Diario de un Consentidor -82 Caída Libre

Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor

Caída Libre

(Jueves noche)

“¡Mierda, mierda, mierda!

¡No, joder, no era así como quería hacerlo! ¿qué coño me ha pasado? ¿Cómo he podido joderlo todo otra vez?”

Salí del Vips dando tumbos, tropecé con una pareja que me insultó pero ni me detuve ni me disculpé; cuando quise darme cuenta había perdido la noción del rumbo que había tomado Carmen. Si pudiera encontrarla, si pudiera decirle que no era así como tenía previsto encontrarme con ella.

Se acabó, todo está perdido.

No he sido capaz de escucharla, no he sido capaz de hablar con serenidad, de exponer lo que ya sabía, lo que he visto con mis propios ojos sin alterarme. No, no he podido contener la ira, el despecho, la rabia, no he sido capaz de sofocar el orgullo herido y he dado rienda suelta al insulto fácil. ¿Este soy yo, este animal, este bruto? ¿En esto me he convertido?

Y claro, como si no la conociera, Carmen se ha revuelto y ha dicho cosas duras, durísimas, pero ¿acaso no ha dicho lo que yo me estoy repitiendo día tras día desde que nos hemos separado?

Y me he perdido lo que venía a decirme, ¿que es lo que venía a continuación de la crispación que he provocado? lo que no le he dado la oportunidad de decir porque me he dejado llevar de la rabia y he abortado la conversación ¡¡Joder!!

Si pudiera volver, si pudiera encontrarla, decirle que lo siento, que nos sentemos y hablemos.

Me sobreviene una urgencia irracional por encontrarla. Doy la vuelta y camino hacia Argüelles, acelero el paso, la busco entre la gente pero no la veo ¿Y si ha ido hacia la Gran Vía? Giro en redondo y camino, comienzo a correr aunque sé que es inútil, no la voy a encontrar, no tengo ni idea hacia dónde se dirigió ni por qué puerta salió. He perdido la oportunidad de hablar con ella, tan cerca que la he tenido y la he dejado marchar una vez más. ¡imbécil!

El móvil ¡seré idiota! Marco, suena, suena, no lo debe oír, ¡cógelo por favor, cógelo! Salta el contestador y cuelgo; no, no voy a hablar con el contestador, no voy a dejarle un mensaje ¿qué podría decir? Espero que entienda el significado de mi llamada.

Vuelvo a marcar, espero impaciente, ansioso y cuelgo en cuanto salta el contestador. Estoy seguro de que ella entenderá, si.

Tuerzo a la derecha y me sumerjo entre la gente, sin rumbo. Aparezco en el Templo de Debod.

Por qué, por qué me centré en tus palabras mas duras y no escuché lo demás, ¿quizás porque me herían? Sin embargo también me hablaste de amor, si ¿cómo fue?

“Te amo, Mario, te amo con locura, pero no sé si  tú eres capaz de asimilar todo lo que has provocado”

Es verdad, tienes razón cariño, he sido yo quien ha provocado toda esta locura y no consigo asimilar lo que te he hecho ¡joder! He sido yo quien te ha puesto a los pies de los caballos, te he entregado a Doménico, a Carlos y encima te insulto ¡Dios!

Me di cuenta de que la gente que se cruzaba conmigo me miraba, quizás hablaba en voz alta, quizás gesticulaba como un loco. Me dio igual, estaba desesperado, acababa de quemar el ultimo cartucho del que disponía para recuperar a mi esposa.

De pronto, la imagen de Carmen tambaleándose frente al portal de Doménico arrasó con todo lo que había estado pensando hasta ese momento. Era la imagen de una mujer totalmente diferente a la que había estado ante mi apenas unos minutos antes, una Carmen ebria que se dejaba caer voluptuosa en los brazos de sus amantes, que tonteaba con ellos, que se dejaba acariciar sin ningún pudor.

No, esa no era una mujer indecisa, preocupada por nuestro futuro, no; la mujer que vi la noche anterior no pensaba en mi  mientras coqueteaba con aquellos dos hombres.

¡Qué ingenuo! iba a correr tras ella para qué, ¿para que me contase otra vez cuánto le gusta tener una polla en la boca y sentir como se la llenan de leche?

Me enfurecí, me agité atravesado de dolor ¿Quién eres? ¿Quién de las dos eres? ¡Me vas a volver loco! ¡Carmen, dónde estás!

Un agudo dolor intenso en el canto de mi mano derecha me hizo reaccionar. Acababa de golpear con todas mis fuerza el banco de piedra en el que estaba sentado. Sentí como mi dedo meñique se quedaba rígido, incapaz de estirarse con el resto de los dedos; un dolor agudo, lacerante, se extendía desde el nudillo hacia la muñeca y si intentaba mover el dedo, se propagaba por toda su extensión. Recogí mi mano herida con la izquierda, la llevé a mi vientre y me doblé.

El móvil comenzó a sonar de una manera que me resultó estridente, el sonido amplificaba el dolor que saturaba mi cerebro. No quería hablar con nadie, quería estar solo, hundirme en mi propia miseria y dejé que sonase hasta que la llamada murió. Tan aturdido estaba que ni siquiera me planteé que pudiera ser ella.

¿Dónde estás… Por qué te has ido de mi vida, a quién debo de creer, a la que estaba hoy frente a mi o a la borracha que vi anoche?

Y sin embargo… Estaba tan hermosa, la deseaba tanto, hubiera dado cualquier cosa para que me explicase por qué, por qué hacía esas cosas, por qué se había alejado de mi y en tan solo una semana se había olvidado de toda una vida que habíamos compartido juntos…

¡El puto teléfono, otra vez!  De pronto reaccioné ¡Carmen!

Era Graciela. Desilusión y ternura al mismo tiempo. Me había olvidado por completo de ella, la amiga que me estaba ayudando a superar este trago no se merecía mi desdén.

  • Graciela
  • Mario ¿estás bien? te he llamado un par de veces
  • Perdona, no podía coger la llamada
  • Ah, estabas todavía con Carmen
  • No, ya no, ya… se fue
  • ¿Como os ha ido?, ¿quedamos en algún sitio y me cuentas?
  • No, mira, mejor no
  • Mario, por favor, déjame ayudarte, por favor
  • Graciela, te lo agradezco, pero no estoy…
  • Mario, dame una oportunidad, te lo ruego, déjame verte, solo un momento, luego me echas, cuando tu quieras, pero por favor dame cinco minutos, por favor, me lo debes, yo te dejé que te acercaras a mí con aquella tonta excusa que te inventaste ¿Te acuerdas? - Graciela engoló la voz - “¡Rápido, dime que es lo que tengo que decir para que no me ignores y quede como un idiota “. Me lo debes.

Me hizo sonreír, herido de muerte, sin ganas de vivir, esa mujer conseguía hacerme sonreír.

  • De acuerdo, un café, cinco minutos pero te lo advierto, puedo soltarte cualquier grosería o levantarme y dejarte plantada, y no te mereces eso Graciela, de verdad, no te lo mereces.
  • Me arriesgaré

Quedamos en el mismo café donde nos habíamos conocido, yo estaba más cerca y llegué antes. Por el camino hice amago de renunciar y darle plantón un par de veces y una vez allí estuve tentado de levantarme otra vez más. Cuando la vi aparecer supe que había hecho bien en quedarme, tan solo ver su rostro iluminó mi inexistente alma y calmó mi herida sangrante.

Estaba resplandeciente, casi me hace llorar de lo hermosa que estaba, un vestido largo casi hasta los pies, con un escote en pico, parecía una túnica, sobre la que llevaba una especie de capa ligera que conjuntaba en tonos mas claros el mismo color del vestido que ceñía con un cinturón ancho. Dejó el inmenso bolso sobre una de las sillas y me besó en la mejilla, el olor de su perfume me embriagó y no pude evitar que mis ojos se perdieran por su escote que se había ahuecado al inclinarse para besarme mostrándome unos pechos breves y firmes.

Le conté el desencuentro, le  hablé mi torpeza, de sus nervios, de su dureza al responderme, de lo que había visto la noche anterior, compartí con ella mis sospechas en base a lo que se fantaseó el fin de semana.

Graciela es mujer y desdramatizó las pruebas o intentó hacerlo para suavizar los hechos y que yo no sufriera. Planteó otros escenarios, enfatizó otras frases que se dijeron, buscó otros argumentos que Carmen había pronunciado y a los que yo no había prestado atención, recordó cosas que ella le dijo cuando hablaron por teléfono.

Iba ya por la segunda copa cuando consiguió que renunciara a una tercera y yo me dejé aconsejar como un niño; estaba herido y Graciela actuó de hermana, de madre, de amiga ¡Cómo agradecí su ayuda aquella noche que sin ella hubiese sido tan borrascosa como la del Domingo cuando Carmen se fue!

Me obligó a cenar, entre bromas y presiones. Hasta ese momento había conseguido ocultar mi mano hinchada. Su rostro tan expresivo mostró la pena que le producía ver las consecuencias de mi dolor. Mi estómago, que estaba cerrado a  ingerir cualquier cosa que no fuera liquido, consiguió admitir un pincho de tortilla a medias con ella y mas tarde unas medias noches de jamón y queso que primero mordía ella y luego me hacía morder a  mí, todo fueron mimos y cariños ¿cómo me pudo aguantar?

A media noche, cuando comenzaban a insinuarnos que abandonásemos el local insistí en pagar y salimos a la calle

  • Gracias por todo Graciela, te he dado la lata pero me has sido de mucha ayuda

Me llevaba cogido de la mano

  • ¿Dónde crees que vas? – me dijo de pronto
  • Tengo el coche en el parking…
  • ¿Y tú te crees que estás en condiciones de conducir hasta tu casa, por carretera, así como vas? ¡de eso nada!

Me quedé mirándola, no entendía nada

  • Esta noche te vienes a mi casa, no se hable más

Estaba claro que hablaba totalmente en serio, me cogió del brazo y comenzó a caminar. Pero me detuve y se tuvo que parar

  • Graciela, espera, no es para tanto, estoy bien
  • Mario, no estás bien, en ningún sentido. Te vienes a casa, no vas a dormir conmigo, estáte tranquilo, hay sitio suficiente y mañana, ya despejado, te duchas, desayunamos y te organizas.
  • No pensaba…
  • Estoy segura de eso – dijo sonriendo – vamos

No dije nada mas, tenía un nudo en la garganta, mitad de agradecimiento, mitad de pena que me impedía rebelarme

Repudiada

Carmen se dio la vuelta alejándose de mí intentando que las lágrimas que había conseguido contener  hasta el ultimo momento no arrasaran sus ojos, su garganta estaba atrapada por un férreo nudo que apenas le permitía respirar.

¿Era ese el final? Si no lo era se le parecía mucho. El hombre con el que acaba de hablar apenas le recordaba a su marido. El frío glacial que había visto en mis ojos le había obligado a mantenerse a distancia.

Desde que llegó me sintió lejano, nada mas comenzar a hablar detectó algo, se sintió descubierta,  no supo por qué pero intuyó que yo lo sabía y a partir de ahí se sintió insegura y esa sensación la transmitió en sus gestos, en su mirada. Son muchos años juntos, y sabía que yo iba a notar su incomodidad.

Y cuando descubrí mis cartas se le cayó el mundo encima, ¿qué explicación podía dar, qué justificación? Nunca debió irse a vivir con Doménico, se sentía culpable y allí delante de mi, se sintió  mucho más culpable aún.

Pero se rebeló, ¿por qué estaba sucediendo aquello sino era por mi causa? ¿quién la había puesto en esa situación? ¿Cómo me atrevía a ponerme en el papel de ofendido, de juez?

Y explotó y no midió las palabras, si pudiera volver atrás, si pudiera callar algunas de las barbaridades que dijo…

‘Pareces una puta’. Cómo le había dolido que su marido, su propio marido la insultara de esa manera. Porque no era esa palabra, ‘puta’ la misma que le había dicho otras veces en la cama, ni la que le decía Doménico. No, esta vez era un insulto en toda regla y la recibió como una bofetada. ‘No te reconozco, pareces un puta’, dicho con esa mirada cargada de desprecio la había hundido.

Luego, cuando supo que la había visto llegar acompañada por Mahmud y Salif… todo apuntaba a la versión que me había montado, todo excepto que no era verdad, podía haberle contado que no había pasado nada que solo habían dormido en la planta baja…

Mientras ella se acostaba con su amante, ¡valiente explicación! ¡puta, puta!

Caminó hacia la calle Princesa y cada paso retumbaba al ritmo de la palabra maldita, ‘puta, puta, puta’, no deberías estar con Doménico, puta, ¿qué haces follando con él, puta? ¿por qué no estás con tu marido, puta? ¿Qué hacías antes de ayer coqueteando con Gonzalo, puta? ¿por qué dejaste que te sobara, puta?

¡Qué mal, qué mal lo estás haciendo, que equivocación mas grande! desde del principio, nunca debiste marcharte a su casa, nunca…

No Carmen, no seas ingenua - se dijo a si misma - ese no fue el principio, si entras en ese juego estás condenada. El principio de toda esta locura fue mucho antes y fue una responsabilidad compartida. Y si, joder, te has equivocado, no debiste mudarte a casa de Doménico, fue un gran error, por eso querías hablar con él para intentar arreglar las cosas, para recuperar la cordura entre los dos.

Se detuvo ante un semáforo, respiró hondo intentando controlar la ansiedad que amenazaba con desbordarla

¿Por qué, por qué todo se había zanjado con insultos? ¿Por qué se limitó a condenarla? ¿Por qué no la dejó hablar? ¿Quién si no él la había llevado a ese callejón sin salida? No fue él quien la condujo a los brazos de Carlos, quien la animó a que permitiera a Roberto que la sobara? Quién sino él la insistió a que llamara Doménico?

Y cuando las cosas se desmadran, cuando ella acepta el juego, disfruta, se abre, deja de ser un juguete pasivo en sus manos y toma las riendas... entonces es una puta.

¡No es justo!

“No tenía derecho a insultarme, no tenía derecho a decirme aquello cuando yo solo quería hablar con él, intentar conciliar lo  que ha sucedido en casa de Doménico,  ponerlo en común, tratar de asimilarlo, explicarle que tenemos que convivir con esa experiencia, que ha sido muy fuerte si, pero que eso era lo que habíamos decidido que sucediera, que tenemos que asumirlo juntos, ¡juntos!. Sin embargo él no lo quiso entender y te insultó, como el Domingo en casa y por eso tomé esa decisión, por eso me fui, para que la cosa no fuera a más, para no hacer mas honda la herida.

¡Te has equivocado, joder!, no te debiste mudar a casa de Doménico, fuiste débil.

Pero me sentía tan triste, tan sola, tan necesitada de cariño… y tan sensibilizada… fue un error, sigue siendo un error. Y lo voy a pagar muy caro”.

Camina perdida, rota, sumida en un ácido soliloquio. Ha hecho cosas que no entiende, que no sabe cómo ha podido hacer ni por qué las ha hecho. No se reconoce en la mujer que habita dentro de ella desde el viernes pasado, no sabe qué le sucede, qué es lo que la mueve a actuar de ese modo. ¿Mario? ya no está a su lado para disfrutar de sus excesos, ya no le pide que arriesgue, que rompa sus limites, que juegue fuerte, ¿Entonces por qué sigue jugando ese juego si no está la persona con la que quería jugar? ¿Es que no lo ha hecho como él quería? ¿Acaso se ha equivocado? ¿Qué es lo que la mueve a seguir jugando el juego de Mario?

Pero ha venido en su busca, se ha equivocado, si, ¿acaso él no? Necesita su apoyo, necesita respuestas que solo pueden encontrar juntos y se ha encontrado un muro de desconfianza, de frialdad.

“¡Qué injusto! Me lanza al ruedo, me zarandea, me mueve a su antojo y cuando juego su juego,… puta, puta, no te reconozco. ¡Joder, por qué!“

Le duele la cabeza, su mente no para de lanzarle ideas a veces antagónicas, enfrentadas entre sí con las que apenas puede ya debatir. Cada vez está mas irritada, consigo misma, con su marido.

La ha estado espiando ¿cómo ha podido ser capaz? nunca se lo hubiera podido imaginar de él. Pero el daño puede ser irreparable, nunca le había visto esa expresión de frialdad, de desprecio, jamás la había mirado así, no era él, no era él.

Todo el despecho, toda la amargura, toda la pena concentrada en su corazón le impedían razonar, ‘pareces una puta’ Solo veía la imagen de alguien que se parecía a su marido y que la despreciaba, que la insultaba, que la arrojaba de su lado. ¡Cómo no, pero si ella misma se desprecia!

¿Por qué? – se escuchó decir en voz alta, ¿qué había hecho ella además de irse a vivir con su amante?

  • ¡Oh Dios mío!

Se detuvo bruscamente en medio de la calle que a esas horas hervía de actividad; la gente tuvo que sortearla mirándola con expresión extraña. Carmen, abrumada por las imágenes que la asaltaban, parecía volver de otro mundo, como quien regresa de un largo viaje y tomase conciencia por primera vez de lo que había estado sucediendo en su vida durante los últimos cuatro días.

Todo, todo cobró de repente un nuevo sentido, una nueva dimensión. Era ella, Carmen, quien miraba lo que había estado haciendo como si fuera la espectadora de una locura en la que no hubiera participado, a la que hubiera sido arrastrada sin que hubiera tenido voz ni voto – ¿Qué he hecho? -  Exclamó horrorizada a medida que las escenas de la fiesta y de su vida con Doménico se sucedían en tropel ante sus ojos - ¡Oh Dios! – repitió mientras se veía sodomizada una y otra vez y se escuchaba decir cosas que jamás creyó que diría. ”Soy tu esclava”, y al recordarlo, se estremeció pero esta vez fue por el horror que le produjo saber que ella había pronunciado tales palabras; “Quiero que me perfores el coño” y un arrebato de pudor la hizo desear desaparecer de la faz de la tierra. Se vio de rodillas, sintiendo el chorro caliente de orina derramándose sobre su cuerpo mientras sus manos refriegan sus pechos con ese líquido - ¡Oh, no! - suplicó en voz alta. Se vio en manos de Pelayo, entregada a la pequeña japonesa que hurga en su sexo al tiempo que muerde su pezón en medio de una sala que las observa atentamente. Se recuerda bebiendo los chupitos de droga. “No deberías estar ahí” fue toda su reacción cuando el arquitecto acariciaba su coño sentada en su regazo en medio de la sala, a la vista de cualquiera que pasase cerca de ellos. - ¡Oh Dios mío! -, exclamó en medio de la calle sin poder creer que fuera ella la que había protagonizado las escenas que su memoria le devolvía desde el fondo de su mente.

¿Quién era ella, en qué se había convertido?, ¿dónde estaba la mujer de sólidas convicciones feministas que se había formado a lo largo de su adolescencia y sus años de universidad?

No entendía qué le estaba sucediendo, lo que sí sabía es que, justo ahora, más que nunca,  necesitaba a su marido a su lado y no le tenía. Necesitaba compartir con él lo que le estaba sucediendo y no le tenía.

Su marido.

Su marido no sabía nada de esto, sin embargo la acusaba de algo que no había sucedido pero que tenia muy difícil explicación. La confianza estaba rota, a sus ojos era una mujer infiel, una puta que se estaba acostando con un moro, con un negro… nunca le había escuchado expresarse en términos tan racistas ¿qué le estaba pasando? Él no era así.

Redujo el paso, se sintió huérfana, viuda, sola, terriblemente sola, magullada, apaleada. Puta, sucia, ¿tienes tiempo de pensar en lo nuestro entre polvo y polvo?

Se revolvió, eran demasiados palos, no aguantaba mas, se tragó las lágrimas otra vez, le dolía la garganta de tanto tragárselas. Un dolor de cabeza intenso, lacerante, le atravesaba las sienes.  Cerró los ojos, no podía más. ¡Ya está bien! se gritó a sí misma, ¡ya está bien!

Serenidad. Una serenidad fría, una extraña calma había irrumpido de pronto borrando de un plumazo el desasosiego que apenas unos segundos antes amenazaba con llevarla al borde del colapso nervioso. Su respiración estaba volviendo a la normalidad, la tensión muscular desaparecía paulatinamente. Reanudó el paso a un ritmo normal.

  • Ya está bien – murmuró, pero esta vez su voz carecía del reproche que había impregnado antes esas mismas palabras - Se acabó.

Entró en una cafetería, necesitaba beber algo que le permitiera recuperarse, tenía la boca completamente seca. Buscó un hueco alejado en una esquina de la barra y tomó asiento en una banqueta alta

  • Saphire con tónica por favor

Despecho, un profundo despecho era lo que la dominaba, ¡qué decepción más tremenda! Se había dejado conducir por un sendero que a él le atraía.  ¿Por qué no seguirle? pensó ella después de mucha dudas, aquello era un juego que los uniría más. Si, siempre nos ha gustado jugar con el erotismo, con el morbo. Desde que nos conocimos jugamos con fuego, arriesgamos, nos dejamos llevar de fantasías, pero nunca como ahora. Esta vez, desde el pasado verano el riesgo había subido de nivel, el listón estaba cada vez más alto y ella no supo pararlo. Ese fue el primero de sus errores.

Buscó en su bolso, en algún lugar sabía que tenía un estuche de paracetamol, al fin lo encontró y extrajo una pastilla que tragó con un sorbo de su copa. Mala combinación, pensó pero a estas alturas de su vida le daba igual, tampoco tenia intención de tomar más de una pastilla.

Y ahora, cuando se había dejado arrastrar, cuando dejó atrás sus reparos, sus pudores, cuando cedió a las presiones de su marido, cuando en vez de moverse a regañadientes, se abre, se libera y actúa por cuenta propia, entonces surge el miedo en Mario y quiere retroceder. Como si fuera un nuevo aprendiz de brujo al que se la han ido las cosas fuera de control intenta pararlo todo. Pero ya es tarde, ahora ya no puede sujetar a su criatura y se revuelve airado contra su obra, “Pareces una puta, no te reconozco”. ¡Qué ingrato!

No puede sucumbir a la tremenda pena que la domina. Ya no, todo ha terminado, tiene que plantearse el futuro a corto plazo, su estancia en casa de Doménico toca a su fin; no tiene intención de molestar a ninguna amiga, se buscará un hotel mientras dure su separación, si es que aún hay opciones de recuperar algo en su matrimonio, porque por ahora para su marido tan solo es una puta, una puta.

No, para qué engañarse, no hay nada qué recuperar, su matrimonio está roto, lo ha visto en los ojos de Mario, en su voz, en la frialdad de su rostro. Se ha acabado.

  • Perdona, ¿estás sola?

Carmen está tan ensimismada en sus pensamientos que no ha advertido la entrada en su espacio de aquel hombre. Treinta y tantos años, bien vestido, demasiada gomina, demasiados rizos en la nuca desbordando el cuello de su cara camisa… le sonreía mientras esperaba una contestación que daba por supuesto que sería positiva. Otra vez la misma historia, chica sola presa fácil; Suspiró.

  • Si, creo que si, hasta ahora estaba sola – contestó con desgana

El ligón profesional, envalentonado por lo que consideró un éxito, se sentó en la banqueta que había junto a Carmen y sonrió muy ufano

  • Borja y tú eres…
  • Eh… Carmela – improvisó sobre la marcha

Aproximación, besos en la mejilla; Carmen le cataloga en menos de cinco segundos. Derrotada, perdida, sin futuro… le sigue el juego.

  • Encantado Carmela y dime, ¿qué hace una chica tan… - recorrido visual – divina como tú, sola por aquí a estas horas, cómo es que nadie ha venido todavía a recogerte? – Carmen no pudo contener una sonrisa ante un argumentario tan manido.
  • Vaya, creí que ibas a entonar aquella canción de los ochenta

Sonríe, no acaba de entender si se está riendo de él o no, pero está tan pagado de sí mismo que opta por seguir avanzando.

  • Ah, no, esa canción, no, no. Dime – volvió a la carga -  ¿cómo es que estás tan sola?

Carmen bebe, ¿Qué contestar a una pregunta tan banal? ¿se decanta por  pegarle un corte que la deje en paz o le marea un poquito más?

  • A veces es mejor estar sola que en mala compañía, ¿no crees?

Cruza las piernas, apoya el codo en la barra para que la mejilla pueda reposar en los dedos que se doblan para servir de base. Le mira, sus ojos se vuelven escrutadores, sugerentes, es esa mirada que arrasa aunque esta vez tan solo intenta ponerle en aprietos.

  • Espero no ser una mala compañía
  • Veremos

Le deja hablar, tópicos, frases hechas sin ningún interés salvo el evidente, acercarse, provocar el encuentro, el roce, “¿qué vas a hacer esta tarde? ¿tienes algún plan, esperas a alguien?”  Carmen descruza las piernas, deja ambos pies en la barra de la banqueta, bebe, observa los ojos de Borja que se pierden entre sus rodillas que, sin intención,  han quedado ligeramente separadas. ¿Acaso unas piernas de mujer algo separadas son una invitación? Hombre al fin y al cabo, no es capaz de controlar su impulsos, sus instintos animales, ¡qué primitivos sois! piensa; hoy está especialmente predispuesta para subestimar a los hombres. Le mira mientras sigue buceando entre sus muslos y cuando él se encuentra pillado descubre en ella una media sonrisa cuyo significado equivoca. No Borja, no, no es lo que tú crees, sin embargo mantiene la sonrisa; Carmen capta el equívoco; idiota ¿te has pensado que te estoy dando alas? Borja lleva lentamente una mano hacia su rodilla sin dejar de mirarla.

  • ¿A qué te dedicas? – pregunta mientras aterrizan en su rodilla dos dedos que comienzan a trazar pequeños círculos, suaves curvas que Carmen sigue con los ojos durante un par de segundos. Ya estamos, cree que todas somos unas putas menos su hermana, su madre y su novia, piensa con amargura, luego vuelve a fijar su mirada en Borja
  • Soy psicóloga
  • ¡Vaya, una loquera – sonríe, más por la ausencia de rechazo que advierte en ella que por la respuesta de Carmen, que levanta las cejas y menea la cabeza harta de la misma absurda contestación de siempre.
  • ¿Y tú, a qué te dedicas? – responde mientras siente como los dedos se despeñan lentamente por la parte interna rozando con los nudillos la otra pierna, es obstinado este yuppie, piensa.
  • Soy gestor de cuentas en…
  • Comercial, vamos, un vendedor no es eso? – le corta con una sonrisa burlona, le acaba de asestar la cuchillada hábilmente. Borja se queda mudo, al fin le devuelve la sonrisa y reanuda la caricia que se va colando levemente bajo el borde de la falda.
  • Vale, lo he captado, señora psicóloga, mis disculpas
  • Aceptadas, señor gerente de cuentas

El juego de diplomacia ha permitido que los dedos se afiancen, que se acostumbren al tacto de sus medias, Borja no se calla, sabe que la palabra distrae y ayuda a mantener a la chica atenta a sus ojos, sigue sin dejar de hablar de esa discoteca que conoce allí cerca, “seguro que te gustaría, ¿por qué no te animas y vamos, mujer, nos lo pasaremos bien”, Carmen aguanta el envite sin dejar de sonreír, “qué mequetrefe” piensa cuando siente los dedos en la parte interna del muslo subiendo hacia zonas mas profundas; “tengo otros planes” responde, le hace cosquillas pero no hace nada, sigue mirándole, viendo como su rostro se va transformando en una expresión de sorpresa e incredulidad, parece un niño al que los reyes magos le han dejado los regalos del vecino rico.  “Pareces una puta, no te reconozco” repite la voz de su marido en su cabeza.

La falda termina de ocultar los dedos y él no se lo puede creer, se lo lee en la cara. Ya apenas habla, balbucea palabras ininteligibles, “¡qué ridículo!” piensa Carmen mientras siente el roce en la parte interior de su muslo, un roce tímido, inseguro pero agradable, el roce entrecortado del que no sabe hasta donde va a poder avanzar, del que no sabe cuando le van a cortar el camino. Carmen juega con él, se burla de su pretendida seguridad que ahora se ha transformado en duda, en inseguridad. Ella es la que manda, sus muslos son los que mandan, su coño es el que manda. Le mira y ve en sus ojos deseo, nervios y, sobre todo dependencia. Es ella la que tiene el poder, si cierra las piernas lo echa, si las abre le entrega todo. Sonríe, nota los dedos acariciando esa zona tan sensible; es agradable, no ha hecho nada para cerrarle el paso en esos pocos segundos y le nota avanzar, sigue hablando nerviosamente de la discoteca a la que quiere llevarla, - ¡qué pesado! -, mientras continua acariciando su muslo por dentro, jugando con el limite de la media, tocando carne, provocando las primeras humedades, las primeras reacciones todavía leves en su coño. Su mano, ¡donde está? ya no se ve, está toda oculta por la falda, la mira y sonríe y ella le devuelve la sonrisa, qué mas da, ya todo da igual, está sola, repudiada, sin futuro, sin hogar, sin nada. Esa sonrisa ha debido ser para él una especie de señal, una clave porque se acerca, intenta besarla pero ella lo evita, besos no, en esto no hay cariño, ni siquiera ternura, solo es una puta, puta, puta, dejándose meter mano; A Borja no parece importarle que parezca un poco ausente, casi mejor, avanza la mano con decisión hasta tocar su braga, Carmen da un respingo y cierra las piernas atrapándole entre ellas.

  • ¡Eh!  si no quieres que me vaya dilo – Carmen sonríe
  • Ten cuidado
  • Lo tendré, soy muy cuidadoso

Carmen afloja las piernas y Borja acaricia la braga tibia

  • ¿Te gusta como lo hago, a que si? – ella sonríe, solo sonríe aunque sus ojos no lo hacen

Borja dibuja el surco con un dedo hundiendo la braga, Carmen mira alrededor pero no ve que nadie los esté mirando, “Pareces una puta”, la voz de su marido no se le va de la cabeza, reacciona y separa un poco mas las piernas cuando Borja mete hábilmente dos dedos por el lateral de la braga

  • ¡Ah! Estás depilada, me encantan los coñitos depilados
  • ¡Cuidado! – repite Carmen cuando siente entrar un dedo demasiado bruscamente

No lo hace mal, sabe donde tocar, el pulgar se ha colado dentro de la braga y busca su hueco entre los labios, el índice como un garfio se curva hacia arriba y parece escarbar. Carmen se remueve en el asiento para ayudarle a encontrar lo que busca, parece que Borja no es tan tonto. Se miran a los ojos, la tiene bien enganchada en pinza, sonríen, un toque bien dado le provoca un espasmo y le hace entornar los ojos

  • A ver si te vas a caer del asiento – Carmen sonríe, una triste sonrisa que poco a poco se transforma en risa que parece surgir a borbotones
  • No creo, me tienes… bien agarrada… ¡oh! – sucumbe de nuevo a los toques que certeramente Borja le asesta con el pulgar y los dedos que se hunden en su coño
  • He abierto las esclusas eh? – Carmen entreabre los ojos, no deja de sonreír, sabe que le está empapando los dedos, nota la abundante humedad que desborda su coño y moja ya el nacimiento de sus nalgas

Borja se acerca a ella de nuevo, le busca la boca y esta vez no le rechaza, le muerde los labios, se los chupa, se los recorre con la lengua, Carmen mira, ahora si hay espectadores y se preocupa. Puede que esos besos sucios hagan que se fijen en ellos y en esa mano perdida entre sus muslos, al fin y al cabo no es mas que una cafetería de barrio.

  • ¿Nos vamos? – pregunta el feliz machito

Duda, ¿qué importa? Ya no tiene nada más que perder. “No te reconozco”, la voz de su marido resuena fresca, viva en su cabeza. Es cierto, ni ella misma se reconoce.

  • ¿Dónde?

Borja va a decir algo pero se detiene

  • ¿No me irás a cobrar, no?

Carmen se vacía por dentro, sonríe pero es una sonrisa helada. Por un instante, durante un fracción de segundo le asalta a una idea, ¿y si se pone precio? Es una alternativa sucia si, ¿pero acaso se pueden controlar los pensamientos antes de que nazcan en nuestra mente? No, solo podemos someterlos cuando ya somos conscientes de ellos; entonces si, los borramos, hacemos como si no los hubiésemos escuchado susurrar su inconveniencia en nuestro cerebro.

Pero Carmen lo sabe, ha sentido ese oscuro placer durante un breve instante, ese grosero e inesperado placer, ¿acaso no es una puta? eso dicen. Si.

  • No hombre no, no te preocupes, esto te va a salir gratis, pero por curiosidad, ahora que has probado el género ¿cuánto pagarías por mi?

Suena el móvil y rompe el momento, Carmen toma con delicada firmeza la muñeca de Borja y detiene su exploración antes de buscar el móvil en el bolso

  • Espera – le dice
  • ¡Irene! – responde con emoción
  • Hola, no sabía si estarías todavía trabajando
  • No, ya estoy libre, ¿por qué?
  • Me preguntaba si…
  • ¡Si! – escucha a Irene reír al otro lado, una risa fresca, abierta que le hace sentir bien por haber sido ella quien la ha provocado
  • ¡Así, sin saber lo que te voy a proponer?
  • Si, a lo que quieras
  • ¿No vamos a Japón?
  • ¡Ahora mismo! – de nuevo esa risa que la emociona y la devuelve la perdida alegría
  • Estoy por Moncloa, me preguntaba si te apetecería tomar algo conmigo, si no tienes otro plan
  • ¡Claro, ya estoy fuera, estoy por Princesa
  • Si quieres te paso a buscar con la moto
  • ¡Estupendo! – dice mientras rechaza la mano que intenta volver a sumergirse entre sus piernas
  • ¿Una amiga? Puedo llamar a unos amigos y…
  • Es mi novia – dice, provocando el cortocircuito en el cerebro machista de Borja

Lo ha conseguido. Se queda mudo, duda, explora el rostro de Carmen intentando adivinar si es una broma pero no consigue encontrar nada en su expresión que parezca indicarlo, duda, titubea

  • ¡Venga ya! – Carmen eleva una ceja, molesta ante su tono chulesco- ¿en serio? - insiste
  • Me ha encantado conocerte – dice a modo de despedida ofreciéndole la mano, Borja no sale de su sorpresa y poco a poco su expresión se transforma en enfado, se siente humillado, quizás engañado, puede que ridículo ante sí mismo
  • ¿Y esto – dice señalando hacia sus muslos – qué fue?
  • Ha sido agradable Borja pero se acabó, tengo una opción mejor, eso es todo.

Borja la mira, parece aturdido, mueve la cabeza de un lado a otro como si le costase entender lo que ha escuchado, su expresión muda entre la ofensa y el desprecio.

  • Desde luego sois…
  • ¿Cómo somos Borja, cómo somos? ¿Independientes, poco sumisas, demasiado libres?
  • Demasiado zorras – Carmen  sonríe ante lo previsible de su respuesta
  • Vete a la mierda, - dice con aire condescendiente -  vete ya antes de que te abofetee y montemos un escándalo, porque no creo que seas capaz de soportarlo ¿verdad que no?

Borja la mira cargado de desprecio, “¡Puta!” le lanza a la cara y se marcha.

Carmen apura la bebida y pide otro. Hombres, siempre a la caza; ¿Por qué tienen que ser siempre ellos los que cacen, por qué no puede ser la mujer quién elija, quién escoja, quien rechace?

  • Puta - repite amargamente.  Se ha quedado sin saber su tarifa, ¡lástima!

Quince minutos mas tarde vio aparecer a Irene y le dio un vuelco el corazón, no fue solo deseo, necesitaba refugiarse en ella. Alta, embutida en unos pantalones de cuero negro ajustados que realzaban su figura, con una camisa de seda gris abierta hasta el nacimiento de sus pechos, la gabardina de cuero negra con el cuello levantado le infunde un aire equívoco que su pelo engominado aumenta. La miran al entrar, no es extraño, es magnéticamente bella, el maquillaje que usa confunde, ¿hombre, mujer, transexual?

Cuando llega al lado de Carmen esta no puede contenerse, la toma del cuello y la besa en los labios

  • ¡Eh! ¿qué pasa? – Irene mira disimuladamente a los lados, parece violenta
  • Perdona, yo…
  • No puedes ir por ahí de super lesbiana de la noche a la mañana ¿entiendes? Las cosas no funcionan así en este mundo

Carmen se hunde, Irene entiende que le sucede algo, se sienta en la banqueta que antes usó Borja y llama al camarero

  • ¿Qué te pasa? – Carmen está a punto de derrumbarse, la toma de las manos – vamos, ¿que te sucede?
  • No sé lo que estoy haciendo Irene, no sé…

Carmen la mira a los ojos, esta a punto de llorar

  • Mejor nos vamos de aquí