Diario de un Consentidor Cara a cara

Dos miradas a una misma historia. Dos caminos y una encrucijada.

Diario de un Consentidor    Cara a cara

Ni contigo ni sin ti

tienen mis males remedio.

Contigo porque me matas,

sin ti porque yo me muero.

(Emilio José 1976)

—Mahmud te trató de una manera que jamás le habrías permitido a nadie, es más; no creo que esté del todo fuera de tu vida.

—Ya estamos otra vez con eso, sigues sin tener base para semejante hipótesis pero insistes e insistes. Venga, cuéntamela otra vez, Sam.

«No soporto que se burle de mí. Qué raro, tengo la sensación de haber pasado por esto antes.»

—Cuando lo conociste te manipuló con unos argumentos retorcidos y machistas, ¿cómo no te diste cuenta? Hasta consiguió que reconocieses que eres una golfa.

—¿Lo ves? Ni siquiera lo conoces y utilizas mis palabras para convertirlo en una especie de manipulador. No has entendido nada de lo que te conté porque no escuchas más allá de tus prejuicios.

—Eso es mentira.

—Mahmud es la única persona que me ha descrito sin hacerme sentir sucia ni humillada; me llamó infiel, adúltera, golfa sin escupírmelo a la cara como sueles hacer tú. Dijo que no podía calificarme de puta porque no estaba a la altura y fíjate, no me ofendió, al contrario, por fin alguien era sincero conmigo; pensé que me estaba dando una lección, con esa serenidad y esa mirada de…

—De proxeneta.

—Qué sabrás tú de proxenetas, ¿o acaso tienes que decir algo que todavía no me has contado?

—¿Y tú, me lo cuentas todo? Llevo intentando comunicar contigo varios días y no hay forma, Carmen, no hay manera; según tú, estás ocupada pero en el gabinete dicen que no apareces. No me he atrevido a llamarte al teléfono de casa, con eso te podrás hacer una idea de lo preocupado que estoy.

—¿A qué viene esto?

—No, Carmen, no sé de proxenetas pero si sé que responde al perfil.

—Me da igual, Mahmud ya es pasado, quédate tranquilo, no pienso volver a verlo, no entra en mis planes

—Pero quizás tú entras en los suyos.

Carmen dejó escapar una risa amarga.

—¿Y eso por qué? Creo que ya dejó claro que no le importo una mierda.

—Porque una presa de tanto nivel no se deja pasar sin luchar por ella.

Elevó las cejas asombrada.

—Ahora soy una presa; ¿de quién, del proxeneta? Qué película te estás montando.

—Él mismo te sugirió que podrías llegar a ser una puta de alto nivel, ¿no es cierto?

Candela se interpuso y me lanzó una mirada obscena.

—Ahí está, tu fantasía top, tu esposa convertida en puta de lujo. ¿Y cuánto crees que podría cobrar, eh? Díselo, tú que sabes tanto ¿setenta mil, cien mil pesetas?

Iba a decir que Tomás podía darle la cifra exacta, pero por muchos esfuerzos que hice no logré emitir sonido alguno. Macarena se acercó, intercambiaron una mirada de entendimiento y tomó la palabra:

—¿No lo sabes? No, no lo sabes. Llama a Santiago, él debe de saberlo, seguro que es un putero de cuidado. Pregúntale, dile que tu mujer se quiere meter a puta.

Carmen asentía con la cabeza y apoyó el argumento:

—Me tenía ganas, a ver cuánto está dispuesto a pagar por mi estreno, no le cuentes lo que he estado zorreando y nos hacemos una idea. Le pones al tanto de mis habilidades, cómo hago las mamadas y esas cosas. Además ahora que tengo el culo abierto seguro que cotizo más.

Yo seguía tratando de sacar un hilo de voz; Mi madre, que nos había estado escuchando, me miró con desaprobación y exclamó:

—¡Idos todos a la mierda!

Eché a correr para alcanzarlas pero las piernas no me obedecieron, di unas grandes zancadas y apenas avancé; perdí el equilibrio, me lancé hacia delante con los brazos abiertos y caí al vacío.

Desperté bañado en sudor. Encendí la luz, solo eran la cinco de la madrugada. Me levanté a beber agua y a escapar de la pesadilla, sabía que no iba a pegar ojo; entré en el baño y abrí el grifo de la ducha al máximo.

…..

—Hola, cosita.

Tenía voz de sueño, la había pillado en la cama, esa era mi intención, encontrarla en casa antes de que saliera.

—¿Te he despertado?

—Casi, estaba vagueando. —Terminó la frase desperezándose.

—Escucha; he conseguido un par de días, no ha sido fácil porque estamos a tope, la única condición es que debo estar disponible. He pensado que podíamos quedarnos a medio camino en algún hotel o en una casa rural; así, si surge algo puedo acercarme sin perder mucho tiempo, ¿qué te parece? No es el mejor plan pero no puedo hacer otra cosa, de verdad que lo siento.

—Me parece estupendo, busca algo que no te resulte lejos.

Yo, que esperaba una queja, me sentí aliviado. El resto del día traté de encontrar el lugar adecuado, y con la ayuda de Sagrario, una compañera de recursos humanos, encontré el sitio ideal en plena sierra y muy bien comunicado, a hora y media de Sevilla. A Carmen le pareció perfecto y cerré la reserva; a los pocos días iniciamos la aventura, de algún modo me recordaba nuestro encuentro en semana santa.

El día D cerré un par de asuntos en la junta y pasadas las once enfilé la carretera, contaba con llegar a la misma hora que ella si es que había mantenido la idea de salir temprano. Viajaba dispuesto a resolver lo que no fui capaz de contarle cuando estuve en casa, contaba con que surgieran tensiones pero evitaría rozar los límites, no eran esos los días para investigar qué es lo que había sucedido durante la conversación que mantuvimos por teléfono y que llevó a Carmen a mostrar una cara desconocida.

Jueves, la llegada

Crucé Montoro antes de lo previsto, tomé las indicaciones hacia la sierra y no me costó encontrar el complejo, tendría que agradecerle a Sagrario la ayuda; el lugar y el establecimiento eran ideales para el propósito que traíamos. Me registré en recepción y pedí que me avisasen en cuanto llegara mi esposa.

…..

—¿Piensas ocupar todo el armario?

Allí estaba, en la puerta del dormitorio. ¿cuánto tiempo llevaba observándome vaciar la maleta? Nos fundimos en un abrazo. No terminaba de creérmelo, estaba conmigo. Y ella sonreía, no dejaba de sonreír.

Quién de los dos comenzó a desnudar a quién, quién fue el que arrastró a quién a la cama; caímos precipitadamente buscándonos con ansia, sin dejar de mirarnos a los ojos, sin dejar de pronunciar palabras de amor. Quién se dejó acariciar más, quién se dejó poseer antes, quién de los dos sucumbió primero en brazos del otro.

…..

La observaba buscando el tabaco; piernas de bailarina, cuerpo erguido, nalgas apretadas que siguen el ritmo de sus pasos de pantera. Es preciosa, es elegante y es mi mujer. Encendió el cigarrillo y se asomó a la ventana.

—¡Qué vistas más preciosas!

—Las que le estás dando tú a quien esté enfrente.

—Me miró intensamente y sonrió.

—No hay nadie y si lo hubiera, que sufra.

Volvió y se sentó en la cama a mi lado, me dio un beso rápido.

—¿Salimos a comer? Estoy hambrienta, no he tomado nada desde el desayuno.

—No mientas. —Miró hacia abajo, empuñó lo que comenzaba a revivir y la agitó.

—Esto no alimenta demasiado. Me lavo un poco, vete vistiendo.

—Me tendré que lavar yo también.

—Vístete —ordenó—, te la he dejado como los chorros del oro.

Faltaba media hora para que abrieran el restaurante por lo que decidimos tomar algo en el bar y dar una vuelta. Carmen llamaba la atención con un short vaquero, camiseta blanca de hilo y el pelo recogido en un moño; cogimos mesa en la terraza, el calor apretaba. Se estiró cuan larga es, dejó caer las chanclas y cruzó los pies en la silla de enfrente. El camarero trajo el pedido y casi se tropieza por mirar donde no debía. Comenzamos a hablar de todo un poco; sobre el simposium, los nervios de los últimos días, la presión de Santiago y algunos imprevistos que solventé con imaginación y horas. Ella me habló de la buena relación con Itziar y su incómoda situación a la espera del arranque oficial de la dirección que se le había encomendado y para la que aún no había fecha. Parecía imposible que fuera la misma mujer que solo unos días antes me había humillado de una manera cruel.

—¿Qué me miras?

—Nada, estás muy guapa.

—Yo, siempre. —bromeó—. Y mi doble, ¿qué tal le va?

—Hace tiempo que no sé nada de ella.

—Qué pasa. —Carmen es capaz de leer en mi rostro la más mínima de mis emociones.

—Macarena me ha pedido tiempo. Qué coño, me ha dicho que lo que le propuse era una locura y… bueno, prefiere que pongamos distancia, no con esas palabras.

No quería darle la impresión de estar tan herido, pero con quien sino con Carmen iba a compartir el dolor, la confusión y la rabia que me tenían aislado noche tras noche en la habitación del hotel, sin dejar de mirar al techo hasta que, harto de darle vueltas a la cabeza, apagaba la luz y esperaba la claridad del alba.

Carmen escuchó como suele hacer, sin juzgar, sin precipitar consejos. Escuchó, dejó que me desahogara y cuando acabé recordé por qué es la mujer con la quiero pasar el resto de mi vida.

—¿Qué piensas?

—Que le pediste mucho en muy poco tiempo, quisiste hacerle recorrer sin ninguna preparación un camino que tú ya conoces y no pensaste en el vértigo que podía sentir. No eres un hombre de fe, sin embargo la forzaste a que tuviera fe en ti. No es extraño que al asomarse al borde del precipicio se ahogara.

—No sabes cómo la echo de menos.

—Deja que el tiempo actúe.

Me bastó una mirada para entender que sabía bien de lo que hablaba.

—¿Y por eso has dejado a Candela? —insistió.

Caminábamos por una vereda que nos llevaba a un paisaje abierto a la dehesa. Monte bajo y robles y al fondo, la sierra.

—No tengo humor para nada.

—Es decir, que la estás tratando como los demás, en el fondo la consideras una puta en el sentido más bajo de la palabra, una mujer de usar y tirar.

—¡Qué dices! Tampoco estoy viendo a nadie fuera del trabajo.

—Ah, claro, bonita comparación. Con Candela estableces una relación que va más allá de lo que en principio debería haber sido, sois casi amigos, le haces romper las barreras que la protegen y de pronto, cuando te encuentras mal, desapareces, ¿no se te ocurre que podías haber hecho con ella algo parecido a lo que has hecho hoy conmigo?

—¿Qué es lo que insinúas, que te sustituya?

—No digas bobadas, sabes que no es eso.

—Ya lo sé y tienes razón, me ha faltado…

—Te ha sobrado esa manía que tenéis los hombres de encerraros en vosotros mismos cuando estáis mal.

—Puede que tengas razón,

—La tengo. ¿Sabes que le harías mucho bien si le contases tus penas?

—¿Ahora eres su manager?

—Venga, volvamos, tengo hambre.

Jueves, después de comer

—Sigo sin entender lo que te ha pasado con Maca.

Estábamos en la terraza de la cafetería; un cortado y un licor de hierbas a la sombra de un toldo sin nadie alrededor. Pocos huéspedes entre semana; si no fuera porque nos habían hecho la reserva como matrimonio puede que nos hubieran confundido con unos amantes en busca de un lugar para pasar a escondidas de sus parejas.

—¿Por qué lo dices? Es evidente, la he asustado.

—No me refiero a eso, no entiendo por qué has tenido que llevar la relación a ese punto, a emputecerla, ¿no te bastaba conmigo?

—No tiene que ver contigo, la relación llegó a ese punto de una manera natural. Su marido es…

—Como tú.

—¿A qué te refieres?

—Solo sé lo que me has contado. Su marido es tan cornudo como tú, y te atrae hacerle pasar por lo mismo que has pasado; dime si estoy en lo cierto.

—Puede. Sí, eso es. Me veía en él, y ella… se dejaba llevar, le excitaba el juego.

—¿Qué juego?

—Le gustaba, no lo disimulaba, cada vez que humillaba a Fran, ella… se volcaba más en mí. En realidad fue Maca quien empezó el juego, quien lo ninguneó, quien lo mandó a casa y se vino conmigo al chalet. ¿Qué querías que hiciera, mirar a otro lado y fingir que no me daba cuenta de lo que quería?

—A lo mejor solo quería jugar un juego entre los tres, no que la vendieras a un desconocido.

—Puede ser, o a lo mejor se arrepintió a última hora, también puede ser.

—Dime una cosa: ¿Tienes alguna idea de por qué te atrae tanto la idea de emputecer a las mujeres que quieres? ¿te has detenido a pensarlo?

—¿Es una pregunta o va más allá?

—No te pongas a la defensiva, es pura curiosidad. Me interesa saber si el psicólogo se lo ha planteado.

—Debería, pero han sucedido tantas cosas…

—Claro. No creas, estoy improvisando, no pretendo juzgarte. Repito, es pura curiosidad, si te molesta lo dejamos.

—No, tranquila.

—¿Tienes previsto hacerlo con Graciela, o con Elvira?

—¿Hacer, qué?

—Emputecerlas, como a mí.

—Ni se me ocurriría.

—No has vacilado, qué claro lo tienes. ¿Y por qué no?

—No sé… No. Joder, no.

—«Joder, no», no es una respuesta. ¿Qué pasa con ellas?

—¿Es necesario hablar de esto?

—Pues sí, ahora sí es necesario.

—¿Qué quieres que te diga? No lo sé.

—Algo habrá; a Macarena te parece bien emputecerla, pero a ellas…

—¿Quieres dejar de repetirlo?

—¿Te molesta que lo llame por su nombre? Me has emputecido y has tratado de emputecer a Maca. ¿Cómo quieres que lo llame? ¿deshonrar?

—Ya está bien, ¿podemos dejarlo?

—No, no podemos dejarlo. Quiero saber qué nos diferencia, Mario, qué nos separa a Maca y a mí de Graciela y Elvira.

—Todo esto es absurdo.

—Tú haces que parezca absurdo.

—¡No están predispuestas, ya está! ¿quieres que te lo diga más claro? Ni Elvira ni Graciela están predispuestas a ese tipo de juego, como no lo está Elvira al sexo anal, son cosas que se saben a poco que hayas intimado, sería absurdo que intentara llevarlas por ese camino.

—Y a mí sí. Vaya… ¿Cuándo supiste que estaba predispuesta a convertirme en puta?

—Déjalo, por favor.

—Cuándo, ¿el día que te conté mi sueño infantil? ¿fue entonces cuando supiste de mi predisposición y decidiste emputecerme?

—Estás tergiversándolo todo.

Tenía razón, si no me calmaba podía cometer un gran error, dejarme llevar por un arrebato y no atender a la razón que me decía lo mismo que él: estaba distorsionando la realidad que habíamos vivido juntos. Una realidad feliz hasta que la torcimos juntos, los dos.

—Eres un cabronazo.

—Me lo digo cada vez que me miro al espejo.

—Pero te quiero, joder, a pesar de todo me muero por ti.

…...

—Me hubiera gustado poder levantarte en vilo y llevarte por toda la habitación.

—Ya lo he visto, me tenías contra la pared. Estás loco.

—¿Te atiende bien?

—Ya quisiera. No lo he vuelto a ver. No quise preguntar pero al final me enteré que tu amigo Santacruz está montando un nuevo gimnasio y lo ha mandado a supervisar la instalación.

—Lástima, te han quitado tu juguete.

—Supongo que volverá, espero que no lo deje de responsable. —añadió sin ocultar su preocupación.

—Si quieres, intercedo por él.

—Serías capaz. Ni se te ocurra.

—¿Lo echas de menos?

—No es para tanto.

No sería para tanto pero se fue al cuarto de baño y me dejó con la palabra en la boca. Esperé a escuchar el rumor de la ducha y fui a por ella.

Emilio

—¿A que no sabes quién estuvo en casa el sábado? Emilio.

Chasqué con la lengua, debería haberlo supuesto. Tendría que haberme adelantando.

—No sé qué decir, llevaba unos días mal y…

—Y le contaste lo que no debías. ¿Cómo se te ocurrió?

No estaba enfadada, estaba disgustada, defraudada tal vez.

—No tengo justificación; ni el alcohol ni mi estado de ánimo son excusas para lo que hice.

—¿Te imaginas lo que sentí cuando comenzó a decirme lo mal que estabas porque me estoy acostando con mi entrenador? Y el colmo fue cuando mencionó la terapia de puta. ¿En qué estabas pensando?

—Esto me está desquiciando, ya no puedo más.

—Lo más grave no es tanto lo que le contaste sino cómo se lo contaste. Emilio se ha hecho la idea de que hemos perdido la cabeza, que la… terapia de puta, ha sido una… una locura de ambos. ¿Te puedes hacer una idea de cómo me hizo sentir?

La había ofendido y no me extrañó. Se levantó impulsada por el desdén y puso distancia.

—Emilio venía dispuesto a redimirme; sí, Mario, como lo oyes, supongo que dado tu estado de embriaguez te dejó por imposible y se propuso ayudarnos a través de mí. ¿Sabes lo que hizo? Tratar de comprarme. Me ofreció el precio que tú mismo le habías dicho que cobro: sesenta mil pesetas. Todo lo que llevábamos hablado como dos personas civilizadas, todo lo que había estado razonando con él hasta ese momento se fue a la mierda cuando puso el dinero sobre la mesa.

—Me estás diciendo que te ofreció…

—Sesenta mil por llevarme a la cama. Me di cuenta de que era un farol, Emilio no tenía ninguna intención de acostarse conmigo, ya sabes cómo es, trataba de ¿qué?, ¿hacerme reaccionar?, ¿abrirme los ojos? Se me vino el mundo encima, me sentí traicionada, habías desvelado nuestra intimidad a un extraño. Y si se lo habías contado a él, ¿se lo habrías contado a Maca, o a Elvira? Estaba indignada porque hubieses hecho un relato que me presentaba tan responsable como tú de la terapia de puta; es mezquino. No tenía palabras porque, dijera lo que dijese, Emilio estaba predispuesto a creer tu versión, por eso se postulaba como mi salvador con esa estrategia absurda.

—Lo siento, no sabes cómo lo siento.

—Lo sientes… —Carmen deambuló por la habitación desolada, hubiera querido decir algo que la calmase; por fin se sentó.—. No sé qué pasó, Mario, la situación me desbordó, supongo; tenía el pulso disparado, me iba a estallar la cabeza, no… podía más, creo que llegué a marearme. De repente decidí… No, en realidad no lo pensé, tal vez lo hice de una manera inconsciente. Podría haberle dicho que se fuera, en cambio guardé el dinero y comencé a desnudarme.

—¿Que hiciste qué?

—Comencé a desnudarme, eso hice. Le dije que muy bien, que nunca lo hacía en casa pero siendo él, aceptaba. Se quedó de piedra solo hasta que me quité el sujetador; entonces me gritó que parara, pidió perdón y reconoció que había sido una estrategia para hacerme entrar en razón. Le detuve a voces porque se marchaba y desde luego no me iba a dejar colgada, eso sí que no: Él había lanzado una estrategia, yo la había aceptado y ahora disponía de una hora para escuchar los motivos que tengo para haber emprendido la carrera de prostituta. Le costó aceptar pero le convencí.

Escuché atónito lo que sucedió en nuestra alcoba. No podía creerlo; desnuda frente a mi socio, Carmen revivió la historia que yo no supe contar por culpa del alcohol, desnudó su alma y su cuerpo ante una persona que nos aprecia y que debió de sufrir con ella mientras evocaba los episodios más dolorosos de nuestra vida que jamás debieron suceder.

—Creo que ahora Emilio nos conoce realmente; lamento que la imagen que tenía de ti haya quedado dañada.

—No es culpa tuya.

—No, no lo es.

El tabaco, una nueva escapada a la ventana. Excusas para ganar tiempo, ¿por qué?

—¿Qué pasa?

—Al terminar… sucedió lo que no entraba en mis planes. Había demasiadas emociones sueltas, Mario; él me rozó, yo le dejé y…

—Cuéntamelo.

—¿Por qué?

—Necesito saberlo.

El contraluz la convierte en una sombra, el humo la envuelve y le concede tiempo. Decide y regresa a mi lado.

—La pena que había en su mirada me destrozaba, no sabía cómo evitarla; fue un gesto sin importancia lo que lo desencadenó. Te sonará: me incorporé para alcanzar a ver el reloj de la mesita y al inclinarme sobre él me rozó el pecho con la mano.

Claro que me suena, cuántas veces la siento cruzar la cama por encima de mí para poder ver el reloj de mi mesita de noche; si estoy boca arriba aprovecho para acariciarla, ella se acomoda sobre mí prestándose al juego de mis manos; con los años se ha convertido en un ritual mañanero de fin de semana. Eso le debió de suceder a Emilio, incapaz de resistirse al cuerpo que pasaba cerca. Demasiada tentación, no lo culpo.

—¿Qué hiciste?

—Me sorprendió, no lo esperaba, enseguida se retiró pero yo… yo, Mario, no podía más; la mirada le había cambiado, la lástima había desaparecido y yo… no sé, no debería haberlo hecho. Me gustó, sí, me gustó. Le dije que no se excusara, había pagado por mí, podía tocarme, podía hacer lo que quisiera conmigo, era suya. Y lo besé. Emilio se dejó llevar, fue tan tierno…

—Cuéntamelo.

—Me besó como si temiera romperme, qué tonto; sentí que me cargaba de electricidad y me ofrecí, me estiré y le dejé que me tocara toda.

Suspira.

—Mario…

—Qué.

Suspira hasta el agotamiento.

—Quieres saberlo.

—Ya me conoces.

—Le tuve que enseñar todo, a tocarme, a mover los aros con los labios; no se atrevía y le encantó. Luego le ayudé a desnudarse y me dediqué a su polla con cuidado porque no quería que se emocionase demasiado; le gustó tanto… Me parecía mentira estar haciéndolo. Después lo monté y fui ensartándomela despacio para que lo saboreara; tuve que sujetarle las manos y llevarlas a mi cuerpo porque estaba paralizado. Yo lo miraba y no me lo podía creer, estaba moviéndome con su verga dentro, apoyada en su pecho; él parecía asustado, tenía el rostro desencajado y los ojos se le iban a salir de las órbitas. «¿Qué estoy haciendo?», pensaba, pero las sensaciones eran tan fuertes que ni me planteaba parar.

—¿Y él?

—Agarrado a mis tetas, a veces se soltaba y las movía por mi cuerpo pero siempre volvía a mis tetas. Me gusta la forma que tiene de acariciar, es muy sensible.

—¿Y tú?

—¿Yo? ¿quieres saber si lo disfruté? Claro que lo disfruté, fue como una primera vez; te parecerá raro, Emilio no es cualquiera y aunque había estado desnuda delante de él bastante tiempo no era lo mismo; hice lo que hago con cualquier otro, sin embargo fue diferente. ¿Sabes?, hubo un momento en el que las emociones estuvieron a punto de desbordarme: en plena mamada la saqué de la boca porque temí que fuera a correrse y me recosté en su muslo para descansar el cuello, la polla se venció en mi mejilla y se deslizó; pensé que tenía vida propia y me acariciaba. Lo que vi en sus ojos me provocó un arrebato de ternura que se transformó en puro sexo, fue como un tsunami que casi me llevó al orgasmo; del cariño a lo más salvaje en un segundo. Salté y me la clavé, tuve que contenerme para no acabar ahí mismo, conseguí sosegarme y lo llevé al orgasmo bailando sobre su polla.

—No creo que te durara demasiado.

—No, tuve que ayudarme con los dedos para acabar juntos. Después hablamos, supuse que le entrarían los reproches de conciencia. Le dije que ni tú ni yo le íbamos a echar en cara nada; porque es así, ¿verdad?

—Claro.

—Emilio es una buena persona. Volvimos a follar más tarde, y volveremos a hacerlo cualquier día. Esta experiencia lo ha cambiado, no tengo por qué rechazarlo, es alguien a quien aprecio y me ha tratado mejor que otros. Supongo que no tendrás inconveniente.

—Al contrario, me causa más inquietud que te acuestes con cualquier desconocido.

—Lo suponía. El pobre está descubriendo todo un mundo. Cuando puso el dinero sobre la mesa y me negué, añadió veinte mil más que por supuesto rechacé. Luego, en un tira y afloja que tuvimos ya en la alcoba, le dije que si me devolvía esas veinte mil podíamos hacer un griego; se escandalizó pero me sirvió para terminar de desarmarlo. Más tarde me preguntó si lo había dicho en serio. Ya sabes: tu socio tiene la intención de abrirme el culo.

—Y tú no le vas a poner objeciones, supongo.

—Si me deja guiarle para hacerlo con calma…

—Ven aquí, zorra.

….

—¿Qué piensas?

—Pobre Emilio, ¿Cómo no se dio cuenta de que esa estrategia tenía todas las de perder? Me imagino la cara de bobo que debió de poner cuando aceptaste el envite y te quedaste con las tetas al aire. Menudas tetas, y encima con el detalle de los aros, para dejarlo mudo.

—No seas tonto. En serio, ¿qué piensas?

—¿Follasteis o hicisteis el amor?

—Qué pregunta es esa: follamos. Emilio es especial pero en la cama no es más que un cliente.

—Eso quiere decir…

—Lo que has oído: tiene intención de volver a llamarme, aunque supongo que esperará a tener tu beneplácito.

—¿Y tú?

Se levantó de la cama y me dejó con la duda hasta que volvió con el tabaco. Incluso recién follada y con el pelo revuelto, no sé cómo se las arregla para estar elegante.

—¿Yo? Es Emilio, es cariñoso y me va a dar menos problemas que otros; ahora depende de ti.

—Me preocupa que pueda encapricharse.

—De eso me encargo yo.

—Y yo. No creo que suceda, Emilio valora mucho la lealtad.

—Nunca le debiste contar todo lo que le contaste, ¿por qué lo hiciste? ¿qué ganaste con ello? Además ya no puedo confiar en que cualquier otro día que te encuentres deprimido le hables a quien sea de nuestra vida privada.

—Lo sé, fue un tremendo error, pero jamás se me ocurriría hacer algo así con nadie que no fuera él, de eso puedes estar segura.

¿Había sonado irritado? Puede ser; ya me había disculpado, ¿qué más quería? Me lanzó una mirada cargada de escepticismo camino del aseo.

—Lo que no sé es por qué lo vais a hacer. Os habéis acostado y lo puedo entender por las circunstancias en las que estabais, pero no veo por qué os tenéis que volver a acostar, ya no hay excusa, sabéis lo que estáis haciendo. No pienses que os estoy criticando, es que me pregunto si lo tenéis claro. ¿No os estáis engañando a vosotros mismos?

—No sé a dónde quieres ir a parar, yo no cuestiono los motivos que tienes para follar con quien te da la gana; Emilio y yo hemos tenido una experiencia trascendental, y no me refiero al hecho de que nos hayamos acostado, eso fue el colofón. Me he sincerado con él como tú no has sido capaz —y mira que eres su mejor amigo, no yo— hemos intimado, confío en él y además tenemos una relación puramente sexual que a ambos nos satisface. Sabemos lo que hacemos, no nos engañamos, no te preocupes, Emilio es un cliente más y fuera de la cama es un buen amigo, dos facetas distintas y bien diferenciadas.

—Y un maduro más a tu cuenta.

—Otra vez con eso, no te cansas.

—Es broma; venga, no te enfades. —Estaba a punto de provocar un discusión absurda y me veía incapaz de detenerme.

—Si son más jóvenes que tú te acobardas y sin son mayores te preocupas. No sé qué voy a hacer contigo.

¿Acobardarme? Fui a devolver el golpe y me detuvo el fantasma de Doménico. Pero no conseguí dominarme.

—Cómo te gusta follar, cada vez te gusta más.

—No sé qué pretendes con estas cosas, provocarme para que suelte una barbaridad o distraerme y que dejemos de hablar de lo que estamos hablando. Pues venga, vamos a ello: Sí, cariño, me gusta follar, siempre me ha gustado, ya lo sabes, lo que pasa es que ahora tengo más experiencia y más datos, puedo comparar, he aprendido cosas que antes ni imaginaba. Me gusta mucho follar, me vuelve loca una polla, ¿no te has dado cuenta? Sí, te has dado cuenta; pues eso no es nada, desde… entonces ha sido un no parar, cielo, me gustan todas, no sé qué tienen que me atraen como la luz a las moscas. Y si hablamos de chicas, nunca le agradeceré lo suficiente a Irene que me abriera los ojos, es otro mundo, amor, es…

—Ya, no sigas, lo has dejado claro y me has terminado de convencer.

—Sobre qué.

—Sobre tu carrera. Si alguna vez fue un experimento hace tiempo que dejó de serlo, no lo niegues.

—¿Ah, sí?, ¿eso piensas? ¿Y desde cuándo has dejado de creerme?

—No es que no te crea, pienso que eres sincera cuando dices que trabajar de puta te sirve para investigar en tu pasado. Me apuesto lo que quieras a que si algún día encuentras lo que buscas serás incapaz de renunciar a tu carrera. Te gusta demasiado.

—Vuelves a proyectar tu fantasía en mí: la esposa emputecida ¿no te das cuenta?.

—Eso fue el principio, lo reconozco; lo que veo ahora es lo que ha surgido desde que volvimos de nuestro encierro en la sierra; has volado libre, has evolucionado y ahí yo ya no tengo nada que ver.

—Qué fácil, de un plumazo te exoneras de toda responsabilidad. ¿Quieres que te recuerde todo lo que hiciste y dijiste a partir de que me convencieras para volver a casa a por la coca arriesgándome a que me parasen en un control de tráfico? Qué locura. ¿Te recuerdo todo lo que sucedió cuando te pusiste ciego y me manipulaste hasta que…? Joder, ¿de verdad hace falta?

—Perdóname, no sé a qué ha venido esto.

—Mírame, soy lo que tú querías, ¿sí o no? ¿Sí o no?

La estreché en mis brazos con todas mis fuerzas.

—Sí, joder, sí, me vuelves loco, no te cambiaría por ninguna otra.

—¿Ni siquiera por la que era antes?

—Ni siquiera.

—Entonces deja de romperte la cabeza y disfruta de lo que tienes, no vaya a ser que…

—Qué. —Me hizo soltarla.

—Nada, déjalo.

—No, di lo que estás pensando.

Algo había cambiado, un velo de tristeza en sus ojos y un instante perfecto quebrado. Todo por mi culpa, por no saber callar a tiempo, por…

—Le das demasiadas vueltas a las cosas, tanto que te olvidas de gozarlas, y eso a veces nos amarga momentos que deberían ser felices.

—No lo puedo evitar, puede que sea esta puta feria que se ha inventado Santiago para joderme.

—¿Qué te pasa? Tranquilízate, está a punto de terminar y todo volverá a la normalidad, será el momento de que hablemos con calma. Y, por cierto, para que me cuentes eso de que somos una órbita solar en la que si te acercas a mí te quemas y si te alejas me añoras.

—Ah, joder, eso; olvídalo, fue una bobada, había bebido demasiado, no hagas caso.

—¿No has oído que los niños y los borrachos son los únicos que dicen la verdad? Tal vez sea cierto y nos estemos haciendo daño. Ni contigo ni sin mí, decía la canción.

«Ni contigo ni sin ti» —canturrea—

«tienen mis males remedio

Contigo porque me matas

sin ti porque yo me muero»

—No, cariño; es una mala etapa, está a punto de pasar.

—O no. Puede que con esa frase hayas sido más sincero que nunca, cada vez que te acercas te quemas y es cierto, me quieres y deseas estar cerca pero mira lo que te pasa.

¿Qué había hecho? Todo iba bien y me bastaron dos minutos para arruinarlo hasta hacer que se plantease… No quería imaginarlo. El tono de su voz, la sola alusión a que lo pudiera estar pensando me desquició. No lo soportaría, no podría pasar por eso otra vez.

—¡Cállate, cállate, no digas eso, no se te ocurra decir eso!

—Mario, ya, tranquilo.

…..

—Ven, ven conmigo, cálmate, yo no he dicho eso.

Demonios

¿Lo dije en voz alta o lo pensé? Estaba al borde del derrumbe. Se había roto el dique de contención que había construido alrededor de lo que fue mi vida antes de Carmen, y los años de violencia, enfrentamientos, gritos, insultos, amenazas y abogados me arrollaron como una torrentera desbordada que lo anega todo. La soledad en la que viví alejado de todos tratando de curar las heridas volvía a aparecer como una negra amenaza que podía repetirse si lo que había escuchado era un augurio de lo que me esperaba por echar a perder la vida que tal vez no había merecido.

—Cálmate, cariño, estás temblando.

No quería darle esa imagen de debilidad, lo peor que podía suceder es que sintiera lástima.

—Lo siento, he descargado en ti toda la tensión acumulada, perdóname.

…..

«—¡Cállate, no digas eso, no se te ocurra decir eso!

—Mario, por favor, tranquilízate.

—Si me dejas… No, otra vez no… no, no voy a pasar por eso otra vez, no puedo, ¡a la mierda todo!»

—Cálmate, ¿qué estás diciendo?

—¡No lo soporto, déjame, vete!»

Carmen consiguió tranquilizarlo y con la excusa de comprobar si había algo de beber en el frigorífico buscó un espacio para estar sola. Lloró en silencio, lloró deprisa para que su ausencia no lo inquietara, secó las lágrimas y pensó en lo que había escuchado. ¿Qué es lo que dijo para provocar esa reacción? Apenas sabía nada de su divorcio, no es que se hubiera negado a hablar de su vida anterior pero las escasas veces que le preguntó, muy al principio de la relación, notó el malestar que le producía y las respuestas evasivas que obtuvo le llevaron a eludir un tema que, era evidente, le desagradaba. Nunca le preocupó, no lo consideró importante aunque visto con perspectiva había un desequilibrio entre ellos; Mario conocía cada detalle de su vida, sin embargo ella no sabía nada sobre su anterior matrimonio.

Carolina. La había visto una vez. Estaban en la Plaza Mayor con sus cuñados. «Mira quién viene por ahí», le dijo su hermano. Mario saltó de la silla y fue hacia una chica rubia con una gabardina beige que caminaba directa hacia nuestra mesa, la interceptó a medio camino e iniciaron una conversación que a todas luces se veía incómoda. «Es Carolina, su ex», le dijo su cuñada, «una auténtica hija de puta». Estuvieron hablando un buen rato, casi al final se quitó las gafas de sol y la miró directamente como si la estuviera evaluando. Mario volvió a la mesa, su hermano preguntó qué quería; «Nada», respondió con sequedad y no se volvió a hablar de ella. Nunca más. Ahora se arrepentía de no haberlo hecho.

El frigorífico estaba vacío; no sabía cómo explicarle lo que había tardado en volver.

—Lo siento.

—¿Estás mejor?

—Yo sí, pero tú…

—Yo, estoy preocupada. Jamás se me ha pasado por la cabeza abandonarte. Eres el amor de mi vida, Mario, no podría vivir sin ti.

Y las lágrimas que estaban a flor de piel corrieron sin que hiciera nada por evitarlo, nos abrazamos con auténtica furia, No podría vivir sin él a pesar de todo el daño que nos habíamos causado.

…..

—Carolina cambió poco después de casarnos, puede que ya fuera así y no supe ver que no estaba hecha para la vida que le estaba proponiendo, una vida de compromiso, de rutinas, planes y organización muy distinta a la que llevamos durante los años que pasamos como pareja en la que compartimos aficiones, amigos, viajes y días en casa de uno o de otro. Creí que las diferencias de criterio en las cosas cotidianas que nos resultaban… simpáticas se ajustarían con la convivencia. No fue así, el desorden crónico de Carolina me irritaba y a ella le fastidiaba que se lo reprochara; pasé a representar el papel de un adulto gruñón y ella el de una díscola adolescente. Comenzamos a discutir por todo y cedí para evitar que el mal ambiente se cronificara. Pero algo se estaba pudriendo, ya no nos divertíamos como antes, los silencios eran cada vez más pesados y las ausencias más prolongadas. Empecé a sospechar que había alguien, un compañero de trabajo del que antes hablaba mucho y de pronto no contaba nada. No soy celoso, ya lo sabes, pero no soporto la mentira; se lo pregunté y no lo negó, a partir de ahí consideró que tenía carta blanca y no se privó de exhibir su relación incluso entre nuestros amigos. Fue el pistoletazo de salida para la separación. No sé cómo se puede pasar del amor al odio en veinticuatro horas; utilizó cualquier cosa que tuvo a mano, cierta o falsa para atacarme, para humillarme y hundirme hasta que le di todo lo que pidió con tal de verme libre de ella. Después de eso me aislé del mundo, Emilio estuvo a mi lado como siempre, desaparecí un par de meses y a la vuelta me enganché al trabajo. No tuve otra vida, abandoné familia y amigos, dejé mis aficiones, comía, dormía, trabajaba y me machacaba en el gimnasio. Hasta que apareciste tú y me devolviste al mundo de los vivos.

—Por eso nunca me has hablado de ella.

—Me dolía tanto que lo fui aplazando.

—Lo sé, era tan evidente que jamás te pregunté.

—No podría volver a pasar por aquello. Creía haberlo superado, sin embargo ahora lo veo: está en la raíz del malestar que me acompaña desde que estoy en Sevilla, he tenido que estallar para encontrarle sentido.

—Sin embargo no es la primera vez que nos separamos; acuérdate del curso que impartiste en Berna.

—Aún no habíamos pasado por todo lo que hemos vivido este año, supongo que algo de lo que hemos hecho ha actuado como un detonante para despertar estímulos que tenía apagados. Estoy pensando…

—¿Qué?

—Si mi conducta durante el fin de semana que pasamos con Doménico no estuvo condicionada también por esto. Fíjate: tuve un comportamiento errático, pasé de desearlo y actuar en complicidad contigo a situarme al margen e incluso boicotearos. Y lo que pasó después, cuando volvimos a casa, si lo interpreto desde esta perspectiva cobra sentido.

—Ya tendremos tiempo de eso, cariño, ahora lo importante es que te convenzas de que no me voy a ir, jamás me voy a ir de tu lado; tendrás que ser tú quien me dejes.

La decisión

El teléfono nos interrumpió. Habíamos conseguido estar en paz aislados de todo. La junta no me había incordiado, les advertí que si no se estaba cayendo el mundo no me llamasen y habían cumplido. Carmen alcanzó el móvil con un gesto de disgusto, me miró y entendí que no le quedaba otra opción que responder.

—Tomás, hola. —dijo para que supiera a qué atenerme, se levantó y comenzó a pasear.

—No estoy en Madrid, ¿recuerdas? … con Mario … Cerca de Córdoba, en un hotel rural, te lo dije.

Tomás le estaba contando algo que disparó todas las alarmas. No, por favor, esta vez no.

—¿A Puertollano? … Ya, ya sé que no está lejos pero… —Volvió a mirarme un instante, se debatía entre el deber con su jefe o el compromiso conmigo. «No son unas vacaciones», argumentó sin mucha fuerza. «Ya sé quién es, no me tienes que convencer». Lo sabía, acabaría cediendo, tampoco es que se lo pudiera reprochar. Me miraba y cada vez que lo hacía sentía que me estudiaba.

—¿Y Lauri? …. ¿Por qué no? …. ¿A mí? …. Solo me ha visto una vez.

Me llamó la atención y señaló con premura el paquete de tabaco. Le encendí un cigarrillo y lo cogió sin hacer un gesto, ni una mirada; tenía toda su atención en Tomás, ya no discutía. La partida estaba resuelta.