Diario de un Consentidor 80 - Sobre el Dolor

Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor

Sobre el dolor

Miércoles

El chirrido de un cierre metálico me saca de mis pensamientos, me vuelvo y me encuentro con los ojos del dueño del bar en el que estuve anoche que me observa con recelo. Debe estar pensando, ¿Qué hace éste otra vez aquí, a estas horas de la mañana medio oculto en el hueco de un escaparate?.  Soy de la opinión de que la mejor defensa es un buen ataque y me voy de frente hacia él.

-        ¿Va a abrir ya? – No le gusto, es evidente

-        Todavía no – capta mi incertidumbre al vuelo, de cerca le debo parecer inofensivo porque suaviza el gesto, incluso puede que recuerde la generosa propina que le dejé anoche – ande, pase.

Me siento en la misma mesa, el local está frío y huele mal, a grasa refrita una y mil veces. El dueño da las luces, enciende aparatos; no sé por qué lo hago pero cojo el móvil y otra vez como anoche finjo una llamada, hablo de negocios, “¿vas a venir? trae los contratos”, añado; digo algo sobre un atasco en el que supuestamente anda metido mi interlocutor; improviso pero no sé si parezco creíble, de todas formas el hombre se afana con su trabajo, tampoco creo que le preocupe demasiado mi coartada.

Me ofrece el periódico del día mientras se calienta la cafetera, lo acepto, es una buena excusa para estar ocupado y disimular las miradas al portal.

Aquí estoy otra vez, haciendo guardia en este bar andrajoso, frente a la casa  de Doménico, tomando un café mediocre.

Carmen sale y me da un vuelco el corazón, ya había pagado el  inmundo brebaje para no perder ni un minuto y salgo manteniendo la distancia que evite ser descubierto. Viste un ajustado jersey de cuello cisne negro, unas mallas negras y una brevísima falda escocesa en tonos grises cruzada por finas líneas blancas; calza unos zapatos de tacón bajo; una chaqueta de piel y un bolso a juego terminan de componer el conjunto. Está hermosa, casi toda la indumentaria me es desconocida.

La sigo, me empapo de su figura, de sus movimientos, termino de convencerme de lo que hasta ahora era una sospecha, se mueve felinamente, sus caderas bailan mas de lo normal, su culo se insinúa con una insolencia que antes no tenía. Ha adelgazado y la ropa nueva se ajusta a su figura realzando sus curvas.

Se detiene en un paso de cebra y yo me muero por alcanzarla y cogerla entre mis brazos. Me tengo que contener y observar como la miran, como es el objeto de atención de los hombres que pasan a su lado, que se quedan cerca de ella en los cruces, en los semáforos. Es inevitable, tan alta, tan esbelta, con esa figura.

Cada vez se me hace mas corto el trayecto de la casa que la acoge desde que abandonó nuestro hogar y el gabinete, cada día me resulta mas fugaz este momento en que la espío, en que la sigo y sueño por un momento que sigue siendo mía. Cada vez el dolor es más profundo.

Sin embargo es un dolor al que poco a poco me voy acostumbrando, parece que ya forma parte de mí, no me estorba, no es como esos dolores punzantes que no te dejan pensar y apenas te dejan vivir, que te dan una tregua, parecen desaparecer y cuando más distraído estás te lanzan un zarpazo que te dejan maltrecho, sin aliento.

No, este dolor no es de esos, este dolor es terco, paciente, concienzudo; este dolor me acompaña desde que el Domingo ella se fue. Se instaló primero en mi pecho, luego en mi garganta y se ha ido apoderando paulatinamente de cada rincón de mi cuerpo y de mi cerebro; es una sensación física y mental que ya no distingo como algo diferente a mí. Es doloroso si, pero soportable.

Rumbo a mi destino, cambio de planes. ¿Por qué tengo que renunciar a ella? ¿por qué debo darlo todo por perdido sin escucharla? ¿es que no sirven de nada diez años de convivencia? ¿acaso no debo concederle el beneficio de la duda?

Pasó todo el día dándole vueltas, renuncio, vuelvo  atrás, me ha engañado si, está conviviendo con su amante, me ha mentido, es una infiel si, pero la amo, la amo más que a nada en el mundo, por eso tengo que escucharla, algo tendrá que decir y si no, entonces será el momento de romper la baraja.

He repasado infinidad de veces la conversación, - o el monólogo -, que vivimos el Domingo en casa intentando encontrar pistas que me expliquen lo que está sucediendo, porque es de locos, ella no es así. Busco algo entre todo lo que se dijo, en cómo se dijo, algún gesto, alguna palabra… Y me estoy volviendo loco porque creo encontrar doble sentido en cosas que seguro que no lo tienen y me parece que estoy empezando  a distorsionar los recuerdos de cómo se movía, cómo me miraba, cómo entonaba cuando decía tal o cuál cosa, ¿dijo tal frase en tono amable o lo dijo seria? La mente puede jugarte malas pasadas cuando conoces tanto a una persona hasta el punto de alterar el recuerdo de su voz  y hacerlo risueño, frío, cariñoso, distante, enfadado…

Ya no sé como sonaba, ya no sé como me miraba cuando me decía tal o cual cosa, ya no estoy seguro de nada.

Y si esto es ahora, cuando apenas han transcurrido tres días…

¡Tres días, si me parece que llevo sin ella una eternidad! Setenta y dos horas, sin embargo tengo una sensación de lejanía tan intensa…

No, no puedo continuar solo, adulterando los recuerdos de esa escena que no supe manejar. Perdí los papeles. Si hubiese controlado los nervios no estaríamos como estamos, no fui capaz de hacer lo que en consulta hago todos los días, controlar la situación, apaciguar, no perder los nervios. Soy tan culpable como ella, no supe digerir la conversación que intentaba mantener conmigo y perdí los nervios; yo, que presumo de conocerla tan bien no interpreté la tensión que estaba soportando y me dejé llevar de mis propios nervios ¡joder!

¡Qué estúpido fui! ¡cómo pude insultarla de aquella manera! Era el inicio del diálogo que necesitábamos, de la puesta en común de la locura que habíamos vivido, tenía tanto que contarme, estaba a punto de abrirse si, esa tensión en su voz, ese nerviosismo en sus gestos era el preludio de algo más, la conozco. Carmen es, ante todo, sinceridad y si yo no hubiera abortado esa conversación ella habría puesto sobre la mesa todo lo que sucedió mientras yo estaba aparentemente dormido en aquel lecho compartido con ella y su amante.

¿Y que hice yo? La puta de Doménico, ¿cómo pude perder la cabeza de esa  forma?

He de verla, tenemos que hablar, tengo que abordar el problema con madurez, si he sido capaz de ayudar a otros ¿no voy a ser capaz de ayudarnos a nosotros?

¡Cómo lo hago? ¿Llamarla y quedar con ella? No, prefiero el factor sorpresa. Esta tarde cuando salga estaré esperándola en la puerta del gabinete.

No, eso le daría la oportunidad de mentir y no quiero saber si lo haría.

La esperaré cerca de la casa de Doménico si, de esta forma no tendrá más remedio que enfrentarse a los hechos.

…..

La una de la madrugada.

A las siete y media de la tarde me planté en la intersección de las dos calles, justo por donde cruzamos el viernes los tres, cuando comenzaba todo; pensé que ahí me vería nada mas enfilar la calle. A las diez de la noche supe que no llegaría sola y que tendría que dejar mi plan para otro momento, no buscaba un encuentro a tres bandas. Volví a este rincón semioculto, atraído como si fuese un imán y aquí sigo, consumiéndome, escondido en una esquina, ocultándome de la luz de la farola, aterido de frío, espiando, disimulando cada vez que un vecino que baja la basura me mira con preocupación o esa chica que me vio al llegar a casa y ahora, que ha sacado al perro y me mira con desconfianza me obliga a dar una vuelta a la manzana y me siembra la duda ¿habrá vuelto mientras yo no estaba de vigilancia? No lo sabré, pasaré la noche aquí si no la veo llegar por culpa de esa estúpida con perro a la que le parecí sospechoso.

El frío me está calando los huesos, no vine preparado para tantas horas, tengo los pies helados pero me da igual, no tengo otra cosa que hacer en mi vida..

Las dos y media, disimulo, hago que hablo por teléfono cuando pasa un rezagado ¿y si aparecen por mi lado? No es posible, estoy situado en sentido inverso al tráfico, al lado de un callejón que me va a permitir ocultarme si es necesario.

Pasa el tiempo lento, muy lento; soy patético, nunca me he encontrado en una situación igual.

Detengo mis pensamientos cuando escucho un automóvil, se detiene en el portal que vigilo. El corazón se me acelera, del auto descienden varias personas, una de color, debe ser el amigo africano que mencionó Doménico y me incendio por dentro ¡así que no ha dejado de intentarlo! el otro tiene rasgos marroquíes, es Mahmud, recuerdo bien el nombre.

Veo bajar a Carmen, ¡Qué guapa está!, lleva un vestido nuevo, de fiesta, está muy sexy, demasiado. Me escondo en el callejón cuando el auto arranca y pasa por mi lado. Carmen bromea con ellos, parece inestable, a punto de perder el equilibrio, debe haber bebido más de la cuenta, ríe y se refugia en el marroquí que la sujeta por los hombros; busca en su bolso, el africano enciende un mechero y el marroquí se la cede, ella da unos pasos inseguros hacia él y se deja caer en su pecho, está claro que no se tiene en pie, el negro la rodea con su brazo y le dice algo al oído ella se vuelve y le contesta y terminan riendo los dos, por fin encuentra lo que busca, las llaves de la casa. Los dos la rodean, la rozan, la tratan con una familiaridad que los delata; donde hayan estado antes ya ha habido algo entre ellos.

Sé lo que va a suceder esta noche, lo sé, es lo que lleva queriendo que suceda Doménico desde el viernes. La orgía que logré detener y que ahora no puedo hacer nada por parar.

Escucho sus risas apagarse cuando el portal se cierra y me quedo solo, solo en calle mientras mi mujer se entrega a esos hombres.

Minutos después, en la oscuridad del callejón, cargado de rencor, veo a Doménico acompañado por otro hombre que avanzan charlando con paso vivo ¿qué es lo que me frena, por qué no le corto el paso y detengo esta locura?

Porque no sé lo que quiere Carmen.

El ruido del portal al cerrarse me saca de mi parálisis.

Duele, el dolor se acrecienta, es un dolor amargo, intenso, agudo.

Ya no hay lágrimas que verter.

Me voy, me voy a casa.

Jueves

El sonido de la alarma consigue llegar a su cerebro. Es suficiente, abre los ojos, sabe que tiene que hacerlo. Es una decisión inmediata por abrir los ojos, ahora, ya. Si no lo hace así no logrará reunir la voluntad suficiente para otro intento. Mira el reloj, apenas ha dormido tres horas. Le duele la cabeza y además le pesa una barbaridad. Doménico duerme a su lado ocupando más cama de la que le corresponde. Su respiración pesada, propia de quien ha bebido demasiado se filtra por sus labios entreabiertos produciendo un efecto desolador. La pierna del italiano es un peso muerto vencido sobre su culo, el brazo rodea su vientre; se desliza hacia el borde entre el sigilo por no despertarle y el creciente ahogo, casi claustrofóbico, que le provoca el sentirse tan aprisionada.

Desde la puerta del baño se vuelve y le mira. Si, es él. Repasa los músculos de su espalda, los bíceps de ese brazo que hace poco la rodeaba, mira el cabello enmarañado, la incipiente barba que acaricia con sus manos.

Y por primera vez no siente nada.

Se ducha con el agua fría para despejarse, luego comienza a arreglarse. Está tan cansada.  Tiene un aspecto horrible, se maquilla, se peina y vuelve al dormitorio.  Mira a Doménico que sigue profundamente dormido, ni siquiera se mueve cuando se sienta al borde de la cama para ponerse las medias. No sabe cuando se acostó, recuerda que se despertó un par de veces y les escuchó hablando en el salón pero no le sintió acostarse y agradece que no hiciera intención de hacerse notar.

Elije unas bragas y mientras se las pone mira hacia el armario indecisa sin saber qué ponerse; está claro, necesita un café para terminar de reaccionar. Coge la bata y sale cerrando la puerta con cuidado. Cuando llega abajo recuerda con fastidio que hay invitados. Intentará no hacer ruido.

Entorna la puerta de la cocina y prepara la cafetera, no puede evitar que nazca una sonrisa al recordar el detalle que tuvo Doménico al comprar la cafetera. A veces es tan tierno…

Se sienta en una de las banquetas de espaldas a la puerta, le gusta desayunar mirando hacia la ventana, el día amanece despejado, luminoso, le da una idea de lo que ponerse.

Piensa en la fiesta. Locura, descontrol, otra vez drogas ¡joder! , no eran esos sus planes y culpa a Doménico,  sabía que no quiere drogas, aunque ella no fue lo suficientemente fuerte. Se siente culpable, débil. Aparecen los recuerdos en tropel. Doménico no cumple su palabra, surge la mentira, la indiscreción con Mahmud y se siente  decepcionada, ¿dónde está el hombre que conoció  aquella mañana cuando se enfrentó al mirón? ¿Dónde está el interlocutor que la escuchaba tomando café cuando se reencontraron? Incluso el Doménico que la tuvo en sus brazos en el pub el viernes es tan diferente al que ha ido apareciendo estos días… Decepción es el sentimiento que domina sobre cualquier otro.

¡Qué error ha cometido! Salió de casa buscando un oasis de silencio para reflexionar, para concedernos un tiempo de serenidad, para evitar el enfrentamiento y lo que ha hecho es poner en riesgo el futuro de su matrimonio. Un miedo atroz le arrebata la piel, siente frío, un intenso frío. Por primera vez en varios días se hace consciente de lo que puede suceder si su marido llega a saber lo que está pasando. Tiene que poner fin ya, de una vez por todas.

Mira el reloj de la pared, hace planes, va a llamar a Graciela, tiene que saber si ha hablado con Mario, necesita saber cómo está pero, en cualquier caso, ahora si va a tomar las riendas de su vida.

Bebe un sorbo de café. Irene, no puede obviar la realidad de lo que ha sucedido con ella. El reencuentro con Mario tiene que incluir un proceso de sinceramiento, debe saber todo lo que ha sucedido, no se plantea continuar nuestro camino sobre omisiones, sobre una mentira implícita, eso no. Y si Doménico está cuestionado, Irene es un futuro ilusionante que cree que tiene cabida en las expectativas de su marido.

Se pierde recordando, su piel, la dureza de sus músculos, la sorpresa al mover las barras que traspasan sus pezones, esa mirada que la vigilaba mientras ella la exploraba, y cuando probó su sexo, cuando hundió la boca entre sus húmedos labios…

Recuerda lo que le dijo; casi fue un grito que le salió del alma, ¿cómo he podido vivir tanto tiempo sin estar completa?. Es cierto, se siente completa, como si el hecho de no haber conocido a una mujer antes, la hubiera mantenido incompleta sin que ella lo supiera. Ahora se siente satisfecha, realizada, plena. Ha hecho el amor con una mujer y sabe que ha vivido la experiencia plena.

Piera… Piera es otra cosa, Piera es parte de la razón por la que se siente decepcionada de Doménico, Piera es otra marioneta en sus manos que la ha utilizado. Qué ingenua se sintió cuando la escuchó decirle “¡ya está!”.

Aún así, fue tan intenso y tan… ¡sucio! Las dos encerradas en los baños de mujeres. Cierra los ojos y puede ver el clítoris traspasado por la joya, puede sentir el tacto húmedo en sus dedos, la suavidad en su lengua, el movimiento de la barra deslizándose a través de la carne, su aroma, el sabor de Piera…

Sonríe azorada, nota el calor húmedo en su sexo, tiene que volver a cambiarse de bragas, quien le iba a decir a ella que se humedecería soñando con una mujer.

Se sobresalta al escuchar pasos blandos a su espalda.

-        Buenos días

Es Mahmud, reconoce su voz que, en un susurro, la saluda. Se vuelve y se violenta al descubrirle casi desnudo, tan solo con un slip blanco que muestra una imponente erección. No puede evitar que sus ojos vuelen hacia el bulto un breve segundo. Se sonroja sin control, le mira, luego le da la espalda

-        Buenos días

-        Perdona, venia a por un vaso de leche, no imaginaba que estuvieras aquí, si te incomodo…

-        No, es igual – se vuelve hacia él – comprenderás que, a mis años, no me voy a asustar

Piel morena, aceitunada, el vello oscuro, tórax musculado, el contraste con la prenda blanquísima y ese bulto grueso, largo, en diagonal al que sus ojos impertinentes regresan si que ella haya podido evitarlo…

-        ¿Puedo tomarme un café contigo, entonces?

-        Por favor – responde con un gesto ofreciéndole asiento a su lado

Camina descalzo hacia la cafetera, pasa por su lado y Carmen percibe el aroma del varón, del macho recién levantado del lecho,  olores que la excitan, que la perturban. Mahmud se queda cerca, maniobrando con la máquina, dejándose mirar, haciendo como que no se da cuenta, Carmen observa sus brazos, su axila que muestra la cantidad justa de vello. Aspira, captura el aroma que se difunde por el aire.

Se sienta a su lado, un pie en el suelo, el otro en el travesaño de la silla, Carmen le mira al rostro, amarrando bien sus ojos para que no deriven, para que no se escapen y busquen ese bulto del que ya su visión periférica le está enviando bocetos borrosos.

-        ¿Sigues enfadada conmigo?

Mahmud deja caer ese amago de disculpa y dedica su atención a remover el café. Es el momento para hacer un barrido rápido del paisaje que se le ofrece. Los muslos abiertos, cubiertos por un abundante vello oscuro, el blanco slip surcado de pliegues, la verga que no pierde tensión, enhiesta, arrogante y los gruesos testículos insinuando su volumen formando   una gran bolsa blanca parecen constituir la base perfecta para la gran herramienta…

Cuidado, vuelve a mirarle a la cara justo en el momento que él abandona la cucharilla y se vuelve hacia ella buscando su repuesta, ¡por poco!

-        ¿Cumples tus promesas? – le recuerda, prometió no hablar con Doménico de lo que hablaron en la fiesta

Imita su postura, eleva un pie hasta alcanzar el travesaño de la banqueta, calcula mal, la zapatilla tropieza con la madera y cae al suelo. Su pie desnudo descansa sobre la redonda barra y el contacto en la planta del pie le hace sentir… ¡qué extraño!  es como si estuviese toda ella desnuda. Para mayor desconcierto la bata cede y deja al descubierto el muslo que ha elevado. Cierto que bajo la fina bata de hilo solo lleva las bragas que acaba de estrenar, pero hasta ahora se ha sentido protegida ante este sarraceno que se exhibe impúdico ante ella. Ha sido el contacto de su pie en la madera lo que le ha hecho sentir desnuda; Los ojos del moro la escanean durante un rápido segundo; ahora sí es consciente del agudo ángulo que se abre entre sus pechos, del contacto de la tela en sus pezones, de la brevedad de la bata que se acentúa al haber doblado la pierna en el estribo de la banqueta.

-        Siempre cumplo mi palabra, nada de lo que hable contigo saldrá de nosotros, salvo que tú me autorices.

Habla en futuro, Carmen nota el matiz y va a hacer una puntualización: no tiene intención de volver a hablar nada privado con él, pero lo deja pasar.

-        Entonces, volvemos a ser amigos – se limita a responder.

Mahmud extiende su mano, Carmen la acepta y la estrecha. El contacto físico la inquieta, ¿por qué, si tan solo es una mano? Él la retiene más de lo necesario, Carmen aguanta el reto un instante y al fin la retira forzando la presión que ejerce sobre sus dedos.

-        Aunque lamento haberte defraudado, pensabas estar ante un diamante y he resultado ser mera bisutería

¿Por qué lo ha dicho? Nada más terminar se arrepiente; no le infunde confianza este hombre y menos tras ese juego sucio que se trajo a sus espaldas con Doménico, sin embargo acaba de lanzar una jugada que el argelino se apresura a recoger, de alguna manera enlaza con la conversación que mantuvieron anoche y que terminó mal, muy mal. Mahmud la mira serio, deja la taza, toma la banqueta y la aproxima hasta quedar casi pegados, mueve su pie y lo traslada al travesaño lateral de Carmen y al hacerlo sus piernas entran en contacto, el vello de Mahmud, le produce un cosquilleo en el muslo que le eriza la piel de todo el cuerpo, la cercanía la excita, la turba.

La sujeta del brazo.

-        Si mis palabras te han llevado a sacar esa conclusión te pido disculpas, nada más lejos de mi pensamiento Carmen. Eres una joya, un auténtico diamante en bruto. Está claro que no he sabido expresarme, soy tan torpe.

-        Quizás soy yo quien no entiende tu forma de halagarme, tan pronto soy una joya como una golfa, comprenderás que me sienta confusa

Todo ha sido tan rápido… la bata se ha deslizado por el muslo arrastrada por la pierna de Mahmud y ha terminado por descubrir su pubis. No quiere mirar, sabe que la braga protege su intimidad, los ojos del argelino no se han desviado de los suyos, es un duelo entre los dos, ambos tienen un imán entre las piernas que les atrae, los dos sujetan con firmeza su mirada, su morbo ¿quien perderá?

-        Anoche ambos perdimos los papeles, tu orgullo te traicionó y yo no calculé que aquel no era el lugar ni el momento para corregirte

-        ¿Para corregirme, ya empezamos? – por esta vez Carmen lo tolera, una sonrisa condescendiente parece perdonar a Mahmud

-        Por tu bien Carmen, estoy seguro que ese aire altanero  de princesa te ha tenido que costar algún que otro disgusto – una sombra cruza el rostro de Carmen antes de que pueda evitarlo – no me equivoco ¿verdad?

-        Dejémoslo estar

-        Como quieras, a eso me refiero cuando hablo de corregir. Domar significa someter y someter implica poner bajo control esos humos, bajo tu propio control o bajo el control de quien tú decidas ¿me comprendes?

Carmen empieza a entender, una suave emoción crece lenta pero imparable en su pecho, quiere escuchar más

-        Creo que si – es una señal para Mahmud que continúa

-        En este contexto, someter, doblegar, domar, son palabras que cobran un nuevo significado y que para ti se cargan de una fuerte motivación. Ya no significan renuncia sino ganancia, apertura. Someterse, doblegarse, ser domada son más que verbos, son los actos que inician el camino de la liberación, que te ofrecen el control de tu orgullo, de tu vanidad, esas emociones que ahora te controlan y que, después de pasar por el proceso de sumisión, dejan de dominarte y pasan a estar bajo tu control.

-        Ser domada. Comprenderás que no pueda aceptar como liberador tal concepto.

-        Piénsalo, la yegua salvaje, nerviosa, que no atiende, que no controla, que no es capaz de dominar sus propios impulsos, ¿tú crees que es feliz así, que está serena? ¿No te parece más serena, más bella, más elegante, más digna la yegua una vez que ha sido domada? Si, habrá sufrido, habrá tenido que conocer la fusta, el dolor, la humillación, habrá tenido que humillarse, rendirse ante su amo, agachar la cabeza, sofocar el orgullo, sentir el látigo en su bella piel, si. Pero una vez doblegada ha aprendido, ahora ya sabe, recupera su orgullo, pero esta vez bajo su control,  renace en todo su esplendor, sabe comportarse y es mucho mas hermosa que cuando era una salvaje incontrolada ¿Quién de las dos es más libre?

Jamás había escuchado algo así, nunca había pensado en la sumisión en estos términos. Tiene la respiración agitada, el corazón late con fuerza, lo siente en la garganta.

-        Nunca lo había pensado de esta manera

-        Naturalmente, porque la imagen que tenemos de estas cosas está adulterada por tanta literatura barata, por tanta película seudopornográfica

-        Eso no quiere decir que comparta tu punto de vista.

Mahmud sonríe, se levanta y le hace una seña invitándola a seguirle hasta el centro de la cocina.

-        El orgullo es una defensa, un escudo que nos protege de nuestra creencia de que somos débiles, pero no es así, no somos más fuertes cuanto más intentamos aparentarlo, al contrario. Espérame aquí un segundo

-        Tengo que irme a trabajar, es tarde

-        Solo será un minuto

Salió de la cocina, Carmen se quedó intrigada, pensando en lo que habían hablado, miró el reloj, no disponía de mucho tiempo o llegaría tarde una vez más. Mahmud apareció enseguida con una regla metálica en la mano de unos cincuenta centímetros y un envase de crema que dejó sobre la encimera. Comenzó a caminar alrededor de ella

-        ¿Qué haces? – preguntó  inquieta

-        Recuerda, el orgullo es una defensa, una mentira para hacer creer al contrario que eres fuerte – dijo cuando estaba detrás de ella, nada más terminar la frase Carmen oyó silbar en el aire la regla y escuchó un trallazo, a continuación restalló  contra su nalga que comenzó a arder como si le hubiesen aplicado un hierro ardiendo. Se volvió con furia

-        ¡Pero qué… - Mahmud se interpuso en la trayectoria de su brazo que se dirigía hacia su mejilla al tiempo que la hacía callar poniéndose un dedo en la boca, tenía los ojos exageradamente abiertos, su expresión era de total alarma, tanto que Carmen se asustó, enmudeció, el culo le ardía cada vez más

-        ¡Calla, no digas nada, no dejes que tu razón le ponga palabras a lo que sientes o lo estropearás! Tu orgullo lo puede joder, no le dejes, estate quieta, siéntelo, te acaban de azotar.

Carmen respiraba por la nariz, no dejaba de mirarle furiosa, a punto de saltar, ¿Qué coño estaba diciendo? Mahmud seguía mirándola, con el dedo sobre sus labios, los ojos muy abiertos, sujetando la mano que a punto había estado de estrellarse contra su mejilla. El pecho de Carmen subía y bajaba descontroladamente, su mirada estaba cargada de furia.

-        ¡Suéltame ahora mismo!

-        Atiende a tu cuerpo, escucha las sensaciones y las emociones y no hagas caso de tu orgullo, mujer – había pasión en su voz

-        Nadie me dice lo que tengo que hacer, no consiento que nadie me pegue – casi no podía hablar de la rabia que atenazaba su garganta.

Con la desilusión en su rostro, Mahmud la soltó

-        Nunca, ¿me oyes? ¡Nunca me vuelvas a poner la mano  encima! – su voz sonó cargada de desprecio. Carmen le miró por ultima vez y salió del cocina cerrando la puerta tras de sí.

Comenzó a subir las escaleras, le dolía el glúteo, le palpitaba, le ardía. ¿Cómo se había atrevido ese imbécil a azotarla? Estaba temblando de indignación, haciendo esfuerzos por detener un irrefrenable impulso por sollozar, ¡No, no iba a llorar, eso no! A media altura percibió la vibración que, bajo la rabia, recorría todo su cuerpo. Ascendió otro peldaño, la nalga le ardía cada vez más, le palpitaba, era una sensación confusa, si es cierto, el límite con el placer no se distinguía bien, incluso su sexo parecía palpitar en la misma onda.

Ascendió un peldaño más, ¿qué coño estaba diciendo? Esas eran sus palabras, “placer y dolor ¿quién decide donde esta el límite? A veces se confunden, se funden”, Ahora el ardor comenzaba a ser incluso agradable. ¡Maldito moro!

¿Pero qué se había creído éste? Se detuvo, esto no podía quedar así, tenía que decirle cuatro cosas, no bastaba con haberle parado los pies

Dio la vuelta, bajó un peldaño, dos. Sintió el ahogo que le impedía tomar aire, se agarró al pasamanos. El corazón se le iba a salir del pecho; entonces vio la sombra de Mahmud acercándose a través del cristal de la puerta de la cocina.

Pánico. Corrió despavorida escaleras arriba

…..

A las once sonó el móvil, era Graciela. No tenía ningunas ganas de hablar con ella, tras dejar que sonase cuatro veces decidí que no podía ignorar su llamada.

-        Graciela buenos días

-        Buenos días Mario, ¿cómo estás?

-        He tenido días mejores, ¿y tu, qué tal?

-        Te sorprenderá que te llame a estas horas, trabajando…

-        La verdad es que no te esperaba

-        He visto a Carmen, estuvimos hablando mas de dos horas

Era lo ultimo que esperaba escuchar. Sentí una irritación inmensa, fue algo instantáneo, quise colgar pero me contuve, ¿hablaban a mis espaldas? ¿de qué, de su nueva vida, quería que actuase de mediadora para nuestra separación? ¡esto era demasiado!

-        ¿Y?

-        Está muy preocupada por ti, me contó lo que sucedió este fin de semana, no le fue fácil contármelo, ya sabes…

-        Ya sé, claro

-        Me dijo que estuvo en vuestra casa para recoger ropa, me contó que lo que vio le preocupó, piensa que no estás bien…

-        ¿Y por qué piensa eso?

-        Mario, lleváis muchos años juntos, te conoce bien, no me hagas repetirte lo que vio en vuestra casa

-        ¿Te refieres a las botellas vacías, a la suciedad, a la comida sin recoger? Si, es cierto, el Domingo y el lunes no fueron mis mejores días, lo reconozco pero he mejorado

La escuché suspirar, no se lo estaba poniendo fácil pero tampoco tenía intención de cambiar eso.

-        Mario, me gustaría verte

-        A mi también, pero no ahora, no en este momento

-        Precisamente ahora es el momento en el que los amigos nos necesitamos, ¿si no es ahora cuando?

Comenzaba a irritarme con su insistencia, no quería decir nada que pudiera ofenderla.

-        Graciela, será mejor que lo dejemos, de verdad que te agradezco la intención, gracias, ya te llamaré

No le di opción de réplica, ¿qué pretendía Carmen, manejarme hasta el ultimo momento?

Intenté volver a retomar mi trabajo pero fue inútil, la mañana se había ido al garete.

-        Salgo un momento

Caminé hasta la cafetería donde suelo desayunar, cuando iba a traspasar la puerta lo pensé mejor, era probable que pudiera toparme con mi socio, a esas horas solía bajar a tomarse un tentempié como solía decir. Crucé la calle y caminé sin rumbo, me adentré por el viejo Madrid, por zonas que no suelo frecuentar, al fin elegí al azar una tasca antigua. Vermut de grifo y bocadillo de calamares, sería mi almuerzo a una hora temprana pero debía aprovechar que tenía apetito, cualquiera sabia lo que sería de mi mas tarde.

Graciela… ¿qué pretendía Carmen acudiendo a ella? Descubrí un atisbo de rencor por utilizar a una persona que me pertenecía, no era suya y ahora más que nunca la consideraba ajena a ella ¿por qué la utilizaba para manejarme?

¿Y si estaba equivocando la estrategia, y si podía descubrir mas cosas escuchándola?

-        ¡Mario! – la voz de Graciela al otro lado del teléfono sonó esperanzada

-        Graciela, perdona por lo de antes

-        No te preocupes, lo entiendo, debes de estar..

-        No tengo excusa, discúlpame, si sigue en pie tu oferta estoy a tu disposición

-        ¡Claro! ¿Qué te parece si nos vemos esta tarde

-        Por mi perfecto, a partir de las cinco cuando te venga bien

Quedamos a las cinco y media en el jardín tropical de Atocha, llegaría en el tren de cercanías después de visitar una exposición en Alcobendas y comer con unos amigos.