Diario de un Consentidor Cambios
Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor.
Cambios
Lunes, veintinueve de Mayo de dos mil
El lunes fue la presentación de Ángel. La imagen que dio fue fantástica. Por si alguien no lo conocía en esos días se había movido su historial por toda la oficina. Entre Andrés y él fueron desgranando los planes de expansión que tenían para el gabinete y el planteamiento a nivel clínico que traía. Todo el mundo parecía satisfecho. «Nada de esto hubiera sido posible sin la intervención de la doctora Rojas, me presentó el proyecto que inició el doctor Arjona hace ya unos años y me contagió su ilusión; una a una fue derribando las objeciones que le planteé hasta que me convenció de que debía estar aquí, formando parte de este proyecto», e inició un aplauso dirigido a mí que fue secundado por Andrés y al que se fueron sumando primero los jefes de departamento y poco a poco el resto del personal con mayor o menor entusiasmo. Andrés me hizo señas para que subiera a la improvisada tribuna y no pude desoírlo cuando Ángel comenzó a gesticular llamándome. Tuve que tomar la palabra.
—No he hecho otra cosa que contar lo que todos nosotros hacemos aquí a diario: trabajar con ilusión para sacar adelante un proyecto diferente, centrado en el paciente y no en el cliente, donde el objetivo es la salud a largo plazo.
Procuré no extenderme en exceso, sobre todo porque observé reacciones de todo tipo, los que asentían con emoción y los que escuchaban con escepticismo. Me preparé para lo que iba a llegar cuando se presentase el nuevo organigrama.
Y no tardó. Había cambios de calado, como la nueva distribución de departamentos en la que se fusionaban competencias y se creaban nuevas áreas. Muchos me miraron cuando quedó claro que el mío había sido absorbido en uno de nueva creación bajo la dirección de Irantzu Mendieta que dejaba la delegación norte.
A continuación se pasó a detallar la entrada de nuevos socios, en plural, lo cual provocó un silencio expectante. Ángel, y no Andrés, desveló mi condición de socia de pleno derecho con competencias en la dirección técnica, por lo que pasaba a formar parte del consejo ejecutivo que es el que toma las decisiones de índole clínica. Andrés hizo una declaración de intenciones sobre nuevas estrategias entre las que incluyó el abordaje de las instituciones oficiales, para lo cual se creaba una estructura dependiente de dirección a la que se dotaba de objetivos ambiciosos y medios en consonancia.
—La nueva Dirección de relaciones institucionales queda bajo el mando de la doctora Rojas que ha demostrado sobradas cualidades para hacerse cargo de una tarea de tal envergadura.
De un vistazo pude distinguir, en medio de los aplausos, los amigos y enemigos que acababa de cosechar; con ellos tendría que lidiar a partir de entonces.
Poco después, tras algunos anuncios menores relativos a la delegación catalana, se dio por terminada la reunión, tuve ocasión de recibir las felicitaciones más o menos sinceras de unos y otros, en la cafetería de enfrente nos esperaba un buffet y allí se dirigió todo el mundo; antes de salir traté de hablar con Mario pero me fue imposible.
«Mario, llámame en cuanto puedas, tengo una noticia importante que darte»
No habían pasado ni cinco segundos cuando el teléfono ya estaba sonando.
—Mario, no te lo vas a creer, la asamblea ha ido de maravilla, ni un solo problema.
—Siento no ser quién esperabas —dijo Tomás al otro lado de la línea—, ¿Todo bien, entonces?
—Tomás, hola; estaba esperando a Mario, disculpa.
—Te noto eufórica, ¿tan bien ha ido?
Le puse brevemente al tanto del ambiente que se respiraba en el gabinete. Entendió que no podía entretenerme y fue al grano.
—Se trata de Javier Linares: quiere cerrar las negociaciones, en realidad quiere verte pero se lo dejaste tan claro que me ha pedido que le presente un acuerdo y lo discutamos este fin de semana, al estilo de la otra vez pero solo los tres, le supo mal lo que sucedió con Lorena.
—¿Este fin de semana?
—¿Algún problema?, si es por dinero yo asumo la cifra de Javier.
—Sabes que no se trata de eso, tengo que ver si es posible, no sé si Mario tiene planes de pasar el fin de semana en Madrid.
—Dímelo pronto, me juego mucho en esto, ya lo sabes; además, después de ver cómo manejaste el asunto de la limusina quiero que hagas algo más que abrirte de piernas y hacerle una de tus soberbias mamadas.
—¿Es necesario que seas tan directo?
—Mira Carmen, cambia el chip, ahora no estamos hablando como amigos; soy tu jefe y tú eres una de mis chicas, probablemente la mejor salvo que la vuelvas a cagar.
—Muy bien, mañana a primera hora te digo algo.
—Ni de coña, necesito una respuesta antes de medio día.
—De acuerdo, cuenta conmigo.
—¿Estás segura?
—¿Cuándo te he dejado colgado?
Fui a la cafetería y estuve con unos y otros, me interesaba palpar el ambiente y nada mejor que unas cervezas y una charla desenfadada para soltar la lengua, de ese modo conseguí corroborar la impresión que me había hecho sobre los bandos que iba a tener en adelante. No me entretuve demasiado, tenía cosas más importantes que hacer.
…..
—¿Por qué te has ido tan pronto?
—No me apetecía nada ser pasto de los tiburones.
—No exageres, la mayoría de tus compañeros se han alegrado,
—¿Tú crees?, yo no estaría tan segura. ¿Qué haces? estate quieto, puede entrar alguien.
—No creo, están todos allí.
Lo temía; desde que entró y cerró la puerta lo veía venir. Había ido deambulando por el despacho, se acercó a la ventana y fingió mirar a la calle; entonces, cuando lo tenía fuera de foco me atrapó por detrás. «Déjame». Me acariciaba el cuello y en lugar de hacerme caso deslizó una mano por el escote tan rápido que no fui capaz de reaccionar hasta que la tuve dentro del sujetador. Cogí aire, me escuchó y lo interpretó como un signo de rendición; me cubría el pecho, lo oprimía y lo amasaba sin perder un agradable punto de delicadeza, eso es lo que me impedía detenerlo porque si se hubiera empleado con rudeza lo habría parado.
—Qué haces ¿estás loco?
—Loco por ti. —Se inclinó y me besó el cabello. Esa combinación de sexo, ternura, placer y riesgo me superaba; le concedí un minuto, solo un minuto más y detendría aquella locura que me estaba matando.
—Para, para por favor.
El sonido del teléfono nos sobresaltó.
—¿Sí?
—Carmen, tu marido.
—Pásamelo.
—Mario, por fin, ¿qué tal?
—Bien, perdona que no te haya contestado antes.
—No importa. —Me revolví pero no hizo intención de soltarme—. Quería contarte cómo ha ido.
—Ah, sí; ¿qué tal?
—Perfecto. Se ha presentado la nueva estructura y ha caído mejor de lo que esperaba.
—Me alegro, ¿cómo han reaccionado con tu ascenso?
—Ha habido de todo, en general bien, ya veremos. Creo que estaban más pendientes del nuevo socio—dije, lanzándole una mirada asesina que aprovechó para besarme en la frente.
—¿Y Ángel, qué tal se ha manejado?
—¿Ángel? bien, muy bien, se los ha ganado, tiene mucha mano izquierda. —Esa, con la que pinzaba el pezón y, al verse aludido, estrujó sin piedad.
—Me alegro de que haya ido bien, ya verás como en poco tiempo todos se adaptan al nuevo orden.
Sus labios me hallaron desprevenida y se cebó en mi boca. No lo vi venir, había cerrado los ojos tratando de sobrellevar el dolor que sufría en mi pecho. Me dejé besar, con la mano derecha descendió por mi vientre masajeándolo, no dejaba de castigarme el pezón y perdí el control de mi cuerpo, mis muslos se separaron solos y cogió lo que iba buscando como se coge una fruta madura del árbol. Me tenía, empecé a responder. De repente el pánico se apoderó de mí. ¿Y si alguien abría la puerta, qué escena se encontraría? Apenas tenía margen para moverme, y Mario esperando al teléfono. Comencé a cabecear, atenacé su mano entre mis muslos, pero no cejaba en su empeño de comerme la boca.
—¿Carmen?
Me soltó y se sentó frente a mí.
—Perdona, ya estoy contigo.
No nos extendimos mucho, parecía tener prisa; me anunció que vendría el jueves para una firma en el notario con Emilio.
—¿Te quedarás hasta el fin de semana?
—Sí, claro. —respondió sin mostrar mucho entusiasmo.
—Bueno, mejor hablamos cuando no estés ocupado.
—Lo siento, es que tengo que volver a la reunión.
—No te preocupes, hablamos esta noche, ¿vale?
Le había notado incómodo y supuse la razón: ya que volvía querría pasar algo de tiempo con Elvira y tal vez no había sabido cómo decírmelo. Cuanto antes lo hablásemos mejor; yo tenía el compromiso con Tomás y debíamos dejar las cosas claras.
—¿No me podías haber dejado hablar tranquila?
—No te notaba nada incómoda. Por cierto, lo de la mano izquierda… has estado genial.
—Vamos, vete; tengo cosas que hacer.
—¿Como cambiarte de bragas?
—Te crees muy listo tú. —Estaba ya en la puerta y amagó con regresar.
—¿Quieres que lo compruebe?
—¡Vete ya!
Aquella tarde en el gimnasio no hice otra cosa que pensar la forma de encarrilar la conversación con Mario, no quería que hubiera un malentendido, lo mejor es que lo hablásemos con franqueza. Al llegar preparé una cena frugal y esperé a ver si él daba el paso. Sobre las once sonó el teléfono,
—Hola cosita, te estaba esperando.
—Me imaginé que estarías a punto de acostarte.
—Un poco pronto, ¿y tú?
—Voy a tumbarme y leeré un poco.
—Yo haré lo mismo, me echaré en tu lado de la cama,
—Eres una ocupa.
—Me gusta. ¿Por fin cuándo vienes?
—El jueves; saldré de madrugada porque tenemos que estar en el notario a las once.
—Ten cuidado, no corras. ¿Qué planes tienes?
—¿A qué te refieres?
—Ya sabes. Me comentaste que te piensas quedar todo el fin de semana.
—Me iré el domingo a última hora; tengo que estar de vuelta el lunes temprano.
—Me refiero a que, durante esos días, también querrás estar con Elvira.
—Quería hablarlo contigo. Me gustaría pasar un día con ella.
—Mira: el viernes por la noche trabajo, no he podido evitarlo; volveré el sábado a mediodía. Si te parece podemos organizarnos. No sé, ¿qué estabas pensando tú?, dime.
Hubo un silencio que me preocupó, no duró mucho pero se me hizo eterno.
—Me parece bien.
—¿Seguro? Siento no haber podido…
—No importa, el viernes está bien,
—Entonces de acuerdo.
Pasado el mal trago volvimos a la normalidad; me contó cómo le iban las cosas, yo le hablé del futuro en el gabinete, mis expectativas sobre el nuevo puesto directivo y la tranquilidad que me daba la promesa de Andrés de estar más presente en los asuntos diarios.
—Por cierto, no te conté: me encontré con Sara.
—¡No me digas! ¿qué se cuenta?
—No llegamos a hablar mucho. Quedé con Graciela, me vio y se acercó a saludarnos. A propósito, tendrás que pensar algo, le dije que estabas a punto de llamarla para un proyecto.
—¿Y eso a qué vino?
—No lo sé, fue un impulso, uno más entre otros. Me dejé llevar. Le presenté a Graciela como tu chica.
—Ay, Carmen…
—¿Qué?
—¿Echando la red?
—¡No digas eso!
—Anda, sigue contando.
—Le aclaré que no habíamos cortado y le insinué que, nosotras…
—¿Y Graciela?
—Graciela me siguió el juego.
—¿Era eso, un juego?
—No, ni mucho menos.
—Ya me parecía.
—Nos dejó, quedamos en llamarnos y ponernos al día.
—Y vosotras…
—Nos fuimos a su casa.
—No sabes lo que me alegro.
—Ya lo sé, cariño.
—No tengo que pensar mucho, la puedo meter en esto de la junta, vamos a necesitar mucho diseño e imagen. La llamo uno de estos días, creo que tengo su teléfono.
Amistad, compenetración, amor. ¿De qué hablamos después?, no lo sé, tampoco importa, prevalecían las sensaciones que nos unían a través de la distancia.
—Tengo ganas de volver, no me encuentro cómodo.
—Ten paciencia, ya verás como dentro de poco esto ya habrá pasado.
—Te echo mucho de menos, sobre todo por las noches.
—Y yo a ti; me llamas poco.
—Es que Santiago impone un ritmo frenético.
Me quedé con la sensación de haber iniciado otra etapa, la de la aceptación de nuestra vida individual.
Irene
«Me acuesto desnuda con las luces apagadas, el resplandor de la luna inunda la habitación. He quedado con Irene a las doce, tiene una cena con las compañeras del centro. La brisa que a rachas entra por la ventana me refresca. Hace demasiado calor para la época en la que estamos. No se oye nada, el parque está vacío, si acaso el rumor de los álamos batidos por el viento y los pasos de algún caminante perdido en sus pensamientos. Como yo.
La echo de menos; ya va para tres semanas que se marchó y cada vez la extraño más. Tal vez sea mejor que no esté aquí en este preciso momento. No sabría explicarle, no podría.
Me sobresalto, el móvil se ilumina.»
—Hola cariño, te estaba esperando.
—Hola mi amor, no veas lo que me ha costado escaparme; ahí siguen de marcha.
—Qué aguante tienen las gallegas.
—Y que lo digas, si las dejo acabo borracha, yo creía que el Ribeiro no pegaba tan fuerte.
Seguimos charlando de cosas sencillas mientras me decía lo que iba haciendo, «voy a poner el manos libres mientras me desnudo», «espera que hago un pis», «tendría que ducharme, huelo fatal»
—Tú nunca hueles mal, cielo, sabes lo que me gustas sudadita, como la canción.
—Calla, no seas mala, a ver qué hago yo ahora.
—Lo sabes muy bien, te he visto hacerlo y lo haces de maravilla.
—Carmen, por favor. —Aparté mis dedos, no podía seguir por ahí.
—¿Cuándo llegas, el quince?
—En principio el dieciséis, aunque hay posibilidad de que me renueven.
—Debería alegrarme, pero no veas como me jode.
—Me soluciona parte del invierno, está muy bien pagado y supondría que me llamaran el año que viene.
—Lo sé, corazón; claro que me alegro.
—El viernes estuve en la frontera con Portugal, hay unos paisajes preciosos, es un océano tan salvaje. Hice cantidad de fotos, ya verás. Fui con una compañera que es de allí y me enseñó un montón de sitios.
—¿Estuviste en Tuy?
—¿Lo conoces?
—Sí, hace años, me encanta.
—Victoria es de allí, comimos en el restaurante de sus tíos, nos trataron fenomenal y luego estuvimos toda la tarde paseando por unos sitios a los que no suele llegar el turismo.
—¿Buenas amigas?
—¿Te vas a poner celosa?
—Te echo mucho de menos.
—Se parece mucho a ti, incluso tiene un lunar bajo el pecho como el tuyo.
—Que cabrona eres.
—Se lo dije: Mi chica tiene un lunar como el tuyo, algo más grande y más cerca del pezón.
—Te odio.
—Y se lo como así, escucha.
—Te voy a colgar. —Se echó a reír, me encanta su risa.
—Cuando vuelva me gustaría tener un par de días para nosotras, ¿podrá ser?
—Cuenta con ello, nos vamos a donde tú quieras.
—No sabes cuánto te necesito.
Me preguntó por Mario, por mi vida. Le hablé de los problemas con Solís, cómo al final nos habíamos librado de él; le pareció de película. Le conté mi ascenso y se puso muy contenta. No le hablé de la parte oscura de mi vida, no podía hacerlo; ahí fue cuando me di cuenta de que a partir de entonces debería llevar una doble vida, no solo con mi familia sino con las personas me que querían, excepto con Mario.
Nos despedimos y me quedé pensando en todo lo que habíamos hablado, la echaba tanto de menos… Si no se hubiera tenido que marchar posiblemente la cosas hubieran sido de otra manera.
Cogí el móvil y escribí.
«Wish you were here»
Al momento contestó:
«Y yo, amor. Hace poco la escuché y me acordé de ti, de cuando la bailamos»
«Seguro que la bailaste con Victorita, ¿le metías mano?»
«Estás celosa!!!! Le hablaba de la chica que tiene un lunar como el suyo»
«Seguro que ya no te acuerdas de cómo es»
«Redondo, abultado, se pone durito cuando lo acaricio con la yema del dedo»
«Teta derecha o izquierda»
«Izquierda»
«¿Ves? Te has olvidado»
«Me quieres liar, es la izquierda, en casa duermes a la derecha y me pilla al lado»
Sonreí, no había conseguido engañarla. Entonces lo vi de nuevo, un pequeño resplandor enfrente, en lo alto del edificio que se apagó enseguida. La lumbre de un cigarrillo. ¿Alguien me espiaba? Pobre idiota, pensé. En la oscuridad de la noche cerrada, con tan solo la claridad de la luna llena y el tenue resplandor del móvil ¿qué podía ver a esa distancia? La silueta de una mujer desnuda tendida en una cama. Infeliz. Doblé la pierna no obstante, formando un muro con el muslo.
«Tengo un mirón»
«Dónde»
«En el edificio de enfrente, el pobre no sé qué verá, la imaginación es libre»
«Cierra las cortinas»
«Sí, claro; con el calor que hace»
Entonces surgió un fogonazo, apenas un segundo.
—¡Mierda! — Me incorporé de un salto, un nuevo fogonazo, gateé hasta el borde de la cama, otro fogonazo, salté al suelo, traté de atrapar las cortinas, otro más, las corrí y me oculté contra la pared.
…..
«No sé que cámara tendrá pero para poder disparar el flash tantas veces en tan poco tiempo debe de ser un buen equipo»
«¿Me ha podido sacar con nitidez?»
«Depende del objetivo que haya usado, de todas formas es muy difícil que con tan poca luz y a tanta distancia se te pueda llegar a distinguir; ese degenerado solo quiere tener a una mujer desnuda detrás de una ventana, lo que menos le importa es tu cara, quiere tetas y carne»
«Mañana voy a hablar con el presidente de la comunidad»
«No te hagas muchas ilusiones»
Martes, treinta de Mayo de dos mil
—Ramiro, me tenías preocupada, ya te iba a llamar yo.
—Perdona que no lo haya hecho antes, es que he tenido la consulta a tope y…
—Y no te atrevías a llamarme, no me digas más. ¿Los análisis bien?
—Pensaba que vendrías a recogerlos.
—Si me hubieras llamado, pero han pasado quince días. ¿me das cita o no quieres verme?
—Carmen, por favor. ¿Te viene bien hoy mismo, a la una?
—Muy bien, a la una.
…..
—¿Está todo bien?
—Todo bien. —Los guardó en el sobre y me los entregó. Se quedó esperando, estaba claro que la conversación que tuvimos la última vez que nos vimos estaba en el aire.
—En cuanto a lo que estuvimos hablando…
—Carmen, el otro día no sé si estaba…
—Estabas siendo sincero. No consigues verme como una paciente cualquiera, ni siquiera como tu amiga. Y en gran parte la culpa ha sido mía, no he sabido trazar una línea entre la mujer que soy ahora y la paciente que debo ser cuando vengo a consulta. Pero el mal está hecho. Puede que acostándonos seamos capaces de reconstruir nuestra relación; será de otra manera pero al menos podremos convivir sin ansiedad. Dime, cuándo.
—¿Estás segura?
—¿Me ves indecisa?
—Esta semana no podría ser.
—Yo tampoco; Mario está de viaje y quiero que esté al tanto. ¿El lunes?
Nos despedimos con un beso, trató de dármelo en la mejilla y lo detuve.
—Déjate de tonterías, si vamos a ser amantes empecemos en serio.
Y lo besé en la boca, tardó en reaccionar pero cuando lo hizo supe que no me iba a defraudar.
Salí de la consulta con el tiempo justo y preferí avisar.
—Ya voy para allá.
—Tranquila, voy con un poco de retraso.
Tomé un taxi, desde la consulta hasta el apartamento de Tomás no debería tardar más de media hora. Ismael me dio el correo y subí con él en el ascensor.
—¿Todo bien, doctora?
—Muy bien.
—Cada día estás más guapa, no sé cómo lo haces.
—Me cuido, hago ejercicio y duermo bien. Toma ejemplo, Ismael.
Se bajó un piso antes que yo y se despidió con un «hasta luego, preciosidad» y un azotito.
Tomás no había llegado; me descalcé y cogí una tónica del frigorífico. Entré en el dormitorio y me quité la blusa y la falda, colgué todo en el armario y saqué una bata corta de raso, dejé el sujetador y las bragas sobre la cama, pasé al baño y oriné. Diez minutos más tardé escuché una llave en la puerta.
—Ya estáis aquí.
—Quedamos en que comeríamos fuera —dijo después de besarme.
—No tenemos prisa, ¿verdad?
—Perdonad, no os he presentado, ella es Carmen, una buena amiga que se ha prestado a darte la bienvenida a Madrid. Él es Julio, mi socio en Portugal.
—No podía esperar mejor recibimiento, sigues teniendo muy buen gusto. Hola, soy Julio. —Se acercó y me dio dos besos; la mano que comenzó en la cintura se movió por mi culo, luego se separó y me miró de arriba abajo—Eres perfecta, ¿recién llegada de trabajar?
—Ahora mismo.
—¿Y las bragas?
—En la habitación.
—Voy pasando.
—Ya te conté que es un poco peculiar —dijo en voz baja cuando nos quedamos a solas—, se pasará todo el tiempo olfateándote.
—Por eso os he recibido así, pensé que es lo que esperabas.
—Has hecho bien. Ya verás, será como hacerlo con un lebrel.
—¡Calla! No voy a poder quitarme esa imagen de la cabeza, qué asco.
—Por lo demás no tienes de qué preocuparte, es un tío bastante normal aparte de su obsesión por los olores.
No pudimos continuar porque Julio salió de la habitación, se le veía impaciente.
—Bueno, os espero en la cafetería de abajo. Pasadlo bien.
Una hora después nos reunimos con Tomás. Había sido tal y como dijo; antes de comenzar quiso asegurarse de que no me había lavado, me tumbé en la cama y me olfateó desde las axilas hasta las plantas de los pies, no dejó un milímetro de piel sin pasar por su nariz, incluso me llegó a excitar tanto fetichismo; temí que no llegaríamos a nada porque varias veces estuvo a punto de correrse pero consiguió aguantar, le faltaba el segundo plato. Hizo que me pusiera de rodillas con la cabeza hundida en la almohada; la sensación de la nariz en el culo me hizo temblar como si estuviera destemplada y eso le gustó, se entretuvo tanto que otra vez pensé que ahí se acabaría todo, pero me equivoqué; estaba tan encharcada que apenas le sentí penetrar a pesar de la contundencia con que se empleó. Le bastaron unos cuantos golpes violentos de cadera para soltar toda la tensión que había acumulado durante la larga sesión que había dedicado a explorarme. ¿Cuándo coño se había puesto el condón?
No quiso que estuviera presente mientras se lavaba, qué persona más extraña.
—Nos vas a perdonar pero ha surgido algo mientras estabais arriba y tenemos que tratarlo en privado.
—No importa.
—Vuelve sobre las siete, ya habremos acabado.
No entendía nada, ¿pretendía tenerme a su disposición toda la tarde? Me devolvió una mirada fría. Qué me había creído, era mi jefe y disponía de mí a su antojo.
—Por supuesto, aquí estaré. —consulté el reloj, apenas eran las tres y media—. Aprovecharé para ir al gimnasio.
—Ya sabes —saltó Julio.
—No te preocupes, me ducho aquí cuando acabemos.
Cogí un taxi para acercarme a recoger el coche y antes me tomé un sándwich; de ahí me fui directa al gimnasio y entrené sin ninguna prisa. Sudada, sin cambiarme de ropa, me eché por encima la chaqueta y salí hacia el picadero. Aún no habían vuelto; me sentía sucia y tenía más mono de una ducha que de un pitillo.
No tuve que esperar demasiado; Julio, nada mas verme vestida con las mallas del gimnasio, se acercó y me besó, era la excusa para olfatearme.
—Gracias, Tomás; hablamos luego.
Desde la puerta me sonrió y nos dijo adiós.
…..
«Ya he salido, todo bien»
Arranqué y salí camino a casa, eran las once de la noche. Enseguida recibí una llamada.
—¿Qué tal, algún problema?
—Nada, como decías es un lebrel inofensivo.
—Es un buen hombre, tiene esa obsesión por el aroma de mujer pero por lo demás no tiene otras desviaciones.
—Te he de confesar que pasada la primera impresión llega a ser agradable, incluso excitante.
—Tomo nota. Me has hecho un gran favor, no creo que ninguna otra lo hubiera atendido con la habilidad que tú tienes.
—Exageras.
—Mañana tenemos que hacer un hueco para terminar de ver lo de Javier.
—Hablamos. Buenas noches, cielo.
Miércoles, treinta y uno de Mayo de dos mil
«Dejamos una conversación a medias. Si te apetece, llámame»
Sonaba un poco seco, me recordaba más a la Elvira antipática de nuestros inicios que a la persona con la que crucé unas frases cordiales unos días antes. No respondí de inmediato, tuve que pensármelo y si lo hice fue venciendo el rechazo que había despertado ese escueto mensaje.
«Ok, a las siete estoy libre. Dame un toque»
¿Ok? ¿En qué momento había incorporado ok a mi vocabulario? Lo borré y escribí:
«Vale, a las siete termino. Hablamos». Dejaba abierto quién de las dos establecería contacto. Poco después de cerrar la consulta la tenía al teléfono.
—Hola, entonces qué, ¿hacemos algo? —Eso llevaba otro tono más desenfadado, tal vez debería bajar la guardia.
—Cómo qué, ¿nos vamos de tapeo y nos ponemos al día?
—Me parece genial.
Estábamos predispuestas a entendernos, ambas éramos conscientes de que el pasado mostraba dos mujeres más jóvenes e inexpertas a las que juzgar con indulgencia. El tiempo suaviza las aristas y los recuerdos son mejores si se toleran los errores y se comprende a la otra persona como nos comprendemos a nosotras mismas. Podíamos ser amigas si entrábamos a saco en el asunto que de verdad nos había llevado a encontrarnos.
La recordaba más joven, sin embargo me gusta más ahora; ha perdido parte de la impulsividad que tenía, a cambio ha ganado en madurez aunque apenas hemos cruzado unas cuantas frases. No me extraña que Mario haya vuelto a enamorarse, sigue siendo la misma pelirroja atractiva de entonces, más caderas, más curvas, una leve cojera bien disimulada. Se conserva bien la puñetera.
No pretendo nada. Lo sé, deja de disculparte, no he venido a pedirte explicaciones.
Puedo entender lo que le debió suponer enterarse de que su amor de juventud aparecería después de tantos años. A Santiago siempre le gustó jugar con la gente y me imagino (por cómo lo cuenta) lo que disfrutó viendo la reacción de Elvira cuando se lo dijo. Cuánto daño se puede hacer sin poner la mano encima. Cuantas emociones despertaron de pronto. No te disculpes por dejarte llevar y sofocar con Mario tantos años de miseria al lado de la persona equivocada.
Mira Elvira; cuando todo se hundía, cuando creía que tal vez no volveríamos a ser lo que somos…
(No, tengo que ir un poco más atrás.)
Un día cuando ensayábamos otra forma de vivir lo nuestro, Mario conoció a una mujer, se llama Graciela y a día de hoy somos amigas, ya lo empezábamos a ser entonces. Una noche, cuando todo se hundía, acudió en ayuda de Mario. Estábamos rotos, a punto de la quiebra total. Ella se lo llevó a su casa para evitar que cometiera una locura. Me llamó, quería saber qué nos había ocurrido aunque ya tenía su versión, una versión que me dejaba mal parada.
—¿Con razón?
—En parte. Al final le pedí que no lo dejara solo; si lo iba a perder, ella podía ser quien le ayudara a sobrellevar la pérdida y si acaso conseguíamos reconciliarnos, sería quién me sustituyera mientras lo lográbamos.
—¿Quieres decir que…?
—Digo que le pedí que ocupara mi lugar, no podía dejar que la pena lo consumiera en soledad, no fue una decisión fácil pero no podía imaginarlo sufriendo. Al final logramos reconstruir la pareja en base a nuevas reglas y Graciela es, cómo te diría…
—¿Por qué me lo cuentas?
—Mario te quiere. Tú, no sé lo que sientes por él. Que sois más que amigos es algo que haríamos mal en tratar de ocultar. Yo no soy un problema, es lo que intento decirte.
Jueves, uno de Junio de dos mil
Estaba con un paciente cuando escuché vibrar el móvil.
«Ya he llegado»
—Si me disculpas, es un asunto urgente, he de contestar.
«Avísame cuando salgas del notario»
Me reincorporé a la consulta. Ya estaba preocupada; eran las once menos cinco y no había tenido noticias suyas en toda la mañana. A las doce me llamó.
—¿Qué te ha pasado?
—Nada, salí más tarde de lo previsto.
—Podías haberme avisado, estaba preocupada.
—Lo siento, no he parado en todo el camino.
—Y le habrás metido caña, como si no te conociera.
—Bueno, ¿quedamos a comer?
—Claro.
A las dos me vino a recoger. No subió como de costumbre, supuse que no quiso coincidir con Ángel; quedamos en una cafetería de la Glorieta y de allí nos fuimos a buscar un restaurante. Evitamos hablar de trabajo, nos teníamos ganas y se notaba tanto que al terminar el café le dije:
—Vámonos a casa.
—No puedo, tengo una reunión a las cinco.
—Entonces vámonos a algún sitio. —Sonrió, eso era un sí.
—Estás loca. ¿Dónde?
—Déjame a mí.
Salimos antes de que me arrepintiese, paré un taxi y le di la dirección. «¿Dónde me llevas?». Le besé y no volvió a hacer preguntas. Apenas hablamos en todo el trayecto, le apretaba la mano con tanta fuerza que se hizo cargo de la emoción que me sacudía. Atravesamos el portal, saludé a Ismael y me dio un par de cartas y un aviso de correos; aproveché que salía una señora para tomar el ascensor y no tener que esperar. Subimos en silencio, sin dejar de mirarnos, le besé, le agradecía el acto de fe y el respeto que me mostraba. Saqué el llavero y abrí la puerta; la luz entraba a raudales. Entramos al salón, Mario miró alrededor, dejé el bolso donde siempre, me descalcé, puse el correo encima del cenicero de cristal; costumbres adquiridas de alguien que se siente en casa, así lo entendió. Me acerqué y nos abrazamos.
—Con que este es el picadero. —afirmó sin dejar de besarme.
—Este es. Ven.
Lo llevé al dormitorio donde tantas veces me había acostado con Tomás, lo recorrió con la mirada al detalle, entretanto había comenzado a desnudarme, cuando se dio cuenta se acercó y siguió él, me liberó del sujetador y me abrazó como si acariciarme la espalda fuera el mayor regalo que pudiera hacerme, luego soltó el botón de la falda y bajó la cremallera, me encargué de doblarla y dejarla a un lado y volví a ponerme a su disposición para que me librara de las bragas, se agachó, las recogió cuando saqué los pies y ahí, de rodillas, sujeto a mis caderas me besó el pubis y apoyó el rostro en mi vientre. Le acaricié el cabello, qué podía hacer ante tanta ternura.
Caí en la cama y le observé mientras se desnudaba; estaba lista para recibirle, es lo que más deseaba. No sé cómo lo supo, lo recibí en mis brazos y me penetró sin violencia, haciéndome sentir plena, me abracé a su cuello y me dejé llevar por el balanceo que imprimía a mi cuerpo con la cintura, no necesitaba más, susurraba mi nombre al oído; «Amor mío», se escapaba de mis labios abrumada por una emoción que no experimentaba desde que nos enamoramos. Y estalló en un temblor callado, yo lo recibí sin importarme nada salvo su placer, me sentía feliz como no recordaba haberlo sido en mucho tiempo.
…..
—No me lo imaginaba así.
Continuábamos echados en la cama, si hubiera podido detener el tiempo lo habría hecho, el sentimiento de felicidad persistía.
—¿Ah, no?, ¿y cómo te lo imaginabas?
—No sé, más grande, más…
—Es suficiente para lo que sirve —respondí a su mirada—: Un picadero, no se necesita mucho más.
—Aquí es donde viviste al volver de la montaña.
—Sí, con el Retiro tan cerca fue muy fácil avanzar en mi análisis. Trabajaba, salía a correr…
—Te imagino probándote el kimono delante de Tomás. ¿Dónde fue, aquí o en el salón? —le golpeé en el brazo.
—En el salón.
—No te lo he vuelto a ver.
Me levanté, abrí uno de los cajones y lo saqué. Le sorprendió verlo.
—Me lo traje; no parecías prestarle demasiada atención y a él le encanta; pero si quieres me lo llevo.
—No, es igual, déjalo. ¿Lo usas?
—A veces, cuando me lo pide.
—Y… ¿con otros?
—¿Con clientes? No, nunca.
Lo desdoblé y me lo puse sin cerrarlo, sabía que estaba deseando vérmelo puesto, aunque no me lo habría pedido. Me miró con deseo.
—Te da un aire de puta brutal. —Me recosté a sus pies.
—¿Lo debería usar?
—Ya lo creo, estás impresionante.
—Tal vez te haga caso.
Me comía con los ojos, es un hombre al fin y al cabo.
—¿Y tú, has estado más veces con tu puta?
—Tú eres mi puta. Ella se llama Candela. La vi el lunes y anoche.
—¿Te gusta?
—Me gusta, ya sabes por qué; aunque en realidad no os parecéis tanto, es más lo que proyecto de ti.
—Qué suerte has tenido, voy a tener que buscar un doble tuyo.
—¡Boba!
—¿Le vas a decir que has estado con tu amiga, la puta de Madrid?
—¿Quieres que se lo diga? No sé.
—Ya empezamos.
—¿A qué viene eso?
—Dile que soy tu mujer.
—¿Por qué? No creo que haga falta.
—¿No? ¿y seguir adelante con una mentira como siempre?
—Vamos, Carmen, esto es muy diferente.
—Por eso mismo; díselo, debe de estar acostumbrada a sustituir a las esposas de sus clientes, no se va a escandalizar.
—Bueno, quizá lo haga.
—Hazlo, lo vas a disfrutar más, te conozco.
—¿Por qué ese interés repentino por Candela?
—Es mi doble, ¿no?, es lógico que me preocupe por ella.
—No estoy obsesionado, la veo alguna vez, me cae bien, nada más, como te pasa a ti con Javier.
—Es distinto, él es mi cliente, me paga y le proporciona buenos beneficios a Tomás.
—Está coladito por ti, reconócelo.
—Mejor para todos, pero no te escabullas; ¿le vas a decir que soy tu mujer?
—Ya veremos, de momento voy a bajar el ritmo, me estoy gastando un dineral.
—De eso quería hablarte: no saques más de la cuenta, coge de la caja lo que necesites.
—No, de eso nada.
—¿Por qué?, ¿te parece dinero sucio?
—No digas tonterías, es que es tuyo.
—¿Desde cuando hacemos distinción entre lo tuyo y lo mío? Hay demasiado dinero negro en casa, es mejor que lo vayamos gastando. Llévate.. no sé, ¿cien?
—¿Cien mil, estás loca?, ¿dónde voy yo con tanto dinero?
—Calcula: son cinco visitas a tu amiga. No es tanto. Y si no lo gastas lo devuelves a la caja.
—¿Estas segura?
—Ya te lo he dicho; es mejor eso que un goteo en la cuenta sin justificación.
—Parece que lo llevas pensando mucho.
—Me preocupa, no sé cómo lo vamos a sacar, y cada vez habrá más.
—¿Has hablado de esto con tus compañeras?
—No sé me había ocurrido.
Se incorporó hasta alcanzar el kimono, lo acarició y la tela se deslizó dejándome el pecho desnudo. Suspiró.
—Deberíamos arreglarnos; a las cinco tengo…
—Claro, la reunión.
Por un momento temí que el detalle del kimono hubiera supuesto un problema. En absoluto; fuimos charlando en el taxi, haciendo planes para organizarnos durante el fin de semana. Todo normal. Me dejó en la puerta del gabinete. Lo que no esperaba era encontrarme a toda la plana mayor reunida.
—¿Dónde estabas? Llevo llamándote desde las tres. —Paloma parecía descompuesta. Pasé al despacho de Andrés. Ángel, Moreta. Amelia y dos de los socios con más peso en el consejo estaban reunidos.
—Pasa —Me dijo Andrés; el ambiente era tenso; en pocas palabras me puso en situación—: Solís quiere guerra; ha presentado una demanda por incumplimiento contra la sociedad, una cifra exagerada que somete a la empresa a un importante estrés económico; por otra parte —miró a Moreta—, los abogados advierten que tiene base jurídica, se ha incumplido una cláusula menor.
—No creemos que tenga recorrido.
—Eso no lo sabemos, Gregorio —respondió visiblemente alterado—, Solís no mueve ficha si no está convencido de ganar la partida.
Se paseó por el despacho meditando sus argumentos. Todos esperábamos que continuara.
—Me consta que la doctora Rojas tiene una bala de plata contra Solís, su sola mención hizo que todo el equipo que había desplegado desapareciera en veinticuatro horas, yo fui testigo.
No podía creer que me estuviera haciendo esto. Gregorio y Amelia estaban expectantes y los socios asistían entre asombrados e incrédulos.
—Creo, Andrés, que has sacado conclusiones erróneas de lo que sucedió en aquella reunión de jefes de departamento.
Lo defraudé, lo vi en su mirada. Iba a matizar mis palabras pero no me dejó proseguir.
—Gracias Carmen, es todo, puedes retirarte.
Lo interpreté como una ruptura, salí de allí y me fui a mi despacho pensando si podría haberlo enfocado de otra manera. Dos minutos después me llamaba Tomás.
—Buenas tardes, quería cogerte antes de que te marcharas; ¿nos podemos ver aunque sea media hora?
—¿No lo podemos dejar para mañana? Acaba de pasar algo… no estoy en condiciones, lo siento,
—¿Qué ha pasado?
Le conté la demanda de Solís, las amenazas que había vertido contra mí cuando se vio expulsado de la sociedad y la sensación de haber traicionado a Andrés por no secundar su estrategia delante de todo el equipo directivo.
—Te aconsejé que usases tus cartas y no me hiciste caso.
—Tienes razón, debí haberlo hecho pero ya no tiene remedio.
—Nunca es tarde, querida.
—Ya no puedo usar la información sobre el título de Solís, ha perdido el valor que tenía. Además, ¿cómo le explico a Andrés por qué no la puse a su disposición antes y cómo la conseguí?
—Pues enfréntate a Solís, puedes hacerlo.
—No lo conoces, es capaz de cualquier cosa.
—Entonces tendrás que dejar que sean otros quienes lo resuelvan. De acuerdo, descansa hoy y mañana nos vemos.
De camino a casa llamé a Andrés pero no respondió, al cuarto intento dejé que su voz amable terminase de invitarme a grabar un mensaje.
—Andrés, soy yo. Lo siento, lo siento mucho. Creo que esto me viene grande, te lo dije. Cuando me has puesto en evidencia delante de los socios no he sabido reaccionar, ya lo has visto, y te he dejado solo. Si me lo hubieses advertido… Siento haberte fallado.