Diario de un Consentidor (74) - Ausencia

Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor

Ausencia

Durante un solo segundo, al abrir los ojos, tuve una sensación de normalidad.

Luego… la lengua, acre, desagradable; inmediatamente un pinchazo en la sien, una tremenda presión en la cabeza que me devolvió a mi miserable realidad.

Me llevé las manos a la frente, no puede ser, ¡Oh no, no puede ser verdad!

Con los brazos rodeando mi cabeza, apretando las cuencas de los ojos para no ver, para no estar en el mundo, recuerdo las ultimas imágenes de mi niña saliendo de mi vida, haciendo la maleta, dejando nuestro hogar.

¡Qué equivocación! Me he jugado mi vida y la he perdido, porque Carmen lo es todo, lo es todo para mi; sin ella… sin ella mi vida carece de sentido.

Me incorporé de un salto. Sentado en la cama lo supe, por primera vez entendí claramente lo que supone no tener nada por delante y temerle, tener un miedo absoluto al futuro que me podía esperar sin ella.

Y de pronto.

El vacío. El vacío existencial. Durante unos minutos mis ojos parecieron mirar mas allá de la habitación, mas allá de mi casa. Mi mente no producía palabras, tampoco capté sensaciones. Era el vacío más absoluto. Ni siquiera dolor, ni siquiera angustia por lo que habría de venir.

Entendí de golpe, de una vez por todas lo que no había entendido jamás, por mucho que había estudiado, leído y me había enfrentado a ello.

El suicidio.

El suicidio no es una enajenación mental como siempre pensé, no. Ahora lo sabía. Es la decisión lúcida y consecuente de alguien que no tiene ya nada más que perder y que, por tanto, no desea seguir sufriendo. ¿Para qué? Ahora comprendía la mirada vacía de Julián, de Adela, de José Antonio, de todos aquellos suicidas frustrados a los que, desde mi perspectiva teórica, les había intentado convencer de lo absurdo de su intento, de que a pesar de todo merecía la pena vivir, que se tenían que dar una oportunidad.

Y claro, ellos me escuchaban mudos y yo no entendía esa mirada hueca; “mirada vacía” decía yo, y su silencio ante mis palabras a veces me exasperaba. “No sabes de lo que estás hablando” me llegó a decir una vez Adela, bipolar, 36 años, “Tus palabras me hacen mas daño, me hacen sentir mas aislada, todavía, mas diferente”. Y yo, claro, no la escuché o no quise escucharla.

Ahora si, ahora reedité todas esas miradas que guardaba en mi memoria, repetí las frases que les había dirigido a lo largo de aquellas sesiones de terapia que habíamos seguido tantas y tantas veces y… me sentí tan ridículo, tan absurdo, tan insensible.

No, no sabía de lo que les estaba hablando, tenía razón Adela; ahora comprendía por qué me miraban con esa expresión de incredulidad, como si les hablase en chino, lo que no entendía es como no se habían echado a reír a carcajadas en mi puta cara.

Entré en la ducha. Agua fría, helada hasta doler.

Me preparé un café que me quemó la garganta, ¡Dios como me dolía! Recordé mis aullidos la noche anterior. Tragué saliva, apenas podía. Es igual. Miré el reloj, las diez menos cuarto, debía llamar al gabinete, aquella mañana me esperaban para una importante reunión a la que ya no llegaba.

-        ¿Mario, eres tú? -  la voz de mi socio sonó preocupada al reconocer mi número y no escucharme

-        Si… no puedo hablar – conseguí  balbucear con voz ronca

-        ¿Estás bien? Que tontería ya veo que no

-        No, no puedo…

-        Déjalo, no te fuerces, ya hablaremos cuando puedas. Te dije el viernes que te fueras a casa pero eres un cabezota joder, menos mal que tienes a Carmen para cuidarte

-        Si, menos mal – dije con los ojos arrasados en lagrimas

-        Venga, cuídate, ya nos hacemos cargo de tus asuntos y si necesitas algo dile a Carmen que me llame

Si tú supieras… una inmensa nausea me  nubló la vista y me hizo correr hacia el baño, casi no me dio tiempo a levantar la tapa ¡Joder, como pudo salir tanta basura de mi cuerpo! Con papel higiénico limpié la taza de las salpicaduras y entonces lo vi. Allí sobre el lavabo, encontré el rímel de Carmen. Se lo ha olvidado ¿tendrá mas? El corazón se me encogió al recordarla inclinada frente el espejo pintándose los ojos con la boca entreabierta y el culo respingón, “¡no me toques!” me advierte sabedora de que, como se descuide, le voy a dar un azote y le puedo estropear su trabajo en el ojo.

Me muero, me muero sin ella, la casa se me viene encima como ya presagió cuando rechazó mi ofrecimiento de quedarse e irme yo. Cada rincón tiene sabor a ella, hay un recuerdo suyo en cada esquina.

Cada vez que veo tu fotografía

descubro algo nuevo

que antes no veía.

y me hace sentir

lo que nunca creí.

¡Mierda! No podía sonar otra canción en la radio del vecino que se cuela por la ventana del patio, tenía que ser precisamente ésta. La de veces que la habremos tarareado mirándonos a los ojos, porque esa letra parece escrita para nosotros. La garganta, que ya es una llaga, se me cierra.

Siempre te he mirado indiferente

eras tan solo un amigo y, de repente,

lo eres todo,

todo para mí.

Mi principio y fin.

Ya es mediodía. Llevo toda la mañana con esa canción metida en la cabeza y por mucho que lo intento, no recuerdo donde puede estar, he registrado todos los cajones de la casa y nada, necesito encontrarla, sé que está en un CD que compramos un verano hace mucho tiempo. ¡Joder, dónde coño está!

Mi norte, mi guía, mi perdición,

mi acierto y mi suerte,

mi equivocación.

Eres mi muerte y mi resurrección.

Eres mi aliento y mi agonía,

de noche y de día.

Tiro la botella de whisky a la basura y empiezo una nueva; abro una lata de atún, saco unos pimientos de piquillo y apenas los pruebo, tengo el estómago cerrado, será por la vomitona de esta mañana. Me dejo caer en el sofá y sigo tarareando ¿dónde coño estará el CD?

Dame tu alegría, tu buen humor,

dame tu melancolía, tu pena y dolor,

dame tu aroma, dame tu sabor.

Dame tu mundo interior.

Lo es todo para mi, me sacó de mi soledad, de mi muerte en vida, me resucitó, me dio su alegría, me contagió su juventud, me hizo otro. Si, es mi norte y mi guía. Coño, cómo lo canta esa mujer. Qué sensibilidad tiene Luz, por cierto voy a encender la luz porque se ha hecho de noche ¿dónde he dejado la botella? ¡Ah si, en al ático! Lo mismo está arriba el CD, voy a ver,

-        ¡ Joder, aquí estaba el puto CD de los cojones!  Y yo buscándolo como un gilipollas todo el puto día.

Estás hablando solo, joder, das pena.

Dame tu sonrisa y tu calor,

dame la muerte y la vida

Tu frío y tu ardor,

dame tu calma,

dame tu furor.

Dame tu oculto rencor.

No puedes seguir así Mario, no puedes dejarte llevar de la pena ¿a dónde te conduce esto eh? estás hecho una mierda ¡mírate! Si te viera Carmen…

-        No sé… no sé… mañana… mañana ya veré que hago, hoy no tengo ganas de pensar, solo quiero volver a escucharla otra vez, ¡Tócala otra vez Sam!  ¡A tu salud, Sam!

¿Te estás riendo, estás hecho una pena y te estás riendo? ¡qué gilipollas!

Mi norte y mi guía,

mi perdición.

Mi acierto y mi suerte,

mi equivocación.

Eres mi muerte y resurrección.

Eres mi aliento y mi agonía

de noche y de día.

…..

-        Qué mar… marav… maravilla de canción, joder que borrachera tengo ¡A la mierda, a la mierda todo el mundo, me importa una mierda….

Mi norte y mi guía,

mi perdición.

Mi acierto y mi suerte,

mi equivocación.

Eres mi muerte y resurrección.

Eres mi aliento y mi agonía

de noche y de día.

Joder, es una putada si, es como el jodido cilicio clavado en el muslo del monje, como el látigo en la espalda de los nazarenos, ¡absurdo, una gilipollez! Pero es mi gilipollez y hoy me apetece joderme vivo escuchando esta canción. ¿Se me ha acabado el whisky? Ah no, todavía queda un poco en la botella.

-        Eres mi aliento y mi agonía… ¡Joder Carmen dónde estás, eres mi agonía! Coño, se me ha acabado el whisky…  ¡ah no! tengo otra botella abajo…

-        ¡Joder la puta escalera, que hostia me he metido! Coño, el pie, no me puedo levantar, ¡joder como me duele el hombro!

-        ¡Que mierda de vida!

Te lo pido por favor

Que me des tu compañía

De noche y de día…

…Lo eres todo….

-        ¡Te quieres callar joder! ¡Calla de una puta vez hostias! ¡Cállate!

……

-        ¿Qué hora es? ¡Joder, no puede ser, esto no puede ser! Tengo que reaccionar

Intenté levantarme, fue cuando descubrí que al caer por las escaleras me había hecho mas daño del que en principio creía. Estaba tirado contra la esquina en mitad de la escalera, a media altura. Tenia un dolor sordo en la parte posterior del cráneo en el área occipital. Intenté llevar el brazo izquierdo hacia la zona que me dolía pero el hombro disparó un dolor atroz al moverlo. Me detuve en seco y decidí hacer un inventario de daños. El brazo derecho parecía sano salvo un dolor agudo en el codo con el que me apuntalaba contra uno de los escalones de la escalera. Moví la mano y descubrí lesiones menores en los dedos que se manifestaban al flexionarlos, la mano izquierda apenas me molestaba, ¡bien!

Las caderas no me darían información mientras no las intentase mover pero eso no sería hasta que no repasase el resto de miembros. La pierna izquierda me dolía pero nada importante salvo el tobillo que al intentar moverlo me hizo ver las estrellas. Ya me iba haciendo una composición de lugar. Mi pierna derecha parecía estar en mejor estado.

Con estos datos intente componer un esquema de lo que podía hacer para levantarme. De algún lugar de mi anatomía había brotado sangre, al menos mi mano derecha lo corroboraba, ya tendría tiempo de averiguarlo. Comencé a tomar puntos de apoyo con las partes menos dañadas de mis extremidades, aguanté como pude el dolor y conseguí agarrarme al pasamanos de la escalera. Estaba de pie aunque no erguido, debía tener un aspecto lamentable y cuando conseguí la verticalidad mi estómago amenazó con vaciarse allí mismo. Como pude conseguí retener todo el alcohol que irresponsablemente había ingerido durante el día anterior, ¿Qué hora sería? Las tres o las cuatro de la madrugada sin duda. ¡Imbécil! Me bastaba girar el cuello y vería el reloj de la cocina… ¡cómo si fuese tan sencillo girar el cuello en mi estado! Debería tener paciencia. Poco a poco logré alcanzar una silla y apoyé una mano en el respaldo olvidando que mi hombro no me respondía, la silla falló y faltó poco para que cayera al suelo, el dolor que me provocó el reflejo para mantenerme en pie me congeló todo el cuerpo. El esfuerzo por mantenerme en pie me había dado el giro necesario para conseguir ver el reloj, la una de la madrugada, menos de lo que había estimado.

Arrastrando, buscando puntos de apoyo insospechados, adaptándome a mi incapacidad, conseguí llegar al cuarto de baño. ¡Dios, estaba hecho una pena! La cabeza me latía no solo por el enorme hematoma que palpé en la base posterior del cráneo sino como consecuencia de la desproporcionada ingesta de alcohol.

Me lavé la cara con agua fría. No pude terminar, volcado en el lavabo vomite todo el alcohol, sufriendo en las lesiones los espasmos de las arcadas mientras pensaba, “Jódete, te lo mereces por irresponsable”

Dolorido, humillado ante mí mismo por haberme dejado llevar por el descontrol, triste, con una pena inmensa que me traspasaba, comencé a curarme la herida de la ceja. Después de darme una ducha me vendé el tobillo, traté de componer mi hombro… pero lo que tenia mas dañado de mi, eso no tenía forma de curarlo.

Eran las dos y media de la madrugada cuando tome una decisión. Se habían acabado las lamentaciones y las borracheras. No era ese el camino por el que recuperaría a Carmen, si ella se había tomado un tiempo para reflexionar sobre lo que había sucedido durante el fin de semana yo no podía perder el tiempo y degenerar. Debía aprovechar ese lapso y no malgastarlo, ¿qué hicimos mal y qué no debimos hacer? ¿qué debíamos hacer de aquí en adelante? Iba a luchar por ella, por nosotros, ese era mi plan.

Me acosté, tenía que descansar, mañana volvería a mi vida diaria, tenía que reintegrarme al gabinete.