Diario de un Consentidor Babel

Dos miradas a una misma historia. Dos caminos y una encrucijada.

Babel

No había vuelto a pensar en él, posiblemente porque mi vida estaba tan repleta de imprevistos que apenas me quedaba espacio para incorporar a nadie más, incluso a veces me daba la impresión de que estaba postergando a mi familia de nuevo. La llamada me sorprendió a punto de cruzar el portal después de almorzar.

—Gabriel, qué sorpresa, ya no te esperaba.

—Te debo una disculpa, quedé en llamarte y ya ves, he dejado pasar quince días, no por falta de interés, te lo puedo asegurar.

—No tienes que explicarme nada, ¿cómo estás?

—Muy bien, acabo de volver de París.

—Qué envidia me das, es mi ciudad favorita.

—Entonces coincidimos, podría vivir allí sin pensármelo dos veces.

Me fui alejando de portal, no quería que nadie interrumpiera una conversación tan agradable; porque desde el primer momento recuperamos el buen clima que se creó entre nosotros la noche que nos conocimos, había algo que fluía y nos hacía sentir cómodos; hablamos de París, de lugares comunes que habíamos recorrido, del color que tiñe el Sena al atardecer en Otoño, de ahí pasamos a Londres, a Praga. Propuso seguir charlando, una cena, y caí en la cuenta de que aún no tenía el carrete; un sentimiento de alerta me hizo posponer ese encuentro, le pedí un par de días, necesitaba saber si Ángel había cumplido su promesa. Entré en mi despacho y lo llamé a la facultad.

—Buenas tardes, princesa, ¿qué puedo hacer por ti?

—No me has vuelto a decir nada del carrete, ¿lo tienes?

—Eres tú la que no has preguntado, pensé que habías perdido el interés.

—¿Lo tienes o no?

—Quedamos esta tarde y lo averiguas.

—No empieces con tus líos, dime si lo tienes.

—Lo tengo, pero quiero algo a cambio.

—¿No me lo puedes dar sin más? Mañana, cuando vengas.

—Mañana estaré volando a Valencia, ¿lo has olvidado? O es esta tarde después de jugar o tendrá que ser la semana que viene.

— Eso no es en lo que quedamos.

—Mujer, no seas así, nos vemos en el piso de mi amigo Valentín, pasamos un buen rato y te lo llevas.

Sabía que no iba a ceder. Había quedado con Esther para ir de compras y me sabía mal cancelarlo. De acuerdo; no tenía consulta. Lo haría.

—A las cinco, y a las siete me marcho, ni un minuto más.

—Joder, qué exigente.

Llegué antes que él, me tuvo esperando en el portal cinco minutos durante los que me crucé con el vecino que nos dio las llaves la primera vez que estuvimos allí. Me reconoció y me invitó a entrar, de sobra sabía a lo que iba. Por la forma en que me miró preferí quedarme en la calle. Ángel llegó poco después. No perdimos el tiempo, él venía con ganas y yo me encendí en cuanto comencé a desnudarme, aquella casa tenía el poder de excitarme, no entiendo por qué. Me pidió que se la chupara, así, con esas palabras y yo no tuve inconveniente, esa polla me gustaba, no era ni la más grande ni la más gruesa pero le tenía aprecio. ¿Se le puede tener aprecio a una polla? La acaricié en toda su longitud extendiendo la babilla que brotaba en abundancia, la besé y me la tragué despacio, hasta el fondo, escuchándole gemir, oyéndole decir lo buena que soy. Le acariciaba las pelotas con una mano y el costado con la otra, sin cruzar el punto en el que las cosquillas dejan de ser agradables. Estaba duro como una piedra y aunque era fruto de la viagra preferí hacerle aguantar. Repté por su cuerpo a horcajadas y le planté el coño en la boca. «Come», le ordené y me deslicé bañándole con mis jugos. Hizo un buen trabajo, me puso a temblar enseguida. Qué cabrón, le solté el primer orgasmo en la cara, lo dejé perdido.

Me tumbó, me subió las piernas a los hombros y me la clavó de un golpe, grité como si me hubieran abierto en canal, le gustó tanto que volvió a rajarme y grité aún más fuerte, «Toma, zorra; toma, cerda», me estaba matando, «hijo de puta», le gritaba, pero ni por un momento se me ocurrió pedirle que parase. Le dejé las uñas marcadas en la espalda; yo también le golpeaba con el pubis, tanto que comenzó a quejarse tan fuerte como yo. Y nos corrimos juntos resoplando como animales, con los ojos desorbitados, con los cuerpos sudados, sin querer separarnos, «No la saques, no la saques». Se echó sobre mí y nos morreamos cogiendo y expulsando el aire por la nariz, no sabía dónde poner las piernas, lo único que quería era sentirlo pegado como si fuera una prolongación de mi coño, parecía que estuviésemos enganchados. Lo reconozco, es una imagen muy sucia pero aún hoy al recordarlo me estremezco.

Un cigarro después salí de la cama, oriné y me miré en el espejo. Qué pinta de puta. Volví al dormitorio.

—¿Así estás todavía? —Ángel se la meneaba despacio, seguía dura como si no estuviera recién follado—. ¿Qué voy a hacer contigo?

Me cogió de la mano y tiró, caí de rodillas, se incorporó y se puso detrás. «No, hoy no», le advertí una y otra vez, pero estaba empeñado en hacerlo y a mí también me apetecía. Miré el reloj de la mesita, todavía teníamos tiempo, el semen me chorreaba por los muslos, recogí parte y lo llevé hacia atrás, él siguió la maniobra, hurgó dentro, me empapó el esfínter y hundió dos dedos con calma, qué bien sabía prepararme. «Ve con cuidado», le pedí aunque no tenía qué temer, empujó, relajé y comenzó a penetrar despacio, saboreando cada centímetro agarrado a mis caderas, respirando hondo, «vamos, ya me tienes». Lo sentí pegado al culo, abotonado decía él; cómo le gustaban esas guarradas. Se detuvo y me acarició el lomo, empezó a bombear, al principio lento, luego subió el ritmo a medida que me escuchaba jadear. Me gusta, me gusta tanto que no puedo evitar expresarlo, me vuelvo ruidosa. Hundí la frente en la cama y me entregué, era él quien mandaba. Lo escuché rugir y me corrí antes que él.

Lo sabía, mira qué se lo había dicho. Le limpié enseguida con unas toallitas, pensé que le afectaría pero no, se lo tomó con naturalidad en vista de lo cual me limpié allí mismo, sin ocultarme; un pie al suelo, una rodilla en la cama y la mano hacia atrás. «Qué guarra», dijo entre risas. Amagué con lanzarle a la cara la toallita que acababa de usar y se apartó. «Serás cabrona». Reímos juntos y terminé de limpiarme bajo su mirada sucia cargada de deseo. «No dirás que no te lo advertí». Aquel incidente fue un escalón más de intimidad entre nosotros.

Antes de salir me dio el carrete y me besó de una manera distinta, se fundió en un largo abrazo conmigo sin pronunciar una palabra.

—¿Qué te pasa? Te has quedado muy callado.

—Nada, cosas mías. —Y volvió a abrazarme tan fuerte que me ahogaba.

Más tarde, mientras estaba de compras con Esther, tomé la decisión que llevaba tiempo pensando.

…..

—Claudia, buenos días, ¿te pillo bien?

—Tú siempre me pillas bien, querida. Cuéntame.

—¿Tendrías un hueco para mí a mediodía?

—Suenas preocupada, ¿te ocurre algo?

—No, qué va; bueno, en parte sí.

Quedamos en un pequeño restaurante cerca de las Cortes, a mí me venía bien porque no tenía consulta hasta las cinco. Nos pusimos al día, más bien me arrolló con sus planes: quería pasar unos días en Mallorca con unos amigos de toda la vida, trató de convencerme para que me fuera con ella, las dos solas, Ángel lo arreglaría en el gabinete, no tenía de qué preocuparme. Cuando logré que desistiera le hablé de mi hemorragia nasal, me pidió detalles y le restó importancia al saber mis antecedentes en ese sentido. Estábamos ya en los postres y entré en el escabroso asunto que me había traído allí.

—Quería hablarte de Ángel; últimamente está, como decirte, demasiado volcado en mí, no hay momento en el que no busque el contacto físico y a veces provoca situaciones de riesgo; en el gabinete son muy proclives a los cotilleos, ya sabes, y me temo que puedan estar empezando a sospechar. Creo que lo que siente por mí es algo más que un simple deseo sexual, está muy sensible, por eso quería que lo supieras, deberíamos pararlo.

—¿Piensas que mi marido se está enamorando de ti?

—Yo no he dicho eso.

—Pero lo insinúas, crees que pueda perder la cabeza y cometa alguna locura. ¿Cómo qué, pedirme el divorcio y liarse contigo? Mira niña, ni eres la primera ni serás la última putita con la que mi marido se ha enchochado. El calentón le durará unos meses, un año a lo sumo y después pondrá los ojos y las manos en otra más mona, más joven y más zorra que tú y se olvidará de ti o te cogerá de vez en cuando porque seguirás estando a mano. Eres la novedad, he pasado por esto tantas veces que ni me acuerdo. Si te crees que puedes venir a darme consejos sobre cómo manejar a mi marido estás muy equivocada.

—Yo no pretendía…

—Sé lo que pretendías y desde ahora te digo que no. Ni se te ocurra actuar por tu cuenta, deja que las cosas sigan su curso natural. Tómate el helado, querida; se nos está deshaciendo.

La gala

Intenté no asistir a la gala, se lo dije a Carmen, invéntate una excusa, di que sigo en Sevilla, no me había hecho quinientos kilómetros para esto. De nada sirvieron mis ruegos, se mostró inflexible: me quería a su lado. Si lo llego a saber no habría vuelto.

Llegamos tarde. Por culpa de nadie, fruto de las prisas mal gestionadas que condujeron a que me retrasara y aunque traté de evitarlo la tuve esperando y llegamos tarde. Sin reproches, sin quejas.

El salón estaba repleto y la entrada causó el efecto de siempre: la bella reina acompañada de un alfil, o quizás soy un peón. Alta, esbelta, luciendo un vestido de cóctel en tonos burdeos, con un recogido que realza el collar y los pendientes regalo de un cliente a la puta, algo que queda entre nosotros. La joven doctora que eclipsa a cualquiera que la acompañe es presentada a unos y otros. Decido apartarme. Vuelve. Escuchamos el último speech de Ángel. No me gustó nada; humo, como lo había calificado Carmen. Aplausos encendidos de parte de los asistentes y silencios sonoros por parte de los más clínicos. Carmen es requerida, se excusa y se aleja.

Andrés se acercó y entablamos conversación; no parecía contento con el enfoque del evento, al menos es lo que creí leer entre líneas, Carmen ya me lo había anunciado, demasiado marketing. Enseguida ubiqué a Ángel, al fondo, charlando con varias personas, algunos conocidos, socios del gabinete, periodistas. Estaba inquieto, seguí con Andrés un rato hasta que lo dejé en busca de una copa.

Era inevitable que acabásemos por encontrarnos.

—Ya tenía ganas de conocerte, tú eres el autor de una de las publicaciones que más han sonado… ¿cómo se titula?

Estrechamos las manos, habíamos estado jugando al ratón y al gato. Le había visto moverse y departir con el mismo aire de los machos de espalda plateada que lideran las familias de gorilas: los hombros extendidos, el pecho hinchado y el paso oscilante como si pretendiera ocupar todo el sendero. Por fin ahí estábamos, frente a frente, el eminente catedrático y el reconocido doctor en pugna por la misma hembra. ¿Y ahora ensayaba conmigo ese tono displicente? No iba a ocultar lo que pensaba de él, porque para mí no era el brillante académico al que todos respetaban.

—Y tú eres el que violó a mi mujer.

No perdió la sonrisa, tampoco soltó mi mano.

—Eso es agua pasada, ya nos pedimos perdón.

—¿Os pedisteis?

—Pensaba que estabas al tanto. Carmen y yo hemos resuelto el pasado, pero si quieres que me disculpe contigo no tengo inconveniente en hacerlo.

—No hace falta, solo te pido una cosa: trátala bien.

—No te preocupes, la tendré bien atendida.

—No me has entendido, quiero decir…

—Ya sé lo que quieres decir.

Desvió la conversación hacia el ámbito profesional, como si no hubiera pasado nada, como si no hubiera un abismo entre nosotros. El hombre que follaba con mi mujer, el que abusó de ella aprovechando que estaba drogada e inconsciente y que continuaba manejándola a su antojo. Le escuché, incluso seguí su discurso, no podía negar que tenía una garra especial para atraer la atención. Nos vinieron a interrumpir y supe que ya no encontraría ocasión de resolver aquel maldito equívoco. Pretendía decirle que no le iba a consentir que volviera a hacerle daño, una advertencia que quiso ser enérgica y se tradujo en un mensaje ambiguo. Trátala bien, ¿cómo pude decir eso? Parecía mi renuncia ante el hombre que no solo la violó sino que había obtenido de ella su entrega absoluta hasta el punto de negar la violación y pedirle perdón por haberlo acusado. Trátala bien equivalía a decirle que aceptaba las cosas tal y como estaban: el violador redimido por la víctima y convertido no solo en su amante sino en su jefe. Trátala bien, o lo que es lo mismo: haz con ella lo que quieras. ¿La tenía bien atendida? A tenor de las miradas que se cruzaban, sí; de acuerdo a lo que ella me contaba entre fingidas protestas, muy bien atendida.

Me alejé del pequeño grupo que se había formado alrededor de Ángel y busqué a Carmen; hablaba con Itziar, enseguida me integraron en una conversación banal de la que poco después se excusó y nos dejó solos.

—¿Qué tal con Ángel? parecíais muy animados.

—Para ser el primer contacto no ha estado mal.

—No sabes cuánto me alegro, tenía cierto temor a que no os entendierais.

—¿Por él o por mí? —No lo dijo, no hizo falta—. Me cuesta, es el hombre que te violó, no dejo de pensarlo cuando lo tengo delante.

—Eso es agua pasada, Mario, pasa página, nosotros lo hemos hecho.

—Qué curioso, son las mismas palabras que me ha dicho.

—¿Le has hablado de eso?

—¿Por qué no? lo mejor es mostrar las cartas desde el principio.

—Joder, Mario, no puedes evitarlo.

—Nos hemos entendido; le he pedido que te trate bien.

—Me trata bien.

—¿Sabes lo que me ha respondido? Que no me preocupe, que te tiene bien atendida.

—Es… es su forma de ser, tiene un sentido del humor un tanto irónico.

—¿Tú crees?

—¿No te lo habrás tomado al pie de la letra? Es que tú también… mira qué decirle eso… Un poco paternalista, ¿no?

Un camarero nos ofreció una bandeja con bebidas que funcionó como lo hace el telón en un cambio de escena. Dejé mi copa vacía y cogí otra del mismo vino blanco, Carmen tenia un gin tonic apenas empezado. Me señaló a algunos de los asistentes que no conocía y fue dándome detalles.

—Carmen, querida, ¿no nos vas a presentar?

—No te había visto, ¿dónde andabas?

—Acabo de llegar, ya sabes lo ocupadísima que estoy —Aquella mujer madura de melena plateada y formas exuberantes clavó los ojos en mí—. Tú debes de ser el afortunado que copa el corazón de mi querida niña. ¿Mario, no es así?

—Te presento a Claudia, la esposa de Ángel.

Me dio dos besos que parecieron la antesala de algo mucho más intenso.

—Si solo fuera su mujer me deprimiría; como vuelvas a presentarme de ese modo te daré una azotaina, ¿o es eso lo que pretendías provocar? —Volvió a lanzarme su mirada con toda intención y continuó—: ¿Sabes que tu chica es deliciosamente mala?

—Lo sé y lo sufro a diario, son ya diez años de lidiar con ella y no me canso, cada día es como si acabara de conocerla, en realidad creo que nunca terminaré de conocerla del todo.

—Eso mismo pienso yo. Por cierto, Ángel te andaba buscando, no sé qué de una llamada de un ministerio; anda, ve a buscarlo, iba hacia el despacho bastante apurado.

La vi alejarse, ¿por qué me sonaba a excusa para dejarnos solos?

—¿Con que tú eres el marido?

—Y tú eres…

—La amante, para qué andarnos con rodeos. Soy la que se llevó a la cama a tu mujer y le desvirgó la mente mientras tú le amargabas la vida.

—No tienes derecho…

—Ya lo sé —me interrumpió—, pero ya que nos tenemos que entender, mejor que lo hagamos desde el principio. Punto uno: tú crees que el problema es Ángel y te equivocas; mi marido está enchochado con Carmen y es natural, ¿quién no lo estaría? Pero igual de enganchado que ahora está con tu mujer lo he visto así de veces con otras niñas tan monas como ella. Se le pasará, cuenta con ello. Seguirán trabajando juntos, se acostarán de uvas a peras y lo que ahora te parece tan grave habrá desaparecido antes de que te des cuenta, ¿me entiendes?

—No sé a dónde quieres llegar.

—Al punto dos: Carmen ya me advirtió del problema de mi marido y se lo dejé claro, tan claro como te lo estoy contando. Lo que no estoy tan segura es de que su vanidad le permita verlo. Peor para ella. Si consiente que las cosas sigan su curso todo irá como debe, pero si se empeña en meterse por medio y acelerar el final de una relación que morirá a su debido tiempo lo va a estropear, pondrá a mi marido en crisis y eso, escúchame bien, eso no lo voy a tolerar. Ángel es un buen hombre con una carrera consolidada y un prestigio que no se va a venir abajo porque una putita —sí, una putita— no sepa esperar a que su estrella se apague. Mi marido, ahí donde lo ves, tiene una personalidad muy frágil y Carmen no va a romperla por un exceso de celo.

—¿La estás amenazando?

—Me gusta demasiado para hacer algo así. Y esto nos lleva al punto tres: Quien está, brutalmente enganchada a tu zorrita soy yo; si pudiera te la arrebataría cada fin de semana, me vuelve loca, jamás me había pasado con ninguna otra niña. No, no la estoy amenazando, te estoy pidiendo que me ayudes a evitar que se precipite y provoque una crisis de pareja que lo llevaría a una depresión profunda. Ya hemos pasado por eso.

—Estás hablando en unos términos que no comparto; ni mantienen una relación ni mucho menos se les puede considerar pareja.

—Andas un poco perdido, cariño; Ángel la tiene comiendo de su mano. ¿Has visto lo que ha tardado en acudir a su llamada? ¿A qué crees que ha ido al despacho? Ahora mismo debe de estar sodomizándola, es lo que más le gusta además de sus tremendas felaciones; esa boquita que tiene se lo traga todo, no sé cómo lo hace. No obstante Carmen quiere acabar con esto, me lo ha dicho. Y tenemos que frenarla.

— No tenía ni idea de que estuviese tan preocupada.

—Ahora que lo sabes, indaga, trata de que se abra y te lo cuente. Y evita que tome decisiones erróneas.

Carmen regresó veinte minutos más tarde, la vi entrar, enseguida me localizó y por su mirada salvaje lo supe, era incapaz de ocultarlo.

—¿Todo bien?

—Sabes de sobra de dónde vengo.

—No sé de dónde, pero sé lo que has estado haciendo.

—Pues entonces no preguntes.

—¿Por qué te enfadas?

—No me enfado, me molesta ese tipo de preguntas, como si no supieras nada.

—¿Y qué prefieres, que te pregunte si te lo has pasado bien?

—Déjalo. ¿Y Claudia, habéis hablado mucho?

—Bastante, como medio polvo tuyo.

—¿Por qué no te vas a la mierda un rato?

Pensé que coincidiríamos con Ángel y Claudia en algún momento, pero nadie hizo nada por provocarlo; nos movimos para que las despedidas sucedieran de modo que no hubiera situaciones violentas, nos vigilábamos sutilmente; cuando vi que iniciaban la retirada me enfrasqué en una conversación con gente de la facultad; Carmen se despidió de Claudia y Ángel de Andrés, parece que la pareja que había ido a follar al despacho se evitaban en el último momento.

…..

—¿Tan bien folla Ángel que tuviste que abandonar el acto?

—No se trata de eso, me buscaba, tuve que ir.

—Sabías a lo que ibas.

—Debo de ser una ingenua porque cuando iba para allá todavía pensaba que lo de la llamada era cierto, pero en cuanto vi la expresión de su cara lo supe. Y que quieres que te diga, en el fondo me lo temía. Además, la idea de escabullirme de la reunión y hacerlo en el gabinete, a oscuras, con el riesgo que suponía… y contigo por allí… qué quieres, me pone.

—Eres…

—¿Qué?

Cedí el paso, llegué a un stop, esperé a que pasaran un par de autos, pisé a fondo y me incorporé al tráfico.

—Dónde.

Tardó en contestar, me miró, no desvié los ojos de la carretera ni siquiera cuando sentí su mano en mi muslo.

—En su despacho, de bruces sobre la mesa, me subió el vestido, me bajó las bragas y me la clavó. Dijo que estaba cumpliendo un encargo que le habías hecho.

—Fue un malentendido.

—Pasa.

—¿Qué es eso tan importante que querías?

—Tu marido. Me ha hecho un encargo.

—Venga ya, ¿para eso me haces venir?

—Me ha pedido que te tenga bien atendida.

Me hizo reír, no era eso lo que me había contado Mario, pero le seguí el juego.

—¿Ah, sí, eso te ha dicho? ¿y qué más habéis hablado?.

Estábamos tan cerca que podía oler la colonia que usaba, apenas unos toques que se fundían con su aroma tan masculino. Comencé a jugar con la solapa de la chaqueta.

—Ha empezado con que si te violé… qué pesado.

—Otra vez con esas.

—Le he dicho que lo hemos resuelto; porque lo hemos resuelto, ¿no? —Me pegué a su vientre, enseguida tenía las dos manos sujetándome el culo.

—Claro.

—Le dije que si le iba a ayudar a sentirse mejor estaba dispuesto a pedirle perdón, entonces fue cuando dijo que solo quería que te tuviera bien atendida. Se lo he prometido.

—Pues ya estás tardando.

Me echó de bruces sobre la mesa, algunos papeles cayeron al suelo y algo más, unos bolígrafos, un posavasos. Me levantó el vestido y lo encajó entre la mesa y mi estómago, me bajó las bragas hasta el suelo, me las arreglé para sacar un pie y separar bien las piernas; escuché el sonido de la hebilla del cinturón, la cremallera y el pantalón desmoronándose. El contacto del glande grueso y baboso buscando el camino me hizo gemir.

—Espera, cierra la puerta.

—No hay nadie.

—¿Estás seguro?

—Olvídate.

Me la metió de una vez, entera. Dios, qué bien lo hacía, dentro, fuera, dentro, fuera, a un ritmo suave y constante. Pero no terminaba de estar tranquila.

—Para, para un momento, apaga la luz.

—No me jodas, no hay nadie.

—Por favor.

—No me voy a mover, tú veras: puedes agobiarte o disfrutar. ¿Qué te pasa? Te gusta el riesgo tanto como a mí. ¿Y si nos pillan? —Me la clavó con tanta fuerza que solté un grito—. Estamos follando con la puerta abierta y con todas las luces encendidas, ¿te imaginas la panorámica que damos desde la puerta?

—¡Joder, joder!

Me estaba taladrando y yo no hacía más que imaginarme fuera de mí, desde la puerta del despacho, mirando cómo me follaba.

—Supón que aparece Andrés, ¿eh?

No, no quería, pero la imagen cobró fuerza, tanta como las embestidas que me empotraban contra la mesa.

—O la estirada de Amelia, ahí, mirándome el culo mientras te la meto, ¿a qué te gusta?

Limpié la mesa con la mano, me estaba clavando la grapadora en la frente. Amelia no, era una reprimida, seguía viendo a Andrés, con la boca abierta y los ojos como platos.

—¡Dame, no pares, ahora no pares!

—No, mejor ese otro, el rubio que me presentaste, cómo se llama.

—Elizondo. —balbuceé,

—Ese, te tiene ganas, he visto como te mira. ¿Te lo imaginas en la puerta viendo cómo te calzo?

Elizondo. Le gusto, lo sé; se le van los ojos, no puede evitarlo. Lo puse en la puerta, mejor que Andrés, menos remordimientos. Si tenía que pillarnos alguien follando mejor que fuera Elizondo; grandote, mirón, solo un poco.

—¡Jo, der!

—Ah, te ha gustado la idea. Vale, le dejaría un rato, me apartaría y le dejaría mi sitio, ¿contenta?

—¡No!

Me estaba matando, tenía el pulgar haciendo círculos en el esfínter, ¿por qué coño había parado?

—No me jodas, ¿se te pone detrás y no ibas a querer que te follara?

—¡Sí, sí, sigue!

—Ya sabía yo que no le ibas a hacer ascos.

—¡No pares, joder, más fuerte!

Si hubiera habido alguien en el gabinete habría oído todo: la mesa chirriando, los objetos que caían, los gemidos descontrolados y el bufido que soltó al correrse. Si hubiera habido alguien me habría encontrado aplastada sobre la mesa soportando el peso de Ángel.

—¿Tienes kleenex?

—Se han debido de caer. Toma.

Me puse las bragas que arrastraba de un tobillo y antes de terminar de subírmelas me limpié frente a él; sabía cuánto le ponía verme. Le ofrecí la caja pero la rechazó, chistó un par de veces negando con la cabeza. Qué cabrón. Me agaché y empecé a limpiársela con la lengua, primero el glande, hinchado y cubierto de una espesa baba; seguí por el tronco, estiré la funda hacia atrás para que no me estorbara mientras lo ordeñaba con el pulgar y dos dedos. A medida que iban apareciendo los goterones los sorbía haciendo ruido con los labios al aspirar, un truco para agradar que aprendí de Luca. «¡La hostia puta!», exclamó, nos miramos mientras chupaba la punta como si le estuviera dando un piquito, lo imprescindible para hacer desaparecer la última gota que le extraía de la manguera, después la lamí hasta dejarla brillante, repasé los testículos más por complacerle que por necesidad, retiré con los labios algún grumo del vello y le di una palmada.

—Listo, no te quejarás del servicio.

—Eres una puta diosa. Quítate de ahí eso… —me señaló con el dedo algo en la comisura y la recorrí con la lengua, entonces me besó a lo bestia; cómo me gustaba cuando se volvía un animal.

Me volví a limpiar, seguía rezumando. Fui al aseo a arreglarme el pelo; no me había estropeado el maquillaje, menos mal. Traté de alisarme el vestido, se había arrugado y me quejé disgustada. Ángel se acercó y me puso las manos en las mejillas.

—¿Crees que alguien se va a fijar en eso con todo lo que tienes que ofrecer a la vista? Eres preciosa.

—¿Qué ha sido eso?

Me alertó un golpe seco amortiguado por el sonido del tráfico. Provenía del interior, estaba segura.

—¿El qué?

Permanecí atenta sin hacer un solo movimiento. Nada. Pero lo había oído. Me acerqué a la puerta, le hice señas para que no hiciese ruido. Me siguió. No había nadie, ni una luz. Recorrí el pasillo. Nada.

—Ha debido de ser arriba y te ha parecido…

Le hice callar. Tenía la sensación de que no estábamos solos. Volví sobre mis pasos y me dirigí hacia el otro ala. No se veía nada, ni una luz, ni un sonido.

—No podemos ponernos a registrar cada despacho. ¿Por qué no lo dejas?

—Tienes razón, me he puesto nerviosa. Vámonos.

Salimos hacia el local donde se celebraba la reunión.

—Tendría que haberme traído el bolso, necesito un salvaslip.

—¿Chorreas?

—Un poco.

—O te lavas nada más llegar a casa o esta noche le vas a dar cremita al cornudo. —dijo con sorna dándome un codazo. No se esperaba lo que vio en mi cara— ¡En serio! No me jodas.

—Pues te entendió de maravilla. No teníamos tiempo para preliminares, me folló duro y no tardamos en corrernos; ya sabes, el peligro me pone. ¿Qué más quieres que te cuente? Ah, sí; luego se la limpié con la boca. Yo usé unos kleenex, aún estoy rezumando, te lo digo por si al llegar te apetece…

Lo dejó en el aire, firmado con una sonrisa y un brillo en los ojos de los que me tuve que apartar por dos veces. «Atiende a la carretera», dijo y se arrellanó en el respaldo.

—Cómo te gusta ponerme los cuernos.

—No lo sabes bien. —Llevó la mano a mi entrepierna y tropezó con la rigidez pugnando por salir de la prisión. —Y a ti, por lo que veo. Cuidado, casi te saltas el semáforo.

—Tranquila.

—¿Qué fue exactamente lo que le dijiste?, no lo recuerdo.

—¿A qué te refieres?

—Cuando llegué le pregunté para qué me había hecho ir y me dijo que tenía un encargo tuyo. Según él le habías pedido que me tuviera bien atendida.

—Qué cabrón, no fue así. Le advertí que te tratase bien y respondió algo como que no me preocupase, que te tenía bien atendida. No tuve ocasión de aclararle lo que quería decir.

—¿Sabes lo que le dije cuando me contó que te había prometido que me iba a tener bien atendida? Ya estás tardando. Y me tiró sobre la mesa, me bajó las bragas y me folló como una bestia.

—¿Cómo te has podido volver tan zorra?

—Ha sido cosa tuya, cornudín. ¿Cuánto hace que no te llamaba cornudín?

—Desde Semana Santa.

Sabe que me está matando, apenas me toca, deja que la vibración del auto, el traqueteo del pavimento y la inercia en las curvas se transmita a la mano que mantiene sobre la oprimida loma que forma mi pantalón ahí, en el pubis. No hace nada y sin embargo me mata cada vez que un bache, por mínimo que sea, nos mueve a la par. Mi verga está constreñida en un espacio que se ha quedado pequeño, la noto incómoda, dolorida, necesitada de espacio para expandirse, y su mano sobrepuesta no hace sino excitarla aún más. Y ella lo sabe, por eso no hace nada, porque la tortura es mayor, inflama el deseo. Quiero más, quiero que afloje la presión, que libere al cautivo y lo acoja en sus dedos.

—No vayas a correrte, cielo, estoy notando el pantalón demasiado caliente, ¿me quito?

—Ni se te ocurra. —Ríe, me acaricia como lo haría a un pequeño ratón y provoca un brinco en la madriguera.

El rumor del auto nos mece, de vez en cuando un parche en el asfalto rompe la monotonía monocorde que sirve de base a las ideas que flotan y se entrelazan: Ella tirada sobre la mesa, las bragas por los tobillos, unas manos aferradas a sus caderas desnudas. Mi aplastada verga da un brinco, ella responde con una caricia más intensa. ¿En qué irá pensando, en la polla de Ángel clavada en su coño?

¿Qué se te pasó por la cabeza cuando dijo que me tenía bien atendida?

«Morbo, la impertinencia de su mirada, su media sonrisa, la humillación, la sucia excitación que me provoca.»

—No lo sé, quería aclararle que no era eso lo que pretendía decirle, pero no pude. Nos interrumpieron.

—Pero no perdiste los nervios. En el fondo… Mario, en el fondo estabas en tu papel de cornudo delante del hombre que tiene a tu mujer. Por eso no te alteraste.

«Por eso tuve que tapar la erección como pude.»

—Puede ser.

—A otro se le hubiera subido la sangre a la cabeza y habría hecho una locura, ¿no crees? Te estaba humillando, sin embargo tú…

—Yo… sabes que no soy así.

—Así, ¿Cómo?

—Violento.

—A veces.

«A veces»

—Formamos un equipo.

«A veinte kilómetros tomaremos nuestra salida.»

—¿Qué tal con Claudia?

—Es peculiar, me dijo que Ángel te tiene comiendo de la mano.

—¿Eso cree? Más bien es al revés. ¿Te gusta?

—Es interesante, muy atractiva, es… diferente.

—¿Diferente?

—Sí, no es la clase de mujer con la que suelo pensar.

—Te gustará, tenéis muchos puntos en común.

—¿Además de nuestra pasión por ti?

—Tienes el pantalón húmedo, ¿vas a aguantar hasta casa o te dejo?

—Ni se te ocurra quitarte.

—¿De qué estuvisteis hablando?

«¿De que te controle?, ¿de que eres una zorrita prescindible?»

—Me dijo que probablemente te estaría dando por culo porque es lo que más le gusta.

—Qué sabrá ella lo que nos gusta a Ángel y a mí.

—¿Y qué es lo que os gusta?

—Hacerlo en situaciones arriesgadas. ¿Te estás corriendo?

—No.

—Pues la noto palpitar. No te corras, quiero que me folles nada más llegar, cielo.

—Nos ha invitado a su casa, le dije que me marchaba de viaje y que en cuanto volviera lo hablaba contigo.

—Te mueres por verme follando con él, a que sí.

La imagen irrumpió como un tsunami. Ella cubierta por el cuerpo de oso de Ángel, abrazada a su espalda con la mirada turbia clavada en mí. No iba a poder aguantar.

—Supongo que será inevitable si aceptamos la invitación. —me apretó la polla y la reacción fue incontenible, sentí el raudal que brotaba sin control.

—No me estás contestando. Oh, Mario, no.

—Lo siento.

—Ha sido culpa mía, pero me vas a tener que compensar.

—Me recuperaré.

Seguimos en silencio unos kilómetros pero en cuanto vi un área de descanso solitaria me detuve. Estaba incómodo. Gasté un paquete entero de pañuelos para limpiar el desastre y nos reímos como si fuéramos dos adolescentes. Arranqué y volvimos a la autovía.

—Si acudimos a la cita me vas a ver con Ángel, ¿estás preparado?

—Lo estaré si es lo que quieres.

—No se trata de lo que yo quiera sino de lo que ambos queramos.

—Tengo que enfrentarme al hecho de que eres la amante del hombre que te violó.

—Olvídate de eso de una puta vez. Ya pasó, es mi amante, solo eso. Si vamos a su casa me vas a ver follando con él, y con Claudia, o con los dos. Eso es lo que tienes que decidir, si quieres formar parte.

No entendía la razón de tanta insistencia. ¿Por qué me forzaba? La conozco bien y sabía que tenía alguna idea en mente.

—¿Y yo, cuál será mi papel?

—Claudia es una mujer deliciosa, será una amante perfecta para ti.

—¿Y si no es eso lo que quiero? —Se volvió hacia mí.

—Le he dado todo de mí, todo; solo me falta entregarle a mi marido. No me falles.

Me quedé sin aire, incapaz de respirar. Acababa de experimentar lo que era ser un objeto en manos de la decisión de Carmen y pensé lo que sería cuando ella me entregara a su amante. Volví a perder el aliento.

—No te fallaré.

Sara

No tenía claro cómo acercarme a Sara, lo ideal hubiera sido dejar que fuera ella quien me llamara, era cuestión de tiempo, lo había visto en su mirada cuando se despidió de nosotras; pero el tiempo jugaba en mi contra, y decidí ser yo quien diera el paso. Subí a la terraza con una cerveza, me arrellané en un sillón a oscuras y marqué.

—Vaya coincidencia, estaba pensando en ti.

—No me digas, ¿y qué pensabas?

—Cosas bonitas, no he dejado de acordarme de ti desde la otra noche.

—Ya será menos.

—Te lo juro, me dejaste impresionada, sabes que siempre me has seducido pero lo del otro día fue un golpe bajo.

—¡Serás exagerada!

—Tu amiga…

—Graciela.

—Es muy guapa.

—Mucho.

—¿De verdad es la chica de tu marido?

—Yo nunca juro, pero si quieres te lo prometo.

—Pero esa noche, ella y tú…

—¿Qué quieres que te cuente, dónde dormí?

—No hace falta, ya me hago una idea. Cuánto has cambiado.

—Han pasado muchas cosas en mi vida, demasiadas en muy poco tiempo, ni te imaginas.

—Yo también tengo novedades, aunque no tan interesantes como las tuyas.

—¿Conoces el Antlayer? Es ideal para charlar sin que nos molesten.

—¡Guau! Sí que has corrido. Hace tiempo que no paso por allí, supongo que seguirá como siempre.

El Antlayer entre semana solía estar poco concurrido, justo lo que quería para que pudiéramos estar cómodas. Sara se debió de pensar que estaba mucho más metida en el ambiente de lo que en realidad estaba ya que tan solo conocía ese pub. Quedamos a las nueve, yo llegué un cuarto de hora antes. Elegí una mesa que nos permitiera estar aisladas. La camarera me examinó con descaro desde la barra, no era la que conocía y le devolví la mirada. Una rubia de rizos abundantes que caían sobre sus hombros desnudos y marcaban el camino hacia un escote ajustado por un peto que se ceñía a los costados. Poco después se acercó a mi mesa mostrándome el resto del conjunto, un mínimo short y unas piernas preciosas que se encargó de lucir durante el corto trayecto. Le pedí a esos ojos del color del caramelo un Saphire con tónica y me recreé con el baile de su culo de regreso a la barra. Me devolvió una sonrisa cuando llegó a su destino. ¿Por qué sabía que no había dejado de mirarla?

Sara no se hizo esperar, de una rápida ojeada me vio y vino sonriendo. Estaba preciosa, mucho más que el día de nuestro encuentro. Yo también me había arreglado con especial cuidado. Ojos de miel arribó a nuestra mesa y me dedicó una profunda mirada antes de preguntarle a Sara. Cuando se iba a marchar hice algo improvisado.

—¿No trabaja ya la otra camarera, la morena? —Ojos bonitos se detuvo y escudriñó mi intención.

—Malena libra hoy, ¿quieres que le diga algo?

—No, solo era curiosidad.

—Claro.

—¿Algo en especial con Malena? —me preguntó Sara cuando partió la camarera.

—Curiosidad, me extrañó no verla y como no conocía a esta chica…

Fue fácil comenzar a hablar porque ella lo hizo sencillo al recordar nuestro baile, la forma en que acorralamos al pobre Mario, tan orgulloso de tu teoría de la bisexualidad evolutiva y tan incapaz de ponerse en nuestro lugar. Ahí bajé la mirada y fue el signo de que habían pasado cosas y que tal vez era el momento de coger el testigo.

No era cuestión de hacerle un relato detallado de todo lo que había sucedido desde que no nos veíamos, porque entonces debería remontarme al verano anterior y para qué. El punto de partida era bueno, aquella conversación que tuvimos hizo que Mario se decidiera a poner en práctica su teoría de la bisexualidad, pero antes de llegar a eso él y yo habíamos jugado al juego de la libertad controlada, de la infidelidad consentida, me había sentido tan libre como nunca lo había sido. Para cuando ella y yo bailamos ya venía de acostarme con un hombre con el acuerdo de mi marido, todo estaba empezando y desde luego ni se me pasaba por la cabeza tener nada con una mujer.

—Pero yo noté algo en ti, no me preguntes por qué pero supe que algún día…

—Tuvieron que pasar muchas cosas antes, Sara; no sabíamos a qué estábamos jugando y por el camino hicimos y nos hicieron daño, y acabamos por herirnos entre nosotros. Nos separamos, conocí a una mujer que me enseñó lo que nunca creí posible. Irene sigue en mi vida es… única, es increíble. No te quiero aburrir.

—No me aburres.

—Mario y yo logramos reconciliarnos pero a costa de grandes cambios; hemos redefinido la pareja, yo no podría renunciar a Irene y tampoco le pediría que renunciase a Graciela.

—Pero Graciela por lo que vi es…

—Es especial para los dos, como ves hemos cambiado mucho.

—Estoy alucinando, no me lo hubiera podido imaginar.

—No todo ha sido fácil, por el camino hemos ganado y perdido a personas que creíamos importantes. Hemos cometido errores, pero al final nos hemos reencontrado y hemos sabido adaptarnos. Somos muy distintos a los que conociste.

—¿Mejores o peores?

—Diferentes, seria imposible volver a ser los que éramos, tan ingenuos, tan inocentes. Sin nostalgia, no vayas a pensar que añoro a los que fuimos.

A medida que avanzaba la noche me di cuenta de que no me podía precipitar, aquel no era el momento de plantear el autentico motivo por el que estaba allí, desnudando mi vida delante de la mujer que me deseaba desde que nos conocimos. Dejé que me contase lo que había hecho en estos meses, sus viajes por media España aceptando proyectos que no en todos los casos eran de su agrado. «Hay que trabajar para vivir», dijo, sonrió y me cogió una mano que ya no soltó. Pero no nos precipitamos, ambas sabíamos a dónde nos conducía esta primera cita y no teníamos prisa, cuando nos despedimos lo hicimos con un beso, un único beso en la boca, sellando un encuentro con fecha cerrada. El lugar lo elegiría ella, me llamaría el día antes.

Reproches

«Te echo de menos, no te puedes imaginar cuánto. Y cuando remuevo Roma con Santiago, nunca mejor dicho, para hacer una escapada y estar contigo me obligas a ir a esa mierda de gala, y por si fuera poco tengo que aguantar a tu jefe o lo que sea, te marchas con él y me dejas con su mujer que me lee la cartilla; no te lo conté, por cierto. No iba a eso, Carmen, iba a buscarte porque me ahogo. Pero da igual, supongo que dentro de un mes esto será historia y haremos como si nada hubiera pasado. Buenas noches, que descanses donde quiera que estés.»

…..

«Buenos días, Mario. Espero que te despiertes sin resaca. Anoche, en vez de pensar que andaba por ahí y no te quería coger el teléfono podías haber pensado que me quedé sin batería. Es igual, estaba durmiendo en casa sin imaginar lo que me encontraría al despertar. Si todo lo que pensabas me lo hubieras contado antes de salir de estampida hacia Madrid podríamos haber hablado y desde luego no habríamos actuado como lo hicimos. De momento podíamos haber planificado tu viaje porque sabes que ahora tengo responsabilidades. No era una mierda de gala, era un evento en el que por mucho que me fastidie tengo que estar; pero en último extremo, de saber cómo te encontrabas no habrían sucedido las cosas que pasaron. Yo también te echo de menos, te lo llevo diciendo desde que te marchaste, apenas hablamos salvo que yo te llame. Pero claro, ese estilo que tienes de callarte las cosas, aparentar que todo va bien y hablar a posteriori da más juego, ¿verdad? Así no, Mario, así no.»