Diario de un Consentidor - 83 Entre mujeres
Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor
Entre mujeres
(Jueves noche)
- No sé lo que estoy haciendo Irene, no sé…
Carmen la mira a los ojos, está a punto de derrumbarse
- Mejor nos vamos de aquí
Es cierto, las miran. Será por el beso en la boca que impulsivamente le dio al llegar. Quizás su escena con Borja no pasó tan desapercibida como ella pensaba. Las miran y nota que Irene no está cómoda aunque no es mujer que se acobarde, en eso es como ella.
Y salen del bar cogidas de la mano, sin agachar la cabeza, su altura las hace destacar entre la gente que a esas horas ya abarrota el local y les impide moverse con soltura para alcanzar la salida.
Las miran, Carmen se siente extraña pero la sigue erguida, tan erguida como va Irene, mirando al frente, serena, con ese aire de digna indiferencia que les impide sentirse manchadas por las miradas curiosas que las catalogan. Se siente segura de la mano de su amante dejándose etiquetar como lesbiana.
En la calle se detienen junto a una moto de gran cilindrada que Irene desbloquea. Mientras la observa arrancar la máquina piensa que todo concuerda, no se la hubiera imaginado en una scooter.
- ¿Estás bien? – Carmen sonríe
- Ahora si
- Vamos a mi casa, allí podremos hablar, luego ya veremos qué hacemos
- No sé si voy vestida para montar en moto
- Solo tienes que subirte la falda, ¿te importa mucho enseñar muslo? – le ríen los ojos, Carmen niega agitando la cabeza, se refugia en el cuello de su amiga y ésta la abraza
El viaje en moto, agarrada a Irene, sintiendo su cuerpo, con sus piernas fuertemente pegadas a ella la reavivó. Era cierto ¿qué más daba que su falda hubiera quedado convertida en una especie de estrecha faja? ¿quién la conocía? ¿Acaso las miradas que les lanzaban desde los coches les podían afectar? Ir con Irene en moto le producía una especie de invulnerabilidad que junto al vértigo de la velocidad le devolvió un estado de ánimo que había perdido.
Para cuando la moto se detuvo Carmen había dejado atrás gran parte de la depresión que había arrastrado a lo largo de la tarde, el aire frío en el rostro le fue limpiando de tanta basura como había acumulado.
Irene vivía entonces en el barrio de La Latina, en un pequeño piso muy bien acondicionado de un edificio sin ascensor, Carmen exploró la decoración mientras su amiga dejaba la gabardina en el armario del dormitorio. Cuando se quiso dar cuenta era Irene la que llevaba un buen rato observándola.
- Ven aquí
Carmen se acercó, la necesitaba, se dejó besar, cerró los ojos.
- Oh Irene! – su voz sonó como un lamento
- Shhh, calla
Se dejó hacer, la ropa fue cayendo poco a poco, sin prisas, entre besos y caricias. Carmen no tuvo que hacer nada, era Irene la que mandaba, quien la desnudó y se desnudó, la que acarició aquí y allá, la que buscó el roce, la que pellizcó con suavidad hasta conseguir que el pezón estuviese listo para que la lengua lo encontrase firme. Fue Irene la que elevó su brazo lánguido y así poder llevar su boca desde la erguida punta hasta la axila despertando en Carmen un intenso cosquilleo que se extendió por su pecho, por su espalda, por su nuca, por todo su cuerpo. Caminaron torpemente hasta la gran cama sin patas que ocupaba casi toda la habitación contigua y se dejaron caer.
No la vio a su lado, lo primero que sintió fue una tibia caricia, la experta lengua de su amante recorriendo la abierta hendidura de su sexo hizo que su espalda se arquease como si la hubiese alcanzado un rayo. Se aferró a las sábanas, dobló las piernas liberando la presión de las manos que sujetaban sus muslos, ¡Oh Señor!, cómo podía ser tan dulce esta mujer que bebía de su coño de una forma que nadie antes había adivinado. ¡Así, así, esa, esa es la manera!
Su pelvis comenzó a seguir el ritmo de la boca que coincidía a la perfección con su sexo, labio a labio parecían estar hechos el uno para el otro. Dejó de acariciarse los pechos y bajó hasta alcanzar el cabello de su amante, rodeó su cráneo, alcanzó sus orejas y perfiló con sus dedos cada pliegue, cada oquedad. La deseaba, la quería; acarició, acarició cuanto sus manos alcanzaban a tocar mientras el éxtasis poco a poco iba llegando.
Y cuando no pudo más, un grito, un nombre, ¡Irene! salió de su garganta antes de estallar en una risa de felicidad inmensa que se fue transformando en sollozo, llanto desbordado que Irene acogió en sus brazos y dejó que fluyera libremente.
…..
- Ha sido un día horrible
Irene, sentada en la cama apoya la espalda en la pared, las piernas abiertas recogen a Carmen que descasa en su pecho con el rostro apoyado en su mejilla; los brazos caen sobre los muslos de Irene. Tiene las piernas flexionadas, vencidas en las de su amante, sus mejillas aún están húmedas por las lágrimas vertidas. Irene la ha dejado hablar, ha escuchado en silencio el torrente a veces inconexo de palabras, de culpas, ideas y reproches. Carmen se ha abierto, le ha contado lo absurdo de su comportamiento durante esa semana. No se reconoce, no se entiende, no acaba de comprender qué está haciendo con su vida, cree que se estDESARROLLARnio y no entiende por quue destruyeno se entiende, no acaba de comprender quna de mulados como si no los hubiosolcanzá autodestruyendo al mismo tiempo que destruye su matrimonio y no entiende por qué vive inmersa en una vorágine de sexo y drogas ajena a su forma de ser. ¿Qué la ha llevado a eso? Si; en principio le siguió el juego a Doménico y a su propio marido durante la madrugada del viernes, luego… ya no sabe muy bien los motivos por los que siguió aceptando la coca, por los que siguió dejándose llevar. La pasividad de Mario, la exigencia de Doménico, la propia droga que la hizo sentirse otra, distinta, más arriesgada, más desinhibida, quién sabe.
Maldita droga. La razón principal por la que superó su rechazo y decidió tomarla ante su marido pronto se difuminó, fue diluida por los acontecimientos y por los propios efectos que le provocó. No lo pudo prever. La mezcla de sexo, droga y alcohol la superó y perdió el objetivo por el que se obligó a sí misma a tomarla. “Una sola vez será suficiente”, se había dicho. No se pudo imaginar lo que acabaría sucediendo.
- Te arriesgaste mucho Carmen, perdiste el control al intentar que los demás no lo perdieran
- Era un órdago muy arriesgado y me salió mal
Amargura, tristeza, desolación en sus ojos. Confiaba en provocar una reacción que no llegó a producirse. Lo recuerda y se siente defraudada, pero ¿acaso tiene derecho a sentirse defraudada?
- Y luego, cuando Doménico comenzó a sodomizarme, estaba tan cargada de coca… sabía que Mario quería ser el primero, sin embargo estaba junto a mí, lo estaba viento todo y no hizo nada. ¡No, si hizo! le ayudó, le ayudó a poseerme, me preparó para que pudiera… encularme. Yo estaba drogada, pero no puedo decir que no colaborase, que no me sintiese excitada. A partir de ahí todo se desmadró, fui más de Doménico que de mi marido, me sentí libre de ataduras, libre de compromisos; si él no era capaz de ver el peligro y rescatarme me podía considerar libre de hacer lo que quisiera. Si me quería ver entregada a otro lo iba a ver a conciencia.
Carmen se hunde en sus pensamientos, Irene la acaricia y espera, luego Carmen la mira y la besa
- A partir de ahí no se qué me sucedió, me sentí ligada a Doménico y él se dio cuenta, cambió, se volvió dominante y yo, no sé por qué me sentí subyugada por ese carácter. ¡Yo, que nunca he soportado que nadie se me imponga! Quizás fue la droga, quizás fue ver a Mario tan pasivo, no lo sé, pero me volví… sumisa; si, esa es la palabra y así me he sentido hasta ayer
Suspira, cierra los ojos, su cuello se vence hacia atrás como si no pudiese afrontar los recuerdos
- Doménico me ha hecho probar cosas que jamás creí que probaría y me ha hecho decir cosas que jamás pensé que diría. Es… cómo decirte, es como si hubiera estado montada en un caballo desbocado.
Se repliega otra vez en sí misma, profundamente. Irene respeta ese momento, la acaricia y espera. Poco después Carmen regresa al presente, su mirada brilla, parece haber encontrado algo.
- ¿Sabes? Me considero una mujer fuerte, autosuficiente, independiente, sin embargo durante estos días he experimentado emociones que antes habría rechazado de plano, he hecho cosas que me habrían repugnado. No obstante, – hizo una pausa, parecía necesitar pensar bien las palabras – no sé, no sé como explicarlo, no creo haber perdido nada de lo que soy, de lo que era antes por haber hecho… – de nuevo volvió sus ojos hacia Irene –, no creo que puedas entenderme
Irene sonrió con indulgencia y la estrechó
- Más de lo que puedes suponer cariño, mi vida no ha sido fácil, ¿quién soy yo para juzgarte? Es más, ¿por qué tienes que juzgarte tú? Has probado nuevos caminos que se te ofrecían ante ti, los recorriste sin hacer daño a nadie, ¿por qué tienes que mortificarte?
No, no lo entiende, – piensa Carmen –, Irene es una mujer libre, sin pareja, quizás no alcanza a comprender que su relación con Doménico ha dañado irreparablemente la confianza que ha construido durante diez años con su marido. Una confianza que, si acaso se produce la reconciliación, jamás volverá a ser como antes.
No, nada va a volver a ser como antes, da igual quien de los dos sea el principal responsable, el daño es tan grande que lo de menos es buscar culpables.
Carmen vuelve su mirada hacia ella, una mirada ensombrecida.
- Estoy en caída libre Irene, si no me llegas a llamar… – de nuevo se cruzan sus miradas – no sé lo que hubiera hecho
Carmen se pierde en un silencio en el que Borja reaparece y le lanza la oferta, breve, concisa, apenas unas pocas palabras en las que se condensa su bautismo como puta. Y lo más grave es que no vaciló. ¿Dónde? fue su respuesta. ¿Cuánto? insinuó él. Si hubiera tenido la más mínima idea, alguna cifra en su cabeza quizás se hubiera atrevido a dejar que el destello de insano arrebato, de sucio placer que la envolvió durante un segundo la arrastrase y de su boca hubiera brotado su precio. ¿Habría sido capaz?, ¿habría sido tan débil?
Mira a Irene, sus ojos reflejan soledad, angustia, miseria
- Si no llegas a llamar no sé donde estaría ahora mismo
Irene la sujeta por la barbilla y la fuerza a mirarla, ha visto algo turbio en sus palabras y en sus ojos.
- ¿Qué estabas haciendo en ese bar? – Carmen intenta evitarla pero se encuentra tan cerca de ella que no puede escapar. Suspira, comienza a hablar, confiesa. Cuando termina, Irene la toma de las manos
- No eres una puta, no puedes dejar que las cosas que tu marido te ha dicho te arrastren de esa manera y te conviertan en lo que no eres. Tú no eres así. No creo que sepa lo que dice, en cualquier caso no puedes dejar que te condicione tanto. Si realmente es que como me has contado debe estar sometido a una presión tremenda – Irene sonrió – no entiendo mucho de hombres pero si sé de relaciones rotas. Tu sabrás si me equivoco pero cuando yo me siento engañada digo auténticas barbaridades y puta es lo mas suave que le he dicho a quien me ha engañado. Luego recapacito, a veces perdono, a veces entiendo que la culpa no siempre ha sido al cien por cien de la otra persona. Eso mismo, tarde o temprano le va a suceder a Mario, si te quiere acabará entendiendo que esto ha sido un error compartido. Convéncete, tú no eres una puta, deja de actuar como si lo fueras.
- Eres… – Carmen la abraza y la besa con pasión – te quiero - exclama
- Cuidado con lo que dices Carmen, estás enamorada de tu marido, no quiero que me hagan daño otra vez y tú… tú me gustas mucho, demasiado y podría enamorarme de ti
Carmen se deja llevar por las palabras que acaba de escuchar, la besa, la acaricia, necesita a esta mujer. Su marido quiere a otra Carmen que quizás ya no encuentra en ella. No la reconoce, cuando le ha buscado no la ha visto.
- Estás herida, acabas de descubrir cosas que no conocías y… – Irene la mira con tristeza – ten cuidado, sé que no quieres hacerme daño, lo sé, en realidad tú no tienes la culpa, quizás no debí empezar esto, he roto todas las reglas – Irene recorre su mejilla con un dedo, suavemente – Regla número uno: no te enamores de una hetero, regla numero dos: no te enamores de una hetero, regla número tres: en caso de duda aplica la uno y la dos – sonrió y le dio un suave beso en los labios – No es la primera vez que tonteo con una hetero ¿sabes? tenéis un morbo especial, algo que me atrae irremediablemente y que me jacto de poder controlar, pero tú… no sé que tienes, desde el primer momento me has descolocado, me tienes confundida, no estoy reaccionando como esperaba
- ¿Y eso es malo?
- Es… desconocido para mí y me inquieta estar entrando en un terreno en el que sé de antemano que el final es triste, muy triste.
- ¿Es qué no podemos querernos, ser felices, es que esto es incompatible con mi matrimonio? – una sombra cruzó su rostro – suponiendo que quede algo de él
- Compatible con tu matrimonio… No estoy segura de cómo suena eso
- Calla – dijo llevándose las manos a las sienes
- Si, será mejor que los dejemos, no es el mejor momento, tienes otras preocupaciones cariño
- Lo he perdido todo Irene, toda mi vida se ha derrumbado
- Quizás no Carmen, en caliente se dicen cosas que no se piensan de verdad, por lo que me has contado, tú misma le has dicho alguna que otra barbaridad
- Si y además lo ha tenido que interpretar… ¡oh Dios! No sabía que me había visto con Mahmud y Salif ¡Qué habrá pensado!
- Tendréis que volver a hablar y aclararlo. Ni tú ni él os habéis entendido.
- No sé si habrá otra oportunidad – Irene la estrecha
- ¡Claro que sí!
La besa en la mejilla, Carmen se vuelve hacia ella, las lagrimas afloran, Irene busca su boca, la besa, su brazos la rodean, parece querer protegerla, la mece pero poco a poco sus movimientos se vuelven mas sensuales, una mano rodea uno de sus pechos, la otra baja por su estómago. Carmen tiene los ojos cerrados, su rostro sigue vencido en el de Irene, se deja querer, está tan herida que necesita este consuelo. La mano errante de Irene desciende por el vientre de Carmen y vaga por sus muslos, no se detiene, pasa de uno a otro, sin prisas, son caricias suaves, sin rumbo concreto, vuelve al estómago, regresa a la parte interior del muslo, ataca a la base de uno de sus pechos… mientras tanto besa su mejilla, la comisura de su boca, seca con sus labios las lágrimas que están a punto de brotar, tantea con la punta de la lengua el final de su ceja, el borde de la oreja, Carmen suspira, ronronea, tiene los pezones erectos y las yemas de los dedos de Irene juegan a intentar vencerlos.
Gime, la mano de su amante pasó de un muslo a otro rozando su sensible hendidura, su abierta vagina, pero no se para, ¡que castigo más duro! Irene la ha escuchado, sube los dedos hasta la rodilla, se detiene y desciende lentamente, haciendo sufrir a su amiga, llegará de nuevo a la grieta? ¿pasará al otro lado?
Se detiene, escucha el suspiro de desolación de Carmen y sonríe, una sonrisa que se trasmite a través de las mejillas que se mantienen unidas. Un beso al aire que solo se conecta a través de las comisuras. Es suficiente, Carmen responde al instante. Besos al aire que se intuyen, que se sienten en el contacto de sus mejillas que perciben la tenue tensión que provoca el beso, besos que se comunican levemente a través del intenso roce de las comisuras que tientan, que incitan a consumar ese tenue contacto, bastaría iniciar un giro pero no, ninguna de las dos desea romper el hechizo, todavía no. Son promesas de besos profundos, apasionados que llegarán pero que ahora solo son eso, leves roces que lanzan un tic en la mejilla y disparan el mismo tic en la mejilla gemela. Roces que apenas se sienten y que con tan poco provocan tanto en unos corazones desbocados. Los dedos que apenas tocan la sensible piel del interior del muslo suben de nuevo por la pendiente hasta la rodilla, luego caen como si fuera la gravedad quien los impulsa y esta vez si, esta vez cruzan el Rubicón húmedo, cálido, abierto, sensible de Carmen hendida y provoca un lamento en su garganta, una quiebra de su cuello que cae hacia atrás levemente, una exhalación, se vacían sus pulmones como si muriese al sentir su intimidad hollada por esos dedos de mujer que ya la conocen, que ya han estado dentro de ella pero que esta vez siguen su camino y ascienden la cumbre del otro muslo.
Ha conseguido hacerla olvidar por un momento la tristeza, la desolación, el abandono. Recorre sus muslos una y otra vez, amagando con abordar su brecha, provocando sobresaltos en su corazón, acariciando su pecho, besando su mejilla, rodeándola de ternura.
Se detiene sobre su coño, Carmen pierde el aliento, su boca queda abierta. El dedo índice cubre su grieta inmóvil, sintiendo el latido, el calor, la humedad tibia, Irene escucha el inicio de un incipiente jadeo, sonríe, ¿solo por esto? Presiona y siente como el cuello de Carmen se vence. Comienza a hundir el dedo, es fácil, es todo tan húmedo, tan abierto, tan acogedor… el jadeo aumenta, se vuelve mas agudo, siente nacer un temblor en el cuerpo que tiene pegado al suyo. Se emociona ante los cambios de Carmen, busca su boca que permanece abierta, en éxtasis y la besa. Mete otro dedo, busca arriba, estimula la zona rugosa y nota la reacción en el cuerpo de Carmen y en su propio cuerpo, es maravilloso, un rio se desborda en su interior. Sigue acariciando sus pezones que están como rocas, los pinza con dos dedos y la siente temblar. Nota humedad en su mejilla y ve caer gruesas lágrimas de los ojos de Carmen ¿llora? sin embargo la expresión es de absoluta felicidad. De pronto se da cuenta de que ella misma está llorando, se estremece. No sabe qué le está sucediendo con esta mujer.
La lleva al orgasmo. Se miran a los ojos, ambas cubiertas de lágrimas, se ríen, se besan, no hablan, no hace falta, se lo dicen todo con la mirada. Se abrazan fundidas en un beso apasionado que dura una eternidad.
- Bueno, ¿es que no vamos a salir hoy de juerga? – dice al fin Irene
Están alegres, Irene quiere llevarla a que conozca el ambiente.
- ¿Cómo te visto? – Dice Irene mientras la inspecciona frente al armario, Carmen permanece desnuda, terminándose de secar después de haberse duchado con ella – no sé, eres demasiado femenina para vestirte de traje, mmm… ¿tú qué prefieres?
Le enseña un traje de chaqueta negro muy masculino, en la otra mano una percha con un vestido mini muy ligero
- No te imagino con eso – ríe Carmen señalando el vestido
- ¿No? te queda mucho por conocer de mí
- ¿Tú que vas a llevar?
- Creo que me pondré esto – elige un un smoking negro con un solo botón bajo, casi en la cintura.
- ¡Es precioso!
- ¿Te gusta?
- Si, es divino
- Pruébatelo
- No, déjalo, miraré otra cosa
- ¡Vamos! Quiero ver como te queda, toma – le ofrece un tanga lila
Irene le pasa unos zapatos de tacón
- Yo uso un treinta y nueve
- Yo también
- Entonces no hay problema
Carmen se termina de vestir y se vuelve hacia ella buscando la primera impresión antes incluso de verse en un espejo. Irene la mira de arriba abajo varias veces.
- Estás… Carmen estas impresionante
- No seas boba, de verdad – Irene la mira, la toma de la mano
- Ven, mírate – la lleva hacia el armario, abre uno de las puertas y la enfrenta al espejo
El smoking cierra casi en la cintura y deja un escote pronunciado
- ¿Sin camisa?
- A donde vamos no necesitas camisa – responde Irene con un guiño
Le hace un moño alto, la maquilla de un modo diferente, casi no se reconoce. Es lo que busca. Ella no se reconoce en lo personal, solo falta que no se reconozca en lo físico, Carmen se encuentra diferente, ve el efecto que le causa a Irene y se siente bien. Salen a la calle, se siente observada, piensa que las confunden con un par de lesbianas, la emoción la domina. Cogen la moto, y de nuevo se deja llevar por el vértigo de la velocidad. Cruzan Madrid, Carmen se aferra a la cintura de su chica, se siente segura con ella y cuando llegan a su destino se encuentra en un estado de euforia que la aleja de la tristeza que la ha estado vapuleando todo el día.
El local está bastante lleno para ser un jueves, su presencia es seguida con cierta expectación, no es extraño, son dos bellezas que destacan. Se acercan a la barra y piden la bebida, Irene sondea el ambiente, enseguida una conocida se acerca.
- Vaya, creí que no volvería a verte.
Morena, media melena, ojos achinados en un rostro ovalado de pómulos muy marcados, mirada inquisitiva que inspecciona a Carmen. Es mas baja que ellas dos, con un cuerpo mas compacto aunque bien proporcionado.
- Hola Andrea – Irene se mantiene distante aunque cordial
- ¿ Y ella es…?
- Carmen – responde cogiéndola de la mano mientras Carmen mantiene una leve sonrisa y permanece en silencio
- ¿Sois…?
- Amigas, buenas amigas, verdad? – dice Irene volviéndose hacia Carmen y dándole un beso en los labios al que Carmen responde cogiéndose de su cintura.
- Ya veo – Andrea, baja la mirada – en fin, os dejo, que lo paséis bien
Se aleja
- Ya me contarás que fue esto – dice Carmen mirándola con cariño
- ¿No querías un arrebato de lesbianismo? – responde evitando dar más detalles
Carmen posa su mano en la mejilla de Irene y la besa dulcemente, entiende que ahí hubo algo en el pasado y que Irene la ha utilizado como instrumento de… ¿revancha quizás? No le importa, no se ha sentido molesta, hoy es su pareja, todo le resulta tan novedoso que hasta ese mínimo detalle lo puede pasar por alto.
Siguen en la barra, charlan, Carmen se siente desbordada por el ambiente, está acostumbrada a sentirse deseada por hombres pero las miradas de deseo explícito, de seducción que recibe de mujeres realmente atractivas son una novedad que la turban. Irene la observa divertida, entiende lo que la sucede
- Eres el centro de atracción cariño, casi todas nos conocemos pero tú eres nueva y además, estás arrebatadora.
Carmen no pude evitar sonrojarse, Irene se aproxima a ella y la besa, lleva su mano hacia la solapa del smoking, sus dedos se cuelan, acarician su pecho y disparan el placer en Carmen que la mira
- ¿Aquí? – le susurra
- ¿Tienes algún problema?
Carmen, por toda respuesta, se acerca hasta volver a rozar sus labios, siente como los dedos avanzan buscando su pezón y cuando lo alcanza emite un gemido que queda ahogado por la boca de Irene, es su chica, piensa. Su lengua busca hueco para entrar en su boca y ella se rinde a su deseo.
Se miran, Carmen sigue el rumbo de los ojos de Irene, el juego que se ha traído con su mano en su pecho ha abierto demasiado el escote pero no se lo arregla, no será ella quien lo haga sino lo hace su… ¿amiga, amante? ¡qué es Irene para ella?
Beben, charlan. Carmen se va acostumbrando al ambiente. Bailan en la pista sin ningún tipo de inhibición, entre mujeres, dejándose llevar del deseo, rozándose, insinuándose en cada movimiento, declarando con cada ondulación de sus cuerpos lo que sus miradas ya se están diciendo desde que comenzó la noche. No tiene necesidad de ocultar nada. Allí no hay por qué hacerlo, nadie las va a interpretar mal, el deseo y el morbo está en el ambiente, por todas partes.
Vuelve a la barra, Irene la ha dejado sola un momento mientras conversa con una mujer de unos cincuenta años, elegante, distinguida. Se siente desplazada porque la haya dejado fuera de esa conversación y comienza a especular, puede que sea algún tema profesional aunque en realidad no sabe nada del trabajo de Irene. Es en ese momento cuando se da cuenta del poco tiempo que llevan juntas, apenas saben nada la una de la otra.
Una chica que la ha estado mirando toda la noche se acerca; melena rizada, rubia, ojos azules, preciosa, se sienta en la banqueta a su izquierda
- ¿Te han dejado sola? – la voz le recuerda a Sara y ese pensamiento la excita
- No creo que sea por mucho tiempo – Carmen mira hacia Irene que continúa charlando, cruzan sus miradas. Irene interrumpe la conversación un segundo al verla acompañada y le envía una sonrisa. ¿Es eso su aprobación? La rubia sigue la mirada de Carmen
- ¿Lleváis mucho juntas?
- Si. Bueno, no, somos amigas, nada más – la rubia sonríe
- Eso me gusta – Carmen eleva las cejas – me gustan los retos. Soy Elsa
- Carmen
Elsa se aproximó buscando su mejilla, Carmen esperaba el clásico beso pero se encontró con los labios de Elsa en su mejilla y cuando cambió de lado sintió de nuevo los labios carnosos y el intenso beso esta vez mas cerca de su boca
- ¿Es la primera vez que vienes por aquí verdad?
- Si, no lo conocía – Carmen se siente turbada por la forma que Elsa la mira, sus ojos vuelan una y otra vez a su escote que abre profundamente
- ¿Te gusta?
- Si, mucho es…
- No frecuentas el ambiente verdad?
- ¿Tanto se me nota? – sonríe
- No sabes cuánto – ambas ríen
Carmen mira a Irene que sigue conversando sin perder detalle de lo que sucede en la barra y se siente bien porque esté pendiente de ella. Elsa se da cuenta de las miradas de Carmen
- En fin, veo que estás muy pendiente de lo que hace tu pareja, no te preocupes – dijo al ver un intento de excusa – si alguna vez te apetece venir sola por aquí, búscame
Elsa se levantó y se alejó tras lanzarle una mirada a Irene.
No ha podido evitarlo, no se ha sentido cómoda charlando con esa mujer teniendo a su pareja tan cerca, a pesar del gesto de Irene que le daba alas para seguir con ella no ha podido sentirse relajada, todo ese ambiente es tan nuevo para ella que necesita tener una tutela cerca.
Y cuando le ha preguntado si estaban juntas, ha dudado, quisiera pero no se ha atrevido a afirmarlo.
¿Acaso están juntas? Se ha aventurado a lanzar un pensamiento muy temerario. ¿Cómo ha podido pensar que estén juntas?
Irene la saca de sus pensamientos
- Perdona, tenía que aprovechar que Lola estaba aquí, es tan difícil encontrarla
- No te preocupes
- Estoy intentando que se interese por alguno de mis libros
- No sabía que fueras escritora
- Apenas hemos tenido tiempo para hablar de nosotras
- Eso tenemos que arreglarlo – dijo Carmen dándole un beso – necesitamos tiempo
Ni una mención al encuentro con Elsa, ni una palabra.
- Esa chica…
- ¿Si?
- ¿La conoces?
- De vista
- Quería ligar conmigo – ¡Dios, que infantil ha sonado!
- No me extraña, estás buenísima – bromea Irene acariciándola la mejilla
Se miran, queda algo por decir, Irene lo sabe pero espera
- ¿Te ha molestado? – Irene sonríe
- No cariño, no me ha molestado, no me debes nada
Irene saluda a alguien que se acerca, una mujer algo mayor que ellas, puro cuero, rock en movimiento, pelo rojo, tatuajes en los brazos y algún piercing de más
- Carmen, esta es Erika, fue quien me hizo eso que tanto te gusta - dice apuntando con dos dedos hacia su pecho, Erika la mira sin disimulo
- Encantada Erika – Carmen le ofrece la mano, pero Erika se acerca, la toma del brazo y la besa en la mejilla muy cerca de la boca
- ¿Así que te gusta mi trabajo?
- Si, mucho
- Pues, cuando quieras – dice mirándole directamente los pechos
Irene mira a Carmen inquisitiva, parece haber tenido una idea, luego mira a Erika
- Erika, ¿me harías un favor, un favor muy especial?
- Depende – mira a Irene, luego se vuelve hacia Carmen - ¿Qué quieres Irene? Es muy tarde
- Tienes la tienda aquí al lado, por favor - responde con un mohín - quiero hacerle un regalo a Carmen, es muy importante para mi, no te lo pediría si no lo fuera.
Erika la mira, sonríe y mueve la cabeza
- Estás loca, dadme diez minutos y vais para allá
Carmen no entiende nada de lo que han estado hablando, Irene se vuelve hacia ella
- Carmen, ¿te gustan los piercing que llevo, no?
- Si, claro
- Dijiste que querías unos iguales, es cierto?
Carmen la mira, empieza a entender y se emociona. Si, es parte de su nueva vida y si nace de Irene ¿de quién mejor?
- ¡Si!
- Pues vamos
Salieron del pub cogidas de la cintura y caminaron unas calles, Carmen iba emocionada, Irene se detuvo frente a una tienda con el cierre metálico a medio abrir, a oscuras Carmen pudo ver algunos posters de piercing y tatoos, Irene dio unos golpes en el cristal y desde dentro le abrieron la puerta.
- Os habéis dado prisa
Carmen mira a su alrededor. En la penumbra el local le parece algo sórdido pero confía en Irene. Erika la observa
- ¿Asustada? Todavía estás a tiempo de pensártelo
Irene se vuelve hacia ella, sonríe, le ofrece su mano, Carmen duda, entonces comienza a desabotonarse la camisa sin dejar de mirarla, seduciéndola con sus ojos, con su sonrisa y le muestra sus pechos atravesados. Mantiene la camisa abierta con sus manos y se vuelve hacia ella.
- ¡Chicas, chicas! – Erika finge escandalizarse mientras prepara el material
- Tócame – le susurra – tócame
Carmen roza el pezón atravesado con sus dedos, su expresión cambia, no puede dejar de acariciarla
- ¿Nos vamos? – le dice
- No
La lleva de la mano hacia la camilla, Carmen se despoja del smoking, “No me sueltes”. Se tumba y Erika limpia el pezón derecho con una gasa, lo palpa con dos dedos enfundados en un guante, lo aprieta para endurecerlo, Carmen la mira pero enseguida desvía los ojos hacia su pezón, ve como lo atrapa con una pinza metálica. “Mírame” le dice Irene, “no dejes de mirarme”, Carmen le aprieta la mano, siente una presión en el pezón, un pinchazo, aprieta la mano de su amiga sus ojos están clavados en ella, un dolor agudo la atraviesa, ¿ya está? Todo es tan rápido. El miedo al dolor lo hace más penoso, lo sabe bien y esta vez no ha podido prepararse aunque su pareja ha estado al quite. Nota como se mueve lo que la traspasa, los movimientos son seguros, rápidos, es un dolor sordo, casi no tiene tiempo para quejarse, antes de que pueda pensar lo que le está sucediendo escucha “Ya está”, mira a Irene que le lanza una sonrisa dulce, desea besarla pero ya siente la gasa en el pecho izquierdo. Todo sucede muy rápido. Respira hondo, se prepara, ahora ya sabe lo que viene, los dedos excitando la punta que se endurece enseguida, la pinza apresando su sensible pezón, la presión de la aguja, el pezón que por un momento parece resistirse a la aguja y luego el intenso dolor que la traspasa. Es solo un instante, a continuación la pinza desaparece, eso es un alivio. El manejo que siente en su pezón herido mientras sustituye la aguja por la barrita le hace sentirse… No, otra vez no, no quiere ponerle palabras aunque la sensación esté ahí. Un brote húmedo de placer acompaña esa idea, apenas escucha cuando Erika le dice “hemos acabado”, se levanta y se deja llevar hasta un espejo de cuerpo entero donde se observa. El placer que sintió al pensar eso a lo que no quiere poner nombre aumenta al ver sus pechos perforados, atravesados por unas pequeñas barras como las de Irene que la mira desde atrás y mantiene las manos en sus hombros. Se gusta, vuelve el rostro lo suficiente como para besarla
- Gracias
- ¿Por qué? Esto no es nada, son solo hasta que se te curen, te voy a regalar unos mas bonitos
- No es por esto – Irene la mira buscando una respuesta
- Gracias por despertarme – la emoción humedece los ojos de Irene y la abraza con fuerza
- Me vas a… no me puedes decir estas cosas Carmen, ¿qué voy a hacer yo cuando recuperes tu vida?
- Yo no tengo nada Irene ¿no te das cuenta? Lo he perdido todo.
Abrazadas, en silencio, dejan que las lágrimas de ambas broten hasta mitigar las emociones, Erika las ha dejado solas y cuando salen de la sala aparece de algún lugar. No las acompaña, sabe que ha hecho su función, entiende que todavía necesitan intimidad. Una mirada de Irene basta para agradecer a la vieja amiga.
Caminan despacio hasta el pub, apenas hablan, Carmen siente la mano en su hombro, ella percibe su propia mano en la cintura de su amante, su pareja, la mujer que le da el cariño, el amor, el cobijo que le falta. Ese roce de la cadera femenina en su mano la enardece pero ahora solo quiere sentir, sentir, paladear casa sensación que esa mujer que lleva a su lado le produce.
…..
El regreso a casa en moto, de madrugada, pegada al cuerpo de… su mujer, – ese pensamiento la aturde –, le produce un efecto embriagador. Quizás Irene se siente igual porque arriesga algo más en un Madrid vacío de tráfico; acelera, apura alguna curva, gritan juntas, ríen. Carmen no está acostumbrada a montar en moto y el efecto de sentir el asfalto tan cerca cuando se inclina al tomar alguna curva le hace sentir algo parecido al miedo, entonces se pega mas al cuerpo de su mujer, – otra vez, otra vez esa emoción incontenida, incontenible al pensar en ella, en Irene como su mujer –, aprieta sus manos que rodean su cintura, pega el pecho a su espalda y, sin palabras, sabe que la quiere.
Se queda mirándola mientras ella hace esos gestos que para Carmen son nuevos pero que Irene habrá ejecutado cientos de veces y por eso dan esa sensación de seguridad. Aparca la moto, la bloquea, toca tal y cual cosa, la mira, camina a su alrededor comprobando que todo está en orden con un dominio casi masculino. De pronto se vuelve, se siente observada, sonríe.
- ¿Qué pasa? – Carmen le devuelve la sonrisa cargada de ternura
- Nada, me gusta mirarte
Los roles se están definiendo con claridad, poco a poco, sin que hagan falta palabras.
Suben las escaleras a trompicones, parando a besarse, soltando botones, buscando piel. Un gemido le recuerda a Irene que la herida es muy reciente pero un lamento le reprocha que haya abandonado ese pezón recién taladrado, “Tócalo, por favor tócalo”, le urge Carmen en medio de la escalera sin importarle que algún vecino desvelado pueda estar tras la mirilla espiando a esa vecina bollera que vive arriba
…..
- Tienes que salir de casa de Doménico ya, cuanto antes, vuelve a casa de alguna amiga..
- Estoy en casa de una amiga – dice Carmen estrechándola
- No Carmen, necesitas hacer lo que me contaste, pensar, serenarte, dedicarte a trabajar y tu tiempo libre centrarlo en poner en orden tus ideas. Si Mario nos viera juntas adivinaría enseguida qué tipo de relación nos une
- ¿Y qué tipo de relación es esa? – preguntó Carmen incorporándose en la cama, quedando cara a cara
- Carmen déjalo, estamos hablando de ti, de tu matrimonio
- Si, lo sé y yo quiero hablar de mi futuro y en él también estás tú
- Carmen…
- Porque yo te quiero
- Carmen…
- Haré lo que tú me digas, dejaré a Doménico, me iré de aquí, pero no me digas que no te volveré a ver, que no significo nada para ti porque entonces, yo…
- ¡Cariño! Nos conocimos ayer ¿y hoy me quieres?
Carmen se deja caer en la cama
- Piénsalo ¿ves como necesitas un tiempo de serenidad? Tienes que alejarte de Doménico, también de mi. Necesitas bajar el ritmo, acabar con la ansiedad que entre todos te estamos provocando
- Tú no
- Yo también cariño, sin pretenderlo, sin querer hacerlo. Necesitas soledad
- Me aterra, ¿no te das cuenta? – Irene se incorporo en la cama
- Yo también necesito tiempo para pensar sobre nosotras
Carmen sintió un frio intenso, aquella frase fue como un mazazo
- Parece que últimamente todo el mundo necesita tiempo, alejarse de mi y tomar distancia – dijo con frialdad
- Carmen, quiero que cuando vuelvas a mi, si es que lo haces, sea porque de verdad quieres estar conmigo, no porque me estés utilizando de salvavidas
- ¿Es lo que crees?
- Piénsalo, tienes las emociones a flor de piel – Irene se incorporó en la cama hasta quedar sobre ella, Carmen sintió los pechos pegados a los suyos pero la mirada de Irene era tan intensa que eclipsaba cualquier otra sensación – dime que me deseas, que te pongo cachonda, que te gusta follar conmigo más que con Piera o con Doménico, pero no me digas que me quieres porque yo…
Irene dejó caer la cabeza, Carmen besó su frente
- ¿Tú?
- Yo podría enamorarme de ti y si eso pasa, cuando tú recuperes a tu marido me quedaré en la cuneta. ¡Calla! – dijo, parando la protesta que vio nacer en Carmen – y sería la amiga con la que querrías follar de vez en cuando y yo no podría soportarlo. Y si no lo consigues y al final os divorciáis, quizás funcionemos unos meses, a lo mejor un año, pero cariño – la voz se le quebró – tú no eres lesbiana, y un día, tarde o temprano necesitarás volver a sentir a un hombre, recordarás con nostalgia lo que es hacer una buena mamada, porque te gusta ¿verdad que sí? Volveremos al club, y puede que te reconcilies con Doménico y me moriré de celos o charlarás con un chico muy mono y me moriré de celos y nos iremos a casa y te preguntaré y me dirás que no fue nada y sabré que te quedaste con ganas y sabré que si no te fuiste con él fue por mi y me moriré de celos y ahí empezará el principio del fin y comenzarán los problemas, las malas caras, los silencios, los malos humores y los ¿de donde vienes?, ¿con quién has estado?
Irene se dejó caer. Carmen sabía que tenía razón, no tenía ningún argumento solido para rebatir sus argumentos
- Y yo no quiero eso, ni por ti, ni por mi – concluyó al fin
Carmen se quedó en silencio con la vista perdida en el techo ¿era eso lo que estaba haciendo con Irene, utilizarla para curar sus heridas? Quizás se había descubierto al declarar el pavor que sentía ante la idea de estar sola, quizás ese era el motivo por el que vivía inmersa en ese vertiginoso mundo. ¿Acaso no era capaz de enfrentarse a la idea de vivir en soledad y plantearse que quizás su mundo, el mundo que había construido con su marido se había desmoronado?
- Yo no he querido utilizarte
- Lo sé.
Irene descansaba a su lado, perdida igualmente en las formas que la penumbra dibujaba en el techo. Movió la mano hasta que encontró la de Carmen y al sentir el roce ambas se agarraron
- Jamás he estado con un hombre, nunca se me ha planteado esa duda, tú sin embargo tienes una relación estable con tu marido; si, estable – recalcó al sentir como nacía una protesta a su lado – estás con Doménico y esa relación te llena, supongo que tanto o mas que la que tenemos tu y yo.
- Pero eso no tiene nada que…
- Pero eso, cariño, significa que tú tienes una vida en la que no sé si me sentiría cómoda, tú quizás me veas en ella, como ves a Doménico o a otros de tus… - Irene evitó definir a los hombres que habían pasado por la vida de Carmen y ésta bajó la mirada – pero yo no me veo compartiendo la cama contigo y con tu marido ¿me comprendes?
- Yo no te he dicho eso, jamás te pediría…
- Lo sé, lo sé, quizás he ido demasiado lejos.
Enmudeció, su pensamiento se fue con su mirada que se perdió en algún punto de la pared mas alejada, Carmen se quedó mirándola en silencio como si esperase un veredicto. Tras un largo instante, Irene volvió sus ojos hacia ella, su mirada estaba cargada de dulzura si, pero también con una inmensa pesadumbre.
- Mañana por la tarde vuelo a Milán, volveré el martes a mediodía, creo que a ambas nos va a venir muy bien esta separación para poner en orden nuestras ideas y nuestros sentimientos sobre nosotras.
Carmen sintió un desgarro en el pecho. Otra vez, pensó, otra vez
- ¿Y cuando pensabas decírmelo? – intentó que no sonase como un reproche. Irene la miró, entornó los ojos y encajó el golpe.
- Sal de casa de Doménico. Puedes quedarte aquí hasta que encuentres otro sitio.
- No, me iré mañana – Irene le apretó la mano para hacerla callar
- No seas tonta, quiero que te quedes. No vuelvas allí, recoge tus cosas y vente; luego, desde aquí, tranquilamente organízate y busca un lugar para establecerte hasta que te arregles con Mario
- Vale – respondió para no seguir la discusión aunque tenía claro que no se quedaría en su casa. Tenía un nudo en la garganta, Irene debió notarlo en su voz porque se volvió de lado y puso una mano sobre su pecho
- Eso no quiere decir que no nos podamos ver; es mas, quiero verte a mi regreso, por favor
- Claro – apenas podía articular palabra a riesgo de ponerse a llorar y eso no iba a suceder
- ¿Y tú, quieres volver a verme? – Carmen volvió el rostro hacia ella, el nudo que atenazaba su garganta le impedía hablar, acercó su boca hasta sentir los labios de Irene y la besó. – Creo que eso es un sí – dijo y Carmen no pudo evitar romper a reír, a llorar, a reír.
…..
Compartir cama con Irene es la cosa más dulce que le ha sucedido en la última semana. Se han duchado juntas al llegar a casa y ha sido una experiencia intensa, tremendamente erótica, en la que ha disfrutado al acariciar el cuerpo de una mujer bajo el agua, algo que hasta ahora solo había sentido con su propia carne. Y es tan diferente… ha deslizado sus manos por un cuerpo hermoso, dibujando formas con la espuma sobre la espalda de Irene, siguiendo el relieve de cada una de sus vértebras, escurriéndose en sus pechos, escuchando los gemidos que sus dedos provocaban en ella. Se ha excitado atrapando esas nalgas rotundas, duras, agarrándose a sus caderas. Y cuando sus manos se han deslizado hacia sus muslos y más allá ha sentido como esa mujer se abría para ella, pegaba el culo a su pubis y la incitaba a enterrarse en su coño. Si, no ha sido un placer pasajero fruto de un momento de excitación. Ahora Irene duerme a su lado con un brazo rodeando su pecho y ella sabe que el sexo lésbico no es un mero accidente en su vida, quizá Piera lo ha sido pero Irene no, Irene es diferente. Las miradas que se han dirigido esta noche contienen algo más que deseo, algo más a lo que ninguna de las dos se ha atrevido a poner nombre. Es pronto, es arriesgado, hay un matrimonio por medio que hace aguas pero que no se resiste a dar por perdido, que está todavía empeñada en recuperar porque por encima de todo ama a Mario, le ama por encima de todas las cosas y si consigue salvar lo que fue nuestra vida en común sabe que su historia con Irene tiene un hueco en esa vida aunque ahora toque hacer un paréntesis como sabiamente le ha pedido ella.
Nuestra vida. Ahora solo piensa en lo que ha dejado atrás, en el naufragio, en los restos dolorosos de un pasado en común con su marido que no consigue recomponer y que duele, ¿cómo dejar atrás diez años felices, magníficos?
Pero si definitivamente todo eso se ha agostado, si el daño ha sido tan profundo que la reconciliación y el perdón es imposible, intentará que todo termine sin que nos hagamos daño, hará el duelo, luchará por salir del incendio lo mas entera posible y después buscará a esta mujer que duerme a su lado y le dirá que nunca ha intentado utilizarla, que no sabe si esto que siente por ella es amor pero que se le parece tanto que está dispuesta a renunciar a lo que ella le pida con tal de renacer a su lado. Y que está dispuesta a ser mujer a su lado de otra manera a como lo ha sido hasta ahora. Ser mujer como le ha enseñado ella.
…..
Carmen se despierta sobresaltada por el zumbido del móvil que suena insistentemente, mira el reloj, son las cuatro de la madrugada, estira el brazo y lo coge de la mesita, “Graciela” aparece en pantalla, se asusta.
- ¡Graciela, que pasa! – susurra para no despertar a Irene
- Carmen, disculpa que te llame a estas horas, pero no sabía que hacer
- ¡Qué pasa! – Carmen se pone en lo peor, imagina que se trata de Mario y teme que le haya sucedido algo
- Está aquí, conmigo, duerme en el sofá del salón. Después de vuestra cita me llamó y me contó lo sucedido, le obligué a cenar algo y luego, estaba tan hundido que no quise dejarle marchar, apenas conseguí que dejase de beber. Conseguí hacerle subir a casa para hacerle café y seguimos charlando. No está borracho, pero está muy mal Carmen, se arrepiente de cómo enfocó la conversación que tuvísteis.
Carmen se ha levantado mientras escucha y se ha ido al salón, tiembla.
- Yo tampoco lo hice bien Graciela, dije cosas horribles que él tuvo que interpretar muy mal porque yo no sabía que…
- ¡Carmen qué has hecho! ¿cómo has podido?
Un nudo atenaza su garganta, ¿cómo explicarle el malentendido?
- No Graciela, no es lo que vio, yo no…
- Está destrozado, no te imaginas como está
Si Graciela, si se lo imagina, perfectamente. Vacía los pulmones, las lagrimas salen casi sin darse cuenta, se lo imagina en el sofá de una casa extraña mirando al techo, echándola de menos, preguntándose por qué comenzaron un camino que les ha llevado a la separación, al vacío, a la ausencia. Le imagina con la amargura agarrada a la garganta, sin lágrimas que verter, sin ganas de vivir, huyendo hacia delante, refugiándose en el trabajo, inventándose un rostro de normalidad ante los compañeros para disimular el luto que lleva por dentro. Solo, solo.
Mientras que ella… ¡Oh Dios!
- Graciela
- Dime
- No le dejes pasar por esto solo
- Que quieres decir
- Lo sabes perfectamente, creo que le he perdido y si me equivoco, si no es así él me agradecerá lo que te voy a pedir. Pero si acaso le he perdido solo estaremos adelantando acontecimientos y evitaremos que pase una noche más de dolor en solitario
- ¡Carmen, por favor!
- Graciela, hazme caso, él ya te lo dijo, deseaba hacerte el amor y yo sería la primera persona que se enteraría, ¿lo recuerdas? Tú también lo deseas, lo sé, lo he visto en tus ojos, y ahora te une a él algo más. – Apenas podía seguir, pero hizo un esfuerzo - Y a mí. Hazlo por los dos, por los tres. Evítale una noche de sufrimiento, puedes mitigárselo, no me digas que no lo has pensado.
- ¡Te das cuenta de lo que me estás pidiendo!
- No es por lástima ¿verdad? No, Graciela, no es eso, te lo pido por amor, porque le amo con todas mis fuerzas y no soporto saber que está sufriendo solo y sé que tú le quieres. Nadie mejor que tú para consolarle.
- ¡Carmen, cómo puedes…
- Porque eres tú Graciela, porque eres mi amiga y no soporto saber que está solo, que está sufriendo. Porque si yo ya he salido de su vida, nadie mejor que tú para sustituirme y si no es así, si yo he de volver a él, tu eres la mejor persona para acompañar a mi marido hasta que yo pueda regresar.
Carmen escuchó sollozar a Graciela
- Por favor Graciela, te lo suplico, no le dejes solo esta noche, yo sé lo que es eso y es horrible.
Una pausa cargada de lagrimas, de suspiros entrecortados comunicaba a las dos mujeres. Una pausa que transcurrió sin mediar palabra y que selló un pacto
- Lo voy a hacer Carmen, por ti y por él, pero quiero que sepas que voy a luchar para que lo recuperes y luego…
- Y luego yo haré lo que sea para que no salgas de nuestras vidas
- ¡Oh Carmen! – no pudo continuar, su voz se rompió en un sollozo
….
No consigo dormir, estoy tumbado en el sofá del salón de Graciela, las luces que se filtran por la persiana del ventanal dibujan figuras teseladas en el techo que se mueven al capricho de los faros de los escasos autos que pasan a estas horas de la madrugada. Me entretengo con esto y con las voces de los transeúntes que aún vagan por Madrid camino de sus casas o en busca de la ultima copa, quién sabe.
La casa de Graciela es agradable, me ha hecho el gran favor de acogerme en su hogar. Estoy hecho un desastre, he bebido mas de la cuenta; sin llegar a estar borracho no me encuentro en condiciones de ponerme al volante y en casa seguro que hubiese acabado por tomarme alguna copa de más, corría el riesgo de acabar como el domingo pasado. Graciela es una buena amiga, siento que me tenga que ver en este estado ¡qué diferente era mi idea de mi primera noche con ella!
Al llegar me ha curado la mano, me he sentido mimado mientras me untaba una pomada y me vendaba con tanto esmero, con tanto cariño. Se me saltaban las lágrimas pero he hecho un esfuerzo por contenerme; estoy especialmente sensible y tengo la lágrima fácil. Luego ha traído unas sábanas y una manta y juntos hemos improvisado una cama en este sofá. Nos hemos despedido con un beso en la mejilla y un abrazo intenso, muy intenso.
¡Su alcoba está tan cerca! Apenas unos pasos de este sillón separan la puerta de su dormitorio. He podido escuchar cada sonido mientras se acostaba, el murmullo de su cuerpo en las sábanas al volverse, su respiración, una tos en medio de la noche. Esa puerta que no encaja de antiguo; ella intentó sin éxito cerrarla un par de veces y luego seguramente desistió para que no me sintiera violento. Ese resquicio ha hecho que los sonidos sean tan cercanos, tan íntimos.
Esta hablando por teléfono con alguien, no entiendo lo que dice ¿ con quién hablará a estas horas?
- …. sofá del salón, …. vuestra cita me llamó …. lo sucedido, le obligué a cenar … tan hundido que no quise dejarle marchar, … beber. … subir a casa para hacerle café y …, no está borracho, … está muy mal Carmen, ….
¡Está hablando con Carmen, están hablando de mí!
Me levanté del sofá, me acerqué a la puerta de la alcoba y pegué el oído al marco, ahora si podía escuchar con todo detalle
- ¡Carmen qué has hecho! ¿cómo has podido?
No, no le puede recriminar nada a Carmen, no debe echarle en cara las cosas que yo le he contado, eso la puede hundir
- Está destrozado, no te imaginas como está
¡Oh Dios! La va a hundir si sigue diciéndole esas cosas!
- Dime
- …
- Que quieres decir
- ….
- ¡Carmen, por favor!
¡Qué le está diciendo Carmen!
- ¡Te das cuenta de lo que me estás pidiendo!
Algo tremendo sucedía entre aquellas dos mujeres, escuché sollozar a Graciela, ¡qué tensión había en aquella conversación!
- ¡Carmen, como puedes…
- ….
- Lo voy a hacer Carmen, por ti y por él, pero quiero que sepas que voy a luchar para que lo recuperes y luego…
Estoy sobrecogido, ¿qué es lo que Carmen le ha pedido a Graciela que haga? ¿Es lo que me imagino? Parecía una despedida, siento miedo, como un mal presagio, ha sido como… no quiero pensarlo, no. Es como si no la fuera a ver nunca más y eso no es lo que quiero
No se cuánto tiempo llevo en la puerta de la alcoba de Graciela perdido, dándole vueltas a las palabras que he escuchado, intentando darles sentido De pronto se abre la puerta y me encuentro frente a frente con ella.
- ¡Ah! – Graciela me mira espantada, envuelta en una bata de seda, con el rostro aún desencajado por la emoción a que ha estado sometida.
La tomo por los hombros
- ¿Qué le pasa a Carmen, dímelo, que le sucede? ¿Se va, es que se va?
No pude más, la ansiedad me dominaba, apenas podía controlar la respiración, estaba hiperventilando, todo mi cuerpo temblaba sin que fuera capaz de hacer algo para evitarlo, tenía un tétrico presentimiento, un absurdo presagio, como si aquella llamada fuera una despedida, una especie de legado a Graciela que yo me resistía a que estuviera sucediendo
- ¡No Mario, qué estás diciendo, no se va a ninguna parte! – intentaba calmarme Graciela que no entendía mi razonamiento
- ¡No, no quiero que se vaya, no se puede marchar!
No sé como acabé en su cama, encogido en sus brazos, mientras ella me arrullaba. Estaba roto, destrozado. Me contó el motivo de la llamada de Carmen, quería que me acompañara, que no me dejase solo, no quería que pasase estos momentos de dolor, de tristeza sin alguien a su lado y pensó que nadie mejor que ella para acompañarme.
Supe que no estaba todo perdido, que quizás Carmen había cometido muchos errores en estos días pero yo también los había cometido, teníamos tantas cosas que poner en común y yo me había encargado de hacer imposible esas conversaciones y, con ello, había colaborado en hacer posible esos errores de Carmen. Reconocer mi responsabilidad era parte necesaria en el camino que nos quedaba por recorrer para el reencuentro. Expulsar el rencor, la rabia y el orgullo herido de mi cerebro era el trabajo que debía abordar antes de volver a reunirme con mi mujer.
Cuanto antes, cuanto antes.
No se cómo, no se en qué momento, los brazos de Graciela, su pecho se volvieron mas acogedores, su cuerpo se abrió más a mi, sus labios que habían estado besando mi frente toda la madrugada comenzaron a ser menos maternales y empezaron a saberme más a mujer, su olor me resultó mas patente. ¿qué podía hacer, negarlo? Tenia mi rostro hundido en su pecho. Dejé que mis labios actuaran y besé, escuché un rumor, parecía un leve gemido pero no estaba seguro, de nuevo sentí sus labios en mi frente aunque esta vez se detuvieron un poco mas. Volví a besar ese trozo de piel, esa parte de músculo mullido que anunciaba el comienzo de su pecho y entonces si, no me quedó duda, su respiración se había colapsado un instante, luego tembló antes de recuperar su ritmo aunque no, no es cierto, ya no volvió a ser el mismo ritmo de antes.
Moví mi cabeza, hociqueé en su pecho haciendo hueco, si, “¡Ah!”, escuché y sentí como su cabeza caía levemente hacia atrás. Había conseguido ahondar entre sus pechos y no había habido oposición. Aspiré y su olor a hembra me emborrachó. Besé su carne y sus manos que atenazaban mi cráneo me aprisionaron contra ella.
Tenía que verla, tenía que mirar sus ojos y me separé, aún en la penumbra ella respondió a mi llamada, sus ojos eran puro fuego. Me incorporé para alcanzarla y ella vino a mi encuentro. Nuestras bocas se fundieron.
Deshice el nudo que sujetaba la bata que la cubría y ella se dejó hacer. Fue fácil desnudarla, ella, tan dócil se dejó despojar de cada prenda colaborando para hacerlo sencillo y siguió el rumbo de mis ojos cada vez que una parte de su cuerpo quedaba al desnudo. Luego, antes de siquiera tocarla, me desnudé para estar a la par.
Entonces fue ella la que tomó la iniciativa. Sus manos recorrieron mi pecho, mis hombros mis brazos, como si fuera una escultora, sentada en la cama, conmigo arrodillado ante ella, se dedicó a tocar cada parte de mi cuerpo, mi estomago mi vientre, mis pectorales, volvió a mi rostro, mis mejillas, mi frente, mis orejas, mis labios, se incorporó para poder, palpar mi espalda, mis glúteos, y por fin tomó mi pene en sus manos, lo palpó, recogió mis testículos con una mano, siguió con mis muslos y cuando hubo acabado me miró y exclamó
- ¡Eres tan…
- Shhh
No podía dejar que terminase esa frase. Me acerqué a ella, quería decirle que llevaba todo el tiempo admirando su cuerpo, sus pechos, su vientre terso, pero que mis palabras ahora iban a carecer de valor. La besé. Se deslizó hacia abajo y quedé tumbado sobre ella
- Ámame – dijo – y que Carmen sea la primera en saberlo. Esa fue tu promesa y también ha sido mi promesa.
Sentí como si me hubiese alcanzado un rayo, empecé a comprender todo, la razón de la llamada y el desgarro de Graciela ante lo que Carmen le estaba pidiendo.
Graciela me rodeó con sus brazos y sus piernas mientras mis lágrimas caían sobre su rostro “ámame” repetía una y otra vez mientras guiaba con su mano mi verga por sus labios húmedos. Me hundí en ella, y me resultó tan diferente, otros muslos más finos, otra grieta menos apretada, menos… Todo, todo tan diferente. Otro cuerpo, otro latido, otra forma de acogerme. “ámame” repitió. Si Graciela, te quiero, te quiero, acaricio este cuerpo hermoso, estos pechos, delicados, diferentes, te quiero si. “Amame”; si, te quiero. Mueves tus caderas con un ritmo distinto, que no conozco y al que me adapto porque pones todo tu empeño en quererme, porque eres la embajadora de Carmen y bombeo, eres tan tierna, podrías ser la mujer de mi vida si no tuviera ya a la mujer de mi vida. ¿La tengo, la tengo?
- ¡Oh Mario!
Te estremeces de una forma deliciosa, sé que estás a punto de alcanzar el clímax, te mereces más, lo sé y te prometo, te juro que te lo daré mujer, te lo daré pero hoy no, hoy cumplimos un mandato y me corro, te lleno y te ofrezco lo mejor de mi hoy y veo tu gozo al contemplarme alcanzar lo que finjo alcanzar. Por Carmen, por ti. Porque os quedéis tranquilas.
Carmen ¿dónde estás? Tan sola, ¿por qué? ¿dónde quedó la Carmen ebria? No es la Carmen que le ha pedido a Graciela que no me deje solo, no. ¡qué locura estamos cometiendo!