo a la mierda, justo lo que buscaba.

Fran llegó pronto, yo había preparado un guion con lo que pretendía contarle. Ella estaba más nerviosa de lo que convenía y le pedí que me dejara hablar a mí. El escenario estaba medido al detalle: lo recibimos en el salón sobre dos banquetas altas. Maca sin peinar, descalza y desnuda bajo una camisa de pijama de hombre sin abrochar que se afanaba en mantener cerrada sin éxito cruzando los brazos bajo sus pechos. —¿Por qué?, me preguntó, podía haberse negado, ¿dónde quedó su carácter? Sin embargo esa fue su única rebeldía. —Porque es lo que nos conviene, le dije. Yo, visiblemente excitado, solo llevaba un slip blanco que marcaba lo que su mujer disfrutaba. Si lo tuviese que escenificar hoy ni de lejos lo haría como lo hice, tal vez fue la tensión sexual lo que me llevó a montar una escenografía tan vulgar, sin embargo causó el efecto deseado. El salón, sin ventilar apestaba a sexo y Fran quedó aturdido lo que me permitió tomar la palabra.

—Ante todo quería darte las gracias por el buen trabajo. Me la serviste tal y como te pedí, al detalle. —Fran ladeó la cabeza, abrió la boca para decir algo y se quedó en la intención.

—También quiero decirte —continué— que ayer durante el camino, estuve pensando en lo que me dijiste. «¿Y si no queremos volver a nuestra vida anterior?» Resulta que Maca piensa lo mismo. Esta noche, después de que le abriera el culo, me dijo que teme que su vida de antes ya no le sepa a nada, ¿verdad, cariño? —La miré buscando una confirmación que no tardó en llegar. Fran entró en shock—. Eso terminó de convencerme; lo que estuve planeando por el camino es lo adecuado para los tres.

Esperé, le di la oportunidad de que interviniera pero parecía estar catatónico. Demasiada información, tal vez.

—Ayer te pedí que me la enviaras sin la alianza y aceptaste, me la entregaste libre, no sé si llegaste a comprender el significado de lo que hacías, pero ella sí lo ha entendido.

—Me lo advirtió —dijo por fin—, me preguntó si era consciente de lo que estaba haciendo, yo no le di importancia, solo era un juego erótico, no pensé que fuera nada más.

—¿No pensaste? ¿Sabes lo que me dijo al llegar? Esta noche no tengo marido, puedes hacer conmigo lo que te apetezca.

La sujeté por la cintura y al caer en mi costado desde su banqueta se le abrió la camisa. Fran, asustado, nos miraba a uno y otro; estaba empezando a alarmarse.

—No pasa nada, Fran; buscabas dar sentido a vuestra relación y lo has conseguido. Maca es una gran mujer y como tú mismo dices, vuestra vida anterior se os ha quedado pequeña, estáis evolucionando y ella ha encontrado el camino. Tu mujer va a iniciar una nueva etapa como prostituta, anoche le he pagado por follar conmigo. Dile, dile lo que has sentido.

Absorta en el discurso Maca descuidó la postura y ofreció un cuadro imponente. Los pies en el travesaño dejaron las piernas flexionadas, apoyada en mi hombro buscaba el equilibrio en mi costado, la melena caía en cascada por mi pecho, olvidada la camisa se mostraba desnuda en plenitud; una mano dejada en mi muslo, la otra en el suyo; su sexo nublando la razón del cornudo incapaz de apartar la vista, mi brazo acariciándole la cadera y a ratos la nalga. Ese era el cuadro.

«Díselo, vas a ser mi puta. Dile, dile lo que has sentido».

—Me gusta, Fran, no te imaginas cómo me gusta, te parecerá una locura pero es brutal.

—Veinticinco mil pesetas por follar y diez mil más por abrirle el culo, ¿qué te parece? —añadí.

Se frotó la frente, miró a todas partes, empezó a dar vueltas erráticas, no era capaz de asumir lo que le estábamos contando. Sin embargo ella había ganado confianza en sí misma, seguía firme a mi lado y la estreché para reforzar su conducta.

—¿Me estás diciendo que…?

—Que he follado por dinero. —dijo tomándome la delantera. Sí, Maca era mucha mujer.

—Pero, pero ¿estás loca? ¿es un juego, no?

—Mírame, Fran: mírame. Cuántas veces has fantaseado con esto, ¿eh? ¿cuántas?

Ahí estaba, lo debía haber imaginado.

—Pero una cosa es fantasear y otra muy distinta es…

—Pues aquí me tienes, follando por dinero.

—Vámonos, vámonos a casa.

De un impulso bajó de la banqueta y se plantó con los brazos en jarras delante de su marido.

—No nos vamos a ninguna parte hasta que no terminemos de hablar.

—Maca, por favor. —suplicó.

—Entérate, he follado con Mario por veinticinco mil pesetas y me ha abierto el culo por diez mil más, y ha sido la experiencia más fuerte que recuerdo en todos los años que llevamos casados. ¿Cuántas veces hemos hablado de esto en la cama, dime, cuántas?

Se acercó, había cambiado la actitud por una más cercana, más tierna; le puso los brazos sobre los hombros, lo tenía pegado a su cuerpo desnudo, Fran no tenía nada que hacer.

—Pero eso era un juego, Maca, una fantasía, lo que estás haciendo es ponerte en peligro.

—No, cariño, es convertir nuestro sueño en realidad, ¿no lo entiendes? ¿Acaso crees que me voy a meter en un puticlub?, tengo más clase que todo eso. Verás —dijo llevándolo hacia el tresillo—, dentro de unos días va a venir alguien de Madrid y le voy a cobrar cuarenta mil pesetas. —Me miró pidiendo ayuda.

—Cuarenta mil por dos horas y veinte más si quiere un griego, ¿sabes lo que es? —Le pregunté. Fran asintió nervioso.

—Mario dice que es una persona correcta y amable, no tengo de qué preocuparme.

Lo hizo sentar en el sillón, ella a su lado con las piernas cruzadas y el brazo por encima de los hombros, la camisa abierta dejaba su magnifico pecho pegado al indefenso Fran.

—Usarán preservativo, por supuesto. —añadí.

—¿Lo ves?, está todo pensado, y me muero por hacerlo, Fran, quiero hacerlo. No es lo mismo que hacerlo en un puticlub, ¿lo entiendes? —le preguntó sin dejar de rozarle la nuca con sus afiladas uñas.

—Tu mujer tiene demasiada clase, es una puta de alto nivel.

Fran nos escuchaba como si le hablásemos en otro idioma.

—No me digas que no te excita la idea porque no me lo creo —le dijo al oído—, lo hemos imaginado cientos de veces, cariño, y sabes cómo te has puesto. Piensa lo que será cuando te lo cuente, el doble de lo que te pone cada vez que vuelvo después de estar con Mario.

Al oír esto me miró avergonzado.

—¿Te excita que Maca te hable de nuestros encuentros? Es natural, no tienes de qué avergonzarte.

Fran se levantó, parecía querer escapar de nuestro asedio, Maca le persiguió.

—No sé, cielo, si es lo que deseas…

—No, cariño, tiene que ser lo que deseemos los dos y estoy convencida de que tú lo quieres tanto como yo o más, te conozco.

—Pero, ¿te das cuenta de lo que vas a hacer?

—Es lo que hemos soñado, quiero probarlo, Fran, necesito probarlo y después… no sé, no creo que lo repita.

—¿No lo sabes? Has perdido la cabeza. Y tú… —empezó señalándome con el dedo. No iba a darle opción a discutir, me dirigí a Maca:

—Vístete, creo que todos tenemos cosas que hacer, está todo dicho.

Maca me miró molesta, le costaba encajar esas frases cortantes a las que no estaba acostumbrada y a las que poco a poco se iba doblegando.

—Tienes razón, será mejor que lo hablemos con calma en casa.

—¿Por qué me quitas la palabra cuando estoy hablando con mi marido? —me recriminó en voz baja en cuanto entramos en la alcoba. Por toda respuesta la besé con furia mientras le manoseaba las tetas. Se entregó con ganas, me echó los brazos al cuello dándome acceso a su cuerpo. Cómo podía desquiciarme de tal forma aquella mujer; la empujé hacia la cama y sin encontrar oposición la tumbé y la penetré encontrándome un lago espeso y abundante. Follamos sin reprimirnos, nos deseábamos tanto que el aliciente de tenerlo cerca no hacía sino excitarnos más, sabía cómo volverla ruidosa y lo hice a su pesar.  —Cabrón, me gritó cuando la zarandeaba a golpes de cadera, —Hijo de puta, estalló rindiéndose a dejarse llevar por uno de sus orgasmos furiosos convirtiendo su voz en un grito sincopado a contrapié con las estocadas que le clavaba sin piedad. Después nos aseamos lo imprescindible, íbamos a llevar el olor del otro durante el resto del día. Salimos de la habitación con el rostro encendido, Fran no nos miró. Nos despedimos en la puerta. El cornudo, tan correcto como siempre, me dio la mano. Mi puta me comió la boca.

—Esta noche te veo.

—¡Maca, por Dios!