Diario de un Consentidor (77) - Descubierta

Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor

Descubierta

No eran aún las dos de la tarde cuando recogí mis cosas y salí del gabinete. Había sido una mañana bastante incómoda teniendo que lidiar con las preguntas sobre mi salud; inventar respuestas ambiguas no es sencillo sobre todo cuando presentas un aspecto poco saludable mas propio de un alcohólico recién salido de una borrachera, con una voz que apenas se hace entender, ojeras de haber dormido poco y mal y una gran tirita ocultando una brecha en tu ceja. Menos mal que uno tiene una reputación intachable y cualquier excusa, por ser la primera en toda una vida, no se pone en cuestión.

Tantos años de matrimonio crean un sexto sentido. Nada mas abrir la puerta de casa noté algo, ¿feromonas en el ambiente? Quizás, o puede que algo mas simple, su perfume flotando todavía en el aire, el caso es que supe que ella estaba o había estado allí.

Y se me dispararon las pulsaciones.

Ella, mi mujer, la parte de mí amputada, ese trozo de aliento que me falta para que mi respiración sea completa.

Apreté el paso, no quise llamarla, no quise encontrarme con el fracaso de no recibir respuesta. Abrí la cocina, entré en el salón, recorrí el pasillo abriendo cada puerta… no, no está.

¡Pero ha estado, si ha estado! En el aseo falta su rímel si, ese que miro cada mañana porque me recuerda a ella.

Abro los cajones… si, se ha llevado mas cosas, maquillaje sombra de ojos. Veo huecos… ¡ si, ha estado!  Y miro como si pudiera verla, como si ella fuera visible y aún estuviera aquí, como si pudiera ver el rastro de sus movimientos abriendo cajones, inclinándose para escoger qué llevarse, qué dejar, girando, saliendo, caminando por el pasillo hacia nuestra alcoba…. La sigo, sigo el halo de su cuerpo, voy yo también hacia allá.

Se ha llevado ropa interior, detecto los huecos, sujetadores que faltan, los que me gustan y que no están ¿por qué esos precisamente?, (¡déjalo Mario déjalo!), medias, faltan medias también y bragas… si, culottes… tangas, ¿por qué?, (¡joder calla!), demasiada ropa interior, ¿cuánto tiempo piensa estar fuera?

Abrí su armario y me costó saber qué ropa se había llevado, algún pantalón, alguna falda,  había… cinco, seis perchas vacías pero no podía estar seguro de que fueran de la ropa que se hubiera llevado ¡qué idiota! me resultaba mas fácil saber qué ropa interior se había llevado.

¿Cuánto tiempo pensaba estar fuera? Esa duda me carcomía.

Tuve una idea, subí al ático, si se había llevado mucha cantidad… Abrí el trastero, allí estaban las maletas grandes, tan solo faltaba la otra trolley, respiré tranquilo.

De nuevo en la alcoba me di una ducha rápida; la echaba de menos pero estaba mas sereno, la tormenta había pasado, no volvería a caer en la desesperación. Recogí la ropa sucia y fui al cuarto de la lavadora. Cuando abrí el cesto para dejar mi ropa noté algo y me detuve en seco, sobre la ropa que había echado el día anterior  había un sujetador rosa y unas bragas a juego, debajo de éste otro conjunto de bragas y sujetador verde claro, era el que se puso Carmen el domingo  por la mañana.

Lo cogí. Debajo encontré la ropa que se puso al salir de casa el domingo y otra camisa y unas medias, luego ya estaba mi ropa. Carmen había traído su ropa sucia a casa. Comencé a hiperventilar, eso no podía significar otra cosa. Carmen pensaba volver pronto a casa, traía su ropa aquí, su vuelta era inminente, no la lavaba en casa de su amiga quien quiera quien fuese.

Si poder contenerme cogí una de sus bragas, la que supuse mas reciente y hundí mi rostro en ella, necesitaba recuperar su aroma de mujer, de hembra. Cerré los ojos y su olor estalló en mi cerebro, impregnó mi cara, caló a mi corazón.

Taquicardia, ahogo. Sequé mis ojos con la prenda que me resistía a dejar en el cesto. Aquello cambiaba las cosas totalmente. Si estaba con Alicia o con Gloria, el tiempo de secado de una colada se le hacía demasiado como para traer la ropa mojada cuando regresase, por eso en lugar de mantenerla sucia aprovechaba que venia a por cosas para traerla casa. ¡Dios aquello era mucho mejor de lo que podía imaginar!

Tenía que hablar con ella, necesitaba hacerlo, preguntarle si era ya buen momento para que charlásemos sobre lo había sucedido, quizás tomar un café, una cerveza, chocar nuevamente nuestras copas, brindar por nosotros mirándonos siempre a los ojos, rozar sus dedos. Necesitaba verla.

Entré en la cocina, se me había abierto el apetito, lo primero que detecté fue la bandeja de atún que pensaba recoger y que ya no estaba. Un destello de amor irradió de mí hacia donde quisiera que estuviera. ¿Qué habría pensado al ver el lamentable estado en que estaba la casa? Me preocupó que hubiera visto las botellas de whisky vacías, tenía tanto que explicarle. Al día siguiente venía la asistenta y tenía mucho que recoger.

¿Con quién estaría? ¿con Alicia?  son buenas amigas, está separada y posiblemente habrá pensado en ella para quedarse en su casa unos días, decidí llamarla para tantearla sobre la conveniencia de hablar con Carmen para quedar con ella, tenemos la suficiente confianza como para que me aconseje y no me vea como el malo de la película.

Gloria es la otra candidata, recordé que la mencionó antes de marcharse. Son intimas desde la adolescencia aunque vive en pareja y eso podría ser un obstáculo para meterse en su casa,.

Cuando hable con Alicia y supe que no sabia nada de Carmen decidí probar con Gloría pero  en ese caso tome la decisión de ser más directo, no tenía su teléfono, sabia que tenía jornada hasta las tres y decidí ir a su casa. Salí precipitadamente.

Llegué pasadas las tres y media, no me costó aparcar, vi llegar a Daniel en su moto.

-        Qué tal Mario ¿os dejasteis algo ayer? – dijo dándome la mano

Me quedé helado, intentando componer una secuencia a partir de su frase.

-        ¿Ayer?

-        Cuando vinisteis a recoger las cosas de Carmen – Daniel había comenzado a caminar hacia la casa, yo me quedé parado, fue cuando él se dio cuenta de que algo iba mal

-        ¿De qué me estás hablando?

-        Yo… ayer…

-        Carmen está aquí, o estaba aquí, ¿verdad?

Vi salir a Gloria por el portal, supongo que nos vio hablando desde la ventana

-        Mario, ¿cómo estás?

-        Pues no muy bien Gloria, supongo que te lo imaginas. ¿Carmen está todavía aquí?

-        Mario…

-        Es una pregunta muy sencilla Gloria, Daniel me lo estaba contando, por lo visto me confundió con alguien que vino con Carmen a recoger sus cosas ¿no es así, Daniel?

Daniel miró a Gloria, luego a mi.

-        Mario, Carmen se ha ido, lo que no sé es a donde, no me lo dijo

-        No te preocupes, yo si lo sé

-        Mario, lo vais a solucionar estoy segura, estuvimos hablando mucho, esto se va a arreglar – la miré cargado de escepticismo

-        ¿Tú crees? Gracias Gloria

Sentía un  frío que se me calaba por dentro y una tenaza que me oprimía el cuello, el aire entraba y salía de mis pulmones como si no pudiera aguantarlo mucho tiempo dentro.

Traición, traición esa era la idea, la única idea que se me venia a la cabeza, el mundo se derrumbaba a mi alrededor. ¿Por qué, por qué me hacía esto?

Doménico, sin duda era él, ¿Tanto poder ejercía sobre Carmen? ¿hasta tal punto la dominaba como para llevársela, como para arrancarla de la casa en la que se había refugiado para pensar, para reflexionar tal y como nos habíamos comprometido a hacer y de pronto se echaba en sus brazos y se iba con él?

Apreté los puños alrededor del volante, sentí una ira tan intensa que, si hubiese estado frente a Doménico, le hubiera golpeado hasta matarle. Si, creo que en ese momento hubiera sido capaz de matar.

Tenía que comprobarlo con mis propios ojos. Conduje hasta el parking de Bilbao y caminé hasta las cercanías de la casa de Doménico, tenía que encontrar un lugar desde el que vigilar la entrada de la casa sin ser descubierto. Localicé un pequeño bar a unos trescientos metros, un tugurio sucio y abandonado que estaba seguro que él jamás pisaría. Desde una de las dos únicas mesas del local, situada entre la barra y la puerta, se veía el portal de la casa, solo una moto aparcada en la acera estorbaba algo la visión. Me senté y pedí un café con leche, no volvería a perder los nervios y el alcohol se iba a mantener lejos mientras durase mi vigilancia.

¿Qué esperaba conseguir? La prueba fehaciente de que no era un error, me quedaba la duda razonable de que fuera un compañero del gabinete quien la había acompañado a recoger las cosas para no tener que aparcar. Y si fuera así ¿a dónde se había trasladado y por qué no se lo había dicho a Gloria?

Ojala fuera cierto pero si solo se trata de una más de mis neuras me iba a consumir en una espera sin resultados que no me iba a sacar de mi incertidumbre.

Cuatro cafés bastaron para claudicar y pedí mi primera dosis de alcohol. Whisky… la oferta era imbebible, seguí mirando lo que me ofrecía la mugrienta vitrina y me resigné.

-        Barceló con Coca, dos hielos.

Tuve que contener el ansia del camarero por llenar el vaso de ron, no pretendía emborracharme, tan solo pretendía dejar de tomar café y darle un poco de sabor a la Coca Cola. Sobre la mesa un platito con unos frutos secos rancios que ignoré y seguí espiando. La moto que me estorbaba había desaparecido un par de horas antes y las farolas de la calle iluminaban bien el portal.

Media hora mas tarde, cuando mi reloj marcó las diez de la noche, reconocí a Doménico a través del cristal que me separaba de la calle. No caminaba deprisa pero su paso fue fugaz y me produjo un sobresalto por lo inesperado. Le vi alejarse hacia su casa y por un momento sentí el deseo de correr hacia él y cogerle por el cuello ¿qué le estás haciendo a mi mujer desgraciado?.

Poco antes de llegar al portal se detuvo, hurgó en el bolsillo del chaquetón, sacó el móvil y comenzó a hablar caminando alrededor del portal.

Sonreía y pensé: habla con Carmen. Podía ser con cualquiera pero… no, estaba convencido, hablaba con ella, con mi mujer.

Diez minutos después, tras diez minutos de sonrisas, de pausas, de palabras que no escuché pero que intuí, de gestos sugerentes que se lanzan a un interlocutor que no los puede ver pero que enfatizan la voz y que estoy seguro de que le llegan a través del móvil, no tuve la menor duda de que hablaba con Carmen y me convencí de que la esperaba.

Luego, aun con la sonrisa en la boca, sacó las llaves, abrió el portal y desapareció dentro y con él mi seguridad.

¡Qué absurdo! Carmen no estaba con él. Si, puede que estuvieran hablando pero eso no probaba nada, lo cierto es que él llegaba solo y ella no había aparecido por allí en toda la tarde.

Las once y cuarto. El camarero secaba unos vasos sin dejar de mirarme, supongo que mi estado de nerviosismo era evidente. Pagué las consumiciones y atravesé la puerta del bar.

No pude avanzar más. ¿Y si cuando me hubiera ido Carmen aparecía y yo no estaba allí para verla? Fingí recibir una llamada y volví a entrar, ocupé el mismo asiento y le hice un gesto al camarero para que me sirviese lo mismo mientras hablaba con un teléfono apagado.

-        Si vale, te espero aquí – improvisé, luego miré al camarero - ¿A qué hora cierra?

Miró el reloj que había sobre la caja registradora adornado con el escudo del Atleti; marcaba las once y media, frunció la boca.

-        Doce, doce y media…

Yo le repetí la hora a mi interlocutor imaginario, quedé con él allí y me perdí en mis pensamientos frente al segundo ron barato con Coca Cola.

Llevaba… ¿cuánto, media hora? Algo más, sumido en una interminable secuencia de escenas en las que recreaba lo que pude haber hecho y no hice, lo que debí detener y no detuve, lo que dije y no debí decir, lo que callé, lo que hablé de más.

Luego pensé en lo que estaba haciendo en aquel bar.

No me reconocía a mi mismo, espiando a mi mujer. Muerto de celos por una sospecha infundada solo por un comentario absurdo de alguien a quien apenas conozco. ¿que había ido acompañada a recoger sus cosas, bien y qué?

Pensé en lo que llevaba haciendo desde que me fui de casa de Gloria; había perdido la razón, me estaba comportando como uno de tantos maridos acosadores que, a poco que se les dejase seguir con el curso de sus desvaríos, podían acabar cometiendo una locura irreparable ¿Ese era yo?

Me sentí avergonzado. Me estaba afectando tanto lo que nos estaba sucediendo que había perdido mi dignidad y mis principios.

Pagué la cuenta y salí de allí decidido a reconducir mi vida durante el tiempo que durase nuestra separación.

Entonces la vi y me quedé paralizado, se me secó la boca, un nudo atenazó mi garganta y se me paró el corazón durante uno o dos latidos.

Carmen atravesaba la calle a la altura del portal de Doménico, igual que aquel viernes cuando lo cruzamos juntos. La vi detenerse, abrió el bolso y rebuscó en él, sacó un llavero metálico que brilló bajo la farola, metió una llave pero se equivocó, no era esa, no. ¡Dios, todavía no conoce bien las llaves que ya tiene en su poder! A la tercera acertó, empujó con dificultad la pesada puerta y se perdió dentro.

Y la perdí.