Diario de un Consentidor (50)
Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor; Esta no es una historia de
La puerta se cerró tras de mi produciendo un ruido sordo. Fue como una claqueta que anuncia un cambio de escena, otras luces, otros sonidos porque realmente todo cambio de manera radical. El ruido de la calle dio paso a unos sonidos apagados. Mis ojos, acostumbrados a la luz del atardecer, tuvieron que adaptarse a la penumbra que reinaba en el amplio hall revestido de tapices. Frente a mi distinguí una taquilla protegida por cristales, a mi derecha unas gruesas cortinas dejaban entrever un pasillo, quizás un salón donde se mantenía una conversación que no alcanzaba a entender. Un olor a jabón barato impregnaba el ambiente.
Al entrar se había disparado un chivato acústico que enmudeció al cerrarse la pesada puerta. Antes de que pudiera terminar mi examen del lugar apareció un hombre vestido de blanco como si se tratase de un celador de hospital o un enfermero. De edad indefinible, extremadamente delgado, no mediría mas de metro sesenta y se movía con rapidez exagerando unos andares femeninos. Me recordaba lejanamente al bailarín Antonio en su época dorada allá por los años sesenta.
Se situó tras la ventanilla y permaneció mirándome en silencio.
- “¿Cuánto es?” – pregunté echando mano a la cartera.
Con un dedo señaló la hoja con las tarifas que estaba pegada en el cristal, pagué y colocó en un desgastado cajetín de madera un par de pequeñas llaves enganchadas en una correa de cuero y unos tickets.
- “¿Número?” – me preguntó, no entendí a qué se refería y mi gesto debió ser suficientemente elocuente porque me enseñó una cajonera adosada a la pared similar a las de las boleras llena de chanclas de plástico.
- “Cuarenta y cuatro” – respondí.
Tomo un par y las roció con un spray, las introdujo en la caja, añadió dos toallas blancas no muy grandes y la pasó por una ventana lateral.
Me quedé con la caja en la mano sin saber qué hacer, iba a preguntarle cuando me señaló una escalera a mi izquierda que descendía.
- “La caja no” – me detuvo al ver que me la llevaba. Vacié el contenido un poco incómodo por mostrarme como novato y dejé la caja sobre la repisa.
A medida que bajaba peldaños el olor a desinfectante se volvía mas penetrante y un ligero vapor comenzaba a hacerse visible.
La planta baja se distribuía en un ancho pasillo a ambos lados de la escalera, varias puertas , algunas de ellas cerradas, se distribuían a lo largo de la pared opuesta. Al fondo a la derecha encontré otro pasillo al que se dirigían un par de hombres con toallas rodeando su cintura, otros paseaban sin rumbo entrando y saliendo de otras salas.
Localicé los vestuarios, había mas de uno y busqué el que indicaba el número de mi llave, afortunadamente no había nadie dentro. Abrí la taquilla y dejé las toallas y los tickets que no eran sino entradas gratuitas para otras saunas de Madrid. Noté mi corazón palpitando mas rápido de lo normal y procuré serenarme recordando que tan solo estaba haciendo un trabajo de campo, era una inmersión en un ambiente para tomar datos y captar conductas, nada mas.
Pero no lograba creérmelo, quería que solo fuera eso pero ¿por qué no estaba tranquilo y empezaba a tomar datos? Mis palpitaciones y mi temblor ya eran una primera muestra a tener en cuenta.
Comencé a desnudarme, quizás con demasiada prisa, con demasiados nervios. Coloqué cuidadosamente los zapatos y los calcetines en la taquilla y puse mis pies en la chanclas con cierto recelo, nunca había tenido papiloma y temía pasar por ello ahora. Rechacé la idea y tomé nota mentalmente de los miedos que iban surgiendo. La trabilla que cruzaba mi empeine izquierdo estaba demasiado floja pero me sentía ridículo en slip y camisa y decidí desnudarme del todo antes de solucionar ese problema.
Cerré la taquilla y coloqué la correa de cuero alrededor de mi muñeca derecha, apreté con mis dedos el automático y cuando escuché el click del cierre sentí algo especial, en aquel momento no supe que era, no fue sino meses mas tarde cuando descubrí el sentido simbólico que tenía para mi el gesto de cerrar la correa de la sauna alrededor de mi muñeca.
Respiré hondo. Ya estaba allí, después de tantas dudas por fin iba a probar mi teoría. Recordé entonces que la zapatilla bailaba en mi pie y me puse a ajustarla. Estaba en ello cuando un hombre de unos cincuenta años irrumpió en el vestuario tomándome desprevenido.
- “Perdona ¿te asusté?” – dijo con un voz excesivamente suave para aquel corpachón.
- “No, estaba arreglando esto” – el nerviosismo me delataba, aquel hombre no dejaba de mirarme y me sentí incómodo.
Entonces me di cuenta de que me había olvidado de coger la toalla, allí estaba totalmente desnudo frente a él, dos hombres totalmente diferentes, uno habituado a hacer deporte, asiduo al gimnasio, con un cuerpo bien conservado sin un gramo de grasa de sobra y con el vello justo. Mantengo la misma longitud en todo el cuerpo, incluidas axilas y genitales, es algo que a Carmen le gusta y me he acostumbrado a pasarme la maquinilla por todo el cuerpo una vez por semana. Era evidente que también le gustaba a mi observador el cual era lo opuesto a mi, debía de pesar unos noventa kilos en una estatura para la que setenta habrían estado mas que bien, su redondeado vientre anunciaba lo que dentro de unos años sería una inmensa barriga que no dejaría ver su sexo, hoy por hoy aun podía ser discreta bajo la ropa. Sus ojos volvían sin disimulo hacia mi y yo terminé prematuramente el arreglo de la chancla, solté la correa de mi muñeca para abrir la taquilla y recuperé una de las toallas.
Salí de los vestuarios con la breve toalla rodeando mi cintura y avancé por el pasillo. Encontré varios reservados abiertos y aunque no me detuve a verlos en detalle pude observar un pequeño cuarto forrado de láminas de madera con una cama y una colchoneta escasamente iluminado. Unos metros mas allá había una entrada mayor. A mi izquierda dos amplias salas de duchas comunes y sin puerta de entrada con seis o siete duchas en cada pared y un dispensador de jabón bajo cada ducha. Desde la amplia entrada varios espectadores se dedicaban a observar cómo se enjabonaban los que entraban a ducharse, algunos de los cuales se dejaban mirar e incluso procuraban ofrecer la mejor vista.
A la derecha una puerta de madera con una pequeña ventana que identifiqué como la sauna se abrió y de ella salió un hombre desnudo de unos cuarenta años que me miró y se metió en las duchas, comenzó a enjabonarse y volvió a mirarme. Debió pensar que estaba de voyeur como los demás y eso me azoró por lo que continué avanzando por el pasillo que separaba ambos lados. En la siguiente puerta a continuación de la sauna el cristal estaba empañado, enfrente la otra sala de duchas estaba mas vacía pero el ritual de exhibicionistas y voyeurs se repetía.
Abrí por curiosidad la puerta y una nube de denso vapor me impidió ver el interior de la sala, cerré y continué la inspección del lugar. Al fondo el pasillo se ensanchaba, en el centro los lavabos, a la izquierda los urinarios y a la derecha las puertas de los servicios, todo se mantenía en un estado de limpieza mas que aceptable lo cual agradecí y aproveché para orinar ya que en ese momento no había nadie.
Mi inexperiencia me hizo sentir ridículo, ¿qué debía hacer, recolocarme la toalla para poder abrirla por delante? ¿debía quitármela? Sonreí, nadie me iba a atacar allí, estaba empezando a pensar tonterías y eso si que eran datos a memorizar para mi estudio. Me despojé de la toalla y me la eché al cuello.
Escuché pasos y sentí como la tensión se instalaba en mi cuerpo. Por el rabillo del ojo noté la presencia de alguien que se puso a orinar a mi lado izquierdo. No me inmuté, ni siquiera cuando le vi mirarme una y otra vez, simplemente le ignoré, terminé y me puse la toalla con la sensación, mas bien con la necesidad de lavarme.
Pensé entrar brevemente a las duchas que estaban mas vacías pero al pasar por ellas la sola presencia de los mirones me hizo desistir, sus ojos se volvieron a mi como los buitres miran la carroña. Abrí la puerta de la sala de vapor y entré en ella.
No veía nada, el denso vapor y la pálida iluminación impedían distinguir a dos pasos, solo el murmullo de la turbina del vapor y el goteo constante en alguna esquina rompían el silencio de la sala. El ambiente me gustó por la tranquilidad. Me movía despacio para no tropezar con alguien, me di cuenta que en realidad trataba de evitar el contacto físico con otro cuerpo desnudo. Poco a poco mis ojos comenzaron a adaptarse y empecé a distinguir volúmenes y sombras. Anduve hacia el fondo y descubrí una pared embaldosada con un ancho escalón formando un asiento que recorría todo el perímetro de la amplia sala. Parecía que estaba solo pero eso aun no lo podía saber porque mi campo de visión no alcanzaba a ver las paredes laterales desde donde estaba situado.
El vapor caliente empezó a hacer su efecto y comencé a sudar, me senté y durante un instante reflexioné sobre lo que estaba haciendo, por primera vez desde que entré en aquel local me permití relajarme, sentí como mis músculos perdían tensión, mi cuello aflojó y mi mandíbula dejó de presionar. Eché la cabeza hacia atrás hasta apoyar el cráneo contra la pared.
El sudor caía a chorros por mi cara, lo notaba descender formando pequeños riachuelos por mis pectorales hacia mi vientre empapando la cinturilla de la toalla. Aflojé el pico que se hundía en la tela a la altura de mi costado y dejé que ambos extremos de la tela reposaran en mis muslos.
Cerré los ojos, me sentía bien, por un momento olvidé donde estaba y pensé simplemente en disfrutar del baño de vapor, luego tomaría una ducha de agua bien fría, me vestiría y daría por finalizada…
Un ligero tintineo me sacó de mis pensamientos, fue como un chocar de llaves a mi derecha, provenía sin duda de la bancada de la pared pero no podía ver nada. Inmediatamente lo identifiqué como producido por las dos llaves que pendían de la correa y deduje que debía ser una especie de reclamo en aquel ambiente, una llamada de cortejo quizás. Por si acaso sujeté mis dos llaves entre la correa y la muñeca para evitar que hicieran ruido y ajusté mi toalla.
La puerta se abrió con un ruido seco rompiendo el silencio con demasiada brusquedad, pronto una sombra comenzó a tomar cuerpo, caminó lentamente por la sala recorriendo el perímetro, inspeccionando sin duda a quienes estábamos allí. Todo en aquel lugar me parecía demasiado explícito, nadie guardaba unas mínimas formas, era como si en las taquillas además de despojarse de la ropa toda aquella gente se liberase también de todas las trabas sociales que nos atan en nuestra vida diaria.
Finalmente tras aquel paseo exploratorio la sombra se sentó cerca de mí. Estaba claro que me había elegido y de nuevo el antropólogo vocacional anotó el amago de absurda vanidad que creí encontrar en el fondo de ese pensamiento.
La tensión vigilante se había vuelto a instalar en mis músculos, por el rabillo del ojo noté como me miraba de arriba abajo. Dejarme inspeccionar de aquella manera era algo para lo que no estaba preparado, no sabía como actuar en esa circunstancia y seguí examinando mis reacciones.
¿Qué sentí? Además de la tensión y la indecisión, inseguridad. No tener mi papel claro en un momento dado nunca me ha gustado, en todo momento necesito saber mi rumbo, tener las decisiones tomadas y saber a donde me dirijo, jamás dejo en manos de otros los planes, las metas y, si puedo, participo en aquellas que no dependen del todo de mi.
Ahora no era sí. Por supuesto podía salir de allí cuando quisiera, nada me retenía en aquella sauna salvo mi voluntad de experimentar por mi mismo un tránsito tan importante como el que le estaba pidiendo a mi esposa.
Tensión… indecisión… inseguridad… había algo mas que no sabía identificar, no disponer de una respuesta alternativa a la que en otras circunstancias hubiera tomado me dejaba de alguna manera indefenso.
¡Qué absurdo! – pensé, ¿indefenso? es lo mas grotesco que se me podía pasar por la cabeza, sin embargo no encontré mejor palabra que explicase lo que sentía cada vez que su mirada recorría mi cuerpo y yo fingía no darme cuenta.
Intenté relajarme, yo no buscaba nada allí, solo relajarme, un baño de vapor, quizás una sauna, nada mas, no estaba enviando ninguna señal a ese hombre, no tenía por qué preocuparme.
Pero seguía mirándome, ¿por qué si yo no respondía a sus miradas?
Me levanté y sacudí mis brazos para liberarme del sudor, caminé unos pasos y me limpié la frente, me retiré el cabello con ambas manos hacia atrás y aproveché para estirarme desentumeciendo los músculos.
Alcancé la pared opuesta y al volverme descubrí que se había levantado también y seguía mi recorrido a pocos pasos sin dejar de mirarme. Tenía mi estatura y complexión aproximada aunque le sobraban unos cuantos kilos que se acumulaban en su vientre, su pelo escaseaba en su frente y abundaba en pecho y hombros.
Una mirada fugaz me bastó para saber que se había dado cuenta de mi breve inspección. Evité sus ojos y seguí paseando por la sala haciendo algunos ejercicios de estiramiento, pero él me buscaba, provocaba situarse frente a mí. Intenté encontrar una conducta adecuada a aquella situación porque ya no podía seguir fingiendo que no me daba cuenta de su acoso. En el gimnasio o en cualquier otro lugar hubiera sabido como reaccionar pero allí…
Allí era diferente, ¿qué iba a hacer? ¿enfrentarme a él? Podía hacerlo, realmente yo no estaba buscando lo mismo que él. También podía cortar la situación de otra manera menos violenta: “mira, déjalo, no quiero compañía”, supongo que hubiera bastado.
Si, se que hubiera bastado porque meses mas tarde, allí mismo fue suficiente para estar solo sin que nadie me molestase. Pero aquella primera vez no hice nada de eso, simplemente le rehuí.
Y ahí le tenía otra vez frente a mi, con esa sonrisa de ligón en la cara. De nuevo desvié los ojos y caminé despacio hacia mi derecha mientras recogía mi cabello hacia atrás con las dos manos pensando ¿por qué continua acechándome si no estoy respondiendo a sus miradas?
¿O acaso si lo estaba haciendo?
Un escalofrío recorrió mi espalda. ¡Claro que estaba respondiendo! De repente comprendí que mi conducta era una respuesta clara y directa para el macho en cortejo, mi conducta era la de la hembra receptiva, la hembra que en primera instancia rehúye, evita el contacto visual, camina para hacer que el macho la siga enseñándole la grupa.
En mi intento de pasar desapercibido había cometido un error, ahora mi lugar en aquel micromundo estaba claro: para los que habían seguido atentamente el asedio yo había optado por el rol de hembra.
Y es que había mas observadores porque durante el tiempo que duró el lance la puerta no cesó de abrirse, habían entrado y salido varias personas mas y no estuvimos tan solos como al principio; el espectáculo había tenido público.
Debía irme de allí ahora mismo, aquello se había terminado ya, “por hoy tengo suficientes datos para mi estudio”, me dije intentando engañarme a mi mismo.
Pero no me moví, - “cinco minutos mas, solo cinco minutos y me voy”-, pensé mientras me recogía el empapado cabello con ambas manos.
¿Qué me detenía? La tensión que recorría mi cuerpo como una corriente parecida a un ligero temblor, la respiración entrecortada que ahora surgía por la boca ligeramente abierta, el balanceo de mi sexo al andar que me producía un plus de excitación y lo mantenía en semierección... Todo ello junto a la sensación nunca experimentada de estar viviendo un cortejo desde el papel de “ella” me hacía pedir mas tiempo.
Esa pausa que hice debió durar menos de treinta segundos, suficiente para darle alas.
- “Hace calor aquí, ¿verdad?” – se acercó tanto que sentí su aliento en mi cara
Intente evitar el sobresalto que me produjo, di un paso atrás y bajé mis brazos que aun estaban sobre mi cabeza. Continuaba demasiado cerca.
- “Si, mucho calor” – respondí torpemente.
De cerca observé que no estaba recién afeitado y tenía ojeras muy pronunciadas, continuaba sonriendo. Volví a desviar la mirada y me sentí débil, me asombró reconocer que estaba asustado, entonces me dirigí hacia la puerta intentando no acelerar el paso y salí. Tenía enfrente las duchas, dejé la toalla en las perchas de la pared y me fui a la ducha mas interior de todas, abrí el grifo del agua fría y dejé que el contraste de temperatura recorriera todo mi cuerpo desde mi cara.
Abrí los ojos y busqué el dispensador de jabón, entonces vi el grupo de mirones en la puerta. Sesentones de pelo blanco cuyo mayor placer era pasar el día en aquella sauna mirando cuerpos mejores que el suyo. Decidí ignorarles y me enjaboné procurando no darles espectáculo pero tampoco esconderme, como es habitual en mi, el agua helada había producido en mi pene una reacción inmediata y ya estaba alcanzando una considerable erección. Me sequé como pude con la pequeña toalla y me la volví a poner en la cintura ocultando a duras penas el grueso miembro. No había ni rastro de mi perseguidor y me sentí aliviado, por fin podría volver a pasear con tranquilidad.
¿Pero donde? Volví a la zona central y vi unos sillones de mimbre a mi izquierda. Acababa de salir de la ducha y necesitaba calor por lo que deseché la idea de sentarme allí. Me acerqué a la puerta de la sauna y aproveché que alguien salía para echar un vistazo. El recinto, mucho mas estrecho que la sala de vapor, se hallaba dividido en dos espacios; el mas interior no tenía puerta y estaba totalmente a oscuras. En el primero unas dobles bancadas de madera a dos niveles estaban prácticamente ocupadas. En una esquina un depósito con piedras artificiales expandía un tibio calor muy por debajo de los mínimos de una buena sauna.
Enseguida me sentí observado, todos los ojos se habían vuelto hacía mi cuando entré pero ahora la sensación se había agudizado. Frente a mi, a la derecha de la entrada al cuarto oscuro me encontré con la sonrisa de mi perseguidor. De nuevo desvié la mirada, di una breve vistazo buscando un lugar donde situarme y me senté en una esquina al lado del acceso a la zona oscura al lado de un hombre delgado que charlaba en voz baja con un jovencito magrebí al que cogía de la mano.
Ignoré a la pareja que me servía de parapeto y me fijé en el continuo entrar y salir de la sala oscura. En su interior el silencio se rompía a veces por el tintineo de las llaves. Vi entrar a un hombre muy mayor, casi un anciano que seguramente se refugiaría en la absoluta oscuridad para obtener en el anonimato de la ceguera la gratificación que a la luz no obtendría de ningún modo.
Sentí lástima por aquellos hombres que luchaban por encontrar unas migajas de placer en aquel vertedero del sexo. Siempre es lo mismo, en los arrabales de las ciudades los mas necesitados se arremolinan para recoger de entre los desperdicios de la sociedad de consumo lo que ésta ya no les permite conseguir.
Y a mi me miraban porque era un elemento disonante en aquella favela, un mercedes en un desguace, un pura sangre entre jamelgos famélicos y viejos percherones. Me levanté y caminé hacia la puerta cuando ví a mi pretendiente salirme al encuentro.
- “¿Vas a ducharte?” – su voz quería sonar sugerente, le miré un instante pero fui incapaz de mantener la mirada, me avergonzaba que los demás nos vieran juntos, que se dieran cuenta de que él pretendía ser el macho.
No se si de mi garganta llegó a salir sonido alguno, se que balbuceé algo y salí huyendo, mas de mi propia respuesta que de él.
Entré en las duchas que en ese momento estaban bastante concurridas y como temía me siguió, no quise mirar y comencé a ducharme con el agua helada; entonces le escuché.
- “No se como puedes ducharte con el agua fría, yo me moriría”
Su voz se había vuelto atiplada, me volví a mi izquierda y le vi pegando saltitos intentando huir del chorro mientras con las manos calculaba la temperatura que corregía con ambos grifos. Me estaba agobiando tanto mi propia incapacidad para reaccionar como su insistente acoso. Sin que pudiera evitarlo mis ojos se dirigieron a su polla que colgaba lánguida sobre sus testículos y cuando levanté la vista supe que me había pillado, su sonrisa triunfante me encendió contra mí mismo. Estaba perdiendo el control de la situación de una manera absurda, ¿Pero qué coño estaba haciendo allí?
Mario, el varón, reaccionó sobre el indeciso desconocido que había estado desvariando hasta entonces. Me aclaré el jabón del cuerpo y salí decidido a abandonar aquel lugar. Algo en mi mirada le hizo interrumpir la frase que había iniciado para detenerme.
Estaba furioso. La única toalla seca que guardaba en la taquilla era aun mas pequeña que la empapada que pendía de la puerta, con ella comencé a secarme y me resigné a la idea de que tendría que ponerme la ropa sobre el cuerpo húmedo.
Me recriminé con dureza todos y cada uno de los actos que había realizado desde mi llegada a la sauna. No tenía que haber consentido que me mirase de ese modo, no debía haber permitido que me dijese tal o cual cosa, tenía que haber reaccionado antes… todo fue pasado por el consejo de guerra que me monté en mi cabeza mientras intentaba obsesivamente secar sin éxito mi piel como sin con ello pudiera borrar mi paso aquel lugar.
A pesar de ello, cada vez que fugazmente recordaba los ojos de los mirones clavados en mi cuerpo desnudo bajo el agua, una ráfaga de placer cruzaba mi cuerpo erizando mi piel, provocando pequeñas pulsaciones en mi pene que reaccionaba ganando volumen y sensibilidad sin que yo pudiera evitarlo por mucho que censurase esas imágenes, por mucho que las alejara violentamente de mi cabeza.
Cada vez que recordaba a ese hombre acosándome como si fuera una mujer…
Como si fuera una hembra…
Carmen apareció en mi mente, la veía en la playa el verano pasado tomando el sol en top less. Recordé como la miraban cuando se sentaba en la toalla con las piernas cruzadas, la espalda recta y se recogía el pelo en una cola de caballo desafiando al mundo con sus insolentes pechos. La miraban con el deseo brotando en sus ojos a pesar de que intentaban disimular ante mi presencia y vi la similitud en las miradas que había recibido yo en las duchas, en la sauna… ¿Se sentiría ella como yo me había sentido?
No, yo estaba confuso, desconcertado, jamás me había ocurrido algo así, mi papel nunca había sido el de presa sino el de cazador, no sabía como actuar cuando yo era el trofeo, cuando yo no lideraba el cortejo, cuando estaba tomando un papel pasivo y dejando que otro tomase la iniciativa. Carmen sin embargo sabe como comportarse ante ese tipo de miradas, las ignora pero le halagan. Sabe que las produce pero no las provoca.
Me estaba excitando, las imágenes de Carmen se sucedían en mi mente y se transformaban en otras en las que yo era el protagonista frente a un hombre, frente al único al que conocía en esa actitud dominante y que aun debía seguir sorprendido por mi repentina huída. En mi delirio lograba comportarme como ella, me aceptaba, dejaba que me mirasen con deseo.
A medida que mi excitación aumentó, las escenas que irrumpían en mi mente se mezclaron con fantasías y deseos inconfesables, Carmen en una playa nudista, haciendo el amor con varios hombres, Carmen con Sara…
Seguía frotándome el cuerpo con aquella toalla que apenas ya podía recoger mas humedad mientras mi cabeza continuaba produciendo febrilmente escenas en las que mis mas oscuras fantasías se cebaron en ella. Carmen atada a la cama, con los ojos vendados creyendo que soy yo quien acaricia su cuerpo desnudo cuando en realidad le he cedido con sigilo mi sitio a… no se, ¿a quién? ¿a Carlos? No, Carlos ya no es ninguna sorpresa. Pienso en alguno de nuestros amigos, en desconocidos, quizás el monitor del gimnasio, le imagino follándose a Carmen, atada, con los ojos vendados, preguntando ¿quién es, quién es?
Por mi desquiciada mente surgen destellos fugaces de látigos, gotas de cera ardiente, cuerdas… Froto, froto mi piel con la toalla. Una imagen breve como un relámpago me muestra a Carmen en el restaurante donde celebramos nuestro quinto aniversario en el que descuidadamente separó sus muslos y donde por primera vez me excitó saber que otros hombres estaban viendo sus bragas. Hablo con ellos, les pregunto si les gusta mi esposa, si quieren ver mas. Nos acercamos a mi mujer y hago que se levante, está preciosa con su vestido rojo. Le deshago el nudo que sujeta en su nuca las dos anchas bandas que cubren sus pechos y las empujo para que queden flojas y dejen entrever sus pechos desnudos. Ellos aplauden y hablan de sus tetas…
Tengo la piel enrojecida de tanto frotar, dejo la toalla sobre la puerta y apoyo ambas manos en la taquilla. Tomo las copas del vestido y lo dejo caer hasta la cintura, se ríen ruidosamente, aplauden y me felicitan por la mujer que tengo, pero quieren mas. Rodeo a Carmen y desde detrás le bajo la cremallera del vestido, suelto el enganche de la cintura y cae al suelo. Se acercan a ella con hambre en sus ojos, Carmen está desnuda, tan solo el pequeño tanga de encaje blanco, se acercan, van a tocarla.
No hay nadie ya, solo ellos dos, frente a frente. La secuencia ha cambiado, no estamos en el bar, ni siquiera estoy yo. Se a donde me ha conducido mi delirio, esta alucinación, toda este vómito de lujuria y sexo ha desembocado en la mujer que Ricardo me describió aquella tarde en el bar, la Carmen vencida, humillada, rendida, casi desnuda, con las bragas medio caídas, sin voluntad para defenderse de su inminente violación. La mujer que aparece en mi mente es una hembra a punto de ser sometida por un hombre que no soy yo, su esposo. Y protesté, y me rebelé, y deseé que no hubiera terminado así.
Entonces las imágenes se sucedieron en tropel. La vi en la mesa del restaurante con los dedos de Ricardo hundidos en su coño, Volví a ver a mi esposa en la cama de la casa de la sierra abrazada a Carlos mientras su polla bombeaba rítmicamente en su sexo hundiendo sus hinchados labios y arrastrándolos pegados a su tronco, casi pude volver a escuchar sus gemidos cada vez que se hundía profundamente en ella y espié sus besos apasionados cuando lograron alcanzar juntos el orgasmo, los miré bien pero ahora no era Carlos sino Ricardo quien descargaba su tensión entre las piernas de mi mujer golpeando su pubis sin misericordia. Al fin reconocí que deseaba con todas mis fuerzas que la hubiese follado.
Una y otra vez la veía de pie tal y como me la describió, con la ropa medio arrancada, con las bragas casi en las rodillas, despeinada, con los brazos caídos en señal de derrota, de entrega, frente a su violador esperando un gesto, una orden. Ese y no otro era el momento que mas me excitaba. Su rendición.
Entonces comprendí que lo que me ataba a aquel lugar era la experiencia nueva, única de sentir por primera vez en mi propia carne, en mis sensaciones, en mi sexo, lo que era ser deseado, sentirse halagado por ser admirado, por ser el elegido entre los demás, la experiencia liberadora de abandonar la conducta masculina por un instante y abrirse al rol de hembra y aceptar ser el mas guapo de todos, el mejor cuerpo, el mas deseado, el que mas excitaba a todos los mirones. Y dejarse mirar como si uno no se diera cuenta, y coquetear.
Cerré la taquilla, el sonido del cierre de la pulsera de cuero alrededor de mi muñeca resonó en el silencio de los vestuarios y me produjo la ausencia de un latido. Me ajusté la toalla a mi cintura y volví sobre mis pasos con el corazón golpeando mi pecho.