Diario de un Consentidor (45)

Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor; Esta no es una historia de penetraciones y orgasmos, aunque también lo es; Así que si tu, lector que has llegado hasta aquí, buscas un desahogo rápido de tus pulsiones te recomiendo que abandones este texto y busques algo mas inmediato.

"¿De dónde nace este placer por sentirme cornudo, por exhibirme como cornudo ante quien usa a mi esposa delante de mis ojos? ¿Cuál es el mecanismo de mi cerebro que transforma una honda humillación en un morboso y excitante afrodisiaco? ¿Qué es lo que realmente me produce placer: ver a mi mujer entregándose a otro hombre o recibir la expresión de desprecio y prepotencia con la que me habla su amante mientras la desnuda y se la lleva a la cama? ¿Y qué desprecio me excita más, el que percibo en la mirada victoriosa que me lanza en el momento de hundirse en ella o el que veo en los ojos de mi mujer mientras se aferra con brazos y piernas a su amante"

Mario, en el otoño del 2003

MIÉRCOLES

La jornada transcurrió con la normalidad de todos los días, el trabajo la mantuvo concentrada hasta el punto que tuvo que reducir a unos pocos minutos la charla con Carlos e incluso cuando yo la llamé se excusó enseguida. Comenzaba a ser habitual desde que se hizo cargo del departamento este exceso de trabajo que en poco tiempo le haría empezar a plantearse si le merecía la pena, cada vez dedicaba menos tiempo a la clínica y mas a la burocracia, ¿era eso realmente lo que quería?

Pero al anochecer sintió un vacio, una ausencia que pronto identificó.

Cenó en casa de sus padres y regresó conduciendo con prisa, sabía lo que quería: llegar a casa, acostarse y charlar con Carlos. Intentó negarlo, se forzó por ocultar sus verdaderos sentimientos pero poco antes de comenzar el postre se rindió ante la urgencia que la movía a abreviar y marcharse.

El camino hasta casa fue un continuo cúmulo de reproches, un rosario de fugaces promesas de apagar el móvil, débiles propósitos que sabía improbables de cumplir y que generaban nuevas recriminaciones que se apagaban ante la intensa excitación que agitaba su pecho y la hacía conducir más rápido.

Se sentía frustrada, era incoherente, si, pero la noche anterior Carlos no había hecho la menor alusión a un posible viaje a Madrid y en las dos ocasiones en que hablaron durante el día tampoco lo mencionó; Temía esa proposición y a la vez la deseaba, tenía decidida su respuesta, no iba a dejarle venir pero negarse, forcejear con él, le daba una intensidad a sus charlas que ahora echaba de menos; sentirse deseada, asediada, vacilar, tener la opción de dudar… era tan morboso que ahora se sentía vacía sin sus ruegos.

Cerró la puerta tras de sí y dejó el abrigo y el bolso en el salón; Como si tuviera que alcanzar un objetivo antes de que sonase el móvil Carmen se desnudó nerviosamente y contra su costumbre, dejó la ropa esparcida en el dormitorio pequeño. Desnuda cruzó el salón en penumbra sin reparar en las ventanas iluminadas al otro lado del jardín que separa ambos bloques, entró en la cocina donde bebió de un trago un vaso de leche, luego apagó la luz del recibidor antes de recorrer el camino inverso hasta el baño. Se lavó los dientes, se aplicó la crema hidratante… tras orinar se lavó en el bidet y corrió a la cama.

Solo tuvo que esperar dos minutos, dos largos minutos durante los que se rindió a la evidencia. Deseaba a Carlos, deseaba escucharle, se moría de ganas de hablar con él en la cama, desnuda, sabiendo que él lo sabía, esquivando sus preguntas que jugaban el juego de hacerla confesar su desnudez, dejándose seducir y seduciendo. Durante esos dos minutos recordó la conversación que habíamos mantenido el día anterior, los argumentos que esgrimió entonces y que le parecieron tan sólidos ahora se le antojaron débiles, inciertos, quizás equivocados; haríamos el viaje a la montaña, seguro que sí, pero

El sonido del móvil la sobresaltó.

  • "Hola" – dijo con su voz cargada de dulzura.
  • "Hola vida ¿Qué haces?"
  • "Esperarte" – confesó totalmente entregada.
  • "¿Ya estás en la cama?"
  • "Me acabo de acostar"
  • "Me gusta hablar contigo desde la cama, es como si estuviésemos acostados juntos"
  • "No es lo mismo" – protestó mimosa.
  • "No es lo mismo ¿verdad?"
  • "No"
  • "¿Y te gustaría, a que si?"

Carmen se alegró como una cría, ¡por fin!, por una parte temía que hubiera desistido, aunque no tenía ninguna intención de dejarle venir.

Pero no contestó, no podía contestar.

  • "Sabes que mañana podríamos estar charlando juntos en la misma cama" – insistió él, animado por su silencio.
  • "¡Si, claro!… anda, cuéntame qué has hecho hoy" – dijo ocultando su emoción.

Carmen evitó el tema y Carlos, obediente, le describió su vida aquel día, ella apenas prestaba atención a sus palabras, se dejaba acariciar por la modulación de su voz, su tono, las subidas y bajadas de ritmo; el sonido de aquella voz, cada vez más familiar, la transportaba a un nivel de placidez maravilloso.

  • "¿Estás desnuda, verdad?" – Carmen sonrió con indulgencia; pobrecito, no había podido aguantar más tiempo sin preguntárselo.
  • "Completamente desnuda" – dijo con toda la sensualidad que pudo darle a su voz.
  • "Lo sabía"
  • "¿Entonces por qué lo preguntas? – rió ella.
  • "Porque me gusta oírtelo decir, suena muy bien la palabra ‘desnuda’ en tu boca, a ver dilo otra vez"
  • "Desnuda" – obedeció con gusto.
  • "Otra vez"
  • "Estoy desnuda" – repitió visiblemente excitada.
  • "¡Me gusta!" – Carmen se sentía tan halagada
  • "Bueno, ¿vas a seguir con lo que me estabas contando?

Cuando dejó el móvil en la mesita, media hora después, su rostro mantuvo la sonrisa que la había acompañado durante toda la conversación. Apagó la luz.

No, no podía renunciar a este placer, ahora sabía cuánto lo necesitaba, aquella conversación había echado definitivamente por tierra todas sus objeciones, todos sus propósitos para acabar con aquella relación.

Era imposible, no se veía capaz de perderle, no quería perderle.

Sonó el móvil, me esperaba. Sin encender la luz descolgó.

.

La mañana del miércoles transcurrió en una intensa actividad, el curso había comenzado a plantear las primeras prácticas y para la tarde se anunciaba una mesa coloquio entre todos los participantes.

El almuerzo, como de costumbre, se sirvió en el hotel cercano, yo conseguí intercambiar mi asiento con un psiquiatra valenciano y así pude sentarme con mis colegas vascos. Apenas había prestado atención a la presencia de Roberto en todo el día hasta que un murmullo y unas voces airadas me hicieron volverme hacia el lugar del que procedía el altercado.

De pie, frente a un Roberto lívido que permanecía sentado, las dos chicas que compartían mesa con él desde el primer día le miraban visiblemente enfadadas.

  • "¡Eres un cerdo!" – fue lo único que llegué a entender antes de que salieran del comedor.

Un pesado silencio se extendió por el comedor mientras las dos mujeres abandonaban la sala, seguidas por uno de los organizadores del curso; poco a poco se fue recuperando el murmullo de las conversaciones, esta vez centradas sin duda en el incidente ocurrido, Roberto se esforzaba en aparentar normalidad y rebuscaba con el tenedor en la comida, pero la tensión por la violenta situación se mostraba en su rostro.

Pocos minutos más tarde, vi como dos de los organizadores se acercaban a la mesa que ocupaba en solitario y, tras intercambiar unas pocas frases, se levantó y salió con ellos, de nuevo el silencio se había hecho dueño del comedor. Mis acompañantes hicieron alguna broma aludiendo a lo sucedido y pronto volvimos a nuestro tema de conversación.

Pero yo estaba eufórico, por fin Roberto había dado con alguien que le había plantado cara sin miedo y las consecuencias eran claras. Viví de un modo vicario la satisfacción de parar en seco a aquel indeseable, algo que yo había sido incapaz de hacer.

Roberto no apareció por la sesión de la tarde.

Serían las once y media cuando entraba en mi habitación, me acosté y marqué el móvil de Carmen, sentí una inmensa tranquilidad cuando lo encontré libre.

  • "Hola cosita" – estaba contento y Carmen me lo notó enseguida.
  • "Hola amor ¿qué tal el día?
  • "Bien, el curso está siendo mejor de lo que esperaba"
  • "Me alegro"

Charlamos de mil cosas, de nuestro proyecto de reforma del ático, de la gripe de su padre que la preocupaba por si derivaba en neumonía, del ruidito que hacía su coche al girar a la derecha… mil cosas cotidianas, normales, sin importancia pero tan necesarias para nuestra pareja como el respirar.

Deseaba poder contarle el chasco de Roberto pero no podía, me hubiera gustado poder decírselo sin confesarle que yo no había sido tan valiente como aquellas dos chicas.

  • "…un brote de gripe tremendo en Sevilla, dice Carlos que los centros de salud están saturados"

Aquella frase atrajo inmediatamente mi atención. Perdido en divagar sobre lo sucedido en el curso no había prestado atención a la conversación. Aquella era la primera vez en dos días que mencionaba a Carlos y eso me alertó.

  • "¿Has hablado con él?"
  • "Sí, claro, me sigue llamando" – su voz sonó como si se excusase.
  • "Claro, ya lo suponía… ¿así que gripe, no?" – intentaba no parecer preocupado ni molesto, en realidad no lo estaba, me había inquietado mas su silencio ante algo que yo suponía que no había dejado de ocurrir.
  • "Sí, creo que es general en toda Andalucía" – el tono de voz de Carmen había cambiado, su aire despreocupado había dado paso a una cautela que se transmitía a través del teléfono, como si quisiera sondear mi reacción.
  • "Menos mal que no va a venir, solo nos faltaba más gripe a nuestro alrededor"

Mi frase carecía de intencionalidad alguna, sin embargo para Carmen cobró un sentido diferente, podría haberse sentido molesta, en cambio fue como si esa frase le diera pie a recuperar en parte el juego erótico que habíamos interrumpido tras nuestro enfado y posterior reconciliación.

  • "Aun no se ha dado por vencido" – dijo con cierta prevención ante mi posible reacción.
  • "¿Ah, no? ¿Sigue empeñado en verte?" – Carmen creyó ver en mis palabras la confirmación del retorno a un nivel de confidencias que habíamos perdido.
  • "No hay momento que no lo intente, cada vez que hablamos se las ingenia para intentarlo" – no era del todo cierto pero no podía decirme que ansiaba que se lo pidiese.

Me di cuenta de que Carmen hacía algo más que contármelo, desde que volvió a mencionar a Carlos entendí que su actitud era bien diferente a la que había mantenido tras mi penosa borrachera. Tras dos días en los que Carlos parecía desaparecido de nuestras vidas, Carmen se las había ingeniado para sacarle en la conversación, y no solo eso, parecía como si estuviese intentando decirme algo

  • "¿Te molesta?"
  • "No" – dijo restándole importancia – "a veces resulta incluso infantil, pero en cuanto le desvío del tema deja de insistir, no se pone muy pesado, es… como un niño pidiendo un juguete"
  • "Un juguete muy caro" – repliqué.

Mi frase carecía de ningún sentido erótico, era tan solo un cumplido, pero la excitación de Carmen la llevó a encontrarle un lado morboso que no dudó en proponer para el incipiente juego que manteníamos.

  • "¿Es que me vas a vender? ¿Y cuánto crees que valgo?"
  • "Un precio que pocos podrían pagar"
  • "¡Anda ya, exagerado!" – dijo halagada.
  • "Se pueden llegar a pagar cifras enormes por una mujer como tú, cariño"
  • "¿Y tú cómo lo sabes?" – rió
  • "Lo sé y basta"
  • "Bueno pues… ¿cuánto?" – preguntó con curiosidad.
  • "¿Cuánto, qué" – no se lo iba a poner fácil.
  • "¿Cuánto valgo?"
  • "Vales lo que no se puede pagar con dinero, otra cosa sería el precio que se llega a pagar por una mujer como tú"
  • "Venga, dilo de una vez"

No tenía ni idea del precio que se paga por una puta de lujo, cuál sería la cotización de la ‘primera vez’ de una mujer tan exquisita como Carmen y jugué a aplazar el juego para cuando estuviera a su lado.

  • "Tendría que examinarte" – improvisé,
  • "¿Me vas a examinar como si fuese una…" – noté la excitación que esa fantasía provocaba en ella.
  • "Como si fueses una yegua"
  • "¡Vaya! Iba a decir puta" – dijo claramente excitada – "¿Y cuándo será eso?"
  • "En cuanto esté de regreso"
  • "Trato hecho"

Nos quedamos en silencio un par de segundos, yo dudaba si continuar con aquella morbosa fantasía que nos apartaba de algo más real y tangible como Carlos.

  • "Te gusta charlar con él, ¿verdad?" – Carmen tardó en contestar, fue un silencio breve pero cargado de sentido para mí.
  • "Sí, claro, es agradable, siempre tiene algún tema del que hablar"
  • "Dime una cosa"
  • "A ver" – dijo mostrando prevención, dándome a entender que esperaba cualquier cosa de mí.
  • "¿Qué es lo que más te gusta de él?" – no tenía claro el objetivo de mi pregunta, aun así la lancé al aire.

Carmen no contestó de inmediato, ‘Mario siempre imprevisible’, pensó, ¿Qué buscaba yo con esa inesperada pregunta? Estaba tan sorprendida que fue incapaz de encontrar la respuesta, ¿qué era lo que más le gustaba de Carlos? En una fracción de segundo se agolparon infinidad de imágenes y sensaciones.

Y más difícil aun de definir: ¿Qué quería escuchar yo en realidad?

  • "Es muy sensible, la verdad es que nunca te aburres con él, siempre tiene algo que contar, pero también sabe escuchar. No sé, me inspira confianza"

Me resultó inquietante esa afinidad en el plano personal, en el espacio de lo íntimo; me preocupó más que una cruda descripción de los placeres sexuales que habían compartido.

  • "¿Y en lo físico?" – de nuevo una duda, una censura filtrando qué decir y qué callar.
  • "Bueno, ¡tiene un culito muy mono!" – Carmen eligió la vía de la broma para soltar tensión. No tuve que reconducirla, ella misma se dio cuenta de que no era esa la forma de seguir la charla – "su sonrisa, es muy dulce… sus ojos… tiene una forma de mirar… Me gusta su pelo, tan cuidado… no sé, tantas cosas…"

Analicé sus palabras como estoy acostumbrado a hacer con mis pacientes. ‘No sé, no sé’ esa coletilla reiterada delataba su dificultad para elegir entre todo lo que le gustaba de su amante. ‘Tantas cosas’ había dicho para rematar su frase, esas dos palabras dispararon una aguda punzada de celos, parecía ser incapaz de encontrar algo en él que no le gustase.

Pero yo quería más, les había visto en la cama, vi como follaban y también como descansaban el uno al lado del otro, había contemplado el sexo y la ternura entre ellos y no me bastaba. Tenía mi visión de todo aquel arrebato de pasión, ahora necesitaba tener la visión de Carmen, saber como lo habían visto sus ojos, cómo lo había sentido su piel, su boca, su coño, quería ser voyeur del alma de Carmen, conocer sus sensaciones desde dentro, sus emociones, quería escuchar el efecto que esos actos, de los que yo había sido testigo, producían en su mente.

  • "Vamos… Carmen, por favor… estás divagando" – escuché un profundo suspiro al otro lado del teléfono.
  • "Me gusta su pecho, y sus hombros, tiene unos pectorales bonitos, no demasiado marcados…me gusta tocarlos" – una pausa que ninguno de los dos interrumpimos sirvió para que las imágenes que Carmen intentaba censurar cobraran fuerza limando sus precauciones; ella sabía lo que yo quería oír y yo terminé de provocarla.
  • "Te estás yendo por las ramas, cobarde" – la regañé.

Cuando comenzó a hablar supe que algo había cambiado. Era ella, si, pero su voz apenas se reconocía, un tono profundo, sugerente y grave daba cuenta de la transformación que acaba de sufrir Carmen.

  • "¿Qué quieres oír?" – dijo retándome
  • "Quiero saber lo que más te gusta cuando estás con él, lo que más deseas, lo que te vuelve loca y sigues recordando después, hoy, ayer, anoche"

Unos segundos de silencio, breves, más breves de lo que en realidad me parecieron entonces marcaron la frontera entre dos mujeres. La que hasta un instante antes se resistía a hablar esquivando mis preguntas entre bromas y mimos desapareció. La mujer que me respondió no era ella, o si, si era Carmen, una Carmen transformada, poseída por una personalidad que había visto fugazmente alguna otra vez, durante la terapia. Parecía una actriz cambiando de papel ante mis ojos.

Pero no fingía, Carmen no ocultaba conscientemente esta faceta, más bien parecía como si la tensión provocada al sentirse acorralada la hiciese huir y entonces le dejara el campo libre a esa otra Carmen que hasta entonces permanecía controlada, reprimida, oculta bajo el férreo candado de la educación, la cultura y la socialización recibida desde la infancia.

  • "Su polla… Mario… me encanta… no sé, nunca creí que me pudiera gustar tanto… es… no es mejor, no… ¡qué tontería! ya lo sabes, no es eso pero… es tan diferente… me gusta tenerla en las manos… es tan… no sé cómo definirlo, Mario, es que… me puede, cuando la tengo en mis manos se me nubla el sentido, no sé si me entiendes…"
  • "Te entiendo cariño, sigue…"
  • "La veo y las manos se me van solas, necesito agarrarla, palparla, recorrerla con los dedos, mojarme en ella… y sus huevos… Oh Mario! me vuelve loca coger la bolsa en mi mano, apretarla, notar cómo se mueven dentro… me gusta mirarle cuando le hago eso, es como si se fuera a desmayar…" – suspiró profundamente, un suspiro de profundo placer – "… es increíble, jamás pensé que yo…"

Su voz era una pura confidencia, no intentaba excitarme, simplemente descubría su propia excitación ante mí, compartía conmigo sus más íntimos pensamientos, hacía real la total confianza que yo le había pedido y que ella me entregaba sin censuras. Mi polla estaba dura como una roca, mi respiración agitada le llegaba a Carmen a través del teléfono y suponía para ella la confirmación de que iba por buen camino, que no tenía nada que temer.

  • "¿Se la has chupado?"
  • "¿Te gustaría que lo hubiera hecho, verdad?" – dijo con su voz más lasciva
  • "Me encantaría verlo"
  • "No, no se la he chupado" – no supe distinguir si era sensatez o frustración lo que pintó de seriedad su respuesta
  • "No lo entiendo"
  • "¿Qué es lo que no entiendes?"
  • "Si tanto te gusta, si te mueres por tenerla en las manos y acariciarla… no entiendo que aun no la hayas besado, no sé cómo es que no te las has metido en la boca, con lo que te gusta hacerlo… ¡y con lo bien que lo haces!"
  • "Eso solo lo hago contigo"
  • "¿Cómo hacer el amor?"
  • "¡Qué cabrón eres!"

Estábamos en un nivel de confidencia como nunca antes, la notaba totalmente desinhibida, abierta a hablar de cualquier cosa, no parecía ella, era el ideal que me había forjado estos meses, un modelo utópico que se estaba volviendo de carne y hueso. Carmen cambiaba ante mis ojos y el morbo que ello me producía no me dejaba ver el riesgo que asumía.

  • "¡Sigue!" – la insté con la voz enronquecida por el deseo.

Carmen, ya sin barreras, me regaló la más bella y obscena confidencia que jamás imaginé escuchar de sus labios.

  • "Cuando se pone de rodillas sobre mi… abro las piernas y… no, ¡se me abren solas Mario, se abren solas! Luego se coloca y le siento tantear, la coge con la mano y la mueve buscando la entrada… ¡Oh! Ese roce buscando el hueco, cabeceando a ciegas es… tan…" – su voz se había vuelto casi un jadeo, un susurro dominado por la agitada respiración.
  • "¿Te estás tocando?"
  • "¡Si!" – dijo en un suspiro.
  • "Sigue"

Escuché su respiración alterada mientras buscaba las palabras adecuadas para las imágenes que inundaban su mente.

  • "Luego se tumba sobre mi antes de meterla… y me siento pequeña debajo de él ¿sabes?, con su cuerpo encima, tan grande… no empuja, solo se queda ahí, rozándome… y a mí me dan ganas de moverme para que entre pero me quedo quieta… suele poner su rostro en mi cuello y me besa mientras se deja caer… me pesa, me aplasta… apenas puedo rodear su espalda con mis brazos, pero entonces siento su polla empezar a empujar… siento como me dilata, nunca me hace daño, va poco a poco y yo le noto entrar despacio, siempre pienso que no me voy a dilatar a tiempo pero es capaz de esperar… luego, cuando ya entra bien, la mete de una vez, despacio pero sin detenerse… y entonces me siento llena…"

La crudeza con la que Carmen me contaba su vivencia con Carlos me tenía al borde del orgasmo, pero no buscaba desahogarme, necesitaba que siguiera hablando aunque sus palabras me hicieran daño, esas mismas palabras que me excitaban al máximo me producían un dolor lacerante. Su franqueza me decía que Carmen se sentía cercana a mí, sin dudas y sin pudores, justo lo que yo había estado buscando, sin embargo esas palabras me provocaban también un intenso frio que recorría mi cuerpo y del que intentaba evadirme centrándome en su placer y el mío, su placer al recordarlo, su excitación al compartirlo conmigo y mi placer por entregar a mi esposa a otro. Estaba excitado y triste ¿es posible que esa extraña mezcla de sensaciones se combine hasta el punto de crear otra nueva, diferente y mucho más intensa?

  • "¿Qué sientes cuando se corre? – mi pregunta surgió espontáneamente.

Carmen detuvo el movimiento circular que sus dedos ejercían sobre su clítoris, no tenía una respuesta preparada para una pregunta de ese tipo. Lo pensó, intentó recordar la primera vez que sintió la polla se Carlos palpitando en su interior y una intensa oleada de placer reavivó las caricia interrumpida.

  • "Sé cuándo se va a correr porque se pone tenso, hace unos sonidos… como gemidos cortos…luego se queda inmóvil, solo noto su polla latiendo dentro y cuando los latidos crecen comienza a mover las caderas de nuevo y entonces lo noto salir dentro de mí, se que esta eyaculando".
  • "Es… precioso como lo describes"

Nos quedamos en silencio, las imágenes que sus palabras creaban en nosotros eran lo suficientemente intensas como para que dedicáramos unos segundos a saborearlas.

  • "¿Y ahora, ¿Puedes decirme, con toda sinceridad, que no deseas hacer el amor con él mañana, o el viernes?"

¿Me había precipitado? ¿Acaso se iba a sentir presionada por mi pregunta?, esa presión de la que se había quejado apenas un día antes.

Carmen regresó, como si aquella frase la hubiera sacudido para despertarla. Lo noté en su voz, otra vez era ella.

  • "¡Mario, no!" – parecía un lamento, como si yo hubiera defraudado su expectativa de que no llegaría a decir eso.
  • "¿Puedes negar que lo deseas?"
  • "¡Esa no es la cuestión!" – quería evitar la respuesta, pero yo no la iba a dejar.
  • "Por supuesto que sí, esa, esa es la cuestión, Carmen, ¿deseas hacer el amor con Carlos?"
  • "¡Claro que deseo hacer el amor con él, claro que me apetece! Pero una cosa es lo que pueda desear y otra es que esa sea una buena decisión en este momento"

De toda su respuesta apenas escuché más que su primera declaración: deseaba hacer el amor con Carlos, no habló de follar; La última vez que le hable de hacer el amor me respondió "El amor solo lo hago contigo, con él follo", pero esta vez

Sus palabras reconocían que lo que había entre Carlos y ella era algo más que sexo, algo más que unos buenos polvos. Hacían el amor; más allá de orgasmos y caricias se intercambiaban cariño, ternura… hacían el amor.

  • "¿Qué te pasa?" – mis pensamientos habían creado una amplia pausa que Carmen intentaba interpretar.
  • "Nada, cielo, pensaba"
  • "¿En qué, cuéntamelo, no te quedes callado, por favor"

Era el momento de sincerarse.

  • "Recordaba que la última vez que te hablé de hacer el amor con Carlos me respondiste que eso solo lo hacías conmigo, que con el follabas ¿te acuerdas?"
  • "Es… solo es una forma de hablar, Mario, yo…"
  • "¡Pero si no me parece mal, cariño!, reconócelo, no me molesta, es incluso hermoso. Haces el amor con él, está bien que lo hayas podido expresar, Carlos es algo más que un polvo para ti y es lógico. Estos meses han creado… un vínculo que va mas allá del sexo, creo yo, hay amistad, hay cariño…"
  • "Si, pero no pienses que…"
  • "Lo sé, lo sé, no me des explicaciones que no necesito vida; Ahora, vuelve a pensarlo y se sincera, luego me pones todas las trabas y objeciones que quieras: ¿Deseas hacer el amor con él? ¿ya? No dentro de un mes o quince días, no. Se te presenta la oportunidad de hacer el amor con él mañana mismo, como mucho el viernes; dime ¿no lo estás deseando?"

La emoción nublaba mi conciencia, la estaba empujando a los brazos de su amante.

  • "¿Y tú? Mario, no quiero que tú…"
  • "Contéstame cielo, solo si o no"
  • "Si"
  • "¿Y a qué esperas? ¡disfruta de esta oportunidad amor mío, puede que no tengas otra en semanas o meses!"
  • "No se Mario, esto no es lo que habíamos planeado, hablamos de hacerlo juntos… Si, ya sé que ya he estado una vez a solas con él, pero lo que ocurrió en su hotel fue algo no pensado, yo no quiero que te quedes al margen…"
  • "Yo estoy bien cariño estoy feliz, ni te imaginas lo emocionado que estoy, en absoluto me quedo al margen, estaré pensando en ti constantemente, esperaré que me llames y me cuentes cómo te sientes. Carmen, tu y yo nos amamos, nos amamos tanto como para que me puedas decir que deseas hacer el amor con Carlos, nos amamos tanto como para que me vengas a recoger al tren el viernes después de estar con él y que cuando me beses y te pregunté ‘¿Qué tal?’ me puedas decir lo feliz que has sido, Nos amamos tanto como para que cuando te bese note el olor de Carlos en tu piel, ese olor que habrás dejado a propósito para que yo lo huela"
  • "Estás loco"
  • "Si vida, estoy loco por ti, estoy loco por la mujer en la que te estás convirtiendo"
  • "¿Te gusta más esta mujer que la que era antes?"
  • "Cada vez mas"

Carmen se quedó en silencio, le preocupaba mi evolución de los últimos meses ¿estaría sustituyéndola por un modelo de mujer inalcanzable? Si ya no le valía tal y como había sido hasta entonces ¿tendría que luchar a diario para estar a la altura del modelo idealizado que yo me había construido?

  • "¿No estamos yendo muy deprisa?"
  • "Estamos yendo a la velocidad que nuestra confianza nos permite ir cielo, yo no temo nada, no temo perderte, no tengo miedo de que me vayas a dejar por Carlos, aunque le estés empezando a querer"
  • "No es lo mismo"
  • "Lo sé, lo sé, pero aun así, no me asusta que le quieras"
  • "No sé si le quiero"

El corazón me dio un salto en el pecho, algo en mi interior me empujaba a hacerla confesar ese cariño, un impulso quizás masoquista que me urgía a conseguir una declaración de cariño hacia el que era mi rival.

  • "¿No lo sabes? ¿estás segura de lo que dices?"
  • "No estoy segura de nada"

De nuevo escuché los pitidos en el móvil de Carmen que avisaban de una llamada en espera, ninguno de los dos habíamos hecho mención a ellos las demás veces que habían sonado durante nuestra conversación. Era el momento de entregársela, estaba a punto, receptiva a cualquier propuesta que Carlos le hiciera.

  • "Veamos de lo que estás segura amor mío, atiende esa llamada que no deja de insistir y luego me llamas ¿quieres?"
  • "Pero… ¿qué es lo que pretendes que haga?" – su voz sonó casi como un lamento.
  • "Solo lo que te pida el cuerpo, Carmen, que seas libre, que te sientas libre de hacer lo que desees"
  • "¡Qué fácil lo planteas!"
  • "Un beso corazón, te estaré esperando"

Dejé el móvil en la mesita de noche, los latidos de mi corazón retumbaban en mis sienes, ¿qué iba a suceder? ¿Qué se decidiría durante los siguientes minutos?

..

Nada mas colgar, el móvil de Carmen rompió el silencio de la alcoba con la melodía que anunciaba una llamada entrante; no por esperada hizo que el sobresalto fuera menor, quizás precisamente porque la esperaba, porque sabía lo que se iba a jugar en esa llamada Carmen se sobresaltó.

  • "Hola" – pronunció dulcemente.
  • "¡Qué difícil es hablar contigo! Estás muy solicitada" – bromeó Carlos.
  • "Estaba hablando con mi marido…" – pensó que una conversación tan larga no cuadraba con una matrimonio supuestamente estancado – "… y luego me llamó Mario"
  • "¿Alguien más?" – Carmen sonrió, le causaba extrañeza el morbo que Carlos sentía por sus teóricos amantes"
  • "No, hoy no"
  • "Ya, entonces otros días… si te llaman mas… amigos, ¿no?" – intentó encontrar algún matiz en la voz de Carlos que le indicara hacia donde debía llevar el juego, ¿eran celos? Lo parecía y esa idea le agradó.
  • "A veces, pero no son tan pesados como Mario y tu" – bromeó
  • "No somos pesados cariño es que somos los que más te queremos"
  • "Será eso"
  • "Y estando sola en Madrid… ¿no has aprovechado para ver a ninguno de ellos?"

De nuevo tenía que enfrentarse a la imagen de mujer promiscua que ella misma había creado, una imagen que no sabía si la beneficiaba o bien desvirtuaba la relación entre Carlos y ella.

  • "¿Tu te crees que me paso el día pensando en eso?" – dijo haciéndose la enfadada.

En realidad, vivir ese falso papel le daba una extraña emoción, representaba una mujer que no era ella y si bien al principio la veía como una imagen totalmente ajena, tenía la sensación de que cada vez la veía más próxima.

  • "Mujer, no te enfades, solo era una pregunta"

Siguieron charlando de mil cosas, a veces Carlos volvía con alguna alusión erótica y se enzarzaban en juegos de palabras e intenciones veladas

  • "¿Te puedo pedir una cosa?" – Carmen intuyó algún juego.
  • "Tu pide, luego yo ya veré si te lo concedo"
  • "¡Que dura eres conmigo! Acaríciate, quiero que sigamos hablando mientras te acaricias"

Sonrió, lo sabía, estaba segura, era tan predecible

  • "¿Y eso, por qué?" – quería escucharle rogando.
  • "Porque tu voz se transforma, se vuelve suave, excitante; es como si me acariciaras… por favor, Carmen…"

Carlos le dio a sus palabras un tono de queja que la enterneció, deseaba acariciarse, ¿cómo no?, deseaba hacerlo mientras él estaba al otro lado del teléfono, deseaba sentirse impúdicamente descubierta, lo había probado antes y sabía que el morbo de dejar que sus gemidos y su voz la delatasen le provocaba un arrebato de placer inigualable.

  • "¿No te voy a decir si lo estoy haciendo o no, eh?"
  • "No hace falta cariño, lo sabré en cuanto empieces a sentir el efecto de tus dedos

Sonrió, se sentía tremendamente deseada.

Carmen comenzó a recorrer su piel con la mano izquierda, mientras hablaban, sus palabras cruzaban deseos pensamientos… deliberadamente Carlos evitaba hablar de sexo y cuando creía tenerla distraída la atacaba con alguna frase cálida, con alguna propuesta morbosa, dobló sus piernas hasta que las plantas de sus pies se tocaron, solo entonces dejó que sus dedos alcanzaran su sexo.

  • "Te quiero"

Fue como si despertase de un sueño; Carmen alejó instintivamente el dedo que acariciaba su clítoris, esas dos palabras la pusieron tensa.

  • "Lo sabes, ¿verdad?" – Carlos insistió al no obtener respuesta de ella.
  • "¿El qué?"
  • "No te escabullas, sabes que te quiero, ¿verdad?"
  • "Si, lo sé" – una intensa emoción comenzaba a atenazar su cuello, el dedo que había alejado de su clítoris volvió a su lugar moviéndose con suavidad buscando alargar aquel tenue placer, evitando un rápido brote del orgasmo.
  • "¿Y tú?"

El silencio se hizo espeso, el tiempo parecía eterno, ¿qué contestarle? ¿Acaso lo sabía?

  • "Carmen, ¿qué soy para ti?"

Por primera vez se tuvo que enfrentar a una definición, debía clasificar esta relación a la que hasta ahora no había puesto nombre, pero no sabía cómo hacerlo, pensaba intensamente, buscaba la clave pero su silencio fue interrumpido de nuevo por Carlos.

  • "¿Tanto te cuesta reconocer en palabras lo que me transmites a cada momento con tu voz?"

Carmen evitó responder refugiándose en la anterior pregunta.

  • "Carlos, para mi eres especial, un gran amigo… sin duda uno de los mejores…"
  • "¿Me quieres?" – se veía abocada a responder.
  • "Carlos…"
  • "Es sencillo, yo te lo he dicho: te quiero Carmen, te quiero, ¿puedes decirlo tú?"
  • "¿Dices que me quieres? Carlos, por favor, no podemos trivializar ciertas palabras…"
  • "¿Crees que no sé lo que estoy diciendo?"
  • "Creo que estás dejándote llevar de las emociones…"
  • "Por supuesto, eso es el amor, eso es querer"

Carmen se alarmó cuando mencionó el amor, tenía que frenar aquello.

  • "Carlos, me siento muy bien contigo, en cierto sentido te quiero…"
  • "Eso es lo que quería escuchar cielo, nada más, no pretendo ponerte en ningún compromiso, tienes tu vida, tu marido… no te voy a pedir nada, estate tranquila, solo quería saber si me quieres un poquito"

Carmen se sintió enternecida por aquel hombre que parecía implorar las migajas de su cariño.

  • "Te quiero" – dijo con su voz más dulce.
  • "Te quiero" – dijo un Carlos claramente emocionado.
  • "Te quiero" – susurró una mujer entregada.
  • "Eres maravillosa"
  • "¡Tonto!"
  • "Nunca pensé que iba a encontrar a alguien como tú, has puesto el listón muy alto para las demás"

Carmen se dejaba seducir por sus palabras, sus dedos seguían acariciando su pubis, haciendo leves incursiones entre sus labios, dejando que la yema de su dedo medio atormentara su clítoris; Escuchaba a Carlos y le respondía dejando que su cabeza estuviera más pendiente de las sensaciones que le llegaban de su sexo que de las palabras que se pronunciaban.

Elevó las rodillas y dejó que su mano cayera entre sus nalgas, rozó su ano y recordó. Eran otros dedos los que palpaban tan intima zona, era una lengua la que humedecía su esfínter y lo obligaba a relajarse. Deslizó el dedo por su periné y recorrió la hendidura entre sus labios sin apretar, sintiendo las abultadas lomas que rodeaban la húmeda grieta, alcanzó el pequeño promontorio erguido y turgente y el roce hizo que el deseo comenzase a crecer en ella. Le necesitaba a su lado, ahora, ya. Carmen se rindió ante la evidencia de que su sentido común era apenas un murmullo ahogado por el oleaje de la tempestad de su pasión y su deseo.

  • "¡Carlos!" – no dijo mas, había conseguido callar lo que hubiera sido una locura.

Carlos vio interrumpida la frase que pronunciaba en ese momento que quedó en suspenso ante la intensidad de su llamada.

  • "Dime"

No, no podía decir, no podía continuar.

  • "¿Qué me ibas a decir?" – Carlos se dio cuenta que algo trascendental estaba a punto de suceder.

  • "Nada, solo que me siento muy bien contigo"

  • "¿Seguro que era eso?"

  • "Si tonto, seguro"

Continuaron charlando pero el riesgo asumido le devolvió parte de su cordura, dejó de acariciarse.

Apenas habían transcurrido unos segundos tras despedirse cuando Carmen se sintió desesperada como si hubiese perdido una oportunidad. Podía haberle dicho… no, no se lo podía decir pero si darle a entender, insinuarle de modo que fuera él quien le propusiera

Y entonces habría dicho que si, le habría dicho "ven".

Sin darse cuenta, sus dedos volvieron a su sexo y lo encontraron tan mojado como lo había dejado minutos antes, ¡qué locura! si Carlos hubiera dicho algo, si le hubiera propuesto venir a Madrid, ella no se hubiera negado, no.

Comenzó a frotarse con rapidez, necesitaba ese orgasmo, lo necesitaba ya mismo.

El teléfono interrumpió el inicio del clímax.

  • "No te creo" – la voz de Carlos sonó risueña
  • "Qué?" – Carmen no entendió, su voz había sonado en medio de un temblor, sumida en el naciente orgasmo que intentaba detener.
  • "¿Te pasa algo?"
  • "No…" – apenas pudo hablar, vencida por el orgasmo incontenible
  • "¿Qué estabas haciendo?"
  • "Nada"

El silencio como fondo para la entrecortada respiración de Carmen, llena de matices, le transmitió el mensaje mejor que mil palabras, Carlos captó la intensidad del momento de aquella mujer que no dudaba en regalarle su orgasmo.

  • "¿Dónde tenias las manos, confiesa"
  • "Donde te imaginas" – pudo decir, sumida en la dulce paz tras el clímax.
  • "Dímelo"
  • "En mi coño" – acababa de romper otra barrera, la del pudor en el lenguaje y se sintió gozosamente libre.
  • "¡Siiii! ¿Pensabas en mi?"
  • "Si"
  • "¿y qué pensabas?"

¿En qué pensaba? No podía decirle la verdad, no podía confesarle que deseaba decirle ‘si, ven a Madrid’, en su lugar dejó que su fantasía mezclase escenas vividas por ambos, escenas apenas esbozadas que Carlos se encargó de desarrollar, proponiendo, indagando a ciegas, buscando al mismo tiempo no herir sensibilidades y excitar a aquella mujer que sonaba entregada, muerta de deseo.

Buscaron juntos el orgasmo, unas veces fue Carlos quien diseñó el mundo en el que se sumergían, otras fue ella quien dejaba libre su osadía y hablaba de sexo como jamás había pensado que podría hacer con alguien que no fuera yo.

  • "Carmen, podría estar allí a las seis… a la hora que tú me digas, y hacer realidad todo esto..." – Era una súplica, el lamento de un hombre desesperado.

Carmen escuchó como quien reconoce una profecía esperada, ¿podía hacerlo? ¿debía ceder al deseo y hacer oídos sordos a lo que su sentido común le gritaba?

Le deseaba, ¡Dios, cómo le deseaba! Imaginó lo que sería encontrarse con él al salir del gabinete, ¿y si salía con algunas compañeras como suele ser habitual? Le presentaría como un amigo, ¿y si alguien mencionaba el nombre de Mario, cómo justificaría que sus compañeras conociesen a su amante?

Carlos cortó sus pensamientos, había dejado demasiado tiempo en blanco y entendió que evitaba responderle.

  • "Lo siento, no quería presionarte, es que me voy a volver loco"

Era como si se le escapase el tren, como si llegase tarde y ya no tuviera oportunidad de decidir si hacer aquel viaje. Sabía lo que no debía hacer, cuál era la decisión lógica que debía tomar y esa pausa impensada había actuado a su favor, sin embargo la rabia por haber dejado pasar una oportunidad se lo reprochaba: ‘¡pero qué tonta, qué tonta!’

El resto de la conversación fue una lucha interior entre el impulso por pedirle que viniera y su cordura que le decía que lo dejara estar. Cuando se despidieron golpeó con desesperación la almohada y hundió el rostro en ella.