Diario de un Consentidor (66)
Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor
Carmen cerró la puerta del baño y apoyó la espalda en ella. Todavía conservaba en su retina la imagen de Doménico encorvado sobre la mesita de noche manejando la droga. Había sentido auténtico pavor; en un segundo recordó a su amigo Manolo y revivió en imágenes todas las fases de su degradación, desde la carita de niño bueno que tenía cuando ambos iban al instituto hasta el rostro demacrado, consumido, gris que le vio pocos meses antes de su fallecimiento. Le había visto fumar y no le dio importancia, mas tarde le vio esnifar. Se separaron, comenzó a tener otras amistades. Nunca le vio pincharse pero supo de su deriva, alguna vez le llegó a ver de lejos, no parecía él. Y ahora, no podía ser que esta noche estuviese viviendo de nuevo aquello.
Le zumbaba la cabeza, abrió el grifo y se refrescó la cara. Sintió la∫ espesa humedad que comenzaba a deslizarse por sus muslos y se sentó en el bidet para lavarse. Su sexo reaccionó al contacto de su mano. Hinchado, todavía dilatado por las sucesivas penetraciones y extremadamente sensible al mas mínimo roce. Intentó sin éxito ahuyentar las imágenes que asaltaban su mente y en las que el cuerpo desnudo de Doménico se le representaba sobre ella en el momento de poseerla. Fue como si cada sensación vivida momentos antes volviera a dominarla. Ante sus ojos, grande, hermosa, arrogante, creyó ver de nuevo la verga vibrante del italiano y su tacto suave y turgente se le hizo presente, casi real en sus dedos. Se levantó del bidet buscando la toalla que utilizó al salir de la bañera y se refugió en sus pensamientos de reproche como válvula de escape.
Y yo, ¿cómo era posible que yo, con lo que había vivido, con los casos que habíamos compartido en clínica hubiera caído en eso? Se sintió decepcionada, engañada. De pronto fue como si todos aquellos años de convivencia se desmoronasen y le mostraran a un extraño que la hubiera estado engañando. Comprendió lo que debían sentir las mujeres que se enfrentaban a una infidelidad.
Mientras se secaba recordó cuánto se había sorprendido ante la erección tan extraña que vio cuando me desnudé al comienzo de la noche; mi verga estaba sorprendentemente erecta, casi vertical, como nunca la había tenido; el glande más hinchado que de costumbre, amoratado, tumefacto, tanto que casi se asustó, era como si sufriera un acceso de priapismo; y luego, cuando la penetré, la sensación que tuvo fue extraña, apenas me reconocía, como si no fuese yo el que estaba dentro de ella, mucho mas gruesa, mas dura, además la erección no se redujo al eyacular. Las cosas se sucedieron tan rápido que no tuvo tiempo para pensar sobre aquello, para preguntarme.
Había sido muy diferente a lo que esperaba cuando salimos del pub. Estaba preocupada, había habido demasiado alcohol y temía que la reacción en la cama no fuera la mejor. Recordó que cuando yo hice aquel desagradable comentario sobre si ella había tomado suficientes copas estuvo a punto de devolvérmelo incluso mas envenenado, pero se contuvo. Se había dado perfecta cuenta de que Doménico bebía menos pero no le pareció correcto decirme nada ¿cómo me había atrevido a llamarle a ella la atención?
¿Así que era eso?, pensó mientras comprobaba si las bragas se habían secado del todo, ¿ese era el motivo por el que había claudicado y me había metido esa mierda?. Estaba furiosa y al mismo tiempo, entendía la frustración que debí sentir al notarme noqueado por el alcohol; ¡pero qué coño, ya no era un crío! ¿por qué no me había controlado?
Carmen se puso las bragas convencida de que se había acabado la noche. Ahora lo entendía todo. Por un momento se intentó poner en mi lugar, se hizo una esquema mental en el que se propuso situarnos a los tres. Empezó por describirse a ella misma. Se miró al espejo y, aunque no verbalizó lo que vio no le dejó ninguna duda; treinta y un años, una mujer joven, alta, esbelta, (y, lo diré yo, hermosa e irresistiblemente seductora aunque ella no haga nada por serlo, lo cual la hace aun mas seductora). Por otra parte yo, el marido, cuarenta y cuatro años, bien conservado gracias al gimnasio al que la aficioné cuando nos conocimos. Al principio se notaban menos los trece años de diferencia que nos llevamos pero cada vez se van haciendo mas evidentes. Conservo el pelo aunque las canas van ganando terreno y desde luego no hago nada por ocultarlas. Antes éramos un matrimonio en el que la edad apenas contaba, ahora se nos podría calificar de la típica pareja compuesta de maduro y jovencita, sobre todo porque ella aparenta tener tres o cuatro años menos.
Y el tercero, el amante. Carmen no le ha preguntado la edad pero recuerda una conversación sobre la universidad y rectifica su primer cálculo, debe rondar los treinta y tres o treinta y cuatro años. Tiene un buen cuerpo, ya ha tenido ocasión de comprobarlo, ¡oh si! y hace algo mas que visitar un gimnasio, esquía, navega, corre todos los fines de semana, practica tenis… Por si fuera poco, le ha visto preparar las copas y apenas ha cargado las suyas mientras que a Mario le ha estado sirviendo el whisky bien sobrado aunque ella no piensa que haya habido mala intención en ese gesto.
Sin embargo, su pesimista previsión tras el primer asalto no se corresponde con ese análisis para nada. Tras follar con Doménico me buscó y se ocupó en intentar ayudarme; iba preparada para hacer que durase todo lo posible antes de hacer el amor conmigo. Lo que se encontró fue una erección como jamás me había visto, y cuando la penetré sintió unas sensaciones extrañas; me notó diferente, un volumen y un rigor desconocido en mi verga, una potencia incompatible con el desgaste acumulado; todo era disonante. Se asustó un poco, luego pensó que quizás Doménico había compartido Viagra conmigo, mas tarde dejó de pensar y disfrutó aunque todo fuera tan diferente, tan distinto que no pudo dejar de sorprenderse.
Se sentó sobre la tapa de la taza, ¿Y Doménico? No parece un yonki, es cierto. Es una persona culta, amable, es educado, inteligente, divertido, sensible. No tiene nada que ver con los casos que conoce, gente que se fue deteriorando hasta acabar…
Piensa en Ramón, un paciente alcohólico. Publicista, padre de familia, culto, educado, sensible, inteligente…. Como Doménico. Hasta que se toma una copa y ya no puede parar y entonces se convierte en otra persona y llega a su casa borracho e insulta a su mujer y le grita a su hijo y al día siguiente llega tarde a su trabajo y ya le han llamado la atención tres veces y está a punto de perder el empleo y, y, y... Por eso ha pedido ayuda y está en la clínica bajo tratamiento con ella.
¿Será esa la otra cara de Doménico, la que ella todavía no ha tenido ocasión de ver?
Piensa en mi con cierta condescendencia; analiza las circunstancias que me han llevado a claudicar esa noche, incluso lo comprende y en parte lo disculpa. En cuanto a Doménico, le concede el beneficio de la duda. Cree que puede llegar a un pacto, es buena negociadora, sería una lástima arruinar la noche. En el fondo quiere mas. Reconoce las señales que emite su cuerpo, aún vibra, está muy reciente el último orgasmo, acaba de hacerle una mamada a Doménico mientras yo la follaba, ha sido todo tan salvaje… a su mente regresa la imagen de su amante desnudo, tan cerca de su cara, vuelve a sentir el sabor de su verga justo antes de que él guiara su cabeza y la empujara para hundirla en su garganta. Vuelve a sentir la forma tan salvaje en que la he follado…
Se humedece. No ha tenido bastante.
…..
- “¡Carmen, por favor!” – grité por última vez antes de que la puerta del baño se cerrase con un ruido sordo que pareció golpearme el pecho. Me había levantado de la cama, Doménico aún se mantenía sentado en el lado mas cercano al baño y se giró a mirarme.
- “La hemos jodido” – se lamenta Doménico.
- “Tú la has jodido, te lo advertí!” – le recriminé descargando toda mi frustración en él, volví a sentarme dándole la espalda.
- “Lo siento Mario, dejémosla que se calme” - me volví con rabia.
- “¿Pero qué coño sabes tú de Carmen? ¡No tienes ni idea de cómo reacciona ante un engaño, joder!
- “Cálmate, nadie la ha engañado”
Como explicarle que mi mujer se sentía estafada por mi, que lo último que esperaba era verme esnifar coca. No, no iba a ponerme a contarle nuestra idea sobre la droga, los casos que habíamos compartido, los amigos muertos, las tardes lloradas en compañía de padres que me habían visto crecer a mi o a Carmen con sus hijos. Cómo explicarle cuando te quedas sin palabras ante una madre que te mira viendo al amigo del hijo que se ha ido y que envidia tu salud, tu cordura, tu rumbo diferente.
- “Vámonos abajo, tenemos la ropa en el salón” – dijo, levantándose tras un incómodo silencio.
- “No, prefiero esperar a que salga”
- “Necesitamos beber agua, Mario… vale, subiré una jarra” – desistió al ver que no me movía de allí.
Al cabo apareció con una bandeja con vasos y una jarra de agua, volvió a desaparecer y regresó cargado con nuestra ropa y el albornoz que había usado Carmen, lo depositó todo en un sillón al fondo del dormitorio. No me había dado cuenta de la sed que tenía hasta que no me bebí un par de vasos. Tras aquel trasiego nos miramos. Doménico me hizo un gesto, parecía preguntarme qué hacer
- “Me voy a vestir” – dije acercándome a mi ropa, me sentía algo ridículo desnudo en esas circunstancias.
- “Espera un poco, no estoy tan convencido de que la noche haya terminado” – le miré incrédulo.
- “¿Tú crees? – pregunté con sorna - No conoces a Carmen, está realmente cabreada”
- “Es cierto, pero si lo que me has contado de ella es tan fuerte como me lo pintaste, yo diría que se ha quedado al cuarenta por ciento de su necesidad de sexo, ¿me equivoco?”
No, el italiano la había calado, no se equivocaba. Carmen había tenido uno de los orgasmos mas rotundos que yo recordaba; ese desmayo que había sufrido tras la primera penetración solo le sucedía en situaciones cumbre y la perdida de continencia que tuvo masturbándose con mi glande era un síntoma de máxima excitación. Carmen sin duda estaba viviendo una noche muy intensa; y no, aun no había pasado el ecuador de lo que necesitaba. Solté el slip y volví hacia la bandeja a por mi vaso.
- “Qué puede estar haciendo ahí dentro?” – peguntó mientras cambiábamos las sábanas de la cama
- “No lo sé, está enfada, sobre todo conmigo, no entiende cómo he sido capaz de tomar droga, se siente engañada y eso es lo que más le duele. Con respecto a ti, acabará por aceptarlo aunque seguramente te exigirá que no lo tomes cuando estés con ella.
- “Lo comprendo y lo aceptaré”
Nos quedamos en silencio sumidos en nuestros propios pensamientos, quizás ambos estábamos recordando las mismas escenas, lo que habíamos experimentado juntos.
- “¿Sabes una cosa? Creí que exagerabas, no podía creer que fuera tal y como la describías”
- “Me llevó mucho tiempo llegar a saber hasta donde era capaz de llegar, hasta donde necesitaba” – respondí. Entonces pensé en el camino recorrido desde el verano anterior hasta esa noche y maticé – “En realidad no estoy seguro de saberlo aún”.
- “Puede que hayáis abierto la Caja de Pandora con estos juegos, ¿no crees?”
Le miré. Me di cuenta de que ambos pensábamos justo lo mismo. Sentí un escalofrío.
- “Confío en nuestro amor, eso es lo que nos…”
Enmudecí cuando escuché el pomo de la puerta del baño. Doménico se volvió siguiendo el rumbo de mi mirada justo cuando la puerta se abría. Carmen nos miraba desde el dintel. Las bragas color cobalto pespunteadas en hueso que le ayudé a elegir esa mañana cubrían su pubis, cuatro centímetros de tela desde sus caderas creciendo en forma de delta cubrían su sexo y me dejaron claro que la noche había terminado. Me senté en la cama abatido, sin embargo Doménico permaneció en pie.
Carmen avanzó unos pasos hasta quedar frente a mi.
- "¿Se puede saber en qué estabas pensando?" - su voz era serena, tranquila, pero a mi me dolía.
¿Cómo trasmitirle mi desazón, el miedo al fracaso que sentí ante la posibilidad de enfrentarme a aquel reto junto a un Doménico cargado de coca, mas joven que yo, mas potente. Yo, que había bebido demasiado y no me sentía recuperado de una larga jornada de trabajo? ¿Cómo decirle que hubiera firmado cualquier cosa con tal de estar a la altura, con tal de no fallarle, de no sentirme agotado a media partida?
Cuando levanté la cabeza y la miré no hizo falta que dijese nada, como siempre nos entendimos sin mediar palabra, Carmen debió ver la respuesta en lo mas profundo de mis ojos porque de pronto se agachó, cogió mi cabeza entre sus manos y la llevó a su pecho.
- "Calla, no digas nada" – susurró.
Estuvimos así no sabría decir cuánto, meciéndonos, luego me besó con un amor que me sobrecogió.
Cuando se levantó se dirigió a Doménico
- "¿Y tú, desde cuando tomas esa mierda?"
El italiano bajó la mirada y sonrió apenado, tardó en contestar unos segundos
- "Nueve, quizás haga ya diez años y como ves no tengo la nariz restaurada" - dijo con un tono amargo - "¡Ah! Y por si lo vas a preguntar, tampoco me pincho, mira" - dijo mostrándole los brazos.
Carmen ignoró el gesto, no apartó la mirada de sus ojos y comprendió cuánto le había ofendido. Buscaba un resquicio de comedia en aquella actuación pero no la encontró.
- “¿Y crees que eso me tranquiliza? Es coca Doménico, se lo que es eso; de acuerdo, no es heroína pero no por eso deja der ser droga y tengo muy claras las cosas con respecto a eso” – me miró antes de continuar – “bastante mas que Mario, por lo que veo”
- “Lo siento Carmen, no supe hacerlo, pensé que hacerlo a escondidas era menos leal, por otra parte, después de tanto alcohol lo necesitaba” – la voz de Doménico sonaba dolida.
- “¿Leal?”
- “Si, leal, sincero, llámalo como quieras, yo no te pienso ocultar nada de mi, no sé como lo verás pero es la manera en la que quisiera plantear mi relación contigo”
Carmen se quedó callada, el argumento era impecable. Caminó unos pasos por la habitación y con cada paso sus pechos vibraban resaltando su dureza. Se detuvo ante nosotros con las manos en las caderas y las piernas ligeramente separadas. La miré, sus pequeñas bragas azul cobalto se me antojaron unos galones, los entorchados que le concedían un grado de autoridad sobre nosotros que, desnudos ante ella, parecíamos carecer de rango alguno.
- “¿Realmente crees que era imprescindible usar eso esta noche?”
- “Dímelo tú. ¿Crees sinceramente que tanto tu marido como yo hubiéramos estado al nivel que hemos estado después de todo lo que habíamos bebido, tras toda una jornada de trabajo y sin haber descansado? ¿Qué opinas?
De nuevo se quedó sin respuesta. Me levanté, mi posición era humillante, no podía continuar sentado dejando que otro defendiera nuestra conducta, parecía derrotado aunque no era esa mi idea. La imagen de mi esposa, dominante, echándonos una reprimenda, me estaba excitando, y al levantarme de la cama la erección que se había mantenido discretamente oculta entre mis piernas se hizo evidente. La mirada de Carmen hizo un rápido viaje a mi verga, pasó por mis ojos con un fugaz guiño divertido y luego se tornó seria de nuevo aunque no tan glacial como antes.
Carmen contraargumentó sobre la droga y Doménico replicó con sus ideas sobre el tabaco y el juego, tal y como había hecho conmigo. Poco a poco yo me uní a la disputa e intervine desde mi perspectiva clínica. Conocía la heroína y la coca, tenemos amigos que fuman porros e intenté mantener una posición imparcial para no parecer que tomaba partido por Doménico. Hablé de mi tío Alberto, fumador empedernido que estando con enfisema pulmonar, ya en casa para pasar los últimos días, seguía fumando a escondidas, “ya no tengo nada que perder”, nos decía con la serenidad de quien se sabe sentenciado. “Era el pitillo del condenado a muerte, su última voluntad” les dije.
Debíamos llevar media hora de discusión, quizás mas. Empecé a notar un cambio en Carmen, su rechazo comenzaba a ser mas racional y menos visceral, eso si me cuadraba con su forma de ser, había dejado atrás la primera reacción que tuvo al ver a Doménico con la droga en la mano y entraba más en el diálogo. Tampoco era inmune a la visión de nuestros cuerpos desnudos y, al igual que yo, Doménico lucía una hermosa erección sin duda fruto de la cercanía de mi mujer.
En algún momento nos habíamos sentado en la cama. Carmen había trepado al medio y permanecía sentada con las piernas cruzadas y la espalda muy recta que hacía presentar sus pechos desafiantes, yo estaba a su derecha sentado en el borde, con una pierna doblada bajo la otra y Doménico a los pies de la cama sentado igual que yo. Discutíamos sobre qué drogas deberían ser legalizadas y para qué usos. La conversación había perdido el carácter imperativo de los primeros momentos, apenas quedaba rastro del enfado de Carmen y habíamos pasado ya a un punto en el que poco faltaba para que alguno de los dos rompiese el hielo y empezase a plantear dudas e incluso surgiese la curiosidad sobre los efectos. Así sucedió en el momento menos esperado.
- “Ya – objetó Carmen – el problema está cuando se pasan los efectos positivos y aparece el bajón, ese es el problema, lo que provoca la adicción, ¡qué pasa entonces?”
La miré. No pude evitar sentir una punzada de excitación; seguía con las piernas cruzadas sobre la cama y con el tiempo la braga se le había ido ajustando de modo que los labios dibujaban una sugerente línea vertical en su sexo. Mi verga, insistentemente erecta, marcó un compás de tres por cuatro como si quisiera arrancar un blues. Carmen lo percibió de reojo y en su boca nació una media sonrisa que le iluminó el rostro. Estaba excitada, si. ¿Cuánto tardaría en dibujarse una sombra de humedad en su braga?
Me había perdido el comienzo de la explicación de Doménico que también marcaba algún errático compas con su batuta.
- “…poca cantidad cada vez, no buscamos grandes “colocones” como los drogadictos, sino un placer continuado, evitamos ese bajón porque no buscamos grandes subidas, no se si me explico, es otra manera distinta de enfocarlo.”
Miré a Carmen que en aquel momento tenía la vista perdida en la verga de Doménico, enseguida volvió a fijar los ojos en él.
- “Si, creo que te entiendo” – respondió algo sofocada.
Bajé la vista a su pubis y ahí estaba la prueba de su excitación, un pequeño óvalo oscuro en medio de la línea que se hundía en su braga. De nuevo sus ojos se desviaron sin remedio al mástil erguido que alzaba entre sus piernas. Le miró, el rubor coloreaba sus mejillas.
- “Hay algo que no entiendo. Llevas diez años consumiendo coca, deberías estar notando ya los efectos adversos en tu… - señaló con su mano hacia su verga - ¡joder!, la coca acaba produciendo problemas de impotencia, está muy documentado”
- “Siempre que haya abuso, Carmen, si hay consumo continuado, pero ese no es mi caso. Yo tomo una vez cada quince días como mucho, lo normal es que lo tome una vez al mes, a veces ni eso, me puedo pasar dos meses sin probarlo; no se, no tengo un patrón fijo. Lo que si sé es que con esto no se juega. No se conduce un Ferrari de la misma manera que se maneja un turismo ¿verdad? Hay que respetarlo o corres el riesgo de matarte pero no por ello renuncias al placer del vértigo de la velocidad. Pues con esto es lo mismo”
Carmen no había dejado de mirarle mientras le escuchaba, sus ojos habían viajado varias veces por su cuerpo sin intentar ocultarse, su mirada tenía ese tinte de sensualidad que turba a quien tiene enfrente, que arrolla, que somete voluntades.
- “Es… increíble, lleváis… ¿cuántos, dos, tres, cuántas veces os habéis…?
- “¿Corrido? – intervine yo; interrogué con la mirada a Doménico que aún estaba afectado por la mirada-gancho-de-izquierda de mi mujer.
- “Si, más o menos” – respondió sin intención de ponerse a calcular.
- “¡Y todavía estáis así! ¿Y además no estáis cansados?
- “Eso es lo importante – Doménico habló con entusiasmo – si solo fuera potencia no valdría nada, lo realmente bueno está aquí – dijo señalándose con un dedo la sien – y aquí – señaló su corazón - ¿me comprendes?
Carmen sonrió, le entendía perfectamente, en clínica habíamos tratado varios casos de impotencia con prótesis mecánicas que, pese a lograr mantener una erección física no conseguían una erección “mental” y caían en depresión.
- “¿Y tú, cómo estás?” – le pregunté y deliberadamente desvié mis ojos a su braga marcada por la humedad, a esa mancha que cada vez se hacía mas oscura y que ganaba mas terreno.
Carmen me sorprendió mirando su sexo y, en un gesto que me cortó la respiración, se inclinó hacia atrás hasta descansar los hombros en la cama, deshizo el nudo de sus piernas para poder apoyar los talones, elevó las caderas y deslizó las bragas lentamente por sus muslos; cuando la prenda, convertida en un grueso cordón enrollado en sí mismo, alcanzó la parte baja de sus pantorrillas, levantó los pies para liberarse ante nuestra incrédula mirada y la lanzó al sillón donde estaba el resto de la ropa; luego volvió a cruzar las piernas como si tal cosa dejando ante nuestros ojos su hermoso sexo entreabierto, húmedo, brillando por el abundante flujo que la braga no había sido capaz de contener. Dos pares de ojos se clavaron en aquella cálida abertura, hinchada por la excitación que mostraba sin pudor los finos labios menores y que asemejaba una orquídea en su apogeo de un suave color rosado cubierta por una capa acuosa que le confería un brillo intenso. Las piernas cruzadas forzaban la apertura del coño y le daba un toque aún mas sexual a la escena. Nos habíamos quedado mudos.
- “Recordadme que luego las vuelva a lavar” – dijo en voz queda, consciente del efecto que nos había causado.
Hubo un silencio denso. Si Carmen no hubiera vuelto a hablar alguno de los dos habría saltado y le habría hecho el amor, estoy seguro.
- “Me pregunto una cosa, los efectos en los chicos me han quedado muy claros, pero... en las chicas, ¿cómo son?”
No sé si la ingenuidad de la pregunta había sido deliberada, creo que no, estoy seguro que no. Lo que si sé es que detuvo cualquier arranque depredador que hubiera estado a punto de devorarla.
- “Bueno.. – titubeó Doménico – es difícil generalizar pero… casi siempre… en lo referente al sexo, se parece a… - carraspeó - la mujer se vuelve como…- hizo una pausa, durante un par de segundos la miró intensamente – se convierten casi en ti”
Creo que es lo mas bonito que he escuchado nunca que le hayan dicho a mi mujer.
- “¡Vaya!” – apenas acertó a decir Carmen, luego estuvo a punto de añadir alguna cosa que no llegó a pronunciar.
Vi como se emocionaba. Inspiró profundamente y se quedó mirándolo.
- Antes ibas a tomarlo, ¿no? – Respiraba agitadamente, comprendí que acaba de tomar una decisión que la alteraba.
- “Carmen, no quisiera que…”
- “Quiero verlo” – le interrumpió.
Doménico se levantó y se arrodilló a mi lado, cerca de la mesita de noche, volvió a mirarla esperando una confirmación, luego abrió la caja, tomó la pala y la cargó, esnifó una vez, la volvió a cargar y volvió a aspirar. Entonces Carmen clavó su mirada en mí.
- ¿A qué esperas?
No sabía cómo reaccionar, no estaba preparado para aquello.
- “¿Pretendes dejarme a medias ahora, a mitad de la noche? ¡de eso nada!” – sus ojos eran puro fuego, ¿qué estaba sucediendo? Si alguna vez en los últimos meses había sentido algo parecido al vértigo no fue nada parecido a lo que experimenté en aquel momento.
Giré hacia la mesita, Doménico me ofreció la pala. Me sentí observado por ella y eso me ponía nervioso, intenté que mi mano no temblase. Cargué la pala y la acerqué a la fosa derecha, aspiré con fuerza. De nuevo el intenso cosquilleo al que no me había acostumbrado y que casi me hizo estornudar. Una nueva carga que llevé a la fosa izquierda, la aspiré. El cosquilleo se centró bajo mis cejas durante unos segundos. Y esperé lo que ya conocía.
- “Me toca” – Escuché la voz de Carmen, cristalina, limpia, sonora, dulce, acariciándome la espalda desde donde me llegaba como si fuese una ola.
¿Qué?, ¿qué había dicho? Me volví justo cuando se estaba incorporando y se aproximaba al borde de la cama.
- “¿Estás segura?” – Doménico se acercaba a ella.
Carmen se había arrodillado al lado de la mesita, a mi lado, Doménico se sentó en la cama, cerca de mi, con expresión grave y eso me preocupó. Carmen nos miró con aire alegre.
- “¿Es bueno para vosotros y no lo es para mi? ¡Vaya par de machistas que estáis hechos!” – cogió la pala y se volvió hacia Doménico, entonces la cogí por el brazo con suavidad y la detuve.
- “Carmen, por favor, no tienes por qué hacerlo” – se soltó con suavidad sin perder la sonrisa.
- “Tú tampoco, ni Doménico. Deja de protegerme, cariño.” – volvió a mirar a Doménico – “¿Cuánto cojo?”
Doménico le indicó la cantidad, observé que le cargaba algo menos y se lo agradecí en silencio. Carmen se lo llevó a la nariz y aspiró con fuerza, se tapó con el dorso de la mano para evitar estornudar, luego volvió a cargar la pala y aspiró.
Se quedó unos segundos quieta, como si estuviese esperando algo, alguna reacción. Luego me miró. No noté nada extraño en ella, quizás un brillo especial en sus ojos. Se acercó a mi y se echó a mis brazos, enterró el rostro en mi cuello, ¡Dios, cómo agradecí que me buscara a mi y no a él para compartir ese momento! Me volqué hacia atrás y la arrastré conmigo. Perdí el sentido del espacio, la cama era un inmenso arenal en el que nos hundimos, la abracé con mis piernas también, ella reptó por mi cuerpo para que mi verga, que ella oprimía con su estómago, encajara en su vientre, bajé mis piernas y se sentó a horcajadas sobre mí. Sus pechos se movían libremente por mi cuerpo como si tuviesen vida propia. Abrí los ojos y la miré y sobre ella vi el rostro sonriente de Doménico que besaba su cuello. No me incomodó, estaba bien, estaba bien, por qué no. Mi inmensa polla, que me parecía larga como una serpiente, acariciaba su vientre, sus labios se deslizaban por los míos, su lengua acariciaba mi lengua.
Escuché un gemido, un lamento, una sonrisa moviéndose por mi boca, su pubis moviéndose con el mío, rítmicamente, mi verga acariciando su vientre. Busco con mi mano su vientre allá donde se escinde pero de pronto está lejos, se mueve acompasadamente y no lo alcanzo. Miro su rostro; está erguido y sobre él el rostro del italiano, ambos miran al frente sin ver, ambos se mueven en sincronía, y mi verga resbala por su estómago, no llega mas allá porque su vientre está curvado, su cintura baila, escucho un ritmo húmedo, miro y sus rostros se rozan, oscilan acompasados, es bello verlos, escucho ese ritmo allá abajo y comprendo que mi verga no puede alcanzar su vientre porque ya está lleno, no lo veo pero sé que otra verga lo ocupa, lo llena y sus rostros sonríen. Está bien, está bien. Doménico gime y ella gime en su mismo ritmo, con su misma melodía, como si cantaran. Están sobre mi, follando y es tan hermoso… Sus pechos acarician mi cuerpo y mi verga deja un rastro húmedo en su estómago. Les veo desde abajo cómo se mecen sobre mí, parecen volar acoplados, son tan jóvenes… sonríen, se balancean sobre mí, vuelan, se besan, copulan en el aire, sobre mí, son felices, soy feliz. Carmen gime, cierra los ojos, Doménico se crispa, la empuja, y ella responde lanzando la grupa a su encuentro, buscando el choque. Suenan los cuerpos al golpear, ¡clop! ¡clop! Se queja pero sé que no le duele; cada golpe provoca un lamento hasta que él se rompe y la llena y Carmen jadea como si cantase y se derrumba sobre mi cuerpo y me ofrece su vientre, lleva su mano a mi verga y la guía a su interior para que también yo la llene; y me sumerjo en un mar de fondo, un mar bravío que se desborda sobre mi vientre y me llena de espuma. No importa, está bien, está bien y ella enlaza su goce en un nuevo goce que no cesa, que no acaba y gime de nuevo tras gozar con su amante y se llena con su esposo, está bien, todo está bien. Baila sobre mi, cabalga con los ojos cerrados, llora clavada sobre la estaca que la perfora y la hace gemir, se yergue sobre ella y se lamenta y grita. Sus uñas trazan surcos sobre mi piel, no importa, está bien, está bien. Llega de nuevo la pleamar y un nuevo orgasmo nace, lo escucho empezar ¿o es el mismo ininterrumpido que esperaba latente el cambio de varón, el cambio de macho? Está bien, está bien. Gime mi vida, gime mi amor, canta, rómpete, recíbeme, te estoy llenando.
Desciende, me busca, sigue gimiendo, sigue cantando, aún no ha acabado; bebe las olas que llegaron a la playa de mi vientre, lame mi verga que se resiste a dormir, la limpia. A mi lado Doménico descansa, le acaricia la espalda y nos mira. Carmen me abandona y repite la labor con la verga del italiano, la recoge en sus manos, lame el glande, lo engulle, rodea el tallo con sus dedos y lo mueve como si lo quisiera despertar. Escucho como su respiración se agita y al cabo la hunde en su boca hasta el fondo, Doménico gime, se estremece, ella se esmera, la limpia y cuando parece que la va a dejar, de nuevo la hunde entera en su garganta hasta que sus labios tocan su vientre y cuando lo hace veo como las piernas del italiano se disparan en un reflejo incontrolable. Lo repite en una cadencia constante, tenaz, despiadada; el italiano suena como si quisiera renunciar a lo que ya no es placer, lo que emite su garganta suena a tregua pero ella no se rinde, no admite una renuncia y sigue, ignora los lamentos de su víctima hasta que a duras penas consigue arrancarle un nuevo orgasmo. Ha debido llevarle mas de diez minutos pero lo ha conseguido. Concienzudamente marca con el pulgar el tronco por la parte inferior hasta arriba para extraer las ultimas gotas y cuando brotan las chupa golosa, luego le limpia el glande con la lengua. No se por qué me recuerda una gata.
Pasa el tiempo, descansamos, nos lo merecemos, ¡estamos tan bien! Ella sigue sentada sobre sus talones entre los dos, meciéndose, mirándonos; acaricia despacio las piernas de uno, el estómago del otro. Sin razón alguna que interrumpa esa calma se apodera de ambas vergas que descansan sobre nuestros vientres, las toma una en cada mano, parece querer aferrarse a ellas, no separarse nunca, las agita con desesperación. Echa el cuello hacia atrás, las acaricia, las frota. ¿Qué más puede querer? ¿Qué más espera de nosotros? Nos dejamos hacer. Al fin claudica, se estira en la cama entre ambos, se tumba, lleva dos dedos a su sexo y los mueve lentamente. Dejo de mirar. Silencio, solo el jadeo de nuestras bocas que poco a poco van recuperando el ritmo pausado y a lo lejos, subiendo del salón, un piano lánguido… unas escobillas que se arrastran desganadas, monótonas… marcando un ritmo hipnótico. Si no cierro los ojos antes… debería escuchar pronto el saxo de…