Diario de un Consentidor (44)
Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor; Esta no es una historia de penetraciones y orgasmos, aunque también lo es; Así que si tu, lector que has llegado hasta aquí, buscas un desahogo rápido de tus pulsiones te recomiendo que abandones este texto y busques algo mas inmediato.
La fría lluvia no consiguió despejarme y tan solo reavivó un intenso dolor de cabeza que me había acompañado desde la segunda copa. Cuando entré en la habitación del hotel eran ya las once de la noche ¿Cuánto tiempo había durado la paliza a la que me había sometido Roberto?
Dejé el abrigo sobre la cama y me vi reflejado en el espejo del armario, una enorme mancha oscura se extendía hacia abajo abarcando medio muslo, sentí la pegajosa humedad que adhería la tela a mi piel y me despojé de toda la ropa dejándola esparcida por la habitación. Entré en la ducha y dejé que el chorro cayera sobre mi cabeza durante mucho tiempo, el agua templada me relajaba y parecía calmar el desprecio que sentía por mí mismo, luego me froté el muslo con la esponja compulsivamente, como si quisiese borrar hasta el último rastro de aquella indigna polución.
"Tu mujer es una puta se comportó como una golfa no esperaba nada decente de ella " las palabras de Roberto se repetían machaconamente en mi cabeza, " gana mucho en pelotas vaya tetas que tiene "
No lograba arrojar de mi cabeza la voz de Roberto que se repetía machaconamente y sentí asco de mí cuando noté como mi polla comenzaba a crecer. A medida que el agua me rescataba de la ebriedad la vergüenza se fue apoderando de mi mente. Ya tenía lo que deseaba ¿no quería ser reconocido como cornudo? pues ahí estaba, Roberto lo había dicho muy claro "No, si al final me vas a dar las gracias por atender a tu mujer".
Salí de la ducha, una violenta nausea me hizo correr hasta la taza y eché todo el alcohol que había consumido.
Tumbado en la cama intenté abortar la incipiente erección que, a pesar de la resaca, crecía cada vez que recordaba lo sucedido. No podía permitirme esa excitación, Roberto había insultado a Carmen y a mí me había humillado, no podía dejar que mi cuerpo actuase al margen de mi vergüenza; era indecente, era patético.
Me hundí. En un instante de lucidez fui consciente de la degradante escena que había protagonizado y fue como si toda mi vida se derrumbase. La nausea que aún me mantenía al borde del vómito se fundió con el profundo asco que sentía por mí mismo. Nada tenía sentido, estaba pudriendo una preciosa relación, la mejor de mi vida, recordé los amargos años de soledad tras mi divorcio y una sensación de pánico se apoderó de mi al comprender que quizás estaba cavando la fosa donde enterraría mi matrimonio.
Pero el dolor duele y cuanto más fuerte es el dolor la necesidad de huir de él, apagarlo y dejar de sentirlo se hace mayor y cualquier medio es bueno cuando intentas escapar del mayor sufrimiento que has soportado jamás.
Mi mano descendió buscando mi polla que terminó de crecer al contacto con mis dedos, ya todo me daba igual, no tenía dignidad ni me importaba, solo quería dejar de sentir dolor, anestesiarme dejándome llevar del morboso placer que me causaba recordar las palabras de Roberto, "tu mujer es una puta gana mucho en pelotas ahí estaba yo, con los dedos metidos en el coño de tu mujercita"
Me masturbé frenéticamente, una parte de mi se sentía asqueado por mi comportamiento pero me veía incapaz de controlar a ese otro yo que se acariciaba recordando la humillación sufrida ante Roberto. La excitación se fusionó con la jaqueca, las sienes palpitaban al ritmo del corazón y me traspasaban la cabeza con cada latido pero no podía dejar de masturbarme. Dolor y placer físico que, al igual que el mental, se combinaban formando un terrible tormento, un delicioso suplicio.
Tras el orgasmo, la vergüenza se hizo dueña otra vez de la situación; pensé en Carmen, mi dulce niña arrastrada a soportar el asedio de Roberto por mi culpa. ¿En qué clase de persona me había convertido que era capaz de poner a mi mujer en brazos de otros hombres?
Busqué el móvil extrañado de no tener ninguna llamada suya y comprobé que había dos llamadas perdidas, una mientras estaba en el bar y otra más reciente, probablemente mientras estaba en la ducha. Me quedé paralizado con el teléfono en la mano ¿Qué iba a decirle? ¿le convenía saber que Roberto estaba allí? ¿le debía revelar que me había contado todo?
- "¡Hola! ¿Dónde te metes?" dijo alegre al escucharme.
- "Hola cielo, ¿cómo estás?" intenté que mi voz no reflejase la depresión en la que estaba sumido.
- "Bien, preocupada por ti, no me has llamado en todo el día"
Era cierto, la mañana había sido muy densa, los descansos sirvieron para encuentros con colegas, además la presencia de Roberto añadió un punto más de tensión que me hizo olvidarme de llamarla y luego, por la tarde, el alcohol y la humillación me mantuvieron ajeno a todo.
- "Lo siento, ha sido un día muy complicado"
- "Mucho ha debido ser para que te hayas olvidado de mi, malo" su voz mimosa me hizo sonreír, una amarga sonrisa que añoraba tiempos felices en los que ella era solo mía.
- "No me he olvidado de ti, ni un solo instante" le dije cargado de emoción.
- "¿Te pasa algo?"
- "No cosita, no me pasa nada, te echo de menos"
- "Ay, mi niño grande, que se siente solito si mi"
A medida que hablaba con ella, el recuerdo de Carlos comenzó a cobrar vida; tras Roberto era la segunda persona que había obtenido de Carmen los placeres que hasta entonces fueron solo míos. Me sentía arrullado por ella y eso contribuyó a que la excitación que minutos antes había rechazado reapareciese dirigida esta vez hacia la relación con Carlos, poco esperé para entrar en el tema.
- "¿Y Carlos, te sigue dando la lata con lo de ir a verte?"
- "¿Carlos? Bueno, sí, me llamó esta mañana y hace un rato también, ha vuelto a decirme que puede coger la moto y plantarse en Madrid en cinco horas" empleaba un tono de deliberado rechazo.
- "¿Y tú qué le has dicho?"
- "¿Qué crees que le voy a decir? Que no, naturalmente"
No respondí, mi boca estaba a punto de preguntarle por qué le rechazaba si en realidad estaba deseando follar con él. Me contuve pero aquel silencio fue interpretado por Carmen.
- "¿Qué pasa, te he defraudado?" dijo algo seria.
- "¿Qué? ¡no!, en absoluto, estaba pensando"
- "¡Vaya! ¿te aburres hablando conmigo?" era una broma, pero seguí excusándome sin saber bien por qué
- "No, no es eso, estoy un poco raro, he bebido alguna copa de mas y no me ha sentado muy bien"
- "Te has ido de juerga con tus amigotes, ¿eh?"
Me sentía incapaz de seguir sus bromas, Carmen me conoce bien y se dio cuenta enseguida.
- "¿Qué te pasa? Estás muy raro"
- "Nada cielo, no me pasa nada"
La conversación languidecía, no encontraba palabras para expresarle lo que sentía sin preocuparla y poco después nos despedimos.
- "Bueno, descansa, a ver si mañana estás mas hablador; un besito, corazón"
- "Lo siento cariño, hoy no es mi mejor día" - confesé.
- "¿Ves cómo te pasa algo? Cuéntamelo"
- "No es nada, ya se me pasará"
- "Como quieras, duérmete ya verás cómo mañana estás mejor"
Me volví de espaldas a la ventana, encogido como si me hubieran apaleado, la tristeza me pesaba como una losa.
Diez minutos más tarde me arrepentí de no haberme confiado a la única persona que podía calmar mi dolor, cogí el teléfono con urgencia por escucharla. La señal de ocupado me hizo imaginarla hablando con Carlos, diciéndose todas esas cosas tiernas que les había escuchado decirse, quizás estuvieran masturbándose mutuamente como habían hecho delante de mí. Repetí la llamada dos, tres veces y en cada intento fallido la rabia se acumulaba, rabia contra mí por haberla echado en sus brazos, rabia por haber propiciado que un polvo aislado se convirtiera en algo más profundo, rabia contra ella por haber cedido a mis presiones.
Desesperado abandoné el teléfono en la mesita y volví a replegarme sobre mí mismo.
Eran casi la una de la madrugada cuando el sonido del teléfono me sobresaltó sacándome de una especie de agitado letargo en el que me había sumido.
- "Hola, ¿te he despertado?" su voz cariñosa no pudo evitar que el resentimiento por no haber estado libre cuando la llamé surgiera en mi voz
- "Te he llamado no sé cuantas veces "
- "Lo acabo de ver, me llamó Carlos y "
- "¿Habéis estado hablando hasta ahora?" pregunté entre sorprendido y molesto.
- "Ya sabes, nunca encuentra el momento de colgar"
Sentí celos, no había duda, eran celos. Conmigo no había podido charlar a gusto, yo había sido un muro contra el que todas sus ganas de hablar se habían estrellado, sin embargo con Carlos era diferente, había podido charlar cómodamente, aquella odiosa comparación era ridícula pero no hacía sino empeorar las cosas y bloquearme más aun.
- "No me extraña que te hayas alargado con él, he sido un muermo antes"
- "¡No seas bobo! No pasa nada, ¿a que ya estás mejor?"
- "Si, mucho mejor" mentí "¿Y de qué habéis hablado?"
- "Tonterías, nada de particular" Sabía que era absurdo pero me pareció que evitaba el tema. De pronto oscilé desde el rencor a la nostalgia, una oleada de ternura me invadió, la deseaba a mi lado, la necesitaba tanto
- "Me siento tan lejos de ti me encantaría estar ahora contigo, cielo"
- "Y yo cariño, no sabes cómo te necesito ahora aquí a mi lado"
Aquella frase tan cargada de pasión, en lugar de alimentar mi añoranza, reavivó la irritación que se mantenía como un rescoldo presto a incendiarse de nuevo al mínimo soplo; toda la ternura se desvaneció en un solo segundo, de repente una idea surgió arrolladora en mi mente, Carmen me pareció más excitada que tierna, posiblemente por la conversación con Carlos, quizás se habían masturbado, ese era mi pensamiento obsesivo.
- "Estás no sé, te noto ¿algo excitada?"
- "Si, un poquito" - confesó riendo, yo sentí como los celos y el rencor se inflamaban en mi interior sin darme opción a controlarlo.
- "Y ¿quizás ha tenido algo que ver la charla con Carlos?" aventuré.
Carmen supuso que quería jugar con ella y aceptó el juego.
- "Puede" dijo mimosa.
No me había equivocado, pero esta vez en lugar de excitarme, su confesión hizo crecer de nuevo el desprecio por mí mismo y algo peor; El desprecio que Roberto había expresado hacia ella se hizo un hueco en mi, por primera vez la vi como una golfa dispuesta a cualquier cosa.
- "Lo suponía" dije lacónicamente. Ella no captó el matiz amargo de mi respuesta, seguía pensando que buscaba excitarnos juntos y siguió con el juego.
- "Ya sabes cómo es, ha terminado por ponerme un poco "
- "¿Cachonda?"
- "Si, cachonda es una buena definición" dijo con desenfado; luego, al ver que no le respondía continuó "pero ahora te necesito a ti"
No la creí, por primera vez dudaba de sus palabras, pensé que me engañaba, que me quería tener contento y tranquilo mientras se desvivía por su amante.
- "¿A mí?" mi incredulidad salió a flote.
- "A ti, claro que si, se me van a hacer muy largos estos días tan sola"
- "Pues eso tiene fácil solución" Carmen estaba centrada en nosotros y no vio el auténtico alcance de mi frase.
- "¡Bobo! ¿Crees que lo puedo solucionar con mis dedos? Me haces falta tu, me gustaría tenerte ahora aquí, encima de mí dentro de mí"
Su voz sonaba sensual, tan sensual como sabe que me gusta, pero yo no razonaba, estaba ciego de rabia, desesperado por la humillación sufrida e ignoré la necesidad de cariño que Carmen mostraba.
- "Llama a Carlos y que coja la moto, en cuatro horas le puedes encima"
Me arrepentí nada mas decirlo, pero el mal ya estaba hecho, Carmen se quedó callada y yo no supe o no pude anticiparme y enmendar la estupidez que acababa de proferir. Cuando habló, su voz se había vuelto más seria.
- "¿A que ha venido eso, me lo quieres explicar?"
- "Es una broma"
- "No Mario, no es una broma, no sé lo que te pasa hoy pero sea lo que sea no lo pagues conmigo"
- "¿Y qué me va a pasar? ¿Acaso no estoy diciendo la verdad o es que me vas a decir que no te apetece follártelo?"
No podía parar, me estaba dando perfecta cuenta del daño que causaba con mis palabras y sin embargo me veía arrastrado a mantener esa absurda actitud provocadora. ¿Qué me estaba pasando?
- "No Mario, si me hubieses escuchado te habrías dado cuenta de que te estoy echando de menos, que me gustaría que tú, ¡tú!, estuvieses aquí ahora y pensaba que también era eso lo que querías"
Tenía razón, me estaba comportando como un cretino y cuanto más metía la pata más irritado me sentía y más me lanzaba a herirla sin motivo alguno.
- "No te cabrees conmigo, estoy un poco errático"
- "¿Sabes una cosa? Si hubiera previsto que esta historia te iba a cambiar tanto, jamás te habría seguido el juego"
- "No me hagas caso, hoy no ha sido mi mejor día" asustado por el cariz que estaba tomando la discusión reaccioné e intenté disculparme.
- "¿Y por qué? ¿Me quieres decir de una puñetera vez qué es lo que te ha pasado hoy?"
No podía, no quería contarle que Roberto la había insultado y que yo no fui capaz de defenderla. Mi silencio duró demasiado o quizás es que a Carmen se la había acabado la paciencia.
- "En fin, si no quieres hablar no seré yo quien te obligue, pero te diré una cosa; estoy empezando a hartarme de que todo lo lleves siempre al mismo terreno, Carlos no puede estar siempre presente en nuestras vidas. Tu y yo Mario, tu y yo, eso es lo que siempre nos ha importado, lo de Carlos es un juego ¿o acaso lo has olvidado?"
La escuchaba y me dolía haberle hecho daño, ¿por qué había pagado con ella mi frustración al no haber sido capaz de enfrentarme a Roberto? La dejé hablar sin interrumpirla.
- "Me duele que cuando te busco a ti, cuando te necesito a ti, acabes siempre desviándome hacia Carlos ¿tan poco te importa nuestra relación que necesitas a toda costa la presencia de un tercero?"
- "No, no es eso " no me dejó continuar y por algún absurdo motivo verme interrumpido me irritó.
- "En fin, tú sabrás si eso es lo que quieres de aquí en adelante"
Interpreté aquella frase como una provocación y perdí los estribos.
- "¿Eso es una amenaza o es que te lo he puesto a huevo para que sueltes de una vez lo que de verdad te apetece hacer?" pronuncié aquella frase con todo el sarcasmo pegado en mi voz
- "¿Pero qué estás diciendo? ¿Te has vuelto loco? ¿Qué coño te ocurre Mario?, ¡no te conozco!"
Se me había ido de las manos, no entendía cómo era capaz de hacerle tanto daño; aquella pérdida de control me puso aun más nervioso, quería cortar la discusión, deseaba que no hubiera sucedido. Pero mis intenciones se perdían tras un muro de frio cinismo y dureza en el que yo tampoco me reconocía y que nunca antes había experimentado.
- "Vamos Carmen, ha sido una broma de mal gusto, fuera de lugar, pero no vayas a hacer un drama de esto ¿vale?" cada vez lo estropeaba mas, sin darme cuenta estaba hundiendo mi imagen ante ella "te recuerdo que has sido tú quien ha dicho que estabas cachonda por hablar con Carlos"
- "¡Qué gilipollas eres, no te estás enterando de nada!"
Aquel merecido insulto acabó de destrozar mi maltrecha autoestima y reaccioné contra ella como no había sido capaz de hacerlo ante Roberto.
- "Y tú qué falsa eres, porque mi frase puede haber estado fuera de lugar pero no creo que vaya descaminado, no sé a qué viene ahora que te hagas la estrecha"
- "¡Vete a la mierda!"
Carmen colgó el teléfono, no se podía creer lo que había escuchado. Sintió crecer un ahogo en el pecho que le impedía respirar, ¿qué nos estaba pasando? Había momentos como ese en el que apenas me reconocía, ¿dónde estaba el marido cariñoso, tierno, atento?
Su pecho se elevaba agitado por la alterada respiración, sintió un amago de ataque de ansiedad, estaba hiperventilando y se sentó en la cama para intentar controlarlo.
El móvil rompió sus pensamientos, lo último que quería ahora era volver a discutir conmigo, dejó que sonase varias veces antes de tomarlo en la mano y comprobar que no era yo.
- "Hola"
- "Hola cariño, quería darte las buenas noches otra vez y como estabas comunicando he insistido hasta que te he pillado, espero no haberte despertado"
- "No te preocupes, aun estoy despierta" intentó que su voz sonase natural, pero Carlos detectó un halo de tristeza difícil de ocultar.
- "¿Te pasa algo?"
- "Una discusión con mi marido, una bobada"
- "Vaya , espero que no sea nada serio"
- "Para él no lo es, parece que últimamente no se entera de nada de lo que me pasa"
- "¡Qué estúpido! Él se lo pierde"
Carmen no quiso descargar su frustración con Carlos, le pareció ruin atacarme con su amante y evitó seguir con el tema.
Hablaron durante media hora, quizás más, Carmen se sintió aliviada, como si charlar con Carlos hubiera sido una especie de medicina que calmó la pena que yo le había provocado.
Cuando colgó, se dio cuenta de que había estado esperando en todo momento una insinuación, alguna palabra que diera pie a plantear un viaje relámpago a su lado; sabía que lo hubiera rechazado de nuevo pero no pudo negar que la ausencia de esta petición le había dejado una cierta frustración, un vacío, un hueco por llenar.
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Colgué el teléfono y el pánico se adueñó de mi ¿Qué es lo que estaba haciendo? Acababa de herir a la única persona a la que realmente necesitaba en ese momento. Cogí de nuevo el móvil y pulsé rellamada; el tono de ocupado disparó una enorme carga de ansiedad, repetí varias veces y de nuevo la señal de ocupado vino a desestabilizarme.
- "¡Mierda!" grité en voz alta; el móvil se estrelló contra la moqueta y rebotó contra la pared saltando en pedazos.
Apenas dormí en toda la noche, el alcohol que aun circulaba por mis venas me provocaba un adormecimiento inestable.
MARTES
Me levanté a las seis, harto de dar vueltas en la cama y me duché largamente dejando que el agua me despejara, luego me senté en un sillón frente a un mudo televisor a esperar que dieran las siete y media, hora en la que Carmen estaría levantándose.
- "Lo siento Carmen, soy un imbécil " fueron mis primeras palabras cuando descolgó.
- "Si, lo eres" su voz sonaba dolida, triste.
- "No sé que me pasó anoche, tu sabes que yo no soy así, recuerdo haber dicho cosas horribles estoy avergonzado"
- "Siempre he temido que estos juegos nos acabaran conduciendo a esta situación, Mario, ese era mi gran temor y ya ves, ha terminado por suceder"
- "No cariño, no es así, es que ayer fue un día extraño y para colmo el alcohol lo siento, lo siento, me he comportado como un auténtico idiota"
Carmen no parecía alterada, hablaba desde una especie de triste calma y sus palabras me dolían más que si me las gritase a la cara.
- "Desde que comenzó esta historia has cambiado, no eres el mismo, te obsesionaste por conseguir que me acostase con Carlos "
La escuché en silencio, Carmen tenía razón ¿qué podía decir?
- "Lo que planeamos camino a Sevilla era un juego entre los dos, solo eso, pero incluso allí lo intentaste llevar más lejos y, ¿sabes qué?, llevo sintiéndome presionada desde entonces, como si nada de lo que hiciera fuera suficiente, como si lo que hasta entonces habíamos tenido ya no te sirviera"
- "Lo siento, lo siento " estaba desolado. Carmen ignoró mi torpe disculpa.
- "Ya tienes lo que querías, ya me he acostado con otro hombre, incluso has conseguido que me guste, ¡que mas quieres de mi Mario, porque no lo sé!"
Yo tampoco, no tenía ni idea de lo que realmente buscaba, no sabía a donde quería llegar con aquello, me sentía confundido entre la fantasía convertida en juego y la peligrosa realidad que estaba construyendo.
Carmen estaba profundamente disgustada y dispuesta a decir todo lo que llevaba callando durante meses.
- "A veces me siento como si fuese un espejo en el que reflejas tus deseos, lo que crees que harías si tú fueras mujer ¡eso es! Te estás proyectando en mi, Mario,"
- "No Carmen, no es eso " - el sonido de una amarga risa llegó a mis oídos.
- "¿Estás seguro? ¿Recuerdas a Gálvez?"
¿Cómo no recordarlo? Abogado de éxito, hijo y nieto de abogados de prestigio, pasó por mi consulta por problemas de ansiedad, insomnio enseguida reconocí la asfixiante influencia que su familia había ejercido desde su niñez y cómo esa presión había desviado sus auténticos intereses; Le ayudé a descubrirlo pero él lo consideró ridículo, pensaba que su dedicación al derecho era vocacional. Al cabo de dos meses de intensas sesiones acabó reconociendo su frustración por no haber seguido su auténtica vocación: quería ser médico.
¿Era esa mi conducta? ¿Había doblegado la voluntad de Carmen? ¿le había impuesto mis deseos ahogando sus propias convicciones?
Reaccioné, fue como si de pronto lo viese todo de otra manera,
- "Tienes razón, necesitamos un tiempo de reflexión, volver a ser nosotros dos, olvidarnos de todo lo sucedido y recuperar lo que siempre hemos sido"
- "No podemos seguir este ritmo Mario, no se a donde nos va a conducir esto si no lo paramos ya"
En aquel momento fui absolutamente sincero, quería volver a nuestra vida anterior, a la seguridad de nuestra sólida pareja, a la tranquilidad de lo previsible.
- "¿Quieres que esta Semana Santa nos vayamos a la casa de Martín?
Martín, dueño de una preciosa casa rural en medio de la nada, paisajes verdes como solo en el norte se pueden encontrar, silencio, frescor incluso en Agosto un lugar ideal para vivir una escapada en el que reencontrarnos. Carmen pareció entusiasmarse con la idea.
- "¡Si Mario, vámonos, necesito estar sola contigo!"
Me sentí feliz y emocionado, el disgusto de Carmen había supuesto una catarsis que me había abierto los ojos.
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Llegué temprano al curso, me dolía la cabeza, la luz me molestaba todo ello síntomas clásicos de una enorme resaca que se había mitigado en gran medida por la dulce reconciliación con Carmen.
Nada más llegar vi a Roberto charlando con sus actuales objetivos, las dos compañeras a las que acosaba abiertamente le escuchaban contar alguna de sus anécdotas pensadas para asombrar.
Me miró de reojo y detuvo su discurso durante un breve instante, el tiempo justo que dedicó a examinarme con curiosidad.
Le mantuve la mirada como no había sido capaz el día anterior, todo duró apenas unos pocos segundos pero me hizo sentir fuerte, más fuerte de lo que esperaba.
El resto del día nos evitamos mutuamente, conseguí olvidarle y me centré en el desarrollo de la sesión, antes del almuerzo hablé de nuevo con Carmen y al terminar me di cuenta de que ninguno de los dos habíamos mencionado a Carlos, supuse que habrían hablado, como cada día, sin embargo yo no pregunté y ella omitió mencionarlo, parecía como si hubiésemos establecido un pacto implícito.
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Carmen pasó la mañana en un estado de euforia contenida, parecía que le hubieran quitado un peso de encima, la perspectiva de perderse conmigo unos días en la montaña la ilusionaba, estaba convencida de lo acertado de su decisión, habíamos vivido un sueño que debía terminar y el hecho de haber encontrado en mí un apoyo incondicional le hacía sentir una especie de gozo, por fin recuperaba la tranquilidad perdida.
Su móvil no volvió a sonar hasta la una de la tarde; cuando vio la llamada sintió como el corazón le daba un vuelco en el pecho. La voz grave y tranquila del hombre con el que se había acostado despertó todas las terminaciones nerviosas de su piel y la trasladó a ese dulce estado de sensual placidez en el que todo parecía seguir otro ritmo y otras reglas. A medida que la conversación avanzaba sintió cómo se alejaba de su sensato despertar y se hundía en el placer hedonista que ya había vivido con Carlos, intentaba nadar contracorriente pero la fuerte marea la arrastraba aguas adentro agotando sus fuerzas y su resistencia.
- "Un beso cielo, esta noche te llamo" se despidió Carlos.
- "Un besito cariño, hasta luego" dijo ella sin pararse a pensar, dejando que su corazón pusiese palabras a sus sentimientos.
Dejó el teléfono sobre la mesa y se quedó inmóvil, con la vista perdida; Regresaba de un emocionante vuelo, aterrizaba en la realidad. La intensa emoción que aquella llamada le había provocado se mezclaba con una opresión en su pecho que denunciaba la incoherencia de su conducta. Todos los reproches que me había dirigido, su exigencia de olvidar, hacer borrón y cuenta nueva y regresar a nuestra vida anterior acababan de caer fulminados ante la fuerza de las emociones que Carlos disparaba en ella. Con preocupación se hizo consciente de la debilidad de sus argumentos, ¿Realmente iba a ser capaz de cumplir sus intenciones y acabar con esta intensa relación? ¿Sería capaz de renunciar a Carlos?
Conocía la respuesta pero se negaba a admitirla.
Al salir del gabinete se fue directamente al gimnasio, necesitaba ocupar su mente, mantenerse activa para olvidar por un momento su lucha interior, para posponer decisiones que no estaba segura de querer tomar.
Alargó el tiempo en la sala de máquinas, rehuyendo las miradas de los que se quedaban enganchados en su esbelto cuerpo enfundado en la ajustada malla negra, un top corto dejaba al desnudo su trabajado abdomen en el que se marcaba el esfuerzo que hacía con las pesas atrayendo los ojos de los que tenía cerca. Luego, sin nadie esperándola en casa, se entretuvo en la sauna otra media hora, dejando que el seco calor cubriera su cuerpo con una capa de sudor cálido. Por tres veces salió a ducharse con agua helada, el contraste de temperaturas le resulta especialmente agradable.
Entraba por el portal, cerca de las nueve y media de la noche, cuando la melodía del móvil la detuvo.
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Abandoné el curso acompañado por mi amigo vasco, tomamos unas copas y a las nueve de la noche deambulaba solo por las inmediaciones del hotel, evitando encerrarme tan pronto pero sin ninguna alternativa que me importase. Entré en una desierta cafetería, tomé un sándwich con una cerveza mientras seguía las noticias del día, ojeé un periódico y por fin me resigné a subir a mi habitación.
El silencio que reinaba en el cuarto reavivó el tumultuoso ruido de mi mente; me desnudé con calma, doblando cuidadosamente la ropa, colgando el pantalón sin prisas, colocando los zapatos minuciosamente paralelos con los calcetines dentro, doblando el slip antes de introducirlo en la bolsa de la ropa usada.
Mi cerebro no dejaba de acribillarme con mil imágenes, una y otra vez mi mente me situaba de nuevo frente a Roberto y me ofrecía cientos de ocasiones en las que pude controlar la conversación y no lo hice. Cada vez que recordaba uno de esos instantes y revivía mi pasiva renuncia un golpe de vergüenza me ahogaba, un reproche amargo por haber tolerado aquel insulto y una profunda desesperación por volver a sentir como mi polla crecía al recordarlo.
Terminé de colocar la ropa y, al cerrar las puertas del armario, me vi reflejado en el espejo. Desnudo, semierecto, un hilillo transparente y espeso caía al vacío desde el glande que brillaba cubierto de flujo. Continuaba excitándome sin remedio con el recuerdo de haber sido humillado por el hombre que abusó de mi esposa, mi erección respondía al inmenso placer que me producía haber sido reconocido al fin como cornudo, como consentidor de las vejaciones a las que Carmen había sido sometida; el hombre que la desnudó, que pudo haberla follado y no quiso me había detallado con toda crudeza sus maniobras y yo, por toda respuesta, me había corrido en su presencia.
Y todo ello, además de hacerme sentir miserable, me provocaba uno de los mayores placeres que había sentido jamás, un placer contra el que luchaba desesperadamente pero que muy a mi pesar me sobrepasaba; Estaba a punto de claudicar, iba a volver a masturbarme recordando las palabras de Roberto.
Sin apartar los ojos del espejo bajé la mano y apreté mi polla fuertemente, un disparo de placer nubló mi vista, había perdido la batalla, me acababa de rendir e intenté ahogar mis reproches dejándome llevar del suave desvanecimiento que mi mano, deslizándose por el duro tronco, provocaba en mi. Cerré los ojos, mi mano izquierda recogió los testículos amasándolos, acariciándolos mientras incrementaba el ritmo con el que me masturbaba. La expresión de Roberto al ver la gran mancha en mi pantalón aparecía una y otra vez acompañada de sus palabras "Vaya, vaya con Mario; no, si al final me vas a dar las gracias por atender a tu mujercita"
Atender a mi mujercita significaba que había hecho con ella lo que había querido sin apenas resistencia, y se ufanaba delante de mí, exhibía su trofeo humillándome y sintiéndose fuerte ante el débil marido que no era capaz de hacerle frente.
Mi orgasmo delante de él había sido la más dura vergüenza a la que jamás creí verme sometido, era la declaración de mi consentimiento, de mi condición de cornudo.
No me lo llegó a decir, pero si lo hubiera hecho, si me hubiera escupido la palabra a mi cara, ¡cornudo!, tampoco habría reaccionado, quizás hubiera terminado mucho antes de correrme en su presencia.
Busqué un salvavidas, quería huir de mi mismo, me asqueaba mi conducta aunque no la podía detener, recordé los planes que habíamos hecho Carmen y yo, escaparnos lejos de todo, reencontrarnos, acabar con aquella locura.
Pero mientras intentaba que esos pensamientos me ayudasen a dejar de masturbarme dudé, fui consciente de la dificultad de olvidar, aunque nos fuésemos los dos solos esos días no iba a ser posible hacer como si nada hubiera sucedido, ¿podríamos hacer el amor sin que se reavivara el recuerdo de Carlos?
Cuando el orgasmo ya se anunciaba huí del espejo, cogí el móvil y antes de que el clímax me arrollara marqué el número de Carmen.
- "Hola cariño" su dulce voz se fusionó con la oleada de placer previo al orgasmo que mi polla, a punto de eyacular, me brindaba entre breves e intensos espasmos. Me tumbé en la cama.
- "Hola amor mío, te echaba de menos" la emoción en mi voz la debió sorprender.
- "¡Vaya! Si que me echas de menos" dijo sonriendo.
- "Ni te lo imaginas"
El orgasmo abortado dejó un único brote de semen en mi muslo, poco a poco la erguida verga fue perdiendo turgencia y reposó, aun gruesa pero floja, en mi pierna. La conversación que siguió fue tierna, romántica, menos apasionada que otras veces; buscábamos dulzura y tranquilidad.
- "¿Sigue en pie nuestro viaje de semana santa, verdad? le dije en un arrebato, intentando confirmar lo que acababa de poner en entredicho mientras me masturbaba.
Aquella pregunta hizo que Carmen, se cuestionara por primera vez el plan, un proyecto que se había planteado antes de su conversación con Carlos, cuando todo parecía tan claro, tan sencillo. Pero ya no era igual, hablar con su amante le había devuelto a la realidad, no estaba convencida de querer perderle y, en esas circunstancias, aquel viaje perdía parte de su sentido.
- "¡Claro! ¿por qué no iba a seguir en pie?"
Temió que su voz traicionara a sus palabras y delatara su indecisión.
Y así fue; Noté algo, no sabría decir qué fue pero me puso en tensión, algo en su voz, en su entonación algo había cambiado desde nuestra conversación de la mañana.
Pero no dije nada, continuamos charlando bajo la sombra de lo intuido, bajo la oscura nube que presagiaba la incapacidad de volver al pasado y romper con las pasiones que, para bien o para mal, habíamos desatado.
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Cuando Carmen colgó se quedó pensativa mientras dejaba que el ascensor la condujera a nuestra casa. Cerró la puerta tras de sí, ¡qué vacía le pareció la casa! Caminó hasta nuestra alcoba y comenzó a cambiarse de ropa intentando entender por qué se sentía triste.
Algo había cambiado, el sueño que habíamos construido aquella mañana se desmoronaba como un castillo de arena, las olas de la pasión desatada lo asediaban y deshacían la débil estructura hasta dejarla plana, irreconocible, como si nunca hubiera existido.
Ahora recordaba nuestra conversación de aquella mañana en blanco y negro, sin las tonalidades de alegría e ilusión que habíamos imaginado juntos. Posiblemente realizaríamos el viaje ¿por qué no? Pero en absoluto sería tal y como lo habíamos previsto.