Diario de un Consentidor (62)
Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor.
La primavera comienza a hacerse notar con fuerza en este Madrid de primeros de Marzo. Intento huir del intenso tráfico de mediodía y callejeo para llegar al restaurante en el que he quedado con Carmen para almorzar. He salido con tiempo suficiente y me detengo en una de las escasas tabernas que aún quedan de las de vermut de grifo y tapa de boquerón en vinagre, de paredes alicatadas de azulejos con evocaciones goyescas, de las que huelen a gamba y a berberecho, donde la cerveza se sigue tirando en barro y en las que aun se apunta con tiza en la vieja barra de madera la consumición de la clientela.
De tanto repetir la escena, mi mente conserva nítida la imagen de mi mujer tomada de la cintura por ese hombre que la atrae hacia si y la besa en la boca sin que ella oponga ninguna resistencia. Sus brazos, ¿dónde estaban sus brazos? Creo recordar que cuando la besó por primera vez se hallaban cogidos de las manos, pero en ese momento, cuando se atrevió a volver a besarla… no se, yo estaba tan trastornado que no puedo recordar. Creo que una de sus manos iniciaba un saludo de despedida en el brazo de él y acabó apoyada en su pecho. Si fue así no lo sé, quizá es mi imaginación que ha rellenado la escena ya que no tuve ojos más que para esas bocas que se unían. Recuerdo su espalda arqueándose como si por una parte intentase huir del beso y al mismo tiempo estuviese atrapada por el deseo. Tuvo ocasión de reprocharle la osadía, pudo alegar sorpresa la primera vez, sin embargo el segundo beso lo vio venir y no hizo nada por esquivarlo.
¿Estoy acusándola de algo? ¿Es esto un reproche? En absoluto. Preparo los argumentos que momentos después posiblemente tendré que enfrentar a sus dudas al tiempo que alimento la excitación que me produce rememorar esas escenas.
El proceso está en marcha. Si como Carmen dice, Carlos es agua pasada, acabamos de dar el pistoletazo de salida a la nueva aventura y toda la emoción contenida se me agolpa en la garganta impidiéndome respirar con normalidad.
Apuro el vermut y salgo a la calle a encontrarme con la adúltera, con esa mujer que me vuelve loco y con la que voy a ultimar los planes para seducir al que hemos decidido que será su nuevo amante.
…
- “¿Algo para mí?” – Preguntó en recepción al entrar en el gabinete.
La recepcionista le pasó unas llamadas y se dirigió a su despacho con paso rápido. Le disgusta retrasarse aunque no tiene que justificar su horario ante nadie. Cerró la puerta y se despojó de la chaqueta y el foulard, dejó el bolso en el sillón frente a su mesa y revisó las llamadas de pie, solo tras comprobar que no había nada urgente se arrellanó en su sillón.
Con los ojos cerrados casi podía sentir el roce en sus labios, primero con suavidad y luego, tras la sorpresa del primer beso inesperado, el segundo que vio venir y no esquivó. La presión que hizo que su boca se entreabriera ligeramente hasta que reaccionó evitando que aquello fuera a más.
¡Qué locura! Cualquiera podía haberla sorprendido a esas horas. Un desagradable malestar congeló su espalda. No podía saber si en realidad algún conocido la había visto besándose con Doménico, en realidad no lo sabría hasta mucho después, cuando el rumor fuera ya de dominio publico.
Se obligó a detener el curso de esos pensamientos que no la podían conducir a nada bueno y encendió su ordenador decidida a comenzar su trabajo como medio de ahuyentar los fantasmas.
Media hora mas tarde se sorprendió sonriendo. ¡Qué locura! Pensó.
…
- “Habéis sellado un pacto”
Habíamos quedado para almorzar en un lugar lo suficientemente alejado como para evitar un encuentro fortuito. Durante la mañana me había puesto al corriente de la conversación que habían mantenido y por fin le había dado sentido a los gestos que pude ver. Ya todo encajaba.
Estaba asombrado, maravillado por el salto cualitativo en la audacia de mi esposa. Había tomado la iniciativa de un modo que no me habría imaginado esa misma mañana.
- “¿Un pacto? ¡Pero qué melodramático te pones a veces!”
- “Te ha besado, dos veces, y no he visto que le hayas rechazado; eres una mujer casada y le has hablado con una claridad meridiana de tu… especial relación con tu marido, le has explicado cómo quieres que se hagan las cosas, ¡vamos, que le has planteado un trío!, incluso le has despejado cualquier duda sobre mi participación ¿quieres más? él ya sabe que tiene el camino despejado siempre y cuando tenga tacto y estilo, porque tú no eres una mujer cualquiera”
- “¡Vaya, gracias!” – dijo sin poder disimular su satisfacción por como se había desenvuelto durante el desayuno.
- “No he dicho que seas una cualquiera, he dicho que no eres una mujer cualquiera”
Enmudecimos mientras el camarero se acercó a tomarnos nota. Carmen estaba pletórica y le costaba disimularlo, su actuación ante Doménico le había hecho sentirse mucho mas liberal de lo que hasta ahora se había sentido. Verbalizar en voz alta lo que para ella representaba nuestro matrimonio y la libertad que nos concedíamos dentro de él había supuesto una especie de terapia de liberación que le había aclarado muchas cosas además de darle un baño de autoafirmación y autoestima muy necesario. Se sentía bien, muy bien y no intentaba ocultarlo. A pesar de todo la prudencia le seguía exigiendo moderación.
- “Por supuesto, vas a acudir a esa cita” – afirmé
- “No lo tengo tan claro como tu”
- “¿Y qué te lo impide?”
- “Las prisas, como siempre, la diferencia de ritmo que tenemos tu y yo”
Tomé un trago de cerveza como excusa para cargar munición.
- “¿Acaso me vas a decir que si te vas con él a tomar unas copas vas a ser incapaz de limitarte a eso, a tomar unas copas, a charlar de arte, de música, de ballet?”
- “Según tu, me tomará en sus brazos, nos besaremos y… ¿cómo dijiste? ¡ah si! Me será difícil separarme de ese abrazo” – lanzó una mirada asesina hacia la mesa a su derecha donde una oficinista pegaba la oreja descaradamente a nuestra conversación, luego continuó en un tono algo mas bajo – “En serio, creo que me lo voy a tomar con un poco mas de calma. Además, es viernes, teníamos otros planes si no recuerdo mal” – protesto mimosa.
- “Como tu quieras, de todas formas tendrás que llamarle, no le vas a dar plantón, digo yo.”
Carmen asintió con la cabeza y continuamos comiendo.
- “¿Te gustó?” – le pregunté tras el cambio de platos.
- “¿El qué?”
- “Todo, que os espiara, que todo saliera como lo habíamos previsto, que te besase…”
Entrecerró los ojos, luego subió las cejas y elevó la mirada al cielo y suspiró. Disimuladamente miré a mi izquierda donde nuestra cotilla vecina no perdía detalle de la conversación.
- “Si… hubo momentos en que me sentía como si no fuera yo, me puse a hablar, me escuchaba y pensaba, ¡Dios mío, pero qué estoy diciendo!”
- “Lo que realmente piensas, cielo, lo que pasa es que nunca habías tenido la ocasión de expresarlo”
- “¿Tu crees?” – Se limpió los labios con la servilleta y bebió un sorbo, luego me miró –“¿No será que de tanto escucharte me limité a repetir tus ideas?” – Carmen se dio cuenta inmediatamente de que sus palabras no se correspondían con su estado de animo, casi eufórico. Era la respuesta defensiva que estaba habituada a darme.
Dejé los cubiertos en el plato y la miré. Por un instante retrocedí en el tiempo y recordé a esa mujer ilusionada con la que preparé la casa de la sierra para recibir a su amante, con la que fui a comprar el regalo de navidad para el hombre con el que compartió lecho, recordé la tarde que elegimos juntos la lencería que llevaría puesta en su primer encuentro a solas.
Sin embargo ahí estaban de nuevo las dudas, la reticencia a aceptarse tal cual era ahora. Como si estuviésemos en una montaña rusa acabábamos de pasar de la cumbre mas alta a la bajada en picado. No se qué me sucedió en ese momento, sentí un enorme cansancio, un hastío que me impedía volver a argumentar una vez mas a favor de su liberación sexual. No estaba molesto, tampoco me sentía frustrado, simplemente me rendí.
Cogí los cubiertos pero había perdido el apetito. Comencé a escarbar en el plato.
- “Estoy de acuerdo contigo, lo mejor será que le llames y pongas cualquier excusa”
- “¿Qué pasa?” – dijo empleando un tono conciliador al notar mi cambio de humor.
- “Nada cielo, que tienes razón, quizás estemos yendo demasiado rápido”
- “¿No vas a terminar de comer?” – preguntó mirando mi plato apenas empezado.
- “No, no tengo apetito” – dije intentando quitarle importancia – pero tu sigue – continué al ver que ella abandonaba los cubiertos. Sus ojos adquirieron un matiz de tristeza.
- “No, es igual” – No era mi intención dinamitar el almuerzo, sin embargo estaba a punto de echarlo todo por tierra e intenté reconducir la situación.
- “Venga, vamos a comer” – dije engullendo un trozo de merluza, Carmen me miró y valoró el esfuerzo que hacía por recuperar el buen ambiente.
- “¿Tan importante es para ti todo esto?” – dijo al fin.
- “No me has entendido, quizás no me he sabido expresar. Estaba siendo sincero cuando te he dado la razón. Puede que estemos yendo demasiado rápido, incluso puede que le estemos dando demasiada…” – no lograba encontrar la palabra adecuada y Carmen vino en mi ayuda.
- “Prioridad”
- “Eso es, prioridad, puede que yo le esté dando demasiada prioridad a este juego morboso y sin querer te esté arrastrando, forzando.”
- “Ya soy mayorcita para dejarme forzar” – me interrumpió.
- “Hay muchas maneras de forzar, unas muy descaradas y abiertas, otras mas sutiles, tu lo sabes, a lo Karajan. No, no te lo estoy echando en cara” - dije al ver su expresión dolida – “pero tenías razón, a veces soy un pelín manipulador, me dejo llevar de la ilusión, del entusiasmo.”
- “Yo también he participado del juego, no me he dejado llevar como si fuera tontita” – se inclino hacia mi a través de la mesa y cogió una de mis manos, sus ojos me traspasaron como solo ella es capaz de conseguir – “Si le dije todo eso durante el desayuno es porque lo siento y porque lo creo. Lo que pasa es que a veces siento… no se, una especie de vértigo y necesito parar un momento”
Carmen consigue sacar mis emociones a flote y aquella fue una de esas ocasiones. Sonreí como un bobo, hubiera llorado de alegría y ella lo notó tanto que sonrió y sus labios dibujaron la palabra ‘tonto’ sin llegar a producir ningún sonido aunque juro que yo la escuché en mi cerebro. Cuando por fin pude articular palabra…
- “Lo entiendo, por eso creo que lo mejor será que esta tarde sigamos con nuestros planes”
La merluza se quedó fría en el plato mientras la vecina de mesa siguió cotilleando sin llegar a entender del todo cuál era nuestra relación. Evitamos darle mas pistas tomando el café fuera del restaurante. No se cómo, terminamos el café recuperando la ilusión por la vieja idea de pasar la semana santa en la casa rural de Fidel dedicados a nosotros dos, sin mas intrusos. Nos separamos con un dulce beso que nos supo a poco.
Al llegar a su despacho lo primero que hizo fue buscar la tarjeta de Doménico y marcar el número en su móvil.
- “¿Dígame? – Carmen había esperado escuchar la típica respuesta italiana, ‘pronto’, sonrió al comprender que Doménico llevaba demasiados años en España.
- “Doménico, soy Carmen”
- “¡Carmen, qué agradable sorpresa! Aunque si he de ser sincero, te esperaba”
- “Pero seguramente no me esperabas para lo que te voy a decir”
- “¡Ma non, ragazza!” - ¡Dios, le resultó tan sensual escucharle hablar en italiano!
- “Lo siento! Ya teníamos planes para esta tarde y..”
- “Habla con Mario, él entenderá, es tu debut conmigo, nuestra primera cita; le hará ilusión, seguro que te esperará emocionado para que le cuentes cómo te fue conmigo”
Carmen enmudeció. Doménico había entendido a la perfección cuál era nuestra relación. Se sintió tan desnuda después de esa frase que no supo que decir. Doménico lo percibió.
- “Será nuestra primera cita, - insistió -, unas copas, confidencias, me contarás mas cosas de ti, de tu marido, de vuestra forma de entender el amor, la fidelidad, la relación de pareja, las amistades.”
Había sido un aluvión de ideas, un torrente insinuaciones sin margen para asimilarlas, sin espacio para rebatirlas porque enseguida llegaba una nueva que requería su matización.
- “No, espera, Mario y yo…”
- No le echarás de menos, de alguna manera él va a estar allí también con nosotros, como estaba cuando me besaste esta mañana”
Carmen se turbó al recordarlo. Ponía en ella la responsabilidad de aquellos besos, iba a protestar cuando otra idea vino a sepultar la protesta que ya nacía en su boca; yo le había contado mi temor de haber sido descubierto cuando se volvió de improviso en el bar ¿se habría dado cuenta de que les había estado siguiendo al salir? No, no era posible.
- “Te propongo una cosa, queda con Mario un poco mas tarde, nos tomamos una copa tu y yo y luego me lo presentas, ¿qué te parece?”
Carmen notó como la emoción crecía como un volcán en su vientre y se agolpaba con fuerza en su garganta.
- “Primero tengo que hablarlo con él”
- “Me parece bien, podríamos quedar… ¿sobre las siete?”
- “Si, está bien” - ¡Acababa de aceptar!
- “Reservamos… ¿hasta las nueve para nosotros? Luego os invito a cenar”
- “Bueno, eso lo tendrás que discutir con Mario. Te llamo cuando hable con él”
- “De acuerdo preciosa, te espero”
Cuando Carmen colgó sintió el rubor calentando sus mejillas, su corazón palpitaba desbocado en su pecho. En menos de cinco minutos se había visto superada por un oponente que dialécticamente la había derrotado sin concederle opción de rebatirle ningún argumento, jamás en toda su carrera profesional le había sucedido algo parecido. Carmen se considera una hábil negociadora tanto en los círculos profesionales como en las terapias cara a cara con los pacientes con los que tiene que consensuar tratamientos, medicaciones y un sin fin de detalles que a veces requieren horas de delicadas y complejas negociaciones. De alguna manera Doménico la había avasallado, apenas la había dejado hablar.
Tardó poco en reconocer que, en realidad, nunca quiso plantear esa batalla.
- “Dime corazón”
- “Mario…” – por su tono de voz supe que algo no iba como estaba previsto. Lo primero que se me pasó por la cabeza, la única idea que mi mente podía crear en aquellas circunstancias y por la que, si hubiera apostado un millón en alguna mesa de juego me habría hecho rico, apareció como un fogonazo.
- “Dime”
- “Acabo de hablar con Doménico, la verdad es que no se qué ha sucedido porque le he dicho que teníamos planes… pero… no se… me ha liado de tal forma…”
- “¿Has quedado con él, a que si?” – modulé la voz de manera que no quedase la menor duda en mi estado de animo.
- “Hemos”
- “¿Hemos?” – Me incorporé sobre el sillón como si me hubieran aplicado una descarga eléctrica.
A medida me contaba la conversación que habían mantenido, pasé por varias fases. Sentí una gran ternura por ella cuando me confesó lo sensual que le pareció escucharle hablar en italiano. Luego, cuando me contó que él le dijo que ‘yo entendería’, comprendí que Doménico estaba dando por supuesta mi condición de marido consentidor. El alegato sobre la libertad sexual que Carmen había defendido con tanta vehemencia esa misma mañana le había dejado claro que yo no solo la amaba hasta el punto de concederle la libertad absoluta sino que eso me convertía en su colaborador mas fiel para llevar a cabo esa entrega. Doménico tenía muy claro que yo mejor que nadie iba a entender su deseo de estar esa misma tarde con mi mujer, al fin y al cabo era su primera cita mas allá de sus breves desayunos, era su primera ocasión de estar solos en un lugar mas intimo después de haberla besado por primera vez, él estaba convencido de que un tipo como yo entendería que él quisiera mas, que esperara conseguir algo mas que unos besos esa velada. Doménico sabia que yo iba a entenderlo y se lo hacía ver a mi mujer.
Carmen desmenuzaba la conversación en detalle y la piel se me erizaba. ¿Qué es lo que yo tenía que entender? Doménico me estaba enviando un mensaje claro y contundente. Era su debut con él, el debut de mi esposa con su amante. Me lo estaba dejando claro, sin medias tintas ¿para qué andarse con rodeos? La alegoría sobre el ballet con la que Carmen había expuesto tan emocionalmente la renuncia de derechos que yo estaba dispuesto a hacer con tal de disfrutar del placer vicario que me proporciona ser espectador y actor secundario del sexo que otros disfrutan con mi esposa, le daba pie para no necesitar mas rodeos. Ella había sido clara durante el desayuno y él ahora se limitaba a tratarnos con la misma claridad. Su marido entendería que era su debut con él y no pondría trabas en dejarles un par de horas libres para…
Note la erección luchando por librarse de la opresión del slip. Mi mano se movió instintivamente hasta rodear el abultado paquete.
Me conocía bien, le habían bastado unas frases de Carmen para conocerme. Sabía que esperaría ilusionado su regreso, ávido de noticias, deseando escuchar de su boca lo que hubiera sucedido en esas dos horas.
¿Sería capaz de ponerme delante de él sabiendo que acababa de estar con mi mujer y que sin duda habría habido algo mas que un par de besos?
Recordé la conversación con Roberto en Coruña, - casi un monólogo -, y pensé que esta vez mi relación con el amante de Carmen sería muy diferente.
- “De acuerdo”
- “¿Si?”
- “Si, a las nueve estaré allí”
- “¿Estás seguro?”
- “¿Y tu, quieres hacerlo?”
Un silencio que me pareció interminable y que, de ninguna manera iba a interrumpir yo, se cruzó entre nosotros.
- “Si”
- “Entonces queda con él”
Cuando deje el móvil en la mesa me temblaba todo el cuerpo. Como si fuera una letanía, comencé a repetir lo que el manual de diagnostico de trastorno mentales define sobre las adicciones. Así me sentía yo, como un adicto a una extraña mezcla de voyerismo, humillación, sexo, masoquismo…
Salí del despacho donde me estaba ahogando encerrado en aquellas cuatro paredes que se me antojaban cada vez mas estrechas.
- “¿Te pasa algo?” – negué con la cabeza y acabé en la maquina del café donde rara vez se me ha visto en todos los años que llevo en el gabinete.
No le debí parece muy convincente a mi socio y amigo porque al poco tiempo le tenía a mi lado con cara de preocupación.
- “Tengo una neuralgia enganchada en el ojo, izquierdo, quizás sea una sinusitis” – mentí
- “¿Por qué no te vas a casa? es viernes”
- “Voy a terminar unas cosas, lo mismo me voy al gimnasio y me meto en la sauna”
- “Has elegido el peor día para estrenar la máquina de café” – bromeó”
- “Tienes razón” – dije ofreciéndole el café recién sacado.
Volví al despacho huyendo de una conversación forzada que no iba a engañar a alguien que me conocía bien.
…..
A las seis Carmen desistió de continuar con el documento que estaba redactando, su mente estaba en otro lugar. Se dejó caer en el respaldo del sillón y apoyó la cabeza. ¿Cómo había dicho? Su debut con él ¿Qué había querido decir? ¿qué planes tenía Doménico para esa cita? y, sobre todo, ¿Qué es lo que ella estaba dispuesta a aceptar para ese debut?
“Mario lo entenderá”. Eran tantas las claves que había empleado Doménico y a las que ella no había replicado que tenía la impresión de haber claudicado antes incluso de saber a qué se había rendido. Sentía un ligero temblor, como si una débil corriente eléctrica recorriera toda la superficie de su cuerpo, notaba esa familiar sensibilidad en la piel al roce de la ropa que a veces, en momentos de extrema excitación le hace sentir hasta el mas mínimo movimiento de la ropa sobre su piel.
Cogió su pequeño neceser y salió del despacho rumbo a los lavabos, una vez allí se encerró en uno de los reservados. Con calma soltó el cinturón y se desabrochó el vaquero. Cuando hizo descender la prenda y arrastró la braga hasta la mitad de sus muslos sintió esa vaga pérdida de consciencia que a veces, solo a veces, la obligaba a entornar los ojos y la devolvía a otro momento, entonces, durante unos segundos, un ahogo cerró su garganta, el estómago se encogió, sus brazos se negaron a obedecerla y se quedó paralizada, con las bragas tensas en mitad de sus muslos como si eso fuera una señal, esperando, escuchando su respiración jadeante. Esperando, en tensión, jadeando, esperando. Luego, sin saber por qué, todo volvía la normalidad y no volvía a recordar que eso había sucedido.
Desprendió el salvaslip y observó la humedad que lo cruzaba, lo dobló y lo arrojó al cestillo, se limpió cuidadosamente con una toallita que extrajo de un paquete de su neceser. Automáticamente tomó un salvaslip de repuesto, entonces se detuvo y dudó, luego sonrió, ¡qué tontería! pensó, de ninguna de las maneras iba a… esa tarde no… Miró el protector que mantenía en su mano durante un segundo y con un gesto rápido se dejó llevar de un impulso, lo guardo de nuevo y se vistió con rapidez como si quisiera no volver a pensar en esa decisión.
Recogió el bolso y la chaqueta del despacho y salió del gabinete.
Caminaba sin prisas, tenía tiempo de sobra y no quería ser la primera en llegar a la cita. Habían quedado en una de las bocacalles mas concurridas de San Bernardo, con mas vida social, no le costaría encontrar el pub y decidió ir dando un paseo eso le permitiría ordenar sus ideas si es que eso era posible a esas alturas.
Su intento de declinar la cita había sido un desastre, Doménico había seguido la estrategia de acribillarla con argumentos a los que hubiera querido responder uno por uno y sin embargo se encontró rebasada por ellos. Le recordó una escena de una vieja película en banco y negro en la que la infantería, desprevenida, se ve incapaz de repeler la carga de la caballería enemiga. Así se había sentido ella, con los argumentos de Doménico sobrepasándola mientras ella aun intentaba darle forma a la respuesta que pensaba darle al argumento anterior.
Al terminar la conversación le había quedado una sensación de derrota a la que no estaba acostumbrada, una apreciación de debilidad, de sumisión al aceptar la cita que, lejos de desagradarla, extrañamente había aceptado serenamente.
Enfiló San Bernardo consciente de que al entrar en el pub Doménico iba a querer besarla y que a ella le iba a resultar muy violento hacerle un gesto esquivo. Sonrió ligeramente al reconocer que no dejaba de ser una excusa porque le apetecía volver a sentir el tacto de sus labios, la presión de su boca y el calor que nacía en su vientre al verle hacerse dueño de la situación sin pedir permiso.
Diez minutos antes de la hora divisó el pub dos bocacalles mas allá y decidió dar un rodeo. Torció a su derecha y se dispuso a cruzar.
- “¡Carmen!” – escuchó alarmada a su espalda, se giró. Allí, frente ella, casi pegado a su rostro, estaba Doménico – “¡qué bien que te hayas adelantado!”
Una amplia sonrisa brotó sin freno en el rostro de Carmen delatándola, Doménico la tomó por la cintura con una mano mientras la otra se posaba en su espalda. Para cuando sus labios se unieron Carmen ya había cerrado los ojos, fue entonces cuando se dio cuenta de que le estaba abrazando, una de sus manos rozaba el corto cabello de su cuello, la otra intentaba abarcar su ancha espalda. En mitad de la calle, mientras su mente le lanzaba mensajes de alerta, - Viernes tarde, tus amigos, tus compañeros, tarde de compras, tu hermana, zona de cines… - le estaba besando y esta vez su boca no había aguantado la presión de aquella lengua intrusa que había logrado vencer las defensas y luchaba ahora cuerpo a cuerpo con su propia lengua inquieta, curiosa, desafiante.
Fue ella quien, sin mostrar tensión por las alarmas que aun sonaban en su cabeza, se separó de él.
- “Iba a hacer un poco de tiempo, ¿es allí, verdad?”
- “Te vi la intención, por eso te detuve, llevo siguiéndote diez minutos, quizás mas” – Carmen le miró sorprendida, luego fingió indignarse.
- “¿Me estabas siguiendo, desde cuándo?”
- “Te localice un poco antes de la Glorieta, estabas tan guapa, tienes esa forma tan sexy de caminar… ¿por qué iba a prescindir de ese espectáculo?”
- “¡Mira que eres tonto!” – le reprochó Carmen con un delicioso mohín.
Caminaron del brazo sin que ella se hiciera consciente del riesgo que asumía, estaba tan sumida en la deliciosa sensación que la embargaba que no tenía capacidad de atención que no fuera para percibir el aroma varonil, el tono sugerente de voz de su acompañante, el tacto fuerte de su brazo, el tirón firme y seguro que enviaba a su cuerpo al caminar y que subliminalmente le decía, igual que en una pareja de baile, quien mandaba, quien dirigía en aquel camino recién iniciado.
Chet Baker salió a su encuentro y Carmen pensó que ni a propósito se podría haber elegido mejor fondo musical para ese momento. La suave voz del jazzman me llevó allí, me hizo presente. Uno de nuestros músicos de jazz favoritos sirvió para que Carmen me brindase aquella velada y lo que surgiera de ella. También hizo que, desde el comienzo, fuéramos tres.
- “Chet Baker, ni que lo hubieras encargado expresamente” – bromeó mientras caminaban siguiendo al encargado que había acudido a saludarles y les conducía por el local. Era evidente que conocía bien a Doménico.
- “¿Te gusta?”
- “A Mario y a mi nos encanta”
- “Es… placer compartido, entonces” – dijo con un guiño. Carmen entendió que pretendía entrar en materia sin dilación y sonrió.
Se hallaban al fondo del pub, en una plataforma elevada formando una especie de reservados desde los que se alcanzaba a ver parte del local discretamente. A ambos lados había otros reservados similares con dos o tres mesas bajas con sillones adosados a la pared y otros mas pequeños rodeando las mesas. Una pequeña lámpara con una luz tenue sobre cada mesa y algunos apliques en las paredes iluminaban el local dando un aire de intimidad a cada espacio.
Carmen se despojó de la chaqueta ayudada por Doménico y se sentó a su derecha, se acomodó en el mullido respaldo del sillón y sintió el brazo de Doménico rodeando sus hombros. Llegó en ese instante el camarero. Whisky doble malta con hielo para él y Saphire con tónica para Carmen.
Un silencio, una sonrisa que intenta romper ese torpe vacío, una mirada, un beso que se anuncia y nadie evita… De nuevo una boca que cede sin esfuerzo alguno y deja que la lengua intrusa explore y se pierda y juegue con la suya, otra vez su mano recorre el trayecto hasta alcanzar su nuca y se sorprende al tacto de ese cabello rapado y lo acaricia mientras sigue sintiendo su boca invadida como si fuera todo su cuerpo el que es hollado, abierto, penetrado. Un mano que recorre su costado alcanzando distancias cada vez mayores, buscando ampliar espacios que van de su cintura a su axila rozando sin pudor el contorno de su pecho y que solo el lejano tintineo de unos vasos conceden una tregua. Fin del asalto.
Carmen toma distancia. Observa como sirven las copas y mira de reojo a Doménico. Esto va demasiado deprisa, piensa y se mueve en diagonal sobre el asiento acercándose a la mesita, hace un gesto dando las gracias al camarero que ya se retira y toma el vaso a la espera de que Doménico haga lo mismo. Chocan los vasos. “Por nosotros”. Beben y Carmen se mantiene erguida, sin volver a vencerse en el sillón. Doménico entiende y acepta que la gacela rehúya ser abatida en el primer lance.
Charlan, Doménico da un rodeo y le pregunta por su trabajo, así comienza un tiempo relajado en el que intercambian aspectos de su vida que comienza en lo profesional y retrocede a los tiempos en los que apenas sabían lo que sería su vida adulta, tiempos de ilusiones, proyectos y también deportes, aficiones… Comienzan a descubrirse como personas, a conocer facetas nuevas, sorprendentes, que les vuelven mas cercanos, mas accesibles.
Pero el deseo está latente, duerme, se acumula y, tarde o temprano, el cazador que está al acecho de la gacela surge a su encuentro.
- “Tengo curiosidad por saber como surgió, cuándo fue la primera vez que Mario y tu jugasteis el juego del adulterio pactado, si es que se puede llamar así”
Carmen descuidada no esperaba esa pregunta. Acababan de charlar sobre ski en Sierra Nevada. Tardó unos segundos en decidir su estrategia, justo el tiempo que Doménico construyó la suya. Se acomodó en el asiento, cruzó las piernas y se recostó en el respaldo, tomó la mano de Carmen y tiró ligeramente de ella invitándola a hacer lo mismo. Dudó un instante y por fin abandonó la postura erguida que había mantenido hasta ese momento y se dejó caer en el cómodo respaldo muy cerca de él. Doménico retiene su mano y la acaricia entre las suyas.
- “¡Vaya, adulterio pactado, nunca lo hubiera llamado así!”
- “Infidelidad consentida…” – Carmen lo detuvo con firmeza
- “Te estás equivocando Doménico, en ningún momento éste ha sido un tema de infidelidad” – su tono preocupado hizo que Doménico iniciase una disculpa.
- “No quise decir eso Carmen, ya lo se, pero estoy seguro que, en ciertos momentos íntimos de… pasión, hay palabras que pierden el sentido del insulto y pasan a ser aderezos, incentivos…”
Carmen sonríe, lo entiende perfectamente. A su cabeza llegan en vuelo rasante escenas de cama en las que mi voz pronuncia palabras vulgares que golpean sus oídos, palabras sucias, insultos que inflaman su sexo, transforman su mente y la convierten en otra mujer que se siente acariciada al escuchar, zorra, puta, golfa, ramera y contesta si, lo soy, soy puta, soy ramera...
El recuerdo se ha vuelto físico. Siente como su sexo desprende un calor tibio y una leve pulsación que antes no estaba y se va haciendo notar cada vez con mas frecuencia, cada vez con mas intensidad, sin que nada esté en su mano para evitarlo.
- “…nuevos condimentos que le dan mas sabor a vuestro… como llamarlo… delicatessen, ¿me entiendes?” – Doménico ha captado su sonrisa y advierte que su mirada es diferente, parece estar deseando… La tiene cerca, muy cerca. En algún momento la ha rodeado con su brazo y basta una presión en su hombro para que sus labios se unan en un beso que ambos están pidiendo a gritos. Él nota que reacciona de modo diferente, la forma en que ella se ofrece en ese beso es otra, mucho mas entregada, su cuerpo se mueve mas… voluptuosamente, si, – “mujer infiel” – declama simulando ser el marido – “ ramera, me has engañado, eres una furcia…” – la besa entre cada frase y observa el efecto que estas palabras causan en Carmen que intenta ocultar la excitación tras una sonrisa, pero sus ojos la delatan y su sonrisa envía el mensaje contrario: seducción, pura pasión– “me has puesto los cuernos…. ¡puta!” – de nuevo la besa y nota el brillo en los ojos de Carmen –“eres una zorra… me has engañado… puta… me has puesto los cuernos con Doménico”
Otra vez el sonido de cristales vuelve en auxilio de Carmen. El tacto suave de unos dedos en su vientre por debajo del jersey jugaban con su extrema sensibilidad a las cosquillas ¿desde cuando? Sabía que estaban a punto de alcanzar sus pechos. ¿Era irritación lo que había sentido esta vez al escuchar el tintineo de los hielos acercándose?
Se incorpora, toma su vaso. Está excitada, el rubor la delata, el brillo de sus ojos la descubre ante el cazador, su mirada no puede ocultar lo que su cuerpo siente. En sus oídos aun resuenan la ultimas palabras lanzadas en el asedio, ‘eres una zorra, me has puesto los cuernos con Doménico’
- “Eso es lo que tu quisieras” – dice tentadora.
- “Creo que somos mas de uno quienes lo deseamos” – dice poniendo su mas encantadora sonrisa antes de incorporarse a beber.
- “Voy a empezar a pensar que eres mas malo de lo que creía” –bromea Carmen.
- “Anda, cuéntame cómo fue esa primera vez” – insiste él.
Carmen apura su gin tonic y Doménico hace una seña al camarero.
- “Todo empezó como una broma”