Diario de un Consentidor La tela de araña

Con otra mirada

Capítulo 154  La tela de araña

La caja de Pandora

Debería haberme preocupado al no tener noticias de Sara, pero estaba demasiado pendiente de otras cosas; en realidad no había vuelto a pensar en las fotos hasta que un día caí en la cuenta y me pregunté cómo lo dejé pasar. Hice memoria y no conseguí recordar nada que me hubiera impedido coger el teléfono y llamarla. Veinte años después puedo hablar sobre lo que pasó para que entre mis prioridades no figurara llamar a Sara y preocuparme por un carrete repleto de fotos intimas.

Dicen que el cambio climático está provocando el deshielo del permafrost y soltará a la atmósfera ingentes cantidades de dióxido de carbono atrapado durante eones y despertará virus congelados hace milenios para los que no estamos preparados. Escribir un relato que remueve recuerdos enterrados durante décadas es algo similar: saca a la luz sucesos olvidados que nunca compartimos, hechos que quedaron por hablar y al volver a la vida recobran toda su fuerza como si el tiempo no hubiera pasado. Y tal vez, solo tal vez, son capaces de provocar efectos impredecibles.

Abrir la caja de Pandora siempre trae consecuencias.

El deseo

Pero me estoy desviando.

La llamé sin resultado, esperé a mediodía y lo volví a intentar. «Por fin», escuché al otro lado. «Eso digo yo», respondí. Nos enredamos en un tira y afloja sin sentido. Sara no tenía por qué mentir, habría alguna explicación para que no hubiese quedado registrada la llamada que, según ella, había hecho una semana antes, lo importante es que tenía las fotos; intenté quedar pronto pero no podía verme hasta las ocho. Llegué con antelación y me aposté frente a su casa; no tardó en aparecer, crucé y caminé hasta alcanzarla.

—¿Qué tal?

—Yo bien, tú eres la que andas desaparecida.

—¿Vamos a empezar otra vez?

Abrió el portal y nada más entrar, aprovechando la penumbra, me besó. No lo esperaba, ¿por qué si teníamos la experiencia de una intensa noche de sexo y confidencia? Lo tomó a mal y se apartó.

—Perdona, no sabes los días que he pasado.

—No importa, es igual.

La retuve del brazo y esta vez fui yo quien la buscó, tuve que vencer una leve resistencia y enseguida nos abrazábamos a los pies de la escalera. Besos furtivos y caricias interrumpidas por el retumbar de una puerta. Subimos en silencio compartiendo el deseo en la mirada. Nos recibió el gato y como si oliera mi tensión se escabulló por el pasillo.

—No hacéis buenas migas.

—Tiene celos, sabe que me gusta su dueña.

—¿Ah, sí? —susurró—, ¿te gusta su dueña?

Me había echado los brazos al cuello; dejé caer el bolso, le planté una mano en la cintura y la otra en el culo y apreté para dejarla bien pegada. Nos besamos con hambre atrasada, su lengua vino a mi encuentro, no me costó llegar al borde de la minifalda y hacerme con su carne desnuda.

—Espera, espera, tenemos toda la noche.

Me llevó de la mano al salón, se sentía halagada por mi deseo. ¿Una copa? Sí, lo que ella quisiera. Mientras las preparaba me preguntó por la causa de mi silencio; me escabullí como pude, no podía contarle ese malestar difuso que me perseguía como un fantasma.

—Es que vino Mario de Sevilla y estuvimos liados…

—Ya imagino, después de tanto tiempo habréis necesitado poneros al día.

Tejimos una conversación ligera; su trabajo, mi trabajo… me estaba haciendo sufrir, las dos sabíamos el porqué de mi visita. Sentadas tan cerca que podríamos tocarnos, jugaba con mi ansiedad y mi deseo.

—¿Quieres verlas?

—¿Tú qué crees? —Soltó una risa deliciosa.

—Hay de todo, se nota que el fotógrafo es un aficionado, he podido salvar algunas, las demás no sirven, pero las que se salvan… —Entornó los ojos.

—¿Me las vas a enseñar de una puta vez? —Rompió a reír con todo su cuerpo, echó la cabeza hacia atrás, entrecerró los ojos, parecía envuelta en un instante de pura felicidad.

—Me gusta hacerte sufrir.

—Sabes que te lo voy a hacer pagar más tarde. —Sara fingió un delicioso puchero.

—No, por favor…

Salió por el pasillo, no tardó nada en regresar con dos carpetillas apaisadas y se acomodó en el brazo del sillón a mi lado, la miré sorprendida y me besó antes de que pudiera decir nada, luego sacó de una de ellas un mazo de fotos y las ojeó.

—Las he ordenado por calidad, estas no valen nada, luego las ves.

Las dejó sobre la mesa y lo que vi me devolvió a aquella noche, las separé con los dedos para darles un vistazo pero insistió en que no merecía la pena, parecía más ansiosa que yo por mostrarme las buenas. Me dio un pequeño grupo, cinco o seis, algo que repetiría con el resto.

Los recuerdos transforman la realidad, la adaptan a conveniencia de modo que llegamos a creer que lo que fue, fue como lo recordamos y las personas que una vez conocimos eran como las vemos en nuestros recuerdos. Nada fue como nuestra memoria nos dice; pero es lo único que nos queda hasta que una imagen atrapada en papel nos refresca el recuerdo que, poco a poco y sin que nos hayamos dado cuenta, se ha ido apartando de la realidad que fue y no volverá.

Es lo que me sucedió al contemplar la foto que, sin el menor descuido, había situado en primer lugar: un contrapicado en el que Talita me ofrece su sexo erguido y yo, arrobada, parezco arrastrarme por la camilla a punto de rozarlo con la boca. Solo se me ve un hombro y el rostro implorante. De ella, la hermosa andrógina, la cámara recoge la arrogancia de un cuerpo ambiguo: un sexo de varón en un cuerpo que se eleva hacia formas de mujer, unos pechos jóvenes, casi de niña coronados por crestas oscuras y puntiagudas, y en el límite superior de la foto una sonrisa plena; nada más.

—Recuerdo su mirada y lo que sucedió; mi confusión tras descubrir que no fue un arnés lo que usó para poseerme por detrás, aquella niña se había corrido en mis entrañas y mientras trataba de entenderlo ella entró en mi campo de visión y la descubrí así, como aparece en la foto, frente a mí y yo anonadada, cerca, muy cerca, tanto que no alcanzaba a ver su rostro, tan cerca que pude ver su pubis, un pubis de varón en unas caderas de mujer adolescente, unos muslos de mujer joven, un vientre de muchacha, unos pechos de niña púber y un pene grueso y unos testículos pequeños. Estaba abrumada, me incorporé sobre los antebrazos, vi un rostro expectante de… mujer o de joven adolescente, de chica o de muchacho, según lo mirara o según la mirase. Tendrías que pasar por ello: la percepción cambia en un abrir y cerrar de ojos de acuerdo a lo que esperas ver.

Sara escuchaba emocionada, estaba tan cerca que dejé caer la cabeza en su costado y proseguí con el recuerdo que la foto había avivado.

—Talita sonreía por mi desconcierto, yo volví a mirar aquella verga rematada en un bello glande bien formado que comenzaba a recuperarse, una verga en un precioso cuerpo de mujer adolescente. Se arrimó para tentarme, yo acerqué los dedos y la rocé, brincó y retiré la mano asustada; pero solo un fue reflejo, enseguida la recorrí entera y busqué la bolsa prieta que se escondía debajo, la acaricié y ella se acercó más para insinuarse a mi boca. Esta es la foto.

La escuché tragar saliva; pasé a la siguiente: No parezco yo, deslavazada sobre una enorme cama desecha, una sensual Claudia derrama crema sobre mi cuerpo, sonrío lasciva, me dejo hacer; Talita se ha manchado las manos en mi pecho y va dejando un rastro informe por mi vientre.

—¿Quién es?

—Claudia, la dueña de la casa y en esos momentos mi dueña. ¿Suena mal? No creas, tendrías que haber estado allí para entenderlo. Marihuana, coca… quién sabe lo que había en la pipa que fumamos más tarde, ¿o fue antes?

—La he visto.

Busca entre las fotos que tiene en las manos como si fuese una baraja y me muestra una en la que estamos tumbadas en la cama, abrazadas y fumando de la pipa. Una especie de vacío agudo se dispara en mi organismo; es deseo, es necesidad. La mirada turbia delata el estado en el que nos encontrábamos, la sonrisa perdida nos muestra como dos mujeres sucias, una de sus mamas descansa sobre mi pecho. Me excito. En la foto estoy llena de manchurrones de cacao y fresa; el cuerpo maduro de Claudia me provoca, no es lo mismo verla en foto, resaltan sus curvas, sus grandes pechos. Me asaltan flashes cortos y rápidos de aquella noche: su vulva en mi boca, el olor de sus axilas, sus dedos dentro de mí, el sabor caliente de la pipa, su aliento. Me excito.

—¿Has vuelto a…?

—A qué: ¿a estar con ella o a fumar? No, pero volveré.

Daría lo que fuera por pillar algo, pero no se lo digo.

—Me gusta, tiene algo que me atrae.

—Y eso que no la has visto serena, es… magnética.

—Quién es, ¿su marido? —Enarbola otra foto, la cojo. Ángel me monta ante la atenta mirada de Talita, yo cierro los ojos y le abrazo con los muslos para ofrecerme bien. No me había dado cuenta de que tiene el culo fláccido. ¿Cómo me puede excitar tanto un cuerpo en decadencia como el de Ángel? Me remuevo en el asiento.

—No sabía que hubiera fotos de esto. Es Ángel Luis, su marido, ahora es mi jefe en el gabinete. Ah, por cierto: es la persona que me violó. ¿te lo puedes creer? Mi violador es ahora mi amante y mi jefe.

Es una buena foto, imagino a Claudia tomándola sin que le temblase el pulso; así es ella. Sara ha enmudecido, parece desconcertada.

—¿Cómo puedes…?

—Haciendo bien mi trabajo. El mismo día que me violó lo afronté y le hice ver lo que había hecho. Después… es cuestión de entender lo que viví y cómo lo viví. Nunca estuve segura de que aquello fuera una violación. Ángel es una buena persona que estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado. Nos hemos reconciliado.

—Si tú lo dices…

—No lo entiendes. Entregarme al marido de mi… de Claudia, cuando a ella le apetece, es una experiencia tan potente que no puedo sustraerme a lo que me provoca. No puedo ni quiero.

«La mirada de Claudia mientras Ángel me la mete es más fuerte que la droga que ya llevo dentro cuando sucede. Ella lo sabe, yo lo sé». Me falta un punto de decisión para soltar la frase que tengo en la boca; Sara me mira, sabe que estoy callando algo.

—Yo no podría, quiero decir que no podría tenerlo de espectador.

—Ángel no interfiere en las relaciones lesbianas de Claudia, lo mío es otra cosa. ¿En qué piensas?

—No lo sé; todo esto, las fotos y todo lo que cuentas… es demasiada información. No te reconozco.

Me enseña otra foto en la que, de rodillas, me trago la polla de Talita, ella me acaricia el cabello y yo la miro con autentica devoción, es una imagen bella, refleja cómo suelo ponerme, apoyando una sola rodilla en el suelo y la planta del otro pie. Estoy y no estoy de rodillas. Sara la observa conmigo. «Qué patas tienes, tía, eres todo piernas», exclama con un puntito de envidia. Tengo las bragas empapadas.

—¿Es tan bueno como parece?

—Es lo mejor de los dos mundos, no he encontrado mejor descripción cada vez que me lo han preguntado, la armonía y la sensibilidad de una mujer junto al vigor de un hombre.

—Me vas a hacer dudar.

—Nunca has tenido la oportunidad, ¿verdad?

—¿De hacerlo con un hombre? no, jamás.

—Esto es otra cosa.

—Lo mejor de los dos mundos. ¿Sabes que desde que las revelé no he podido dejar de mirarlas? —Ahí está, lo sabía.

—Imagino que has hecho copia para ti.

—Iba a decírtelo, solo de algunas.

—Asumí el riesgo cuando te di el carrete.

No he podido ocultar mi decepción y reacciona como lo hubiera hecho yo, con orgullo: recorre el mismo camino de antes y vuelve con un sobre blanco.

—Toma.

Me urge a que lo coja. En su interior cinco fotos que aún no había visto; Tan solo en una aparezco besando a Talita contra la pared y empuñando la verga, el cabello me oculta el rostro; nadie podría reconocerme. En las demás está con Claudia. Lo pienso detenidamente, me disculpo y se las devuelvo.

—Te lo iba a decir. Quédatelas.

—Por favor. —le insisto y por fin recoge el sobre. La tomo de la mano para que vuelva a sentarse a mi lado en el brazo del sillón.

—¿Por qué esas y no otras?

—Me gusta Claudia, no sabría darte una razón, es tan diferente a cualquier otra mujer con la que haya estado que estoy sorprendida; la otra foto es especial, el gesto con el que le sujetas la polla y la besas tiene fuerza. Cógela si no quieres que…

—No, está bien. ¿Y Talita?

—Es diferente, nunca se me ha pasado por la cabeza algo así. Aunque desde que tengo las fotos no he dejado de mirarla. Y con lo que me has contado me has dejado perpleja.

—Yo tampoco me lo había planteado nunca, supongo que si Claudia me hubiera advertido antes de empezar me habría provocado rechazo.

El deseo de Sara

—Quiero conocerla.

—¿A Talita?

—A Claudia, supongo que conocer a Talita sería una consecuencia.

—Aléjate, es lo mejor.

—¿Y tú?

—Yo estoy atrapada.

—No creo que sea para tanto. Vamos Carmen, solo quiero conocerla.

—Claudia es atractiva, tiene algo seductor, no sé lo que es, que te envuelve como el hilo de la araña, cuando ya te tiene aparece él, estás rendida y cedes, cedes a lo que ella quiera.

—¿Y por qué lo consientes?

Respiré hondo.

—Llegó cuando estaba en mi peor momento y me ayudó a superar el dolor y la soledad. No estoy segura de que lo hiciera de la mejor manera pero evitó que me estrellara, a cambio comencé a fumar, me inició en el consumo de drogas que siempre había combatido y tuve prácticas sexuales que ni siquiera había imaginado. Su marido me violó, o no. Lo perdoné y lo acepté como amante. Y también está Talita, por supuesto, la mujer más extraordinaria que esperaba conocer.

—Lo mejor de los dos mundos, has dicho.

—Lo mejor de los dos mundos. No sabes cómo deseo estar con ella.

—Y yo.

—No te merece la pena, créeme,

—¿Y si es tan malo, por qué sigues?

—Claudia ha tejido una red en la que estoy atrapada. Ángel ahora es socio del gabinete y mi jefe directo. Además, que quieres que te diga, ella me da buen sexo, me trata duro pero me trata bien y no hablo solo de la cama.

—¿Estás enganchada?

—A ella, tal vez; a las drogas, no. Fumo de vez en cuando, utilizo la coca para mantenerme despejada si lo necesito y poco más. Antes, cuando he visto la pipa, hubiera dado cualquier cosa por tener un cigarrillo de maría. No me mires así, es lo mismo que sientes cuando te quedas sin tabaco o deseas a la chica que no está.

—¿Seguro?

—Seguro, por eso te lo estoy contando.

Cogió una de las fotos y después de mirarla atentamente me la mostró.

—¿Y él?

—Ángel es nuestro juguete, no sé si me entiendes.

— Prueba a explicármelo; te viola, ahora es tu jefe y tu amante y me dices que además es vuestro juguete. No, no lo entiendo.

—Claudia dirige el juego, es la que manda tanto en el matrimonio como en nuestra relación a tres. No sé si es porque tiene el poder económico en la pareja o porque Ángel está realmente enamorado pero la realidad es que aquí se hace lo que ella ordena.

—Cuando dices «aquí», te refieres a qué, exactamente.

—A esta especie de sociedad que tenemos montada: Claudia, Ángel y yo; aunque tal vez sea una ilusión y yo solo soy la marioneta. Por eso te estoy advirtiendo: no te merece la pena entrar en este juego.

—No será tan malo cuando lo estás jugando, ¿o es que te tienen maniatada? ¿te están extorsionando y no puedes salir del juego, como tú lo llamas?

—En absoluto, puedo dejarlo cuando quiera, a pesar de que Ángel sea mi jefe no creo que sufriera ningún tipo de represalia.

—¿Entonces?

—Estoy enganchada, ya te lo he dicho, por eso te estoy advirtiendo. Claudia puede ser encantadora y al segundo volverse fría como el hielo; puede tratarte como una reina y despreciarte hasta el punto de ordenarte hacer la cama mientras ella se da un baño de sales o mandarte que le prepares la cena. Y lo harás, no lo dudes, lo harás. Se considera superior, forma parte de su placer humillarte.

—Yo no soy así, me conoces, no voy a caer en eso, sé mantener los límites, además solo quiero conocerla, no pretendo establecer una relación tan íntima como tú.

—No lo entiendes, Claudia es muy hábil, cuando te quieras dar cuenta habrá conseguido de ti... —Cómo explicarle el poder de seducción al que se iba a enfrentar—. He llegado a ser el regalo de cumpleaños de Claudia para su mejor amiga, ¿te lo puedes creer? Poco más que un objeto. Regalada para su disfrute, y lo hice sin pensármelo dos veces. ¿Quieres llegar a eso?

—¿Y por qué?

—Porque Claudia me da algo que necesito, no me pidas que te diga qué es por que ni yo misma lo sé, pero sigo acudiendo a pesar de que me humillará o me hará cosas como la que te acabo de contar.

—No lo entiendo, ¿Cómo te sentiste cuando te… regaló?

—No sabría decirte, primero me trató con tanta dulzura, con tanto mimo que cuando llegó Concha y me di cuenta de que yo era el regalo no fui capaz de defraudarla.

—Yo no caeré en ese juego. Te agradezco que me hayas puesto sobre aviso. Ahora vamos a olvidarnos de Claudia, centrémonos en nosotras.

El encuentro

No sé cómo me dejé convencer, tal vez porque después de hacer el amor fui incapaz de negarme. Habíamos pasado la noche juntas, Sara era tan dulce. Las fotos estuvieron presentes de una u otra forma toda la noche y cedí; sería bajo mis condiciones pero cedí, sabía que estaba tomando una mala decisión y aún así cedí. Quedaría con Claudia en el Antlayer y ella aparecería de una manera casual; le advertí que era una mujer muy perspicaz y notaría el engaño como nos descuidáramos. Sara me lo agradeció con una comida de coño espectacular.

Al día siguiente la llamé, me reprochó tenerla abandonada y me escudé en el trabajo, estaba al tanto de mi situación en el gabinete y quiso saber qué era lo que realmente me tenía tan ocupada como para no acordarme de ella. —Si quieres, quedamos en el Antlayer y te lo cuento. Trató de hacerme ir a su casa pero resistí con mil excusas y al final nos citamos en el lugar donde la conocí.

—Cuéntame, qué es eso que te tiene tan ocupada. —Fingía estar ofendida, en realidad estaba encantada de tenerme a su lado vestida para ella. No había tardado ni un segundo en comenzar a acariciarme las piernas que al cruzarlas habían quedado a su disposición.

—No te imaginas, llevo una temporada que no paro, entre el trabajo y…

—Tonterías, sé que estás liberada y hasta dentro de una temporada no vas a tener obligaciones que te ocupen tanto.

—Ángel no está todo el día en el gabinete para saber lo que hago o dejo de hacer. Poner un departamento en manos de otra persona supone una labor pesada, además están otras cosas.

—Muy importantes deben de ser para que me tengas olvidada. —Deslizó la mano por debajo de lo poco que el vestido tapaba y buscó sin éxito mi ropa interior, el tanga estaba más allá de lo que sus ávidos dedos podían alcanzar y se hizo falsas ilusiones. Atendí su reproche que buscaba consuelo, la besé forzando el mohín de rechazo. No le iba el papel de adolescente desconsolada.

—Bueno, estoy aquí, ¿no es lo que importa?

Me dejé hacer, sabía que cuanto más tomara posesión de mi cuerpo antes olvidaría las quejas. Tenía ganas de mí, tardó poco en abandonar mi culo y centrarse en mi pecho, deslizó el tirante, arrastró el vestido y quedé medio desnuda, no quise mirar alrededor, solo a ella que se recreó en la situación que había provocado. Paola llegó, dejó una bandejita con algo, a quién le  importaba; no apartó los ojos mientras Claudia me comía la teta allí, delante de ella que no apartaba los ojos de mí. Paola, mírame, no apartes los ojos. Dimos el espectáculo y eso que había escogido un reservado, eso en el Antlayer donde nadie se cohibe pero se mantienen las formas, cosa que aquella noche descuidamos.

—Ahora cuéntame, ¿qué ha pasado?

—He tenido que centrarme en algunas cosas que me han ocupado, no sé si te enteraste del asunto del reportaje.

—Cómo no. Puedo entender que tú no te dieras cuenta pero que Gabriel, con la experiencia que tiene, no pensara que os podían estar vigilando, me parece una temeridad. ¿Quién se encargó de darle carpetazo, él?

—Supongo, no hemos vuelto a vernos, dice que es mejor dejar pasar algún tiempo.

—Buena decisión. Cuéntame, ¿cómo fue?

—La noche que nos presentaste me dijo que le gustaría verme.

—¿Cuándo fue eso?

—Al salir, de camino al aparcamiento.

—Ya me estoy imaginando quién le pudo dar tu número, porque tú no fuiste.

—No. El caso es que lo tenía olvidado y un día me llamó, acababa de regresar de Paris y me propuso una cena. —No podía ocultarle nada, Claudia era muy sagaz y tarde o temprano lo averiguaría—. Le pedí unos días, había algo que me detenía. Gabriel había revelado las fotos, ya me había visto desnuda y como él mismo dijo, se comporta ante una modelo como lo hace un médico. Pero recordaba que Ángel había estado tirando fotos cuando…

—Cuando estuvimos con Talita, ¿es eso?

—Sí. No sabía si ya le habíais dado el carrete ni tampoco sabía qué escenas se habían tomado. Me veía incapaz de quedar con Gabriel sin conocer antes el contenido de esas fotos. —Al oírme le cambió el semblante.

—Qué ha pasado con ese carrete.

—Se lo pedí a Ángel.

—¿Lo has velado?

—¡No, cómo se te ocurre! Se lo di a una fotógrafa de toda confianza.

—Carmen, cómo se te ocurre, también es mi intimidad, no tienes derecho.

—Te garantizo que no corres peligro.

—¡Cómo puedes estar tan segura, por Dios!

El plan estaba descarrilando, si ahora aparecía Sara pensaría que era un montaje con alguna intención turbia.

—Cálmate, te aseguro que no va a pasar nada, las tengo en mi poder y no hay ninguna copia.

—Ya hablaré con Ángel y en cuanto a ti…

—Carmen, qué casualidad.

Hubiera querido que me tragase la tierra; Sara apareció de la nada, deslumbrante, sonriente como si realmente se sorprendiera de encontrarme.

—Sara, qué tal, perdona pero… —dije haciéndole gestos de que se alejara, pero me ignoró.

—Ya ves, mañana no trabajo y como me has hablado tanto de este sitio decidí acercarme. —Demasiadas explicaciones; se detuvo y miró a Claudia esperando una presentación; traté de hacerle entender que el plan había fracasado pero si lo vio no quiso hacerme caso y me resigné.

—Os presento: Claudia, Sara. Claudia es una buena amiga y Sara…

Sara se acercó, le dio dos besos precipitados y se sentó en el silloncito a su derecha.

—Soy amiga de ambos, de Mario también, supongo que conoces a Mario.

Estaba demasiado nerviosa. Claudia no ocultaba su malestar por la intromisión, sobre todo cuando Paola se acercó y Sara pidió una copa. Hubo un vacío violento que traté de salvar pero se me adelantó Claudia.

—¿Trabajáis juntas?

—No, soy escritora, al menos lo intento pero entretanto me dedico a la fotografía desde hace ya la friolera de ocho años.

Claudia me lanzó una mirada fría como el hielo.

—Vaya, fotógrafa —se inclinó hacia ella—, entonces ya me conocías, ¿a que sí?

Sara me miró, le hice un minúsculo gesto afirmativo.

—Sí, por supuesto, lo que pasa es que…

—Por supuesto; la discreción de una buena profesional.

—Eso es.

—¿Y dices que pasaste por casualidad?

—He tenido un día de locos y como mañana no trabajo pensé conocer este sitio del que tanto me había hablado Carmen.

—Ya nos lo habías dicho. Creo que has hecho un trabajo fantástico con el carrete que te dio, ¿es cierto?

Sara solo tenía ojos para ella y no vio mis gestos; aún no le había contado nada sobre las fotos pero eso ella no lo sabía y mordió el anzuelo, estaba fascinada por el magnetismo que Claudia sabía usar cuando quería hacerse con el control de una persona y lo estaba consiguiendo. Me habían eclipsado, se había establecido un dialogo entre ellas y la sensación de peligro del principio dejó paso a un sabor amargo que no quería reconocer. Debería sentirme aliviada, ¿no era lo que quería, liberarme del yugo de Claudia? Entretanto seguían hablando, Claudia exprimía a Sara sin que esta se diera cuenta y cuando obtuvo toda la información que le interesaba, la apartó.

—Carmen, tenemos que hablar, ¿nos disculpas un momento? —Se sabía fuerte y no tuvo ningún pudor en despachar a la pieza recién cazada.

—Yo… voy un momento al aseo.

Nos quedamos solas y me sentí débil.

—Conque este era el juego.

—No Claudia, verás.

—¿Dónde están las fotos? Las quiero ya.

—No las he traído, solo quería verte.

—¿Qué es lo que pretendéis?

—Claudia, por favor, no sé qué estás pensando, cálmate, me conoces. Solo quería hacerte un regalo.

—¿De qué regalo hablas?

—De Sara. Cuando te vio quedó deslumbrada, se obsesionó contigo, quería conocerte a toda costa y me pidió que te presentara.

—¿Es eso cierto?

—Puede que lo haya hecho mal y lo de fingir un encuentro fortuito haya sido pueril, pero no ha habido mala intención. ¿No lo notas?, está  impresionada por ti,  por tu carácter, por todo lo que eres.

—¿Y por qué piensas que me puede interesar?

—Porque conozco tus gustos. Sara es una mujer inteligente, culta; ahora está nerviosa pero si la conoces verás que es deliciosa. No me equivoco, es perfecta para ti.

—Guapa es, desde luego, tiene buen cuerpo y unos ojos preciosos. ¿Es hetero?

—No.

—¿Está contigo?

—Hemos tonteado, pero nada serio, somos muy buenas amigas.

—Pero os habéis acostado, dime la verdad.

—Sí, no hace mucho.

Me atravesó con la mirada durante un rato, supongo que lo hizo más para hacerme sentir débil, no creo que dudase de lo que le estaba contando.

—Y las fotos, ¿tan buenas son?

—No se han podido aprovechar demasiadas, hay bastantes movidas o desenfocadas pero se salvan otras en las que estamos muy bien y tú, especialmente, sales tremenda. —Sonrió, por fin, sonrió.

—¿Tremenda, así es como me ves?

—Tremenda, ya las verás.

Me dio un beso de reconciliación, se lo devolví, nos abrazamos y así muy juntas, le pedí perdón.

—Lo siento.

—Una mentira, Carmen, una. Si descubro otra desapareces de mi vida, ¿entendido?

—Te he contado lo del carrete. —argumenté.

—Eso te ha salvado. Sospechaba algo hace tiempo, lo que no sabía era qué estaba pasando.

Nos recompusimos, llamamos a Paola para cambiar las copas, Sara apareció y Claudia se excusó. Era nuestro turno de ponernos al día.

—¿No te diste cuenta de mis señales?

—Es igual, ya estamos aquí, creo que va bien, ¿no?

—No, no va bien, tuve que cambiar el discurso antes de que llegaras, por eso quería que no siguieras.

—Ya es inútil lamentarse, además os he visto, no parecía que estuvieseis enfadadas.

—Ten cuidado, es una mujer muy dominante, ya has visto como te ha hecho abandonar la mesa.

—Carmen, se defenderme, no te preocupes por mí. Además, no sé qué me pasa pero me atrae mucho, ahora que la conozco quiero seguir adelante.

Claudia nos interrumpió, Sara hizo intención de devolverle su sitio en el sillón de dos plazas pero ella tenía otros planes.

—No te levantes, seguro que a Carmen no le importa cederme su sitio, ¿verdad, querida?

Fue un bofetón en toda la cara, pero sonreí.

—Claro, voy a comprar tabaco.

Me acerqué a la barra, Paola tiraba cervezas y me siguió con ojos de leona.

—Cuando puedas. —le dije, me dedicó una sonrisa seductora, cargó la bandeja y salió a servir unas mesas, no pude evitar engancharme a su culo embutido en un vestido de lycra negro que apenas lo cubría, antes me había costado desprenderme de sus pechos que alborotaban en el escote en forma de balcón. Volvió, le pedí el tabaco y me quedé en la barra abriendo el paquete, me ofreció fuego y otra vez sus ojos hicieron mella en mí.

—Me dijeron que estuviste preguntado por mí; porque fuiste tú. Una chica morena, muy alta, de ojos negrísimos, no puede ser otra.

Expulsé el humo. Qué mujer más sexual, me la comería allí mismo.

—Te dijeron bien, estuve un día con esa  —me giré y miré a Sara—y me extrañó no verte, pero me hablaron de Malena.

—Malena hace los fines de semana, es mi compañera de piso. Por qué, ¿te interesa?

—No la conozco; además, preguntaba por ti.

—Yo también te he echado de menos, no creas.

—¿Sí? No será para tanto, con la cantidad de chicas que verás todos los días, como para acordarte de mí.

—Con la cantidad de camareras que te atenderán, como para fijarte en mí.

—Pues ya ves, me he fijado, y mucho.

—Ya lo he notado.

—Ah, ¿se me nota?

—Bastante.

—¿Y te molesta?

—¿Parezco molesta?

—Todo lo contrario. Te llaman de aquella mesa.

—Perdona, enseguida vuelvo.

—Te espero, esas deben de estar muy ocupadas.

—Eso parece. —dijo mirando a nuestra mesa. Me volví, Claudia tenía envuelta en sus brazos a Sara, le comía la boca, le había bajado la hombrera y estaba a punto de apoderarse de su pecho. Conocía la maniobra.

—Ponme un tónica con Saphire. —le pedí en cuanto apareció.

—Salgo dentro de dos horas.

—¿Y qué sueles hacer?

—Normalmente me voy a casa, pero si tengo compañía voy al Donatello, tomo una copa y luego, quien sabe, lo mismo nos encontramos con Malena y te la puedo presentar.

—Qué manía te ha entrado con Malena. —se echó a reír.

—Entonces nos tomamos una copa, bailamos… ¿te gusta bailar?

—Más que nada; bueno, no tanto.

—¿Ah, no? Y qué te gusta más que bailar?

—Eso tendrás que averiguarlo. —Se acercó a través de la barra para dejarme ver lo que mostraba ese escote cuadrado.

—Me gusta desayunar tortitas con nata.

—Yo hago las mejores tortitas con nata que hayas probado jamás.

—¿Es una proposición?

—Es una oferta, lo que pasa es que no conozco el Donatello.

Intercambiamos teléfonos, terminé el cigarrillo, ella tenía que seguir atendiendo, el ambiente se había calmado en la mesa y volví.

El deseo de Claudia

—Ha sonado tu teléfono un par de veces.

Había dos llamadas perdidas de Ángel, miré a Claudia y supe de inmediato que era cosa suya.

—¿Qué pasa?

—Escúchame y no digas ni una palabra. Creo que le has hecho un regalo precioso a mi mujer y te está muy agradecida, ya te lo dirá ella misma, pero conoces el refrán: dos son compañía y tres es multitud. Invéntate algo pero hazlo bien, no sigas callada. A ver… Soy tu padre; di: ¿está bien, has llamado al médico?. Venga, repítelo.

—¿Pero está bien, has llamado al médico?

—Muy bien, ahora déjalas solas para que se vayan conociendo y esas cosas, te vuelvo a llamar en diez minutos y te recojo.

—No hace falta, papá, ya voy yo.

—He dicho que te recojo, no vas a encontrar un taxi con facilidad a estas horas, además quiero hacer de paño de lágrimas.

—Como quieras; un beso, papá.

—¿Qué sucede? —teatralizó Claudia.

—Mi madre, tiene un problema de corazón y ha sufrido una recaída, me marcho.

—¿Quieres que te lleve?

—No te preocupes —respondí tratando de aguantar el ahogo que me asfixiaba—, ya vienen a recogerme.