Diario de un Consentidor (51)
Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor; Esta no es una historia de
Carmen abrió los ojos desorientada. Una rítmica serie de pulsaciones en progresiva intensidad habían culminado en una fuerte contracción de su coño que la expulsó del profundo sueño en que se había sumido tras acabar con el sándwich y el café que se preparó al llegar a casa.
Aun trataba de despertarse del todo cuando unas leves réplicas empezaron a cobrar fuerza, su espalda se fue arqueando al ritmo que marcaba la intensa palpitación de su sexo. Sus manos, conscientes del huracán a punto de llegar, ocultaron crispadas su rostro intentando dominar el arrebato que amenazaba con hacerla estallar, sus muslos se apretaron cruzándose unas veces, estirándose otras sellando la grieta por la que habría de surgir el Apocalipsis, la agonía y la resurrección de la petite morte que no sabía como controlar.
Se dejó arrastrar si oponer resistencia, como una muñeca de trapo zarandeada por invisibles hilos, acompañada por las mismas escenas que habían llenado su sueño. Hermosas y turgentes pollas atrapadas por sus ávidas manos deseosas de conocerlas por primera vez… sus dedos acariciando torsos sin rostro vagando inevitablemente hacia unos firmes glúteos en tensión… unas fuertes manos aferrándose a sus pechos… otras ansiosas la despojan sin delicadeza de la ropa… rostros pugnando por abrir un resquicio entre sus muslos, olfateando como lebreles, lamiendo, gruñendo, empujando con la testuz hasta conseguirlo…
Y la imagen suprema, la que provocó el brutal espasmo y ahora la está llevando al clímax: Desnuda sobre un gran lecho con los brazos en cruz y las piernas muy abiertas, las rodillas flexionadas al máximo hasta chocar contra su cuerpo y los talones tocando sus nalgas ofreciendo obscenamente su coño y su ano a seis, siete, quizás diez o mas hombres que se disponen a poseerla.
Exhaló profundamente mientras adoptaba esa misma postura. Arqueó el torso y estiró el cuello hacia atrás, la tráquea se estrechó y su respiración se convirtió en un gemido. Abrió aun mas los muslos y al hacerlo la costura central del forzado pantalón del chándal se clavó como si fuera una gruesa cicatriz atravesando su pubis, su periné y el ano. La mano se lanzó con tanta urgencia a la búsqueda de su sexo que lo golpeó. Su cuerpo se retorció como si le hubiera alcanzado un rayo.
Carmen volvió a castigar su abultado pubis tratando de alcanzar el mismo efecto y se abatió gritando como un animal herido, no supo cuantas veces palmeó su coño intentando eternizar aquel orgasmo, haciendo que su cuerpo saltase electrificado sobre el sillón hasta que se dejó caer vencida, agotada.
…..
Entreabrió un ojo buscando el reloj de la librería. ¡Las seis y media! Había llegado a casa dos horas antes, comió algo ligero para salir pronto hacia el gimnasio con la intención de llamarme al terminar, quería que fuéramos a comprar unos libros, cenar fuera, tomar unas copas… ahora no sabía si podría mantener el plan.
Se estiró como un felino, luego se quedó quieta mirando al techo recordando el tremendo orgasmo.
- “¡Qué barbaridad!” – dijo rompiendo a reír.
Se quedó en silencio, perdida en la monotonía del techo. Su respiración aun estaba algo agitada luego no debía llevar mucho tiempo adormilada; los músculos abductores le enviaron un mensaje punzante. Elevó las piernas formando ángulo recto con la cadera y las dobló sobre el pecho estirándolas varias veces, luego las dejó descansar.
Se sintió incómoda por la tibia humedad que adhería la braga a su sexo e introdujo la mano por la cintura del pantalón para separarla, tuvo que elevar las caderas para lograr despegársela por completo. Se asombró al notar que se empapaba toda la mano, había mojado hasta traspasar la braga – “¡Por Dios, qué exageración!” – dijo en voz alta mientras comprobaba que la parte inferior de sus nalgas también estaban mojadas.
Al retirar su mano rozó sin intención el hinchado clítoris que emergía entre sus labios y un fugaz e incontrolable chispazo cruzó su columna vertebral hasta alcanzar su estilizado cuello que se desvió hacia un lado obligándola a cerrar los ojos. Dejó al intruso quieto, paralizado sobre el diminuto montículo, sintiendo el latido de su corazón en tan pequeña extremidad a través de la sensible yema del dedo medio.
No debía… era tarde… mas el dedo parecía tener voluntad propia y se deslizó menos de un milímetro sobre la delgada capa acuosa que bañaba al erguido brote liberado de su capuchón, hambriento de sensaciones.
No tuvo que hacer nada, ambas zonas puestas en contacto reúnen la mas alta concentración de receptores sensoriales con la mayor densidad de terminaciones nerviosas. La yema del dedo percibiendo el latido del clítoris y éste, al latir, sintiendo la leve presión del dedo como una caricia, sin prisa, sin distracciones, sin temores, sin pudor, sin traumas.
Y Carmen quieta, relajada, dejando que sea el propio latido quien alimente el fuego para que no se apague, para que mantenga la brasa en ese punto de equilibrio en el que el placer satisface su querencia y se mantiene con ella mientras descansa sin obligarla a un nuevo orgasmo para el que le faltan fuerzas.
Descansa con los ojos cerrados, la pierna izquierda flexionada contra el respaldo del sofá y la derecha caída, muerta sobre el sillón sintiendo el manantial que brota de su gruta, moviendo levemente el dedo con el virtuosismo y la precisión del violinista cada vez que siente decaer la tensión en la punta que destaca en el valle de sus labios.
No era la primera vez que tenía estos intensos sueños sexuales. Aparecieron al poco tiempo de comenzar la relación con Carlos y ganaron en fuerza y frecuencia con rapidez. Era habitual que la despertasen de madrugada pero jamás con la potencia de aquella tarde. Al principio el componente principal era la fuerte impresión que le causó tener en sus manos por primera vez el sexo de Carlos. Ese día experimentó emociones desconocidas, no recordaba una excitación tan intensa como la de aquellas primeras veces cuando sus dedos palpaban aquel miembro y no lo reconocían y descubrían que era de otro, desconocido, diferente. Cuando una de sus manos recogía el cálido saco, lo apretaba y sentía moverse en su interior los testículos, todas las alarmas se disparaban en su cerebro para advertirle que estaba en un terreno nuevo, por explorar. Y temblaba, y se ahogaba de placer, y le dominaba la emoción de la aventura ante lo desconocido.
Esa emoción se había ido suavizando con cada nuevo encuentro, la intensidad de la relación se mantenía intacta, por supuesto, pero ese punto al rojo vivo de la primera vez… tan solo en los sueños parecía mantenerse, quizás por eso mismo cada día eran mas frecuentes y mas reales.
El componente exhibicionista se había añadido con posterioridad, le traía recuerdos de sus primeros sueños eróticos de pubertad, aquellos que llenaban de color sus mejillas cuando, tras sucumbir al juego de sus dedos, se repetía una y otra vez que aquello no estaba bien aunque supiera que volvería a caer rendida al placer. Aquellos sueños que solo se atrevió a compartir con Gloria, su amiga y confidente, juntas hicieron el tránsito de niñas a adolescentes, juntas descubrieron sus cuerpos en transformación y juntas aprendieron a besar, a sentir, a explorar, a acariciar, a imaginar ser un chico para que la otra pudiera aprender y a sentir a la otra como si fuera un hombre y de este modo desplegar por primera vez sus alas y lanzarse al vuelo que su instinto les pedía venciendo el vértigo a fuerza de pasión. A veces se miraban a los ojos sin decir una sola palabra y simplemente eran dos jóvenes inocentes dejándose llevar por el deseo.
Carmen mantenía la tensión del clítoris con maestría, no deseaba salir de la relajada laxitud en la que se encontraba , el nivel de excitación que le proporcionaba el roce de la rugosa yema del dedo sobre el desnudo botón cargado por ocho mil terminaciones nerviosas, irrigado por miles de capilares sanguíneos era la exacta. Como una pompa de jabón, un poco mas y estallaría, las leves pulsaciones que apenas contraían el potente músculo de su vagina se dispararían y en segundos el orgasmo sobrevendría incontrolable al igual que un tornado arrasando su conciencia; Como una cometa en vuelo bajo, un poco menos y caería sin posible recuperación, la hinchazón de los labios mayores se reduciría, el color rojo oscuro que teñía su abierto coño empalidecería y comenzaría a cerrarse como una flor ocultando el pequeño falo entre los labios menores que un instante antes, abiertos como una mariposa, lo mostraban erguido y brillante.
Gloria… toda una vida juntas y aunque a veces el tiempo las separase parecía que en el reencuentro apenas hubieran pasado días, la profunda amistad se mantenía inalterable, el cariño y la confianza entre ambas era propio de hermanas. La universidad las alejó, luego el matrimonio y los niños la mantuvo lo suficientemente ocupada como para no compartir con asiduidad los ambientes y amigos de Carmen. Mi entrada en escena supuso un aglutinante de amistades de ambas partes entre las que se recuperó a Gloria y Nacho, su marido, y por supuesto sus niños. Ahora, con Carmen “emparejada”, era mas fácil coincidir.
Y lo es, nos vemos con mucha mas frecuencia, nuestros amigos se fueron mezclando y ahora son amigos de los dos, con lo cual todos hemos ganado, Gloria y Nacho son, desde entonces, habituales en nuestra casa y nosotros en la suya.
Pero jamás se volvió a mencionar entre ellas sus juegos eróticos de pubertad. Solo una vez dos años atrás, estando las dos solas, surgió un breve comentario que sorprendió a Carmen pero Gloria pareció arrepentirse de haberlo mencionado y desvió la conversación por lo que Carmen, tras un primer comentario, dejó el tema y no le dio mas importancia… hasta esa tarde.
El recuerdo de Gloria, su imagen a los trece años desnuda frente a ella, acariciando su pecho y dejándose acariciar por primera vez avivó el fuego que ardía en su sexo, no fue así como recordaba haberse sentido entonces cuando eran unas niñas, la sensualidad de aquella época era mucho mas inocente que la que inflamaba su vientre ahora recordando el ondulado cuerpo de Gloria sentada en la cama sobre sus piernas, con los ojos llenos de asombro al descubrir el avance de sus pechos al volver del veraneo y recordó el sentimiento de orgullo que experimentó por esa mirada de su amiga que hasta entonces había lucido unos pechos mucho mas desarrollados que los suyos, el tacto de sus manos en las sensibles mamas que habían brotado aquel Agosto donde antes no había sino unas suaves curvas le produjo una especie de cosquilleo que se traslado a sus riñones y luego sintió como si tuviera ganas de orinar, pero no era eso, no.
Por alguna desconocida razón o quizás por ausencia de razón, Gloria se transfiguró en Sara sin que este cambio le sorprendiese mucho. El baile, el morbo de saberse observadas, el valor que le infundió su actitud resuelta y su mirada animándola a ignorar los prejuicios y los comentarios que estaban levantando con su manera de bailar… Sara tenía una leyenda de ambigüedad y misterio que levantaba toda clase de comentarios, aportaba la nota exótica y transgresora pero de algún modo eso le hacía ser no del todo aceptada dentro del grupo y Carmen sabía que acompañarla en aquel baile había tenido un valor importante para Sara; al mismo tiempo se significaba ante los demás, las bromas y comentarios perdurarían mucho tiempo.
¿Acaso le importaba?¿Es que quería ganar puntos ante Sara?
Sabía que yo la estaba presionando, vio el morbo en mis ojos al volver del baile y le gustó, le gustó sentirse libre para provocar, libre para jugar el juego de la ambigüedad sin tener que rendir cuentas a nadie.
Pero solo había sido eso, pensó mientras su dedo volvía a tañer con delicadeza la púa que controlaba las vibraciones de su coño y las imágenes de la púber Gloria chupando sus nacientes pechos se mezclaban con el abrazo de Sara al bailar con ella. ¿Quién besaba a quién? ¿Quiénes estaban desnudas?
Huyó de estas ideas, retiró su mano a disgusto, instintivamente se la llevó a la nariz y se dejó invadir por su propio aroma, chupó los dedos hasta dejarlos limpios alcanzó una servilleta de papel de la bandeja y se los secó al tiempo que sus potentes abdominales la enderezaban hasta dejarla sentada en el sillón, y se terminó de levantar desperezándose, luego hizo varias flexiones y estiramientos, recogió la bandeja de la mesa y la llevó a la cocina. Por el camino decidió mantener el plan previsto, estaría un poco menos en el gimnasio para compensar el tiempo perdido.
Carmen se movía por la alcoba guardando la ropa que se acababa de quitar, se disponía a desabrocharse el sujetador cuando sonó el móvil.
- “Buenas tardes cariño ¿Qué hace mi princesa hoy?”
Carlos la llamaba por tercera vez en el día. No le disgustaba su insistencia, al contrario, se sentía bien hablando con él, era agradable, tierno, sensual, excitante. Algunos días hablaba mas con él que conmigo, incluso en mas de una ocasión se encontró a punto de llamarle para consultar cosas personales, decisiones que hasta entonces reservaba para ella y para mi.
Y eso comenzaba a preocuparle. La relación con Carlos estaba a punto de tomar un rumbo que no deseaba y que a la vez temía. Cada vez que él la llamaba “amor” una sensación incómoda le recorría la espalda. Jamás le respondió en esos términos y siempre procuraba esquivar sus reproches por eso.
Carlos era su amante, le excitaba pensar en él, le deseaba, moría por volver a acostarse con él. Y le quería, si, pero eso no era amor ni pretendía que lo fuera nunca.
- “Hola niño, me estaba arreglando para salir” – dijo mientras se desabrochaba el sujetador con la mano izquierda y lo lanzaba al suelo cerca del cuarto de baño.
- “¿Ya estás en casa? ¡qué pronto! y sola me imagino”
- “Claro”
- “Cómo me gustaría estar mas cerca para aprovechar estos momentos” – Carmen se retiró el pelo de la cara y sonrió dispuesta a seguirle un poco el juego.
- “¿Si? ¿qué crees que harías?”
- “Correría a tu casa, te haría el amor, besaría cada rincón de tu cuerpo, ¡Dios, cómo te deseo!” – la excitación que se mantenía latente despertó con fuerza.
- “Estás loco”
- “Por ti Carmen, amor mío, estoy loco por ti, me he enamorando como un chiquillo”
Una desagradable sensación que nacía en su estómago se propagó hacia su garganta y apagó cualquier vestigio de erotismo, el momento que tanto temía había llegado, se recriminó por no haber sabido pararlo antes, ahora… ¿qué podía decir, qué debía hacer?
- “¿Carmen?”
- “Si”
- “Creí que te habías desmayado o, peor aún, que habías salido huyendo”
Carlos intentaba esconder su nerviosismo por lo que se había atrevido a declarar envolviéndolo en bromas, pero el silencio que persistía al otro lado de la línea le hizo cambiar de estrategia, regresó al tono sereno, dulce pero seguro.
- “Tan difícil te resulta aceptarlo?”
¡No podía creerlo! Estaba dando por supuesto que ella sentía lo mismo, hasta dónde podía llegar la ceguera, la inmadurez ¿o quizás era pura y simple arrogancia masculina? Si él creía amarla no podía imaginar que ella no le amase ¿cómo iba a ser posible tal cosa?
- “¿Qué es lo que tengo que aceptar?” – su tono era tenso pero Carlos lo interpretó erróneamente como fruto de los nervios del momento.
- “Cariño, lo entiendo, me he precipitado, no es algo para hablarlo por teléfono, tenía que habértelo dicho de una manera mas romántica…”
- “Para, para un momento Carlos, será mejor que no sigas y te tranquilices. Estás muy… no se, con las emociones a flor de piel y…” – Carmen lanzó un profundo suspiro – “…mira, vas estropearlo todo, Carlos, anda, déjalo”
Su voz transitó desde la firmeza hasta la dulzura con que una madre corrige al hijo pequeño. Ahora el silencio llegó desde el otro extremo de la línea, Carmen paseó inquieta por la alcoba pensando qué decir para no humillarle.
- “Claro, cómo no me he dado cuenta antes, ¡qué estúpido soy! Me he olvidado como te conocí.”
El tono seco, cargado de amargura se clavó en Carmen como un cuchillo. En ese mismo instante supo que se acababa de hacer añicos algo entre ellos que nunca podría recuperar.
- “¿Qué quieres decir?”
- “Qué ridículo he estado haciendo eh? Y tu aguantándome…”
- “No digas eso…”
- “No, si tienes razón, he estado a punto de estropearlo; tu lo tienes todo muy bien montado: un marido que te quiere y no hace preguntas, está Mario que te trata como a una reina y no te complica la vida con ñoñerías como yo…”
Carmen le escuchaba con el corazón roto, sus palabras habían sido mal interpretadas, ¿cómo decirle a Carlos que le quería de una manera tan cercana al amor que le daba miedo? ¿cómo explicarle que a veces soñaba con una vida utópica en la que su matrimonio se convertía en una unión de tres personas aceptada por todos, visto con normalidad por el resto de la familia y amigos? Ese casi-amor es el que no quería que estropease declarando un enamoramiento que no era posible.
- “… Mario si que te entiende bien y te conoce y sabe lo que necesitas, como en Córdoba cuando te dejó en aquella reunión con tus otros amigos y se fue a dormir en vez de llevarte con él, ¿cómo me he podido olvidar en tan poco tiempo?”
Carmen se rindió, dejó pasar aquella pausa sin defenderse, sin replicar. Aquel juego que ella misma inventó en Córdoba solo para jugar mas fuerte que yo se volvía ahora en su contra, la supuesta orgía vivida en nuestra imaginación se transformaba en aquel momento en una barrera que la convertía ante Carlos en una mujer vulgar, promiscua, indecente. Ya no era la mujer amada.
- “¿No me lo vas a decir?” – Absorta en sus pensamientos, había dejado de escuchar a Carlos.
- “Perdona, no te escuché”
- “Ya, te preguntaba por tus amigos de Córdoba, si los has visto últimamente”
No parecía él, la falta de respeto o el rencor por el rechazo le cambiaban la voz.
- “Que mas da Carlos, déjalo ya”
- “No me irás a decir que te da vergüenza hablar de eso, la verdad es que siempre me sorprendió tu capacidad para… digamos, ponérmelo difícil. Aquellos días en Córdoba me tuviste al rojo vivo y al final te escabulliste; eso tiene un nombre poco educado, lo sabes ¿verdad? Pero bueno, como estrategia supongo que funciona, aunque ahora ya no hace falta ¿no crees?”
El desanimo, la desilusión, la tristeza, la pérdida que estaba sufriendo… Carmen estaba abatida. Aquel con el que hablaba era un desconocido que la insultaba veladamente.
Se lo merecía, se lo había ganado, había jugado con él, con sus sentimientos, ahora le tocaba pagar por ello.
Esperó en silencio, no tenía nada que decir, ¿qué esperaba de ella, una descripción de sus orgías imaginarias? Hasta entonces no se dio cuenta de las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas.
- “Tienes razón, será mejor que lo dejemos… creo que estoy diciendo demasiadas tonterías… ya hablaremos”
Carlos colgó sin esperar una respuesta por su parte y ella sintió que ahí se acababa una parte de su vida. Las lagrimas brotaban silenciosas, eran lágrimas de profunda tristeza, de amargura.
Dejó el teléfono sobre la cómoda y se dirigió hacia el baño, en la puerta recogió el sujetador, se despojó de las bragas y las echó al cesto de la ropa usada, abrió el grifo de la bañera y accionó la ducha.
Extendió el brazo derecho para comprobar la temperatura del chorro y se quedó quieta, congelada como una estatua griega durante un largo tiempo que pareció eternizarse.
- “Le he perdido”