Diario de un Consentidor (40)

Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor; Esta no es una historia de penetraciones y orgasmos, aunque también lo es; Así que si tu, lector que has llegado hasta aquí, buscas un desahogo rápido de tus pulsiones te recomiendo que abandones este texto y busques algo mas inmediato.

Cerró los ojos mientras intentaba que su respiración volviera a la normalidad, se sabía observada por Carlos que acostado a su lado no dejaba de mirarla en silencio. Le resultaba tan deliciosamente agradable esa mirada casi reverencial con la que recorría su cuerpo… era como una caricia, sus ojos aun mantenían la misma expresión de sorpresa de la primera vez y no podía por menos que sentirse profundamente halagada por esa mirada que siempre la descubría como un tesoro.

Esa sensación era quizás lo que más intensidad le daba a aquella aventura: Entregarse por primera vez, mostrarse desnuda por primera vez, ver el asombro en los ojos de un hombre por primera vez. La relación con Carlos le había devuelto a un tiempo único, a un instante irrepetible en el que la joven aun virgen se presenta ante el varón, ignorante del poder que su cuerpo tiene sobre el hombre, sorprendida ante el fulminante efecto que su desnudez causa en él.

De su coño brotó un reguero de semen que descendió entre sus nalgas, no se movió, estaba tan relajada, tan absorta en esos pensamientos

Abrió los ojos y se encontró el rostro de Carlos sonriéndola; se sentía más descansada aunque le dolía ligeramente la cabeza a causa del intenso y seco calor del aire acondicionado; una uña rozó su ingle siguiendo la línea producida por su muslo flexionado y su piel se erizó instantáneamente. La luz que atravesaba el ventanal dibujaba en el techo figuras irreales y Carmen se quedó mirándolas, siguiendo su curso errático mientras disfrutaba de la suave caricia que vagaba por su vientre lanzando oleadas de placer hacia su sexo y sus pezones.

La claridad que bañaba la habitación le pareció entonces diferente, demasiado intensa, el murmullo del tráfico, amortiguado por el doble cristal, contrastaba con el absoluto silencio que reinaba en la habitación, entonces sintió algo indefinido que la inquietó, aquel ruido, aquella claridad le producían una sensación discordante, el tráfico que escuchaba parecía demasiado fluido para ser... De repente surgió la alarma, de un salto se incorporó en la cama y buscó un reloj: ¡las once y cuarto!

  • "¿Cómo no me has despertado?" – le reprochó mientras se dirigía al baño, Carlos se sintió culpable.
  • "Lo siento, estabas tan dormida que quise dejarte descansar"

Carmen se inclinó hacia atrás y se asomó por la puerta con la intención de decirle algo, estaba sentada en el bidet y aquella postura encendió a Carlos.

  • "He faltado a una reunión en la que era imprescindible mi presencia… ¡y sin avisar!" – Carmen se estaba agobiando por momentos.

Carlos se levantó con agilidad y fue hasta el baño, se arrodilló a su lado y metió la mano entre sus piernas abiertas a horcajadas en el bidet, se hundió en el agua cálida y buscó el contacto con la mano de Carmen que enjabonaba su pubis, siguió sus movimientos como si ambas manos se hubieran fundido, juntas se deslizaban hacia atrás y luego regresaban a su coño un instante para a continuación retroceder de nuevo, ella sonrió y siguió su juego moviendo la mano despacio, cambiando el rumbo bruscamente con la intención de perderle en algún momento. Carlos la detuvo.

  • "Déjame a mí, quiero lavarte" – Carmen le miró con dulzura.
  • "Es muy tarde" – su débil protesta no surtió efecto.
  • "Ya está hecho, ya no llegas, ahora relájate"

Sacó las manos del bidet y cogió la toallita para secarse mientras veía como Carlos derramaba un chorro de gel en sus manos antes de hundirse de nuevo en el agua, sintió la suavidad de sus dedos moviéndose con precaución entre sus labios y entornó los ojos, era todo tan nuevo, le resultaba tan agradable dejarse hacer… la lavaba como si fuera una niña, recorría su pubis, enjabonaba su vello, jugaba con él enredando los dedos en sus cortos rizos, luego deslizaba su dedo medio completamente recto entre sus labios torturando su clítoris que comenzaba a reaccionar.

Avanzó por su periné y notó la yema haciendo pequeños círculos en su esfínter. Se sintió turbada por esa caricia y le miró; parecía absorto, su rostro mostraba una intensa concentración, Carmen rodeó su espalda con el brazo y comenzó a jugar con el cabello, cerca de su oreja. Carlos respondió apoyando la mejilla en su pecho, un sentimiento maternal la invadió, una emoción incoherente, incompatible con la deliciosa tortura que infligía a su culo. Se dio cuenta de que cada vez le estaba consintiendo mas, pensó con preocupación si sería capaz en algún momento de negarle algo.

Carlos continuó acariciando con suavidad su ano, una y otra vez recogía la espuma que se acumulaba en su vello y la deslizaba a través de su coño abierto hasta llegar de nuevo al pequeño agujero, lo trataba con mimo, sin brusquedad, amagando una presión que apenas se insinuaba y que desaparecía en cuanto su esfínter se defendía cerrándose.

  • "¿Qué estás haciendo ahí?" – le dijo casi al oído con su voz más sensual
  • "Conocerte, aprenderme hasta el último rincón de tu cuerpo"

Aquellas palabras la enternecieron, se sentía mimada, deseada, cuidada.

  • "¿Quién te ha dado permiso, eh?" – fingió reprenderle al tiempo que su mano descargaba un pequeño cachete en su mejilla.
  • "Nadie, lo tomo porque lo deseo, lo robaría si es preciso" – Carmen se sentía halagada, aquel juego de seducción le dejaba claro el poder que tenía sobre él.
  • "¿Y por qué ahí, precisamente?"
  • "Porque quiero algo que no haya sido de nadie y creo que éste… " - Carlos enfatizó esa última palabra presionando con su dedo en el ano – "… es aun virgen, ¿me equivoco?"
  • "¿Y tú que sabes?"
  • "Estoy seguro, tu rostro cuando lo acaricio te delata"

Carmen sonrió, no pudo negar lo que para Carlos era evidente.

  • "Hay otros que desean lo mismo, antes que tu"
  • "Mario ya ha tenido bastante de ti, ahora soy yo quien quiere poseer algo tuyo"

¿Era posible? La rivalidad que esa frase manifestaba, lejos de preocuparla, despertó en ella una vanidad desconocida, dos machos peleando por poseerla, jamás había experimentado lo que en ese momento sintió, era una emoción reñida con su profundo feminismo, una emoción que la ahogaba de tanto placer, dos machos lidiando por conseguirla. Y ella, convertida en una hembra receptiva, pasiva, reducida a la condición de trofeo esperando ser montada por el ganador del combate.

Comprendió que el deseo explicito de Carlos la llevaba a una disyuntiva que nunca imaginó, sabía cuánto deseaba yo poseer su culo, sin embargo, la hipótesis de permitirle a Carlos pujar por ese privilegio, sin saber por qué, la emocionaba.

Dejó de preocuparse, se sumergió en el placer que le llegaba de aquellos dedos que se obstinaban en acariciar su ano, el pulgar sumergido en su coño y el dedo medio presionando en su esfínter mientras el anular y el índice, como una pinza, separaban sus nalgas. Estaba entregada, dispuesta a lo que él quisiera hacerle.

  • "Ten cuidado" – pronunció en un susurro cuando un inesperado roce con la uña la lastimó, Carlos se detuvo al instante y la miró con expresión compungida.
  • "Lo siento"

Parecía esperar un veredicto, Carmen sintió que tenía en sus manos continuar o detenerle y supo también que él aceptaría su decisión. Envuelta en un brote de ternura le besó en la boca.

  • "Sigue, pero ten cuidado, por favor" – le dijo al ver que su beso no había bastado para que él se atreviera a reanudar su caricia.

Mientras se abandonaba al placer que aquellos dedos provocaban en su ano, se dio cuenta de que acababa de declarar su deseo, quería que siguiera tocándola ahí y se lo había confesado, ya no era una caricia robada ni consentida, era una petición explícita de su más profundo deseo.

Su respiración comenzó a hacerse audible, el suave jadeo se acompasó con el ritmo de los dedos y fue creciendo en intensidad a medida que la excitación la invadía, Carmen se agachó buscando su boca y se fundieron en un beso mientras el pulgar buscaba ahora el clímax que nacía en su clítoris.

Comenzó a temblar y se dejó caer sobre los hombros de Carlos mientras se abandonaba al orgasmo sentada en el bidet; Cuando se recuperó Carlos la levantó y secó amorosamente, arrodillado ante ella que mantenía sus piernas bien abiertas y observaba con ternura como la cuidaba, de nuevo experimentó la agradable sensación de sentirse poderosa, tenía a sus pies al varón; el orgullo y la fuerza del macho no era suficiente para superar el embrujo que emanaba de su cuerpo desnudo, ahí estaba el hombre, embelesado ante su sexo que se convertía en objeto de deseo por el que se rendía a sus pies.

  • "¡Me escuece!" – protestó mimosa al sentir la irritación que le había provocado con la uña, Carlos pareció entristecido.
  • "Ven, te curaré a besos" – le dijo tomándola de una mano y arrastrándola al dormitorio, en el fondo de su mente sonaron varias alarmas, la reunión, Mario, la hora… pero se dejó conducir dócilmente.

Al llegar a la cama posó una rodilla sobre el duro colchón pero algo la hizo detenerse, miró a Carlos que la contemplaba extasiado; una ligera presión en su espalda e intuyó lo que podía desear de ella tras las caricias dedicadas a su ano, Carlos la quería de rodillas, así lo asumió y no protestó. O quizás era ella la que necesitaba seguir sintiendo esa caricia prohibida. ¡Qué mas daba! Apoyó los codos en la cama, subió la otra rodilla y reposó su cabeza sobre sus manos, mirando desde abajo como se arrodillaba detrás de ella; una intensa sensación de abandono la hizo relajarse, se hundió sobre sus antebrazos, su tronco descendió hasta que sus pechos rozaron las sábanas y sus largos muslos, como dos columnas, flanquearon su vientre que parecía querer refugiarse entre ambos, sabía que ahora su grupa se ofrecía rotunda, totalmente abierta, estaba más expuesta e indefensa que nunca. Y eso la hizo sentir bien, es lo que deseaba, es como quería estar, sin miedo, sin pudor, dispuesta, obediente, sumisa.

Carlos la llevó de la mano hacia la cama y cuando ambos se acercaron al borde vio como ella hincaba una rodilla; La miró con atención, su cuerpo se convirtió en una cadena de ondulaciones contrapuestas perfectamente equilibradas, su espalda formó un hermoso arco que se compensó en los riñones donde nacía la curva perfecta de sus glúteos formando una "S" invertida a la que sus pechos daban el contrapunto, el vientre pareció responder a sus nalgas e imitó su curva hasta que se perdió bajo el muslo doblado que se sostenía en la cama; Cada gesto que descubría en ella le mostraba algo nuevo, algo hermoso y distinto. Apenas podía reaccionar ante la abrumadora belleza de Carmen desnuda, tan solo acertó a llevar su mano a la concavidad de sus riñones y dejó que sus dedos la acariciaran.

Fue como si tocase un resorte, Carmen posó ambas manos en la cama y subió la otra rodilla, su melena se derramó ocultando su rostro y ella recogió su cabello y lo llevó a un lado; Estaba tan hermosa, Carlos no esperaba esa postura que, sin embargo, encendió su excitación al límite, siempre le sorprendía la capacidad de aquella mujer para mostrar sus deseos sin tapujos, ahora le ofrecía su culo de una manera inequívoca y provocativa; por si no fuera suficiente reclamo, su espalda se arqueó dejando su grupa elevada y groseramente abierta ante él, que había retrocedido para poder ver en toda su hermosura el coño hinchado y húmedo, y más arriba, el pequeño esfínter rosáceo. ¿Era posible que Carmen le estuviera pidiendo…?"

Se arrodilló ante ella con la misma veneración que lo hubiera hecho ante un altar, ahí tenía la ofrenda, a su disposición. Y él, convertido en sacerdote de una religión pagana en la que el sexo era el paraíso prometido, se preparó para consumar una ceremonia que no se hubiera atrevido a pedirle. El intenso aroma que inflamaba su olfato le arrebató los últimos restos de cordura que le pudieran quedar y hundió su boca en aquel manjar húmedo, cálido y jugoso.

El roce de la boca en el mismo centro de su sensibilizado coño le hizo proferir un gemido intenso, pero el contacto desapareció antes, mucho antes de lo que ella hubiera querido y el gemido se transformó en lamento, aquella ausencia la hizo ser consciente de lo mucho que deseaba entregarse. El primer beso alcanzó su nalga izquierda, después un rosario inacabable de pequeños besos recorrieron sus glúteos que Carlos sujetaba firmemente con las manos abiertas separándolos, Carmen pensó que desde esa postura le ofrecía la vista más obscena y mas intima que jamás había ofrecido a nadie salvo a mí, varias palabras aparecieron en su mente, "golfa, puta, zorra", palabras que en lugar de avergonzarla la hicieron sentir más libre de lo que jamás se había sentido.

Esos pensamientos se apagaron cuando sintió un beso en su esfínter, un brote de irrefrenable pudor la trastornó, el morbo de la transgresión volvió a hacer estragos en ella, las prohibiciones mas primarias, las normas de higiene infantil que se le inculcaron cuando apenas era una niña comenzaban a tambalearse por el intenso placer que le provocó la sensación de unos labios besando con delicadeza aquel lugar proscrito, esa zona del cuerpo hacia la que se nos enseña a lanzar un velo de oscuridad e ignorancia, como si no existiera; Aquel fue el primero de una serie continua de besos en su esfínter que se contraía con cada contacto de los labios, si el primer beso en aquel lugar tan íntimo le había provocado pudor y vergüenza, los siguientes consiguieron rendirla; se sentía entregada, totalmente entregada a aquel hombre que hacía de la dulzura un arte erótico. Si él deseaba su culo no iba a negárselo

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¿Por qué lo llaman beso negro? – pensó Carlos mientras miraba muy de cerca el apretado cráter de color rosado que se fruncía en el centro, lo volvió a besar y se retiró rápidamente para poder ver como después de contraerse, se relajaba lentamente, como un animalillo asustado. Humedeció su dedo índice entre los hinchados labios que tenía frente a sus ojos y extendió el espeso flujo por la diminuta entrada aun virgen que deseaba poseer más que nada en el mundo. No pudo resistir mucho tiempo el intenso deseo y regresó a probar con su boca aquel delicioso manjar.

¿Por qué esa obsesión? Pensó Carmen mientras se dejaba lamer el ano; Tanto Carlos como yo buscábamos con avidez aquel pequeño lugar, ambos deseábamos poseerlo y transitábamos con cautela por la delgada línea que separa el placer del dolor. Nunca en todos aquellos años intenté forzar esa vía que se mostraba inaccesible ya que a la mínima señal de dolor me retiraba asustado ante la idea de lastimarla.

La sensación cambió, la saliva hizo su efecto y calmó la irritación que le había provocado con la uña, ahora la punta de la lengua se movía inquieta como si tuviera vida propia y Carmen, muy sensible a esa caricia, dejó que su esfínter aflojara la presión que los primeros contactos le habían provocado. Le sorprendió una mano recogiendo su abultado sexo en la palma como si fuera un pajarillo, cada gesto de Carlos, cada caricia le provocaba un vuelco en el corazón como no recordaba en mucho tiempo.

Aquello fue solo la avanzadilla que la preparó para sentir la lengua entera lamiendo el surco entre sus nalgas, Carmen arqueó los riñones cuando ya no podía aguantar más el deseo y le ofreció su grupa, como han hecho las hembras en celo desde tiempos inmemoriales, de nuevo sintió besos, besos en su coño, besos apretando sus labios, besos que, ayudados por la lengua, abrían su gruta a la curiosidad de aquella boca que lamía y bebía golosa de su interior.

Le sintió levantarse y se preparó, el contacto de un cuerpo grueso entre sus labios, el movimiento oscilante del hermoso glande empapándose en aquel charco le anunciaron lo inminente, bastó una suave presión para que su coño engullese la hinchada cabeza, Carlos se detuvo ahí, martirizándola o quizás simplemente deleitándose con las sensaciones cálidas que recibía dentro de ella, Carmen apretó la fuerte musculatura de su vagina y se movió hacia atrás, urgiéndole a que la montara y él respondió instintivamente clavándose profundamente.

Gritó, no le importó que la oyeran, aquel grito la liberaba de tantas tensiones reprimidas que lo escuchó sin pudor, sentía las grandes manos aferradas a sus caderas, sujetándola como si se fuera a escapar, notó su coño forzado adaptándose a duras penas al volumen que la llenaba por completo. Carlos se deslizó varias veces por su bien lubricada vagina, saliendo totalmente y volviendo entrar, hasta que en una de esas acometidas la tensa verga se desvió y quedó varada entre sus nalgas, él retiró la mano derecha de su cadera y con ella enfiló el glande a su coño; Inútilmente esperó sentirse llena de nuevo, el glande descansaba entre sus labios y tras unos segundos que convirtieron su deseo en desesperación lo sintió retroceder hasta detenerse en su ano. Carmen se preocupó, las pocas veces que lo habíamos intentado tuvimos que desistir por el intenso dolor que le provocaba la forzada dilatación de aquel estrecho músculo que se cerraba férreamente en un espasmo cada vez que se sentía invadido; El grosor del glande le parecía excesivo para su culo virgen, tampoco sabía si se mostraría cauto o se dejaría llevar de la pasión que le había hecho comportarse con brutalidad momentos antes, temía un desgarro si se dejaba llevar de la excitación y la penetraba violentamente. Carmen volvió la cabeza buscándole y él la miró sonriendo.

  • "Estate tranquila, solo relájate y detenme si te duele"

¿Por qué confiaba tanto en él? ¿Cómo es posible que le bastasen esas palabras para ceder al deseo de Carlos y dejar a un lado su temor y mis ilusiones?

Rodeó su vientre con el antebrazo para inmovilizarla y ella supo que iba a suceder, lo temía y lo deseaba al mismo tiempo, notaba el contacto del abultado glande en su esfínter y esperó temerosa pero pasivamente; Carlos no ejercía ninguna presión, tan solo guiaba su verga con la mano por el canal desde sus nalgas hasta los labios de su coño, recogiendo el flujo y extendiéndolo en su ano. Por fin se detuvo en su esfínter, aseguró con su brazo el vientre de Carmen y apretó un poco.

  • "¡Cuidado!" – brotó de su garganta.
  • "Shhh!"

¿La intentaba calmar o la mandaba callar? Sin duda, la hacía callar mientras volvía a recoger más flujo con su polla y regresaba a su ano, ¿Cómo era posible que se estuviese dejando dominar así? ¿Dónde estaba la mujer de carácter, la feminista militante, la líder segura de sí misma? Estaba de rodillas, a cuatro patas delante de su amante y le acababa de suplicar que tuviera cuidado cuando la diera por culo. No conseguía encajar su conducta sumisa con su carácter; sobre todo, no conseguía entender el placer, la serenidad y la paz que sentía al abandonarse y dejar su destino en manos de Carlos.

Comenzó a notar la presión e intentó relajarse, sintió la dura cabeza empujando y se esforzó en aflojar el músculo que se resistía a ceder, cuando por fin su esfínter se dilató sintió como aquel cuerpo grueso y duro que se apretaba contra su entrada comenzaba a deslizarse milímetro a milímetro en su interior, a medida que conseguía relajar el esfínter la verga avanzaba sin forzar mas allá de lo que el músculo daba de sí, Carmen se tranquilizó al entender que Carlos iba a respetar su ritmo y sintió una profunda gratitud por la delicadeza extrema con la que su amante la trataba. Sentía la tensión en su esfínter que aumentaba hasta volverse dolorosa, -"Espera" -, susurraba, entonces se detenía hasta que ella conseguía dilatar un poco más y el dolor se adormecía; No necesitaba decirle nada, Carlos percibía la dilatación en el anillo que rodeaba su glande y que poco a poco lo iba engullendo y solo entonces empujaba de nuevo.

La dilatación del anillo llegó a su máximo cuando la corona del glande lo sobrepasó y se cerró alrededor del tronco de menor grosor, el músculo reaccionó con una contracción refleja. Un dolor lacerante disparó una nueva reacción del esfínter y se cerró bruscamente atenazando la cabeza del glande que permanecía atrapada, sintió una intensa quemazón, un escozor doloroso como una cuchillada. Y el miedo al desgarro la hizo sentir pánico.

  • "¡No!" – suplicó con su voz cargada de angustia.

Carlos renunció al instante e intentó retroceder pero el dolor se hizo más intenso y Carmen le detuvo, tenía que conseguir dilatar antes de que pudiera expulsar el glande cuyo volumen había crecido al quedar estrangulado por el fuerte músculo. Durante unos pocos segundos que se le hicieron eternos permanecieron enganchados como dos animales, Carmen revivió una escena de su niñez que le había impresionado vivamente. Apenas tenía diez años, en el pueblo andaluz donde veraneaban vio a dos perros unidos por el culo, los críos del pueblo se reían y les tiraban piedras, ella no entendía qué les sucedía y así recibió su primera lección de sexo, entre risotadas y palabras vulgares, una lección sórdida y sucia que ahora revivía, solo que ahora era ella la hembra enganchada al macho.

Por fin consiguió relajar el esfínter varias veces antes de permitirle intentar la retirada, el ano tuvo que soportar de nuevo la forzada dilatación y suspiró aliviada cuando expulsó el grueso glande, Carlos deslizó la polla hacia sus labios y se hundió en su coño, Carmen no tuvo tiempo de reaccionar, hubiera preferido no continuar pero de nuevo la vergüenza le hizo preferir seguir de espaldas a él antes que enfrentarse a sus ojos. Carlos comenzó a moverse despacio, sin pausa, incrementando el ritmo gradualmente siguiendo el compás que la respiración de Carmen le marcaba.

Mil interrogantes lanzados por su ignorancia sobre esta práctica le anunciaron infecciones, multitud de prejuicios se despertaron y la acribillaron hablándola de suciedad y cuando lograba evadirse, el temor a una pérdida de tensión muscular en el ano vino a atemorizarla. Notó el esfínter inflamado, intentó contraerlo pero no respondía, además el escozor se volvía más agudo; se concentró en el placer que le llegaba de su coño ensartado, un delicioso vaivén lento y pausado la hizo olvidar por unos instantes su preocupación, hizo algún otro intento de contraer su esfínter pero solo consiguió reavivar el dolor y comprobar con preocupación que se resistía a cerrarse. Se negó a pensar, necesitaba evadirse de sus temores y se zambulló en el placer.

Cuando ya el fuerte escozor, agudo como una cuchilla, comenzaba a remitir sintió en su ano el contacto de un dedo que lo acariciaba, una y otra vez el dedo viajaba a su coño y recogía la humedad con la que lubricaba el irritado agujero, la suavidad de su propio flujo calmó la quemazón que sentía, Carlos siguió lubricando su esfínter mientras bombeaba suavemente con toda la longitud de su polla, la extraía hasta dejar el glande apoyado en sus abiertos labios y luego volvía a perforarla lentamente, parecía como si nunca fuera a terminar de llenarla del todo, cuando sentía el suave azote de los testículos golpeando su pubis sabía que no le concedería descanso y que inmediatamente volvería a retirarse de su vagina, siguiendo un lento y constante ritmo; mientras tanto el dedo masajeaba el pequeño agujero que permanecía dilatado por el intento anterior, bastó una leve presión y la yema del dedo penetró con facilidad, se sentía abierta por ambos orificios, llena, empalada, el continuo bombeo de aquella hinchada polla arrancó de su garganta graves gemidos, al tiempo que notó hundirse el dedo profundamente. No le dolió, sentía una sensación hibrida, la molestia de su ano irritado por el intento de penetración se combinaba con aquella nueva sensación que nacía en zonas inexploradas, el dedo intruso se movía dentro de ella buscando, palpando su interior, despertando en ella sensaciones desconocidas.

Penetrada por ambos orificios sentía dos ritmos diferentes y desacompasados que la obligaban a fijar su atención unas veces en su coño, otras en su culo. Carlos no cesaba de moverse dentro de ella, el dedo salía y entraba con inusitada facilidad de su esfínter que ya no reaccionaba colapsándose como la primera vez, una presión más intensa le anunció que Carlos había unido dos dedos e intentaba penetrarla con ellos, el placer que nacía de su coño se extendía en oleadas por su pubis y su vientre y hacía que la invasión que se anunciaba en su ano transmutase el dolor en algo cada vez mas similar al placer. Supo que los dos dedos habían logrado su objetivo cuando su esfínter cedió y dejó de oponer resistencia, lo supo también por el gruñido de satisfacción que escuchó detrás de ella, lo supo cuando notó deslizarse una y otra vez aquellos dedos dentro de su culo sin que se colapsara. Y se sintió feliz, realizada. Ya no había dolor, solo placer, un nuevo y desconocido placer.

De pronto, fue como si perdiera la visión, un brutal espasmo encogió sus abdominales, su coño comenzó a pulsar intensamente y por primera vez notó como su esfínter cobraba vida propia y se contraía y dilataba al ritmo del orgasmo que la abatía, sus gemidos se volvieron más agudos a medida que el orgasmo crecía y la derrumbaba mientras sentía llenarse sus entrañas con el semen que brotaba en cada espasmo de su invasor.

Carlos se tumbó sobre ella y la derribó del todo en la cama; Aplastada por su cuerpo, deseando que jamás se acabara aquello, pidiendo a todas las divinidades que aquella polla no resbalase fuera de su coño jamás, lamentando la ausencia que sentía en su culo, añorando aquellos dedos que la habían penetrado como nunca antes lo había sido.

El silencio llenó los siguientes minutos en los que se sintió inmovilizada por el cuerpo de Carlos, dominada por su fuerza, indefensa y entregada; luego intentó liberarse y Carlos se incorporó permitiendo que girara sobre si misma hasta quedar frente a él, no hablaron, solo sus ojos mantuvieron un dialogo mudo durante… ¿cinco? ¿diez minutos?

  • "¿Te duele?"

Aquella referencia directa a lo que habían hecho le produjo cierta violencia, rehuyó su mirada durante un breve segundo, el tiempo justo que le llevó reaccionar y recuperar terreno, no podía mostrarse insegura, no quería. Notó la inflamación que crecía entre sus nalgas y se preocupó,

  • "Me molesta, un poco" – Carlos sonrió, era consciente de la turbación que aquella conversación le provocaba y disfrutaba con ello.
  • "Pero… ¿ha merecido la pena?" – Carmen dudó de nuevo, luego asintió con la cabeza y bajó los ojos, su inseguridad se alimentaba a sí misma y la hacía parecer aun mas indecisa, intentó reaccionar pero había dejado pasar demasiado tiempo y Carlos continuó – "Bueno, es solo un paso, la próxima vez será aun mejor y ya apenas te molestará"

¿Era posible? Había cedido, se sentía manejada por él, parecía que las decisiones eran cosa suya, su sensible orgullo reaccionó aunque se sentía sorprendida, ¿por qué le producía placer sentirse dirigida?

  • "Muy seguro estás de que habrá una próxima vez" – Carlos afirmó con la cabeza sonriendo.
  • "Si cielo, y tu vendrás a arrodillarte a mi cama para pedirme que termine lo que hemos empezado hoy, lo deseas tanto como yo ¿me equivoco?"
  • "Tengo que irme"

Huía, por primera vez en su vida se declaraba en retirada indefensa ante sus propias emociones, la imagen de ella misma arrodillada ante él suplicándole que terminase de profanar su culo era demasiado intensa, demasiado provocadora, rompía demasiado con la personalidad que había construido desde su infancia, una mujer independiente, autónoma, segura de sí misma y luchadora, consciente de la dificultad de crecer en un mundo hecho por y para los varones.

Se había producido un largo silencio durante el que Carlos no dejó de inspeccionar su rostro.

  • "En serio, debo irme ya"

Carmen pronunció estas palabras sin dejar de mirarle a los ojos, ambos quedaron en silencio, luchando contra el deseo absurdo de prolongar indefinidamente aquella intensa mañana.

  • "Lo sé" – dijo al fin Carlos incorporándose sobre un codo, comenzó a acariciar su pecho que se erguía a pesar de encontrarse tumbada, Carmen cerró los ojos sometida al placer de la caricia pero reaccionó y se incorporó a su vez.
  • "¿Y tu tren?"
  • "Posiblemente lo pierda, no te preocupes, ya tomaré otro"

No quería irse, se resistía a lo que sabía inevitable, cuanto más demorase la decisión más trabajo le costaría, por fin se incorporó y volvió al baño mientras Carlos permanecía tumbado en la cama. Dedicó un tiempo a intentar calmar la irritación en su culo con agua fría, sus dedos palparon la inflamación que abultaba a su ano y aquella sensación, lejos de resultarle incómoda, le recordaba su entrega, su total disposición a aceptar los deseos de aquel hombre que la trataba como una reina, en sus brazos se sentía entregada, confiada, dócil… ¡que diferente se sentía con él!

Salió del baño y comenzó a recoger la ropa interior sin ocultarse de sus ojos, sintiendo con orgullo las miradas de Carlos, deleitándose en cada gesto, mostrándose ante su amante, retrasando deliberadamente el momento de cubrir su cuerpo.

Su amante; Esa palabra la abrumaba, Carlos se había convertido en su amante y esa realidad se presentaba ante ella con una fuerza arrolladora. Su amante. Cuanto más lo pensaba mas difícil le resultaba creerlo, ¿ella con un amante? Nunca lo hubiera pensado. ‘Amante’ implicaba además cierta estabilidad, cierta continuidad para la que no sabía si se encontraba preparada.

Pensó en su hermana, sus amigas, pensó en sus padres y en sus compañeros del gabinete, ¡si ellos supieran! Pero no, nunca lo sabrían, nadie jamás lo sabría, nunca sabrían que ella tenía un amante.

Si, era increíble, era algo que jamás hubiera pensado, sin embargo ahora era real y se sentía extrañamente cómoda en su papel. Mientras se colocaba el sujetador charlaba con Carlos sin rastro de pudor, como si ponerse su ropa interior delante de un hombre fuera para ella lo más natural, fue en ese momento cuando se dio cuenta del orden inusual que había seguido para vestirse, primero el sostén; jamás lo hacía así y se sintió extraña manteniendo su pubis desnudo mientras vestía sus pechos, era como si hubiese querido centrar la atención de su amante en su sexo.

Seguía con esa sensación ambigua por la que a veces parecía ser la espectadora de sus propios actos, una espectadora extrañada a veces, otras claramente orgullosa de la persona, -ella misma-, que estaba dando un vuelco trascendental a su vida. La escena que vivía le parecía sacada de una película, la mujer infiel, la adúltera que después de follar con su amante se viste deprisa para regresar a su vida diaria, ¿esa era ella?

Se despidieron en la puerta de la habitación, él aun desnudo, tentando la débil voluntad de Carmen que hacía verdaderos esfuerzos por atender a la razón y marchar al gabinete donde la esperaban desde las nueve. Un beso largo, intenso, que le devolvió el aroma del macho, el olor a sexo reciente; El contacto con su cuerpo desnudo a punto estuvo de vencer su determinación, sus manos vagaron por la piel cálida alcanzando su culo, ¡cómo le gustaba aquel culo! Sentía su polla clavada en su muslo y dejó que su mano la palpara de nuevo para no olvidar ningún detalle, recogió los testículos en su mano y los apretó, ¡que deliciosa sensación! Tuvo que emplearse a fondo para deshacer aquel abrazo que, si no lo remediaba, la conduciría de nuevo al lecho en el que minutos antes había sucumbido al más intenso placer que podía recordar, Carlos la ayudó a poner fin a aquella agonía.

  • "Anda, vete ya o no seré responsable de mis actos"

Carmen se alisó la falda y descubrió una pequeña mancha de humedad donde unos segundos antes había sentido crecer la dureza de su verga, le reprendió con la mirada y ambos rieron.

Se despidieron prometiéndose un próximo encuentro que Carmen no tenía previsto pero ante cuya perspectiva no pudo sino expresar lo que realmente deseaba. ¿Volver a verle? ¡Claro que sí! Sin dudarlo, sin pensar en las consecuencias, sin el menor atisbo de indecisión.

Bajó en el ascensor buscando una excusa que le permitiera volver corriendo a la habitación a entregarse de nuevo a los placeres más intensos que recordaba, pero resistió y cuando las puertas del ascensor se abrieron recorrió el hall sabiéndose observada, sabiendo que los empleados que la habían visto subir dos días consecutivos la estaban catalogando de golfa, de puta… y ese pensamiento y la sensación de vergüenza que le produjo la excitó intensamente.

El aire frio de aquella mañana de Enero le devolvió a la realidad, su irresponsable conducta le pareció más grave aun de lo que ya era, jamás había faltado a una reunión y menos sin avisar, no sabía cómo iba a poder explicarlo de una manera creíble y suficiente para no perjudicar su imagen en el gabinete, aunque aquel fallo era excepcional debía justificarlo convincentemente.

Pagó el parking y se montó en el coche. A medida que se alejaba de Carlos una sensación de urgencia crecía en su interior, necesitaba llegar cuanto antes, cada segundo perdido en un semáforo, cada retraso mínimo provocado por cualquier atasco le iban provocando una ansiedad que la crispaba y disparaba sus nervios.

Y mi presencia, anulada durante toda la mañana, aparecía ahora con fuerza y le hacía sentir culpable, ¿Cómo había podido hacer aquello a mis espaldas?, cuanto más lo pensaba más increíble le resultaba su conducta, recordó su propósito de esperar a Carlos en la cafetería y se vio a sí misma avanzando hacia el ascensor como si estuviera poseída por una fuerza externa que la había dominado; no lograba entender qué le había sucedido, recordó su entrada en el ascensor de una forma borrosa, como si fuera una alucinación producida por la fiebre ¿Cómo no se detuvo? ¿Cómo no pensó en mí?

De pronto se vio envuelta por una intensa tristeza. Barajó por un breve instante la posibilidad de ocultarme lo sucedido pero desechó la idea inmediatamente, no podría vivir con esa mentira y cuanto más tardase en revelármelo mas difícil le resultaría, a la falta de lealtad se uniría la mentira y esa combinación sería letal para nuestro matrimonio.

Pero temía mi reacción, no esperaba ninguna actitud violenta, tampoco reproches, lo que más temía era ver pena en mis ojos.

Llegó al gabinete y fue directamente a justificar su ausencia, al entrar en el despacho de Víctor éste hizo ademán de comenzar a hablar pero se detuvo al mirarla.

  • "¡Dios, Carmen, que cara traes! ¿qué te ha sucedido?"

Sorprendida por la reacción de su jefe intuyó que su gran preocupación se reflejaba en su rostro e improvisó una excusa relacionada con un imaginario accidente de tráfico con lesiones a un peatón, rezó porque nadie buscara una verificación que sería imposible de obtener, contaba a su favor con un intachable historial en la empresa; Cuando acabó de desarrollar su coartada comprobó hasta qué punto su imagen avalaba la mentira.

  • "Vete a casa Carmen, tómate el resto del día libre"

Ella agradeció el gesto pero rehusó, necesitaba sumergirse en el trabajo para conseguir apartar de su cabeza todo lo vivido, necesitaba volver a la normalidad, como si nada hubiera ocurrido.

Una vez a solas en el silencio de su despacho comprendió que su empeño era imposible, las imágenes invadían su mente sin control, advirtió con preocupación que la inflamación seguía creciendo y al caminar le hacía sentir como si llevase un cuerpo extraño entre sus nalgas, algo que le recordaba constantemente lo que había vivido; por encima de cualquier otra sensación era esa insistente molestia la que la mantenía en permanente contacto con sus actos más recientes.

Miró su falda y buscó la pequeña mancha que había visto al despedirse de Carlos pero no la encontró, palpó con sus dedos buscando inútilmente alguna huella que le permitiera localizar el lugar en el que había sentido por última vez el contacto de su polla. Entonces comenzó a recordar con claridad, ¿cómo había sido capaz de hacer las cosas que había hecho?

En su mente se materializaron gestos desconocidos, posturas impúdicas, concesiones impensables, deseos inconfesables, la imágenes que le venían a la cabeza le parecieron propias de una película porno; Asombrada por su comportamiento, asustada por su descontrol, se le heló la sangre al reconocer que había estado a punto de entregar su última virginidad, algo que me tenía reservado, algo que yo deseaba fervientemente. Su mente se negó a reconocer la consumación de aquel acto y se dejó engañar por la sensación de que apenas había entrado.

Esa idea la llevó a pensar en mi y la ausencia de mi diaria llamada la incitó a mirar el reloj: la una menos cuarto; recordó alarmada que había silenciado el móvil y lo buscó en su bolso, no había ninguna llamada perdida; seleccionó mi número en la agenda del móvil y durante unos segundos se detuvo buscando las palabras adecuadas, decidiendo cómo contármelo. En ese mismo instante comprendió que el teléfono no era la forma de afrontar conmigo lo sucedido

.

El sonido del móvil me sobresaltó, tal era mi estado emocional; Acumulaba varias horas de intensa zozobra, de vacilaciones, dudas, recriminaciones, horas de angustia imaginando un futuro incierto, horas de tristeza dando por perdidos aquellos hermosos años compartidos con ella y lamentando todas y cada una de las decisiones que nos habían conducido a aquella irreparable situación. Miré la pantalla tan solo para confirmar mi certeza previa de que sería Carmen quien llamaba; aun tardé unos segundos en responder, no sabía qué me iba a encontrar al otro lado, tampoco sabía cómo iba a reaccionar yo.

  • "Buenos días cielo"

Intenté aparentar normalidad y me arrepentí al instante, mi saludo me situaba ya en un escenario concreto, el de la ignorancia de lo sucedido, hubiera deseado formular un saludo más neutro que me permitiera mantenerme por unos instantes en el espacio de la ambigüedad y así saber qué terreno pisaba, una ambigüedad que me permitiera guardarme alguna baza, pero ahora, al negar implícitamente mi conocimiento de los hechos delataría mi estrategia si más adelante me tenía que declarar al tanto de lo sucedido.

  • "Hola cariño, ¿cómo estás?" - ¿era sugestión mía o aquel saludo se salía de lo habitual y reflejaba tensión e incertidumbre?
  • "Bien, una mañana tranquila, ¿y tú? ¿cómo te fue en la reunión?" – un silencio cargado de significado para mí se extendió durante unos segundos.
  • "No he asistido por fin, ya te contaré" – no mentía pero eludía contestar.

Yo interpretaba cada palabra, cada tono, cada silencio dentro de un marco voluble e inestable que mi tribulación reconstruía cada vez que mis dudas y mis presagios alteraban mis conclusiones sobre lo sucedido, a veces sentía que hablaba con una experta mentirosa que intentaba ocultar su infidelidad, una infidelidad aun más sucia por innecesaria ya que había contado con mi apoyo para acostarse con su amante, otras sentía a través del teléfono a la mujer abrumada por haberse dejado llevar por un momento de flaqueza, podía adivinar la inseguridad en su voz, el temor a confesar.

Hablamos durante unos minutos en los cuales ambos hicimos esfuerzos por aparentar una normalidad que no había. En lugar de recordar lo vivido el día anterior, como hubiera sido lo normal, hablamos de banalidades, temas domésticos, frases forzadas que intentaban ocultar la desazón que ambos teníamos, ella por haber estado con Carlos a solas sin mi conocimiento, yo por sentirme desplazado, engañado, humillado y en peligro.

Dejé el móvil sobre la mesa y me recosté pesadamente contra el respaldo, el frio que se había instalado en mi espalda cuando escuché la voz de Carlos al otro lado del teléfono no se apartaba de mi piel, me sentía hundido, enfrentado al cruel resultado de mis temerarios juegos, ¿no quería ver a Carmen follando con otros hombres? Pues ahí tenía el resultado, me había empeñado en romper sus convicciones, su buen juicio y las consecuencias estaban ahí, enviándome señales de alarma, ahora Carmen actuaba por libre.

La razón me decía que tenía que haber alguna justificación, no podía creer que me hubiera engañado premeditadamente, podía imaginar varias causas que la habían llevado al hotel de Carlos sin que hubiera una intención previa de acabar en la cama con él. Sin embargo mis emociones negaban la tranquilidad que esas razones intentaban infundirme y me mantenían en un estado cercano a la depresión.

Me sentía vencido, derrotado, humillado. Abrumado por las consecuencias de lo que yo mismo había incitado y provocado, apoyé los codos sobre la mesa y hundí el rostro en mis manos, como intentando ocultarme del mundo.

No podía seguir así, si continuaba dejándome llevar de los pensamientos que vapuleaban mi mente me iba a desesperar, me levanté y salí del despacho en busca de un café, por el camino me crucé con algunos compañeros y en sus rostros identifiqué el respeto que siempre había sentido a mi alrededor, no se trata de temor ni de simple autoridad sino del reconocimiento implícito de mi posición profesional dentro y fuera del gabinete; busqué esas miradas, los saludos de los que se cruzaron conmigo en el pasillo fueron cordiales pero al mismo tiempo de ellos emanaba el respeto que les infundía mi persona. Caminaba bajo el peso de la humillación y buscaba recuperar parte de mi dignidad en el reflejo de ese respeto.

Apenas comí, abatido, martirizándome con la revisión de cada decisión que pude evitar, cada frase que desearía no haber pronunciado y cada presión que ojala no hubiera ejercido sobre Carmen. Intentaba contrarrestar estas emociones reviviendo las escenas más intensas de las que había sido testigo la tarde anterior pero la excitación que me provocaron no consiguió paliar el profundo y visceral miedo a perderla que me dominaba. Estaba aterrorizado ante la idea de perder a mi esposa.

Mi esposa, mi mujer.

Por primera vez encontré en esas palabras un sentido de posesión que siempre había rechazado y que ahora supe perdido, nunca la había considerado una propiedad sin embargo en aquel instante añoré el tiempo ya pasado en el que Carmen, mi esposa, era solo mía; el tiempo que nunca más volvería en el que mi mujer ni se planteaba ni necesitaba otro hombre.

La tarde fue apagando las emociones, comencé a sentirme ausente, vacío, anestesiado por saturación de tanto dolor. No hice intención de llamarla como casi todas las tardes y tampoco tuve por su parte ninguna llamada, supuse que para ella era tan violento hablar conmigo como lo había resultado para mí.

Evité ir al gimnasio, no me vi capaz de aparentar una normalidad que no sentía y me fui directamente a casa. A las ocho y media Carmen abrió la puerta, la escuché dejar las llaves en el mueble del recibidor, entró en el salón sin verme, parecía preocupada, cuando elevó la vista y me encontró sentado en el sillón su expresión se cubrió de una sombra de culpabilidad y tristeza.

  • "Hola… no apareciste por el gimnasio…" – dijo dejando la bolsa en el suelo y desabrochándose el chaquetón.
  • "No me apetecía, estaba cansado" – aquella frase, tras nuestro maratón del día anterior hubiera dado pie en cualquier otro momento para alguna broma subida de tono; esta vez sin embargo evitó contestar, había dejado el chaquetón sobre una de las sillas del salón, sus gestos atípicos me decían que no se sentía cómoda, quizás buscaba el momento de hablar; se acercó al sillón y me dio un beso rápido en la boca, luego pareció vacilar, estuvo a punto de sentarse a mi lado pero se alejó.
  • "Voy a cambiarme y enseguida vengo"

No era necesaria tanta explicación, todas sus frases parecían forzadas, tensas, poco naturales, la tensión que vivía alteraba su forma de comunicarse conmigo.

La esperé sin moverme, escuchando sonidos familiares que me llegaban por el pasillo, sus zapatos al caer al suelo, unos pasos desnudos por el parquet, el roce de la ropa al deslizarse por su cuerpo, una percha, un armario que se cierra

Por fin apareció con un pijama verde claro y unos gruesos calcetines de lana por todo calzado, se había recogido el pelo en un improvisado moño y se sentó frente a mí, en el otro sillón, sus puntiagudos pechos apuntaban bajo la tela y mis ojos se engancharon a ellos durante un segundo.

Ambos nos quedamos en silencio.

  • "¿Qué tal?" – había pensado decir ‘que tal el día’ pero solo pronuncié aquellas dos palabras, Carmen me miró, estaba claramente en tensión, hizo el gesto de comenzar a hablar, luego se detuvo, miró al suelo, pareció armarse de valor.
  • "Esta mañana me llamó Carlos" – iba directa, muy propio de ella y lo agradecí.
  • "Lo imaginé, supuse que querría despedirse" – Carmen asintió con la cabeza mirando a la alfombra, como no continuaba le di pie – "¿Cuándo?" – pareció no entender mi pregunta – "¿Cuándo te llamó?" – aclaré.
  • "En el atasco, después de perderte" – yo no podía seguir ignorando su expresión grave, la miré a los ojos.
  • "¿Y… qué te dijo?" – aquello era una autentica tortura para Carmen pero me sentía tan abotargado por la tensión acumulada y el cansancio que no reaccioné como debía haber hecho y mantuve el tenso diálogo.
  • "Quería despedirse, quería verme… incluso me propuso que fuera a su hotel, que subiera a su habitación… ya sabes… yo no tenía intención ninguna, de hecho tenía la reunión…" – asentí con la cabeza esperando el resto de su confesión – "al fin, tanto insistió que le propuse tomar un café, en la cafetería del hotel, un cuarto de hora y ya…"

Esperó un instante que yo dijera algo, pero estaba muerto, sin ninguna motivación para intervenir, no pretendía ponérselo difícil pero me faltaba voluntad y ánimo para facilitarle las cosas; Por fin continuó, a estas alturas ya debía imaginar que yo intuía lo que había pasado.

  • "En fin… no se… llegué, aparqué… "- tenía los ojos húmedos, hacía serios esfuerzos para contener unas lágrimas que no deseaba verter– "cuando entré en el hotel, iba hacia la cafetería…" – agachó los ojos y cuando volvió a mirarme la expresión de profunda tristeza que vi en ellos me sobrecogió, sus dedos se entrelazaban nerviosos y tensos como garfios, su voz ahogada por un nudo que atenazaba su garganta se desgarró y expresó todo el pesar que la aplastaba – "… si no se hubiera abierto el ascensor en ese momento… yo... yo habría seguido hacia el bar… pero… no sé Mario, no sé que me pasó, no era yo, era como si alguien me empujara, como si una fuerza me hubiera… ¡Oh Dios!"

No podía seguir manteniéndome impasible, entendí su renuncia a continuar una justificación que no le resultaba suficiente, me acerqué a ella, tome sus manos en las mías y las apreté, Carmen me miró, su respiración agitada era síntoma de su gran ansiedad.

  • "No entiendo que me ha pasado Mario, ¡no lo entiendo! Yo no quería…"
  • "Lo sé, lo sé, cálmate" – de pronto pareció derrumbarse.
  • "¿Cómo he podido…" – levanté su barbilla con mi mano y la besé, ella respondió abrazándose fuertemente a mí, una corriente de empatía me unió a ella, sabía perfectamente por lo que estaba pasando, lo había vivido antes.
  • "Lo sé cariño, yo tampoco pretendí hacer lo que hice con Elena y cuando después me di cuenta…. no me lo podía creer" – me miró sorprendida – "Al menos tú has venido a contármelo pero yo…"

Me seguía persiguiendo la culpa por mi comportamiento de aquellos días cuando fui incapaz de sincerarme con ella, Carmen se apretó a mí rabiosamente, como si con ese gesto expulsara cualquier separación entre nosotros.

  • "¿Qué estamos haciendo?" – dijo desesperada.

Aquella frase me transformó. El fantasma de un posible arrepentimiento que diera al traste con todo lo que había conseguido en esos meses se sobrepuso al dolor y la humillación que me había acompañado durante todo el día; en un instante me imaginé lo que sería perder toda la excitación del riesgo y la aventura que nos brindaba este perverso juego, intenté pensar como sería regresar a nuestra vida anterior y supe con certeza que no era lo quería.

  • "Estamos creciendo como pareja, amor mío, lo de hoy es algo que ha surgido sin que aun supiéramos como afrontarlo, no me has engañado cariño, tu no planeaste esto a mis espaldas ¿verdad? " – agitó con vehemencia su cabeza – "teníamos que haberlo previsto, era evidente que Carlos desearía verte de nuevo hoy antes de irse, podíamos haber pensado en algo, no se…"

Carmen me miraba atónita, su expresión de profunda tristeza se mezclaba con el asombro que mis palabras le producían.

  • "No Mario, esto comenzó como un juego de los dos, algo compartido, se trataba de darle un poco de chispa a nuestro viaje a Sevilla, pero ha ido demasiado lejos y el colmo es esto. Yo nunca me planteé..." – sus dientes rozaron su labio inferior esbozando una "f", iba a decir ‘follar’ pero se contuvo – "… estar con un hombre y menos a solas, sin ti, esto no es lo que habíamos…"

  • "Te quiero Carmen…" – la interrumpí – "te quiero más de lo que jamás pensé que te podría llegar a querer, pensaba que ya te amaba lo máximo pero no era cierto, ahora te amo mucho más que antes, no he querido a nadie como te quiero a ti, a nadie, jamás" – recalqué – "y la mujer que vi ayer en la cama con Carlos me llenó de orgullo, me hizo sentir más felicidad de la que recuerdo, estabas follando con él, si: follando" – recalqué – "y parecía que estuviésemos solos tu y yo, el uno para el otro, tu disfrutabas y me hacías disfrutar viéndote y sé que verme empalmado, masturbándome mientras Carlos te follaba te causó mucho mas placer del que habrías sentido si yo no hubiera estado ahí ¿me equivoco?"

Carmen no reaccionó, parecía como si fuera incapaz de asimilar mis razonamientos, yo mismo me escuchaba y me parecía imposible que todos esos argumentos estuvieran saliendo de mi boca ¿dónde estaba el hombre hundido y aterrorizado que se había pasado el día lamentándose? ¿Dónde estaba el arrepentido, el juez implacable que me castigaba sin piedad?

  • "Cuando te vi en la cama, en sus brazos, descansando a su lado, mirándole a los ojos ¿qué crees que sentí? ¿por qué te crees que os dejé y me fui a la cocina? Estaba contento, inmensamente alegre viéndote feliz, descansando, con tu cara apoyada en su hombro, relajada, sin ninguna preocupación, sin la más mínima sombra de duda. No quise interrumpir ese momento, era tan bonito verte así, me hubiera quedado horas mirando. No tuve celos, ni miedo a perderte, ni temí que te pudieras enamorar de él, simplemente me sentí feliz por verte feliz"

Carmen se esforzaba visiblemente por construir alguna respuesta que desechaba justo cuando la iba a pronunciar. Yo seguí intentando liberarla de culpa, continué pronunciando una declaración arriesgada, temeraria, unas palabras que pretendían acabar con los pocos frenos que le quedaban.

  • "Mi mayor preocupación era que pudieras arrepentirte tras follar con él, por eso me sentí tan feliz viéndote descansar acostada a su lado…" – un flash me devolvió un detalle que me había emocionado – "…estabas en sus brazos, acababais de follar y entonces me pediste una tónica mientras le acariciabas el pecho, ¿te acuerdas?" – Carmen bajó los ojos y asintió con la cabeza pero yo quería, necesitaba mantener su mirada, tomé su barbilla y la obligué a enfrentarse a mi – "… aquello fue un momento… brutal, significaba que somos tu y yo, tu y yo por encima de todo, esa naturalidad con la que tu mano se movía por su cuerpo… no estabas provocándome, ni siquiera creo que te dieras cuenta del efecto que me causabas, simplemente eras tú, como eres siempre y eso, precisamente eso es lo que me emocionó. Eras natural, no había violencia, ni pudor, ni vergüenza, ni reproches; estabas con tu amante… y me pedías una tónica, así de sencillo. Fue maravilloso amor mío "

Carmen estaba muda, la emoción que me arrollaba era evidente en mis palabras y en mi rostro y ella no hacía sino mirarme mientras yo me dejaba llevar del deseo, el amor, el sexo y la pasión mezclados en una nueva y desconocida fuerza que apenas me permitía pensar en los tremendos riesgos de mi apuesta.

  • Y hoy…te llamó, te fuiste al hotel y el cuerpo te pidió algo más que un café, entonces te dejaste llevar y disfrutaste" – Carmen negó con la cabeza pero no fue capaz de contestar, estaba sobrepasada por mi reacción – "¿sabes una cosa? Esa es la mujer que yo quiero, libre, sensual, impúdica, atrevida, sin prejuicios, segura de ella misma y de mi" – me miró extrañada – "si, de mi, segura de que puedes contar conmigo, que no tienes nada que temer, segura de que no me pierdes por follar con Carlos y convencida de que yo no voy a pensar que te pierdo por eso"
  • "Pero Mario…" – no la dejé continuar.
  • "Si te hubieras reprimido, si te hubieras quedado con las ganas… ¿crees que serías más fiel por eso, más leal? No cariño, no, la fidelidad que yo quiero de ti es otra cosa, es la que nace de la libertad de poder elegir, es la que surge de poder compartir conmigo situaciones como la que has vivido hoy"

Estaba desbordado, había olvidado por completo toda la agonía vivida durante la jornada y de nuevo me sumergí en la fantasía que había ido creando durante los últimos años, una fantasía que hablaba de una pareja liberal, abierta, promiscua, un marido consentidor, voyeur de las aventuras de su mujer, una esposa sin prejuicios, abierta a nuevas experiencias, dispuesta a decir "si" a todo y a todos. Ese era el modelo que anhelaba.

Enardecido por mis propias palabras fui mucho más allá de lo que nunca me hubiera atrevido a decirle

  • "Me hubiera gustado que me lo contases sin remordimientos, sin culpabilizarte, no como una confesión sino como algo excitante y nuevo, me hubiera gustado que me lo contases con alegría en los ojos, que hubieras compartido conmigo la ilusión de tu aventura nada más salir del hotel, que me hubieras llamado y me dijeras ¿a qué no sabes lo que acabo de hacer? "

Carmen reaccionó a lo que entendió como un reproche intentando argumentar, oponerse de alguna manera a mis razones, pero yo estaba dominado por una emoción que sabía sincera aunque dudaba de que perdurase mucho tiempo. Por un instante pareció ofendida por mi queja, casi escandalizada, pero no le di la oportunidad de responder.

  • "Tenemos mucho que aprender de lo que ha sucedido hoy, los dos. Yo no lo he pasado bien, sabía…" – instintivamente corregí – "estaba seguro de que esto podía suceder, de que podía estar sucediendo y he tenido momentos muy difíciles" – me acerqué a ella y la tomé por los hombros – "también he tenido mis dudas pero te juro que si pudiera volver unos días atrás, unas semanas… si pudiera regresar a la carretera camino de Sevilla, volvería a hacer todas y cada una de las cosas que hemos hecho hasta hoy, también tu visita a Carlos de esta mañana" – Carmen me miraba boquiabierta – "Todo" – recalqué.

Seguí hablando con ella, calmándola, desmontando los últimos restos de las normas de conducta que hasta ahora habían regido su vida, desplegando ante ella con autentica seguridad un proyecto de promiscuidad en pareja que para mí seguía siendo una teoría inestable a pesar de que mis palabras le transmitían un convencimiento que estaba lejos de sentir.

Carmen desistió del intento de replicarme, escuchó en silencio y, a medida que mis argumentos fluían, dejó de mostrar esa reacción de incredulidad, ofensa y sorpresa; en alguna zona oculta de su mente deseaba poder recordar su experiencia de hoy sin reproches y sin culpas y mis razones venían en su ayuda.

Cuando terminé de hablar se quedó refugiada en mi pecho, dejamos pasar los minutos abrazados, estaba agotada por la tensión del todo el día y se dejó arrullar en mis brazos. En silencio, ambos no dejábamos de pensar en todo lo sucedido.

  • "¿Es eso lo que quieres?" – dijo por fin.
  • "Absolutamente si, amor" – Era cierto, eso es lo que deseaba, a pesar de los malos momentos. La intensidad de mis emociones casi quebró mi voz al declararle mi deseo. Carmen se incorporó hasta quedar frente a mí, nuestros rostros estaban cerca, muy cerca, a tiro de un beso.
  • "¿Por qué?" – de nuevo brotaba su sorpresa por mi conducta, Carmen no terminaba de asimilar mi excitación al compartirla con otro hombre. Supe la importancia de mi siguiente argumento y lo medité con detenimiento, ella esperaba mis palabras como quien aguarda un veredicto.
  • "Porque te amo más allá del sexo, porque ayer me he sentido más unido a ti que nunca, porque besarte y sentir tu placer mientras Carlos te follaba ha sido la experiencia más intensa que jamás he vivido, porque tu mirada mientras le tenias dentro de ti era puro amor y me hizo sentir que estamos más unidos que nunca, porque siempre me han excitado las miradas de deseo que despiertas en los hombres, me envidian por tenerte, y ahora puedo sentir ese deseo en directo, escuchar como Carlos me dice cuánto le gustas, lo buena que estás, cómo te ha besado… y porque después de follar con él vuelves a mí, eres mía".
  • "¿Te das cuenta del riesgo que corremos?"
  • "Nos amamos, eso es lo más fuerte que tenemos, lo demás son juegos que jugamos tu y yo"
  • "Carlos no es un juego, es una persona"
  • "Lo sé y le aprecio, y tu estoy seguro que le tienes cariño, pero por encima de eso estamos nosotros, así es como lo veo"

Carmen no contestó y yo proseguí intentando inocular mis ideas en su mente.

  • "La próxima vez que te vayas a su hotel, llámame y dímelo" – me miró muy seria.
  • "No habrá próxima vez"
  • "¿Estás segura? ¿Crees que podrás decirle que no cuando insista en volver a tenerte?" – Carmen bajó los ojos – "¿Crees que podrás silenciar tus ganas?"

Nos quedamos en silencio, no quise seguir insistiendo, la dejé reposar todo lo que había escuchado.

Nos habíamos sentado a las ocho y media, cuando volví a mirar el reloj eran las once menos cuarto, el tiempo había volado en un instante, me removí en el asiento y ella se incorporó.

  • "Vamos a cenar"
  • "No tengo apetito" – protesto débilmente
  • "Déjame que te prepare una ensalada, tu quédate aquí tranquila"

Caminé hasta la puerta del salón y me volví a mirarla, Carmen me devolvió una débil sonrisa, no había logrado disipar del todo su preocupación pero la noté mucho más tranquila.

Intenté que la cena fuera un tiempo muerto, un descanso en el que procuré sacar temas de conversación ajenos a lo que a ambos nos preocupaba, aun así los silencios se hicieron incómodos en más de una ocasión.

Recogimos la mesa entre los dos, el cansancio nos pasaba factura y nos fuimos a la cama.

Verla desnudarse aquella noche tuvo otro sentido para mí, sus gestos se mezclaban con flashes de la tarde anterior y disparaban mi excitación de una manera intensa y diferente, tenía un nudo que ahogaba mi garganta pero no era llanto lo que anunciaba, recordar lo sucedido aquella mañana, algo al margen de mi, volvía a disparar una intensa emoción de humillación, una humillación que hacía crecer mi polla, una humillación agradablemente intensa y excitante.

Se sentía observada pero a diferencia de otras ocasiones, se mantuvo casi pudorosa, como si le costase mostrarse desnuda ante mí. Se quitó la camisola del pijama y me acerqué, ella había comenzado a bajarse el pantalón y se detuvo dócilmente, retiré la melena de su cuello y busqué la marca en su piel, ella se sonrojó al entender lo que yo buscaba.

  • "Aun se te nota" – dije rozando su cuello con mis dedos, bajó la mirada y protestó.
  • "¡Calla!" – parecía avergonzada pero su tono era muy diferente al que tenía al llegar a casa.

Mis manos recorrieron sus hombros, bajaron por sus brazos y rodearon su cintura, tenía su cuerpo pegado al mío, su pantalón había quedado detenido por debajo de sus nalgas y las acaricié con suavidad ¡Dios, como la deseé en ese momento! Aquella mujer había follado con otro hombre ese mismo día y ahora la tenía ante mí, hermosa, sensual, excitante, mas mujer que nunca. Sentí sus dedos en mi espalda, la llevé hacia la cama y se dejó tumbar, yo me quede sentado admirándola, llenándome con la visión de su cuerpo, por fin estaba serena, tranquila, la ansiedad anterior había desaparecido. Dobló las piernas y se deshizo del pantalón.

Antes de cenar había dejado en el aire un argumento que no se me quitaba de la cabeza, deseaba escucharla contar su aventura sin tapujos, sin sentirse culpable, sabía que era difícil, casi utópico, Carmen se sentía mal por haberlo hecho sin mí y no le iba a resultar fácil relatar su aventura sin dejarse dominar por la vergüenza.

  • "Cuéntamelo todo" – le dije. Por un momento la tensión pareció regresar, pero era diferente, una protesta débil que sabía que podría derrotar - "lo estás deseando" – me miró a los ojos, al fin encontraba en ellos el atisbo de esa expresión absolutamente lujuriosa que me trastorna, Carmen estaba comenzando a reaccionar.
  • "¿Y qué quieres que te cuente?"
  • "Lo primero, quiero que comiences de nuevo" – Carmen me miró extrañada – "retrocede, hagamos como que no me lo has contado todavía y esta vez hazlo sin sentirte mal, piensa en todo lo que te he dicho antes, quiero que te desprendas de esa culpa que sientes por haberlo hecho sin que yo lo supiera, olvida todo eso, ya sabes lo que pienso, ahora lo que quiero es escuchar a esa otra Carmen que cree en mi y en ella misma, que confía tanto en mi como para contarme su aventura con alegría, con la ilusión, que estoy convencido, te causó follar con él a solas" – Carmen se removió en la cama, era evidente que se sentía violenta.
  • "No sé qué decir" – intenté poner en mi boca lo que quería escuchar.
  • "¿A que no te imaginas?..." – dije fingiendo una voz de mujer para relajar la situación– "Carlos me llamó esta mañana, quería verme…" – exageré unos ademanes femeninos, quería crear un clima desenfadado que acabase con sus reparos - "… me apetecía pero… ya sabes… "- sonrió cuando imité esa muletilla, ‘ya sabes’, de la que suele abusar - "… tenia la reunión… pero me apetecía tanto volver a estar con él… al final fui a su hotel y subí, y… ¡Dios, como hemos follado!"

Ambos rompimos a reír, Carmen reía con ganas pero se resistía a interpretar ese papel.

  • "¡Estás loco!"
  • "Hazlo" - cesó de reír y me miró – "por favor" – insistí y me eché a su lado.

Esperé en silencio, mirándola expectante, la animé una vez más con un gesto, por fin se incorporó hasta quedar apoyada en un codo, yo permanecí tumbado para que desde una posición dominante se sintiera menos intimidada.

Y comenzó a hablar, al principio imitó las frases que yo había improvisado.

  • "¿Sabes? Carlos me llamó esta mañana, cuando estaba en pleno atasco…" – sonreí para animarla – "quería despedirse, que nos viéramos y desayunáramos juntos…" – la reprendí con la mirada, estaba seguro de que Carlos le había propuesto algo más que desayunar y ella amplió su frase – "… en su habitación, pero yo tenía la reunión a las nueve, ya sabes… "

Ambos reímos cuando surgió espontánea su muletilla, estaba mucho más relajada y supe que lo iba a conseguir, cuando las risas se apagaron vi por su expresión que había asumido lo que le pedía.

  • "…pero tenía tantas ganas…" – pronunció estas palabras como si las expulsase en un profundo suspiro, su voz había cambiado, mostraba la profundidad de sus momentos de excitación, ahora tenía ese tono sugerente, cálido, profundamente sensual – "…le dije que nos veríamos en la cafetería del hotel, pero en el fondo, creo que sabía que si llegaba hasta allí no podría luego… dejarlo en eso"

Sonreí, era cierto, quizás hubiera sido incapaz de aceptar directamente la petición de Carlos, en su lugar asumió ponerse en situación de peligro, caminar por el límite donde sabía que existía el riesgo de caer.

  • "…cuando llegué al hotel iba con la intención de entrar en la cafetería y avisarle, pero el corazón me empezó a latir de una forma… no sé, todo me recordaba el momento en que subí a recogerle, cuando íbamos de camino a… fui incapaz de evitarlo, se abrieron la puertas del ascensor y fue como si me llamara…"

Se calló, le costaba avanzar.

  • "Sigue por favor" – le rogué, me vio emocionado.

Dudó, sus ojos vagaron sin rumbo por la habitación, supuse cuántas imágenes se le debían estar presentando.

  • "¡Oh Mario, como hemos follado!" – se apoyó en la frase que yo había construido para terminar aquel ejercicio liberador.

La abracé tanto, tan fuerte que temí hacerle daño, cuando la miré tenía mis ojos humedecidos y ella recogió una lágrima con su dedo.

  • "¿Qué te pasa, amor?" – me dijo suplicando, rogando que no estuviera triste.
  • "Estoy tan… feliz…" – no pude hablar más, me refugié en su pecho para ocultar las lagrimas incontroladas.

Luego le fue fácil responder a mis preguntas, yo me agarraba a los detalles que me iba dando, como si fuera un hilo del que tirar, poco a poco comenzó a entonarse y sus palabras fluyeron con facilidad, el pudor inicial por hablar de lo que había hecho con Carlos quedó atrás y pronto entró en detalles que me dejaron atónito. Casi le había entregado su culo y así me lo contó, Carmen no era consciente de hasta qué punto había sucedido ya. Era algo que yo deseaba intensamente para mí y que me relataba como si se tratase de una aventura sin caer en la cuenta del efecto que me podía causar no ser yo quien lo tuviera por primera vez.

Pero no era su intención hacerme daño, estaba tan entusiasmada por poder hablar libremente conmigo que no reparó en la angustia que sentí al pensar que, si me descuidaba, no sería yo el primero en poseer ese tesoro.

Hicimos el amor hasta las dos de la madrugada, no follamos, ni yo la penetré ni ella me la chupó, no nos masturbamos mutuamente, tampoco alcanzamos orgasmo alguno aunque sin duda hicimos el amor. Ambos estábamos agotados, es cierto pero además no lo necesitamos para mantenernos en la cumbre del placer, en realidad un intento de follar hubiera interrumpido el flujo de sinceridad que circulaba entre nosotros, las palabras brotaban libres, los deseos, los pensamientos mas ocultos… todo aquello que nunca nos hubiéramos atrevido a confesarnos salía de nuestras bocas sin censura, éramos cómplices, confidentes de una hermosa aventura que habíamos logrado desnudar de miedos y culpas para transformarla en la primera experiencia sexual de Carmen a solas, su primera aventura con un hombre sin necesidad de que yo la empujara a hacerlo.

La cogí por el brazo y tiré de ella, Carmen se despertó sobresaltada, era la tercera vez que la intentaba despertar.

  • "¡Vamos a la ducha, holgazana!"

La arrastré protestando hasta el baño, ella se resistía juguetona, por fin conseguí meterla bajo el agua templada y comencé a enjabonarla, el contacto de su suave piel en mis dedos me excitó, mis caricias estaban haciendo el mismo efecto en ella que me abrazo con fuerza, nos fundimos en un interminable beso, nos miramos a los ojos, una corriente de complicidad nos hacia sonreír, no nos hacía falta hablar, ambos sabíamos que nuestro matrimonio acababa de escalar un peldaño. La felicidad transfiguraba nuestros rostros, nos besamos una, dos, mil veces bajo la ducha, las caricias se hicieron más urgentes, de pronto Carmen dejó de besarme y me miró los ojos.

  • "Fóllame"

Su voz actuó como el más imponente afrodisiaco, la tomé por las caderas y la volví hacia la pared, ella se dejó hacer y apoyó las manos en la pared separando las piernas y afianzando los pies en el resbaladizo suelo, yo sabía muy bien lo que quería recrear, esta vez como protagonista.

  • "¡Fóllame!" – me exigió.
  • "¿Cómo Carlos?" – Carmen volvió el rostro mientras me ofrecía su grupa. Lo que vi no era humano, era puro sexo animal brillando en sus pupilas.
  • "No, fóllame como Mario"