Diario de un Consentidor (65)

Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor

La ducha me ha despejado, me siento bien. Mientras termino de secarme echo un vistazo a la ropa que me ha prestado, un blusón de lino beige, pantalón oscuro y un bóxer que a simple vista me parece algo estrecho. Me pruebo las zapatillas y resultan muy cómodas, es como estar en casa. Salgo del dormitorio y veo a Doménico al fondo, en la cocina, sentado en una banqueta alta enfrascado en el móvil. Levanta la vista cuando me acerco.

-        “¿Mejor?” – su tono es cordial, viste de forma parecida a la mía, tiene el pelo húmedo, señal de que también él ha aprovechado para refrescarse. ¿Solo? Desecho esa idea de mi cabeza.

-        “Mucho mejor, fuiste demasiado generoso con el whisky en el pub, pensé que intentabas noquearme”

-        “Por cierto, no te he dado las gracias… por lo del pantalón”

Hago un gesto con la mano dando por zanjado el asunto pero continúa

-        “En serio, me pareció increíble por tu parte; sin tu ayuda no hubiera conseguido llegar… ya sabes”

La escena se me presenta vívida, fresca, al detalle. Quizás en el fragor de la batalla, cargado de morbo y alcohol me pareció coherente. Ahora, despejado tras la ducha, frente al hombre al que le había facilitado el camino hacia el coño de mi esposa… desvío la mirada sin darme cuenta, como si me avergonzase.

-        “Lo siento, no pretendía molestarte”

¡Mal jugado! Lo último que quería es situarme en el papel de marido cornudo pasivo que juega el rol de consentidor-sufridor  y que se limita a mirar como su esposa se entrega al amante de turno. Me irrité conmigo mismo, tenía dos segundos para corregir el error.

-        “¿Molestarme? ¿Qué te hace pensar que me has molestado? – repliqué demasiado tenso – Pensaba que tenías clara nuestra posición. Mi mujer y yo formamos un matrimonio nada convencional, es cierto, pero muy sólido, supuse que Carmen te lo había explicado. – Doménico escuchaba visiblemente preocupado por mi reacción – Verás, nosotros tenemos en nuestra alcoba diferentes… juguetes que solemos utilizar en nuestras relaciones sexuales; le dan variedad, le añaden… chispa. En ese mismo sentido, y no sé si te va a gustar escuchar esto, en ocasiones incorporamos a otras personas; es una manera de subir un escalón en nuestra vida de pareja, le da más morbo, más erotismo. No tiene nada que ver con la típica historia del cornudo que deja que su mujer se lo monte con otro tío y se la menea mirando, o el viejo impotente que se casa con la jovencita y se excita viendo como se la follan otros ¿me entiendes? Eso son estereotipos muy gastados que, desde luego, no es nuestro caso. En cierto sentido, y perdona que sea tan crudo, tiene mucho que ver con los juguetes que mencionaba antes, son un aliciente más para nuestra vida de pareja.” – Me di cuenta que, sin pretenderlo, el discurso había  sonado muy crispado.

-        “Te agradezco la claridad, pero no era necesario, Carmen ya me ha expuesto con más… poesía vuestra forma de entender el matrimonio. Lamento haber mencionado el tema del pantalón, lo lamento de veras. Olvidémoslo Mario, no quiero empezar contigo con malos entendidos.”

Le miré. Estaba visiblemente afectado e intentaba reconducir la tormenta. El único que estaba tenso era yo.

-        “¡Vaya!, – lamenté meneando la cabeza – creo que nos falta rodaje, todo esto nos ha venido demasiado pronto a ti y a mí”

-        “Eso mismo le dije esta mañana a tu mujer, me parece imprescindible que tú y yo lleguemos a ser lo más parecido a un par de amigos. Carmen para mí no es un polvo de fin de semana y como tampoco puede ser mi novia es necesario que su marido sea mi amigo; es la única forma de que esto funcione sin causar heridas”

Escudriñé sus ojos, me pareció sincero; no había nada que añadir salvo una cosa. Lancé mi brazo y nos estrechamos las manos con cordialidad. Estábamos sellando un pacto. Iniciábamos una amistad en la que, además, compartiríamos a la mujer que amo.

-        “De nada” – respondí algo tarde al agradecimiento que había provocado la tensión que acabábamos de zanjar; el mostró desconcierto  y lo aclaré – “por lo que dijiste del pantalón, ya sabes, sin mi ayuda no la habrías catado aun” – dije esbozando una sonrisa malévola.

-        “¡Muy cierto!” – sonrió recordando.

-         “¿Suave, verdad?” – el morbo me volvía dominar, hablaba ahora sin recelo. Él volvió los ojos hacia mí, analizándome.

-        “Suave, cálido y jugoso” – matizó. Le sonreí. Un torrente de lujuria comenzó a bombear mi entrepierna.

-

No respondí, ambos nos quedamos pensando en el sexo de mi esposa; él, en lo que esperaba disfrutarlo, yo en lo que sabía que lo disfrutaría.

-        “¿Una copa?” – Doménico rompe el ensueño, me señala un  Ribera, tomo la botella y la inspecciono, parece buena cosecha aunque tampoco soy un experto en vinos. Acepto.

-        “No sé si el alcohol nos va a hacer una mala jugarreta esta noche”

-        “No te preocupes, tengo mis métodos para que podamos salir airosos”

-        “Cuidado, el sildenafil combina mal con el alcohol… la Viagra” – puntualicé por si  no conoce el nombre del compuesto activo

-        “¡Ah! No, no pensaba en eso”

Se limpió las manos en un paño y salió de la cocina, al momento volvió con una pequeña caja plateada. De inmediato supe de lo que estaba hablando y mi rostro debió reflejar mi rechazo porque Doménico mudó su expresión.

-        “Calma Mario, no soy un drogadicto con placas en las fosas nasales”

No me convencía; iba a iniciar una educada y tajante negativa cuando se me adelantó.

-        “Tampoco te tengo por un alcohólico porque esta noche hayas bebido más de la cuenta ni considero a mi madre una toxicómana porque fume una cajetilla al día ¿me entiendes? Creo que son las debilidades y los problemas de la mente lo que hacen que el alcohol, el tabaco, el  juego o la coca se conviertan en un problema y si le quitas eso a la gente pero no les solucionas el problema que tienen buscarán otra cosa o se tirarán por una ventana o… vete tú a saber que harán para huir de su realidad cotidiana. ¡Que te voy a contar a ti, tú sabes de esas cosas más que yo!” – jugueteó unos segundos con la caja mientras reflexionaba – “Yo solo tomo cuando me apetece, cuando estoy con mis amigos, como tú te tomas un par de copas o mi padre disfruta de un buen habano.” – Apoyó ambas manos sobre la encimera y se quedó un momento pensando –  “El día que necesites beberte una botella de… ¿Jack Daniels era? Si, pues eso, si llega el día en que necesites tomarte una botella de Jack Daniels tendrás un grave problema. Como yo, si alguna vez no puedo pasar sin esta cajita, entonces es que algo irá mal en mi vida, pero lo mismo me podría pasar con la ruleta o el póker ¿entiendes? Sería una señal, una alarma de que algo falla en mi vida.”

Le escuché sabiendo que, en parte, tenía razón; era coca, no estábamos hablando de heroína, aun así las alarmas, como él decía, permanecieron encendidas en mi mente. Jamás hasta entonces las drogas habían entrado en nuestras vidas. Teníamos un rechazo razonado, conocía de cerca el deterioro de varios compañeros del instituto, Carmen había vivido la muerte de un amigo cercano por culpa de la droga. En nuestro grupo de amigos se movían los porros con cierta tolerancia y no hacíamos un drama de aquello, quizás el hecho de no ser fumadores nos había mantenido al margen, ¿qué habría pasado en caso contrario, lo habríamos llegado a probar? Con toda probabilidad, si.

Aprecié una cosa mas: Había dicho Yo tomo y no `yo me meto´, no empleaba la jerga habitual que había escuchado tantas veces.

Doménico me miraba en silencio esperando que terminara de asimilar sus palabras.

-        “Mira Doménico, jamás hemos tomado nada, ni siquiera un porro, no somos unos puritanos, entre nuestros amigos se fuma y no nos molesta, pero nosotros…”

-        “Lo entiendo Mario, seré discreto y Carmen no lo va a notar, bueno si, pero en el mejor sentido del término”- me guiñó un ojo.

Su comentario me  cogió desprevenido y me tocó una fibra sensible, muy sensible.

Conozco el efecto potenciador a corto plazo que tiene sobre el sexo y no pude reprimir un punto de inseguridad. Había bebido demasiado alcohol y a pesar de la ducha me sentía cansado tras toda una jornada de trabajo; conocía mis límites y la respuesta que podía dar en esas circunstancias. Carmen por el contrario estaba muy excitada y predispuesta para una larga noche de sexo, sabía bien lo que mi mujer esperaba de aquella velada. Imaginé a Doménico con las pilas cargadas por la coca frente a mi mujer tal y como es, incansable, inagotable; podía estar sexualmente activa hasta el amanecer.

Y yo, sin haber descansado en todo el día, habiendo bebido tanto…

-        “¿Tan bueno es?” – Doménico entendió mi pregunta y sonrió.

-        “La Viagra es solo un pobre sucedáneo, te lo aseguro, es… ¡como te diría! Es como jugar al tenis con un brazo enyesado. ¡Si, lo tienes recto, claro! Pero te falta la potencia física y sobre todo, la potencia mental. Sin embargo con esto tienes una lucidez, una energía, una claridad… es como si volvieses a ser un chaval ¡Joder Mario, tu mujer se merece que esta noche tu y yo estemos al doscientos por cien!

-        “Es que..”

No pude continuar, me vine abajo, fui plenamente consciente de que, en las condiciones en que me encontraba, me iba a quedar fuera de juego justo en el momento mas esperado por los dos, cuando mas me necesitaba a su lado.

‘Volver a ser un chaval’, ¡Qué tentación!, esa frase acababa de dinamitar cualquier resistencia ética o racional que hubiera podido plantearme contra aquella caja plateada. ‘Volver a ser un chaval’ era el retrato de Dorian Gray, era el pacto con el diablo al que irremediablemente iba a sucumbir sin atender ninguna de las llamadas de la razón que me gritaba ‘¡no lo hagas!’

-        “Es que  no te imaginas como es Carmen” – exploté, mi voz flaqueaba, de algún modo necesitaba justificar mi derrumbe ético – “es que no tiene fondo, cuando crees que ha acabado, cuando piensas que ya está satisfecha, aún te pide más, todavía necesita más. No sé… siempre surge algo, una frase que la excita, una caricia que la enciende de nuevo…”

Suspiré rendido a la evidencia; lo sabía, no iba a poder competir sin aquello y necesitaba expresarlo en voz alta.

-        “Pueden haber pasado diez minutos o menos desde su último orgasmo y basta que le des un beso, o que la roces…” – me quedé mirándole, ¿cómo explicarle, cómo hacerle entender su extraordinaria capacidad? -  “A veces ni eso, es ella misma la que se mueve y te toca… basta con que ponga su brazo encima de ti o se vuelva en la cama y su muslo caiga sobre el tuyo…”

No era suficiente para que se hiciese una idea. A mi mente llegaron recuerdos de noches de sexo en las que las brasas, ya casi apagadas, comenzaban a  revivir por cualquier pequeña cosa.

-        “Alguna vez, después de haber hecho al amor sobradamente,  se remueve en la cama medio dormida y su culo se roza con el mío y eso es suficiente para que se le despierten de nuevo las ganas” – sonreí al visualizar la imagen, miraba mas allá de Doménico, sin verle – “y ya está de nuevo buscándome. Es… absolutamente salvaje”

Me escuchaba totalmente asombrado, mis palabras habían sonado casi como una advertencia. Le miré, nos habíamos quedado en silencio.

-        “Es… brutal, no te haces una idea” – dije meneando la cabeza – “No es una enferma, olvídate de esas historias de ninfómanas, ¡bah! eso es absurdo. Esto es otra cosa.  Carmen carece de lo que llamamos periodo refractario, ese tiempo de recuperación que tienen todas las mujeres y que los hombres tenemos mucho mas acusado” – exhalé todo el aire de mis pulmones -  “Al menos si lo tiene es mínimo.” – concluí.

-        “Mas razón para que lo pruebes, - sentenció Doménico - sería una lástima que te quedaras fuera” – puso su mano en mi hombro.

Doménico me miró durante unos instantes calibrando mi decisión luego abrió el estuche y cogió una pequeña pala metálica con la que tomó una carga de polvo blanco, se la acercó a la fosa izquierda y aspiró con fuerza, repitió el proceso en la fosa derecha, me miró, aspiró de nuevo y me ofreció la bandeja sobre la que estaba la caja.

-        “Vaya, no esperaba…”

-        “Ya, esperabas la típica raya y el canuto enrollado, ¿no?

-        “Algo así”

-        “Es otro estilo, nosotros buscamos un efecto a mas largo plazo, la idea es: menos cantidad, menos intensidad, más frecuencia, más duración. Como te dije, no somos yonkis, somos hedonistas”

-        “¿Somos?”

-        “Somos.  El grupo en el que me muevo tiene unos criterios muy restrictivos a la hora de admitir, digamos… socios, aunque no es la palabra más adecuada”

-        “Suena a secta” – Doménico sonrió.

-        “Si, sin querer le he dado un toque de misterio, es verdad. Pero no, no es nada de eso, simple precaución nada más; es preferible relacionarse entre amigos, pocos, escogidos y muy selectos que comparten el mismo estilo de vida y de ese modo evitamos contratiempos.

Le observé en silencio, aspiró aire un par de veces como quien está constipado, luego me miró.

-        ¿Pruebas?” – dijo ofreciéndome la pala.

-         “No se si… nunca lo he hecho” – titubeé nervioso.

-        “Inténtalo, yo te voy diciendo” – me tranquilizó.

Cargué la pala tal y como le había visto hacer, me temblaba la mano, aquello suponía romper con mis principios, con toda una ética. Sentí miedo, auténtico pavor a la reacción de Carmen cuando supiese…

Acerqué la pala a mi nariz, a la fosa derecha y aspiré, un cosquilleo intenso me inducía a estornudar pero me contuve y pronto pasó. El cosquilleo se traslado al arco superciliar. Tal y como él había hecho cargué de nuevo la pala y repetí el proceso. Durante un segundo esperé a que algo ocurriese. Nada.

¿Nada? Doménico me sonreía en la lejanía. Estábamos sentados en el sofá, un inmenso sofá en el salón sintiendo la música de John Coltrane que se empeñaba en hurgar en mi oreja. Jamás había escuchado un saxo como ese, cada nota percutía en una zona distinta de mi cuerpo como si alguien me diera pequeños, suaves y cariñosos empujones y me provocaba un placer desconocido. Doménico desde la pared infinita a años luz del sofá me guiñó un ojo y, al hacerlo, sonó un ¡plop!  que enganchaba perfectamente bien con la batería. Le miré y el ojo repitió el guiño solo porque me había gustado y ahí sonó de nuevo el ¡plop!. Todo coherente, todo normal.

De repente, el cansancio había desaparecido, ¡si señor, estaba hecho un chaval! Pero lejos de extrañarme, aquello me parecía lo mas natural del mundo. La energía, la vitalidad física que sentía en aquel momento no me causaba sorpresa, era como si no tuviera un punto de comparación anterior, como si el estado de vigor de mis cuarenta y cuatro años hubiera desaparecido de mi mente y lo que sentía de mi mismo en ese momento no tuviera un antes con el que compararlo. Era yo en ese instante atemporal, ¿me sentía magnífico? Simplemente me sentía.

Visto desde mi perspectiva normal no sé como tardé tanto en deducir que aquello no era producto solamente de la cocaína, en realidad tardé meses en comprender que aquella cajita plateada contenía algo más aunque nunca obtuve la respuesta que buscaba.

Seguíamos el ritmo de la música con todos nuestros sentidos, yo no tenía experiencia  previa alguna y me dejé llevar del cruce de sensaciones, del cortocircuito de los sentidos mas propio del lsd. El psicólogo sereno y controlado hubiera iniciado un estudio de campo muy interesante. Pero yo no estaba controlado y sereno y simplemente me deje llevar del estado alterado de conciencia en el que me había sumido sin ningún ápice de paranoia, afortunadamente. Todo estaba bien, la única preocupación seguía siendo Carmen, su reacción si llegaba a descubrirlo.

-        “No debe saberlo”

-        “Mario, no sé tu, pero yo no voy a ocultarme. Quiero que me conozca tal como soy”

-        “Pero dijiste…”

-        “Es toda una mujer, deja de protegerla, lo entenderá” – dijo limpiándose la nariz con la mano – “no deberías empezar a tener secretos con tu mujer ahora” – me miró a los ojos y algo debió ver  porque añadió – “¿no es el primer secreto, verdad?” - Desvié la mirada, Doménico sonrió – “Tú verás lo que haces”

-        “Son tonterías que se aclararán en el momento adecuado, jamás nos hemos ocultado nada” – dije intentando justificarme.

-        “No me tienes que dar explicaciones Mario, solo digo que es una gran mujer y se merece lealtad, al menos es lo que yo pienso hacer”

-        “Y te lo agradezco”

Hubo un silencio durante el que intenté amoldarme a las nuevas sensaciones que estaba experimentando, estaba bien, más que bien, pero quería recuperar algo de control. Doménico me vigilaba atento a cualquier reacción.

-        "¿Cómo quieres que lo hagamos?"

La pregunta me cogió desprevenido pero entendí su significado de inmediato.

-        “No hay reglas, dejemos que todo fluya, vayamos sin prisas” – De pronto sentí una alarma, una urgencia por recuperar protagonismo  - “déjame que te la vaya entregando poco a poco, es lo habitual”

“Lo habitual”. Había sonado un poco artificioso y observé un gesto de incomodidad en el italiano que no hizo ningún comentario. En ese momento se escucharon pasos en la escalera.

  • "¡Santa Madonna!"

Me giré para seguir la mirada de Doménico. En lo alto de la escalera estaba Carmen envuelta en un albornoz rosa pálido que apenas cubría la mitad de sus muslos. Comenzó a bajar despacio, agarrada al pasamanos y con cada peldaño dejaba al descubierto la totalidad del muslo que el breve albornoz no lograba ocultar. La melena recién lavada ondeaba a cada paso. El ancho escote en pico mostraba generosamente la curva de sus pechos. ‘Santa Madonna’ había exclamado el italiano subyugado por la belleza de la Diosa que parecía descender de los cielos, ‘Virgen Santa’ traduje yo, el ateo, abrumado ante el poder que emanaba de aquella mujer que nos dominaba desde las alturas. ¡Qué lejos quedaba aquella Carmen frágil e insegura que se enfrentó a su primera aventura extramarital con Carlos cargada de dudas e indecisión; La hembra que descendía semidesnuda por esa escalera parecía decirnos "Venga chicos, acabad ya lo que habíais empezado en el pub".

Cuando llegó al final de la escalera Doménico se acercó, la tomó de las manos y recorrió su cuerpo con la mirada. Se alejó de ella sin soltarla, tomando perspectiva, sin dejar de mirarla extasiado, los brazos de ambos se estiraron y Carmen sonrió halagada.

-        “Bellísima” – pronunció con un profundo acento italiano, luego me miró sonriendo y me la ofreció, yo la tomé de la cintura y la estreché en mis brazos.

-        "¿Preparada?"

-        "Creo que sí" - su voz, temblando por la emoción, sonó como un susurro en mi oído, luego me besó en la mejilla. Busqué sus labios. Mis manos descendieron a sus nalgas, fue cuando supe que estaba desnuda.

-        "Si que estás preparada, ya lo noto" – rió, rió como una niña traviesa ocultando su rostro en mi pecho, fue un golpe de risa breve, espontánea, que acabó con la ultima tensión que quedaba por romper. Sentí que mi cuerpo reaccionaba de una forma salvaje, desconocida, como no recordaba desde mi adolescencia.

No dejaba de mirar a Doménico, ambos sabíamos que la estaba preparando para él, era como sí no hubiera transcurrido el tiempo desde que le aflojé el pantalón y le permití entrar en su coño. Ahora me disponía a darle más, mucho más.

Comencé a besarla en el oído y bajé al cuello, los gemidos mezclados en su aliento no tardaron en brotar de su garganta. Doménico dio un paso hacia nosotros pero le detuve con un gesto, todavía no, dijo mi mirada, no seas impaciente. Seguí acariciando sus nalgas y con cada caricia arrastraba deliberadamente el albornoz dejando sus muslos más desnudos ante el italiano que no podía apartar sus ojos de mis manos. Carmen se pegaba a mi cuerpo respondiendo al castigo que le infligía a su cuello restregándose contra mi pecho. Sentía su pubis pegado a mi, provocando que mi erección se volviese dolorosa. Cuando mis manos casi dejaron de tocar tela supe que estaba empezando a enseñar las nalgas de Carmen, la mirada fija de Doménico me lo confirmó. Cacé el reflejo de nuestros cuerpos frente a mí, en el mural oscuro al fondo, un poco a mi izquierda, desvaído, un trazo apenas visible para quien no lo buscara pero era la huella suficiente para que mi mente completara el cuadro en el que mis manos descansaban sobre la curva de los riñones de Carmen y habían arrastrado hasta allí la parte trasera del albornoz. Las largas piernas de mi mujer se veían reflejadas en el mural, firmes, torneadas, una de ellas ligeramente doblada dando a su cadera esa caída tan hermosa y ya, en el limite de la prenda se apreciaba la perfecta curva de las nalgas desnudas y el inicio de la hendidura que las divide y marca la frontera, la ruta al paraíso.

Mientras tanto el roce de nuestros cuerpos y la acción de mis manos había hecho que el albornoz fuera cediendo, ambas partes apenas se solapaban, el cinturón casi no se sujetaba y bastó una nueva presión para que cayese por su propio peso. Su voz sonó como un lamento. Sus manos se cruzaban en mi cuello y cuando noté la laxitud de la prenda deslicé mis manos por sus caderas hasta sentir la piel desnuda de su vientre en mis dedos, mis pulgares sin embargo atraparon la tela para poder retirarla como quien retira el telón para dar así comienzo a la representación. Imaginé lo que le estaba mostrando a Doménico pero deseaba verlo y giré levemente, como si fuera un paso de baile para poder verlo reflejado, las caderas desnudas, rotundas de mi esposa aparecieron en el mural y, a medida que mis manos se buscaban caminando por su piel avanzando hacia sus riñones, la prenda se fue frunciendo en su espalda y le iba descubriendo sus preciosas nalgas. “¡Oh, si!” susurraba yo en su oído al ver reflejada tanta belleza. Y los gemidos in crescendo de Carmen sucumbiendo al sublime placer de dejarse entregar a otro hombre, de exhibirse desnuda, de ser mostrada por su propio marido, de estar a un paso de cambiar de manos y sentir otro cuerpo en su cuerpo y desfallecer viendo a su esposo gozar muy cerca mientras ella se llena con la verga de otro hombre.

Es el momento. Doménico se acerca y acaricia esas nalgas desnudas que le estoy ofreciendo y Carmen sofoca un  grito. Subo mis manos hasta sus hombros y comienzo a retirar el albornoz, ella lo entiende y baja los brazos sumisa. La doncella vendida, el pacto firmado y consumado, nada tiene que decir, solo entregarse. Ahora ya está desnuda, atrapada entre dos hombres que se la disputan. Tomo sus pechos y los excito con calma sabiendo lo que hago, pulsando sus sensibles pezones con los pulgares. Jadea, miro a Doménico pero él ya no me ve, hunde el rostro en su cuello, la besa, la muerde ahí donde Carmen no puede sino declararse rehén de quien alcanza su punto débil. Y ella vence su cabeza en la de él. Busco su boca que tiene un rictus casi de dolor aunque se que no es dolor lo que siente, la beso pero no responde, no me importa se que me ha sentido pero desfallece.

Ya no es mía, ya no piensa en mi, ahora es de él.

Doménico tiene una mano avanzando por su vientre, yo me separo un poco para dejarle vía libre, aprovecho para deshacerme de la camisa y por mimetismo él hace lo mismo. Vuelvo a sus pechos y él regresa a su cuello y su vientre pero esta vez desciende y sus dedos se pierden entre sus muslos, tomo distancia no quiero entorpecer su camino y además quiero ser testigo. Carmen gime y se retuerce, su rostro expresa sufrimiento, agonía, ¡qué sinsentido! sube un brazo para acariciarle la mejilla y su pecho se eleva, parece llamarme; lo acaricio y mis labios mueren por besarlo. Muerdo su pezón, lo hago endurecerse entre mis dientes, siento la mano del italiano que tropieza en mi barbilla y se retira hacia el otro pecho; somos camaradas, no hay problema, hay mucha mujer para compartir. Lamo su pezón erguido, se endurece mas, lo rodeo con la lengua, siento sus dedos enredarse en mi cabello, me aprieta y me enternezco, no me olvida, sabe que me tiene a mi también.

Notó una torsión, se están intentando besar en la boca; me separo de su pecho y, como sí fuese una señal, Carmen se gira, se abraza a él y se besan con furia. Toca asumir mi papel, he pasado a ser el segundo y tengo que perseguir las migajas; no duele. Ahora soy yo quien acaricia su culo, quien busca una rendija para hurgar entre sus nalgas, ella separa las piernas sin abandonar la batalla que libran sus bocas y consigo entrar en la laguna en que se ha convertido su coño. Se remueve, me hace hueco, se abre más, lanza su culo hacia atrás y yo busco en su interior con cuidado siguiendo el ritmo que marcan sus caderas. Me retiro cuando percibo roces cerca, quizás en el clítoris. Sé quién tiene prioridad en este territorio y me voy, dejo un dedo en su ano, sin presionar, solo para que la sensación le llegue, solo para sentirlo.

Se separan, Doménico se desnuda con una urgencia que entorpece sus movimientos, Carmen se yergue y al hacerlo me expulsa sin pretenderlo, yo aprovecho para desnudarme también. Me mira, sus ojos se dirigen a mi verga que tiene una inusitada erección vertical y regresa a mis ojos sorprendida, debe suponer que es el efecto de la experiencia que estamos viviendo, tiempo habrá de hablarle sobre la coca. Carmen se abalanza sobre el cuerpo desnudo del italiano, lo desea,  lleva deseándolo toda la tarde y lo recorre con sus manos con avidez, sus caderas lo golpean, debe estar sintiendo la turgencia erecta en su pubis porque una de las manos con que le acaricia las nalgas se desplaza nerviosa hacia delante y se pierde entre sus cuerpos. Le oigo pronunciar un “Oh!” mezcla de admiración y sorpresa, es una exclamación de consumación de un deseo largamente gestado que por fin se realiza, tiene entre sus dedos ese objeto de deseo que lleva ansiando todo el día. Su cintura se mueve acompasadamente en un ritmo ancestral, primario, golpea la verga con su pubis mientras las manos de Doménico no dejan de recorrer su cuerpo.

Me pego a su espalda como una lapa ¡Dios cómo la deseo! Quiero sentir cada uno de sus movimientos. Capto la intensidad con la que se frota sobre la piel de Doménico. Acaricio su espalda, siento el ritmo de su pelvis golpeando sin cesar, ahora sus golpes tienen dos destinos idénticos, dos vergas hinchadas, tumefactas, vibrantes, hambrientas, cabeceantes.  Se besan con auténtica furia, como si se fueran a devorar, sus bocas no paran quietas cambian de posición con ansiedad, yo he encontrado un hueco en su hombro cerca de su punto débil y me dedico a mortificarla ahí donde sé que le gusta. La amo.

Carmen cae al suelo tan de repente que me asusta, pero no es nada, solo quería tener ante ella la verga de  Doménico, la recoge en sus manos como si fuera un cachorrillo, con la izquierda sujeta los testículos y parte del tronco y con la derecha acaricia la parte superior que apunta altiva hacia arriba. Se acerca y la mira extasiada,  la acaricia, la recorre con los dedos. Veo a Doménico que la observa sonriendo, sereno, no aparenta excesiva vanidad ni prepotencia y eso me gusta de él.  Acaricia su cabello, me recuerda una estampa medieval, el rey aceptando la muestra de pleitesía del vasallo a sus pies. Carmen al fin acerca su boca y la besa una, dos, varias  veces, mueve su mano por el tronco como si quisiera masturbarle y al fin retira la piel dejando desnudo el grueso glande, lo recorre con el dedo pulgar, y extiende los goterones de liquido preseminal por toda la cabeza, lo vuelve a besar y veo brillar sus labios que han quedado impregnados, ¡qué hermosa está!. Al fin abre la boca y lo engulle, cierra los ojos, gira la cabeza levemente, despacio, hacia un lado y otro, desliza el glande hacia fuera sin separar los labios y lo vuelve a hacer desaparecer en su boca varias veces, trabajando con esmero, con mimo y cuando por fin abre los ojos hacia él su expresión es… ¡bellísima! Luego me mira de reojo y yo solo puedo sonreírle. Sabe que deseaba verla así y me lo está dedicando.

Verla allí con una rodilla hincada en el suelo ante su amante, acariciándole los testículos,  mientras él posa la mano en su cabello… es una escena hermosa, nada pornográfica, tiene algo de majestuoso. No sé cuando he comenzado a acariciarme la polla, lo hago lentamente sin ninguna intención de correrme, solo lo necesitaba. Carmen tiene que forzar la verticalidad de la polla de Doménico para poder enfilarla en su boca y ahora intenta tragar algo mas que el glande. Sé de lo que es capaz lo que no sé es si ahora, antes de follar con él es el momento de hacerlo.

Carmen sigue profundizando, y por la expresión del italiano lo está haciendo demasiado bien, tanto que en un momento, él se agacha y la detiene.

-        "Vamos arriba" - dice el italiano con voz enronquecida,  la toma de los hombros y la ayuda a levantarse, la besa apasionadamente, - “Luego” -  le dice con dulzura, ella acepta dócilmente y le besa de nuevo, la toma de la cintura y la lleva hacia la escalera, camina con la cabeza apoyada en él, yo les sigo sin tomarles en cuenta ese vacío en el que me acaban de situar. Admiro esas cuatro nalgas que oscilan por la escalera delante de mi. Se les ve hermosos.

Entramos en la alcoba, Carmen hinca una rodilla en la cama y se vuelve hacia nosotros, la espalda recta, el cuello erguido. Tiene prisa, está ansiosa por consumar su entrega. Doménico se arrodilla a su lado y la besa al tiempo que acaricia sus pechos, yo me arrodillo a su lado y deslizo las yemas de los dedos por su costado. Al sentirme se vuelve y me abraza, me come la boca, "Te amo" me dice en un tono que parece un sollozo, la beso y dejo que vuelva a los brazos de Doménico que la vence sobre la cama. Sus manos acarician hambrientas su cuerpo desde el torso hasta su vientre y a ella le gusta y se remueve como una gata. Le miro mientras la toca, sus manos se mueven ansiosas por su piel pero lo hace con delicadeza, conociéndola, aprendiéndosela, buscando un hueco que enseguida Carmen le hace abriendo las piernas, abriéndose para él. Veo como los dedos del italiano se hunden en el coño húmedo de mi niña y ella apenas puede gemir, tiene la boca ocupada besándole. Me tumbo a su lado y comienzo a acariciar su pecho, Carmen eleva su pierna y la hace descansar sobre mí, muslo sobre muslo y yo se lo acaricio, apenas un roce en la zona interior, la más sensible. Doménico desciende a sus pechos, los lame, los besa con delicadeza, los muerde y Carmen le mesa el cabello y gime cada vez mas alto, cada vez mas entregada. El italiano no tiene prisa aun así acaba por seguir su camino, no deja un centímetro de piel sin besar pero tiene claro el lugar al que quiere llegar y Carmen ansía que llegue a su destino, le espera, mantiene su muslo derecho sobre mi y su pierna izquierda se abre esperándole. El olor del sexo de Carmen se ha expandido como una nube a nuestro alrededor y nos atrae como un imán. Cuando Doménico alcanza su objetivo Carmen desfallece en un grito agudo que no cesa hasta que acaba por extinguirse con el aire que vacía sus pulmones, luego comienza un jadeo lento, suave, con los ojos cerrados y la mejilla pegada a la mía, mi mano sobre su pecho, sintiendo el latido de su corazón, a veces cediendo a la tentación de probar la dureza de su aguda punta, solo un roce que no perturbe la gloria bendita que el italiano le está proporcionando con la boca.

Me besa, su lengua busca la mía, sigue ausente, con los ojos cerrados, ensimismada en el placer que su amante le brinda pero no deja de besarme. De pronto se tensa y muere, durante un largo segundo deja de respirar. Su rostro, casi pegado al mío, está paralizado hasta que veo como  empieza a nacer lentamente una débil sonrisa; sus ojos permanecen cerrados, es la viva estampa del nirvana, de la serenidad, es la imagen de la paz, del placer sencillo.

Su mano izquierda que ha estado cerca de mi pecho baja torpemente hasta tocar la cabeza que tiene entre sus muslos y comienza a dirigir su trabajo, me muestra la punta de la lengua y humedece sus labios resecos. Un pequeño espasmo contrae su rostro pero enseguida vuelve la paz, mas el ladrón detectó la tecla y vuelve a pulsarla y provoca el mismo efecto. Ella se deja porque en el fondo desea la tortura; la mano con la que dirigía el trabajo en sus bajos abandona y cae a un lado, se entrega.

Un espasmo contrae su vientre, su cuello se dobla , sus labios me rozan el rostro, no pretende besarme pero lo hace sin saberlo. Es el efecto de la boca de Doménico en su clítoris, es el anuncio del orgasmo que se avecina. Carmen dobla la pierna, la arrastra sobre mi muslo, se abre mas para él, le ofrece mas hueco, su pie roza mi verga, la nota y lo mueve, sus dedos acceden a mi escroto, ¡que bruja! Quiere estar a todo.

Otro espasmo, otro gemido en mi rostro, su aliento resuena fuerte en mi cara, el aroma de su respiración es puro sexo que me emborracha de morbo. Está preciosa, resopla cada vez mas rápido, su pecho se eleva con fuerza, suda y la beso en la sien para saborear su sudor. Sus labios tiemblan, está a punto. Siento el temblor extenderse por todo su cuerpo, gime, aprieta su cuerpo sobre mi cuerpo, convulsiona. Y se rompe temblando entre gemidos en la boca de Doménico. Intuyo la riada de ambrosía en la boca del italiano ¿Sabrá apreciar su licor tanto como lo aprecio yo?

-        “¡Ven!” – le llama, “¡Ven!” – le pide con ojos turbios, con los brazos extendidos, con las piernas abiertas, le está pidiendo que la folle.

Y Doménico se incorpora, se acerca a ella con la verga erguida, ella le recibe, le toma por los hombros, le ve acercarse, baja una mano y toma el mástil y lo dirige a su coño. Ella sigue sobre mi pecho, y siento como se tensa cuando se coloca el hierro candente en su entrada y él la penetra “¡Si!”  gime, le rodea el cuello con los brazos, le atrae. La pierna que descansaba sobre mi me abandona y ahora abraza sus caderas, se aferra a él con brazos y piernas. Durante unos segundos permanece hundido en ella sin moverse, disfrutando del calor y la humedad de su coño “¡Oh Dios, Carmen!” le oigo decir extasiado. Sé lo que significa, ¡lo sé, si lo sé!. Su estrechez debe estar estrangulando esa verga gruesa que he visto avanzar arrogante hace unos segundos. Si Carmen aprieta ese músculo, si lo hace ahora como tantas veces me lo hace a mi, ese chico está perdido. No durará ni un asalto. ¡Dios, que estoy diciendo!

Parecen salir de un sueño, Doménico comienza a moverse despacio, su cintura cobra vida y empieza a bombear y Carmen solloza. Es su momento, soy consciente de que mi papel en este primer asalto es dejarles el protagonismo a ellos dos, no interferir y mirar, disfrutar de lo que quería ver. Carmen está literalmente colgada de su cuerpo, agarrada a él con sus brazos y sus piernas, yo llevo meses esperando poder volver a ver aquella escena que solo pude ver fugazmente en nuestra casa de la Sierra, casi  furtivamente. Ahora tengo la ocasión de hacerlo de pleno derecho. Me levanto temblando de la emoción y me muevo hacia los pies de la cama y me arrodillo, apoyo los codos en el colchón y… ¡Dios santo!

El sexo de mi mujer está completamente dilatado por la gruesa barra que se abre paso en su interior, despacio, muy despacio se hunde hasta que la apretada bolsa golpea su periné, se encoge y se desplaza hacia atrás por el empuje que aún insiste en penetrarla más, luego, tras unos segundos comienza el retroceso y con ello, los bordes del coño son arrastrados hacia el exterior pegados al vigoroso tronco que aparece brillante, empapado por los fluidos blanquecinos que lubrican el martillo que la taladra. Aparece la cabeza, el glande amoratado se queda apoyado sobre la abertura dilatada  que ha tomado un color rojo fuego con todos sus pliegues abiertos, expuestos, pidiendo un roce de esa poderosa  cabeza. Se mueve, cabecea para darle placer, amagando con volver a invadirla y ella gime, se agita, mueve la cintura para responder al beso de ese monstruo, suplica volver a ser traspasada. Una presión y la bala entra sin oposición, el coño se dilata ante mis ojos, los pliegues se hunden arrastrados por el émbolo y se traga toda esa verga. Una queja que no es queja sino goce se deja oír en toda la alcoba. Mas abajo, entre sus nalgas abiertas, el pequeño esfínter está dilatado, abultado, expulsado hacia fuera y siento la tentación de acercar mis dedos y acariciarlo, ¿seré bien recibido? Dudo, dejo que los testículos golpeen varias veces más  y calculo si tengo espacio para no molestar al amante. Humedezco mi dedo índice y me atrevo, me acerco a un milímetro y cuando el émbolo comienza a penetrar, mi dedo roza el ano empapado por la humedad que desborda el sexo de mi esposa. Un gemido diferente, un grito de sorpresa, el esfínter se contrae y al siguiente empuje de la verga presiono y el dedo, para mi asombro,  desaparece dentro del ano que se abre dócilmente, ¿cómo puede ser? El esfínter se ha dilatado sin resistencia alguna, como jamás había sucedido antes.

Me aprieta, sufre varios espasmos, Carmen sofoca un grito. Doménico se vuelve nervioso, me ve, no dice nada y me olvida. Bombea con decisión, le siento en mi dedo y pienso que él me debe estar sintiendo también porque su forma de moverse es mas intensa desde que yo estoy dentro. Carmen hace oscilar sus caderas y me hace pensar si quizás la esté molestando pero no hace nada por expulsarme. Muevo el dedo dentro de ella con cuidado, escucho a Doménico resoplar y me detengo, no es a él a quien pretendo estimular. Está a punto y cuando sus embestidas se hacen mas rápidas  y siento sus contracciones en mi dedo ella baja su brazo y me hace salir. Lo entiendo, estoy siendo una distracción para su primer polvo con su amante, no me ofende, ya habrá ocasión. Me retiro un poco y me convierto en espectador privilegiado del brutal orgasmo del semental que golpea sin piedad  la pelvis de mi esposa que alcanza su clímax, inmenso, enérgico, envuelta en espasmos que hacen temblar su cuerpo desmadejado. Y cuando su amante parece a punto de retirarse le escucho resoplar de nuevo y proferir “¡Joder, joder!” como si no esperase sentir lo que siente. Reconozco su asombro, sé que le está estrangulando la polla, atrapada en medio de sus potentes contracciones y le revive el orgasmo que él creía acabado. Carmen está  descontrolada, su orgasmo no se agota, tiembla, balbucea, mueve la cabeza a un lado y a otro y al fin se hunde en un desmayo. Tranquilizo a Doménico que me mira desconcertado ante la abrumadora reacción de mi mujer.  Está nervioso, me interroga con la mirada al ver que ella no reacciona.

-        “No le pasa nada, en unos minutos estará bien, ahora no hay que molestarla”

Doménico está angustiado, parece no creerme del todo. Carmen está literalmente desmayada.

-        “Dejémosla un rato, te aseguro que no le pasa nada Doménico, al principio me asustaba tanto como te acaba de pasar a ti, pero lo mejor para ella es no sacarla bruscamente de ese estado”

-        “¡Joder, que susto me he llevado!”

Entramos en el baño y nos lavamos por turno, al salir encontramos a una Carmen que nos sonríe plácidamente desde la cama. Doménico se lanza hacia ella y la besa con ternura

-        “¡Cielo, no sabes el susto que me has dado!”

-        “Tonto, estaba en la gloria!”

Carmen me mira y me hace una seña para que me acerque, Doménico entiende que es mi momento y se aparta, sé que vamos a entendernos bien. Ocupo su lugar en el  borde de la cama, me abraza y nos fundimos en un beso cargado de ternura, de amor, cargado de significado.

-        “¿Qué me hacías en el culo cuando estaba ocupada?”- dice poniendo una expresión de maldad en su mirada.

-        “¡Eso digo yo! Ya me contarás como fue que se coló con tanta facilidad”

Carmen lanza los ojos al techo

-        “¡Ah!” – contesta enigmática

-        “¿No me lo vas a decir?”

-        “Si te portas bien, a lo mejor”

-        “¿Has tenido ayuda?” – clava sus ojos en mi cargados de malicia

-        “¿Tú que crees?”

-        “No lo sé, por eso te lo pregunto”

-        “A su tiempo, amor, todo a su tiempo”

Selló la conversación con un beso intenso, un beso al tiempo que rodea mi cuello con sus brazos y me arrastra a la cama, me fuerza a volcarme sobre ella. Sentí la desproporcionada dureza de mi verga clavarse en su vientre y ella llevó uno de sus brazos hasta allí, la rodeó con sus dedos. Separó su boca y me miró con la sorpresa pintada en su rostro.

-        “¿Y esta maravilla?”

-        “Esperándote”

-        “¿Tanto te ha excitado verme follar con Doménico?”

-        “Lo habéis hecho muy bien”

-        “Pues si este es el resultado – dice frotándome la verga – habrá que repetir mas veces”

-        “Por mi encantado” – escuché decir al italiano que se acaba de hacer hueco en la cama y comienza a acariciar el pecho de Carmen, ella le lanzó una sonrisa y volvió a besarme.

Carmen no soltó su presa, la dirigió hacia su coño y comenzó a moverla entre sus labios empapándola con la mezcla de flujo y semen que inundaba sus labios, intenté empujar pero me detuvo.

-        “Shhh, aun no, impaciente”

Siguió jugando con mi verga, moviéndola por su sexo en vertical, excitándose, masturbándose con ella, utilizándome como un juguete mientras Doménico, acostado de perfil a ella, la observaba con una expresión de sincera admiración en su rostro y  se dedicaba a  excitar su pezón, unas veces con la yema de los dedos, otras pinzándolo con dos dedos, a veces recogiendo el pecho en la palma de la mano y moviéndola con suavidad aplicándole un leve masaje al que Carmen no era insensible.

Carmen emitió un gemido cuando mi verga alcanzó su hinchado clítoris, la sonrisa que nació en su boca me dejó claro que no iba a abandonar ese lugar durante un buen rato. Doménico  se incorporó y buscó su boca, de nuevo sentí que me convertía en actor secundario, pero Carmen le dio un corto beso  y se centró en su propio placer servido por mi verga, me miró, se mordió el labio y me guiñó un ojo. La entendí claramente. Ahora es nuestro tiempo amor, ahora es nuestro momento.

Aceleró, dobló las rodillas, arqueó la espalda y echó el cuello hacia atrás, buscaba un nuevo orgasmo masturbándose con mi polla, ¿podría resistir yo aquella apuesta? Sentía el glande  a punto de estallar, miré a Doménico que había vuelto a castigar el pecho de  mi mujer con la boca mientras sus dedos jugaban con el vello púbico peligrosamente cerca  de rozarse conmigo ¿podía protestar yo, que había estado a punto de tocarle los testículos unos minutos antes?

Carmen botó un par de veces sobre la cama cuando al fin alcanzo el clímax, un potente chorro de orina salió disparado y me alcanzó el estómago. Miré a Doménico e hizo un gesto quitando hierro al asunto, supuse que no era la primera vez que veía a una mujer orinarse durante el orgasmo. Solo entonces Carmen llevó mi verga hasta la entrada de su sexo y me permitió hundirme hasta el fondo de un solo golpe. Hasta eso lo dirigió ella, empujando mis nalgas con sus manos con firmeza. Me quería dentro.

Su coño era un charco caliente y viscoso, que se desbordó cuando lo llené con mi verga, la textura diferente, mas espesa, el semen de Doménico me excitó. Estaba en el lugar que acababa de ser visitado por el amante de mi esposa. “¡Puta, puta!” – pensé, y desee intensamente pronunciarlo.

-        “¡Pero que puta eres” – Carmen abrió los ojos llenos de asombro, Doménico levantó el rostro que mantenía sobre el pecho de Carmen y me miró sin saber  como reaccionar – “Te acabas de follar a este tío y aquí estás, chorreando el semen de tu amante y pidiendo mas, que zorra estás hecha!”

Seguí bombeando, el silencio solo quedaba roto por el sonido del chapoteo de mi verga en el charco de su sexo. Carmen fue transformando su sorpresa inicial por la mayor expresión de soez provocación que jamás le había visto hasta entonces.

-        ¿Y lo que te gusta mirar, eh? ¿Ver como te pongo los cuernos?, ¿estar delante cuando me follan?.  No te había visto esa polla tan tiesa en años, cariño y seguro que ha sido al ver el polvo que me acaba de echar Doménico ¿a que si?” – sonreí, miré a Doménico que también sonreía.

-        “Date la vuelta, zorra”

Carmen se gira hasta quedar a gatas, la parte interior de sus muslos brilla por el semen que rezuma de su sexo y me excita aún mas, “¡estás sucia, puta!”  Me aferro a sus caderas y comienzo a bombear con fuerza, Doménico se ha acomodado con la espalda apoyada en el cabecero y Carmen, no sé cuándo, se ha agachado  y está  lamiéndole la polla,  “Qué zorra eres, ¿Se la estás chupando? ¡Joder que mujer mas zorra tengo!”  Doménico asiste a nuestra conversación sonriendo mientras sujeta la cabeza de mi esposa, la veo subir y bajar y no me lo puedo creer, no consigo creerme que esa zorra a la que estoy follando, que se come la polla del italiano con tanta habilidad pueda ser mi esposa.  Doménico echa la cabeza hacia atrás, gime, “¡Joder!” grita, le tiemblan varias veces las piernas y sucumbe a un nuevo orgasmo. No puedo ver su cara cuando se incorpora, está oculta tras una maraña de cabello enredado. Yo aún no me he corrido. La zarandeo hasta ponerla otra vez boca abajo y la monto, se queda tumbada al lado del italiano con la cara muy cerca de su cadera, a escasos centímetros de la polla que acaba de comerse.  Veo su boca manchada de semen, me enciende, me vuelve loco, ¿Es esta mi mujer? Estoy a punto.

Empujo, empujo, mis caderas golpean frenéticamente y aunque las piernas de Carmen están firmemente sujetas a mis riñones es tal la fuerza que imprimo a mis embestidas que no pueden mantener unidos nuestros cuerpos que chocan haciendo un ruido húmedo, su jadeo entrecortado por la violencia de mi penetración me excita todavía mas. Carmen me mira con los ojos desorbitados, sus gemidos se han convertido ya en lamentos que van subiendo de volumen a medida que el clímax se avecina y eso solo consigue aumentar mi furia. Por fin estallo en medio de un bramido. El orgasmo es brutal, salvaje,  como no recuerdo haber vivido antes. La beso, no me importa el sabor de su boca, olvido los restos blanquecinos que he visto en la comisura derecha, la beso, me come la boca, es ella, es mi mujer, la beso sin ningún reparo, le como la boca.

Me dejo caer  a la izquierda de Carmen porque a su derecha, mi lugar habitual, está Doménico acariciando su pecho. Aprovecha mi retirada para comerle la boca y ella, rendida tras el esfuerzo, se deja hacer, le rodea con su brazo y le acaricia sin apenas fuerza.

Mi verga se mantiene tercamente erguida, el techo se me antoja especialmente interesante y me pierdo mirando formas que cambian y se transforman como suele suceder con las nubes mientras dejo que la respiración recobre su ritmo poco a poco y curioseo por el rabillo del ojo como mi colega le muerde los pezones a mi esposa.

Doménico se levanta y al cabo le escucho orinar, oigo correr el agua de un grifo y luego unos pies descalzos que regresan. La cama se hunde un poco y escucho un beso. Me gusta Doménico, es cariñoso con mi mujer, la trata bien.

-        “¡Qué estás haciendo!” – Escucho decir a Carmen. Mas que una pregunta, suena como una advertencia. Su tono es duro.

Me incorporo como un resorte,  sé lo que está sucediendo y de repente siento frío.

Está apoyada sobre un codo, parece haber visto un fantasma. Doménico está sentado en la cama girado hacia la mesita de noche, sobre ella tiene abierta la cajita plateada y en su mano mantiene la paleta recién cargada. La mira  con los ojos muy abiertos, muy serio.

-        “Carmen, no soy un drogadicto…”

-        “¿No? – le interrumpe - ¿y eso qué es?” – Apoya los puños en la cama, coge impulso y se sienta con brusquedad. Me mira a los ojos pero no consigo mantenerle la mirada. – “¿Tú lo sabías, verdad?” – Doménico salva mi silencio.

-        “Escúchame Carmen, por favor, ¿Crees de verdad que soy un yonki?”

Carmen desvía su mirada glacial de mis ojos y lo taladra.

-        “Apenas te conozco, Doménico, no se quién eres, y en cuanto a ti” – dice volviendo a acuchillarme con su mirada – “parece ser que tampoco te conozco tan bien como yo creía”

Está en medio de la cama, rodeada por nosotros y hace un intento de levantarse reptando hacia los pies de la cama. Doménico la detiene.

-        “¡Carmen, por favor, escúchame solo un momento, no te tengo por una persona intolerante, solo déjame hablar!”

-        “No, déjame hablar a mi.” – vuelve a mirarme y sus ojos destellan dureza, una dureza que jamás había visto – “Mario, dime una cosa y por favor, se sincero. ¿lo has tomado?”

No dude ni un instante porque si lo hacía, si ella percibía la mas mínima duda, no solo tendría clara la respuesta sino también mi flaqueza.

-        “Si Carmen, pero…”

-        “No digas una sola palabra más” – se deslizó hacia los pies de la cama y se dirigió al baño. Aún me escuchó llamarla una vez mas pero me ignoró, lo último que quería en ese momento era discutir conmigo.

FIN