Diario de un Consentidor Candela
Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor.
Candela
El mismo perfil, el mismo cabello algo más largo, la misma figura, tal vez más pecho, las piernas tan largas y esbeltas como ella. Con un vestido negro mínimo tan ajustado que le dejaba al descubierto gran parte de los muslos. Cogió el paquete de tabaco, se dio cuenta de que la estaba mirando y sonrió con descaro, encendió el cigarrillo, soltó el humo y volvió a mirarme con los ojos guiñados. Tomé mi copa, bebí, ¿alguna vez vería a Carmen haciendo la calle? Sabía que me observaba y la miré; ahí estaba, esperándome. Se parecía tanto, tanto que perdí unos segundos comparando a dos mujeres. Al fin me separé de la barra y fui a su encuentro.
—Me recuerdas a una persona.
—¿Por eso no has dejado de mirarme ni un segundo?
—Por eso y porque eres preciosa.
—Gracias. —Tenia la copa casi vacía y le hice un gesto a la camarera para que nos atendiera—. No eres de aquí, ¿verdad?
—Tú tampoco —repuse; negó poniendo en danza su negra melena y bajó la mirada con un gesto coqueto que reconocí—. Soy de Madrid —continué—, he venido unos días por trabajo.
—A ver si adivinas de dónde soy.
—No has hablado lo suficiente, pero por el acento diría que eres castellana, de Madrid seguro que no. —Levantó el pulgar.
—Premio.
—Te pareces mucho a una chica que conozco, una amiga de Madrid, es… trabaja en la noche —Elevó la cejas al escucharme—. Ya sabes.
—¿Una puta?
—Bueno sí, no quería…
—Ofenderme; ¿de dónde sales?
Me quedé absorto mirándola. Podría ser ella, en realidad la imaginaba a ella trabajando; había puesto a funcionar toda mi maquinaria para crear una fantasía en la que Carmen, ataviada con ese minivestido que apenas le tapaba el culo, hacía la carrera en un pub. Se parecía, pero no tanto como en un principio creí ver; sus rasgos eran menos delicados y detrás del maquillaje se adivinaban las huellas del cansancio bajo los ojos y en las comisuras de la boca.
—¿Y esa amiga te trata bien?, parece que no la olvidas.
—Nos vemos con frecuencia, es ya una amiga como dices. Os parecéis mucho, por eso me quedé mirándote.
Traté de no centrarme en Carmen. Le pregunté por su vida, aunque sabía que lo que me contase sería una historia inventada, y enseguida logró desviar la conversación hacia mí.
—Soy psicólogo, me dedico a hacer hablar a la gente, un poco como tú.
—Qué casualidad, cuando era joven pensé estudiar psicología, luego no pudo ser.
—Nunca es tarde, podrías hacerlo a distancia, poco a poco; con lo que te ha enseñado la vida seguro que tienes madera de psicóloga.
—Gracias pero no, ese tren ya pasó, además no creo que pudiera cubrir mis necesidades con un sueldo de psicóloga recién salida de la facultad, si es que llegase a conseguirlo.
—Bueno, todo es tener los contactos adecuados.
—Claro, y ahora es cuando me vas a decir que tú podrías ayudarme. ¡Princesa Vivian! No gracias, no necesito que nadie venga a rescatarme.
—No me veo de Richard Gere. En serio, no era esa mi intención.
Me sentía cómodo charlando con ella y se notaba que había dejado a un lado la máscara de cazadora de clientes. Ambos dábamos por sentado cómo acabaríamos, ¿por qué no dejar que lo que había derivado en una conversación agradable continuara un poco más?
Diez minutos después se impuso la realidad, pagué las consumiciones y demostré mi impericia en estos asuntos. «¿Dónde vamos, a mi hotel?». No debíamos de estar lejos, comencé a moverme hacia la puerta y me detuvo. «Son veinte mil. Griego, veinticinco»; «Está bien».
La entrada al hotel mostró de nuevo mi falta de experiencia; «Déjame a mí», dijo al verme vacilar, se enganchó a mi brazo y entramos, otra vez tuve la emocionante sensación de llevar a Carmen la puta a mi lado, más alta que yo pero no tanto como ella; eso sí, igual de decidida, tomó el control y atravesamos la recepción sin prestar atención a la fugaz mirada que nos dedicaron.
—¿Ves como no tenías de qué preocuparte? —dijo cuando se cerraron las puertas del ascensor.
—No estaba preocupado. —Me acarició la mejilla.
—Qué tierno eres.
Entró en la habitación con poderío, dejó el bolso al lado del televisor y echó un vistazo mientras la recorría. Era Carmen, al caminar movía las caderas como ella, con la misma indolencia, con el mismo paso largo, como si el mundo tuviera que adaptar su ritmo al de ella. Se volvió y elevó una ceja. Claro. Me acerqué al armario y saqué el maletín; veinte mil, no sabía si después surgiría…
—Toma, si acaso más tarde…
—Ya, hacemos cuentas.
Carmen cogiendo el dinero, Carmen guardándolo en el bolso; me miró algo incómoda, puede que estuviera siendo invasivo.
—¿Una copa?
—Después, voy a pasar al baño.
Si pudiera retroceder en el tiempo hubiera querido regresar al cuarto de mi hermano y ser tan dulce con ella como lo fui con Candela. No me dejó besarla pero trató de darme todo el placer que pudo; no podía ignorar las diferencias, era Carmen aunque sus pechos dejaban un tacto más blando, era ella y mis manos decían que ese vientre no resistía la presión como siempre, que el aroma de su sexo era otro; pero era ella, la miraba y quería que fuera ella. Por eso acepté que no fuera tan buena, porque me ayudó a confirmar lo que ya sospechaba, Carmen es la mejor. Tras una mamada que sin duda fue buena si no tuviera el listón tan alto le pedí que se pusiera encima, quería ver a Carmen en acción; y funcionó, hizo un buen trabajo, se dedicó a fondo y yo viví mi sueño.
—Ahora te toca a ti.
Le hice tumbarse y estudié en detalle el paisaje al que me iba a dedicar; un mechón cuidado dejaba despejadas las ingles, me extasié un rato acariciando la tensión de los muslos, ella esperaba curiosa; por fin me acerqué y aspiré antes de besarla, se estremeció, recorrí los labios con besos breves hasta que la escuché suspirar, era el momento de seguir por los muslos, regresar al pubis, enredarme en esa madeja de vello y buscar la humedad que ahora brotaba libre; lamí desde abajo y se resistió, no se lo iba a permitir, moví la cabeza para que supiera que por nada del mundo iba a dejar sin acabar lo que había empezado, me hundí entre sus labios, se enderezó y con la voz ahogada dijo: «No». Abandoné la presa, desde abajo le aguanté la mirada. «Yo pago». No dije más, no iba a consentir que me negara lo que era mío. Un «No» firme y acabé con su última rebeldía. Se rindió. Volví a besar los hinchados labios y se dejó caer, atrapé los finos velos que daban paso al infierno, bebí y saboreé su aroma; hollé la hendidura con la lengua buscando el origen del mundo y me detuve; había hallado la joya que salía al paso de mi lengua y entramos en combate, un duelo suave, fuerte, despiadado, hasta que la quebré.
…..
—No suelo dejar que me hagan estas cosas.
—Gracias por el privilegio.
—Eres extraño, no sé qué pensar de ti.
—¿Bueno o malo?
—Todavía no lo sé.
—Entonces tendré que verte otro día. —Se incorporó y miró el reloj.
—Cuando quieras, ya sabes dónde estoy.
Se levantó y fue hacia el baño.
—¿No tienes otra forma de contactar, un teléfono?
Escuché el bidé, me quedé con ganas de acercarme a verla. No me respondió hasta que volvió. Qué hermosa estaba. Carmen de nuevo la había poseído; ahí estaba después de follar con un cliente y lavarse, dispuesta a irse, tal vez lista para cazar a otro solitario. Miró la erección sonriendo, se acercó al televisor moviendo el culo, cogió un bolígrafo y un cuadernillo del hotel y anotó un número.
—Toma —dijo lanzándomelo al pecho—, si te apetece me llamas.
No perdí detalle mientras se vistió. «¿Eres un poco mirón, no?», protestó divertida. Si supiera que no la miraba a ella sino a la puta de mi mujer tal vez me habría despreciado; aunque a mi dinero no, claro que no.
Me hubiera gustado hablar con Carmen, podría decirle tantas cosas. Que no se merecía el trato que le di, ninguna puta lo merece, ninguna mujer. Podría decirle que la he visto trabajar y se me han despejado todas las dudas; soy el marido de una puta y hoy la he visto ejercer, puede que fuera lo que necesitaba porque mientras la veía comprendí que la emoción que me desbordaba no era otra sino orgullo. Se lo diré, le diré que estoy orgulloso porque, ahora lo sé, es mejor que la mejor.
Si Irma pudo liberar de prejuicios a Jack Lemmon era previsible que al final Carmen lograse sacarme de mis incertidumbres.
…..
—Hombre, estás vivo.
—No estaba muy seguro de que quisieras hablar conmigo.
—Si lo estás diciendo en serio, entonces es que me conoces menos de lo que creía.
—Pensé darte un poco de tiempo para que…
—Para que se me pasara el cabreo. Qué bonito.
—Es lo que me aconsejó Elvira, dijo que si hubiera sido ella me habría mandado a la mierda.
—¿Y desde cuándo necesitamos que nos digan cómo resolver nuestros problemas? ¿es que ahora no se te ocurre a ti solito cómo acercarte a mí?
—No he querido decir eso; le conté lo que había pasado y me puso verde. Solo me aconsejó que te diera un poco de tiempo, nada más. ¿Ves?, otra vez estoy metiendo la pata.
—No, es igual, tampoco es tan grave. Estaba deseando que volvieras y fue una desilusión tan grande…
—Y yo me expliqué fatal, no sabes cómo lo siento, parecía otra cosa.
—Tiene razón Elvira. En ese momento te habría mandado a la mierda, da gracias a que me contuve.
—Dice que me debes de querer mucho para no haberlo hecho.
—¿Eso dice? Pues sí, aunque no te lo merezcas.
Así firmamos el armisticio, entre mimos y arrumacos. Nos echábamos de menos, nos teníamos ganas y lo confesamos abiertamente. Nos quedamos en un limbo en el que el deseo se movía sin intención, bastaba con querernos y decirlo, añoramos momentos que pasamos juntos, sonreímos sabiendo que el otro sonreía. Pero me faltaba algo, deseaba compartir con ella lo que había vivido.
—Hoy te he echado mucho de menos, te veía… por todas partes.
—Claro, se ha ido tu chica y te encuentras solo,
—No es eso, no me entiendes; es a ti a quien necesito.
—No nos vamos a desesperar, cariño; eso es lo que busca Santiago, no le des el gusto.
No podía dejarlo ahí, no encontraría otra ocasión. Sin duda la había llamado para esto.
—¿Estás ahí?
—Sí, aquí estoy.
—A ver, ¿qué te pasa?
—He estado contigo.
—¿Cómo?
—Acabo de estar contigo. —Un hondo suspiro me llegó como si la tuviera al lado.
—Cuéntame eso.
Qué decir: Un paseo solitario por Sevilla evitando los lugares que recorrimos juntos, un encuentro incómodo que terminó mal, un saxo que me lleva a un oscuro bar y ahí estás tú, otra vez tú. Te he creído ver tantas veces que no me sorprendo, pero esta vez casi eres tú. Son tus ojos, tu figura, son tus piernas, es tu pelo, la manera de encender el cigarro, tu sonrisa, la insolencia al sentirte observada. Ella es tan tú que…
—Me acerqué, le dije que me recordaba a una amiga que también trabaja en la noche.
—De puta.
—Justo lo que me preguntó.
—¿Y qué le dijiste?
—La verdad. Dijo que debes de tratarme muy bien porque parece que no te olvido.
—¿Y… te trató bien?
—Sí, pero después de haber estado con ella puedo decir que tú me tratas de lujo.
—Vaya, has necesitado comparar para saberlo.
—En absoluto, solo quería que lo supieras.
—No hace falta, ya sé que soy muy buena.
—La mejor.
—No te emociones, tampoco tienes tanta experiencia.
—No me hace falta para saberlo.
Nos pasaron de largo unos segundos. Yo no quería pensar en qué estaría pensando.
—¿Tanto se me parece?
—En las distancias cortas, no. Tiene más pecho, se le nota el cansancio en el rostro, y después encontré otras diferencias. En realidad estuve contigo. Al principio debió de pensar que era un poco raro porque no dejaba de observarla, estaba viéndote a ti trabajar, luego se acostumbró, me imagino que tendrá clientes más extravagantes.
—¿Por eso lo hiciste, para verme trabajar?
—Así es. Candela se parece tanto a ti que no lo pude evitar.
—¿Cuánto cobra mi doble?
—Veinte mil; veinticinco con griego.
—No está mal para una puta de barra de bar.
—Es que tú juegas en otra liga, cariño.
—Lo sé, pero tengo la impresión de que te volvería loco verme haciendo la carrera en un bar. ¿No contestas? Si no te conociera tan bien…
—No deja de ser una fantasía.
—Todo comenzó como una fantasía, cielo, y mira a donde nos ha llevado.
—No te enfades.
—¿Parezco enfadada? Venga, confiésalo, ¿me ves o no me ves sentada en una barra? ¿No es por eso por lo que te has follado a Candela?
—Lo reconozco, me volvería loco verte en el bar donde trabaja.
—¿Y después qué? Ya me tienes de puta, si quieres puedo ponerme en la calle. ¿Y después?, ¿qué viene después?
«Me asusta pensarlo.»
—Mario, no voy a estar ejerciendo siempre, cuando encuentre lo que busco lo dejaré.
—Nunca te había oído decirlo tan claro.
—¿Estás seguro? No es la primera vez, lo que pasa es que a veces no me escuchas.
—Pero dime una cosa, y se sincera: Ahora que llevas ya un tiempo metida en esto y te has hecho al ambiente y a tus compañeras y te mueves con soltura y ganas una pasta, no me negarás que te gusta.
—Mario: sigo pensado lo mismo que siempre sobre la prostitución, lo que no tengo tan claro es lo que piensas tú.
—Te refieres a…
—Yo sé muy bien lo que busco, pero tú… Dime una cosa, cuando un día llegue a la meta y lo deje, ¿podrás aceptar a la mujer que regrese? ¿No echarás tanto de menos a la puta que ya no te baste conmigo?