Diario de un Consentidor (2b)
Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor; Esta no es una historia de penetraciones y orgasmos, aunque también lo es; Así que si tu, lector que has llegado hasta aquí, buscas un desahogo rápido de tus pulsiones te recomiendo que abandones este texto y busques algo mas inmediato.
Los días siguientes atravesé por tantos estados de animo tan encontrados y opuestos que me tenían confundido: la vergüenza, la rabia, el deseo, la sensatez y el compromiso de olvidar lo sucedido se sucedían unos a los otros, pero cada noche al acostarnos y verla desnuda a mi lado volvía a ver los ojos de aquellos hombres clavados en mi mujer y me excitaba como nunca, tanto que Carmen lo notó y mas de una vez me preguntó, feliz, que era lo que me pasaba.
Comencé a imaginar situaciones en las que éramos sorprendidos por otros hombres y en los que Carmen aparecía desnuda o haciendo el amor conmigo. Y de nuevo me encontré masturbándome como un chaval.
Pocas semanas después, acudimos un sábado a un centro comercial para elegir ropa de temporada, me encontraba probándome un pantalón cuando surgió en mi mente, como un fogonazo una idea descabellada. Cuando le tocó el turno a Carmen de elegir y probarse ropa nos dirigimos a un probador con varias faldas y blusas, esperé fuera inspeccionando la forma de la cortinilla, su caída, el roce con la barra, cualquier detalle que me permitiera poner en práctica mi plan. Los probadores eran un pequeño cuadrado de cuatro compartimentos en el centro de la planta, cerrados por cortinas, yo me solía quedar cerca para ver la ropa que se probaba y para sustituir modelos o tallas sin que tuviera que salir del probador. A veces simplemente metía mi cabeza por la cortina y daba mi opinión. Esta vez mi conducta tenía una estrategia preconcebida. Cuando corrió la cortina para probarse, calculé el tiempo necesario para despojarse de la ropa y abrí la cortina levemente para preguntarle si ya estaba lista, me la encontré como esperaba, tan solo con la ropa interior, Carmen no le dio mas importancia y sonrió al ver que me quedaba mirando como elegía la blusa que iba a ponerse en primer lugar, con la cortina algo descorrida. La dejé poniéndose la blusa pero no corregí la posición de la cortina que ahora dejaba un resquicio abierto a la curiosidad de quien pasase cerca. Me sentía como si fuera un enfermo, sabía que no era normal mi conducta, pero esa rendija abierta a las miradas de la gente era una poderosa inyección de excitación en mis venas.
Carmen me mostró algunos modelos y cada vez que volvía a entrar cerraba la cortina y a continuación me asomaba a decirle algo y dejaba la cortina lo suficientemente abierta para que se la pudiese ver pero no tanto como para que se alarmase, aun así alguna vez terminó de cerrarla ella.
Camino de casa, me sentía avergonzado y preocupado por mi actitud.
Pero aquella noche, mientras hacíamos el amor, yo imaginaba que los hombres del baile la miraban en el probador semidesnuda; Y la poseí con furor.
En nuestros momentos de intimidad incorporábamos juegos y fantasías como cualquier pareja, eran condimentos que ayudaban a elevar la excitación; una noche, sin haberlo pensado antes, añadí a nuestros juegos aquello que tanto me excitaba y le pedí que imaginase que alguien nos miraba mientras hacíamos el amor. Carmen sonrió y aceptó el juego como lo que era: un juego; En dçias sucesivos comencé a plantearle escenas que brotaban incesantemente de mi cabeza y conseguí que su excitación fuera aumentando de tal modo que en poco tiempo pasó de una escucha pasiva a lanzar sus propias fantasías en la historia a tres que imaginábamos muchas noches. Tal era la excitación que alcanzábamos que mas de una vez me preocupé ante la posibilidad de depender de estas imágenes para conseguir el mismo nivel.
Una noche, exhaustos tras una intensa sesión de sexo, lancé la pregunta que cambiaría nuestra vida.
- "Cielo, ¿cuál es la fantasía mas fuerte que has tenido, la que jamás me confesarías?"
Carmen pareció extrañada por la pregunta y eludió el tema.
- "No hay nada que no puedas saber cariño"
Pero ambos sabíamos que no era cierto, nuestra profesión nos hacía conscientes de que todos tenemos un lugar secreto en nuestra mente, un punto oculto a todos donde reposan las ideas y los pensamientos que a veces ni nosotros mismos nos atrevemos a aceptar. No me hizo falta argumentarle, bastó mi mirada para que Carmen llegase a esa misma conclusión, sonrió e inconscientemente apartó por un segundo la mirada. Estaba desnuda a mi lado pero en ese momento se sintió aun mas desnuda pues sabía bien que la comunicación no verbal era una de mis especialidades profesionales.
Me incorporé de la cama lo suficiente para apoyarme en un codo y con la otra mano comencé a acariciar suavemente su vientre y su estómago.
"¿Vas a decirme que no hay ninguna fantasía perversa en esa cabecita?" insistí mientras mi dedos rozaban ya la delgada línea de vello púbico.
Nueva sonrisa, esta vez sus ojos se volvieron hacia mi cargados de erotismo y de deseo, hubo una pausa que a mi me pareció eterna y respondió.
"La mente es libre de imaginar, cielo, lo sabes bien" intentaba escaparse de mi asedio, pero yo no estaba dispuesto a ceder terreno, mi dedo medio comenzó a dibujar el surco de sus labios, sin apretar, apenas rozando, mientras volvía a la carga.
"¿Y que es lo que esa mente tuya imagina cuando estas en la bañera, o cuando hacemos el amor, dime" mi dedo se hundía sin esfuerzo en el canal inundado de su sexo y, como un pincel, dibujaba formas en su vientre con la humedad que había recogido; Una y otra vez volvía sin prisas, despacio, a recolectar su humedad para seguir pintando en su vientre plano y duro. Carmen cerraba los ojos cada vez que mi dedo invadía su sexo, entonces detecté la lucha interior que libraba, se mordió el labio inferior, me miró y estuvo a punto de pronunciar algo, pero se detuvo e inició la retirada; había estado a punto de abrirme sus mas íntimos deseos y yo no iba a dejar pasar esta oportunidad. Mi dedo seguía hurgando en su interior, cada vez mas tiempo, recorriendo cada pliegue, acercándome a su clítoris, explorando sus labios y su oquedad.
"Quiero saberlo amor, quiero que te desnudes aun mas para mi" notaba como su respiración iba cambiando el ritmo, sabía que no debía presionar, que debía darle su tiempo, pero la excitación me dominaba, no quería ceder terreno. Carmen abrió los ojos de nuevo y me miró en silencio muy profundamente, como queriendo adivinar el efecto que su secreto tendría en mí; Le sonreí y esperé. Vaciló y comenzó a hablar, con pausas, con dudas, eligiendo cuidadosamente las palabras.
"¿Sabes? A veces, cuando estoy excitada, quiero decir cuando estamos asi, como ahora, pienso no se, es una tontería eh? No vayas a creer - Dudaba, casi se excusaba de lo aun no dicho, pero yo seguía acariciando levemente su sexo sin decir palabra, mirándola a los ojos. "En fin, que alguna vez se me ha venido a la cabeza como sería " bajó la vista, parecía una niña cogida en falta y eso la hacía mas hermosa, casi vulnerable " como sería estar con varios hombres, ya sabes, hacerlo con varios a la vez, no de uno en uno, a la vez" esta última frase había salido a borbotones, de un tirón, como si fuese incapaz de pronunciarla si la pensaba demasiado. Se quedó callada, con la vista clavada en mi mano que la acariciaba, creí ver cierto rubor en sus mejillas.
Yo callé, mantuve un silencio estudiado que pretendía avivar la tensión del momento. Entonces le dije "¿Y como lo imaginas?" Carmen no esperaba esto, creyó que con su confesión se acababa todo, cuando en realidad solo era el principio para mí.
Poco a poco conseguí que se fuera relajando, una vez que se disiparon las dudas que podía tener sobre mi reacción Carmen fue tomando las riendas de la fantasía que, según me contó, había elaborado a lo largo de los últimos años. Su rostro, a medida que avanzaba en el relato, iba tomando esa expresión de profundo erotismo que me cautiva en ella y su voz se tornó mas grave.
Según avanzaba en su relato observé asombrado como Carmen se transformaba, iba abandonando las expresiones moderadas, pubis, pene, hacer el amor, y comenzaba progresivamente a hablar de polla, coño, tetas, follar, mamada De pronto la vi mirarme fijamente sonriendo, ante mi sorpresa desvió divertida la mirada hacia abajo, yo seguí sus ojos y comprobé que mi erección era tan intensa que apenas se separaba de mi vientre. Siguió desvelándome sus deseos ocultos, se descubrió ante mi una mujer sorprendente, inesperada, su fantasía se localizaba unas veces en una cabaña en la playa, otras en un hotel barato, ella se encontraba tendida en una cama y un hombre entraba, la poseía, la follaba y sin darle descanso era sustituido por otro y por otro y por otro mas. En otras versiones estaba en la habitación de un caserón, rodeada de hombres que la desnudaban y comenzaban a acariciarla y a tocarla por todas partes, muchas manos en su cuerpo, muchas sensaciones que la impedían dedicarse a alguien en particular, y luego mientras uno de ellos la follaba, otro le introducía su verga en la boca mientras ella masturbaba a otros dos y los demás tocaban, besaban, acariciaban En otra versión ella era sorprendida en la oscuridad de una playa y era violada por varios hombres, esa versión violenta, en la que incluso era inmovilizada y abofeteada me sorprendió enormemente puesto que jamás en nuestros juegos había habido ninguna insinuación que me diera a entender que le apetecía sexo duro.
A partir de aquellas confidencias se creó un clima de morbo y erotismo continuo entre nosotros; el Messenger, que manteníamos abierto en nuestros despachos para comunicarnos con facilidad, fue el vehículo para nuestras conversaciones calientes. En cualquier momento, cuando menos me lo esperaba, aparecía en el Messenger la luz intermitente que indicaba un mensaje nuevo; si estaba ocupado con alguien no contestaba y ella entendía; Si estaba solo, interrumpía cualquier actividad para leer lo que esta nueva Carmen me mandaba, normalmente algún mensaje tórrido que daba pie a un dialogo cada vez mas desinhibido, cada vez mas fuerte. Otras veces era yo quien de pronto me acordaba de ella y le mandaba mensajes del tipo "¿Cómo tienes las bragas de mojadas?"; Carmen, si podía contestar, entraba a la provocación y comenzaba un dialogo obsceno que nos llenaba de excitación.
Muchas veces en aquella época calculaba el riesgo que suponía mantener continuamente tan alto grado de excitación, temía que nos pudiera llegar a saber a poco una relación sin Messenger, sin fantasías, sin "terceros virtuales". Deseché la idea pensando que, como todas la cosas, ésta remitiría y no sería sino una etapa mas de nuestro matrimonio. Infravaloré lo que por mi profesión debía haber tenido en cuenta y que se podía aplicar perfectamente a nuestro caso: el efecto de la habituación a la dosis obliga al drogadicto a elevar cada vez mas la cantidad necesaria de droga para obtener el mismo efecto.