Diario de un Consentidor 75 - Fundido en negro
Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor
Fundido en negro
Carmen se miró el cuello por última vez en el espejo del cuarto de baño, el maquillaje disimulaba bastante bien las marcas mas antiguas que ya empezaban de palidecer, todavía recordaba las miradas de Gloria cuando apareció por su casa sin haber ocultado los rastros de la batalla. Al otro lado, los dientes de Doménico se perfilaban con claridad en una zona que el cuello de la camisa no conseguía ocultar del todo y a la que tuvo que dedicarse con mayor atención. Un repaso final a su aspecto general fue determinante para despejar las ultimas dudas: hoy tenía que pasarse por casa a recoger ropa. Iría a mediodía para no coincidir conmigo, no se encontraba preparada para eso todavía.
Se despidió de Doménico con un beso que se convirtió en un abrazo intenso, apasionado, demasiado largo, demasiado intenso, los cuerpos tan pegados como para sentir la incipiente erección y comenzar a humedecer la braguita recién estrenada. ¡Mierda, olvidó comprar salvaslip!
La adaptación había sido fácil, Doménico es un anfitrión encantador y la hizo sentirse como si estuviera en su casa entre bromas y cariños, enseguida le hizo un hueco en sus armarios haciéndola reír para evitar que se sintiera violenta al verle cambiar sus propias cosas de lugar; muy al contrario, la obligó a ayudarle a moverlas de sitio como si se tratase de un juego. Pronto Carmen contó con dos cuerpos de armario para ella sola.
- ¡No es necesario tanto espacio, con uno me sobra! – había protestado, pero él la silenció con un beso.
- Se supone que tendrás que traer mas ropa, deja de protestar
Así recordaba su acomodo a lo que sería su hogar durante los próximos días. Caminando hacia el gabinete se le escapó una sonrisa de agradecimiento hacia el hombre que consiguió que la melancolía de aquel momento de orfandad quedase enterrada entre juegos, risas y caricias casi infantiles.
Diez minutos justos y ya estaba entrando en el gabinete, la sensación de normalidad que le dio volver a su despacho hizo que se propagara a toda su vida. Pero no, no era verdad, nada era normal ahora mismo en su existencia, su matrimonio hacía aguas, vivía una relación adúltera con un italiano que la tenia sorbida el seso y el sexo y se estaba comportando como una autentica puta, una puttana para mas señas y lo peor es que le gustaba ¡Dios cómo le gustaba!
Tras responder las típicas preguntas sobre su salud entró en el despacho y se sentó en su sillón. Le seguía doliendo el culo, permanecía la sensación de tener algo entre las nalgas, la pelota de tenis -¡que tristeza le provocaba recordar esa broma que nos había hecho reír -, y ese escozor en la vagina no había remitido. Media hora después ya tenía concertada cita con Ramiro para esa misma mañana, ventajas de ser amiga del ginecólogo.
Se sumergió en el trabajo. A ratos conseguía olvidar, lo notaba en su cuerpo. En esos instantes se sentía libre de la tensión que la acompañaba desde el mismo momento que abandonó su casa; por mucho que lo había intentado no había vuelto a estar relajada, totalmente suelta y confiada. Pero en cuanto advertía esa paz, esa sensación de tranquilidad que se reflejaba en sus músculos, el sueño se rompía y las causas de su tensión afloraban de nuevo y provocaban que la coraza volviera ponerla rígida.
A las doce y veinticinco llegó a la consulta de Ríos Rosas, apenas tuvo que esperar y enseguida Ramiro salió a recibirla
- ¡Carmen cómo estás!
- Ramiro, muchas gracias por hacerme un hueco
- Bah no tiene importancia, a ver cuéntame – dijo mientras se sentaba al otro lado de la mesa
Había estado pensando durante todo el camino en la mejor manera de enfocar el asunto, conocía a Ramiro desde los dieciséis años cuando él era un joven médico que asistía a su padre en la consulta a la que acudía con su madre. La relación era por tanto de amistad de muchos años.
Había decidido no andarse por las ramas, cualquier intento de ocultar la verdad sería ridículo y no era ese su estilo. Si acudía a él era precisamente porque confiaba en su amistad y su buen criterio.
- A ver, es un asunto un poco delicado. Desde este sábado tengo unas molestias, un escozor intenso que no remite, mas bien al contrario
- ¿Picor o escozor?
- Escozor
- Pasa dentro y te preparas para que te examine
Carmen comenzó a quitarse la falda, aún quedaba por contar lo mas delicado, el autor del contagio si es que había alguna infección.
- Tienes una fuerte irritación Carmen parece que Mario y tu habéis estado de fiesta, no obstante te voy hacer unas pruebas…
- Ramiro, no ha sido Mario – le interrumpió. Todas sus dudas sobre la mejor forma de decirlo se esfumaron. Ya estaba dicho.
Carmen observó la expresión del médico que detuvo la toma de la muestra y se quedó mirándola. Sintió el calor en sus mejillas.
- Es decir, no solo ha sido él. A ver como te explico, Mario y yo mantenemos una relación muy… abierta, muy liberal, y este fin de semana hemos estado con un amigo y… quizás se nos fue de las manos un poquito
- ¿Un poquito? – Ramiro la miró por encima de las gafas que colgaban del puente de su nariz aguileña, en ese momento se sintió juzgada.
Carmen se dio cuenta de lo violento de su situación, abierta de piernas, con las manos del medico en su vagina tomándole una muestra y ella hablando de su vida sexual. Se arrepintió de haber comenzado en ese momento la explicación, tenía que haber esperado a estar vestida para dar los detalles.
- Si, bueno, el caso es que si dices que solo es una irritación, pues.. mucho mejor ¿no? – quiso zanjar la conversación algo nerviosamente.
- Si claro pero ahora que me cuentas esto… ¿tomáis precauciones? Quiero decir, ¿usáis preservativos? – Carmen creyó percibir un cambio de actitud en Ramiro, algo muy sutil pero estaba tan violenta, quería que todo aquello acabase ya, cerrar las piernas, bajarse de allí, que apenas le dio importancia.
- No, la verdad es que no, es alguien de mucha confianza
- Carmen, Carmen, Carmen… ¡qué descuido! – dijo mientras se demoraba con la muestra – nunca sabes donde ha podido… ¡meterla antes!
Ramiro alzó las cejas al decir aquello y la miró de una manera que ella nunca le había visto antes, Carmen bajó los ojos, ¿qué estaba pasando?
- Bueno, no; estoy segura de que no… – Ramiro cambio de expresión y volvió a ser el profesional serio.
- Por si acaso añadiré algunas pruebas más y… te vas a hacer un análisis de sangre completo, y le dices a Mario que se lo haga también y no es broma
Carmen tragó saliva.
- Quería pedirte otra cosa
- Tú dirás
- Este fin de semana… – no sabía como seguir, el cambio de actitud de Ramiro le hacía dudar.
- Dime
- He tenido… relaciones anales por primera vez, tengo bastantes molestias y, la verdad, me resulta difícil acudir a un especialista, si tú pudieras… – estaba roja como un tomate, se notaba la cara ardiendo.
Se arrepintió nada mas decirlo, La expresión del médico cambió totalmente, aquella persona que la miraba no era el mismo Ramiro que ella conocía, se sintió juzgada, intimidada.
- No es mi especialidad pero puedo comprobar si hay algún desgarro, en ese caso si que deberías acudir a un especialista, te puedo recomendar algún compañero de confianza si encuentro algo anormal.
Carmen cada vez se sentía mas incómoda, tenía la impresión de que Ramiro la miraba de otra manera, incluso la forma de hablarle había cambiado, era algo muy sutil, quizás era imaginación suya pero no se sentía cómoda y menos en esa postura.
- Ahora te vas a levantar y te inclinas sobre la camilla para que pueda examinarte
Se sintió aliviada al poder cambiar de postura aunque por poco tiempo porque cuando se inclinó sobre la camilla intuyó que en esa posición se iba a sentir indefensa; escuchó como Ramiro se despojaba de los guantes y cogía unos nuevos ¿por qué no lo había pensado antes y había esperado de pie? Se dio cuenta de la vista que le debía estar ofreciendo: desnuda de cintura para abajo, con sus medias de presión y sus zapatos de tacón endiabladamente altos e inclinada sobre la camilla, era una imagen absolutamente…
Sintió el calor en sus mejillas y deseó poder huir de allí. ¿Por qué tardaba tanto en ponerse los guantes? ¿O era que a ella se le hacía eterno ese momento?
- Separa un poco mas las piernas - dijo poniéndole una mano en la desnuda cadera, Carmen separó los pies. Esa mano…
Sintió un chorro de gel frío en el ano y cientos de imágenes se dispararon en su mente, recuerdos del fin de semana que intentó apartar como pudo. Luego notó unos dedos que extendieron el gel con calma, con demasiada calma, la mano que seguía en su cadera hizo algo de presión, como si la quisiera sujetar mientras le extendía el gel, Carmen se quería marchar de allí.
- Ahora relaja un poquito cuando yo apriete, así no te dolerá, aunque eso ya sabes hacerlo verdad?
Al escucharle, la vergüenza la hundió mas sobre la camilla, una oleada de intenso calor le arrebató el rostro, esa pretendida confianza que Ramiro le daba a las frases le resultaba de una vulgaridad que la ofendía. Intentó relajar el esfínter y entonces sintió como se introducía en ella.
Fue como si la violase, no era el médico el que la exploraba era un extraño que abusaba de su cuerpo. Los ojos se le llenaron de lágrimas, su cuerpo se tensó, jamás pensó que aquello pudiera sucederle a ella, jamás.
- Bien, muy bien ,vamos a ver que nos encontramos...
Sentía los dedos moviéndose dentro de ella y la mano en su cadera más cerca de la nalga de lo que era necesario, se sentía humillada, vejada por quien creía su amigo. La exploración se estaba alargando más de lo necesario movía los dedos una y otra vez, profundizaba. Cuando Carmen estaba a punto de estallar…
- Bueno, al parecer no hay desgarros, - ella hizo intención de incorporarse pero la detuvo poniéndole la mano en la espalda - Espera, todavía hay que comprobar si el esfínter ha perdido capacidad de contracción.
Carmen sintió otro chorro de gel y cerró los ojos, ¿Cuándo iba a terminar aquello? Otra vez notó la presión de los dedos en el ano.
- Relájate un poquito Carmen, enseguida acabamos
Parecía otra vez el médico que ella recordaba, se aferró a esa percepción para soportar un poco más aquello, exhaló profundamente y relajó lo que pudo.
- Muy bien, vamos allá – anunció Ramiro que parecía haber recuperado su tono profesional
Sintió como entraba en ella pero esta vez la presión fue mayor y no puedo evitar un quejido
- Aguanta mujer no seas quejica, seguro que has soportado cosas peores… o mejores según se mire - bromeó - necesito aumentar la presión para ver si el músculo recupera la tensión, ahora aprieta todo lo que puedas
Carmen humillada, atónita por el comentario de Ramiro, obedeció y comenzó a apretar.
- Venga mas fuerte – dijo apretando su cadera.
Carmen apretó más, se sentía superada por los acontecimientos, avergonzada; la mano en su cadera había descendido hasta situarse en su nalga, sentía sus mejillas ardiendo, aquello no parecía una exploración médica, esos dedos dentro de ella, esa posición sobre la camilla, ¿por qué no la había examinado tumbada? ¡todo aquello la humillaba tanto! Tenía que acabar ya, quería vestirse y huir de allí.
- Bueno, hemos acabado
Carmen se sintió libre, vacía, se incorporó precipitadamente y se dirigió tras los biombos donde se limpió el gel apresuradamente y se vistió. Casi no miró a Ramiro al recoger los volantes para los análisis y las recetas. Cuando por fin cruzaron sus miradas para despedirse creyó ver un rastro de preocupación en sus ojos; quizás, aunque un poco tarde, había visto en ella las consecuencias de su conducta; había perdido los papeles y ahora, pasado el calentón, puede que volviera a ver a la paciente, a la amiga que había crecido a la par que él viniendo a la consulta de su padre.
Salió a la calle trastornada, con la sensación de haber sido violada, el rubor aún caldeaba sus mejillas y las piernas parecían fallarle, tenía unas intensas ganas de echarse a llorar que superó respirando profundamente. Jamás pensó que Ramiro la pudiera tratar como acababa de hacerlo. Se detuvo ante el semáforo e intentó recuperar el control de su respiración. ¿Había sucedido realmente o era todo producto de su imaginación? Quizás la confianza de tantos años había hecho que Ramiro llevara las bromas demasiado lejos. Si, seguramente había sido eso, no podía ser otra cosa y ella… estaba tan sensibilizada con todo lo que le estaba sucediendo que veía fantasmas donde no los había.
Pero no, su corazón al borde de la taquicardia le desmentía la versión que intentaba construir sobre lo que había vivido. Apenas podía respirar, se ahogaba, le faltaba el aire, la cabeza le iba a estallar, el latido en las sienes se le hizo insoportable
Tenía que calmarse, tenía que olvidarlo, tenía que apartarlo de su mente, tenía que…
El trafico que pasaba ante ella le produjo una intensa sensación de mareo, de vértigo, estaba hiperventilando, tenía que dejar de pensar en lo sucedido. Apoyó una mano en el semáforo, cerró los ojos, los sonidos se volvieron lejanos. Todo se volvió negro
- ¿Se encuentra bien?
Abrió los ojos, miró a la señora, casi una abuela que con expresión preocupada la sujetaba levemente del brazo; cerca de ella, otras personas la miraban con curiosidad.
- Estoy bien, gracias no pasa nada – dijo soltándose con cierto nerviosismo.
- ¿Se ha mareado, quiere sentarse y tomar agua? – insistió la abuela que se resistía a dejarla marchar sin socorrerla
- No gracias, estoy bien, no ha sido nada – cortó en seco cualquier otra intención de ayuda con una falsa sonrisa en los labios que no pudo contrarrestar la gélida mirada que surgió en sus ojos.
La mujer que cruzó la calle no había estado en una consulta de un ginecólogo, esa mujer no había sufrido un acoso sexual ni había sido violentada. Serena, fría, segura de sí misma, con una extrema dureza en su mirada. La mujer que emergió de esa crisis había conseguido superar el trauma vivido momentos antes en la consulta dejando atrás parte de su memoria, parte de sí misma.
Recogió el coche del parking y condujo en dirección hacia la carretera de La Coruña; aprovecharía para ir a nuestra casa a recoger ropa y todo lo que echaba en falta. Esperaba no encontrarme, a estas alturas de la semana estaba convencida de que ya me habría reincorporado al despacho si es que, como suponía, me había tomado algún día para reponerme.
A medida que se acercaba a su entorno familiar la nostalgia se fue transformando en tristeza ¿por qué tenía que ser todo tan difícil? Las emociones comenzaron a dominarla a pesar de que creía estar preparada desde que decidió a pasar por casa.
Aparcó en su plaza, abrió la pesada puerta que da a acceso al ascensor… reconoció el ruido sordo al cerrarse y que conseguimos amortiguar cuando fuimos presidentes de la comunidad para evitar el escandaloso golpe metálico que nos machacaba los oídos, obra que todos los vecinos nos agradecieron…
La subida hasta nuestra casa fue un cúmulo de recuerdos, el olor del ascensor, el sonido… todo disparaba recuerdos nimios, insignificantes que ahora cobraban un valor emocional desproporcionado.
Carmen, ya con la llave cerca de la cerradura, dudó unos segundos, intentó escuchar pero no oyó nada, tal vez si estaba arriba no lograba detectarlo.
¡Qué tontería! Pensó al tiempo que introducía con decisión la llave en la cerradura; además si acaso estaba en casa no debía haber ningún problema, afrontaría el encuentro con normalidad, ambos somos adultos, pensó, mas tarde o mas temprano debíamos volver a vernos.
Si, - continuó su dialogo consigo misma guardando las llaves en el bolso -, la diferencia es que ella escondía un secreto, se sentía infiel, mantenía una aventura ilícita con Doménico, ya no era como antes, no era una relación compartida entre tres, vivía con su amante a espaldas de su marido y eso iba a dificultar un cara a cara conmigo.
Entró en el salón, la percepción que recibió le indicaba que la casa estaba vacía no obstante avanzó y se acercó a la escalera, subió un par de peldaños.
- ¿Mario?
No recibió contestación alguna y sintió como desaparecía una tensión en la que no había reparado antes. Dejó el bolso sobre uno de los sillones del salón y comprobó el estado de abandono en el que se encontraba la casa, vasos en la mesa baja, suciedad que resaltaba a la luz del día…
Entró en el cuarto de la lavadora y vació la bolsa que llevaba con la ropa usada estos días en el cesto de la colada, no se había sentido cómoda con la idea de lavar su ropa en casa de Doménico, la estancia allí iba a ser lo suficientemente breve como para acumular su ropa en una bolsa y trasladarla a casa; pensaba que eso solo se repetiría una vez mas. Comprobó que yo aún no me había hecho con el control de la casa, el cesto continuaba con la carga de la lavadora que se debería haber puesto el lunes. Reprimió su instintiva intención de dejar puesta la lavadora antes de irse. No, eso le hubiera dado un sello a su visita que de ninguna manera quería dejar.
Recorrió la casa no sin cierta tristeza, la alcoba mostraba las huellas de mi estado de animo: la habitación sin ventilar, la cama deshecha y con las sábanas sin cambiar, en la mesita de noche un vaso de whisky medio vacío ¿desde cuándo bebo en la cama? Comenzó a preocuparse seriamente por mi estado.
Se lavó en el bidet los restos del gel y eso disparó de nuevo las imágenes de la agresión que había sufrido. Una sensación extremadamente desagradable la invadió. Violada, había sido violada, así se sentía pero tenía que apartarlo de su mente, podía hacerlo, no iba a cargar sola con ese peso también. Mientras se secaba respiró profundamente. ¡Fuera!, tenía que olvidarlo de una vez por todas.
¡Otra vez no!, estaba hiperventilando, comenzó a temblar, se dio cuenta de que estaba a punto de perder el control y se asustó. Se llevó las manos al rostro y cerró los ojos, no quería llorar, no quería llorar. Todo se volvió negro.
Serenidad
Cuando volvió a abrir los ojos todo, las imágenes, las sensaciones, el recuerdo, todo había desaparecido.
Entró en la cocina y revisó el cubo de la basura que no había sido vaciado en días y la preocupación se incrementó al ver dos botellas de whisky, ¿qué me estaba sucediendo?
La revisión del frigorífico y del congelador le indicaron que, o bien comía fuera de casa o apenas estaba comiendo.
Recogió los restos que había en la encimera y la limpió un poco, sintiendo como la culpabilidad por lo que estaba haciendo la consumía al ver la situación en la que me encontraba mientras ella vivía una aventura con su amante ajena a la tormenta que cruzaba mi vida.
Se sentó en una de las banquetas; ¿qué podía hacer? Volver a casa sometida por el remordimiento que la causaba la imagen de mi estado solo aplazaría el problema, lo sabía bien; Si quería de verdad solucionar las cosas entre nosotros no debía claudicar a las emociones que ahora le ahogaban la garganta. Teníamos que continuar separados un tiempo; era una separación terapéutica que nos sanaría.
¿Dejar a Doménico y volver a casa de Gloria? ¿Qué cambiaba eso? Una parte de ella le decía que debía hacerlo. Mantener las distancias le ayudaría a reflexionar sobre nosotros, sobre todo lo que había sucedido durante aquel fin de semana y no solo eso, también durante aquel año loco, salvaje, en el que nos habíamos dejado llevar…
¿Nos habíamos dejado llevar?
No, el argumento no era ese. Era ella la que se había dejado llevar. Ella se había dejado llevar por los argumentos irreflexivos de su marido, era ella la que se sentía manipulada, manejada, utilizada.
Se levantó de la banqueta, no era ese el momento ni el lugar para comenzar de nuevo a enredarse con esos pensamientos, se estaba irritando por momentos, la creciente sensación de rencor que la había invadido el Domingo la atenazaba el estómago otra vez. No podía seguir con eso ahora. Salió de la cocina.
Escogió la ropa mas adecuada para el tiempo que calculó que estaría fuera de casa y la ordenó sobre la cama que previamente había estirado. Subió al ático a por el trolley rojo que usábamos para los viajes de corta duración y, de nuevo en la alcoba, dobló y guardó la ropa con cuidado sin conseguir ahuyentar del todo los pensamientos que la crucificaban unas veces y otras la llevaban a buscar soluciones para ayudarme a soportar el trance por el que estaba pasando.
Buscó el pequeño neceser que con las prisas de su salida el domingo olvidó y recogió sus pinturas distribuidas por ambos cuartos de baño, recordó los salvaslip que no había comprado y lo guardó todo en la maleta. Echó un último vistazo a nuestra casa, no eran aún las dos cuando salió de casa, no quiso tentar mas a la suerte, no fuera a ser que me diera por regresar a casa a comer.
La entrada a Madrid fue mas lenta de lo previsto, el atasco a esas horas no es algo a lo que esté acostumbrada y le sirvió para pensar. No se podía imaginar el efecto que todo aquello me había causado, se sentía consternada y muy responsable ¿cómo no había sido capaz de calcular el daño que me iba a causar su marcha?
Aún así sabía que necesitaba mantener esa distancia unos días mas, lo que no tenía tan claro es que hubiera sido una buena idea irse a vivir con Doménico, fue fruto de un momento de pasión que no supo controlar ¡qué estupidez! ¿Iba a ser así en el futuro? ¿Tan poca capacidad de decisión iba tener en su relación con Doménico a partir de ahora?
No, tenía que reconducir esa relación, no podía estar tan subordinada a él, necesitaba recuperar espacio, capacidad de decisión, fuerza. Ella no era así como se había mostrado últimamente, tan… sometida, tan sumisa.
¿O si? ¿Por qué sentía esa emoción desbordándola, haciéndola sucumbir cuando se sometía a sus deseos, cuando caía a sus pies, cuando se comportaba como una puta, como su puta, cuando le decía, soy tuya? ¡Dios, solo de pensarlo ahora mismo se estaba mojando las bragas!
¿Qué le estaba sucediendo? ¿Qué había ocurrido ese fin de semana para que se hubiera transformado de esta manera? Ni siquiera comprobar el drama que estaba viviendo su marido le hacia que se le pasase por la cabeza abandonar la casa de Doménico, esa era la tremenda realidad que llevaba intentando evitar desde que había salido de casa. Sabía que ese era su deber. Volver a casa, hablar conmigo, afrontar juntos lo sucedido y reconciliarnos ahora que todavía podíamos hacerlo. Pero no, no se lo planteaba al menos no por el momento.
Tenía que seguir con el plan previsto, darse un tiempo, pensar, reflexionar por separado. Lo que debía era cuestionarse su estancia en casa de su amante, no era el mejor modo de centrarse en su matrimonio.
¿O si? Si le pedía a Doménico mas espacio, mas soledad seguramente lo entendería, él le había dicho que le importaba que se arreglasen las cosas con Mario
Accionó el mando del garaje y aparcó en la plaza que le había asignado Doménico; no estaba su coche, mejor, quería estar sola; Salió con la maleta y caminó hasta la casa, se sorprendió de lo rápido que se había familiarizado con la zona, con la casa, parecía que llevase toda la vida viviendo allí. Cogió el juego de llaves, cuando iba a abrir salió un vecino que la saludó y le sujetó la puerta mientras entraba y aprovechó para darle un repaso minucioso, En otro momento Carmen le hubiera dedicado una mirada asesina, sin embargo cuando ya subía en el ascensor, se dio cuenta de que se había dejado mirar, incluso cuando se agachó para coger el tirador de la trolley y salvar el pequeño escalón del portal supo que le había dejado vía libre al escote que sin duda se ahuecó; es más, ahora en el ascensor reconoció un puntito de morbo al hacer ese gesto. No había sido consciente de ello en el momento, sin embargo había sucedido.
Nunca antes, jamás en su vida había jugado con el morbo con extraños, lidiar con los mirones es una tarea que toda mujer aprende desde su pubertad y que debe manejar en silencio y con prudencia. ¿Qué había pasado para que en ese momento, por primera vez en su vida, algo que consideraba lucha feminista se hubiera convertido en placer morboso?
Entró en la casa y dejó la maleta en el salón, seguía aturdida por lo que acababa de suceder en el portal, dio unos pasos sin saber bien qué hacía, por fin subió la maleta a la habitación que compartía con Doménico, entró en el cuarto de baño y orinó, todavía conservaba en su cabeza la imagen del vecino, un hombre de unos cuarenta años con el que creía haber coincidido alguna otra vez. Le recordaba sujetando la puerta mientras ella se agachaba para agarrar la pequeña maleta por la única asa, fue entonces cuando su instinto la alertó, el viento la obligaba a controlar el vuelo de la falda y la blusa se había ahuecado, el escote dejaba ver su sujetador sin ninguna duda, solo tuvo que mirar por el rabillo del ojo para comprobar como el vecino alargaba el cuello y lanzaba la mirada, esa mirada torva que tantas veces había tenido que soportar desde que su cuerpo se desarrolló allá por los trece años.
Solo que esta vez, en lugar de provocarle la misma reacción de siempre, - repulsa contenida antes de protegerse desviando y ocultando el foco de atención del mirón -, esta vez, sin saber cómo, sin saber por qué, su cuerpo percibió un cosquilleo, un amago de placer, apenas un esbozo de consentimiento, de complicidad con el mirón que se consumó cuando sus ojos se cruzaron un brevísimo instante en el que ella se delató y él lo supo, - como todos los mirones saben cuando no hay ofensa -, que esa mujer se dejaba. Y pasó de ser catalogada de decente a fácil. ¡Dios, qué le estaba pasando! ¿Por qué, por qué?
Decidió no darle mas vueltas, olvidarlo, apartarlo de su mente.
Callejeó hasta salir a la zona de Princesa. buscó un restaurante, cualquiera le valía para tomar una ensalada y una fruta y se centró de nuevo en lo que suponía era mi estado anímico.
No podía llamarme, aún no, por teléfono no podía solucionar nada y no se encontraba preparada para reunirse conmigo si no era para volver a casa y resolver nuestros problemas.
Tenía que acudir a alguien pero no lograba dar con la persona adecuada; Barajó varios candidatos entre nuestras amistades que descartó de inmediato, este era un asunto para profesionales, empezó a pensar en compañeros de profesión, los mas allegados, aquellos con los que nos unía además lazos de amistad pero tampoco encontró al candidato idóneo como para confiarle un tema tan delicado.
No podía seguir ignorando las miradas directas del vecino de mesa que frente a ella y a su derecha no dejaba de asediarla continuamente desde que había llegado al restaurante. Al principio se había sumido tan profundamente en sus pensamientos que lo ignoró totalmente pero en los últimos diez minutos las miradas eran tan continuas y tan perseverantes que ya no conseguía evitarle. Entrado en la cuarentena sino en los cincuenta, las canas adornaban las sienes y le daban una aire distinguido y él lo sabía, era evidente. Pelo arreglado para ocultar la incipiente calvicie, un ligero sobrepeso que se evidenciaba sobre todo en el rostro algo relleno con una ligera papada, bronceado pero no en exceso, traje caro, camisa bien conjuntada… le imaginó ejecutivo de alto nivel, quizás director comercial… el uso del móvil durante la comida le adjudicó a sus ojos responsabilidades que le mantenían en un nivel de decisión permanente que no obstante no le habían apartado de su continuo asedio. Le recordaba al Vilallonga que veía en las revistas que compraba su madre en los veraneos cuando era una cría.
Un maduro a la caza de la jovencita, pensó y volvió a ignorarle para regresar a su preocupación principal.
Graciela. De pronto se le iluminó una idea ¿por qué no? Habían congeniado muy bien, tenían muchos puntos en común, de alguna manera se parecían bastante y si hablaba con ella y le contaba la situación quizás podría convencerla para que hablase conmigo.
Pros y contras: Tendría buena entrada conmigo, mejor que cualquier otra persona y seguramente yo estaría dispuesto a hablar con ella y a sincerarme, por otra parte Graciela no es psicóloga, tendría que prepararla, entrenarla un poco, decirle como llevar la conversación.
¿Y si no quería? ¿Y si se sentía fuera de lugar? Tampoco tenía tanta confianza con nosotros como para intervenir en un asunto tan intimo; Carmen se recordó haciendo aquellas insinuaciones bajo los efectos del vermut ¡qué vergüenza! No sabia si aquello la invalidaba para hacerle semejante petición.
De nuevo su mirada se cruzó con la del ejecutivo maduro, el galán ligón que, frente a ella, no dejaba de mostrar su cola de pavo real.
Carmen se sorprendió de nuevo. La mujer que paró al ligón aquella mañana que conoció a Doménico estaría ahora mismo lanzando una gélida mirada que paralizaría cualquier nueva intentona de aquel hombre al que ella misma hubiera calificado de viejo verde. Sin embargo esta Carmen, esta nueva mujer que surgía de la hoguera a la que se había lanzado ese fin de semana, esta Carmen herida aquella mañana en la consulta sonreía para sus adentros, se envanecía con la idea de ser el motivo de la excitación de ese hombre maduro que casi podría ser su padre; le halagaba sentirse deseada, las miradas que hace un mes le hubieran resultado incómodas hoy le parecían interesantes, aduladoras, incluso morbosas; ponían un puntito de excitación en un momento de su vida en la que estaba tan necesitada de ahogar la amargura…
Se dio cuenta de que la miraba a la boca cada vez que comía y eso estaba afectando a su forma de masticar, a su manera de mover los labios; sin querer estaba cayendo en lo que yo a veces le decía, “si sigues moviendo así la boca para comer esa simple ensalada no me voy a poder levantar de la mesa” y entonces ella me hace sufrir y pone aun mas erotismo en su manera de masticar y en su mirada y parece estar diciéndome lo que me haría si en lugar estar comiendo una ensalada estuviéramos en la cama.
Jugó el juego, siguió comiendo y dejó que sus ojos viajasen alguna vez a la mesa del vecino y no evitó que su boca insinuase lo que sabe hacer y su mirada remachó su habilidades, luego rompió las comunicaciones abruptamente y su mente volvió a Graciela. Solo había sido un entretenimiento que no tenía intención de desarrollar. No estaba allí para eso, solo había probado el poder de la nueva Carmen y si realmente se atrevía a volar; tenía otras preocupaciones que resolver.
Estaba decidida, pidió un café con leche corto de café y marcó el número de Graciela. El maduro había pagado la cuenta y atendía una llamada de teléfono en actitud de marcharse en cuanto colgase. Sus miradas se cruzaron mientras ella esperaba que Graciela contestase, él se sintió observado y ella… fue un segundo de mas, solo un segundo de mas antes de desviar la mirada, luego…
- ¿Hola?
- Graciela, soy Carmen
- ¡Carmen, qué sorpresa, no te esperaba!
- ¿Te pillo en mal momento?
- No, en absoluto estoy terminando de comer
- Te llamo mejor mas tarde
- No, en realidad estoy acabando el café, dime
- Yo estoy en el café también pero, de verdad, no me importa llamarte en otro momento
- En serio, no tengo ningún prisa, me acaban de dejar sola ahora mismo
Escuchó el ruido ambiente de un restaurante. Con disimulo espió a su mirón, no le quitaba ojo, buceaba por el escote que dejaba ver el comienzo de sus senos y un breve anuncio del fino tejido rosa palo de su sujetador, nada escandaloso salvo que…
Carmen apoyó el brazo con el que sujetaba el móvil sobre la mesa, el antebrazo contrario se deslizó en su busca, descansó sobre la mesa y con los dedos agarró el puño de la manga francesa de la blusa y comenzó a juguetear con ella mientras siguió hablando. El escote se abrió como si fuera la vela de una embarcación batida por la brisa de la mañana. Dos montículos color carne realzados por el rosa del suave tejido se revelaron al cazador que buscaba presa.
- Quería hablar contigo, en realidad quería pedirte un favor
- Si está en mi mano…
- Se trata de Mario, está pasando un momento crítico y… en realidad preferiría tratarlo en persona, si pudieras me gustaría que quedásemos para hablarlo
- ¿Tan serio es?
- Me temo que si
El maduro pilló a Carmen mirándole, la había cazado, le envió una sonrisa que ella no devolvió.
- ¿Y crees que os puedo ayudar?
- Estoy convencida
- Yo tengo la tarde bastante bien hasta la siete, luego tengo un compromiso, ¿tú qué tal?
Carmen recogió el cambio que le acaba de dejar la camarera, se colgó del brazo la chaqueta y el bolso y salió sin volver a mirar al galán que la asediaba, continuó hablando con Graciela en la puerta del restaurante.
- Estupendo, hago una llamada y puedo estar contigo en… media hora, ¿dónde te viene bien?
Se encontrarían una hora mas tarde, Carmen colgó, tenía que pensar una buena excusa para no volver al gabinete…
- ¿Te apetece un segundo café? – Carmen se volvió sorprendida, ahí estaba él.
- ¿Perdona?
En las distancias cortas perdía un poco, algo mas bajo, algo mas grueso, algo mas mayor… pero mantenía el empaque de hombre maduro interesante, entrado en la cincuentena, hombre de mundo sin duda, con carácter, director de algo, ejecutivo, se notaba en su forma de moverse, de mirar, acostumbrado a manejar equipos, a dirigir.
- Apenas nos han dejado disfrutar del café – se acercó como si fuera a contarle una confidencia – tampoco es que fuera una exquisitez, por eso te propongo tomar uno tranquilamente, con los teléfonos silenciados, conozco un lugar aquí cerca donde podemos tomar un café de mejor calidad, vamos – dijo tomándola del brazo sin darle opción.
De nuevo Carmen se dejaba conducir por un hombre sin oponer resistencia, y de nuevo sentía un placer morboso dejándose hacer. Se sintió inquieta, manejada, algo se cruzó en su mente, un recuerdo fugaz de algo ya vivido que no supo reconocer. No dijo nada, guardó el móvil en el bolso notando los dedos que apretaban su brazo y rozaban su costado muy cerca de su pecho y caminó siguiendo la ruta que trazaba para ella el desconocido.
- Por cierto, - dijo deteniéndose - no me he presentado, Gonzalo Armedo
- Carmen
Gonzalo espero un segundo, al ver que no añadía nada más, sonrió, elevó las cejas y dijo
- Carmen…
- Solo Carmen – dijo ella, de pronto se sintió extrañamente serena, incluso fría, como si se estuviese viendo desde fuera de sí misma.
- Encantado Carmen
Se acercó y le dio dos besos que se acercaron peligrosamente a la comisura de sus labios, luego siguieron caminando, en ningún momento había soltado su brazo.
- Y dime, Solo-Carmen, trabajas por aquí, vives en esta zona…
- No, estaba de paso, ¿y tu? No pareces de aquí – tenía un fuerte acento vasco
- No estoy de visita por negocios
Llegaron al café, se fueron a sentar cerca de la cristalera cercana a la puerta.
- Vámonos mas adentro – pidió Carmen – Gonzalo dirigió una mirada a su mano, ella captó la mirada: su anillo.
- ¿Buscas mas intimidad o es que tienes frío?
- Ambas cosas – dijo mientras se dirigían al interior del local
- No te gustan los encuentros incómodos – le miró a los ojos, vivía aquello con una sensación de irrealidad que lejos de alterarla le resultaba tranquilizadora.
- Ni las explicaciones innecesarias
- A mi tampoco
- Casada, por lo que veo – dijo señalando su alianza, Carmen sintió como ese leve temblor que la acompañaba desde el inicio se hacía mas intenso. Era el momento de declararse infiel.
- Si, casada, ¿tú también?
- Si - exhaló un suspiro algo exagerado con el que pretendía darle pie, Carmen cogió la indirecta.
- No pareces muy contento – Gonzalo sobreactuaba, la miró con ojos de cordero degollado, Carmen se preparó para la actuación
- Ya sabes, los hijos crecen, empiezan a vivir por libre, y la pareja se resiente, las cosas ya no son como eran, mi mujer parece vivir en otra época, es como si se hubiera quedado anclada en su papel de madre y ahora que se han ido no lo ha superado, no se ve como mujer, como pareja… – agachó la cabeza parecía abatido.
- Entiendo
El nubarrón pareció pasar tan rápido como vino, volvía a ser el ligón de antes.
- ¿Y tú, como te va en tu matrimonio, tienes niños?
- Perfectamente, nos entendemos de maravilla y no, no hemos tenido niños ni están en nuestros planes
- ¡Vaya, así te conservas, pareces una chavala de veintipocos! – sus ojos recorrieron su cuerpo con detenimiento
- No exageres – Carmen se dejó mirar, sintió un destello de placer, sentía sus ojos recorrer sus pechos, y no hizo nada por evitarlo, él entendió que no había puesto objeción e insistió en el tema
- Es que los embarazos se notan sobre todo en los pechos – dijo volviendo a fijar los ojos en su escote– por mucho que luego los cuides, se nota cuando una mujer ha dado de mamar y tú, está claro que no lo has hecho, ¡bueno, quiero decir a un bebé! – le guiñó un ojo y le apretó el brazo y ya no se lo soltó. Carmen respondió con una sonrisa cómplice y aprovechó para tomar la taza y soltarse de su mano.
Estaba excitada, nadie la había hablado así, de una manera tan directamente sexual, las miradas a sus pechos sin ningún tipo de ocultación, las referencias sexuales, jamás había sido tratada de esa forma y se sentía… libre, asediada si pero no ofendida. Deseada, se sentía muy mujer, mucho mas mujer de lo que se había sentido jamás. Tenía curiosidad por saber hasta donde podía llegar aquel juego.
- No me has dicho de donde eres – Carmen cruzó las piernas y se dejó mirar, la falda se había deslizado excesivamente dejando gran parte de sus muslos al descubierto pero no hizo nada por corregirlo, quizás luego, mas tarde.
- De Bilbao ¿lo conoces?
- Si, vamos de vez en cuando, tenemos amigos allí
- Pues a ver si cuando vayáis por allí nos vemos – Carmen no contestó a eso.
Siguieron charlando, las alusiones a temas eróticos eran constantes y ella no le ponía freno porque en ningún momento rozaron el mal gusto. Supo que se dedicaba al sector de las nuevas tecnologías y que estaba cerrando un importante acuerdo con una multinacional de cara al euro, se sentía un ganador acostumbrado a triunfar, a hacer valer su postura, a decir la ultima palabra, en aquella mesa estaba intentando llevarse esa jugada. Y Carmen se sentía seducida por un perfil de hombre que jamás le había interesado, podía ser su padre, físicamente no le podía atraer sin embargo se dejaba galantear, ¿por qué permitía que ese hombre la cortejase, qué encontraba de morboso en que ese hombre nada atractivo la mirase a los pechos con evidente deseo de ir más allá? No había hecho ningún gesto por frenar esas miradas y con ello estaba dando pie a que intentase mas.
- Así que todo va bien, no tienes quejas en tu matrimonio?
- ¿Por qué todos los hombres pensáis que cuando una mujer casada os da un poco de conversación eso significa que está insatisfecha? – respondió inclinándose sobre la mesa, sabía el efecto que iba a causar sobre Gonzalo, no había abrochado el botón de la blusa que se le abrió en el restaurante e inmediatamente vio como los ojos de su acompañante aterrizaban entre sus pechos, una punzada de placer nació en su vientre.
- No he dicho tal cosa, la que ha hablado de insatisfacción has sido tu, quien dice quejas dice… necesidades… ampliar de horizontes
- Ampliar horizontes, ya te veo yo a ti, ¿es eso lo que haces tú cuando vienes de negocios a Madrid? – Carmen descruzó las piernas y las volvió a cruzar en sentido contrario sin dejar de mirarle a los ojos, él siguió el movimiento de sus piernas y la descubrió mirándole.
- Perdona ¿qué decías? Me distraje un momento
- Ya, ya lo vi - le respondió con una de esas sonrisas que desarman, Carmen jugaba con él a sabiendas de su poder de seducción - decía que si eso es lo que haces cuando vienes a Madrid en viaje de negocios, ampliar horizontes
- También, sobre todo si tengo la suerte de conocer mujeres tan excepcionales como tú
- No me conoces ¿qué te hace pensar que soy excepcional?
- Eres una mujer inteligente, culta, hermosa, te cuidas, tienes mucho estilo, estoy seguro que te mueves bien en determinados ambientes… – Carmen separó su mano y le hizo callar con un gesto
- Vale, vale, vale, eres un adulador consumado, no sigas – dijo sonriéndole
- Te lo digo en serio Carmen, no tengo por qué adularte, por mi profesión me muevo en ambientes de cierto nivel y conozco mujeres…
- Y yo, por mi profesión y por los ambientes académicos en los que se mueve mi marido, no necesito que me expliques mas
- Perdona si te he ofendido, no era mi intención – Carmen hizo un gesto dando por zanjado el asunto
- Cuéntame mas cosas de ti
Le dejó hablar, de sus empresa, de sus negocios, fue fácil excitar su vanidad mientras tanto sintió como sus ojos no evitaban hacer incursiones a sus pechos, a sus caderas, a sus piernas cruzadas que mostraban mas de lo que debían. Y ella se dejaba mirar por aquel hombre maduro que unos meses atrás no habría excitado su morbo y hoy sin embargo movía su interés de una manera insospechada, le provocaba una especie de desfallecimiento que jamás había sentido. Nunca pensó que podría sentir aquella excitación por el hecho despertar la lujuria de un hombre mayor, mucho mayor que ella, un hombre que podría ser su padre.
En mitad de la conversación Gonzalo cogió los dedos de la mano que Carmen había dejado distraídamente sobre la mesa, comenzó a juguetear con ellos y ya no los soltó, ella se dejo hacer, incluso cuando arrastró sus dedos entrelazados mas allá de la mesa y los posó sobre sus piernas cruzadas se limitó a lanzarle una mirada reprobatoria que el neutralizó con una sonrisa. Se sentía excitada por aquel cosquilleo sobre sus muslos, extrañamente excitada permitiendo que aquel nombre traspasase barreras que jamás habían sido traspasadas. Le miró incapaz de detener aquella aventura que no sabía a donde la conducía, dominada por ese ahogo que le impedía poner coto a los avances que se estaba tomando.
Miró el reloj.
- ¿Tienes prisa? – dijo al advertir su gesto
- Si, he quedado dentro de media hora
- Lástima, pensaba invitarte a tomar una copa y continuar charlando
- Lo siento, es algo inaplazable
- ¿Y después? – Carmen hizo un gesto de disculpa
- No, después no
- Tu marido, supongo – Carmen le miró. Otra decisión, otro momento para declararse fácil, asequible. Era el mismo juego que había jugado en Sevilla, pero esta vez jugaba sola, sin red.
- No, he quedado con un amigo – los ojos de Gonzalo brillaron, los dedos que jugueteaban con los suyos se volcaron boca arriba y comenzaron a acariciar su muslo, el roce del vello de la mano de Gonzalo erizó la piel de Carmen
- ¿Muy… amigo? – Carmen sonrió, el cosquilleo de la caricia se extendía como el fuego por su muslo y alcanzó su sexo.
- Eso no te lo voy a decir
- ¿Llegarás muy tarde o tengo posibilidad de tomar la última contigo esta noche?
Carmen dudó, era un juego morboso, ese roce que debía detener la situaba en el límite de la decencia, ese temblor que sentía la excitaba, le hacia sentir viva
- Si solo es una copa…
- Te lo prometo – la expresión de ansiedad del cazador apareció en el rostro de Gonzalo, sacó una tarjeta de su cartera y se la pasó a Carmen que la guardó en su bolso
- No te prometo nada
- De acuerdo – una palmada en su muslo, cerca de la rodilla, que finalizó con un breve apretón selló el acuerdo. Carmen no hizo nada por evitarlo.
Salieron a la calle
- Estaré en Madrid hasta el viernes por la noche, si acaso no puedes tomarte esa ultima copa esta noche quizás podamos tomárnosla antes del viernes
- Quizás
Se acercaron y se besaron, de nuevo demasiado cerca de las comisuras, la mano en la cadera, muy baja, demasiado baja, los cuerpos demasiado cerca, las miradas demasiado intensas.
¿Qué estoy haciendo? pensó, la intensidad con que el corazón le latía, el rubor que caldeaba su rostro, esa sensación que recorría la piel de todo su cuerpo… Era hora de volver a la realidad, Graciela la esperaba dentro de veinte minutos.
Fundido en negro, su mente se vació en un segundo y se recuperó con la principal preocupación de su vida, reconstruir su matrimonio, contribuir a rehacer el maltrecho estado en el que se encontraba su marido.
…..
- No acabo de entender lo que quieres de mi, Carmen, lo que me acabas de contar es… entiendo que ambos estéis conmocionados, yo lo estaría por mucho que ya hayáis tenido experiencias de ese tipo – Graciela la miró, parecía estar evaluándola – pero lo que me has contado supera en mucho cualquier cosa que me pudiera haber imaginado de vosotros
A Carmen le había costado empezar a contarle el motivo de aquella cita, comenzó por decirle que estaban pasando un momento complicado que les había llevado a tomar la difícil decisión de tomarse un tiempo para reflexionar por separado. Eso le había provocado a Mario una crisis emocional muy seria para la que le pedía su ayuda. El problema vino cuando le tuvo que exponer los motivos que les habían llevado a tomar la decisión de separarse temporalmente. El relato de su atípica vida sexual y la aventura vivida aquel viernes fue un trago difícil de afrontar para Carmen pero lo superó con entereza, sabía que era necesario para contar con el apoyo de Graciela.
- Yo no puedo en estas condiciones ayudarle, no puedo volver a casa y ser la persona que le de soporte, no sin haber resuelto antes los temas que tenemos abiertos ¿entiendes? He pensado en multitud de personas, amigos, compañeros de profesión y ninguno reúnen todas las características adecuadas
- ¿Y yo si, por qué? Apenas nos conocemos
- Graciela, tu y yo somos muy parecidas y creo que entendemos a Mario de la misma manera, por otra parte él siente por ti… algo, no se exactamente qué, pero por lo menos tiene la suficiente confianza en ti como para aceptar hablar contigo y abrirse a ti
- Pero… yo no se qué tipo de consejo puedo darle para lo que os está sucediendo, ¡esto me supera, por Dios!
- Claro, no te preocupes, yo te prepararé sobre lo que debes…
- Espera, espera, aun no he dicho que lo vaya a hacer – Graciela se llevó una mano a la frente, estaba agobiada, miró a Carmen - ¿Qué quieres de mí Carmen?
Carmen la miró, no acababa de entender el sentido de su pregunta
- No lo sé, de verdad Graciela, no lo sé, solo sé que me duele lo mal que lo debe de estar pasando, por eso te pido ayuda
- ¿Sabes una cosa? No quisiera sentirme utilizada, mi temor ahora es que cuando os arregléis me quede arrinconada a un lado
Carmen la miró asombrada, Graciela tenia los ojos brillantes por la emoción, ¿qué estaba ocurriendo? ¿Qué se le estaba escapando? Graciela captó la falta de entendimiento de Carmen y prosiguió
- Mario se aproximó a mi en un momento de mi vida un tanto delicado, no me engañó, no ocultó que estaba casado contigo, al contrario, al día siguiente te conocí y me pareciste una persona increíble, pero antes, la noche antes, tu marido me había dicho con esos ojos sinceros que tiene, con esa voz tan sugerente que le encantaría hacerme el amor y que tu serías la primera persona que lo sabría. Me dejó impactada, no me proponía consumar una infidelidad a espaldas tuya no, no me planteaba un polvo a escondidas, era algo… mágico, algo… bello, dicho con esos ojos preciosos, con esa boca sonriente, “te quiero hacer el amor y mi mujer será la primera en saberlo” ¡Dios fue… hermoso! ¿cómo no iba a acudir al día siguiente al vermut?
- Y luego te conocí y me sedujo tu forma de ser y te hiciste mi amiga desde el primer instante y vi la complicidad que hay entre vosotros dos, como os miráis, como jugáis con la sonrisa, con los ojos, como le miras cuando está conmigo, cuando está con otras mujeres y como te mira él cuando charlas con otros hombres… Puedo imaginar lo que fue ese viernes,. Si lo imagino…
No, no lo podía imaginar, pensó Carmen. Graciela hizo un pausa, ambas bebieron para llenar esa brecha en la que se estudiaron con la mirada
- Y luego, salimos de allí, los tres juntos y continuó el juego de seducción, esta vez los dos, y yo temí y deseé que me propusierais algo, no sé cualquier cosa, sin embargo no, todo quedó en una velada promesa que además partió de ti. Y yo, que jamás me he planteado nada con una mujer, Carmen, te juro que aquel sábado, cargada de vermut y de… no sé, sería morbo, ¡que sé yo!, - se detuvo, la miró a los ojos – os hubiera seguido, te hubiera dicho que si, adelante. Pero no, todo quedó en promesas, posibilidades, un quizás…
Graciela bebió de nuevo, quizás para bajar las emociones que se reflejaban en su rostro, quizás para ordenar sus ideas, la miró fugazmente calibrando el efecto de sus palabras.
- Luego, hemos hablado por teléfono, nos hemos visto algún otro sábado y… entiéndeme Carmen, he esperado, no se, alguna señal, algo por vuestra parte, ¿qué pasó? ¿fue un juego, he sido una pieza en algo que no entiendo y que ya habéis culminado? Si es así, de verdad, es muy cruel, si no lo es no entiendo vuestros tiempos y resulta doloroso y quizás cuando llegue vuestro momento puede que haya pasado el de la otra persona, aunque quizás ya os haya sucedido antes
Bajó la mirada, Carmen se sintió abatida ante la inesperada revelación de Graciela.
- Por eso te decía que si ahora me pides ayuda no quisiera volver a sentirme utilizada, mi temor ahora es que cuando os arregléis me quede arrinconada a un lado
Carmen estaba conmocionada por lo que acababa de escuchar, recordaba aquel primer encuentro con Graciela pero revivirlo desde su punto de vista le daba una nueva perspectiva, no imaginaba que aquel juego morboso con Graciela hubiera calado tan hondo en ella.
- No podía imaginar…
- Lo sé, por eso te lo he querido contar
Carmen suspiró profundamente, no tenia derecho a pedirle lo que le estaba pidiendo, sin querer le habían hecho daño, habían actuado de una manera egoísta con ella.
- No debería haberte llamado, es que no sabía a quien acudir, perdóname, lo siento
Se levantó pero Graciela la detiene.
- No he dicho que no vaya a hacerlo, Mario me importa y tú también, solo te estoy pidiendo que luego no me tiréis a un lado, no sabes lo que cuesta adaptarse a la soledad brusca, a esa soledad que llega sin explicación, sin esperártela, sin que puedas prepararte para asumirla
- ¡Oh Graciela!
Fue en ese momento cuando Carmen se dio cuenta del daño que le habíamos causado, el duelo, aun no asumido del todo se revive por nuestra culpa, una amistad recién iniciada con visos eróticos sugeridos que se interrumpen bruscamente sin mas explicación. Carmen se sentó a su lado y se abrazó a ella; Graciela en un primer momento se sintió tensa pero se abandonó al sincero abrazo y al percibir la emoción en su amiga se dejó contagiar por ella.
A las nueve de la noche salieron de allí habiendo trazado un plan de acción para afrontar la entrevista conmigo, si es que al final yo accedía a ver a Graciela. El abrazo con el que las dos mujeres se despidieron fue intenso. La mirada que se cruzaron fue una promesa de un dialogo mas profundo en otro momento, cuando las aguas volvieran a su cauce.
- Gracias – dijo totalmente emocionada Carmen
- Todavía no he hecho nada
- Por contarme todo lo que me has contado, gracias – la volvió a abrazar y la besó – deberíamos haber hablado mucho antes
- ¿Sabes que estuve tentada de llamarte en mas de una ocasión? – dijo mientras seguían cogidas de las manos
- ¿Y por qué no lo hiciste?
Graciela dudó, miró hacia un lado pensando
- Era el ligue de tu marido, cuando pasan los días resurgen las normas, se vuelve a ver todo mas gris
- Nunca te he visto como un peligro sino como una compañera
Graciela la abraza.
- Tenemos que volver a hablar, tu y yo – Graciela la mira, intenta entender qué hay en el fondo de esa frase de Carmen
- Si, creo que si
Carmen camina hacia el metro, continua pensando en lo que han hablado. Cuando llega la boca del metro se detiene, instintivamente pensó en tomar la ruta a casa, la pena le arrasa el corazón.
Duda, no sabe qué hacer, no ha hablado en todo el día con Doménico, seguramente no estará todavía en casa. La soledad la domina, el recuerdo de la desagradable escena con Ramiro la asalta de nuevo, no quiere pensar, quiere echar de su cabeza esas imágenes, tendida en la camilla, sometida, esos dedos que hurgan en su cuerpo. Camina sin rumbo huyendo de ese recuerdo que la espanta. ¿Cómo pudo hacerle eso? Mira a los lados sin saber qué hacer, a dónde ir.
Se detiene. Su respiración agitada le asusta mas que las escenas que intenta borrar de su cabeza con poco éxito. Sabe lo que puede pasarle. Está sola, se siente sola. Una inmensa angustia que nace en su pecho asciende hacia su garganta y teme que si no lo controla vaya a ponerse a gritar en medio de la calle.. Respira, no puede perder el control, respira, respira, el ruido del tráfico la agobia.
Cierra los ojos, tiene que controlar lo que le está sucediendo. Todo se vuelve negro.
…..
Las luces de los edificios parecen mas brillantes, mas limpias, es como si el aire de Madrid se hubiera vuelto mas respirable. Se siente mas ágil, mas segura. Mira al frente.
Abre el bolso, busca, en algún lugar debe estar… encuentra la tarjeta, toma el móvil, marca.
- ¿Si, dígame?
- Gonzalo, soy Carmen