Diario de un Consentidor Otra vuelta de tuerca (1)

Dos miradas a una misma historia. Dos caminos y una encrucijada.

Diario de un Consentidor.   Otra vuelta de tuerca (1)

Torco, responsable del buen hacer en los diálogos argentinos.

Mario me llamó a las once, estaba en magistratura, luego tenía que ir al despacho y después se quedaba libre. Nos citamos para comer, fue una conversación breve, dejamos en el aire lo que ambos sabíamos que iba a pasar. Nada más colgar salí para casa, tenía que recoger el destrozo que habíamos dejado Guido y yo. Lo que me encontré era mucho peor de lo que recordaba, el sofá tenía una enorme mancha oscura que iba a ser imposible disimular, lo coloqué en su sitio y fui al dormitorio; ventilé, cambié las sábanas y lo dejé presentable. El baño contaba la historia de una intensa batalla de sexo; recogí las toallas esparcidas, me quedé en bragas, entré en la ducha y la limpié a fondo. Cuando acabé me dediqué a la cocina y por último subí al ático, lo regué a manguerazos y le metí presión sobre la tumbona, llena de restos secos de semen y flujo; luego puse la colchoneta al sol. A la una y media salí a su encuentro.

Cuando llegué al restaurante lo vi en la barra del bar; nos abrazamos como si llevásemos años sin vernos, todos los reproches y malentendidos desaparecieron, solo quería tenerlo entre mis brazos. Lo encontré más delgado. —Tú estás preciosa, me dijo desbordado por la emoción. Le conté las novedades sobre la revista; no sabía lo que había pasado, suponía que los abogados de Gabriel habían logrado paralizar cautelarmente la publicación del reportaje pero no había conseguido hablar con él.

—¿Te lo follaste?

—Qué manía os ha entrado a todos con que si me lo follé.

—¿Quiénes somos todos?

—Ángel. Me preguntó lo mismo cuando vio el reportaje.

—¿Y qué le respondiste?

—Que sí, que me lo follé.

Tras unos segundos en los que no dejamos de mirarnos (¿nos habrían escuchado en la mesa de al lado?) comenzó a esbozar una amplia sonrisa que no pude evitar replicar.

—¡Idiota!

—¡Por qué —protestó fingiendo ofenderse—, si no he dicho nada!

Continué como si no me hubiera interrumpido, como si no estuviera mirándome de esa manera que me desarma y no me deja pensar en condiciones y le dije que pensaba llamarlo un día de estos para asegurarme de que había sido cosa suya.

—Un día de estos.

—Sí, no te montes una película, hemos quedado en que es mejor que no nos veamos hasta que esto se enfríe.

—¿Lo de la revista o lo vuestro?

—Mira que eres tonto.

Seguimos la broma. Sí, me gustaba Gabriel, me gustaba mucho y tenía ganas de volver a verlo, me apetecía ponerme delante de su objetivo, era una experiencia nueva y me fastidiaba tener que aplazarla por la intromisión de nuestra vecina.

—Supongo que maneja un buen teleobjetivo.

—El equipamiento no lo es todo, cariño, lo importante es saber usarlo, Gabriel es un maestro.

—¿De qué estamos hablando?

—¿De qué hablas tú?

Me acarició la mejilla, se detuvo el tiempo y su ojos tiernos me hicieron sentir desnuda.

—Ten cuidado, no sabes dónde pueden acabar esas fotos.

—No te preocupes, confío en él.

El tiempo poco a poco recuperó su ritmo.

—¿Y en el gabinete, qué tal han encajado que no haya un segundo reportaje?

—Me miran como si fuese la hija de Vito Corleone. No te rías, no tiene gracia.

—¿Por qué?

—Se han disparado los rumores. Ángel insinuó algo sobre la salida de Solís.

—¿Qué tiene que ver Solís en todo esto?

—Nada, pero cuando vino a retirar el pleito se comportó de una manera muy extraña conmigo y ha debido de haber comentarios.

No se lo había contado hasta ahora, aquella escena me afectó tanto que traté de olvidarla hasta que Ángel volvió a hacer alusión.

—Están mezclando dos cosas que no tienen relación entre sí.

—Tenías que haberlo visto, estaba hundido, parecía que le hubiera sucedido algo grave; tenía una prisa exagerada por retirar la demanda contra el gabinete, y lo más violento fue que no dejaba de mirarme. Como si me temiera.

—¿Temerte? ¿A ti? Qué absurdo.

—Ya lo sé, es absurdo, pero es la impresión que nos dio a todos, eso es lo peor: a todos,  a Andrés, a Moreta, a Amelia. Tenías que haberlo visto. Moreta preparó un documento con la renuncia a cualquier futura reclamación, Solís lo firmó y se marchó sin decir nada más. No sabes lo mal que lo pasé porque todos estaban pendiente de mí. Andrés siempre ha pensado que tengo algo contra Solís con lo que le podía presionar, por eso insistió en que estuviera en esa reunión.

—Es de locos, te enfrentaste a Salgado y ganaste, han debido pensar que tenías más cartuchos. Déjalos, así te respetarán un poco más.

—No lo sé, pero estoy segura de que la gente está levantando una historia absurda, solo hace falta ver cómo me miran desde que no apareció el segundo reportaje.

—Lo olvidarán, saldrá otro cotilleo y esto pasará.

—Ojalá tengas razón.

Cambiamos de tema. Mis padres, mi hermana, la parte más difícil de sobrellevar. Acordamos tratarlo juntos cuando volviera, no podíamos dejar abierta esa herida.

Apuramos el postre, ni siquiera pedimos café, salimos hacia casa con los dos coches y por el camino, viéndole delante de mí, pensaba cómo debía enfocar todo lo que quería contarle.

Hicimos el amor como dos desesperados, nos arrancamos la ropa en la entrada de casa sin esperar a llegar a la alcoba, lo deseaba con locura, me faltaba tiempo para tenerlo desnudo y tocarlo y a él le ocurría lo mismo, me iba a romper la blusa y no me importaba, me excitaba la furia con la que me soltó el sujetador, la lujuria que vi en sus ojos cuando desnudó mis pechos; su boca en mi cuello me hizo gritar, cuánto había echado de menos esa forma de morderme tan propia de él.

Caímos en la cama y le cedí todo el protagonismo, se arrodilló entre mis piernas y me dispuse a ser suya, me acarició toda como si quisiera asegurarse de que era yo, estaba tan guapo, tan viril. «Es mío, es mi hombre», pensé, tenía la verga enhiesta, arrogante, de buena gana me hubiera incorporado para cogerla en mis manos pero no, quería ser suya a su modo. Se inclinó para besarme, lo abracé, —Amor mío, le dije cuando se separó para seguir besándome por el cuello y los hombros y el pecho, donde se detuvo para martirizarme. —Amor mío, le dije mientras le acariciaba el cabello; bajó por mi cuerpo dejando un reguero de besos y pequeños mordiscos, jugó en mi ombligo con el piercing y siguió por los muslos, de uno a otro haciéndome hervir ahí donde no se dignaba a visitarme. —Canalla, le dije y sentí su sonrisa en mi piel, moví la cintura buscándole y se escabulló, me mordió en la cintura, lamió cada rincón del ombligo, se acarició los labios en mi vello y le busqué, le busqué con mis caderas, supliqué y volvió a arrastrar la boca por mis muslos. Entonces grité de desesperación. Un dedo dibujó la grieta húmeda que le añoraba, quedé envarada esperando. Un dedo que libaba la profusa humedad y la extendía por las orillas y por arriba y por abajo, hurgando en lugares que me hacían temblar se hundió, penetró en lo profundo, quebró mi voz y esperé, esperé, quería más, se retorció dentro de mí y llegó ahí donde es un maestro tocando.

Le tenía que contar una cosa.

…..

—Te tengo que contar una cosa. Me he acostado con Guido.

—¿Con Michelin?

—No le llames así, es ofensivo.

—Es broma, le hemos llamado Michelin toda la vida. Michelín, Quique, Guido, qué más da; ¿te has acostado con él? ¿cuándo?

—¿Sabes que lo de Quique fue idea de tu amigo SantaCruz? Pensó que el nombre de Guido era difícil de recordar y le hizo cambiárselo, le propuso varios; Kiko, Quique... Es tremendo.

—Deja eso ahora. Cuéntame, cómo ha sido.

—Ya lo habíamos hablado, ¿te acuerdas?

Estábamos en la cama de costado, muy cerca, mirándonos como si tuviéramos que volver a grabar nuestra imagen.

—Anda que te ha faltado tiempo.

—Tonto. —me sujetó la barbilla con dos dedos y me besó.

—Di, ¿cómo fue?

—Hubo un momento en el que la soledad se me vino encima, no sabría explicarte, son muchas cosas. Me encuentro aislada en el gabinete, aún no se ha puesto en marcha mi dirección, estoy mano sobre mano. Te echo mucho de menos, apenas hablamos, no tengo a nadie a quien acudir, Tomás bastante tiene con sus problemas familiares.

—Y encima, lo de la revista.

—No, aún no había pasado. En fin, que me pilló de bajón, me he volcado en el gimnasio y Guido siempre está ahí, con sus miraditas y sus insinuaciones. ¿Recuerdas la tontería esa que se trae de que le debo una?

—Ah sí, te invitó a tomar algo una vez, pero eso fue hace mucho tiempo, ¿no?

—Sí, no sé; le debí de decir algo ambiguo y desde entonces de vez en cuando me lo recuerda. Hace unos días volvió con eso, yo estaba un poco depre, ya te digo que desde que te fuiste me siento muy sola, no lo estoy llevando bien y ese día en concreto habían pasado cosas.

—¿Cosas, qué cosas?

—Nada, es igual; el caso es que me jodía la idea de meterme en casa, y sin saber por qué le dije que me esperara en la cafetería que hay al otro lado del parque.

—No sé…

—Sí, la de la terraza dónde íbamos cuando sacábamos a pasear a la perra.

—Ah, joder, sí… —Le duele, le sigue doliendo.

—¿Te quieres creer que me metió mano? —Al escucharme me estrechó más.

—¿Así, sin más?

—No. Que si tienes que desarrollar más las dorsales, que si allí, allá… y las manos iban de los hombros al costado y como veía que no le decía nada se fue envalentonando. Yo quería ver hasta donde se iba a atrever. Estábamos al fondo, tampoco íbamos a dar el show, entonces con la excusa de no sé qué grupo muscular me plantó la palma de la mano en el pecho, y yo callada como una muerta, y va y me dice: «tienes muy buena complexión»; eso con la mano aplastándome la teta.

—Joder, qué rostro.

—«¿Tú crees?», le dije muy tranquila.

—Se lo dejaste claro.

—Nos interrumpieron porque entraron en tromba un montón de gente; apartó la mano y me la plantó en el muslo, casi en el coño. Joder, no era el lugar apropiado, lleno de gente; le dije que no siguiera y quitó la mano inmediatamente, pero ya no podía parar, le pregunté si vivía cerca; como me imaginaba, no, y nos vinimos a casa.

—Coño, Carmen, ¿a casa?

—Sí, ¿por qué no?

—Porque no lo conocemos de nada.

—Del gimnasio, ¿qué riesgo hay?

—Y qué tal, ¿es tan bueno como pensabas? —puse los ojos en blanco.

—Es… no te lo puedes imaginar, me vuelve loca, es como tocar el David.

—Tú qué sabes, te echarían de Florencia si lo intentas.

—Dios, Mario, tenías que verlo desnudo, es… impresionante, cuando comencé a tocarlo, no sé qué me sucedió, fue como si me derrumbara.

Me miraba sin decir nada, parecía asombrado. Le concedí un par de segundos pero no más, necesitaba saber qué pensaba.

—¿Qué, no vas a decir nada?

—No sabes cuánto me alegro, cariño.

—Ya, pero quiero saber qué piensas, pareces sorprendido.

—Es verdad, es que lo cuentas como si hubieras pasado por… una experiencia religiosa —canturreó.

—No te burles.

—No me burlo, perdóname; pero es cierto, da la impresión, según lo cuentas, de que has vivido una especie de… epifanía que te hubiera transportado a un estado de elevación mística.

—¿Te estás riendo de mí? —Comenzaba a irritarme.

—No se me ocurriría, trato de poner en palabras la imagen que das.

—Hablo en serio, es la experiencia más brutal que he tenido jamás, no creí que fuera posible. Cuando comienza a ensayar una postura es como si se transformara, y yo me siento morir.

—Qué dices.

—No sé, Mario, ha habido veces que he estado al borde del orgasmo con solo tocarlo.

—¿No exageras? ¿Y él, qué dice?

—Es un narcisista, le encanta que lo adore.

—¿Lo adoras?

—No me jodas, es una forma de hablar. Me vuelve loca, podría estar acariciándolo horas.

—Ten cuidado, si se da cuenta de tu dependencia puede jugar contigo.

—No estoy tan colgada, en cuanto me canse se acabó.

—¿Y si no quiere dejar de verte? —Mario se dio cuenta de mi preocupación e insistió—: ¿Le has advertido de mi amistad con Santacruz?

—Se lo tomó muy mal, dijo que no tenía por qué amenazarle, por lo visto está liado con otras señoras del gimnasio, ni me había dado cuenta, ¿y tú, habías notado algo? Se levantó de la cama y me mandó a la mierda, estaba realmente ofendido, tuve que disculparme.

—¿Te disculpaste?

—No quería que se marchase.

—Joder, Carmen; ya habría vuelto.

—No lo sé. Me gusta, me lo paso bien, ¿y si no volvía? —Lo vi preocupado, ¿tan grave era que hubiera corrido tras él?—. ¿Qué?

—Es la primera vez que te humillas delante de alguien.

—No me humillé, quería que se quedase y jugué la carta adecuada: su orgullo.

—¿Tú crees?

—Es igual, el caso es que se le pasó el enfado y se quedó.

—¿Y lo estás disfrutando?

—Mucho, como una loca —Dudé si contárselo, pero tenía que saberlo—. Hoy ha dormido en casa, si llegas a venir a desayunar te lo encuentras.

—Pues a punto estuve pero se me hizo tarde. ¿Cómo se te ocurre meterlo en casa?

Candela

—Es un capricho, Mario, se me pasará, lo mismo que tú con Candela.

—No es lo mismo.

—¿Por qué? ¿Acaso no me ves reflejada en ella? Es el top de tu fantasía: tu mujer puta haciendo la calle, no me digas que no es por eso por lo que te tiene tan enganchado.

Nos quedamos en silencio frente a frente, con la mejilla hundida en la almohada digiriendo lo que le acababa de decir: Tú mujer puta haciendo la calle. Qué aberración y sin embargo, qué imagen más potente. Ninguno de los dos podíamos negarlo, la irrupción de Candela suponía un revulsivo en un momento especialmente crítico de nuestras vidas. Separados por la distancia y alejados por los silencios que se imponían sin saber muy bien por qué, Candela surgía como el símbolo inalcanzable de lo que yo representaba en la mente de Mario; al mismo tiempo su figura me enfrentaba a una alternativa en mi vida de puta que tal vez, solo tal vez, podía explorar para demostrarle que…

—Qué callada te has quedado.

—A veces me haces sentir celos de ella.

—Qué tontería.

—Un día de estos voy a Sevilla, me la presentas y hacemos la noche juntas ¿qué te parece?

—No lo dirás en serio.

—¿Por qué no? al fin y al cabo somos colegas.

—No te engañes, Candela lo hace por necesidad. —Salté de la cama.

—¿Es que vas a ser el último en enterarte de que yo también lo hago por necesidad?

—Cálmate, anda ven. —Lo rechacé. No quería calmarme porque la oleada de creciente desilusión no había hecho más que empezar.

—No sabes nada, Mario, qué pena. Sigues pensando que estoy haciendo esto… ¿por qué, por vicio, por aburrimiento? ¿de qué ha servido todo lo que llevamos hablado? No te enteras de nada. Tengo más apoyo en Tomás que en mi marido, tiene gracia.

—Lo siento, quería decir que Candela…

—Sé lo que querías decir, que Candela no ha encontrado otra salida que vender su cuerpo para subsistir y yo sin embargo lo tengo todo resuelto; estudios universitarios, familia, una profesión lucrativa. Piensas que podría buscar otra salida a mis… neuras y sin embargo he elegido la solución fácil, ponerme a trabajar de puta. Calla —le pedí antes de que iniciara una réplica que ni quería oír ni me interesaba—. Ese es el error de concepto que has venido ocultándome: me ves como una puta, pero sigues sin creerte que sea tan puta como tu Candela y ahora me temo que, como puta y puede que como mujer, la respetas a ella más que a mí.

—Eso no es verdad.

—No me escuchas. Esa… devoción que tienes por ella está en relación directa con la distancia que existe entre tu mujer y el modelo que tienes en la cabeza; y resulta que ella lo cumple mejor que yo.

—Por Dios, Carmen, qué estás diciendo.

—Lo que oyes, y si no me crees hagamos la prueba: preséntamela y déjanos solas, sabes que acabaremos cogiendo confianza y comprenderá mis motivos, como lo hicieron mis compañeras y aceptará hacer la calle conmigo.

—¿Hacer la calle? ¿tú? Venga ya, no hay huevos.

Estaba perdiendo los nervios, un poco más y saltaría con una de sus salidas de tono de las que luego, demasiado tarde, se arrepentiría. Hacía rato que nos habíamos sentado en la cama tomando distancia.

—Cuidado, Mario, la última vez que me retaste acabamos haciendo un trio con Doménico.

—De acuerdo, está bien, lo retiro.

—¿Tanto miedo me tienes?

—No es eso, es que no es necesario llegar tan lejos, Carmen, por favor.

—Quiero conocerla.

Lo vi debatirse; hundió los dedos en el cabello y lo arrastró hacia atrás, un gesto que lo delata cuando el agobio lo sobrepasa, tal vez estaba tensando la cuerda en exceso. Aflojé.

—¿Cómo es?

Me miró con los ojos muy abiertos y las cejas levantadas. A veces parece un crío.

—Es encantadora. Ya te he dicho cuánto se parece a ti. Fue lo que me atrajo de ella, además del entorno: eras tú ejerciendo en un pub. Bueno, eso ya te lo he contado.

—Sigue.

—Me sorprende que no se deje besar.

—Nosotras sí besamos.

—¿A quién te refieres?

—A… a las chicas de Tomás.

—Ibas a decir otra cosa.

—Es curioso, iba a decir las putas de Tomás, sabes que nunca me refiero de esa forma a nosotras, ha debido de ser porque ya una vez hablamos en esos términos.

—Cómo.

—¿No te acuerdas? Fue cuando me lo contaste, dijiste que era una puta como yo y te dije que yo no soy una puta de barra de bar.

—Fuiste tú la que me preguntaste si Candela era una puta.

—Es igual, ha sido un lapsus; continúa.

—Fue una experiencia reveladora, tanto en el pub como en el hotel me parecía estar viéndote; tantas veces te he imaginado con tus clientes y allí estaba con Candela, lo estaba viviendo en primera persona. Era ella y de algún modo eras tú, ¿me entiendes?

—Creo que sí. Me proyectaste en ella, supongo que follaste a Carmen la puta en el cuerpo de Candela; la cuestión es si te ha servido para reconciliarte conmigo.

—Nunca he estado en guerra contigo.

—No digo tanto, pero sí has estado en contradicción con tus sentimientos hacia mí; me quieres convertida en puta y al mismo tiempo me rechazas por haber dejado de ser solo tuya.

—Creo que estar con Candela, conocer su vida, convivir con ella y verla ejercer la prostitución me sirve para reconciliarme contigo, si es que ese es el término que identifica mi conflicto.

—¿La ves con frecuencia? —Levantó los hombros.

—He estado en su casa, me quedé a dormir una noche.

—¿Pagando?

—Claro.

—Dime una cosa: ¿te gusta?

—Me serena, me ofrece la compañía que necesito, me recuerda a ti, eso es todo.

—¿Te das cuenta de que le puedes hacer daño?

—Ambos sabemos lo que estamos haciendo.

—Asegúrate bien de que sea así.

—Por supuesto.

—Quiero conocerla, Mario, nada más.

—De acuerdo, lo iré preparando.

Volvimos a acostarnos y lo besé, disipamos la tensión amándonos, fundiendo nuestros cuerpos en uno, dejándonos llevar por la pasión.

…..

—¿Subes?

—Ahora, en cuanto termine. ¿Por qué no haces la cama antes de subir?

Mientras me secaba el pelo le echaba miradas perdidas, no tardó mucho en cambiar las sábanas y colocar la colcha y los almohadones. Debería haberla cambiado también pero lo dejé pasar. Lo vi salir cargado con las sábanas y las fundas de las almohadas. Al poco rato asomó la cabeza:

—¿Y esa mancha en el sofá? —Apagué el secador.

—Es… verás,

—¿Es lo que parece? —La sonrisa me delató.

—Es lo que parece.

—Un “aquí te pillo aquí te mato” en toda regla. —afirmó con estudiada contundencia.

—Según entró por la puerta me echó la bronca por no aparecer por el gimnasio y en compensación me hizo que se la mamara sentada ahí. Después me tumbó y…

—Y te folló bien follada, por lo que veo. —Me estaba gustando el tono que llevaba la conversación.

—Muy bien follada.

—Mal arreglo tiene, ¿no?

—No creas, lo limpiaré a fondo antes de que lo vea Rosa, lo peor fue el escándalo que montamos.

—¿Tanto fue?

Le dediqué un relato pensado para hacerle sonreír: ruidos, cristales rotos, lámparas caídas; parecía un seísmo pero no, era Guido que nos llevaba en volandas a mí y al sofá. Al terminar me abrazó y nos besamos como locos. Lo dejé ir y seguí con mi pelo.

Arriba me esperaba un Gin Tonic y unos platitos variados para picar. Mario se entretenía intentando recomponer el marco hecho pedazos. Me pegué a su espalda y le susurré:

—Daños colaterales.

—¿Y la colchoneta que acabo de descolgar?

—Más daños colaterales.

—Dime una cosa: ¿Queda algún lugar en la casa donde no follaseis?

Me eché a reír.

—Déjame pensar. Las habitaciones, el baño principal, la cocina… ah, bueno; tuve que echar a lavar los cojines de las sillas porque cenamos desnudos y, claro…

—Claro.

Me cogió por la cintura.

—Estás disfrutando, ¿verdad?

—Como una mona.

No pude decir más, me comió a besos.

Maca

—Yo también me siento muy solo y te echo de menos, mucho, no imaginas cuánto.

—¿Y por qué no me llamas?

—A veces tengo la sensación de que si lo hago te voy a transmitir mi desolación. ¿De qué sirve que hablemos si lo único que voy a conseguir es contagiarte mi estado de ánimo?

—No, Mario; siempre lo hemos compartido todo, alegrías y penas y juntos hemos salido adelante, no me hagas esto, no me excluyas.

—No pensé que este proyecto pudiera hacernos tanto daño, no sé en qué momento me ha cogido; no soy así, tú lo sabes.

—El caso es que no estamos tan solos; tengo a Tomás, Guido me distrae, tú tienes a Candela y a…

—Maca.

—¿Qué nos ocurre? Tomás está volcado tratando de recuperar a su hija pero hablamos con frecuencia y también tengo a mi hermana.

—Y yo hablo a menudo con Elvira.

—De eso nada, dice que apenas la llamas. ¿Qué nos pasa? ¿Por qué nos sentimos solos?

—Porque nos necesitamos, estoy harto de estar sin ti.

—No nos dejemos vencer, Santiago no va a poder con nosotros.

—Yo también tengo algo que contarte.

—¿Más sorpresas?

—Estoy viviendo la relación con Maca desde una perspectiva diferente. Fran, su marido, es un pusilánime, no sé si soy justo al definirlo así pero cuando lo conocí fue lo primero que pensé. Me los encontré en una terraza y me invitaron a sentarme con ellos. Maca es una andaluza potente.

—¿Potente? ¿qué quiere decir potente?

—Grandes pechos, muslos rotundos, caderas anchas. Sin embargo no se la puede definir como una mujer gruesa. Y sus rasgos son, qué te diría, salvajes.

—¿Desde cuando te gustan las modelos de Fellini?

—No llega a tanto pero es cierto, Macarena rompe el molde de mujer al que siempre he sido adicto.

—Desde luego este viaje te está transformando.

—El caso es que me senté con ellos e inmediatamente me di cuenta del papel de cada uno. Maca me comía con los ojos, yo tenía delante su escote medio abierto con esos pechos inmensos que jamás pensé que podrían excitarme tanto.

—¿Cómo de inmensos?

—Como para que no me quepan en las manos, como para que entierre la cara en ellos y haya pecho en abundancia cubriéndome de más.

—Sí que estás cambiando.

—¿Fran estaba de sobra? Pues no, asistía al duelo que manteníamos su mujer y yo tratando de hilvanar una conversación a la que apenas prestábamos atención y a la que solo por educación le dedicaba alguna frase hecha. Como ella, que respondía alguna cosa dirigida más a mí que a su esposo. No creas que a él le molestaba, más bien al contrario, trataba de hilar frases con tal de que no se rompiera el hechizo. Incluso nos dejó a solas. Entró a pedir una raciones me la dejó para mí. Como ves, ya era un candidato a cornudo.

—Y su mujer estaba dispuesta a complacerlo.

—Más que dispuesta. A su regreso seguimos devorándonos con la mirada de una forma descarada, y cuando Fran consideró que era hora de retirarse, ella se rebeló, dijo que quería seguir disfrutando de la noche. Fran debe de estar acostumbrado a plegarse a sus caprichos porque no protestó y asumió que se iba a ir solo. «No vuelvas muy tarde», le dijo y Maca nos sorprendió anunciando que tal vez se quedaría a dormir en el chalet.

—Contigo.

—Eso es. Fran no se inmutó en apariencia, y solo le dijo que en ese caso le avisase. Se despidió y cuando había dado dos o tres pasos nos comimos la boca. Si yo hubiera sido él no habría resistido la tentación de darme la vuelta con la excusa de volver a despedirme y mirar, pero no sé si lo hizo, estaba demasiado ocupado.

Le escuchaba y me sentía orgullosa, no puedo describir de otra forma la emoción que fue apoderándose de mí a medida que escuchaba el giro que le había dado a su relación con Maca en la que interpretaba el rol que hasta ahora solo había conocido en Doménico. Estaba orgullosa de él y tuve que hacer un esfuerzo para no interrumpirle y mostrar lo feliz que me hacía; había abandonado ese papel pasivo que tiene sentido en determinados momentos y me mostraba al varón seguro de sí mismo que tanto echaba en falta. Era él, ¿dónde había estado? Así lo quería, a mi lado o en Sevilla, sin complejos, codo con codo conmigo. No tuve que decirle nada, vio mi aprobación, nos conocemos tan a fondo que se contagió de mi sonrisa y nos besamos, me abrazó y lo que vino a continuación fue un exceso de amor y sexo.

—¿Qué tal se ve desde la otra perspectiva?

—Se entiende todo mucho mejor, lo cual no quiere decir que haya que ser débil con el cornudo, no sería bueno para él.

—¿Y ella?

—Feliz, disfrutando más de lo que suponía.

—¿Lo has hablado con Elvira?

—No me dio tiempo, al día siguiente me llamó por la noche y me lo soltó a bocajarro.

…..

—Cuéntame, qué tal con Maca.

—¿Lo sabes, verdad?

—Somos amigas, no pensarás que me lo iba a ocultar.

—Yo tampoco, no me has dado opción.

—Ya lo sé, quería ver cómo reaccionabas.

—Entonces, si habéis hablado, ya estarás al tanto de todo.

—De eso nada, no te vas a escapar sin contármelo.

—Fran tiene todo el perfil del marido consentidor.

—¿Lo sabes por propia experiencia?

—Es curioso, jamás he pensado en mí mismo bajo ese concepto. Carmen me ha llamado cornudo, pero consentidor, no recuerdo, no.

—¿Y como sienta que tu mujer te llame… No, déjalo, no nos desviemos, sigue con lo de Fran.

—Me los encontré en una terraza y nada más conocerlo lo intuí, me senté con ellos y su conducta, mientras Maca y yo nos comíamos con los ojos fue evidente, tanto que al final se marchó y nos dejó allí. ¿sabes lo que hizo Maca?

—Lo sé pero quiero que me lo cuentes.

—Le dijo que lo más probable es que se quedase a dormir en el chalet. ¿Sabías que tu amiga es tan zorra?

—Cuando me lo contó me quedé tan sorprendida como tú y es lo que le dije: ¿cómo puedes ser tan zorra?

—Al llegar al chalet íbamos tan encendidos que me la follé en la misma puerta, le levanté la falda, hice que se quitara las bragas y me la follé, estábamos desatados, no nos importó nada, ni que nos pudieran ver, ni que nos pudieran oír. Nada, Elvi, nada, me la follé como si fuéramos dos animales.

—¿Sabes que me estás poniendo a cien?

—Pues ya sabes lo que tienes que hacer.

—¿Qué te crees que llevo haciendo desde que has empezado?

—A la mañana siguiente llegó Fran molesto porque no le habíamos avisado, además se encontró las bragas tiradas en la calle. Te puedes imaginar: le recibimos prácticamente desnudos, yo me había levantado de la cama al escucharlos discutir.

—Ya me dijo que lo tuvisteis esperando mientras os volvíais al dormitorio a seguir follando, ¿pero tú de dónde sales?

—Fran está disfrutando tanto como ella, no te preocupes por él.

—No es él quien me preocupa, ¿qué va a pasar con Maca cuando te vayas, lo has pensado?

—No soy un cerdo, también me preocupa. Por ahora déjala que disfrute, de momento está dándole vueltas a la cabeza a una cosa.

—Me lo ha dicho, me ha pedido consejo, no sé qué le has hecho pero quiere que le abras el culo. Joder, Mario, no conocía esta faceta tan brutal tuya.

—¿Estás celosa?

—No, sorprendida. Me vas a obligar a volver a Sevilla para probar estas cosas.

—No estaría mal, podías venir a recoger las motos, te echo de menos.

—Si se entera Santiago…

—Que se entere, él ya no manda en tu vida.

…..

No quería sentir lo que sentía; un ahogo, un vértigo sin sentido. Andrés una vez lo llamó el mordisco de los celos.

No.

—A ver si vamos a coincidir las dos.

—¿Te importaría?

Dudé un segundo, y lo captó, y me fastidió, y lo captó.

—No tiene por qué, pero preferiría estar sola contigo cuando vaya, me parece normal ¿no crees? Lo otro sería algo así como montar una especie de harén: tus mujeres y tú. Macarena… Elvira… Carmen… incluso Candela.

—¿Te estás enfadando?

—¿Yo? ¿por qué habría de enfadarme?

—Es absurdo, no va a pasar nada de eso, si acaso coincidís Elvi y tú, el chalet es lo suficientemente grande como para que podamos convivir sin problemas.

—Y habrá camas para todos, supongo,  o la cama de matrimonio es amplia para que quepamos los tres, ¿ya lo tienes pensado?

—Con Elvi no cuentes, y Maca seguro que te gusta.

—Vete a la mierda —le dije dándole un puñetazo en el hombro, se protegió y yo seguí golpeándole flojito—. Cabrón, ¿es eso lo que quieres, montar un harén?

Seguí dándole manotazos, apartándole los brazos para destaparle la cara; él se resistía. —Déjame, gritaba. Al final, tirada encima de él logré reducirlo. Cansados, lanzándonos el aliento a la cara, nos besamos con furia. Dios, cómo lo deseaba.

Viernes negro

Estaba previsto, contaba con ello pero el viernes se torció, ninguno de los dos lo pretendimos pero se torció. No hubo nada que hiciera presagiarlo. Nos despertamos felices, tan felices para enredarnos y volver a follar como locos. Porque no fue hacer el amor lo que pasó entre la cama y el baño, no fue hacer el amor, no. No sé cómo acabé colgando con las manos en el suelo y la grupa en el colchón recibiendo el ataque por la retaguardia de un salvaje que no atendía razones. Sin darme tregua me arrastró a la ducha; me había roto el culo y allí, tras una tremenda mamada que le devolvió el tono, me montó vuelta hacia los grifos, bajo los chorros de agua, con la furia desatada. Dando tumbos por la cabina rompimos la mampara; podíamos haber salido heridos pero eso lo pensamos después porque en ese momento, cuando la puerta se salió de los railes y colapsó contra el lavabo haciendo un enorme estruendo, yo solo pensaba cómo sujetarme para no perder lo que se alojaba dentro de mí. Fóllame, fóllame no pares.

Después, recogido el desastre, volvimos a la realidad; quedaban pocas horas para que se marchara y entonces sucedió. En contra de mi voluntad, faltando a toda lógica, sucedió. Me maldije por no esconder lo que me arrasaba por dentro. Y lo notó.

Fingimos que todo era normal y pasamos el tiempo que nos quedaba deseando que pasara el tiempo, justo lo contrario de lo que hubiera sido normal. Actuando, fingiendo, haciendo que no nos dábamos cuenta. ¿Por qué, por qué?

Se fue con Elvira y me acusé de hipócrita, de falsa, ¿esa era yo?

Recapacité a tiempo y me puse a hacer cosas para dejar de pensar, mi propósito de enmienda incluía hablar con él en cuanto volviera.

Pasé la tarde en la calle; unos juegos de cama, una colcha, el vestido que vi la semana pasada, un café, un vistazo a los muebles de jardín que había que renovar, un paseo por Plaza Mayor, una caña.

Tomás, si estuvieras aquí…

…..

—Siento lo que pasó ayer, le he estado dando vueltas y no entiendo cómo pude dejarme llevar por algo que en realidad no sentía. —No me dejó seguir, estaba tan afectado como yo.

—Yo tampoco supe qué hacer; me di cuenta de lo mal que lo estabas pasando y estuve a punto de quedarme pero pensé que si lo hacía lo íbamos a lamentar, echaríamos a perder el resto del fin de semana y probablemente te lo recriminarías. ¿Cómo quedaría tu imagen ante Elvira? ¿Y qué pasaría la próxima vez que tuvieras que salir a trabajar, qué haríamos? No, pensé que lo mejor para los dos era que siguiera adelante.

—Hiciste bien. Después de unos minutos de flagelación, ya me conoces, lo estuve analizando. Me puse en tu lugar; creo que ahora te entiendo mejor cuando me marcho a trabajar. Espero no haberos estropeado la velada.

—No te preocupes, contaba con que habrías reaccionado. Eres una gran profesional y una gran mujer.

Lo abracé, cómo puedo quererlo tanto.

—Es curioso, esto nunca me ha pasado con Graciela, supongo que han tenido que ver tantos días de ausencia.

No dije todo lo que pensaba: que la figura de Elvira me imponía más que Graciela.

—Probaremos; la próxima vez que me vaya a pasar una noche con Elvi lo vemos, ¿eh?

—Y tú haz lo mismo cuando me vaya a trabajar.

—Mejor lo valoro cuando te vayas con Doménico, si es que se digna a aparecer.

¿Por qué hace estas cosas? Herirme como si me asestase una cuchillada.

—Déjalo.

—¿Qué pasa, ya lo has metido en el mismo baúl que a Carlos?

No estallé y me extrañó; por el contrario reaccioné con una calma insensible.

—Mario, por favor, no es el momento.

—¿Y cuándo va a ser el momento?

—Te vas mañana, no lo estropeemos. Además, tengo otras cosas mucho más importantes que resolver para andar preocupándome de alguien que ha decidido salir de mi vida, ¿no lo entiendes?

La tristeza que vi en su rostro debía de ser reflejo de la que afloró en el mío, supongo. No quería seguir por ahí pero había que dejar claro de una vez por todas cuál era mi camino.

—Tú y yo, Mario, tú y yo; te lo he dicho muchas veces. Carlos quiso algo de mí que no estaba dispuesta a darle: amor en exclusiva, y no me atreví a explicarle las razones que lo impedían, entonces me repudió. Qué fácil es pasar del amor al odio. Y en cuanto a Doménico… sabe cuánto lo he necesitado en estos días, a pesar de todo ha decidido ignorarme. Creo adivinar por qué. Cuando estoy con él soy suya, su donna, su puttana, aunque también sabe que sin ti, no me tiene. Puede que le haya resultado insuficiente y por eso ha preferido olvidarme. Tú y yo, Mario. No sé tú pero esas son mis condiciones.

Pensé que no iba a reaccionar y cuando estaba a punto de darme la vuelta comenzó a hablar:

—Y las mías, sin ninguna duda. Tú y yo ante todo y por delante de todos. He sido un egoísta y te he hecho mucho daño. He cometido errores que han puesto en peligro nuestra relación y nos han transformado, pero lo que somos ahora es nuestro futuro y tenemos que defenderlo juntos.

Se acercó y me cogió las manos.

—Carmen, quiero ayudarte a superar lo que estás buscando.

Pasamos el resto del fin de semana envueltos en una serenidad salpicada de confidencias y erotismo. Mario llamó a mis padres con la excusa de su regreso a Madrid; no entraron en el escabroso asunto del reportaje pero esa conversación sirvió para suavizar la tensión porque les trasladaba un clima de felicidad, el de una pareja reencontrada, Mario no sabe fingir y su alegría sincera llegaba nítida a través del teléfono. Arregló una barbacoa en la sierra para su regreso definitivo y convenció a mi madre con ese encanto que derrocha con ella. Me dejó el terreno preparado para ir juntas a comprarle algo de ropa para la inauguración del simposium. «Por favor, Amelia, tú tienes más gusto para esas cosas». Supongo que la dejó con la garganta tan atenazada como a mí.

—Qué noche más preciosa.

Miré al firmamento. Ni una nube. La luna al fondo, la Osa Mayor a un lado. Aparté a Guido de un sorbo.

—La próxima vez que suba a ver las estrellas te imaginaré tumbado en el jardín del chalet mirando el mismo cielo.

Hay silencios que hablan. Mario seguía con la mirada clavada en el cielo sin pronunciar palabra. ¿Nada? En plena oscuridad podía palpar la crispación que endurecía su rostro.

—¿Qué pasa?

—Pues que…

—Qué.

—Que te lo tenía que haber dicho antes; ahora pensarás…

—Venga, di lo que sea.

—Es una bobada, no sé por qué no te lo he contado antes.

—Joder, Mario, dilo ya.

—Me encontré con Elena, no sé por qué no te lo he contado —insistió—, es una auténtica gilipollez. Coincidimos en un bar. Yo iba con unos compañeros de la junta; la saludé y estuvo muy arisca, al final hablamos, nos separamos de los demás y salimos de allí, había demasiado ruido. Nos sentamos en una terraza y charlamos. Quedamos en vernos y nos llamamos un par de días después. Tomamos algo, eso es todo.

Incómodo, evasivo, nervioso….

—Pues muy bien.

—Lo siento.

—No pasa nada.

—¿No quieres saber…?

—No quiero saber nada, déjalo ya.

—Si piensas que…

—Déjalo, Mario, por favor, no le des más importancia, me lo has contado, ya está.

Seguimos mirando las estrellas en silencio; él con mala conciencia por no haberlo contado antes; yo pensando si su intento de hacerme hablar de Carlos no tendría relación.

….

—¿Te has acostado con ella?

Estábamos en la cama, no iba a permitir que un malentendido diera al traste con un fin de semana fantástico. Nos habíamos acostado sin apenas volver a hablar. No, no lo iba a consentir. Me volví hacia él y le interpelé poniéndome casi encima suyo.

—¡No! te lo hubiera dicho.

—Entonces ¿por qué estás tan tenso? ¿Qué pasa? Te lo has tenido callado, muy bien, ya me lo has dicho, ¿qué pasa para que estés tan nervioso?

—Es que lo he echado a perder; era todo perfecto y por una estupidez…

—¿Es solo eso? No te mortifiques, cielo, ya está. —Lo besé, no quería que acabásemos así, subí la pierna sobre la suya y me monté encima—Olvídalo, ¿podrás hacerlo?

Me froté sobre su verga que comenzó a despertar, inicié un baile sobre su cuerpo y respondió abrazándose a mi espalda y a mi culo. Sí, podíamos olvidarlo, aunque fuera por unas horas.

La despedida

Llegó el domingo, había sido un fin de semana fantástico, incluso terapéutico, habíamos hablado todo lo que teníamos pendiente, atrás quedaban los motivos que provocaban los silencios que tanto daño nos provocaban y hacían que la distancia se volviera insoportable, ¿habríamos espantado la soledad? Mario se preparaba para salir, por delante tenía cinco horas de viaje, le había quitado de la cabeza la idea de viajar de noche, eran las dos de la tarde, habíamos comido algo ligero, después no nos resistimos a hacer el amor una vez más, nos acabábamos de duchar y le observaba mientras terminaba de guardar las últimas cosas en el maletín.

—¿No te piensas vestir o es que esperas a alguien?

Seguía desnuda, ¿qué mejor forma de despedirlo? Tenía a mano el albornoz para acompañarlo a la puerta; sonreí por su recién nacida fantasía.

—Ya te gustaría.

Detuvo lo que estaba haciendo y me miró a los ojos con esa mirada que conozco, esa que anuncia problemas.

—No empieces.

—¿Yo? Si no he dicho nada. —respondió con su voz más gamberra.

Y se acercó, y me cogió por los hombros, y clavó sus intensos ojos en los míos como dardos certeros. Y lo besé, cómo me gusta besarlo.

—No voy a llamarlo, pensaría que estoy desesperada.

Nos había acompañado en la cama. Meciéndome sobre él me hizo contarle que a pesar de tenerla tan pequeña me elevaba a los cielos cogida en brazos follándome el punto J.

—Acláraselo; tu marido se ha vuelto a marchar, estás sola y piensas en él.

—No sé quién tiene más ganas, tú o yo.

—Tú, es evidente —dijo mirando mis pezones que habían tomado posición de combate. Lo pensé; la alternativa era llamar a Esther y marcharnos al cine, aunque después de rechazar la oferta de Mario pasaría la tarde inquieta y no sería la mejor compañía; ¿Y si llamaba a…? No, todos nuestros amigos tendrían resuelta la tarde del domingo.

Miré hacia la mesa, Mario siguió mi destino y ahí estaba mi móvil.

—Te apetece, y a mí también; me gusta que seas feliz, ya lo sabes. Pensaré en ti todo el camino.

Lo besé hasta saltárseme las lágrimas y no lo pensé más. Mario siguió guardando cosas con estudiada parsimonia.

—Hola.

—Nena, qué puedo hacer por vos?

—Eso depende de ti. Me he vuelto a quedar sola.

—Mirá vos. Se fue el cornudo.

—Otra vez.

—Seguro que estás triste.

—Muy triste.

—Y seguro muy caliente. Y me llamas para que te consuele.

—Por favor.

—Así no. No me contestaste. Hacelo bien.

Mario no perdía detalle. Fingía estar atareado pero en realidad estaba a la conversación, le toqué el hombro y se volvió hacia mí.

—Estoy muy caliente y quiero que me consueles. —dije con mi voz más mimosa, y Mario sonrió.

—Extrañas el punto J, ¿no?

—Guido, por favor.

—No te estás portando bien, se ve que mucho no me necesitas.

—No seas así, por favor.

—Contestá lo que te pregunto. Y poné esa voz de putita que me calienta.

—Extraño el punto J, malo.

—Eso está mejor.

—Te espero.

—Voy para allá, prepará algo para comer que tu comida la llevo yo.

—¿Lo he hecho bien?

Me abrazó y nos enzarzamos en una batalla que hubiera seguido en la cama si no se hubiera tenido que marchar. Diez minutos después le ayudé a recomponerse la ropa, cerró el maletín y nos dispusimos a despedirnos; ya con el albornoz puesto lo acompañé a la puerta.

—Ten cuidado, a ver si te vas a distraer pensando en lo que no debes.

En ese instante sonó el timbre. Lo descartamos, no era posible que le hubiera dado tiempo a llegar.

—Hola, hola —parecía tan incómodo como nosotros —, ¿llego en mal momento?

Mario reaccionó rápido.

—No, en absoluto, yo ya me iba. —Me dio un beso e hizo ademán de salir, Guido se apartó lo suficiente para dejarle pasar, no se le escapó el detalle de mi albornoz. Según salió Mario, ocupó su lugar a mi lado y como en una escena perfectamente ensayada, se abrió la puerta de enfrente y aparecieron nuestros vecinos; Marife, José Luís y la niña. La escena era surrealista: Yo, en la puerta de casa, descalza, con un escueto albornoz de baño que llegaba a medio muslo al lado de un gigante de cabeza rapada que me sujetaba por los hombros despidiendo a mi marido. Nos miraron entre la censura y el escándalo sin decir ni una palabra; José Luis se demoró en cerrar con llave mientras todos esperábamos a que llegara el ascensor, era una escena tan violenta que el tiempo parecía no correr, al fin llegó y Mario no lo dudó, abrió la puerta, les cedió el paso y antes de entrar se volvió hacia nosotros:

—Bueno, pasadlo bien.

—Cuenta con ello —respondió Guido.

Le deseé buen viaje y desapareció, aún esperamos a verlo descender antes de cerrar la puerta.

—¿Cómo has tardado tan poco?

—Llevó todo el  puto día en el gimnasio trasladando la sala de cardio… ¿no dijiste que estabas sola?

—No pensaba que llegarías tan pronto.

Deshizo el nudo del cinturón y me quitó el albornoz.

—¿Lo sabía?

—No tenemos secretos.

—¿Estabas preparada para recibirme o es que…?

—Nos habíamos duchado.

Iba a besarme y se apartó.

—Estarás bien limpia, no quiero encontrarme nada que no sea mío.

—No seas bestia. ¿Has comido?

—Comé tú primero, nena.

Le eché los brazos al cuello y lo besé, no quería perder más tiempo.